MUSEO-GALERÍA TAURINO MEXICANO. N° 50.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
A LOS SEÑORES MANUEL CASTILLA –PADRE E HIJO-, EN ESPERA DE UNA “FERIA INTERNACIONAL DEL CABALLO TEXCOCO, 2015” COMO LO TIENEN PREVISTO: ¡A LO GRANDE!
Al tenerse prevista este año la conmemoración centenaria del nacimiento de Silverio Pérez, se tendría la idea de que siendo Texcoco la matria del célebre “Compadre”, todo se reduce a esa significativa efeméride, suficiente motivo –por otro lado-, para realizar un gran homenaje, del que se espera la participación masiva de las agrupaciones con actividades que permitan entender, bajo la mejor dimensión posible a tan notable figura del toreo. Sin embargo, conforme uno se interesa en el tema de lo que ha significado la actividad taurina en tal espacio de nuestra geografía nacional, es posible comentar la aparición de ciertas noticias sobre lo que ha significado esa otra dinámica, la de los festejos que se han celebrado a lo largo, por lo menos de los últimos 200 años. En esta ocasión, comparto con los lectores un pequeño conjunto de datos que se remontan precisamente hasta 1815, y de otros más que sucedieron en ese mismo siglo. El balance no es considerable, más bien aislado, sobre todo si este síntoma lo debemos al papel que jugó la prensa en aquellas épocas. Tomando en cuenta que ciertas fiestas se celebraban en apego a la conmemoración del santo o la santa a quien se rendía culto, de lo cual hay más datos para aquellas fiestas taurinas realizadas entre enero y febrero, pero no en junio, como hoy día ocurre respecto a la Fiesta de San Antonio, patrono de Texcoco (entre el 4 y el 12 de junio), lo anterior refleja probablemente un cambio en el calendario litúrgico. Sin embargo, la prensa, y vuelvo a ella, sometida a los vaivenes políticos e ideológicos de la época, mostraba un comportamiento variable de ahí que habiendo información sobre espectáculos públicos a celebrarse no sólo en la capital del país, sino en espacios provincianos, no siempre dejaban registro, quizá porque la línea que se imponía en esos momentos no lo permitía; quizá porque la ideología imperante tampoco diera condiciones para ello. O también quizá por el solo hecho de que cierto desaire hacia todo aquello que surgiera directamente del territorio taurino no fuese visto con buenos ojos o cuestionable, simple y sencillamente. No dudo que ante el fuerte arraigo religioso y por la uniforme celebración de aquellas fiestas, no pasara feria que integrara en sus programas los imprescindibles festejos taurinos, como también ocurría con las peleas de gallos y hasta funciones teatrales.
Eso por un lado. Por el otro, contamos con el hecho de que la presente “Feria Internacional del caballo Texcoco”, llega este 2015 a su versión número XXXIV, misma que habrá de llevarse a cabo, adecuándose únicamente a la movilidad de la semana santa, hecho que ocurre año con año. Por cierto, el programa de nueve festejos recientemente anunciado muestra el siguiente balance, donde para empezar destaca la interesante composición artística que presentó Ricardo Delgado, presentando a Silverio Pérez, quien ejecuta su famoso “trincherazo”, elementos ambos que fueron a empalmarse en la silueta de un blanco caballo, mientras un poco más allá, aparecen los rasgos de otra silueta más: la de la plaza de toros, también conocida como “Plaza de toros Silverio Pérez”. A continuación, los carteles:

Sin más preámbulo, paso a presentar a ustedes el acopio de datos que guardan relación con Texcoco y otros tantos festejos celebrados allí, como ya lo apuntaba, por lo menos entre 1815 y 1886. No dudo que tal información se incremente.
ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN
Operaciones de Guerra, vol. 371, exp. 4, (25 fs.) fs. 24-48 f. blanca entre 37-38. Fechas:
07/agosto/1815. Productor: Ramón Gutiérrez del Mazo, Intendente de México. Titulo/descripción:
Correspondencia del Intendente de México que incluye, oficios, comunicaciones, consultas, testimonios y avisos relativos a sueldos de administradores (…), oficio de José Estrada con solicitud de su libertad por su arresto debido a una deuda de corrida de toros en Texcoco; y
AGN, Indiferente Virreinal, caja-exp.: 2626-002. Real Hacienda. Año: 1815, fs. 25. Productor: José María Estrada, realista de artillería. Autos contra José María Estrada, realista de artillería, por deuda de 515 pesos con la Real Hacienda, por razón del cuartón que se le fió en las corridas de toros celebradas para el vestuario de las tropas. Texcoco. México.
1850
PLAZA DE TOROS DE TEXCOCO, MÉX. Del 24 al 31 de enero de 1850. Se lidiarán TOROS de las haciendas de Atengo, del Astillero y San José del Carmen: escusado es el recomendar dichas (4) corridas, pues bastará anunciar, está encargado de ellas el hábil profesor en la Tauromaquia, D. Bernardo Gabiño, por lo que el público no tendrá que desear. (El Universal, 9 de diciembre de 1949, p. 4).

1873
PLAZA DE TOROS EN TEXCOCO, MÉX. En El pájaro verde, D.F., del 11 de enero de 1872, p. 2, aparece la siguiente nota:
Feria en Texcoco.
La habrá del 24 al 30 del corriente. Hé aquí el programa:
(…)
2º Habrá corridas de toros, y tendrán lugar en las tardes del 28, 28 y 30 del mismo Enero, en una plaza cómoda y amplia que se está preparando al efecto, lidiándose en ellas toros de la acreditada raza de Atenco, por una cuadrilla de toreros mexicanos.

