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UN DÍA COMO HOY, PERO DE 1851 SE INAUGURA LA PLAZA DE TOROS DEL “PASEO NUEVO”.

EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

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La plaza de EL PASEO NUEVO, como se ve, ya solo es una ruina, sitio que se ocupó -luego de la prohibición de 1867- para funciones de circo y acrobacia. Fue derribada en 1873.

Foto estereoscópica (ca. 1870). Fuente: Archivo General de la Nación [A.G.N.] Fondo: Felipe Teixidor.

PLAZA DE TOROS DEL PASEO NUEVO, D.F. Estreno de la plaza. Domingo 23 de noviembre de 1851. Cuadrilla de Bernardo Gaviño y Mariano González “La Monja”. 5 toros de El Cazadero. Según una inserción periodística de la época, aparecida en El Ómnibus del día anterior se tiene una pequeña variación que leemos como sigue:

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   Esta fue una plaza cuya actividad fue constante entre ese año de 1851 y el 22 de diciembre de 1867, en que se dio la última corrida de toros, antes de que entrara en vigor el decreto que prohibía los festejos, y que firmaron los licenciados Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada justo un mes antes. Solo por citar un caso, Bernardo Gaviño, entre 1851 y 1867 actuó en la misma 320 ocasiones, lo cual indica el nivel de importancia del coso que se levantó a un costado del Paseo de Bucareli, además de que por aquel entonces la competencia con la de San Pablo ya no fue el mismo, pues ya para 1854 dejaron de darse festejos en esta última, sobre todo debido a su estado de conservación. Seguramente hubo algunas otras tardes (hasta 1860) en que abrieron sus puertas, y para 1864 estaba siendo desmantelada.

   El recuento de célebres tardes en la del Paseo Nuevo rebasa el anecdotario, por lo que conviene en algún momento la elaboración de una memoria que recuerde un buen conjunto de ocasiones en que trascendió la tauromaquia mexicana, sobre todo bajo la égida del portorrealeño Bernardo Gaviño.

   Esta “monumental plaza de toros”, la del Paseo Nuevo, situada privilegiadamente en la antigua glorieta que todo mundo conoció como “El Caballito, fue construida al oriente de la pieza escultural de Manuel Tolsá. Actualmente debemos ubicarla en donde se encuentra el antiguo edificio de la Lotería Nacional. Lauro E. Rosell dice que

en dicha plaza (…) tomaron parte, entre otros, el famosísimo torero español que fue ídolo de las multitudes llamado Bernardo Gaviño, (del que se afirma que nunca dio tres estocadas a un toro) en compañía del renombrado torero Mariano González, apodado “La Monja”, así como también allí lució sus portentosas habilidades como lidiador, el célebre torero mexicano Ignacio Gadea, notabilísimo jinete que fue el inventor de la olvidada y hermosa suerte de poner banderillas a caballo.[1]

   Además, por aquella época también participó el genial novelista Luis G. Inclán quien en compañía de su excelente caballo El Chamberín hicieron las delicias del público.

   Lo que debe destacarse aquí es que como “teatro de acontecimientos” cumple cabalmente con dicha etiqueta, puesto que se representaron festejos llenos de una intensa fascinación, participando no solo los toreros de a pie o de a caballo que por costumbre eran conocidos, sino también por otro conjunto de actores que representaban mojigangas, ascensiones aerostáticas, fuegos de artificio y otra variedad muy pero muy interesante. Durante los 16 años que funcionó como escenario taurino, la plaza del Paseo Nuevo estuvo al servicio de una independencia que así como enriqueció al espectáculo, probablemente también lo bloqueó porque no hubo un avance considerable, puesto que las representaciones se limitaban al sólo desarrollo de lo efímero. Con Bernardo Gaviño las condiciones no iban más allá de lo cotidiano Esto es, se convierte de pronto en un personaje que lo controla todo lo que, a los ojos de Carlos Cuesta Baquero

originaba también que las corridas fuesen de identidad tan completa que llegaba a la monotonía. Todas estaban calcadas en el mismo estilo artístico. Toreando siempre el mismo espada, los mismos banderilleros y los mismos picadores, haciendo durante todo el año y por muchos años, en veinticinco ocasiones, porque ese número eran las corridas efectuadas en las poblaciones de importancia. Los aficionados asiduos, que los había igualmente que en la época actual, podían de antemano describir los lances taurinos que harían los toreros y el modo artístico que les imprimirían. Salvo algún incidente sangriento -afortunadamente excepcionales- los espectáculos taurinos eran completamente iguales unos a otros.

   Por tal acostumbrada monotonía, cuando algún “AS” andariego, se presentaba, acompañado de uno o dos banderilleros o de un banderillero y un picador, el público abarrotaba los billetes de entrada y llenaba las localidades del coso. Había la ilusión de lo novedoso, la promesa de contemplar algo diverso a lo ya conocido. Y cualquier detalle sin importancia pero que ofreciera desemejanza a lo habitual era inmediatamente notado y comentado exageradamente. Pero desafortunadamente tales detalles disímbolos eran muy escasos, pues todos los “ASES” tenían el mismo, igual pauta.

   Así eran las características de “nuestro nacionalismo taurino” en su primera etapa. Persistieron hasta el final, cuando la penúltima jornada artística de Ponciano Díaz, pero en el año de 1851 adquirió otro distintivo. Fue lo que en nuestro idioma nombramos PATRIOTERÍA y tomando neologismos del idioma inglés y del francés titulamos respectivamente “JINGOISMO” y “CHOVINISMO” (…)

   Como vemos, surgió además un síntoma de obsesiones que marcaron el comportamiento de una afición que sintió como suyo a Gaviño, torero que además de todo, aprovechó perfectamente dicha circunstancia al grado de que cuando sucedía alguna “invasión” como la de los supuestos Antonio Duarte “Cúchares” y Francisco Torregosa “El Chiclanero” (“invasión” ocurrida en diciembre de 1851) estos prácticamente fueron expulsados por la afición; pero en el fondo, todo aquello fue arreglado por el gaditano quien no quería verse alterado por “intrusos” de aquella ralea.

   Con todo y que Bernardo era español, pero un español avecindado de por vida en México, y quizá habituado a la forma de ser del mexicano, escuchó, de parte de los asistentes a varias de las corridas donde actuaban paisanos suyos, el grito intolerante de “¡Mueran los gachupines!” como una muestra de rechazo hacia el intruso, pero de afecto y apoyo hacia un torero que el mismo público -de su lado- terminó haciéndolo suyo, al grado de semejantes demostraciones de pasión extrema.

   Y a todo esto, ¿quién fue su constructor?

   En principio, debe recordarse que a principios de 1851, además de José de las Heras, asentista de la Real Plaza de Toros de San Pablo, se encontraban los hermanos Domingo y Vicente Pozo, que habrían de convertirse en competidores acérrimos del que fue sucesor del polémico Manuel de la Barrera, también asentista de la de San Pablo (años atrás), de algunos teatros y hasta monopolista en el control en eso de recoger la basura en la ciudad de México hacia los años 30 del XIX. Los hermanos Pozo se asumían con un nuevo concepto de empresarios taurinos, que apostaban por darle a la ciudad otra plaza de toros, dado que la de San Pablo, constantemente mostraba signos de deterioro debido al hecho de que la madera fue el material empleado para su armado y construcción. Entre otros datos ubicados en la prensa tenemos el que aporta

EL DAGUERROTIPO, D.F., del 22 de febrero de 1851, p. 8.

NUEVA PLAZA DE TOROS.-El martes (18) se colocó cerca del paseo de Bucareli la primera piedra de la nueva Plaza de Toros que en aquel punto va a edificar el Sr. D. Domingo Pozo: Hubo músicas, cohetes et tout le terrremblement…

   Entretanto permite el gobierno se levante otra Plaza de Toros, no concede siquiera el esqueleto de algún inútil edificio público para que en él se plantee el Liceo artístico y literario, instituto que tan buenos y preciosos beneficios debiera y pudiera reportar a la sociedad mexicana…

   El arquitecto consagrado a dicho proyecto, fue el entonces reconocido y polémico Lorenzo de la Hidalga,[2] según he podido constatar en un importante texto de la Doctora Elisa García Barragán.[3]

   Sin más preámbulo, la eminente historiadora apunta:

(Lorenzo de la Hidalga) Edificó la plaza de toros de la calle de Rosales, junto a la cual construyó su casa habitación, cuya imagen hizo plasmar al paisajista Javier Álvarez, óleo que muestra la fidelidad del arquitecto hacia un academicismo italianizante.

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En el mismo texto de Elisa García Barragán se reproduce tan bella con romántica expresión de aquel espacio, creación de Lorenzo de la Hidalga.[4]

   En otro estudio también de la maestra universitaria[5] plantea que de la Hidalga fue un precursor del funcionalismo, mismo principio que desarrollarían ampliamente Le Corbusier y Mies van del Rohe en el siglo pasado. Tal “funcionalismo” quedaba patente en el propósito de construcción de tal o cual edificio. Si en este caso se trataba de una plaza de toros, seguramente de la Hidalga así lo pensó, y más aún en el hecho de que, además de haber cubierto los requisitos de funcionalidad, se le daba un toque extra de belleza arquitectónica que daba, per se el significado de su construcción.

   Así a 165 años de aquel suceso, comparto un pasaje de ese referente urbano en la ciudad de México a mediados del siglo XIX, mismo que estuvo visible hasta el 15 de julio de 1873 en que desapareció.


[1] Lauro E. Rosell: Plazas de toros de México. Historia de cada una de las que han existido en la Capital desde 1521 hasta 1936. México, Talleres Gráficos de EXCELSIOR, 1935., p. 28.

[2] Lorenzo de la Hidalga nace el 4 de julio de 1810 en la provincia de Álava, cerca de la ciudad de Vitoria, en la región vascongada. Sus estudios profesionales los realizó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, obteniendo su título el 31 de enero de 1836. Inspirado por una corriente “romántica o racionalista”, se forma en sus primeros años profesionales. Este polémico personaje ya estaba en México a partir de marzo de 1838, muriendo en 1872.

[3] Elisa García Barragán: “El arquitecto Lorenzo de la Hidalga”. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 2002. En “Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas”, Nº 80, p. 101-128.

[4] Op. Cit., p. 127.

[5] Elisa García Barragán: “Lorenzo de la Hidalga: un precursor del funcionalismo”, en Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, Nº 48. México. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1987.

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EL 2 DE NOVIEMBRE DE 1890 ES DESTRUIDA LA PLAZA DE TOROS “COLÓN”

EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Para el desarrollo de la presente efeméride fue necesario, como en otras ocasiones, la consulta del libro que coordinó Luis Ruiz Quiroz (qepd): Efemérides taurinas mexicanas. México, Bibliófilos Taurinos de México. 2006. 441 p.

   Se trata de datos puntuales de un trabajo susceptible de algunas correcciones pero sobre todo de una puesta al día, incluyendo los años transcurridos del presente siglo. La misma se complementa con esta otra: Acontecimientos taurinos mexicanos. Efemérides desarrolladas. Puebla, Bibliófilos Taurinos de México y la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2007. Ediciones Ala Impar. 397 p. Fots.

   Ambas tuvieron la virtud de realizar el cotidiano registro de los hechos que desde su origen mismo daban para ser considerados como un dato el cual enriquecía la memoria hasta convertirse en un cúmulo que parece no tener fondo. Y lo digo así pues las nuevas herramientas digitales nos permiten acceder a la minucia. O como lo llaman los bibliotecólogos, a los datos, metadatos. E incluso a la “minería de datos”, es decir cuando la información ya pulverizada también puede ser motivo de consulta o investigación.

   En fin, que la tarea colectiva de las “Efemérides Taurinas Mexicanas” debe continuar, y esa es una tarea que los Bibliófilos Taurinos de México tienen muy claro, dada la serie de compromisos que se asumen en tanto sentido de pertenencia al hecho de considerarse ni más ni menos que “Bibliófilo”. Si dicha tarea tiene propósitos de seguir adelante, cuenten con mi apoyo que dispongo de un amplio banco de datos. Así lo hicieron Armando de María y Campos en El Eco Taurino, Abraham Bitar y Alfonso de Icaza (incluso sus hijos, que por alguna coincidencia llevan el mismo nombre: Alberto) en El Redondel. Francisco L. Procel, o Leopoldo Beristáin que fue uno más de esos pacientes encargados de reunir datos y más datos hasta que llegó a ser referencia Luis Ruiz Quiroz, a quien por razones de estos días, recordaré con marcado respeto.

   La efeméride de hoy, rememora el lamentable caso de un escándalo, el que se produjo la tarde del 2 de noviembre de 1890, cuando tras la salida de seis ejemplares malísimos de Guanamé se desató la bronca, lo cual propició que la plaza, como las de la época, hecha de madera, terminara siendo parcialmente destruida.

