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UNA MALA SEÑAL DE DESAHUCIO SE HIZO PRESENTE, HOY POR LA TARDE.

CRÓNICA.

Segundo festejo de la temporada 2019-2020 en la plaza de toros “México”. José Antonio “Morante de la Puebla”, “Joselito” Adame y Ernesto Javier “Calita” y seis remedos de toros pertenecientes a la ganadería de Bernaldo de Quirós.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Años de proveerle lo mejor a la fiesta. Años, muchos años de considerarla como un espectáculo que ha reunido todos los elementos posibles para considerarla como un auténtico legado, merecedor de privilegios y consideraciones muy especiales. Años en fin, donde hemos creído que la tauromaquia mexicana debe conservarse debidamente como un patrimonio en medio de un gran esfuerzo que supone venerarla a casi cinco siglos de su presencia en México… y miren, para que hoy, en esa función que corresponde al domingo 10 de noviembre de 2019, viéramos cómo se fue derrumbando poco a poco todo ese cúmulo de esperanzas luego de la deprimente tarde, la segunda de la temporada 2019-2020 en la otrora plaza de toros “México”, cuyos resultados marcan una señal de advertencia muy seria.

El encierro que se lidió –o intentaron lidiar los tres alternantes-, perteneciente a la ganadería de Bernaldo de Quiros fue una mansada auténtica. Todos ellos, ejemplares de dudosa edad, y donde uno a uno fueron mostrando durante la lidia condiciones de ganado digno del rastro, lo que incluso podría ser suficiente razón para retirarle el cartel a su propietario por el pésimo resultado que ofrecieron a lo largo de un festejo lleno de contradicciones. Fueron estas, señales inequívocas de que las cosas no están marchando del todo bien.

Con una entrada que no llegó a cubrir, ni por casualidad media plaza, y en tarde calurosa, el paciente público que asistió al festejo, fue mostrando reacciones contradictorias en las que no hubo los duros reproches que pusieran en situación difícil a la autoridad, pues suficientes razones habría ya con el hecho de que no hubiese ningún rechazo colectivo que obligara a devolver a este o a aquel ejemplar que no tenían, ni por casualidad, la presencia y el trapío que corresponden a un encierro de toros. También, durante el arrastre, camino al destazadero, buena parte de ese público presente, aplaudió el “desempeño” de estos marmolillos, que los fueron todos, unos más que otros, y que sosearon, y que dejaron ver la ausencia de casta, lo cual hace absolutamente inexplicable esa reacción popular que no entendió cómo, por otro lado, quienes se encargaron de hacerlo todo fueron los tres espadas, que literalmente “exprimieron” el mínimo indispensable de casta que habría traído consigo tan indigno encierro y que pastó, hasta hace unos días en el “Potrero del Ganado” (Municipio de Ocampo, Guanajuato), y cuyo propietario es ese señor que lleva el rumboso nombre de Francisco Javier Bernaldo de Quirós González y Pacheco.

Los asistentes querían festejar y aplaudir lo que fuera, y como fuera, aunque no creo que haya sido a causa de razones suficientemente poderosas, sino como parte de aquel cúmulo de detalles que no daban suficiente motivo para tamaña celebración.

José Antonio “Morante de la Puebla”, “Joselito” Adame y Ernesto Javier “Calita” no tuvieron, en ningún momento, la materia prima indispensable, por lo que aseadamente salieron del paso. El de la Puebla, a su primero, y del cual pudo enterarse rápidamente de qué iba el asunto, abrevió. En el segundo de su lote, de nuevo ante la adversidad, José Antonio puso algo de su parte, y no lo hizo nada mal, al punto de escucharse ¡olés! de alarido en una faena más bien corta, aunque hilada y con sentimiento que, en otras condiciones se habría agradecido de mejor forma, pero no así, donde lo pertinente era estar pendiente de aquel inválido. Como la estocada fuera de excelente calidad y colocación, le fue concedida una oreja, aunque hubo quien reclamara las dos –cosa que habría sido suficiente para devaluar más de lo debido lo que ya venía ocurriendo-. Así que con aquel balance, apenas nada de lo que esperábamos, paseó el auricular venerado por los asistentes.