PLAZA DE TOROS EN TEXCOCO, MÉX. Del 24 al 30 de enero (…) de 1873: corridas de toros de Atenco.
1885
PLAZA DE TOROS DE TEXCOCO, EDO. DE MÉX. Se preparan en estas ciudades grandes espectáculos con motivo de la feria que anualmente se celebra. Habrá corridas de toros y se lidiará la afamada ganadería de la hacienda de Piedras Negras (Edo. de Hidalgo). Cuadrilla lidiadora escogida por el primer espada Bernardo Gaviño. ¡Grandes novedades! ¡Corrida monstruo! Las corridas se celebraron los días 25 y 29 de enero; también el 1º de febrero. (3 actuaciones).
El arte de la Lidia, año 1, Nº 8 del 18 de enero de 1885, p. 3.
PLAZA DE TOROS EN TEXCOCO, ESTADO DE MÉXICO. Domingo 1° de febrero. Cuadrilla mexicana del primer espada Bernardo Gaviño. Ganado de Piedras Negras.
El arte de la Lidia, año 1, Nº 10 del 1° de febrero de 1885, p. 1.

El arte de la Lidia, año 1, Nº 10 del 1° de febrero de 1885, p. 1.
1886
PLAZA DE TOROS DE TEXCOCO, EDO. DE MÉXICO. 31 de enero de 1886. Toros de Ayala. Bernardo Gaviño, Francisco Gómez “Chiclanero” y José de la Luz Gavidia. El gaditano fue herido por el tercer toro CHICHARRÓN de nombre. El periódico EL SIGLO XIX reporta la noticia de la siguiente manera: El Capitán Bernardo Gaviño fue herido por el tercer toro y parece que de gravedad; igualmente lo fue un torero en el momento de clavar unas banderillas, quien probablemente perderá el brazo que le hizo pedazos el animal; y por último, una mujer cuyo nombre se desconoce, quien recibió una ligera cornada también en el momento de banderillar. El toro “Chicharrón” fue despachado “a la difuntería por el intrépido torero Carlos Sánchez”. Bernardo murió a las nueve y media de la noche del jueves 11 de febrero.[1]
“Dio muerte a 2,756 bichos. Se dice que murió pobre, pero hay quien asegura que testó una gran fortuna. Gaviño a última hora recibió los auxilios espirituales”. (LA VOZ DE MÉXICO).

Cromolitografía de La Muleta. El autor de esta precisa recreación es Carlos Noriega, integrante del equipo de aquella publicación, que dirigió Eduardo Noriega “Trespicos”. México, 1888. De la colección de Julio Téllez García.
REPRODUCCIÓN DE CUATRO CORRIDOS QUE PARECÍAN OLVIDADOS.[2]
Común en aquella época, el corrido, fue (y creo que sigue siendo) una manifestación popular que emanaba casi siempre de la inspiración popular, y para quedar en ese territorio, muchas veces sin autor específico. Es decir, obra del anonimato, despertaba con su letra vibrante y nostálgica fuerte clamor que corría de boca en boca, hasta los rincones más alejados de la nación, para convertirse en una noticia nada ajena al pueblo, mismo que hacía suya la desgracia o el hecho sorprendente que transpiraban aquellos versos convertidos en voceros del acontecimiento recién ocurrido. Tal es el caso de dos corridos dedicados a Bernardo Gaviño, y que rescató, como muchos otros, el notable investigador Vicente T. Mendoza, brotados de sus obras clásicas: El romance español y el corrido mexicano y El corrido mexicano Como arrancadas de una hoja de papel volando, van aquí las letras de estos corridos:
CORRIDO DE BERNARDO GAVIÑO.
Bernardo Gaviño, el diestro
Que tanto furor causó
En la plaza de Texcoco
Lidiando un toro murió.
Su valor no lo libró
De suerte tan desgraciada,
Y aunque tenía bien sentada
Su fama como torero,
Un toro prieto matrero
Lo mató de una cornada.
Fue del pueblo mexicano
El torero consentido,
Y él fue el que le dio a Ponciano
La fama que ha merecido,
Siempre se miró aplaudido,
Pues con su gracia y valor
Supo granjearse el favor
Del pueblo más exigente,
Que vio en Bernardo al valiente
Y sereno toreador.
¿Quién se lo había de decir
después de tanto lidiar,
que un toro de escasa ley
al fin lo había de matar?
Y quien no ha de recordar
Con el placer más sincero
Al simpático torero
Que, sin mostrarse cobarde,
Hacía de valor alarde
Como matador certero?
Pero un torito de Ayala
La carrera le cortó,
Y en la plaza de Texcoco
Don Bernardo falleció;
Todo México sintió
La muerte de este torero,
Que en el país fue el primero
Por su arrojo y su valor,
Conquistándose el favor
De todo el público entero.

El terno azul y negro que vestía el infortunado diestro Bernardo Gaviño cuando fue herido mortalmente en Texcoco. Fuente: Cortesía de María Elena Salas Cuesta.