   El coso, que se ubicaba en las calles de General Prim y Versalles, en la actual colonia Juárez, se inauguró el 10 de abril de 1887 con ganado de Atenco. Los espadas en esa ocasión fueron Juan León “El Mestizo” y Antonio González “Frasquito”. Dicha plaza, como lo recuerda Heriberto Lanfranchi en su libro La fiesta brava en México y en España 1519-1969, T. II., p. 767-8: “…fue derribada a principios de 1893, a pesar de estar en muy buenas condiciones, por haberse prohibido de nueva cuenta las corridas de toros en el Distrito Federal, de 1890 a 1894”.

   ¿Cuál fue la opinión de la prensa tras ese lamentable asunto?

   Encuentro dos testimonios, mismos que aparecieron tanto en El Siglo Diez y Nueve como en El Monitor Republicano. El “Reporter” de El Siglo Diez y Nueve, en su edición del 3 de noviembre, nos comenta:

EL ESCÁNDALO DE AYER EN LA PLAZA DE TOROS DE COLÓN.

   Ya se irá viendo que la calamidad de esa diversión no dará nunca buenos resultados.

   Ayer se anunció una gran corrida, en la que se jugarían seis toros de la hacienda de Guanamé y [Carlos Borrego] Zocato daría la alternativa al diestro [Vicente] Ferrer.

   A las tres y media, con una entrada buena en sol y escasa en sombra, se dio principio al camelo.

   Salió al coso el primer toro, que resultó ser un gran buey, y tras este otro… otro… otro… hasta que se determinó la bronca.

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La Muleta. Revista de Toros. Año I, N° 1 del 4 de septiembre de 1887. Cromolitografía de P. P. García. El ejemplar pertenece a la biblioteca “Salvador García Bolio”, ubicada en el Centro Cultural “Tres Marías”, en Morelia, Michoacán.

   Un palito arrojado del departamento de sol fue el bota-fuego de la segunda escena de la Plaza del Paseo hace un año precisamente. A ese palito siguió una barandilla y después otras más.

   A tan elocuentes muestras de aprobación, la localidad de sombra no quiso ser menos, y en unos cuantos minutos moros y cristianos destruyeron una gran parte del maderamen de la Plaza.

   Los toreros no quisieron llevarse con esas bromas, y se fueron deslizando para no estar al alcance de los proyectiles.

   Los gendarmes eran impotentes –uno de ellos resultó herido- no obstante las acertadísimas medidas que dictaba el apreciable inspector de la 4ª Demarcación Sr. Sánchez.

   Resumen, como diría un revistero: -Ganado pésimo. Cuadrilla mala. Matadores ídem.

   A Zocato la prensa taurina lo pone como chapa de dómine; y para complemento de su mala suerte, el segundo toro lo cogió de una ingle y volteándolo cayó otra vez en las astas hiriéndole el pecho y una pierna. Deseamos que no tenga funestas consecuencias esa cogida.

   Tras aquel lamentable suceso, las autoridades determinaron que fue tan malo el ganado causando tal malestar que obligó a las autoridades a suspender las corridas de toros por cuatro años. Y como ya hemos visto, los incidentes de aquella tarde se desarrollaron en medio de actos violentos. Mientras tanto, Ponciano Díaz emprendió una campaña taurina por todos los puntos de la república, encabezando su cuadrilla hispano-mexicana y aprovechando públicos marginados en información.

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HACE 163 AÑOS NACIÓ EL PERIODISTA TAURINO EDUARDO NORIEGA “TRESPICOS”.

EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

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Retrato de Eduardo Noriega “Trespicos”, publicado en El Puntillero. Semanario de toros, teatros y variedades, T. I., N° 12, del 5 de agosto de 1894, p. 2.

   Ayer, 4 de octubre para ser más precisos, se cumplieron 163 años del nacimiento del reconocido periodista Eduardo Noriega “Trespicos”. (Ciudad de México, 4 de octubre de 1853-6 de febrero de 1914). Fue autor, entre otras obras de Geografía de la República Mexicana (1898); La primera carta y El mejor diamante, ambas obras en monólogo original escrito en verso (1900); Versos: Primaverales, Otoñales, poemas: Leyendas (ca. 1900); Atlas miniatura de la República Mexicana (1902), así como de La República Mexicana según el Nuevo diccionario de geografía universal por Vivien de St. Martín (1904).

   Según el semanario El Puntillero, el cual se publicó durante el año de 1894 en la ciudad de México, Eduardo Noriega:

Oía hablar mucho de Bernardo Gaviño, (Ignacio) Gadea, José Gavidia (a) Media luz, y sobre todo de las banderillas de fuego, y esto era suficiente para que estuviese inquieto y vamos, que según sé, los domingos y días festivos ni comía por ir a rondar la antigua plaza del Paseo de Bucareli.

   Esto pasaba por el año de gracia de 1864, según apuntaba Pajarito, el autor de esta reseña con la que hoy recordaremos a este interesante personaje.

   Estando prohibidas las corridas, la plaza del Paseo Nuevo se mantuvo en pie hasta 1873 en que fue desmantelada. Sin embargo, no faltaron algunos festejos organizados en forma diríase que clandestina y en uno de ellos, celebrado en 1868 Carlos tuvo oportunidad de echar capa.

   Y “Trespicos”, ávido de alentar su creciente y declarada afición a los toros, tuvo oportunidad de desplazarse a sitios como Toluca, Puebla, Cuautitlán, a donde llegaron a celebrarse en forma más o menos frecuente.

   Donde había corrida de toros, estaba por fuerza “Trespicos”.

   La segunda vez que toreó fue en Tlalnepantla siendo espada Fernando Córcoles y banderillero nuestro biografiado; tanto en el Paseo Nuevo como en Tlalnepantla, los festejos fueron de carácter benéfico.

   También hizo suyas las suertes de colear y lazar, por lo que se integró al Club Hípico formado entre otros por Javier Sorondo, Lauro Aranzivia, Jacobo Sánchez y otros personajes de su época, mismos que acudían con frecuencia a un rancho inmediato al barrio de los Ángeles, en esta misma ciudad de los Palacios.

   Para el año de 1885 fue invitado por Don José Barbier para que se encargara de escribir las “revistas” o crónicas para el periódico La Voz de España. Y no solo aceptó sino que en cada una de ellas mostró sus amplios conocimientos en el arte tauromáquico.

   En El Puntillero se afirmaba algo importantísimo: [Que Eduardo Noriega] ha sostenido tanto en lo privado cuanto en lo público que entre el arte y el negocio debe haber siempre, independencia absoluta y una prueba de ello es que sobre esto discutió con algunos periódicos que se publicaban en la Capital.

   A partir del 4 de septiembre de 1887 publicó por primera vez La Muleta, periódico taurino que se mantuvo hasta febrero de 1889, reuniendo a una importante plantilla de colaboradores como Carlos Cuesta Baquero, Juan de Dios Peza, Vicente Morales, al inigualable José P:P. García, quien hizo de cada cromolitografía una auténtica obra de arte, sin que faltaran las apreciaciones del propio Eduardo Noriega.

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Cabecera de la no menos importante publicación semanaria La Muleta, de la que fue su director Eduardo Noriega Trespicos. Col. del autor.

   Trespicos fue en su momento Vicepresidente del Centro Taurino Espada Pedro Romero, auténtico cenáculo a donde iban a reunirse personajes como los que aquí se han citado, más otros no menos notables como Pedro Pablo Rangel, Carlos M. López o Eduardo Hoffmann. Todos ellos discutieron la teoría y práctica de la tauromaquia, de ahí que dicho “Centro” fuese un referente del que luego se diseminaban aquellas ideas en las publicaciones donde colaboraban este grupo de “notables”.

   Con los años fue editor de otra famosa publicación: El Toreo Ilustrado. Dejó su impronta como una pluma reconocida en El Noticioso, donde se esperaban con curiosidad sus crónicas, mismas que fueron en su momento guía y luz de conocimiento.

   Trespicos fue invitado por Rafael Reyes Spíndola, director y propietario de El Imparcial, para colaborar en tan reconocida publicación, lo que aceptó de buena manera. Lamentablemente su paso duró un suspiro. Cometieron con él una auténtica descortesía al no publicar sus escritos, renunciando de inmediato ante tamaña majadería.

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Infaltable en esta reseña el número 1 de El Toreo. Semanario Ilustrado, que vio la luz el 18 de noviembre de 1895. Col. Julio Téllez G.

   Enfermó del corazón, pero es probable que otros achaques minaran su salud, pues defendió como pocos la difícil labor de periodista, misma que tuvo a bien ejercer desde aquel lejano 1886, y hasta 1914, año en el que precisamente y a raíz de alguna actuación del célebre Vicente Segura, todavía tuvo arrestos para criticarlo severamente, pues Noriega –imposible evitarlo-, era gaonista.

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200 AÑOS DEL NACIMIENTO DE LUIS G. INCLÁN.

EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS.

LUIS G. INCLÁN, CRONISTA EN VERSO DE UNA CORRIDA DE TOROS EN 1863. EN DICHO FESTEJO, PARTICIPAN PABLO MENDOZA, LA INTELIGENCIA, Y SUS PICADORES, SUS BANDERILLEROS, Y HASTA LOS LOCOS Y LOS CAPOTEROS…

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

    Luis G. Inclán vino al mundo el 21 de junio de 1816, con lo que ayer martes se celebró el bicentenario de su nacimiento. Fue un hombre emprendedor, amante del quehacer campirano. Administró haciendas tales como Narvarte, La Teja, Santa María, Chapingo y Tepentongo poniendo en práctica conocimientos de la agricultura que le permitieron ser llamado en varias ocasiones a medir tierras, pero sobre todo, a administrar la plaza de toros de esta capital y en Puebla, cuando Bernardo Gaviño coqueteaba con la fama. Esto debe haber ocurrido entre la quinta y sexta décadas del siglo XIX.

   Este escritor, impresor, periodista y charro a la vez, tuvo el privilegio de publicarse asimismo “todos los recuerdos de cuanto había integrado su felicidad campirana”.

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Uno de los pocos retratos que se conocen de nuestro autor, mismo que está fechado el 16 de junio de 1871.

Hugo Aranda Pamplona: Luis Inclán El Desconocido. 2ª ed. Gobierno del Estado de México, 1973. 274 pp. Ils., retrs., fots., facs.

   Su quehacer literario incluye una excelente novela de costumbre: ASTUCIA. EL JEFE DE LOS HERMANOS DE LA HOJA O LOS CHARROS CONTRABANDISTA DE LA RAMA.

   Tal novela, conjunto de estampas mexicanas de mediados del siglo XIX, cuya carga de valores son los de la injusticia social, es descubierta por Inclán en la persona de “Lencho” quien constantemente sentencia: “Con astucia y reflexión, se aprovecha la razón”.

   En esta ocasión, entenderemos uno de sus quehaceres vinculados con festejos taurinos ocurridos en 1863.

   En medio de una oscuridad que de pronto suele ser generosa para brindarnos luces sobre el pasado taurino mexicano, van apareciendo algunos datos aislados sobre lo que fueron y significaron algunos personajes con quienes todavía tenemos una deuda. Dicha deuda debe quedar saldada en el momento de realizar algo más que una ficha biográfica, puesto que a partir de diversos documentos como carteles, se puede reconstruir el paso que trazaron diestros como Pablo Mendoza, quien surge en el panorama a partir del arranque de la segunda mitad del siglo XIX y todavía le vemos participando algunas tardes, casi 30 años después, estimulando a su hijo Benito, misma acción que en su momento realizó Ignacio Gadea, acompañando a su hijo José, demostrando que su longevidad taurina no era impedimento para seguirse ganando las palmas de los aficionados.

   Regresando a la identificación de Pablo Mendoza, nada mejor que incluir una crónica en verso, escrita por Luis G. Inclán, el famoso autor de la novela de costumbres “Astucia”, asiduo asistente y participante también en diversas corridas de toros, efectuadas en la plaza de toros del Paseo Nuevo, en los años previos al segundo imperio. Veamos lo que se fascinó don Luis con la corrida del 30 de agosto de 1863.

LA JARANA. PERIÓDICO DISTINTO DE TODOS LOS PERIÓDICOS. T. I., septiembre 4 de 1863, Nº 10. Toros.-Cuestión del día.-El Señor D. Luis G. Inclán, íntimo amigo nuestro, se ha servido obsequiarnos con la siguiente:

-¿Fuiste, Juan a la corrida

este domingo pasado?

-Si Miguel, quedé prendado,

Estuvo muy concurrida

Y magnífico el ganado.

Toros de hermoso trapío,

Limpios, francos y bollantes,

Revoltosos, arrogantes,

Valientes, de mucho brío,

Muy celosos y constantes.

En continuo movimiento

Estuvo la concurrencia

Celebrando a competencia

Con gran placer y contento,

De Pablo la inteligencia.

Lucieron los picadores,

Los diestros banderilleros,

Los locos, los capoteros,

También los estoqueadores,

Figuras y muleros…

De los fuegos, ¿qué diré?

Bien combinados, lucidos,

Generalmente aplaudidos;

Muy complacido quedé

De mis paisanos queridos.

-Con eso querrás decirme

que aún irás a otra función?