“Joselito” Adame viene a recuperar el tiempo perdido, pero de tanto insistir aún no consigue el deseable equilibrio en sus faenas, y si bien se coloca en perfecta situación, y los lances o los pases son en algún momento impecables, no causa en los tendidos esa reacción de entrega como pretende el aguascalentense. Hasta hoy, no he visto en sus diversas actuaciones en el coso capitalino, una que sea capaz de ponerlo en lugar de privilegio y ya va siendo hora de que así sea. El tiempo en los toreros cobra otra dimensión, y es necesario por tanto, que “Joselito” tome nota para evitar una desagradable e innecesaria situación donde los públicos puedan incluso, darle la espalda. Entre los ¡olés! dedicados a “Morante” y los que sonaron en su honor, francamente hay un abismo y eso deben sopesarlo muy bien, tanto José como su administración, pues es una señal muy clara sobre la forma en que los públicos se entregan –incondicionalmente- con un torero al que consideran como uno de sus favoritos. Y si con todo esto, y luego de una magnífica ejecución en la suerte de recibir, Adame gozó el privilegio de que se le concediera el segundo auricular del festejo, que también paseó en medio de los tributos populares de rigor.

Ernesto Javier “Calita” en otra tarde, con otros toros y más aún, en mejores condiciones, nos podrá mostrar la madera de que está hecho. Por ahora, no pasó de sumar detalles y dejarse notar, sobre todo por la dimensión de sus alternantes, intentando remontar el desagravio de los tres avisos.

Otro detalle que llamó la atención fue la actuación de los piqueros. Salvo uno, que incluso causó un tumbo, y no por otra razón de haberse ocasionado porque el ejemplar que derribó, estaba casi cara a cara con el caballo. El resto recibió un puyazo, no había para más, y todos colocados en buen sitio y ante la contundente decisión de cada piquero que levantaron el palo a su debido tiempo. Notaba con lo anterior, cómo se ha transitado de aquellas épocas en las cuales un toro recibía numerosos puyazos, seguramente con varas de detener que incluirían el “limoncillo”, lo cual es clara señal de que el propósito de la suerte contaba con ese trebejo, y cuyo empleo necesitaba viajes y más viajes, con la consiguiente y desastrosa pérdida de caballos que se utilizaban sin llevar el que luego fue, a partir de 1930 y en México, un elemento indispensable que cambió el destino del espectáculo, evitando así la mortandad caballar en buena medida.

Al término de tan penoso festejo, reflexionamos sobre el que puede ser el destino del espectáculo en nuestro país, si las cosas siguen siendo manejadas en la forma como hoy lo hace una empresa empeñada en “consentir” a los toreros, pero no en agradar al público, ni en estimular entre las multitudes a que un espectáculo como el taurino, recobre grandezas perdidas. La ausencia de la autoridad de la autoridad es otro largo sendero de tribulaciones a que viene siendo sometida el desarrollo de la corrida de toros en cuanto tal, y si no vemos que participe o se comprometa como es su obligación a las autoridades que hoy pertenecen a una nueva representación denominada alcaldía, estaremos presenciando el desahucio de la fiesta de toros en la capital del país. Y con todo esto, no consideren ustedes que hay exageración o que ha llegado el momento de preparar las leyendas para la esquela que anuncie la muerte de la tauromaquia en México. Aún estamos a tiempo de recomponer este grave momento, pues de no ser así, lo único que estaremos presenciando, de aquí en adelante, es una auténtica pantomima, una vil versión del toreo y ese no es el camino.

He aquí pues, una seria advertencia del mal sendero por el que están apostando quienes pretenden seguir montando una puesta en escena a su gusto, donde los dictados y caprichos den por los suelos a lo que de dignidad le queda al espectáculo. Tomemos nota.

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MÉXICO EN MADRID. (2 de 2).

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 

La Muleta. Revista de toros. año I. México, noviembre 17 de 1887, N° 13, páginas centrales. La cromolitografía es trabajo del dibujante “P. P. García”, quien colaboraba para esta publicación, dirigida por Eduardo Noriega “Tres Picos”. Se puede apreciar la enorme semejanza habida entre el quehacer de este artista y la obra de Daniel Perea, publicada –por años-, en La Lidia, publicación taurina española. Col. del autor.

