DEL ANECDOTARIO TAURINO MEXICANO.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
En El Tiempo, del 3 de noviembre de 1887, p. 2, se publicó una extensa narración que rubricó Manuel Arol. No tengo más datos sobre dicho autor, pero lo que sí puedo adelantar es que, algunas conversaciones que por entonces seguía publicando Guillermo Prieto, parecen ser la referencia para que Arol se animara a escribir tan largo como parecido diálogo, mismo que ahora pretendo recoger en su totalidad, para que lo disfruten los lectores. Y no solo eso. También para que se entienda la discusión que habría entre dos personajes que ponen en entredicho a la tauromaquia que, por entonces estaba tomando unos niveles de apasionamiento como nunca antes se habían registrado en nuestro país, particularmente en la capital del mismo, espacio geográfico que estaba saturado, a esas alturas del año, con registros que no se habían alcanzado hasta entonces. Al final de este trabajo, lo comprenderemos mejor, si nos acercamos al balance en que habrán de aparecer esos datos fríos en que se pueda contabilizar la cantidad de festejos que se celebraron en el curso de una larga temporada, que arrancó el 20 de febrero y fue a terminar en el mismísimo mes de diciembre, por lo menos hasta el día 25 en el que todavía se registra actividad. No debe olvidarse que este trabajo (me refiero al Anuario Taurino Mexicano, 1887) recoge todas aquellas noticias habidas en el país, lo cual dimensiona aún más esa dinámica que fue a convertirse en una especie de caja de resonancia, aunada a la cotidiana circunstancia de otros tantos festejos celebrados en diversas provincias, como resultado de ferias o fiestas en honor del santo o santa patronos de este o aquel sitio, lo cual entregará como balance una cantidad que ni por casualidad se acerque al año inmediatamente anterior. Si nos atenemos al resultado de aquel registro, conviene, como referencia el siguiente recordatorio:
BALANCE FINAL (AÑO 1886):
Como en los anuarios que preceden al que ahora concluye (1852 y 1853), también presento a continuación un cuadro sintetizado de la situación, con objeto de tener idea aproximada en cómo se comportó el año taurino mexicano de 1886.

Probablemente exista un porcentaje de error en esta contabilidad. Sin embargo, es lo más cercano a la realidad.
Escuchemos o leamos a continuación diálogo tan anunciado.
Los toros.
-Ya es hora, me dijo mi amigo Fileno entrando como torbellino y espantando a las Musas, si es que estaban allí; pero espantado, no cabe duda, a un consonante que ya iba a pescar y que desde entonces no he podido volver a encontrarlo.
Pero hora de qué? dije soltando la pluma y mirando el reloj de pared, para ver qué hora esa tan extraordinaria.
–Ya la gente corre, ya se agita, como dice Homero.
-Hombre! ya comprendo por qué desde que llegaste me estás hablando en griego.
-Pero toma el sombrero, empuña el bastón y de dos en fondo por la derecha ¡marchen! es decir, marchémonos.
-Bien, vámonos; pero antes, ¿quiéres decirme por qué se agita la gente y por qué corre, si no estamos en el sitio de Troya?
–Nuevos héroes aparecen que sobrepujan a los antiguos…
-Hola! ¿sigues con los poetas épicos?
-Épico es el espectáculo, heroicos los lidiadores, y siento mucho que Virgilio no hubiese vivido lo bastante para que hubiera cantado una corrida de toros: Arma virunque cano…
-Hombre, sí! esa arma es la muleta y el hombre será Cuatrodedos o Mateito.
-Yo no sé, exclamó con entusiasmo, cómo Núñez de Arce en vez de la última lamentación de Lord Byron, no cantó “El último capeo de Cúchares”.
-Oh! le interrumpí, los poetas no saben lo que se pescan, y el gran hombre del siglo XIX sería el que dignamente cantara una estocada por todo lo alto, el vuelo de los trastos, el relampagueo de la espada y la sangre saltando para regocijar los sensibles corazones…
-Oh, oh, ya Leconte de Lisle lo ha dicho:
“On eût pu voir alors famboyer et courir
Avec un sifflement lépée á large lame,
Et du col convulsif le sang tiede jaillir.