Y, entonados bajos el rasgueo de guitarras que marcan el ritmo incomparable, va la letra de este otro:
DE BERNARDO GAVIÑO
El treintaiuno de enero
Don Bernardo suspiró.
Y al ver un toro de Ayala
Su corazón le avisó.
Rosa, rosita / disciplinada,
Murió Bernardo Gaviño,
Que era muy certera espada.
Ya tenía ochenta y tres años (sic)
Cuando a la plaza le entró
Y ese torito de Ayala
El corazón le partió.
¡Epa, torito, / cara de horror,
que ahí está Bernardo Gaviño,
de toreros el mejor!
Al ver el toro tan bravo
Se puso color de cera,
Y dijo: -este toro prieto
Viene a darnos mucha guerra.
Rosa, rosita / de volcameria,
Que a Bernardo le hirió el toro
El último día de feria.
A la vista penetrante
Del toro nada escapó,
Que a todos los picadores
Los caballos destripó.
Rosa, rosita, / flor de alelía,
Murió el capitán Gaviño,
Ésta su suerte sería.
Sacando vueltas a brincos
¡ay!, don Bernardo esquivó
las primeras puñaladas
que el torito le aventó.
Rosa, rosita, / flor de Castilla,
Don Bernardo está enterrado
En el panteón de la Villa.
El Chiclanero famoso
Su capote le tiró;
Pero el torito de Ayala
A don Bernardo ensartó.
Rosa, rosita, / flor de San Juan,
Un toretito de Ayala
Nos mató un buen capitán.
Ese mentado “Zocato”
Y el picador “Mochilón”
No pudieron hacer nada
Contra el destino de Dios.
Rosa, rosita / ya se acabó
Don Bernardo, el gran torero,
En Texcoco concluyó.
Mas como ya estaba escrito
Su destino y le tocó,
¡pobre Bernardo Gaviño!
En Texcoco se murió.
Rosa, rosita / rosa de amor,
Murió nuestro capitán,
Lo lloramos con dolor.
Se presentaba arrogante
En cualesquiera corrida
Y toreaba al mejor toro
Sin miedo a perder la vida.
Rosa, rosita, / flor de limón,
Murió el once de febrero
Muy cerca de la oración.
Toreó a los toros de Atenco,
También a los de Jagüey
Y nunca les tuvo miedo
Por más que tuvieran ley.
Rosa, rosita / rosa amarilla,
Con garbo siempre pegaba
Al toro una banderilla.
En la plaza de San Pablo
Con garbo y gracia lidió,
Que el toro de una estocada
Siempre muerto lo dejó.
Rosa, rosita, / ¡oh infeliz suerte!
En la plaza de Texcoco
Halló Gaviño su muerte.
Con su montera ladeada
Y con su gran corazón,
Murió Bernardo Gaviño
Con la bendición de Dios.
Rosa, rosita, / flor encarnada,
Murió Bernardo en Texcoco
A causa de una cornada.
La mentada Malagueña
Una rosita le envió,
Pa´que tuviera presente
El corazón que le dio.
Rosa, rosita / del mes de abril,
Ya don Bernardo jamás
Lo verán ante un toril.
En fin, concluimos aquí
Los versos del gran Gaviño,
Y conservamos gustosos
Su memoria con cariño.
Rosa, rosita, / flor de magnolia,
Murió Bernardo Gaviño,
Que Dios lo tenga en su gloria

