POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
La labor evangelizadora de Julio Bonilla seguía su curso. Convirtió El Arte de la Lidia en la tribuna apropiada para tal cometido, lo que permitió materializar sus propósitos misioneros. Veamos.
DICCIONARIO TAURINO MEXICANO.
(Continúa).
Aficionados.-Hay otra clase de aficionados que saben lo que ven, pero a quienes domina la pasión y emplean su inteligencia en elogiar constantemente a determinados toreros en todo y por todo, aunque alguna vez cometan un error en censurar a otros, por más que en ciertas ocasiones rayen a gran altura. Por último, aunque son muy pocos, hay aficionados inteligentes que a fuerza de años, conocen perfectamente la condición e inclinación de las reses, lidia que requieren y cualidades que distinguen a los lidiadores; éstos no se contentan con ver la corrida, sino que presencian las pruebas de caballos, los encierros de los toros, los apartados, etc., y en cada una de estas cosas observan, estudian y aprenden lo que necesita saber el que quiere ser realmente inteligente.
Haremos notar, que como en pocas cosas se halla más intolerancia que en las cuestiones de toros, y por lo mismo en nada son las polémicas más ardientes; lo mejor es ver mucho, oir más y callarlo todo, a no ser que se hable con personas imparciales e ilustradas, en cuyo caso la conversación es sumamente agradable para el verdaderamente aficionado.
He aquí el ejemplar del que provienen los términos que aquí se reproducen. (N. del A.)
Agilidad.-Es tan necesario en un torero, que no teniéndola está muy expuesto a cogidas, sobre todo si el conocimiento que tiene de su profesión no es del todo perfecto. La agilidad le ha de servir para cambiarse, pararse, y más que nada, para salirse en los embroques sobre corto, como en los recortes, galleos y caladas; al paso que la ligereza sólo le sirve para correr y saltar velozmente. Por eso sucede con frecuencia que algunos toreros, llegando a cierta edad, han perdido la ligereza, como es natural, pero han conservado la agilidad y torean con la misma maestría, o más si cabe, que cuando eran jóvenes.
Aguantar.-El nombre dado a este modo de matar toros es moderno. Algunos lo confunden con la suerte de recibir, y sin embargo, se diferencian bastante, porque aunque es verdad que el diestro se coloca en ambas de igual manera en ésta, de aguantar, ni precede ésta, como es indispensable en la de recibir, ni el torero está a tan corta distancia, sucediendo casi siempre que el toro al ver liar el trapo al espada, o mover la muleta de algún modo, le arranca y se le viene encima, y el diestro que le ve llegar a jurisdicción sin calársele, antes bien siguiendo rectamente su viaje, perfilado le aguanta, sufriendo la acometida, clavándole la espada y dándole la salida a favor del quiebro de la muleta, que habrá tenido cuidado de bajar a su tiempo. Es suerte tan difícil y expuesta en mayor grado, que la de recibir debe hacerse particularmente con toros que tengan muchas piernas y las conserven hasta la muerte y nunca con aquellos que ganen terreno. Una observación. El diestro Carlos Sánchez, que como dejamos sentado en la palabra “Aficionado” no debía haberse bajado al redondel, en la plaza de Cuautitlán, en la corrida que se verificó el 1º de Enero de 1883, para matar al quinto toro de la ganadería de Atenco, debía haberlo aguantado, pues conservó piernas hasta que a reata fue rematado por el cachetero.
Ajustes.-Antiguamente y en los primeros tiempos del toreo organizado, digámoslo así, los ajustes o contratos de los lidiadores, tanto de a pie como de a caballo, o sean toreros y toreadores, se concertaban particularmente en casi todas las ocasiones con cada uno de los individuos que en las fiestas habían de tomar parte, es decir, que por precio determinado se ajustaban los espadas, por cantidad fija, se contrataban cada uno de los picadores y lo mismo hacían los banderilleros peones, estipulando además las condiciones que cada parte consideraba más ventajosa a sus intereses. Estas generalmente eran el pago de determinada cantidad por cierto número de toros, el regalo de un traje completo y aún la manutención y estancia en los pueblos en que se celebran las corridas. Más tarde, los ajustes o contratos se han celebrado con los espadas jefes de cuadrillas, muchas veces designando en ellos, si no todos, la mayor parte de los picadores y banderilleros que la formaban, y otras veces exigiendo los dueños de plazas o sus administradores que figurasen precisamente en las cuadrillas un determinado picador y banderillero. Hoy, generalmente hablando, no se hacen los ajustes más que con el espada sin más expresión que la de que pondrá tal número de picadores y tal otro de banderilleros, que lo mismo pueden ser de nombre que sin él. Así sucede con frecuencia que las reses por no saberlas picar, llegan al segundo y al último tercio de la lidia aburridas, picardeadas y casi siempre recelosas, y los espadas, con tal de ganar más, pagan menos a un picador de lo que debieran, siendo bueno, sin considerar que es en daño suyo y desprestigio de la lidia que tienen que dar a las reses, con especialidad para la muerte.
Comprobante de los gastos que realizó la cuadrilla de Ponciano Díaz en Matehuala, S.L.P., en marzo de 1894. Colección del Museo Taurino Mexicano. Agradezco al C.P. Diego Carmona Niño su gentileza al poner a mi alcance este y otros documentos de la preciada colección de Ponciano Díaz.
Nosotros preferiríamos que los picadores se ajustaran individualmente, con absoluta independencia de los toreros, y que hasta que un picador, considerado como de primera categoría, diese a otro la alternativa, no pudiese éste figurar en cartel, y lo mismo debería hacerse con los banderilleros y con los espadas sin tener en consideración las exigencias del público a quien generalmente domina la pasión; pues es muy de tenerse en cuenta que si importantes son las funciones de un espada, no lo son menos las del picador, militando a favor de éste la circunstancia de que está en su mano descomponer a un toro y que llegue malo a la muerte, o por el contrario, gobernarle la cabeza, castigarle y aún quitarle o dejarle patas.
Respecto de la cuestión de precios, poco diremos, empezando por reconocer que cada uno es dueño de fijar por su trabajo la cantidad que le parezca, si bien, también concedemos al espectador el derecho de juzgar si el trabajo vale algo y si está en relación con el precio exigido. Siempre se ha observado que los espadas ganan más que los picadores, quienes sin embargo de que han tenido época en que han sido regularmente pagados, van hoy en decadencia; pero francamente diremos, que en gran parte de debe al modo de picar como hoy lo hace la mayoría de ellos. Si se esmeraran, si no fueran chapuceros, el público inteligente, el que paga y que no mira si lo que ve le cuesta mucho, sino si es bueno, sería el primero en aplaudirlos, dándoles crédito y haciéndolos acreedores a mejores recompensas. Actualmente son otras las exigencias que la sociedad tiene para con todas las clases, y no han de ser los toreros los que deben estacionarse sin mirar adelante para sí y para sus familias, que justo es que ya que ganan su modo de vivir con grave riesgo, tengan para cuando sean viejos, o les suceda una desgracia, un pequeño capital que les dé para subsistir. Pero, repetimos, de ellos depende esmerarse en su trabajo, que éste sea limpio, sin buscar fuera de las plazas aplausos ficticios.
J.M.B.
(Continuará).