-Pero hombre, dije escandalizado: Leconte de Liste, no cantó los toros; ese terceto es de su poema “Le jugement de Komor”, y el degüello no es de un verraco, sino de una mujer.
-No importa! Ya que los poetas no lo cantan, yo aplico sus versos al sublime espectáculo.
-Te aplaudo, Fileno, en eso: de modo que al alternativo que esté al quite le aplicarás aquello de la Eneida:
“Me, me adsum, in me convertite ferrum”
O más bien:
“In me convertiré cornua”.
-Oh gracias! no se me había ocurrido. Ya veo que eres taurófilo, y lo veo con gusto, pues
“Antes es un alto aprecio
De pensar que deben todos
Adorar lo que yo quiero”.
-Ahora salimos con Sor Juana Inés.
-Ella sí debe haber gusto de los toros.
-Opino, amigo Fileno, lo contrario, pues a ti y a todos los primeros espadas del mundo pudiera decir:
“Que es mengua
Decir que te ayudaste de puñales”.
-No insultes a los toros, porque eso es insultar al progreso.
-También la fiebre de la pobre de tu tía ha progresado de ayer acá; ya ves que hay progresos malos.
-Al fin retrógrado! dijo con un gesto de atroz desprecio. ¡Ya sé que eres refractario de la civilización!
-De lo que tú y los tuyos llaman así ¡trueno de rayo! no puedo negarlo; tan retrógrado como Iriarte, que decía:
“Cosa es de zopencos
Cosa es de zoquetes
Gozar con los toros,
Gustar de cohetes”.
Y vaya que el cantor de la música no tuvo la dicha de conocer los cohetes de dinamita, que no es mala música.

El Chisme, 17 de noviembre de 1900, p. 1. Grabado de José Guadalupe Posada.
-Ese Iriarte debe haber sido un rapa velas, un sacristán, una rata de sacristía. ¡Despreciar la dulce música de los cohetes y tratar mal a las sublimes corridas de toros…! Si yo supera todos los necios epigramas de Sedano, se los repetía.
Los toros, las corridas de toros, prosiguió entusiasmándose, hacen conocer a la humanidad su propio valer; hacen patente la fuerza de la inteligencia sobre el bruto y…
-¿Quién te ha contado eso? Dije echando un vaso de agua fría sobre aquel entusiasmo.
-Estás ciego o eres tonto. ¿Qué representa el toro? la fuerza bruta. El hombre junto a él parece débil y despreciable. Y sin embargo, ¿quién es el vencedor? ¡El hombre! la inteligencia!
-En primer lugar, amigo Fileno, muchas veces el vencedor es el toro.
-¡Es una excepción!
-Que hace tu argumento malo, porque malum ex quoqumque defectu.
-¡Deja la lógica, que se trata de toros”
-No la dejaré, puesto que tratas tú de inteligencia.
-¡Concluye! ¿Qué tienes que decir en segundo lugar?
-Mira, Fileno amigo: Si tu vieras que salían al redondel ocho o nueve toros, contra un solo hombre, y que éste pretendía luchar con ellos, y que al fin, como era necesario, salía vencido, ¿qué dirías en alabanza de los toros?
-¿Qué había de decir? tantos toros contra un hombre no probaban nada.
-Pues aquí te quiero ver. No es un hombre que lucha contra un toro, son ocho, son nueve, son mis hombres que van a luchar contra un solo animal.[1]
Los unos capean ayudándose mutuamente: otros; auxiliados de la fuerza de otro bruto, lo esperan con la garrocha, pero entre tanto algunos están al quite, los cuales
Ni quitan ni ponen rey
Pero ayudan al señor.
-Pues dime, hombre de Dios ¿qué hará contra tantos?
El animal que a Europa fue tan caro?
¿Qué triunfo de la inteligencia n qué calabazas? Si a dos astas no hay toro valiente ¿cómo lo habrá contra dos astas, seis capas, dos banderilleadores, un espada y el alternativo, añadiendo a ellos el cachetero?
Aquello no es una lucha, es una traición.
