RECOMENDACIONES y LITERATURA. LOS ARQUITECTOS DEL TOREO MODERNO. 2 de 3.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    José Alameda, bajo la advertencia de su conocimiento empírico, teorizó a fondo y al hacerlo, dejó testimonios cuyo apuntalamiento puede comprobarse al encontrarnos con una nueva serie de elementos que permitieron, en cada uno de los momentos evaluados, la consolidación de la tauromaquia. Es decir, su nuevo grado de modernidad, en el que intervinieron personajes clave como Carlos Arruza, a quien dedica algunos párrafos, pero es con Manuel Rodríguez “Manolete” en quien se ocupa con agudeza, hasta el punto de que su influencia fue harto definitiva en los avances y hasta en los nuevos giros que encontró el toreo al mediar el siglo XX. La aportación del torero cordobés estriba en el hecho de que

 (…) no se situó de perfil por gusto o por ventaja, sino como un medio para poder llegar más cerca, para aproximarse a un tipo de toros quedados, que requieren un cite sumamente en corto. Y así era la mayoría de los que salieron al ruedo en su época, en su momento.[1]

    Por lo que con “Manolete” las distancias todavía se redujeron un poco más, aplicando para ello un procedimiento clave en su quehacer: el toreo paralelo o de perfil que traía consigo un punto de riesgo, en el que Manuel Rodríguez llevó a convertirlo en fiel de la balanza, en paradigma de sus mejores actuaciones, imprimiendo elementos de tragedia que entonces terminaban en la admiración más creciente de las mayorías, sin que por ello faltaran los falsos profetas que seguían invalidando sus permanentes atentados al principio más clásico que debía conservar la tauromaquia, en aras de una modernidad primero. Luego, bajo la terrible condición con que la guerra civil española iba minando no sólo el espíritu de los hispanos, sino que el efecto bélico se extendía en el campo bravo, al punto de que a las plazas, estaba siendo enviado un toro minado, reducido, que tuvo que lidiarse así, y que luego, esa condición quisieron seguirla implantando cuando la guerra ya había terminado, lo cual no fue del agrado de las mayorías. Pero esa nueva realidad impactó de una manera que resultaba conveniente a muchos toreros, al punto de que no sólo había un toro reducido, sino que se unieron nuevas prácticas fraudulentas, por lo menos la que constaba en aquellas épocas: la de la manipulación de las astas y que muchos años más tarde, el primero en poner un alto al abuso fue Antonio Bienvenida.

José Alameda en una de las inolvidables tertulias que celebró Bibliófilos Taurinos de México en 1985. Entre otros, Luis Ruiz Quiroz, Julio Téllez, Daniel Medina de la Serna y el autor de este blog.

    Con lo que estaba poniendo en práctica “Manolete” el toreo también ganaba en expresión, y aquello de “cargar la suerte”, se convirtió en otro importante paso en la depuración del toreo. Pues

 En rigor, la suerte no se carga con ésta o la otra parte del cuerpo, sino con “todo”, con cuanto entra en la ejecución de la suerte misma, ya que el de “cargarla” es el momento en que la suerte llega a ser, cobra estructura y plenitud. Y en ese momento entran todos los ingredientes –brazos, cabeza, piernas, cintura y trapo- que se emplean en la suerte, ya que es el movimiento de intención general y unitaria, que lleva la suerte a su cenit.[2]

    Alameda pone no sólo énfasis, sino que advierte sobre el riesgoso punto en el que las diversas interpretaciones sobre “cargar la suerte” aparecieron por montones, generando que se preconizara un “toreo literalmente de cargadores. Y no es eso”. Su principal combate estuvo dirigido a las cuestionadísimas afirmaciones que, por aquellos años estaba realizando Gregorio Corrochano a quien pone en evidencia a partir de sus teorías expuestas en ¿Qué es torear? Obra que se volvió referencia, y que lo sigue siendo, independientemente de su contenido. Recordaré que José Alameda tuvo especial preferencia por detonar polémicas –y no le faltaba razón-, pues en la medida en que su cultura se extendía más y más, en esa medida estaba con enormes posibilidades de arremeter con cuanto atrevido se pusiese en la mira. Ahora bien, ya puestos en su verdadera dimensión, tanto Juan Belmonte, como Manuel Jiménez “Chicuelo” y Manuel Rodríguez “Manolete” es con estas tres columnas vertebrales en quien afirma sus postulados. Y como toda teoría necesita de su parte comprobatoria, él mismo se preguntaba si “Manolete” aportó algo a la evolución del toreo.