Los siguientes versos, fueron localizados en la Biblioteca Nacional, y al hacer un cotejo con los reproducidos por Vicente T. Mendoza, este autor suprime 10 cuartetas y una terceta. Veamos la reproducción completa.
TESTAMENTO Y DESPEDIDA
De Bernardo Gaviño
Murió Bernardo Gaviño,
Y murió como valiente,
Puesto que murió luchando
Con el toro frente a frente.
¡Ay toro!, torito prieto,
¿por qué a Bernardo Gaviño
sin piedad dejaste muerto?
En la plaza de Texcoco
El último día de enero,
Hirió a Bernardo Gaviño
Un toro medio matero.
Bernardo por fin murió
El once del mes siguiente
Y su recuerdo dejó
Como un torero valiente.
El día trece lo enterraron
De la Villa en el panteón,
Y allí sus restos quedaron
En extranjera nación.
Ahora los toreros deben
Vestirse todos de luto,
Pues murió el primer espada
Entre las astas de un bruto.
Al salir el toro dijo
Con rostro firme y sereno:
-Ese torito sí es bueno
y nos va a dar mucha guerra.
Y no se engañó Bernardo
Cuando tal cosa decía,
Pues a poco ni un caballo
En toda la plaza había.
-Aprended, hombres, de mí
y mirad mi triste estado,
ayer buen torero fui
y hoy en el sepulcro me hallo.
“¡Quién me lo había de decir
que en Texcoco había de anclar,
después de mucho lidiar
a tanto toro atrevido!
“Fui el decano conocido
en el arte de los toros,
hoy dejo mi testamento
para mis amigos todos.
“Al hacer mi testamento
declaro que soy cristiano
y dejo por heredero
al valiente de Ponciano.
“Pues le viene por derecho
y porque así yo lo mando,
que en el arte de la lidia
es el primer mexicano.
Cincuenta años he durado
Jugando toros día a día,
Y siempre salía triunfante,
Y el público me aplaudía.
Hoy la suerte me cambió
Pues me llegó la de malas,
Por un toro que me hirió
La muerte me llevó en alas.
“A todos los picadores
les dejo también recuerdos,
pues a muchos que enseñé
no he sido ingrato con ellos.
Que trabajen con cuidado
No les vaya a suceder,
Que en una mala tanteada
Vayan la vida a perder.
Al marchar ya de este mundo
Solo llevo el desconsuelo
De que dejo ya a este suelo
Y a todos los mexicanos.
“Siempre me estimaron bien,
me trataron como hermano,
nada tengo que sentir
de este pueblo hospitalario.
Quien me lo había de decir
Oigan y pongan cuidado,
Que por un toro maldito
Ya los ojos he cerrado.
Y por eso hoy les declaro
Que marcho a la eternidad,
Que ya no habrá otro Bernardo,
En el arte de lidiar.
Acabé mi testamento
Adiós mis amigos todos
Voy a partir de este mundo
Para no volver jamás.
Ya me llamó el Hacedor
Parto pues a descansar,
Adiós pues, voy en camino,
Adiós, a la eternidad.
Adiós, México querido,
Ya me despido de ti,
Porque en las llaves de un toro
Vine por fin a morir.
Adiós mis amigos todos
Ya no volveré yo a ver,
Aquellas plazas mentadas
En que a muchos toros lidié.
Yo siempre me presenté
Con denuedo y con valor,
Ante los toros más bravos,
Que traían del interior.
Con muchas razas lidié
Y de las más afamadas,
Y aunque fueran muy rejegas,
Siempre caían a mis plantas.
Lidiaba con arrogancia
Nunca conocí yo el miedo,
Y siempre en México fui
El mejor de los toreros.
En la plaza de San Pablo
También en la del Paseo
Dimos harto la función,
Yo y mi compadre Gadea.
Jugué ganado de Atenco
De Santín, Guatimapé
Pero un torito de Ayala,
Me vino a imponer la ley.
Por todo el país mexicano,
Siempre en triunfo me pasié,
Y nunca pensé un momento
El fin que había de tener.
Andaba por el Bajío
Y después por Guanajuato,
Y el toro que desafiaba
Luego me lo hechaba al plato.
Dí corridas muy mentadas
En Veracruz y la Habana,
Y en todas estas dejé
Los recuerdos de mi fama.
Yo nunca había conocido
A esta raza condenada,
Que me puso el alma en paz
Y ofuzcó toda mi fama.
Pues ni aún en la misma Habana
Que es el ganado cargado,
No pude encontrar un toro
Tan rejego y tan malcreado.
No volveré a lidiar toros
Ni a estar con mis compañeros,
Que cuando tenían peligro
Me presentaba yo luego.
A libertarle la vida
A aquel que se hallaba en riesgo,
Y por eso me decían
El mejor de los toreros.
Adiós Ponciano querido,
Ya te dejo en mi lugar,
Te encargo mucho cuidado
Cuando vayas a torear.
No te vaya a suceder
Lo que acaba de pasar,
Que en la plaza de Texcoco,
La suerte me fue fatal.
En fin, ya me despido,
Me encuentro ya hoy en la fosa,
Ya no hay Bernardo Gaviño
Hoy me cubre ya una losa.
Llorad, llorad con cariño;
Murió el rey de los toreros,
Murió Bernardo Gaviño.
Prop. De A. Vanegas.-Tip. Y Encuadernación, Encarnación 9 y 10.-México.

Faja de seda que llevaba Bernardo Gaviño el día de su infortunado percance en Texcoco el 31 de enero de 1886. Fuente: colección particular, Jorge Gaviño Ambriz.

Y por si faltara algo, para saber más de la doliente noticia, que tal estos
VERDADEROS Y ÚLTIMOS VERSOS
DE BERNARDO GAVIÑO
Bernardo Gaviño el diestro
Que tanto furor causó,
En la plaza de Texcoco
Lidiando un toro murió.
Su valor no lo libró
De suerte tan desgraciada,
Y aunque tenía bien sentada
Su fama como torero,
Un toro prieto matero
Lo mató de una cornada.
Fue del pueblo mexicano
El torero consentido,
Y él fue el que le dio a Ponciano
La fama que ha merecido.
Siempre se miró aplaudido
Pues con su gracia y valor,
Supo grangearse el favor
Del pueblo más exigente,
Que vio en Bernardo al valiente
Y sereno toreador.
¿Quién se lo había de decir
después de tanto lidiar,
que un toro de escasa ley
al fin lo había de matar;
¿Y quién no ha de recordar
con el placer más sincero,
al simpático torero
que sin mostrarse cobarde
hacía de valor alarde
como matador certero?
Pero un torito de Ayala
La carrera le cortó,
Y en la plaza de Texcoco
Don Bernardo falleció.
Todo México sintió
La muerte de este torero,
Que en el país fue el primero
Por su arrojo y su valor,
Conquistándose el favor
De todo el público entero.
El treinta y uno de enero
Don Bernardo suspiró,
Y al ver un toro de Ayala
Su corazón lo avisó.
Rosa, rosita, rosa morada,
Murió, señores, Gaviño
Que era muy certera espada.
Al ver al toro tan bravo
Se puso color de cera,
Y dijo: este toro prieto
Nos viene a dar mucha guerra.
Rosa, rosita, es cosa seria,
Que á Gaviño le hirió el toro
El último día de feria.
A la vista penetrante
Del toro, nada escapó,
Que a todos los picadores
Los caballos destripó.
Rosa, rosita, flor de alelía,
Murió el capitán Gaviño,
Esta su suerte sería.
Se presentaba arrogante
En cualesquiera corrida,
Y toreaba al mejor toro
Sin miedo a perder la vida.
Rosa, rosita, más de castilla,
Don Bernardo está enterrado
En el panteón de la Villa.
Toreó a los toros de Atenco
También a los de Jagüey,
Y nunca les tuvo miedo
Por más que tuvieran ley.
Rosa, rosita, flor de San Juan
Un toretito de Ayala
Nos mató un buen capitán.
Se presentaba en la arena
El primero ante el toril,
Y aunque el toro fuera bravo
Nunca lo encontraba hostil.
Rosa, rosita, ya se acabó,
Don Bernardo, el gran torero
En Texcoco concluyó.
Ese domingo en la tarde
Estaba bravo el ganado,
Pues por un torito de ellos
Está Gaviño enterrado.
Rosa, rosita, flor de limón,
Murió el once de Febrero
Muy cerca de la oración.
Todo el pueblo texcocano
Está lleno de aflicción,
De ver que murió Bernardo
De la feria en la función.
Rosa, rosita, rosa amarilla,
Con garbo siempre pegaba
Al toro una banderilla.
El recuerdo de Gaviño
Vivirá en los mexicanos,
Porque a muchos enseño
Y los miró como hermanos.
Rosa, rosita, flor de coco,
Hirió el toro a Don Bernardo
En la ciudad de Texcoco.
En la plaza de San Pablo,
Con garbo y gracia lidió,
Que al toro de una estocada
Siempre muerto lo dejó.
Rosa, rosita, ¡oh infeliz suerte!
En la plaza de Texcoco
Halló Gaviño su muerte.
Los toreadores lo sienten
Porque era su capitán,
Y los defendió animoso
Con orgullo y con afán.
Rosa, rosita, rosa de amor,
Murió nuestro capitán
Recordamos con dolor.
Quien se lo había de decir
A Gaviño tan famoso
Que de Ayala, al pobrecito
Un toro diera reposo.
Rosa, rosita, del mes de Abril,
Ya a Don Bernardo jamás
Lo verán ante un toril.
Murió el valiente torero
Sin quejas y sin lamentos,
Mas con acerbos dolores
En horribles sufrimientos.
Rosa, rosita, flor encarada,
Murió Bernardo en Texcoco
A impulsos de una cornada.
En fin, concluimos aquí
Los versos del gran Gaviño,
Y conservamos gustosos
Su memoria con cariño.
Rosa, rosita, rosa magnolia,
Murió Bernardo Gaviño,
Que Dios lo tenga en su gloria.
Propiedad particular. Imprenta de Antonio Vanegas Arroyo, Santa Teresa número 1.
Avenida Oriente accesoria 715.-México.[3]