-Con todo mi corazón,

si me gusta divertirme

y no he de perder función.

-Pues eso está reprobado

por gente más ilustrada.

-Yo no les pido la entrada,

mi dinero me ha costado,

mi voluntad es sagrada.

Que ellos la pasen leyendo,

Papando moscas, rezando

Yo ya solito me mando,

Y no me ando entrometiendo

Ni costumbres criticando.

-Al querer la abolición,

(Deja la barbaridad,)

Solo es por humanidad…

-Dime, Miguel, sin pasión

¿Es envidia o caridad?

Yo estoy por toros y toros

Aunque empeñe mi chaqueta,

Con placer doy mi peseta,

Mientras otros al as de oros

Pierden hasta la chaveta.

   Plaza “muy concurrida”, toros bravos, “limpios, francos y boyantes”. ¿Habría alguna competencia entre dos ganaderías, como se estilaba entonces? Atenco y el Cazadero proporcionaban ganado constantemente para dichas contiendas siempre en busca de un triunfador. Y Pablo Mendoza, junto con toda su cuadrilla, incluso los locos, a los ojos de Luis G. Inclán, de lo mejor. Bueno, hasta los fuegos fueron sensacionales. Aprovecha también la forma de hacer una crítica velada a las clases ilustradas que reprochan y critican esta costumbre, pero “…no me ando entrometiendo”, en momentos en que algunas voces pugnan por que se prohíban las corridas, arguyendo el incremento que debía aplicarse a las rentas municipales.

   Su afición que es explícita no puede ser más evidente en los versos con que cierra su impresión sobre la corrida más reciente, versos que van así:

 Yo estoy por toros y toros

Aunque empeñe mi chaqueta,

Con placer doy mi peseta,

Mientras otros al as de oros

Pierden hasta la chaveta.

GRABADO DE LUIS G. INCLÁN

Grabado de Luis G. Inclán.

¡¡¡Felicidades, don Luis G. Inclán por sus doscientos años de nacimiento!!!

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HOY, 1° DE JUNIO SE CUMPLEN 126 AÑOS DE LA ALTERNATIVA DE PEDRO NOLASCO ACOSTA.

EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

I

   Pedro Nolasco Acosta nace allá por 1851 en San Luis Potosí y muere en la misma ciudad un 3 de noviembre de 1914. Desde muy joven se decidió por la tauromaquia, y convencido de ello fue integrante en cuadrillas que dirigían Bernardo Gaviño, Toribio Peralta La Galuza o Jesús Villegas El Catrín. Para 1874 formó su propia “cuadrilla de gladiadores”, término que se daba por aquel entonces a estas compañías de toreros.

   Pronto se convierte en uno más de aquellos toreros que o controlaron el panorama en su propio feudo, o sea en la matria, condición que ostentó cosa de 10 años.

UNIVERSAL TAURINO Nº 77, ABRIL 1923b

Pedro Nolasco Acosta en 1882. El Universal Taurino N° 77, abril de 1923.

   El Güerito Acosta practicaba como muchos otros, una serie de suertes que eran del gusto de aquellas aficiones, pero no contaba con el hecho de que a partir de 1887 (año de la reanudación de las corridas de toros en la ciudad de México), y con la llegada de un bien articulado frente común de toreros españoles, su destino daría un vuelco radical, ya que el gusto de los taurinos cambió en su forma de percibir y aceptar una tauromaquia que no correspondía con los nuevos tiempos, así que Nolasco Acosta perdió notoriedad, de ahí que recuperara algún aliento en la figura de empresario. Aún así, no quiso perder la oportunidad de recibir la alternativa y esto ocurrió en condiciones que por entonces no favorecieron mucho aquel episodio. Saberse investido por Ponciano Díaz representaba un auténtico atentado en la persona de Pedro Nolasco, pues ello significaba que el de Atenco, como ya había ocurrido en otros sitios, iba a San Luis para conquistar un nuevo territorio, como hizo con otros tantos feudos.

   Cuentan testigos del suceso aquí narrado que al torear en la plaza del Montecillo por los años de 1883 y 1884, el público que ya tenía ídolo propio, Nolasco, no quiso rendir a Ponciano los honores que otros públicos de tributaban y el diestro se marchó de San Luis Potosí resentido y con el consiguiente disgusto. Pero ya hecho matador, se presentó de nuevo en la plaza del “Paseo”, por cierto en forma triunfal. Esto debió hacer efecto para que Ponciano borrara cualquier impresión que años atrás había producido aquel desencuentro, no solo con los aficionados potosinos, sino con el propio Güerito Acosta.

   Fue tal la armonía que Ponciano se constituyó en empresa con Nolasco, anunciando para mayo y junio de 1890 una serie de corridas. Fue el 1° de junio cuando ambos espadas culminaron sus “desencuentros” por lo que Pedro Nolasco Acosta se convertía a los 39 años de su edad en matador de toros, lidiando toros de Espíritu Santo. Lamentablemente esto ocurrió en unos momentos en que ya se percibía el ocaso de la carrera del torero potosino. Y así fue. Los últimos años de su vida los dedicó, como ya se dijo, a la labor como empresario taurino y hubo que pensar en la retirada, la cual se registró el 1° de noviembre de 1906. Lo demás, son recuerdos imborrables de sus jornadas como “señor feudal del toreo”.

II

PEDRO NOLASCO ACOSTA

Pedro Nolasco Acosta, potosino y feudal del toreo.

LA FIESTA Nº. 52, del 19 de septiembre de 1945.

   Como buen “Capitán de Gladiadores”, Pedro Nolasco Acosta creó en los rumbos de San Luis Potosí un auténtico coto de poder, mismo que se extendió entre los años de 1870 y 1880, aproximadamente.

   El Güerito Acosta como familiar y cariñosamente se le conoció se presenta ante nosotros con el sello de figura egregia que, por encima de muchos otros adefesios se dignaban y atrevían torear con aquellas figuras que, a los ojos del siglo XXI son antiestéticas, pero que en su momento deben haber sido aceptadas como parte de una tauromaquia mexicana relajada y distante de la española, más avanzada eso sí, pero también teniendo entre sus filas a figuras con este decorado.

   Sin embargo, Nolasco Acosta guardó con mejores resultados las apariencias, dado que como se ve, asumió su jerarquía con el orgullo de figura, no importando que fuese provinciana y que siempre se quedase provinciana, como delicioso verso de López Velarde o Manuel José Othón.

   Nuestro personaje guardó profunda amistad con Carlos Cuesta Baquero, reconocido periodista taurino entre 1883 y 1950. Y Pedro puso en manos del también conocido como Roque Solares Tacubac dos obras fundamentales como El Toreo. Gran diccionario tauromáquico de José Sánchez de Neira, o los Anales del Toreo de José Velázquez y Sánchez, obras fundamentales para su tiempo con las que se divulgó la técnica y estética del nuevo estado de cosas habido para la tauromaquia en el México de finales del siglo XIX. Aquel efecto trajo consigo una mejor comprensión de las cosas.

   Pedro Nolasco viste un traje al que solo le faltaba sonar con todas esas campanillas que parece llevar, a modo de morillas, en tintileo permanente. Todo lo anterior era de esperarse en el romántico continente del torero decimonónico hecho y forjado en el espectáculo de tamañas banderillas, como el par que aparece a sus pies, simulando fuentes de frutas. Su capa, a lo Robin Hood, la enorme faja y el corbatín “a lo poeta”, rematan un rostro adusto, con esa montera irregular, conjunto perfecto que se preparó para lograr esta imperecedera tarjeta de visita que hoy rememora una figura emblemática, que traspasó todavía con su abundante bigote el siglo XX para despedirse en su natal San Luis Potosí, allá por 1906. 

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SOBRE LA SUERTE DE PONER BANDERILLAS DESDE EL CABALLO.

EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Hemos visto en estos últimos tiempos a Pablo Hermoso de Mendoza colocar banderillas a dos manos, suerte que además se realiza como sabemos, montado en briosos corceles. La misma alcanza dimensiones espectaculares y arranca sinceras ovaciones, pues el público aprecia un momento en el que jinete y caballo se enfilan al hilo de las tablas. En terreno tan comprometido el toro acomete, aprieta el paso hasta que el conjunto permite que se logre un momento de auténtica brillantez. Ese mismo alarde lo llevó a la práctica hace cosa de unos 20 o 30 años el rejoneador capitalino Ramón Serrano, también con bastante éxito.

   La historia por fortuna nos proporciona datos en los que esa suerte ha tenido otros exponentes, y de ellos me ocuparé a continuación.

IGNACIO GADEA POR LUIS G. INCLÁN...

PONER BANDERILLAS. Algunos sujetos saben parear, y esto se ejecuta a la media vuelta y caso de estar, el toro aplomado, al sesgo, corriendo, o al trascuerno, como lo ejecutan los toreros, y ya sea para parear o solo poner una, este es el modo común de ejecutarlo; algunos también prenden una banderilla al alcance, es decir, cuando el toro va embrocado en el mismo viaje que lleva el caballo, el jinete se echa para atrás y se la pone al toro cuando llega al alcance de su brazo. Probablemente el personaje que aparece en la ilustración que elaboró el autor de Astucia sea el propio Ignacio Gadea. En Luis G. Inclán: ESPLICACIÓN DE LAS SUERTES DE TAUROMAQUIA QUE EJECUTAN LOS DIESTROS EN LAS CORRIDAS DE TOROS, SACADA DEL ARTE DE TOREAR ESCRITA POR EL DISTINGUIDO MAESTRO FRANCISCO MONTES. México, Imprenta de Inclán, San José el Real Núm. 7. 1862. Edición facsimilar presentada por la Unión de Bibliófilos Taurinos de España. Madrid, 1995.

   Se sabe que tan arriesgada como emocionante composición tuvo, a lo largo del siglo XIX a intérpretes como un criado del virrey D. José Iturrigaray, de apellido Aguilera si mal no recuerdo. Al mediar ese siglo, Ignacio Gadea no solo la practicó sino que se anunciaba como el inventor de la misma. Su presentación ocurrió el 23 de enero de 1853 en la plaza de toros del “Paseo Nuevo” con el siguiente cartel: Cuadrilla de Bernardo Gaviño. 6 toros de Atenco.

   “Se presentará por primera vez en esta capital una notabilidad en el ARTE para BANDERILLEAR A CABALLO, el famoso IGNACIO GADEA, quien desempeñará esa suerte con el caballo ensillado, poniendo también algunas flores en la frente, y después en pelo, arrojando atrevidamente la silla, sin apearse, colocará otros pares de banderillas. Teniendo además la habilidad de COLEAR de una manera enteramente nueva y desconocida en esta capital, dará también una prueba de ella”. A Gadea, poblano de nacimiento, siguieron otros ejecutantes, como Felipe Hernández, Lino Zamora, Pedro Nolasco Acosta, Arcadio Reyes “El Zarco”, María Aguirre “La Charrita Mexicana” pero principalmente Ponciano Díaz que llegó a sublimar dicha notoriedad desde el caballo, lo mismo montado en silla que a “pelo”. Dicha suerte la presentó infinidad de ocasiones, destacando las que ejecutó en su campaña por ruedos españoles, entre el verano y el otoño de 1889. En aquellas jornadas, acompañado de Vicente Oropeza y Celso González, los tres charros mexicanos asombraron a la afición hispana que les tributó grandes ovaciones, a cambio de una serie de demostraciones como jaripeo, lazar y colear.

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Arcadio Reyes “El Zarco”, uno más de los compañeros de andanzas de Ponciano Díaz, llegó a picar toros y a dominar la suerte de banderillas a caballo como su contemporáneo, el espada de Atenco. Brilló “El Zarco” entre los últimos tres lustros del XIX y los dos primeros del XX. LA FIESTA Nº 192, del 25 de noviembre de 1948

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Un par de banderillas a caballo colocado por “La Charrita mexicana”. Grabado en relieve de plomo, por José Guadalupe Posada. Ambas imágenes en Carlos Haces y Marco Antonio Pulido: “LOS TOROS de José Guadalupe Posada”. México, Ediciones Ermitaño, 1985. s/n. Ils. grabs. (Ediciones del Ermitaño).

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La estatura más bien regular de Ponciano Díaz se ve rebasada por la figura propia de la personalidad y popularidad que llegó, incluso a grados de idolatría mayor. Compararlo con los curados de Apam y con la virgen de Guadalupe…, eso no le decimos nosotros, lo dijo el pueblo en su tiempo.

Fernando Claramunt. HISTORIA ILUSTRADA DE LA TAUROMAQUIA. Madrid, Espasa-Calpe 1989, T. I., p. 407.

   Diversos poemas, versos y corridos recuerdan tal momento, como estos de 1887:

Banderilleaba a caballo…

 

Banderilleaba a caballo

a cualquier bicho rejego,

y esto lo subía de fama

y aquilataba su precio.

 

No hubo plaza en que no fuera

de todo mundo apreciado.

Luego que se presentaba

gritaban, ¡Ahora, Ponciano!