   Es curioso, pues lo indicado hace un momento “la evolución del toreo” fue, en su perspectiva una prospectiva que siempre lo persiguió como una obsesión, hasta dar, treinta y tantos años después con la revelación de aquellos “fantasmas” en su “Historia verdadera de la evolución del toreo”, de la que se dará cuenta más adelante.

Detalle de la anterior. José Alameda y José Francisco Coello Ugalde. México, 1985.

    Y lo resuelve en estos términos, eminentemente literarios y acordes a su naturaleza de gran tribuno:

 “Manolete” fue el torero aspiración, como una llama que asciende. Se le ha llamado alguna vez el torero del Greco. Pues lo era, pero más que por su traza física, por su ética estricta, que lo elevaba como puro espíritu, como forma que se levanta.[3]

    Lo que “Manolete” hizo fue llevar, en definitiva, la forma dramática y expresiva de Belmonte a un culmen evidenciado y afirmado por su propia personalidad, la que impuso en cada tarde y a cada tarde, al punto de que los dramas generados se convirtieron en la forma más natural en que Manuel legaba, con pretensiones muy claras, el sentido o el “sentimiento trágico de la vida” que alcanzó a describir Miguel de Unamuno y que hoy, en José Tomás adquiere su nueva puesta en escena. Pero la exacta triangulación de la que partía Alameda al agregar a “Chicuelo” en el triunvirato que causó la nueva época del toreo, se cumplió a plenitud en el momento en que el propio “Manolete” confesaba ese vuelco contundente:

    La gente no suele verlo, porque la gente no se fija en esas cosas, pero ese es mi toreo. Yo creo que el torero debe mantenerse lo más posible en su centro, en la línea. Y en eso, el mejor que yo he visto ha sido Chicuelo”.[4]

    Quedaba pues plenamente confirmada la teoría que supuso José Alameda con la que se cumplían todos sus presupuestos y análisis contemplativos en que el resultado era tener la certeza de que “Manolete” buscó ser centro y eje, brecha significativa entre lo que significaba separar el toreo “natural” del toreo “cambiado”. Porque “natural” es todo pase en que la mano del cite es la del mismo lado por donde viene el toro. “Cambiado” es todo pase en que la mano del cite es la del lado opuesto a aquél por el que viene el toro. Y en el toreo “natural” se acomoda “Manolete” como su ejecutante más preciso y puntual, pues en este es más de “arte, en tanto que el “cambiado” es más de “técnica”, tal y como sigue postulándolo el autor de Los arquitectos del toreo moderno. Lo anterior, en condiciones de ejecución lo más natural que se pueda percibir es de tal dimensión que lo demás, puede convertirse en bisutería, incluso las diversas interpretaciones existentes en el bagaje taurino, bajo el riesgo de que puedan confundirse terriblemente si no se tiene al alcance ese conocimiento del que parte Fernández Valdemoro. Llevar más allá esta teoría es simplemente desintegrarla, y no con el objeto de generar la decodificación requerida en nuestro tiempo, sino por el hecho de que se altera la esencia de que estaba compuesta en un principio, con el ingrediente y la dinámica que puso e impuso “Manolete”. 

CONTINUARÁ.


[1] José Alameda (seud. Carlos Fernández Valdemoro): Los arquitectos del toreo moderno. Ilustraciones de Pancho Flores. México, B. Costa-Amic, editor, 1961. 124 p. Ils., p. 54.

[2] Op. Cit., p. 68.

[3] Ibidem., p. 84.

[4] Ibid., p. 86.

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