Es un abuso de la fuerza de muchos.
Es una complicidad del hombre con el caballo contra el toro.
Es en fin que
Vinieron muchos toreros
Y salieron victoriosos,
Que el diablo ayuda a los hombres
Cuando son más que los toros.
¡Vaya un modo de emplear la inteligencia!
¿Sabes, buen Fileno, como emplea tan sublime don el hombre, quiero decir, el hombre torero? Pues atiende, chico, atiende, que el tal sabe bien que el toro embiste con los ojos cerrados, y viendo eso la razón, la sublime razón humana: ¿esas tenemos? se dijo, pues yo abusaré de esa tontera irracional del toro y le sacaré la vuelta, y hasta pondré banderillas al quiebro.
-¿Ya te va pareciendo que el toreo redunda mucho en honra y gloria de la inteligencia y de la razón?
-¡Pero tu argumento no advierte que el hombre muchas veces es cogido por el toro!
-Ahí tienes ese triunfo de la inteligencia que tanto cacareabas.
-Es decir que cuando el hombre es cogido por la fiera…
-Entonces, querido Fileno, el hombre ha sido más irracional, menos inteligente que el bruto, pues no ha sabido aprovecharse de la circunstancia de que éste cierre los ojos.
-¿Y cuando el hombre vence?
-Eso prueba que el toro es bruto y nada más.
-¿Y no aplaudirás siquiera a los picadores?
-No enteramente, porque las dos terceras partes de los aplausos les reservó para los caballos.
-No me convences, no, ¡voto al voto! pero voy a demostrarte que no tienes razón, con un argumento más concluyente que todos los de la Summa.
-Venga, que aunque no venga con los ojos cerrados, aquí lo espero a pie firme.
–Pues bien, la estadística prueba que las corridas de toros son moralizadoras ¡habla la ciencia!
-Que hable hasta por los codos, que yo me encuentro armado de paciencia.
-Pues aquí mismo, en México, se ha notado que las tardes en que hay corrida, disminuyen los crímenes, la policía tiene menos que hacer, las puertas de las cárceles casi no se abren, y al día siguiente el señor gobernador del Distrito tiene muy poco quehacer en la consigna. ¡Hasta la consigna viene en favor de la civilizadora diversión de los toros!
–Al diablo la consigna, diré con Fritz el de la Gran Duquesa, y ya veo que no tu argumento, sino tú es quien tiene los ojos cerrados.
-Tengo curiosidad de saber lo que respondes.
-Dos cosas; y a dos astas no hay argumento valiente.
-Ya escucho.
-Pues en primer lugar, Fileno amigo, quiero que me digas ¿los días en que hay corridas de toros, se aumenta el número de gendarmes?
-No ciertamente.
-¿Y se ocupan éstos en las plazas?
-Sí, por cierto.
-Luego todos los gendarmes que están en los toros, no andan en las calles.
-Que responda Pero Grullo.
-Luego las calles y las plazas que no son de toros, y los callejones y demás andurriales, no están igualmente cuidadas el día de corrida que el día en que no la hay.
-¿Y qué infieres de eso?
-Que lo que ha disminuido no son las faltas a la policía, sino que ha disminuido la policía para las faltas.
-¡Hombre!
-Que hay delitos como siempre, que como siempre hay delincuentes, pero como no hay quien los vea, ni quien los aprenda, las puertas de las cárceles casi no se abren, y al día siguiente el señor gobernador no tiene consignados para poder hacer la consigna.
-Es de pensarse tu primera respuesta.
-Pues la segunda no necesita una tan grande meditación, porque es tan clara como la del huevo y tan sin salida como la calle de Lerdo.
-Protesto contra las alusiones políticas.
-Pues ven acá, alma de cántaro: doy por supuesto que durante la tarde en que hay toros, disminuye la criminalidad…
-Bien ¡trueno de rayo! así te quiero ver, razonable, y con talento; ¡luego las corridas de toros moralizan!
-Niego la consecuencia.
-Convienes en que mientras hay corridas de toros, hay menos desmoralización en la calle.
-Pase, convenido.