En esta estancia madrileña que ya va teniendo término, se suman todas las experiencias donde se ha procurado el acercamiento con instituciones y diversos personajes, todo con objeto de poner en marcha proyectos conjuntos, vinculados con la cultura taurina de nuestro país, tal como lo establece el compromiso clave de la fundación “Juan de Dios Barbabosa Kubli, A.C.”

Estamos en tiempos que pueden decidir el destino concreto de la tauromaquia, sobre todo porque este asunto sigue en la mirada de los contrarios, y sin la pertinente y deseable cohesión de los propios taurinos.

Ya iré compartiendo los pasos que la fundación misma de en favor de este legado, el cual es un cúmulo de historias, vivencias, testimonios y demás experiencias.

Por ahora, basta con recordar que por aquí han pasado personajes como Ramón de Rosas Hernández El Indiano, mulato veracruzano que vino a España a finales del siglo XVIII, dejando una estela en diversas presentaciones, compartiendo cartel, en aquellos momentos con el propio José Delgado “Pepe Hillo” y el también americano, aunque de origen, al parecer argentino, Mariano Ceballos.

También hizo lo mismo el michoacano Jesús Villegas “El Catrín”, quien estuvo por estos rumbos entre 1855 y 1860. Una amplia reseña sobre quién fue este desconocido personaje, la encontré en textos inéditos del Dr. Carlos Cuesta Baquero, quien nos comenta:

En mis conversaciones, que sostenían mis tres amigos, yo que siempre tenía avizorados a mis oídos para escucharlos, oí que Nolasco Acosta decía: “Jesús era mejor torero que Lino”. “El Catrín” tenía todo el modo de torear español, muy bonito. Era muy hábil banderilleando, no torpe matando. Lino era muy atrabancado, pero Jesús era superior como torero”. Inmediatamente intrigaba mi curiosidad insaciable, propúseme saber quién era aquel “JESÚS” de quien Nolasco Acosta hacía tan amplio elogio. De Lino, ya no tenía que saber quién era, pues bien lo sabía yo. Era el famoso LINO ZAMORA. Espada de mucha nombradía –especialmente en los estados de Guanajuato, San Luis Potosí y Zacatecas- que fue asesinado en la ciudad de Zacatecas, en el año de 1874 (lo correcto es 1878). El celebrado LINO ZAMORA murió a manos de un banderillero nombrado Braulio Díaz, quien por “cuestión de faldas” –las de una tal Presciliana– dio un balazo a su jefe. Pero ¿aquel Jesús, superior al egregio Lino, qué lidiador había sido? Ya suponíame, que tratábase de un personaje tauromáquico, pero ¿cuál? Por lo tanto, hice la correspondiente interrogación y tuve la siguiente respuesta, que sonriendo dióme mi buen amigo. Voy a referirla muchos años después.

“Ese JESÚS, de quien estamos platicando, fue EL ESPADA JESÚS VILLEGAS, UN MORELIANO. Un catrín, que siendo estudiante en un colegio nombrado San Nicolás de Hidalgo dejó los libros para hacerse torero, alucinado por el modo de torear que vio en DON BERNARDO (GAVIÑO), cuando dio unas corridas en Morelia –allá por los años de 1856 o 1857- para estrenar la plaza de toros o estrenar unas reconstrucciones que hicieron. Jesús Villegas, era de familia que tenía buena posición social y pecuniaria, poseían bienes. Pero, el muchacho se alucinó por hacerse torero. Una locura”.

Ya enloquecido, comenzó a ensayar –a ver si podía- en la hacienda de La Goleta, finca inmediata de donde llevaban buenos toros para las corridas en Morelia. El caporal y los vaqueros fueron los primeros maestros que tuvo y prontamente pudo torear, aunque fuese al estilo “ranchero”, pues les perdió el miedo a los toros y se acostumbró a estar tranquilo, aunque los tuviera cerquita. El catrincillo resultó valiente –hombrecito- no se asustaba por los revolcones y algunas heridillas. Por su ansia de torear, comenzó a dejar de ir a las lecciones en el colegio de San Nicolás de Hidalgo, para ir a las que le daban en La Goleta.

Escena de una suerte taurina, aparecida en un cartel anunciador, de la plaza de toros del Paseo Nuevo, para la tarde del 6 de octubre de 1861. Col. del autor.