 

¡Ahora, Ponciano!, le dicen

le dicen con entusiasmo,

mata bien a ese torito,

en descanso ponle el alma.

 

¡Que viva Ponciano Díaz!

¡Viva Bernardo Gaviño!

¡Vivan todos sus toreros!

 

¡Ahora Ponciano!, le gritan:

Entre todos sus amigos,

hoy te vendremos a ver

en el siguiente domingo (sic.)

   Ya en el siglo XX, un charro de apellido Velázquez no quiso quedarse atrás en estos menesteres, lo mismo que ocurrió con los Aparicio varios lustros más tarde. Ellos fueron quienes dieron continuidad a una suerte que hoy, por fortuna, sigue presente no solo en el imaginario colectivo, sino en el repertorio de varias de las celebridades en el toreo de a caballo de mayor realce, así como de otros principiantes en quienes se tiene asegurada su continuidad, la de una suerte que es eminentemente de manufactura mexicana.

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16 DE MARZO DE 1887 y 1890. DOS ESCÁNDALOS TAURINOS SIN PRECEDENTES.

EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS MEXICANAS. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Es inevitable no recordar estas dos fechas, ocurridas un mismo día, con diferencia de tres años, pero con circunstancias similares en su contenido. En ambas, el detonante fue el pésimo ganado que se lidió: Santa Ana la Presa y Santín respectivamente. De aquella, apenas se sabe que eran de procedencia desconocida, sin referencia que le identificara como dedicada en específico a la “crianza” de toros para la lidia. De Santín, hay toda una historia, pues por aquel entonces, cobraban fama por ser bravos, de buena presencia y hasta se les llegó a llamar “toros nacionales”, pues no estaban cruzados con ganado español (lo que comenzó a ser un hecho a partir del mismo 1887 en otras ganaderías). Por el contrario, conservaba mucho de la esencia criolla, aspecto que particularizó a los “santineños” hasta 1924, cuando su propietario, D. José Julio Barbabosa decidió adquirir ganado español para una cruza más efectiva.

 PLAZA DE TOROS “SAN RAFAEL”, CIUDAD DE MÉXICO. Miércoles 16 de marzo de 1887. Luis Mazzantini y Diego Prieto “Cuatro Dedos”. Seis toros de muerte de la Hacienda de Santa Ana la Presa, propiedad del Sr. Manuel González, con divisas de colores naturales.

MAZZANTINI EN MÉXICO...

   El 16 de marzo de 1887, se presentaba en la plaza de toros “San Rafael” Luis Mazzantini, acompañado de Diego Prieto “Cuatro Dedos”. Uno a uno, los toros de Santa Ana la Presa mostraron ser un conjunto de mansos ilidiables con lo que los españoles no pudieron hacer gran cosa. Precedido de una fama poco común por entonces, Mazzantini fue blanco de los ataques, sobre todo porque apenas habían pasado algunas semanas en que los festejos taurinos se habían reanudado en la ciudad de México bajo el influjo de Ponciano Díaz, lo que marcaba un fuerte ambiente de nacionalismo que creció tanto por aquellos días, al punto que se deformó la pasión a extremos de patrioterismo y chauvinismo. Ese por tanto no era un buen momento, pero el frente español decidió consumar paso a paso la que considero como “reconquista vestida de luces”. Sin embargo, para que esto sucediera, hubo de sortear una serie de circunstancias que, como la ocurrida el 16 de marzo de 1887, representaba un alto riesgo que se consumó en tamaña bronca, la cual terminó con la destrucción parcial de la plaza, así como con el hecho de que el diestro guipuzcoano tuviese que salir escoltado por la policía con rumbo hacia la estación del ferrocarril. En el camino, los denuestos, gritos, y objetos lanzados se convirtieron en agresión descontrolada, faltando poco para que las cosas llegaran a situación más desagradable. Ya en los andenes, don Luis, junto con los de su cuadrilla –y según lo cuenta curiosa anécdota-, se despojó de una de sus zapatillas, misma que sacudió violentamente al tiempo de sentenciar: “¡De esta tierra de salvajes, ni el polvo…!”

   Esa sola frase se convirtió en una especie de leyenda urbana, y hubo incluso semanario taurino que la ilustró como verán a continuación:

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La tarde del 16 de marzo de 1887 Luis Mazzantini tuvo la desgracia de apechugar con ganado muy manso. El público, airado, agredió al torero en su huida de la plaza “SAN RAFAEL” a la estación del ferrocarril. Allí, molesto declaró: ¡¡¡DE MÉXICO, NI EL POLVO…!!! (El Monosabio Nº. 1 del 26 de noviembre de 1887). Archivo General de la Nación, Hemeroteca.

   Tal fue la notoriedad de aquellas palabras que la prensa respondió con contundencia: “¿De México, ni el polvo…, pero qué tal las talegas de oro?”

   La otra jornada, protagonizada por Juan Ruiz Lagartija sucedió el mismo día del mes, sólo que de 1890. El escenario: plaza de toros “El Paseo”. La crónica, no sé si de “Carolus” (Carlos M. López) o de “Nemo” (Carlos Cuesta Baquero); quizá del mismo José Quijano “Joseíto”… Quien haya sido, fue severa crítica de aquel escándalo. La sola novedad de traerla hasta aquí bien vale un potosí.

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UN LÍO INICUO.

   Por la centésima, por la milésima vez los constantes y desgraciadísimos aficionados a toros en México, han presenciado el domingo último o sea 16 de marzo de 1890 (necesitamos fijar la fecha porque lo merece por lo aciaga) el lío más infame, la trampa más escandalosa, la burla más sangrienta que han visto ojos humanos, en lo que va del siglo.

   ¿En dónde? En la que será para siempre memorable Plaza del Paseo.

   ¿Por qué? Lo vamos a decir poniendo los puntos sobre las íes, con la ruda franqueza que acostumbramos y con la claridad que el caso demanda, en busca de dos cosas: o el castigo severo para los culpables, seguido de medidas oportunas para que los sucesos de que se trata no se vuelvan a repetir; o como simple protesta en representación de los aficionados en particular y del público en general.

   Se anunció beneficio de Lagartija, es decir, una función en que apelaba al favor del público para que éste no dejara de concurrir, contribuyendo así a premiar sus afanes, desvelos y su buena voluntad para dar gusto al que le paga. A raíz de una pésima corrida de la que los concurrentes salieron disgustadísimos, porque ni toros ni toreros cumplieron, era de suponerse que se buscaría el modo de borrar tan fatal impresión presentando toros de precio y por ende buenos y esmerando su trabajo los encargados de lidiarlos.

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Juan Ruiz “Lagartija”. En El Enano, del 18 de noviembre de 1900.

   En efecto, a media semana, ya se veían fijados los respectivos anuncios, ofreciendo seis toros de Santín por valor de mil veinte duros o sean cinco mil cien pesetas españolas,  para contar como cuentan en la tierra de Lagartija: veinte mil cuatrocientos reales. Con más, un toro regalado, que por más que tenía un nombre burlesco, venía encomiado por su dueño el Sr. Barbabosa, verdadero Tata Severo con nosotros los que fuimos tan inocentes de creer en sus promesas.

   La verdad es que los tales regalitos nos tienen ya escamados y que casi se puede sentar la regla de que habiendo generosidad de parte de un ganadero o de la empresa, se debe desconfiar del éxito y aun asegurar el camelo.

   Como si lo hubiéramos visto! No sólo camelo, befa hubo.

   Exceptuando el primer toro que era un animal flacucho, basto y mal forjado, que cumplió, y del segundo que no era más bonito que el anterior y medio cumplió, los restantes o sean cinco, fueron excesivamente malos, lo bastante para quitar en lo sucesivo toda tentación de comprar toros de Santín para las plazas del Distrito, pues eran blandos, burriciegos, reservones y marrajos; se quedaban en banderillas, desafiaban en todas las suertes, bufaban de lo lindo, por lo que se dolían al castigo y acababan aculados y desparramando la vista. En fin, desesperando al público en compañía de los toreros que no ataban ni desataban.

   En cuanto a estos, mucho habría que decir y muy en su lugar si quisiéramos fastidiar al lector; pero no siendo esta nuestra intención, nos conformamos con dar el siguiente resumen, para escarmiento de cándidos y descargo de nuestra indignación.

   Lagartija. De los siete toros que tenía obligación de matar, dos se los quitó de encima cediéndolos a Valladolid y el Pollo de Málaga, cuatro le fueron lanzados y uno mató, con el metisaca más injustificado e impudente de los que han dado los toreros en toda su vida, pues se lo propinó a un toro sencillo y bravo.

   En la lidia dejó hacer horrores y no introdujo el orden que requerían toros tan difíciles. Peones, monosabios, mulilleros y hasta el torilero metían la pata y contribuían a acabar de descomponer el ganado. D. Juan Ruiz se encogía de hombros o se sentaba en el estribo enteramente aturdido. Salió volteado y pisoteado de su primer toro.

   Los banderilleros. Corrieron, corrieron y corrieron… saliendo revolcados Ferrer, Aransaez y Valladolid.

   El resto de la cuadrilla hizo lo que se le dio la gana y convirtió la corrida en herradero. Había momentos en que se confundían en un solo grupo, que apenas se distinguía por el polvo, lazadores, caballos, toros, espada, picadores, banderilleros y monosabios. Hacía falta la cuchara de la autoridad para que sacara aquella olla podrida y la esparciera por los vientos.[1]

   Descrito aquello que todo fue menos corrida de toros, nos queda por asentar el siguiente dilema:

   O los toros del domingo 16 de marzo de 1890, no costaban al beneficiado ciento setenta pesos, como aseguró, o si los pagó a ese precio, el ganadero abusó del beneficiado y del público. En el primer caso, la autoridad debe poner fuertísima multa al torero por sus malos toros y por su mal trabajo, más lo que fuese conveniente por su mala fe; en el segundo caso, se debe recoger el producto de la venta de los toros y entregarse a un establecimiento de beneficencia y no volverse a permitir la lidia de ganado tan caro y tan malo.

   De otra manera, el público no tiene ya garantías y estará siempre a merced del primer hijo de vecino que se proponga medrar a su costa.

   Hasta aquí la crónica que publicó, ya sabemos, El Zurriago Taurino. El Zurriago… o látigo para los malos taurinos pegaba auténticos “chicotazos” que hasta hoy siguen resonando. Gracias a este tipo de documentación, por cierto a la que es bastante difícil de acceder (y en este caso agradezco la generosa ayuda del Lic. Julio Téllez), es posible contemplar cuál era el estado de cosas que prevalecía en un espectáculo en pleno reacomodo, para el que las diversas jornadas violentas y sus respectivos escarmientos sirvieron de mucho, pues con ello se logró encauzar a aquellas puestas en escena que pasaron del caos al orden relativa y metafóricamente hablando. Tendría que arribar el siglo XX con el cual comenzó una nueva etapa, colmada de mejores posibilidades, misma que haría suya Rodolfo Gaona hasta el punto de llevarla por senderos más propicios, estableciendo los cimientos de la tauromaquia moderna que hasta hoy seguimos apreciando, corregida y aumentada.


[1] Verdaderamente hemos pasado un rato de mortificación la tarde del domingo, porque cerca de nosotros se hallaban unos españoles que repetidas veces gritaban a los toreros: “¡Hagan lo que quieran, que al fin están en América!” Y es la verdad: a México estaba reservado que sería el juguete de los toreros. Pero si esto no se puede remediar preferimos que desaparezcan las corridas de toros.

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HOY RECORDAMOS A BERNARDO GAVIÑO y RUEDA A 130 AÑOS DE SU PERCANCE MORTAL EN TEXCOCO.

EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS MEXICANAS. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

I

   La información que se utiliza para dar forma a la presente semblanza, proviene de mi libro: Bernardo Gaviño y Rueda: Español que en México hizo del toreo una expresión mestiza durante el siglo XIX. Prólogo: Jorge Gaviño Ambríz. Nuevo León, Universidad Autónoma de Nuevo León, Peña Taurina “El Toreo” y el Centro de Estudios Taurinos de México, A.C. 2012. 453 p. Ils., fots., grabs., grafs., cuadros.

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   Cuando Bernardo Gaviño se presentó en la ciudad de Texcoco, a donde fue contratado a torear el 31 de enero de 1886, contaba con 73 años de su edad. Pero no solo era la edad uno de los grandes inconvenientes, sino también sus condiciones económicas. Prácticamente estaba en la miseria, por lo que aceptó un contrato en el que se le pagaban honorarios equivalentes a $30.00 mismos que aceptó. Según los datos recogidos de aquella triste jornada quedan estos testimonios:

PLAZA DE TOROS DE TEXCOCO, EDO. DE MÉXICO. 31 de enero. Toros de Ayala. Bernardo Gaviño, Francisco Gómez “Chiclanero” y José de la Luz Gavidia. El gaditano fue herido por el tercer toro CHICHARRÓN de nombre. El periódico EL SIGLO XIX reporta la noticia de la siguiente manera: El Capitán Bernardo Gaviño fue herido por el tercer toro y parece que de gravedad; igualmente lo fue un torero en el momento de clavar unas banderillas, quien probablemente perderá el brazo que le hizo pedazos el animal; y por último, una mujer cuyo nombre se desconoce, quien recibió una ligera cornada también en el momento de banderillar. El toro “Chicharrón” fue despachado “a la difuntería por el intrépido torero Carlos Sánchez”. Bernardo murió a las nueve y media de la noche del jueves 11 de febrero.[1]

   “Dio muerte a 2,756 bichos. Se dice que murió pobre, pero hay quien asegura que testó una gran fortuna. Gaviño a última hora recibió los auxilios espirituales”. (LA VOZ DE MÉXICO).