Capilla abierta y costado de la iglesia principal en Texcoco. En este sitio, Bernardo Gaviño debe haber susurrado los últimos rezos de su vida, horas antes de que CHICHARRÓN, le infiriera la cornada que lo llevó a la tumba.
Colección Centro Cultural Arte Contemporáneo, A.C. Fundación Cultural Televisa, A.C. México.
MÉXICO EN EL TIEMPO, año 3 Nº 18 mayo/junio 1997, p. 28.
OTROS VERSOS
1992
El corrido.
Aguascalientes, 1943.
I
En la llanura del cielo
los luceros, sorprendidos
por la astuta madrugada,
fueron perdiendo sus brillos.
El reloj de la parroquia
dejó caer hasta cinco
campanadas; allá, lejos,
hubo un coro de ladridos,
y contestaron los gallos
con sus clarines de vidrio.
Entre los altos jarales
al otro lado del río,
aparece un centenar
de jinetes amarillos
cuyos caballos se azuzan
en réplica de relinchos.
Ya la garita del puente
cambió los primeros tiros,
que se alejaron rodando
por el aire amanecido.
¡Ya crece la polvareda!
¡Ya se corona de gritos
la torre! ¡Ya se reparte
la alarma entre los vecinos!
¡Ya parecen esquitera
los disparos en el río!
En la mitad de la plaza
el jefe Pedro Trujillo
-chispas de fiebre los ojos,
par de pistolas el cinto,[4]
valiente como los buenos
y como un roble macizo-
a gritos anda reuniendo
a sus treinta campesinos:
-“Chueco, ¡tú con los muchachos…!
¡Me le tupen a los tiros
pa´l lado de la Huertita…!
Y tú, Chon, junto con Sixto,
te pintas pa Cueva Grande
pa que nos traigan auxilio.
¡Sube a la torre, Crescencio!
Ándele usté, don Cirilo,
váyaseme por los maestros
pa que nos echen corridos…”
Preparada la defensa,
cual burbujas, en el tibio
sol naciente, los disparos
revientan en blanquecino
penacho de humo, y el eco
prolonga los estampidos.
El arpa y la jaranita,
la guitarra y el requinto
se afina, y canta un viejo
con bronca voz de barítono:
“…Qué bonito era Bernal
en su caballo retinto
con su pistola en la mano
peleando con treinta y cinco…”
¡Cómo arrebata la sangre
la música del Corrido!
Crescencio desde la torre
se desploma en el vacío,
mordida la maldición
entre los labios mordidos.
El máuser ya se desprende
de las manos de Remigio;
Remigio tiene en las manos
volcados los entresijos.
Un emisario se acerca
a la distancia de un grito
proponiendo a los del pueblo
la rendición, y Trujillo,
entre dos escupitajos,
de rabia descolorido
-cruz de cananas al pecho-
contesta: ¡No nos rendimos…!
En vano miden sus ojos
el gusano del camino.
Son polvaredas del viento,
no de tropeles amigos.
Arrecia la granizada.
pasan silbando al oído
las balas. Surcan los aires
enjambres enfurecidos.
Abejas de plomo liban
rojos claveles sombríos,
entre los que ya la muerte
anda formando su nido.
Y dominando el tumulto,
torvo, vibrante, magnífico,
el jefe Pedro dispara
de pólvora ennegrecido.
Uno a uno van cayendo
los oscuros campesinos.
Sobre el fortín de la torre,
sucio y rasgado el corpiño,
con la cabellera suelta
por la espalda, y oprimido
el pecho por un sollozo
punzante como cuchillo,
posando sobre los muertos
sus ojos negros y vivos,
pasa en el viento, flotando,
la Musa de los Corridos.
II
Señores, soy el Corrido.
Señores, vengo a cantar.
No porque soy hombre pobre
me vayan a despreciar.
Vénganse mis valedores,
mis buenos compas del rancho,
y estamos ya recordando
las glorias del sombrero ancho.
China de los ojos negros,
la del andar tan garboso,
cobíjame con tus trenzas
debajo de tu rebozo.
Rosa, Rosita, Rosaura,
vamos todos a entonar
al compás de las guitarras
el corrido popular.
Ya sabrán que el otro día
dijo una persona fina:
-Ese corrido, señores,
cuando canta, desafina.
Vuela, vuela, palomita,
dile a la gente letrada
que yo soy la voz del pueblo
y que no les pido nada.
De las fronteras del norte
hasta Chilpancingo soy
el Corrido Mexicano
por dondequiera que voy.
Que lo cuenten los que saben
cómo tengo el corazón,
que lo digan Rubén Campos
y Francisco Díaz de León.
Coahuila y Aguascalientes,
Michoacán, Puebla y San Luis
y Guanajuato y Durango
les pueden hablar de mí.
En la feria de Texcoco
murió Bernardo Gaviño.
¡Cómo me pudo, señores,
lo de aquel torito indino!
El diecinueve de marzo
del año de ochenta y dos
cayó Valentín Mancera.
Se oyó de nuevo mi voz.
Allá en el noventa y cuatro
me fui para Mazatlán.
Heraclio Bernal andaba
en su caballo alazán.
Volví después a sonar
con cariño y mucho esmero
para recordar al hombre
que fue Macario Romero.
Cuando a Benito Canales
el gobierno lo mató,
en mis coplas, sin embozo,
su claro nombre cantó.
El año noventa y nueve
se nos fue Ponciano Díaz.
Por mi boca dijo el pueblo
lo mucho que lo quería.
Con Madero y con Zapata,
con Carranza y Obregón,
en potro bruto cantando
gané la Revolución.
Desde el diez al diecinueve
pasé las noches en vela
entre los labios morados
y secos del centinela.
En Torreón, en Zacatecas,
en Celaya tuve cita,
y supe de los amores
de aquella linda Adelita.
Mi general Felipe Ángeles
fue fusilado y también
por él me puse de luto,
porque era un hombre de bien.
Después, cuando a Pancho Villa
se lo echaron a traición,
como si fuera Dorado
lloraba mi corazón.
Señores, soy el Corrido.
Señores, vine a cantar.
No porque soy de los pobres
me vayan a despreciar.
Soy los recuerdos del viejo,
la diversión de la gente,
azote de los traidores
y gloria de los valientes.
Junto al Señor del Encino
vivo en el barrio de Triana.
Traigo en mis coplas envuelta
toda el alma mexicana.
Adiós, mis chinas hermosas.
adiós, charros del Bajío.
Quédense con Dios, mis muertos,
en el camposanto frío.
Ya con esta me despido,
para San Marcos me voy,
porque, como soy del pueblo,
siempre con el pueblo estoy.
Vuela, palomita blanca,
diles a todas las gentes
que el Corrido vino a ser
la Feria de Aguascalientes.
Roberto Cabral del Hoyo.[5]


