MINIATURAS TAURINAS.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

El Toreo Ilustrado, año I, Nº 1, del 18 de noviembre de 1895:
Biblioteca “Miguel Lerdo de Tejada”. Col. Fondo Reservado.
La filoxera de la afición.
La evolución está hecha y la verdad se impone, pese a unos cuantos que todavía quedan, como quedan algunas tardes nubladas cuando se aleja el estío.
Dura fue la campaña y tenaz la fatiga; pero al fin, el progreso se ha impuesto, y aunque todavía se queman algunos cartuchos en defensa de lo atrasado, de lo malo y de lo nocivo, aunque todavía hay unos cuantos desbandados que pregonan la falsedad en el arte, y con esta bandera tratan de sofocar el gusto de la afición, ya no hay temor de que sus ideales se impongan, ni esperanza de que sus absurdos se realicen.
El único y tenaz enemigo que hoy tiene la afición en México, es el antiguo espada y novel empresario Ponciano Díaz.
El solamente es la filoxera que ataca a la afición, ya contraviniendo el Reglamento, ya alterándolo, ya no obedeciéndolo. El, y solo él, es quien por ahora procura sostener por fuerza o de grado las prácticas antiguas: todo lo que se ha hecho ha sido arrancándoselo con esfuerzos inauditos, obligándolo a entrar por fuerza en las prácticas modernas, en las formalidades que debe tener la reina de las diversiones.
Si Ponciano Díaz, desechando como ropa infecta, las necias preocupaciones que a todo trapo quiere sostener; si desoyendo los malos consejos de los pocos adeptos que lo desvían, y si, en fin, comprendiendo sus intereses, procurara entrar por la vía que la experiencia le marca, se adaptara al Reglamento, y dando gusto a la afición en todo y por todo, sacrificara sus rancias ideas, Ponciano Díaz alcanzaría un altísimo grado de estimación, volvería a su popularidad, ganaría dinero y entonces sí que podría decir lleno de orgullo:
-No fui el rutinero obstinado que se empeñó en cocear contra el aguijón; fui el hombre racional que hice cuanto pude por el progreso del arte que me ha dado personalidad.
No sabemos cuál sea el temperamento de Ponciano Díaz; pero la experiencia nos obliga a prejuzgar y ese prejuicio es pésimo para él, y como creemos que la experiencia adquirida a costa de tanta contrariedad es fundada, no insistiremos en ministrarle consejo que ha de rehusar abiertamente, pero tampoco hemos de ceder en la lucha.
Sépalo de una vez el Empresario de Bucareli: siempre que entre al cartabón y se ajuste al Reglamento; siempre que vea por los intereses de la afición a la par que por sus propios intereses, Ponciano Díaz nos tendrá a su lado en todo y por todo, seremos sus principales adictos; pero siempre que como hasta aquí, el antiguo torero procure barrenar la ley, torcer el cauce del progreso y quiera que volvamos al año de 1860, hemos de estar frente a él, señalaremos con claridad sus abusos, condenaremos sus desvíos y reprenderemos su conducta con toda la energía que tenemos probada, rechazando abiertamente sus procederes.
Escoja, pues, el discípulo de Gaviño: venimos con la guerra a un lado y la paz en el otro: a él toca decidir.
TRESPICOS.
Los tiempos han cambiado. A propósito dejé que esta “miniatura” abriera con lo que El Toreo Ilustrado decía de Ponciano Díaz en 1895, pero es que esa “verdad” (tan subjetiva siempre) ya impuesta, la del toreo de a pie, a la usanza española y en versión moderna se encontraba para entonces perfectamente asentada.
Como en toda nueva manifestación del arte, siempre va a ver reacios, seres humanos que difícilmente acepten y reconozcan la llegada de un amanecer distinto, al que sus noches eternas se acostumbraron. Y es cierto, “Dura fue la campaña y tenaz la fatiga…” Desplazar los viejos esquemas, hacer a un lado lo que definitivamente estorba, levantar todas las piedras del camino, no fue nada fácil, porque hubo quien todavía declarara como “nocivo y falso” aquel horizonte que dejaba mirar las primeras luces de su esplendor.
Y es que, en este caso, hubo un enemigo declarado a los ojos de El Toreo Ilustrado, que no quiso aceptar ninguna de las condiciones establecidas. Ese personaje era el famoso torero de a pie y a caballo Ponciano Díaz, a quien encontramos activo en los últimos años de una carrera que en esos momentos es descendente, se aferra a lo que para él significaba su vida. No es posible que polarice su situación entendiendo que había sido un hombre nacido y creado en el campo, y que esta fuente de la que brotaron infinidad de circunstancias, que a su vez fueron a depositarse en las plazas, y de estas se registraba una especie de regreso, o lo que, en otras palabras podemos entender como una dialéctica, un diálogo permanente; donde los diferentes valores de esa tauromaquia nacionalista tuvo épocas de verdadero esplendor, pero que llegó un momento en que su estado de madurez convocaba al siguiente nivel que ya no se registró. En todo caso, aparecieron aquellas otras condiciones que avasallaron y llenaron el escenario de otras tantas posibilidades, todas ellas novedosas, con un contenido y una sustancia que venía a darle al toreo en México otro carácter.
De ese modo, se apoderó del control y de los destinos el considerado toreo de a pie, a la usanza española y, lo que es muy importante destacar, en versión moderna.