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Cromolitografía de La Muleta. El autor de esta precisa recreación es Carlos Noriega, integrante del equipo de aquella publicación, que dirigió Eduardo Noriega “Trespicos”. México, 1888. De la colección de Julio Téllez García.

II

   La presencia de Bernardo Gaviño y Rueda (1812-1886) se abre como un gran abanico de posibilidades que nos permite entender a uno de los personajes más fascinantes que brillaron durante buena parte del siglo XIX en el México taurino, mismo que se vio iluminado por una poderosa influencia técnica y estética planteada sin mayores propósitos que los de aportar conocimientos aprendidos y aprehendidos también en la España que abandona entre 1828 y 1829, momento en que comenzó su largo peregrinar como torero en América. Llega a Montevideo, Uruguay en 1829, lugar en el que sus incursiones taurinas y más aún, los datos, son escasos. Pero el 30 de mayo de 1831 se presenta ante el público de la Habana, lugar en el que, durante tres años toreó alternando con el esforzado espada Rebollo, natural de Huelva, con Bartolo Megigosa, de Cádiz, con José Díaz (a) Mosquita y con el mexicano Manuel Bravo, matadores todos que disfrutaban de merecido prestigio en la capital de la gran Antilla. Bernardo Gaviño es un torero cercano a figuras de la talla de Francisco Arjona Cúchares o de Francisco Montes Paquiro, quienes fueron los dos alumnos más adelantados de la Escuela de Tauromaquia en Sevilla, impulsada por el rey Fernando VII y dirigida por el ilustre Pedro Romero.

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Heredia ilustró, Cumplido publicó. Escena fascinante de la REAL PLAZA DE TOROS DE SAN PABLO. La fiesta poco a poco va mostrando signos de lo que ya es para los años 30 del siglo XIX. Fuente: Colección del autor.

   Antes de su salida definitiva de España, también se encuentra muy cerca de Juan León Leoncillo con quien asimila lecciones básicas del toreo que luego, en América, pero específicamente en México, pondrá en práctica. En búsqueda incesante de información al respecto de su incorporación o no a la mencionada Escuela de Tauromaquia en Sevilla no se ha encontrado información que permita deducir si efectivamente formó parte de dicha institución. Todo esto viene a cuento por la sencilla razón de que a modo particular pudo dejar huellas trascendentes que prendieron en el ánimo americano recién estrenado en independencias, las cuales mostraron el rechazo natural a aquello que resultara de origen español, y que ya veremos no lo fue en su totalidad, dadas las diferentes formas de sistema (más bien de intento) político que fueron dándose en nuestro país. Sin embargo una herencia tres veces centenaria como la española en América deja factores de arraigo muy marcados que difícilmente pueden desaparecer de un panorama que ha vivido y compartido durante todo ese tiempo en nuestra nación. Así, el religioso y el taurino sobreviven en algunos nuevos países dada la circunstancia de su independencia.

   México vivió bajo el impacto permanente de sinfín de condiciones políticas y sociales, las cuales dejaron continuar con estas dos muy importantes razones de ser, bajo características que eran a su vez, un modelo de lo español, pero bajo circunstancia americana. Esta nueva particularidad dio como resultado un conjunto de personajes que desearon el poder y lo hicieron suyo algunos de ellos, dándole giros de extravagancia; como el caso de “su alteza serenísima”, trato que se le dio a “don” Antonio López de Santa Anna. En medio de ciertas contradicciones y con rechazos emanados en esta nueva forma de vivir independiente, la fiesta de los toros se hizo cada vez más mexicana, pero sin renunciar a un pasado y a una influencia de puro sentido hispano que seguía siendo importante para el devenir de dicho espectáculo que se quedó entre nosotros. Bernardo, quien se presenta en las plazas de México a partir de 1835 (aunque hay datos que señalan el año de 1829 como el de su aparición en nuestro país) es aceptado a tal punto que lo hizo suyo la afición que aprendió a ver toros como se estilaba por entonces en España. Gaviño entendió muy pronto que apropiarse del control, no significaba ser el estereotipo de un español repudiado por la reciente estela de condiciones establecidas por un país que ha expulsado a un grupo importante de hispanos a quienes se les aplicó cargo de culpa sobre todo aquello que significó la presencia de factores de coloniaje.

   El toreo durante los primeros 50 años del siglo XIX va a mostrar una sucesión en la que los protagonistas principales, que fueron los toreros de a pie, mismos que desplazaron a los caballeros, serán a partir de esos momentos personajes secundarios; por lo que la fiesta adquirió y asumió valores desordenados sí, pero legítimos. Es más,

En una corrida de toros de la época, pues, tenía indiscutible cabida cualquier manera de enfrentarse el hombre con el bovino, a pie o a caballo, con tal de que significara empeño gracioso o gala de valentía. A nadie se le ocurría, entonces, pretender restar méritos a la labor del diestro si éste no se ceñía muy estrictamente a formas preestablecidas.

Benjamín Flores Hernández.

   A su vez, las fiestas en medio de ese desorden, lograban cautivar, trascender y permanecer en el gusto no sólo de un pueblo que se divertía; no sólo de los gobernantes y caudillos que hasta llegó a haber más de uno que se enfrentó a los toros. También el espíritu emancipador empujaba a lograr una autenticidad taurómaca nacional. Y se ha escrito «desorden», resultado de un feliz comportamiento social, que resquebrajaba el viejo orden. Desorden, que es sinónimo de anarquía fruto de comportamientos muy significativos entre fines del siglo XVIII y buena parte del XIX. Vale la pena detenernos un momento para entender que el hecho de mencionar la expresión de «desorden», es porque no se da y ni se va a dar bajo calificación peyorativa. Es, más bien una manera de explicar la condición del toreo cuando este asume características más propias, alejándose en consecuencia de los lineamientos españoles, aunque su traza arquitectónica haya quedado plasmada de manera permanente en las distintas etapas del toreo mexicano; que también supo andar sólo. Así rebasaron la frontera del XIX y continuaron su marcha bajo sintomáticos cambios y variantes que, para la historia taurómaca se enriquece sobremanera, pues participan activamente algunos de los más representativos personajes del momento: Hidalgo, Allende, Morelos o el jefe interino de la provincia de México Luis Quintanar. Años más tarde, las corridas de toros decayeron (un incendio en la plaza San Pablo causó larga espera, desde 1821 y hasta 1833 en que se reinauguró). Prevalecía también aquel ambiente antihispano, que tomó la cruel decisión (cruel y no, ya que no fueron en realidad tantos) de la expulsión de españoles -justo en el régimen de Gómez Pedraza, y que Vicente Guerrero, la decidió y enfrentó-. De ese grupo de numerosos hispanos avecindados en México, había comerciantes, mismos que no se podía ni debía lanzar, pues ellos constituían un soporte, un sustento de la economía cabizbaja de un México en reciente despertar libertario. En medio de ese turbio ambiente, pocas son las referencias que se reúnen para dar una idea del trasfondo taurino en el cambio que operó en plena mexicanidad.

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La plaza de EL PASEO NUEVO, como se ve, ya solo es una ruina, sitio que se ocupó -luego de la prohibición de 1867- a funciones de circo y acrobacia. Fue derribada en 1873.

Foto estereoscópica (ca. 1870). Fuente: Archivo General de la Nación [A.G.N.] Fondo: Felipe Teixidor.

   Con la de nuestros antepasados era posible sostener un fiesta-espectáculo que caía en la improvisación más absoluta y válida para aquel momento; alimentada por aquellos residuos de las postrimerías dieciochescas, mezclados con nuevos factores de autonomía e idiosincrasia propias de la independencia durante buena parte del siglo pasado. Y aunque diversos cosos de vida muy corta continuaron funcionando, lentamente su ritmo se consumió hasta serle entregada la batuta del orden a la Real Plaza de toros de San Pablo, y para 1851 a la del Paseo Nuevo. Fueron escenarios de cambio, de nuevas opciones, pero de tan poco peso en su valor no de la búsqueda del lucimiento, que ya estaba implícito, sino en la defensa o sostenimiento de las bases auténticas de la tauromaquia.

   Así, con la presencia de toreros en zancos, de representaciones teatrales combinadas con la bravura del astado en el ruedo; de montes parnasos y cucañas; de toros embolados, globos aerostáticos, fuegos artificiales y liebres que corrían en todas direcciones de la plaza, la fiesta se descubría  con variaciones del más intenso colorido. Los años pasaban hasta que en 1835 llegó procedente de Cuba, Bernardo Gaviño y Rueda a quien puede considerársele como la directriz que puso un orden y un sentido más racional, aunque no permanente a la tauromaquia mexicana. Y es que don Bernardo acabó mexicanizándose; acabó siendo una pieza del ser mestizo, pero fundamentalmente tutor espiritual del toreo en nuestro país durante el siglo que nos congrega.

   La reinterpretación histórico-biográfica que pretendo desarrollar tiene como objetivos los de desentrañar a un personaje del que se han escrito pasajes muy interesantes, pero que no nos dan, todavía, un perfil exacto de su importancia. Bernardo Gaviño no era un torero más en el espacio mexicano Con él va a darse la correspondencia y la comunicación también de dos estilos, el mexicano y el español de torear que, unidos, dieron en consecuencia con el panorama universal que, sin saberlo se estaba trazando. Más tarde, Ponciano Díaz, pero fundamentalmente Rodolfo Gaona remontan este nivel de calidad a su verdadero sentido que nutre -por igual- a España que a México.

   Bernardo, seguramente no se imaginó que su influencia marcaría hitos en el avance de una fiesta que, con todo y su bagaje cargado de nacionalismos, a veces eran llevados al extremo del chauvinismo o del jingoísmo por parte del pueblo (el concepto “afición”, con toda su carga de significados, despertará plenamente hasta 1887). Goza el gaditano de haber sido protagonista de epístolas y novelas (como las de Madame Calderón de la Barca o Luis G. Inclán). Su nombre adquiere fama en importante número de versos escritos por la lira popular y en más de alguna cita periodística de su época, lograda por plumas de altos vuelos literarios.

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Retrato de Fernando Hernández, miembro de la cuadrilla de Bernardo Gaviño.

Fuente: Domingo Ibarra. Historia del toreo en México que contiene: El primitivo origen de las lides de toros, reminiscencias desde que en México se levantó el primer redondel, fiasco que hizo el torero español Luís Mazzantini, recuerdos de Bernardo Gaviño y reseña de las corridas habidas en las nuevas plazas de San Rafael, del Paseo y de Colón, en el mes de abril de 1887.

   Luego de su infortunada muerte se le recuerda con cariño, devoción y respeto por personajes que, o le vieron torear en sus mejores tiempos (Brantz Mayer), o en su decadencia (José Juan Tablada) o por aquellos a quienes se les contó parte de su vida relatada cual páginas noveladas, pero llevadas al campo de hechos más tangibles (Carlos Cuesta Baquero, Roque Solares Tacubac).

   Sobre todo con este último autor vamos a tener encuentros permanentes, puesto que se cuenta con una vasta información de primera mano, no por tratarse de aquella escrita en la época de esplendor del gaditano. No. Se trata de recrear los pasajes que describe con amplitud luego de que los escuchó de boca de muchos viejos aficionados, o escritos por plumas de las primeras publicaciones taurinas que circularon en México, desde 1884 (El arte de la lidia, de Julio Bonilla). Gracias a dichos apuntes lograremos el mejor de los perfiles que actualmente deben tenerse ya sobre este personaje, quien decide el devenir de la fiesta en nuestro país. ¿Por qué devenir y no porvenir? Probablemente porque el porvenir propiamente dicho se dio a partir de 1887, año en que un grupo de diestros españoles comandados por Luis Mazzantini, José Machío, Diego Prieto, Ramón López, Saturnino Frutos y otros desplegarán toda la influencia que decidirá un cambio de suma importancia en el gusto de la afición en cuanto tal, apoyada en publicaciones y en direcciones técnicas establecidas por una prensa aleccionada gracias al apoyo de lecturas hechas a diferentes tratados, escritos por autores españoles que reconocían en el toreo un progreso, una evolución plenamente establecidos.

   Un devenir como sobrevenir, o suceder porque Gaviño se va a convertir en el encargado de dominar la situación taurina en el transcurso de 50 años, en los cuales impuso su poder, e incluso, hasta su tiranía. Ello, probablemente no permitió grandes avances a una tauromaquia, como la mexicana, misma que en medio de ese devenir, no pudo contemplar abiertamente el porvenir.