Fuente: Biblioteca Nacional., Fondo Reservado, U.N.A.M.

Fuente: Cortesía del Lic. José Rodríguez.
Este último documento se acerca a las fechas en que se conmemora a San Antonio, pues el cartel refiere que se trata de la “Última corrida de la Temporada”. Esto ocurrió el domingo 1° de julio de 1888. Corrida a beneficio del diestro Francisco Hernández, quien lidió 4 toros de la Hacienda de S. José Bojay. Se anunciaban además: Lujosas y elegantes banderillas, Floreo a varios toros, Banderillas pequeñas de gala, Banderillas puestas con la boca, Graciosa y divertida pantomima Los Chinos con los dos Hombres más Feos de Francia, Toro caballo y Toro embolado para los aficionados.

Copia fotostática, del original. Col. del autor.
Remato estas notas diciendo que también Texcoco fue cuna de otro torero, llamado Valentín Zavala. Hasta hoy se desconoce la fecha del nacimiento, pero se sabe, como lo apunta Heriberto Lanfranchi
(…) que se inició en el toreo hacia 1884. Estuvo con Ponciano Díaz algún tiempo y el 15 de noviembre de 1885, en la plaza de El Huisachal, estado de México, sufrió grave cornada en un muslo al clavar un par de banderillas. De novillero se presentó en la ciudad de México, en la plaza “Colón”, el 14 de octubre de 1888, impresionando al público con su manera estrambótica de vestirse, pues más parecía un titiritero que un lidiador de reses bravas. Siguió toreando, cada vez menos, hasta 1898, cuando se retiró. Quería seguir con la vieja costumbre de ser “capitán de cuadrilla”, rehusándose a alternar con otros toreros, lo que no agradaba a los empresarios, quienes lo eliminaron paulatinamente de los carteles.[6]
Para conocer a este personaje, baste hojear los viejos documentos donde encontramos el siguiente retrato:

Valentín Zavala, torero nacido en Texcoco y que en una época fue lugarteniente de Ponciano Díaz. Actuó mucho en poblaciones próximas a la metrópoli, especialmente en Pachuca.
Revista de Revistas. El semanario nacional, año XXVII, Nº 1439, 19 de diciembre de 1937.
Queda mucho por hacer en términos del rescate histórico y documental que permitan entender el recorrido de la tauromaquia en Texcoco. Ojalá que su “Cronista Municipal” o un historiador local serio, se propongan localizar más información… y desde luego, que la compartan.
[1] Jorge Gaviño Ambríz: “Semblanza de un torero en el siglo XIX” (Trabajo Académico Recepcional en la Academia Mexicana de Geografía e Historia), (pp.353-375), p. 365-367.
El último domingo de enero de 1886, en la Plaza de Texcoco, el empresario Enrique Moreno presentó como primer espada a Bernardo Gaviño de 73 años.
La gente de la ciudad de México acudió a esa diversión, a pesar de lo incómodo, inexacto y mal servicio de los trenes del ferrocarril, -narra el periódico El Siglo XIX- la plaza de toros de la histórica Texcoco estaba henchida de numerosa concurrencia. El empresario Sr. Lic. Enrique Moreno ofrecía presentar como primer espada a Bernardo Gaviño, ese viejo torero que hizo la delicia de nuestros abuelos.
La función comenzó a las cuatro y media: el primer toro fue prieto, bien encornado y de regular alzada.
Entró perfectamente a la capa, aguantó varios puyazos y fue bien banderillado.
Bernardo tomó la espada y la muleta para darle muerte; pero el bicho no le quiso entrar y después de una estocada mal dada hubo necesidad de lazarlo para que el cachetero lo matara.
El segundo toro fue josco del mismo juego y condiciones que el anterior.
Al tocarse banderillas se presentó una mujer, y empuñándose un par, se dirigió a la autoridad, varias voces gritaban que no se le permitiera banderillar y otras que sí.
La intrépida mujer se dirigió al toro y después de citarlo varias veces pudo clavarle el par sufriendo un ligero agarrón en la pretina de las enaguas de donde al salir el asta del toro le causó un rozón en un brazo.
Este toro fue bien matado por Carlos (Sánchez); el segundo espada. Vino el tercero toro negro, ligero y bien encornado.
Desde que salió del toril reveló su ley y viveza. Perseguía con feroz encarnizamiento al bulto y se disparaba furioso contra el encuentro de los caballos de los picadores y persistía en la garrocha hasta tocar los ijares, no dejando con vida a ninguno de los flacos resistentes que salieron a la plaza.
Se tocó a banderillas y al ponerle el primer par persigue al banderillero, lo alcanza cerca del burladero, pega la embestida y le quiebra un brazo que le agarra contra la pared de la plaza donde el cuerno deja una profunda huella.
La compañía continúa banderillando al bicho con gran temor.
Bernardo decía satisfecho: este toro sí es de los buenos. Toma la espada y la muleta, lo cita muy cerca de la valla y el toro le da una cogida causándole una herida profunda y peligrosa.
Se mandó lazar a la fiera pero el público insistió en que la matara Carlos, hubo que ceder, tomó la espada y le dio muerte con una estocada en que le dejó puesta el arma.
Gaviño “todavía caminó por su propio pie hasta el cuartucho de adobe improvisado para enfermería, dejando un reguero de sangre pálida. La herida cerca del ano era profunda, incurable… sobre el camastro el pobre Gaviño respiraba dificultosamente después de la curación bárbara, en un cuarto mal oliente, un montón de heno en el rincón, unos frascos y unas vendas… sobre la silla de tule, los treinta pesos que cobró por actuar en esa tarde gris y polvorienta”.
Qué contraste, cuando en una función extraordinaria, ofrecida por el Presidente de la República General Santa Anna al Príncipe Nassau, entró en la arena de la Plaza una elegante carretela abierta, tirada por frisones, y en cuyos asientos posteriores iban dos preciosas niñas vestidas de azul y blanco. La carretela, a todo correr de los caballos, dio una vuelta por el circo y se detuvo cerca del lugar en que se hallaba el primer espada Bernardo Gaviño. Las niñas descendieron del carruaje y se acercaron a éste para ofrecerle una hermosa corona cuajada de monedas de oro, en los momentos en que los atronadores aplausos y los vivas de la multitud espectadora se mezclaban con los alegres acordes de la música. Bernardo subió al carruaje con las niñas e hizo su paseo triunfal en aquella plaza, durante la cual no cesó el palmoteo y el entusiasmo del público. Día de un triunfo espléndido para aquel que millares de veces expuso su vida luchando con el toro”.
Pero ahora ello parecía un sueño, o una pesadilla, pues todo había terminado. Después de varios días de agonía trajeron a Gaviño de Texcoco a México. El periódico “El Siglo XIX” del día 8 de febrero publica el estado de gravedad y las condiciones miserables en que se encontraba:
“El decano de los toreros en México, el octogenario Bernardo Gaviño, sabido es que no ha muerto, pero sí se halla grave y casi al borde de la tumba. Algunos amigos que hemos estado en su casa a informarnos de su salud, nos conmovimos profundamente por la miseria horrorosa en que se encuentra. La pieza en que está es baja, oscura, húmeda, casi es un sótano El Dr. Vicente Morales lo asiste con ese empeño y solicitud que todos le conocemos y más los exagera, tratándose de heridos en lides tauromáquicas. Dados los sentimientos humanitarios que ha mostrado el buen viejo con propios y con extraños en iguales circunstancias las que hoy lo agobian, así como el deseo de algunos de sus buenos amigos para favorecerle, ahora que carece de los indispensables elementos para su curación, no hemos vacilado en promover una suscripción que pudiera acaso servirle de mucho en estos momentos.