-Luego la causa de que disminuya la desmoralización, son los toros; luego es una causa que moralice, luego de esa diversión nace la moralidad, luego…
-Luego siguen con los ojos cerrados.
-¿Por qué?
-Porque no ves.
-¿No veo qué?
-No ves que las corridas de toros despiertan y avivan las malas pasiones y los pésimos sentimientos; que son una escuela de sentimientos bajos y degradados, y en consecuencia que son una preparatoria de crímenes y desmoralización.
-¿Pues entonces cómo admites que disminuya la criminalidad…
-Ven acá, bobo…
-Protesto contra las personalidades.
-Protesta, pero ven acá. ¿Sabes que en Londres hay verdaderas escuelas de rateros…?
-¿Quién no lo sabe? ¿Pero qué tiene que ver…?
-¿Y no crees que mientras los discípulos están reunidos y los maestros dando la lección, tienen que disminuir las raterías en Londres?
-¡Hombre!
-Dime, si todos los ebrios se reunieran a una hora determinada, en las cantinas, ¿a esa hora no disminuirían los ebrios en todas las calles?
-¿Es decir que…?

Disponible en internet, marzo 18, 2015 en: http://www.museoblaisten.com/v2008/indexENG.asp
-Es decir que a la plaza de toros se va a aprender, y mientras se aprende ¡claro! no se ejecuta.
Los que se van a desmoralizar, o a acabar de desmoralizarse en las plazas de toros, mientras estén allí no pueden estar haciendo fechorías en otra parte; pero ya llegará día en que lo que allí aprendieren se ponga en ejercicio para mal de la sociedad.
Y vamos a ver, Fileno, admito plenamente tu estadística; creo a puño cerrado que cuando hay toros no andan los criminales por las plazas y calles y callejones de México ¿quieres más?
-¿Y qué deduces de allí?
-¿Qué? ¡friolera! que si no andan, es porque están sentados y precisamente en los tendidos. Mientras menos criminales me encuentres fuera, me conviene más, porque todos están dentro
-¿Y qué?
-¿Y qué? ¿y qué? ¿cómo que? que tan amañada es la diversión por los criminales, que hasta olvidan sus queridísimos vicios… por algunas horas.
-¡Figúrate qué diversión será diversión favorita de criminales!
Si tú me dijeras: los ebrios, los peleoneros, los asesinos, no van a los toros, recomendarías esa tu diversión; pero qué probará si vienen a decirme lo contrario?
Y si después de los toros el ebrio ya no se acordara del vino, ni el valiente de la navaja, ni el mal marido del garrote, ni… ¡vaya! pase, ¿pero podrás probarlo?
¿Callas? Pues yo sí podría probarte que todos ellos ceban y engordan sus malos instintos, por decirlo así, en la bárbara diversión.
Al oír esto, Fileno se levantó, extendió una mano en actitud trágica y en tono inspirado exclamó de esta manera:
-Pese al fanatismo y a la superstición, el progreso avanza. Los Papas han manifestado constantemente su aversión a las corridas de toros ¡esto basta para juzgar la cuestión! ¡Guerra a Roma y viva el toreo!
Roma locuta, causa finita. ¡Basta que Roma lo diga para que sostengamos lo contrario!
El empeño de a pie y las estocadas fuera de cacho comenzaron la civilización, y el parear con las dos manos es el gran elemento de bien para los pueblos. No se debe sacar el toro de la suerte de varas con verónicas, sino con largas, y los peones deben correr al toro por derecho, y ningún espada debe ejecutar galleos aun cuando el toro carezca de pies, y aunque sean blandos o abantos.
¿Qué cosa hace la felicidad de los pueblos?
No otra cosa sino un trasteo ceñido y guapo, tres pases por alto, dos con la derecha y un natural, hasta consentir al toro…
Y así prosiguió entusiasmándose cada vez más, y yo, pues lo que es yo, me quedé mirando a Fileno!
MANUEL AROL.
[1] En toda plaza de primer orden, la cuadrilla deberá componerse de dos espadas y un sobresaliente, cuatro picadores de número, seis banderilleros y un puntillero. Tratado didáctico de la lidia.