   Antes, permítaseme explicar que, al echar mano del término “mestizo” es porque lo considero como resultado de la mezcla de culturas distintas, que da origen a una nueva.

   El mestizaje como fenómeno histórico se consolida en el siglo antepasado y con la independencia, buscando “ser” “nosotros”. Esta doble afirmación del “ser” como entidad y “nosotros” como el conjunto todo de nuevos ciudadanos, es un permanente desentrañar sobre lo que fue; sobre lo que es, y sobre lo que será la voluntad del mexicano en cuanto tal.

   Históricamente es un proceso que, además de complicado por los múltiples factores incluidos para su constitución, transitó en momentos en que la nueva nación se debatía en las luchas por el poder. Sin embargo, el mestizaje se yergue orgulloso, como extensión del criollismo novohispano, pero también como integración concreta, fruto de la unión del padre español y la madre indígena.

   Dispongámonos a hacer un recorrido que nos aportará valiosos conocimientos no solo en el terreno taurino Tendremos oportunidad de conocer parte de la vida política y social predominante en los 50 años que influyó quien ahora se convierte en protagonista de un nuevo pasaje de reinterpretaciones históricas:

 AUTÓGRAFO BGyR

III

    Hasta aquí, el registro “localizado” arroja la cantidad de poco más de 700 actuaciones (exactamente 725) que, para el propósito de este trabajo se trata de una suma muy importante, la cual nos traduce a Gaviño convertido en un torero solicitado constantemente por las empresas que lo contratan, o un Gaviño que asimismo se organiza corridas “a beneficio”, como empresario, labor que realizó en compañía de sus hermanos Manuel y José Ramón Gaviño; aquel banderillero y miembro de su cuadrilla. Este, simplemente metido a dicha aventura empresarial.

   Ciudades o pueblos tales como: el Distrito Federal, Morelia, Puebla, Chihuahua, Durango, Guanajuato, Toluca, Tenango del Valle, Tenancingo, Texcoco y otras villas en nuestro país; y plazas de la Habana, Venezuela o Perú son los sitios donde actuará con mayor frecuencia. Pocos en verdad, pero pródigos en cantidad de corridas toreadas.

   Un dato como mero presupuesto complementario a todo esto es que Bernardo Gaviño en toda su trayectoria debe haber actuado en aproximadamente 1,100 o ¿2,000? festejos.[2] Dichas cifras se determinan a partir del siguiente ejemplo:

-Si Rafael González “Machaquito” toreó durante su carrera 754 corridas, y mató 1853 toros. Y tomando en cuenta el dato publicado en el periódico LA VOZ DE MÉXICO, de que Bernardo Gaviño “dio muerte a 2,756 bichos” (CASO Nº 1), así como el que proporciona EL ARTE DE LA LIDIA de “que en el ejercicio de su profesión dio muerte a más de 5,000 toros de las mejores ganaderías” (CASO Nº 2), entonces, aplicando una simple regla de tres tenemos los siguientes datos:

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   Como vemos, el CASO Nº 2 viene a duplicar –por la lógica de Perogrullo- al CASO Nº 1 y esto origina un gran conflicto, pues de inmediato nos hacemos la pregunta: ¿a cuál de las dos cantidades creerle, si la fuente procede de hemerografía contemporánea a Gaviño; tanto LA VOZ DE MÉXICO como EL ARTE DE LA LIDIA, que se suponen bastante enteradas en cuanto a sus informes? Una respecto de la otra se incrementa casi un 100 %

   1,121 o 2,034 festejos parecen ser una cantidad por demás excesiva, ya que no era un número convencional para un matador de toros como es el caso de Gaviño, a pesar de sus 57 años en la profesión en América. Sin embargo, los números aquí registrados quedan como evidencia, luego de la localización no del todo definitiva y en un primer gran balance, de 725 festejos que van de 1835 a 1886, quedando por incluirse una de sus actuaciones, la de la Habana, en 1831.

   Sea lo que fuere, Bernardo Gaviño y Rueda tuvo incontables triunfos que se acumulan en más de medio siglo de andanzas toreras, la mayoría de ellas, en nuestro país. No se concretó ser un diestro que limitara su mando en una sola nación. También pudo lograrlo en algunas otras del continente americano y allí su nombre y su memoria quedaron grabados en la historia de la tauromaquia de este lado del mundo.

   Incluyo enseguida las Tablas 4.1 y 4.2, así como la Gráfica Nº 4.1, donde se presenta el balance indicado al inicio de la “Continuación…” a este capítulo cuarto.

   Quiero mencionar una vez más el nombre de Heriberto Lanfranchi, quien, al margen de su obra capital: LA FIESTA BRAVA EN MÉXICO Y EN ESPAÑA. 1519-1969, me permitió consultar sus apuntes personales que, por razones de espacio no pudo incluir en dicho trabajo y que enriquecen notablemente la acumulación de datos que sirvieron para sustentar el “Cuadro de actuaciones” que aquí se han trabajado hasta el delirio de lo exhaustivo. Por su desinteresada colaboración a este trabajo, muchas gracias.

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 IV

UN CORRIDO RECUERDA A GAVIÑO. 

   Común en aquella época, el corrido, fue (y creo que sigue siendo) una manifestación popular que emanaba casi siempre de la inspiración popular, y para quedar en ese territorio, muchas veces sin autor específico. Es decir, obra del anonimato, despertaba con su letra vibrante y nostálgica fuerte clamor que corría de boca en boca, hasta los rincones más alejados de la nación, para convertirse en una noticia nada ajena al pueblo, mismo que hacía suya la desgracia o el hecho sorprendente que transpiraban aquellos versos convertidos en voceros del acontecimiento recién ocurrido. Tal es el caso de este corrido dedicado a Bernardo Gaviño, cuyo rescate se debe al trabajo del notable investigador Vicente T. Mendoza, que publica en: El romance español y el corrido mexicano y El corrido mexicano Como arrancadas de una hoja de papel volando, van aquí las siguientes notas:

CORRIDO DE BERNARDO GAVIÑO.

 Bernardo Gaviño, el diestro

Que tanto furor causó

En la plaza de Texcoco

Lidiando un toro murió.

Su valor no lo libró

De suerte tan desgraciada,

Y aunque tenía bien sentada

Su fama como torero,

Un toro prieto matrero

Lo mató de una cornada.

 

Fue del pueblo mexicano

El torero consentido,

Y él fue el que le dio a Ponciano

La fama que ha merecido,

Siempre se miró aplaudido,

Pues con su gracia y valor

Supo granjearse el favor

Del pueblo más exigente,

Que vio en Bernardo al valiente

Y sereno toreador.

 

¿Quién se lo había de decir

después de tanto lidiar,

que un toro de escasa ley

al fin lo había de matar?

Y quien no ha de recordar

Con el placer más sincero

Al simpático torero

Que, sin mostrarse cobarde,

Hacía de valor alarde

Como matador certero?

 

Pero un torito de Ayala

La carrera le cortó,

Y en la plaza de Texcoco

Don Bernardo falleció;

Todo México sintió

La muerte de este torero,

Que en el país fue el primero

Por su arrojo y su valor,

Conquistándose el favor

De todo el público entero.

 

UNOS VERSOS MÁS.

1992

 

El corrido.

 Aguascalientes, 1943.

 I

 En la llanura del cielo

los luceros, sorprendidos

por la astuta madrugada,

fueron perdiendo sus brillos.

El reloj de la parroquia

dejó caer hasta cinco

campanadas; allá, lejos,

hubo un coro de ladridos,

y contestaron los gallos

con sus clarines de vidrio.

 

Entre los altos jarales

al otro lado del río,

aparece un centenar

de jinetes amarillos

cuyos caballos se azuzan

en réplica de relinchos.

 

Ya la garita del puente

cambió los primeros tiros,

que se alejaron rodando

por el aire amanecido.

¡Ya crece la polvareda!

¡Ya se corona de gritos

la torre! ¡Ya se reparte

la alarma entre los vecinos!

 

¡Ya parecen esquitera

los disparos en el río!

 

En la mitad de la plaza

el jefe Pedro Trujillo

-chispas de fiebre los ojos,

par de pistolas el cinto,[3]

valiente como los buenos

y como un roble macizo-

a gritos anda reuniendo

a sus treinta campesinos:

-“Chueco, ¡tú con los muchachos…!

¡Me le tupen a los tiros

pa´l lado de la Huertita…!

Y tú, Chon, junto con Sixto,

te pintas pa Cueva Grande

pa que nos traigan auxilio.

¡Sube a la torre, Crescencio!

Ándele usté, don Cirilo,

váyaseme por los maestros

pa que nos echen corridos…”

 

Preparada la defensa,

cual burbujas, en el tibio

sol naciente, los disparos

revientan en blanquecino

penacho de humo, y el eco

prolonga los estampidos.

 

El arpa y la jaranita,

la guitarra y el requinto

se afina, y canta un viejo

con bronca voz de barítono:

“…Qué bonito era Bernal

en su caballo retinto

con su pistola en la mano

peleando con treinta y cinco…”

 

¡Cómo arrebata la sangre

la música del Corrido!

 

Crescencio desde la torre

se desploma en el vacío,

mordida la maldición

entre los labios mordidos.

 

El máuser ya se desprende

de las manos de Remigio;

Remigio tiene en las manos

volcados los entresijos.

 

Un emisario se acerca

a la distancia de un grito

proponiendo a los del pueblo

la rendición, y Trujillo,

entre dos escupitajos,

de rabia descolorido

-cruz de cananas al pecho-

contesta: ¡No nos rendimos…!

 

En vano miden sus ojos

el gusano del camino.

Son polvaredas del viento,

no de tropeles amigos.

 

Arrecia la granizada.

pasan silbando al oído

las balas. Surcan los aires

enjambres enfurecidos.

Abejas de plomo liban

rojos claveles sombríos,

entre los que ya la muerte

anda formando su nido.

 

Y dominando el tumulto,

torvo, vibrante, magnífico,

el jefe Pedro dispara

de pólvora ennegrecido.

 

Uno a uno van cayendo

los oscuros campesinos.

 

Sobre el fortín de la torre,

sucio y rasgado el corpiño,

con la cabellera suelta

por la espalda, y oprimido

el pecho por un sollozo

punzante como cuchillo,

posando sobre los muertos

sus ojos negros y vivos,

pasa en el viento, flotando,

la Musa de los Corridos.

 II

 Señores, soy el Corrido.

Señores, vengo a cantar.

No porque soy hombre pobre

me vayan a despreciar.

 

Vénganse mis valedores,

mis buenos compas del rancho,

y estamos ya recordando

las glorias del sombrero ancho.

 

China de los ojos negros,

la del andar tan garboso,

cobíjame con tus trenzas

debajo de tu rebozo.

 

Rosa, Rosita, Rosaura,

vamos todos a entonar

al compás de las guitarras

el corrido popular.

 

Ya sabrán que el otro día

dijo una persona fina:

-Ese corrido, señores,

cuando canta, desafina.

 

Vuela, vuela, palomita,

dile a la gente letrada

que yo soy la voz del pueblo

y que no les pido nada.

 

De las fronteras del norte

hasta Chilpancingo soy

el Corrido Mexicano

por dondequiera que voy.

 

Que lo cuenten los que saben

cómo tengo el corazón,

que lo digan Rubén Campos

y Francisco Díaz de León.

 

Coahuila y Aguascalientes,

Michoacán, Puebla y San Luis

y Guanajuato y Durango

les pueden hablar de mí.

 

En la feria de Texcoco

murió Bernardo Gaviño.

¡Cómo me pudo, señores,

lo de aquel torito indino!

 

El diecinueve de marzo

del año de ochenta y dos

cayó Valentín Mancera.

Se oyó de nuevo mi voz.

 

Allá en el noventa y cuatro

me fui para Mazatlán.

Heraclio Bernal andaba

en su caballo alazán.

 

Volví después a sonar

con cariño y mucho esmero

para recordar al hombre

que fue Macario Romero.

 

Cuando a Benito Canales

el gobierno lo mató,

en mis coplas, sin embozo,

su claro nombre cantó.

 

El año noventa y nueve

se nos fue Ponciano Díaz.

Por mi boca dijo el pueblo

lo mucho que lo quería.

 

Con Madero y con Zapata,

con Carranza y Obregón,

en potro bruto cantando

gané la Revolución.

 

Desde el diez al diecinueve

pasé las noches en vela

entre los labios morados

y secos del centinela.

 

En Torreón, en Zacatecas,

en Celaya tuve cita,

y supe de los amores

de aquella linda Adelita.

 

Mi general Felipe Ángeles

fue fusilado y también

por él me puse de luto,

porque era un hombre de bien.

 

Después, cuando a Pancho Villa

se lo echaron a traición,

como si fuera Dorado

lloraba mi corazón.

 

Señores, soy el Corrido.

Señores, vine a cantar.

No porque soy de los pobres

me vayan a despreciar.

 

Soy los recuerdos del viejo,

la diversión de la gente,

azote de los traidores

y gloria de los valientes.