“Es un deber de humanidad el que invocamos, así de sus paisanos los españoles, como de sus amigos del país. Los donativos se reciben en la peluquería de la calle de los Rebeldes, junto al baño”.
El día 11 de febrero a las 9:30 de la noche en el Callejón de Tarasquillo número 5 1/2 bajos, falleció de gangrena del recto el célebre torero Bernardo Gaviño a los 73 años de edad, durante su carrera dio muerte a 2950 bichos.
Fue inhumado en el Panteón Civil, en una fosa de tercera clase, ocupando la Nº 1763, línea 23, sepulcro 2.
Al cumplirse un mes del fallecimiento del ilustre torero, el Sr. Ponciano Díaz, su banderillero de confianza, su discípulo más querido le organiza una corrida de toros en la plaza El Huisachal, en beneficio de la familia del finado señor Gaviño, que se encontraba sin recursos de ninguna clase, la corrida se celebró el día 25 de abril presentándose la cuadrilla de Ponciano Díaz y la ganadería de las mejores razas.
El recuerdo del matador estaba latente, “al sur de la capital, por el rumbo de los canales de Jamaica se levantó con tablones y estacas una placita que llevaba el nombre de “Bernardo Gaviño”.
En el Canal de la Viga, muy cerca a aquel sitio, se encontraba la Quinta Corona, en donde su propietario tenía una especie de museo en el cual se exhibían multitud de curiosidades especialmente taurómacas y entre ellas la que llamaba mucho la atención de la concurrencia, era el traje azul y negro que llevaba el afamado torero hispano Bernardo Gaviño, al ser embestido por el toro en la plaza de Texcoco.
Por su parte, Julio Bonilla “Recortes” anotó al respecto del percance lo siguiente:
“En tercer lugar salió un toro negro zaino, meleno, bien encornado y de pocas libras perteneciente a la ganadería de Ayala. El toro resultó bravo, tomó ocho puyazos, mató dos caballos, pasando a banderillas con mucho poder y ligereza de patas. El viejo Gaviño estaba contentísimo y hacía elogios de la nerviosidad del burel.
“Tocaron a matar, y el diestro de Puerto Real, que vestía terno negro, con adornos de seda negra, armó la muleta y se dispuso a estoquear a aquel toro (…), se fue hacia la res, presentando la muleta, que el toro tomó bien, pero al tomar el pase se revolvió, y como el caduco torero no tenía ya el vigor necesario para afirmarse en las piernas, fue cogido por la espalda, suspendido y engatillado (…) en la región anatómicamente llamada por los facultativos hueco isquio rectal”.
Además:
El arte de la lidia, año II, Nº 9, del 28 de febrero de 1886.
PARTE FACULTATIVO de las heridas que recibió Bernardo Gaviño en Texcoco, la tarde del Domingo 31 de enero de 1886 por un toro de la ganadería de Ayala, que ocasionaron su muerte.
Bernardo Gaviño tiene una herida de bordes irregulares contusos, de cuatro centímetros de extensión situada en la margen derecha del ano hasta la parte posterior, que interesa en algunos puntos la piel y el tejido celular y en otras la mucosa y dicho tejido. En la parte posterior de la herida penetra en la fosa isquio-rectal a una altura de 10 centímetros, perforando el recto en una obertura superior de y centímetro y ½ de diámetro. Tiene en la parte anterior e izquierda de la margen del ano otra herida de bordes irregulares de 2 centímetros ½ de extensión que interesa la piel y la mucosa hasta el tejido celular. Al nivel de los trocánteres, sobre todo en el izquierdo, grandes equímosis como de 20 centímetros de diámetro.
La primera curación se la hizo en Texcoco el Dr. Osorio, y el día 1º de Febrero y 1, los Doctores Osorio, Icaza y Casasola.
El día 2 al medio día tuvo un calosfrío intenso, principios de la infección que causó su muerte; desde ese momento calentura y síntomas graves, sed inextinguible, y delirio constante con asuntos de toros y en momentos de lidia; hipo casi desde ese día y parálisis de la vejiga; fetidez notable del pus de la herida que era sanguinolento y abundante. En el momento de la herida hemorragia abundante que le produjo varias lipotimias. Su muerte ocurrió a las 9.30 de la noche del día 11 de febrero estando tranquilo, muy frío y con la respiración muy frecuente y estertorosa.
Se le curaba dos veces al día, con curación antiséptica y muy cuidadosa.
[2] Los versos aquí incluidos provienen de mi libro José Francisco Coello Ugalde: Bernardo Gaviño y Rueda: Español que en México hizo del toreo una expresión mestiza durante el siglo XIX. Prólogo: Jorge Gaviño Ambríz. Nuevo León, Universidad Autónoma de Nuevo León, Peña Taurina “El Toreo” y el Centro de Estudios Taurinos de México, A.C. 2012. 453 p. Ils., fots., grabs., grafs., cuadros.
[3] Estos versos, me fueron obsequiados en una copia, por el Lic. José Rodríguez, entusiasta aficionado, con quien cada domingo de toros, nuestros encuentros se alimentan con novedades y comentarios alrededor de libros de toros. Muchas gracias.
[4] Quizá lo correcto sea: “par de pistolas al cinto”.
[5] Roberto Cabral del Hoyo: Casa sosegada. Obra poética 1940-1992. 1ª ed. México, Fondo de Cultura Económica, 1992. 476 p. (Tezontle), p. 218-224.
[6] Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots., T. II., p. 659.