 

Junto al Señor del Encino

vivo en el barrio de Triana.

Traigo en mis coplas envuelta

toda el alma mexicana.

 

Adiós, mis chinas hermosas.

adiós, charros del Bajío.

Quédense con Dios, mis muertos,

en el camposanto frío.

 

Ya con esta me despido,

para San Marcos me voy,

porque, como soy del pueblo,

siempre con el pueblo estoy.

 

Vuela, palomita blanca,

diles a todas las gentes

que el Corrido vino a ser

la Feria de Aguascalientes.

 Roberto Cabral del Hoyo.[4]

 V

    Testimonio periodístico. Este registro proviene del emblemático semanario El Arte de la Lidia del 28 de febrero de 1886:

EL ARTE DE LA LIDIA_N° 9_28.02.1886_p. 1

EL ARTE DE LA LIDIA_N° 9_28.02.1886_p. 2 detalle


[1] Jorge Gaviño Ambríz: “Semblanza de un torero en el siglo XIX” (Trabajo Académico Recepcional en la Academia Mexicana de Geografía e Historia), (pp.353-375), p. 365-367.

   El último domingo de enero de 1886, en la Plaza de Texcoco, el empresario Enrique Moreno presentó como primer espada a Bernardo Gaviño de 73 años.

   La gente de la ciudad de México acudió a esa diversión, a pesar de lo incómodo, inexacto y mal servicio de los trenes del ferrocarril, -narra el periódico El Siglo XIX- la plaza de toros de la histórica Texcoco estaba henchida de numerosa concurrencia. El empresario Sr. Lic. Enrique Moreno ofrecía presentar como primer espada a Bernardo Gaviño, ese viejo torero que hizo la delicia de nuestros abuelos.

   La función comenzó a las cuatro y media: el primer toro fue prieto, bien encornado y de regular alzada.

   Entró perfectamente a la capa, aguantó varios puyazos y fue bien banderillado.

   Bernardo tomó la espada y la muleta para darle muerte; pero el bicho no le quiso entrar y después de una estocada mal dada hubo necesidad de lazarlo para que el cachetero lo matara.

   El segundo toro fue josco del mismo juego y condiciones que el anterior.

   Al tocarse banderillas se presentó una mujer, y empuñándose un par, se dirigió a la autoridad, varias voces gritaban que no se le permitiera banderillar y otras que sí.

   La intrépida mujer se dirigió al toro y después de citarlo varias veces pudo clavarle el par sufriendo un ligero agarrón en la pretina de las enaguas de donde al salir el asta del toro le causó un rozón en un brazo.

   Este toro fue bien matado por Carlos (Sánchez); el segundo espada. Vino el tercero toro negro, ligero y bien encornado.

   Desde que salió del toril reveló su ley y viveza. Perseguía con feroz encarnizamiento al bulto y se disparaba furioso contra el encuentro de los caballos de los picadores y persistía en la garrocha hasta tocar los ijares, no dejando con vida a ninguno de los flacos resistentes que salieron a la plaza.

   Se tocó a banderillas y al ponerle el primer par persigue al banderillero, lo alcanza cerca del burladero, pega la embestida y le quiebra un brazo que le agarra contra la pared de la plaza donde el cuerno deja una profunda huella.

   La compañía continúa banderillando al bicho con gran temor.

   Bernardo decía satisfecho: este toro sí es de los buenos. Toma la espada y la muleta, lo cita muy cerca de la valla y el toro le da una cogida causándole una herida profunda y peligrosa.

   Se mandó lazar a la fiera pero el público insistió en que la matara Carlos, hubo que ceder, tomó la espada y le dio muerte con una estocada en que le dejó puesta el arma.

   Gaviño “todavía caminó por su propio pie hasta el cuartucho de adobe improvisado para enfermería, dejando un reguero de sangre pálida. La herida cerca del ano era profunda, incurable… sobre el camastro el pobre Gaviño respiraba dificultosamente después de la curación bárbara, en un cuarto mal oliente, un montón de heno en el rincón, unos frascos y unas vendas… sobre la silla de tule, los treinta pesos que cobró por actuar en esa tarde gris y polvorienta”.

   Qué contraste, cuando en una función extraordinaria, ofrecida por el Presidente de la República General Santa Anna al Príncipe Nassau, entró en la arena de la Plaza una elegante carretela abierta, tirada por frisones, y en cuyos asientos posteriores iban dos preciosas niñas vestidas de azul y blanco. La carretela, a todo correr de los caballos, dio una vuelta por el circo y se detuvo cerca del lugar en que se hallaba el primer espada Bernardo Gaviño. Las niñas descendieron del carruaje y se acercaron a éste para ofrecerle una hermosa corona cuajada de monedas de oro, en los momentos en que los atronadores aplausos y los vivas de la multitud espectadora se mezclaban con los alegres acordes de la música. Bernardo subió al carruaje con las niñas e hizo su paseo triunfal en aquella plaza, durante la cual no cesó el palmoteo y el entusiasmo del público. Día de un triunfo espléndido para aquel que millares de veces expuso su vida luchando con el toro”.

   Pero ahora ello parecía un sueño, o una pesadilla, pues todo había terminado. Después de varios días de agonía trajeron a Gaviño de Texcoco a México. El periódico “El Siglo XIX” del día 8 de febrero publica el estado de gravedad y las condiciones miserables en que se encontraba:

   “El decano de los toreros en México, el octogenario Bernardo Gaviño, sabido es que no ha muerto, pero sí se halla grave y casi al borde de la tumba. Algunos amigos que hemos estado en su casa a informarnos de su salud, nos conmovimos profundamente por la miseria horrorosa en que se encuentra. La pieza en que está es baja, oscura, húmeda, casi es un sótano El Dr. Vicente Morales lo asiste con ese empeño y solicitud que todos le conocemos y más los exagera, tratándose de heridos en lides tauromáquicas. Dados los sentimientos humanitarios que ha mostrado el buen viejo con propios y con extraños en iguales circunstancias las que hoy lo agobian, así como el deseo de algunos de sus buenos amigos para favorecerle, ahora que carece de los indispensables elementos para su curación, no hemos vacilado en promover una suscripción que pudiera acaso servirle de mucho en estos momentos.

   “Es un deber de humanidad el que invocamos, así de sus paisanos los españoles, como de sus amigos del país. Los donativos se reciben en la peluquería de la calle de los Rebeldes, junto al baño”.

   El día 11 de febrero a las 9:30 de la noche en el Callejón de Tarasquillo número 5 1/2 bajos, falleció de gangrena del recto el célebre torero Bernardo Gaviño a los 73 años de edad, durante su carrera dio muerte a 2950 bichos.

   Fue inhumado en el Panteón Civil, en una fosa de tercera clase, ocupando la Nº 1763, línea 23, sepulcro 2.

   Al cumplirse un mes del fallecimiento del ilustre torero, el Sr. Ponciano Díaz, su banderillero de confianza, su discípulo más querido le organiza una corrida de toros en la plaza El Huisachal, en beneficio de la familia del finado señor Gaviño, que se encontraba sin recursos de ninguna clase, la corrida se celebró el día 25 de abril presentándose la cuadrilla de Ponciano Díaz y la ganadería de las mejores razas.

   El recuerdo del matador estaba latente, “al sur de la capital, por el rumbo de los canales de Jamaica se levantó con tablones y estacas una placita que llevaba el nombre de “Bernardo Gaviño”.

   En el Canal de la Viga, muy cerca a aquel sitio, se encontraba la Quinta Corona, en donde su propietario tenía una especie de museo en el cual se exhibían multitud de curiosidades especialmente taurómacas y entre ellas la que llamaba mucho la atención de la concurrencia, era el traje azul y negro que llevaba el afamado torero hispano Bernardo Gaviño, al ser embestido por el toro en la plaza de Texcoco.

   Por su parte, Julio Bonilla “Recortes” anotó al respecto del percance lo siguiente:

   “En tercer lugar salió un toro negro zaino, meleno, bien encornado y de pocas libras perteneciente a la ganadería de Ayala. El toro resultó bravo, tomó ocho puyazos, mató dos caballos, pasando a banderillas con mucho poder y ligereza de patas. El viejo Gaviño estaba contentísimo y hacía elogios de la nerviosidad del burel.

   “Tocaron a matar, y el diestro de Puerto Real, que vestía terno negro, con adornos de seda negra, armó la muleta y se dispuso a estoquear a aquel toro (…), se fue hacia la res, presentando la muleta, que el toro tomó bien, pero al tomar el pase se revolvió, y como el caduco torero no tenía ya el vigor necesario para afirmarse en las piernas, fue cogido por la espalda, suspendido y engatillado (…) en la región anatómicamente llamada por los facultativos hueco isquio rectal”.

   Además:

   El Arte de la Lidia, año II, Nº 9, del 28 de febrero de 1886.

PARTE FACULTATIVO de las heridas que recibió Bernardo Gaviño en Texcoco, la tarde del Domingo 31 de enero de 1886 por un toro de la ganadería de Ayala, que ocasionaron su muerte.

   Bernardo Gaviño tiene una herida de bordes irregulares contusos, de cuatro centímetros de extensión situada en la margen derecha del ano hasta la parte posterior, que interesa en algunos puntos la piel y el tejido celular y en otras la mucosa y dicho tejido. En la parte posterior de la herida penetra en la fosa isquio-rectal a una altura de 10 centímetros, perforando el recto en una obertura superior de y centímetro y ½ de diámetro. Tiene en la parte anterior e izquierda de la margen del ano otra herida de bordes irregulares de 2 centímetros ½ de extensión que interesa la piel y la mucosa hasta el tejido celular. Al nivel de los trocánteres, sobre todo en el izquierdo, grandes equímosis como de 20 centímetros de diámetro.

   La primera curación se la hizo en Texcoco el Dr. Osorio, y el día 1º de Febrero y 1, los Doctores Osorio, Icaza y Casasola.

   El día 2 al medio día tuvo un calosfrío intenso, principios de la infección que causó su muerte; desde ese momento calentura y síntomas graves, sed inextinguible, y delirio constante con asuntos de toros y en momentos de lidia; hipo casi desde ese día y parálisis de la vejiga; fetidez notable del pus de la herida que era sanguinolento y abundante. En el momento de la herida hemorragia abundante que le produjo varias lipotimias. Su muerte ocurrió a las 9.30 de la noche del día 11 de febrero estando tranquilo, muy frío y con la respiración muy frecuente y estertorosa.

   Se le curaba dos veces al día, con curación antiséptica y muy cuidadosa.

[2] El Arte de la Lidia, año II, Nº 9 del 28 de febrero de 1886.

   Bernardo Gaviño.

(…) Él fue, como hemos dicho, no sólo el decano de los toreros en México, sino el maestro de los nacionales que bajo su acertada dirección ejercieron y aún ejercen ese peligroso arte, heredado en España de la antigua nobleza (…)

   Bernardo Gaviño, en su larga vida de torero, llegó a captarse las simpatías de todas las poblaciones donde lució su valor, destreza y grandes conocimientos en el arte; y no sólo en el redondel taurino supo hacerse querer, sino fuera de él, en su trato social, en el que siempre se condujo como un perfecto caballero, pues además de su buen trato y acrisolada honradez, jamás hizo gala de ninguno de esos vicios que aquí, al menos, parecen inherentes al ejercicio del arte entre muchos nuevos toreros.

   En cierta época llegó a reunir una fortuna de más de 50,000 pesos, ganados a fuerza de constancia y trabajo. Gustaba de vivir con comodidad, casi nunca usó en sociedad el traje andaluz, y en la lid se presentaba con lujo.

   Bernardo se había connaturalizado con nuestras costumbres y modo de ser, y amaba a México como a su propio país, que no volvió a ver…

   Es el único torero en quien, aparte de su natural gallardía, vimos reunidas las tres cualidades del diestro: cabeza, corazón y pies.

   Sus muchachos tenían ciega confianza en él, y muchos le debieron la vida y su auxilio en las lides taurinas y de fortuna.

   No siempre tuvo desahogo, pero jamás le faltaron buenos amigos en todo el país, quienes al verlo, ya anciano, arriesgar sonriendo y sereno mil veces su vida en las corridas, le aconsejaban se retirara del redondel; pero Bernardo era torero de corazón, y nunca pudo sacrificar su amor al arte.

   Como diestro y como empresario ganó grandes cantidades, tuvo temporadas en las que trabajó en más de cuarenta corridas al año, y se calcula, por datos dignos de crédito, que en el ejercicio de su profesión dio muerte a más de 5,000 toros de las mejores ganaderías.

[3] Quizá lo correcto sea: “par de pistolas al cinto”.

[4] Roberto Cabral del Hoyo: Casa sosegada. Obra poética 1940-1992. 1ª ed. México, Fondo de Cultura Económica, 1992. 476 p. (Tezontle), p. 218-224.

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RODOLFO GAONA EN VERSO.

 EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Hoy, 22 de enero de 2016, es imposible dejar pasar el día si no rememoramos a Rodolfo Gaona Jiménez (20.01.1888-20.05.1975). La celebración del 128 aniversario del nacimiento de esta gran figura del toreo mexicano, obliga a analizar con calma y reposo al «petronio de los ruedos»; y así lo haré, pues hay suficientes motivos para ello.

RODOLFO GAONA JIMÉNEZ

   Al formarse bajo la égida de Saturnino Frutos “Ojitos”, banderillero de Salvador Sánchez “Frascuelo”, adquiere un estilo que lo hace español; por ende universal. Su caso es excepcional en medio de las condiciones en que se constituye. Por eso Rodolfo Gaona Jiménez (1888-1975), de ciudadano común y corriente, pasa a la categoría de personaje público de altos vuelos pues fue el primer gran torero que llenó los parámetros que solo se destinan a los elegidos.

   Gaona le da a la fiesta un carácter mayor debido a su jerarquía como matador de toros. La fiesta le da a Rodolfo un sitio que a casi 90 años de su despedida -la cual ocurre el 12 de abril de 1925-, lo sigue haciendo vigente junto con otros grandes diestros que también comparten un lugar en la «rotonda de los toreros ilustres».

   Su quehacer se convirtió en modelo a seguir. Todos querían ser como él. Las grandes faenas que acumuló en México y el extranjero son clara evidencia del poderío gaonista que ganó seguidores, pero también enemigos. Su célebre faena –a lo clásico- al toro “Desesperado” ocurrida el 21 de abril de 1912 en Sevilla, dejó profundas huellas debido a que no se trató de una tarde más. De aquella obra emanó un ejercicio espiritual paradigmático que permitió a Gaona la difícil gesta de 8 tardes seguidas en Madrid ese mismo año, como demostración y afirmación de sus capacidades todas.

   Ahora bien, preparo por estos días un nuevo trabajo denominado «Gaona en verso», donde pretendo reunir los más poemas posibles escritos en honor del primero gran torero mexicano universal (José Alameda dixit), y puedo afirmar que ya están congregados cerca de medio centenar. Entre las notas que justifican ese propósito, escribo:

   El tributo que la poesía ha destinado a este célebre torero mexicano, es un novedoso asunto donde se descubre el elogio en el que diversos escritores afirmaron sus plumas para ponderar, en versos mayores y menores a tan gran figura de la tauromaquia. Algunos otros surgieron bajo la sombra del anonimato y otros más son obra de autores sin la suficiente capacidad literaria, inspirados por la fuerza del personaje, que los rebasó sin misericordia alguna.

RODOLFO GAONA_APENAS UN CHAVAL

Rodolfo Gaona, apenas un chaval, allá por 1908.

   Gracias al «Tratado de la poesía mexicana en los toros. Siglos XVI-XXI», trabajo que  he venido realizando desde 1985, ha sido posible recoger casi la totalidad de los materiales que hoy harán posible a este «Gaona en verso», los que están ordenados cronológicamente y que van de 1908 y hasta  2005. He aquí una muestra:

1921

A RODOLFO GAONA

 

Nunca el verso cantar ha sabido

lo que al verte torear he sentido,

¡Oh, Petronio, de augusta memoria!;

faltan vida y calor a mi estro…

¡Salve artista, glorioso maestro,

las campanas de León, tañen gloria…

 

Yo te he visto triunfante en el ruedo

despreciando la vida y sin miedo,

a las fieras retar con bravura…

si realizas tu clásico lance,

siempre sales airoso del trance

y se impone tu inmensa figura…

 

Tu figura de artista, invencible;

tu figura gallarda y plausible,

que levanta alborozo profundo,

cuando esquivas, airado, a las fieras

y ejecutas tus bellas “Gaoneras”

que no tienen igual en el mundo…

 

Y moviendo el percal con soltura,

aparece tu egregia figura

como un cuadro de plásticas luces,

y ejecutas, sereno la suerte,

sin pensar que tan cerca la muerte

desafiándote está en los testuces…

 

Y preludian clarines guerreros

al compás de timbales severos,

anunciando que el tercio fenece,

y te vas con el arma en la diestra,

y ejecutas faena maestra

y tu nombre de artista se acrece…

 

Los clamores del pueblo que grita

proclamaron tu gloria infinita,

que en el Arte Taurino es inmensa;

sin que puedan menguar esa gloria,

ni la envidia que nace en la escoria,

ni el despecho… que es odio y ofensa…

 

Tu renombre que vuelve de España,

-tierra Madre que a México entraña,

y que es cuna y es Reina del Arte-,

proclamó que tu fuiste el ungido…

Podrá haber quien pudiera igualarte;

pero nunca quien te haya vencido…

 GAONA EN FIGURA

Gaona en figura.

Y tampoco podrán en la vida

arrancar de tu historia querida,

que cual flor de laureles deshaces

porque en ella la fama pregona,

esta frase que es himno: “GAONA”

primer “AS” entre todos los “ASES”…

 

Nunca el verso cantar ha sabido,

lo que al verte torear he sentido,

¡oh, Petronio, de augusta memoria!;

faltan vida y calor a mi estro…

¡Salve artista… glorioso maestro,

las campanas de León tañen gloria!…[1]

 CARLOS EZETA

Coyoacán, 3 de enero de 1921.


 

[1] GAONA. PERIÓDICO TAURINO. Director: Carlos Ezeta. Vol. I. México, 20 de octubre de 1921. N° 1.

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HOY, 15 DE ABRIL SE CELEBRA EL 116 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE PONCIANO DÍAZ SALINAS.

EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS.   POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   He aquí una muestra más de la popularidad de Ponciano Díaz.

Va de anécdota. En La Patria Ilustrada del 11 de abril de 1887, p. 3 aparece lo que sigue:

Diálogo entre dos beatas, a propósito de los toros.

   -Si no es posible con tanto entusiasmo por esta bárbara diversión, exclama Doña Petra.

   -Con decirle a usted que en casa, responde Pioquintita, cuando rezamos la letanía, mis nietas responden en vez de Ora Pronobis:

¡Ahora Ponciano!

    Quizá esta sea la primera vez en que se den a conocer en forma concreta datos puntuales que permitan entender el perfil de Ponciano Díaz Salinas (19 de noviembre de 1856-15 de abril de 1899), que como se podrá comprobar, servirán para rememorarlo en el 116 aniversario de su muerte. Se trata, como dicen los economistas, de “datos duros”.

   Tal información, proviene de mi libro inédito:

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José Francisco Coello Ugalde: “Ponciano Díaz Salinas, torero del XIX, a la luz del XXI. Prólogo de D. Roque Armando Sosa Ferreyro, con tres apéndices documentales de: Daniel Medina de la Serna, Isaac Velázquez Morales y Jorge Barbabosa Torres. México, 1986-2013. Serie: Aportaciones Histórico Taurinas Mexicanas N° 13, Subserie: Biografías Taurinas N° 2. 403 p. Ils., fots., grafs., facs. tablas. (Inédito).

   Allí, en 47 páginas, reúno toda la información hasta ahora localizada sobre sus actuaciones, no sólo en México. También en el extranjero. Los registros se extienden a Estados Unidos de Norteamérica, Cuba, España y Portugal. Como se sabe, Ponciano nació en la hacienda de Atenco un 19 de noviembre de 1856. Respecto a sus primeras actuaciones estas se remontan a fechas tan tempranas que van de 1866 a 1870. Según propias declaraciones del torero “mi primera capa fue un pañuelo, y el teatro de mis proezas infantiles un corral”. Sin embargo fue entre 1870 y 1875 cuando comenzó a presentarse en algunos festejos de los muchos que se organizaron al interior de la hacienda, siempre bajo la égida de su padre, José Guadalupe Albino Díaz “El Caudillo”, quien era a la sazón, uno de los caballerangos de confianza del entonces hacendado José Juan Cervantes y Michaus, dueño de la emblemática hacienda ubicada en el valle de Toluca.

   Para el año de 1876 se integra a una cuadrilla capitaneada por los hermanos José María y Felipe Hernández, hijos de otro de aquellos administradores “in situ”. Me refiero a Tomás Hernández “El Brujo”. Fue el 1° de enero de 1877 en que se presenta formalmente en la plaza de Santiago Tianguistenco, México alternando con José María Reza y Miguel Castro Estevez (espadas); Banderilleros: Juan Cid, Guadalupe Dorazco y Rafael Albarrán. Arrastrador: Macario Lizarra y picadores: Jesús González, Macario González, José Miranda y Salomé Reyes, en la lidia de 6 ejemplares de Atenco.

   El 13 de abril de 1879 y en Puebla, se le concede una alternativa considerada apócrifa (de manos de Bernardo Gaviño y Rueda su maestro), es decir, sin valor. Así se creía hasta que en el curso de mis investigaciones, apareció el cartel de su presentación en Toluca del 1° de junio de 1879, donde el propio Ponciano declara haber recibido la alternativa como sigue: “Habiendo terminado la temporada en la ciudad de Puebla, en donde fui elevado al difícil rango de primer espada…”

   El mejor año para el “torero con bigotes” fue el de 1888, pues actuó en 85 ocasiones. Confirma su alternativa en Madrid, el 17 de octubre de 1889 como podrá comprobarse en el programa oficial que circuló en la capital española aquella ocasión:

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Colección del autor.

    Ponciano junto con el entonces Gobernador del distrito Federal, José Ceballos se convierten en capitalistas y copropietarios de la plaza “Bucareli”, la cual se inauguró el 15 de enero de 1888. En total, según he venido comentando, Ponciano acumuló 718 actuaciones, 120 de las cuales ocurrieron en la ciudad de México. Enfrentó hasta en 73 ocasiones ganado de Atenco, hecho que se registró en diversas plazas y en cuanto a la que fue su última presentación en público, esta se desarrolló el 6 de marzo de 1899 y por la mañana en el propio coso de Bucareli: Encerrona en la plaza (…) ofrecida por Ponciano Díaz a su ahijado Carlos Moreno. Días antes, la prensa apuntaba que “Ponciano Díaz ha dejado por completo de ser torero y empresario”.

   Su muerte, ocurrida el 15 de abril de 1899, y según lo indica la papeleta de defunción: “Causa de fallecimiento, cirrosis”.

   De Ponciano se pueden conocer diversas expresiones culturales, por ejemplo todas aquellas desplegadas en la poesía, donde justo en otro trabajo de mi autoría, llegué a reunir hasta 73 ejemplos, escritos en vida o en épocas y años posteriores. El trabajo a que me refiero lleva el título:

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José Francisco Coello Ugalde: “Ponciano Díaz íntimo”. México, (1986-2011). Serie: Aportaciones Histórico Taurinas Mexicanas N° 132. Subserie: “Nuevos Compendios para el «Tratado de la poesía mexicana en los toros. Siglos XVI-XXI” N° 8. 144 p. Ils.retrs., fots., grabs, (Inédito)

    Como se habrá podido comprobar, mis investigaciones en torno a Ponciano Díaz se remontan al año de 1985 y hasta nuestros días. Puedo concluir las presentes notas mencionando que es difícil atreverse a decir que los datos reunidos en el libro biográfico de mi autoría sean definitivos, puesto que han seguido apareciendo nuevas informaciones gracias, entre otras cosas a las nuevas herramientas proporcionadas por las TIC (Tecnologías de Información y Comunicación) desplegadas en internet. Sin embargo, el historiador debe ser capaz de delimitar o establecer las fronteras para culminar un trabajo, cualquiera que este sea. En el caso de la presente investigación, afirmo que encontrándose lista para la imprenta, posee una información muy completa, aderezada de imágenes poco conocidas que lo hacen atractiva de suyo.

   Termino incluyendo dos imágenes, una que tiene que ver con la exhumación de sus restos, ocurrida en los primeros días del mes de abril de 1994, y donde aparece el mausoleo que su hermano José erigió en el Panteón del Tepeyac. La otra, corresponde a uno de los incontables homenajes que se realizaron en el Panteón de Santiago Tianguistenco (“Rotonda de los Hombres Ilustres”), sitio donde se depositaron los restos del torero. Allí puede observarse a varios de los descendientes que se reunieron para recordarle en otra fecha más de su deceso. La imagen corresponde al 12 de abril de 1997.

AHTM_132PDI

Fotografía tomada por el autor en el panteón del Tepeyac, D.F. Abril de 1994.

 AHTM_132PDII

Fotografía tomada por el autor en la “Rotonda de los hombres ilustres”. Panteón Municipal de Santiago Tianguistenco, México el 12 de abril de 1997.

   De nuevo resuenan todas las voces unidas en un solo grito: ¡¡¡Ora Ponciano!!!

   Aprovecho esta oportunidad para solicitar entre los descendientes u otras personas la información o ubicación de otros materiales(impresos, fotografías, manuscritos, grabados, caricaturas, versos…) que hasta hoy se mantienen inéditos sobre Ponciano Díaz. En ese sentido, podrá enriquecerse aún más la visión del diestro atenqueño. Cualquier información, pueden hacerla llegar al autor de los presentes textos al siguiente correo: josecoello1962@hotmail.com.

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