   Los familiares de Jesús, enteráronse de lo que sucedía. De ninguna manera admitieron que fuese torero. Ya sabes tú “Currito”, que la generalidad de nosotros los toreros no somos bien mirados y especialmente entre los ricos tenemos poca aceptación. Por tal motivo rehusaron rotundamente y para evitar que Jesús continuara en su porfía y ensayos, sujetáronlo a una vigilancia rigurosa. El muchacho –entonces tenía diez y ocho o veinte años- tenaz en su propósito, considerando no podía continuarlo en Morelia, decidió abandonar el estudio que hacía para comenzar luego una carrera –creo que la de Licenciado- y sustraerse a la férrea autoridad de su padre, escapándose para la ciudad de México y ponerse al abrigo de DON BERNARDO. Así lo realizó, despistando con ardides a sus familiares respecto al sitio adonde había marchado, pero por fin no le valieron sus tretas y lo descubrieron. Ya sabiéndolo con seguridad, inmediatamente hicieron los necesarios trámites para devolverlo a Morelia. Él no quiso volver y para evitar lo llevaran a fuerza, resolvió hacer segunda escapada hacia el puerto de Veracruz. Con don Bernardo estuvo aproximadamente un año. En Veracruz solamente unos días, pues no creyéndose seguro se embarcó en un buque que tenía rumbo para la Habana. Carecía de dinero para el transporte, por lo que entró furtivamente y se escondió protegido por el cocinero al que hizo promesa de pagarle algo y además ayudarle en sus quehaceres. Ya en la Habana, se acogió a los toreros que estaban, unos apellidados Díaz Labi, parientes de uno famoso que murió en la ciudad de Lima, pero que había toreado en la plaza de toros de México y en otras de la República. Permaneció en la Habana algún tiempo y fue después a España, a Cádiz, lugar de donde eran sus protectores y amigos.

Los buenos modos (modales quería significar mi amigo Nolasco Acosta) hicieron en España fuese amigo de “curritos” ricos. Nos platicaba que los acompañaba a sus haciendas, para “calar” a los toros, todavía becerros. Allí, toreaba. Nos hablaba mucho de un DON GIL, que habiendo sido señorito rico se hizo torero y fue un buen espada (era verdad lo que Villegas le platicaba a mi amigo Nolasco Acosta. Se refería a Don Antonio Gil, señorito madrileño protegido por el Duque de Veragua. Don Antonio, después de haber demostrado aptitud torera actuando como aficionado, quiso ser torero profesional. Se hizo amigo de Manuel Domínguez, el famoso espada. Este logró que Juan Lucas Blanco, le diera “alternativa” a Don Antonio Gil en la plaza de toros de Sevilla, en el año de 1854). También estuvo Jesús, de banderillero en algunas cuadrillas y estoqueaba cuando para hacerlo había oportunidad. Así logró su anhelo de hacerse torero. Vivía contento en España, según decía.

Habían corrido varios años, bastantes. El Señor Villegas, padre de Jesús, que no había transigido, ya había muerto. Entonces, la madre escribió al hijo llamándole. Rogándole cariñosamente que viniera. Atendió a la petición y por eso regresó a la República, allá por el año de 1865 o 1866. Entonces por la situación de guerra en que estábamos contra el Imperio de Maximiliano, las corridas eran escasas. Los “gabachos” (apodo insultante que decían a los franceses) no las permitían, diciendo que “eran diversión salvaje”. Las autoridades mexicanas imperialistas, no daban el permiso sino con dificultad, temerosas de que en la plaza de toros hubiera sublevación promovida por los partidarios de DON BENITO (JUÁREZ), de los Republicanos. Por lo dicho, Jesús toreó en pocas veces. Puede decirse que “estuvo cayendo y levantándose”, toreando una o dos corridas y estando sin torear algunos meses, hasta que terminó el Imperio. Entonces, todos los toreros respiramos ampliamente porque creíamos venían muchas corridas, para recompensar de cuando eran pocas. Pero, DON BENITO tuvo la humorada de prohibirlas y le obedecieron en muchos estados. Por lo tanto, continuaron las penurias. (Era cierto lo que decía mi amigo Nolasco Acosta. Por el motivo señalado –la prohibición de las corridas- Bernardo Gaviño abandonó el país temporalmente, yendo al Perú, toreando allá en las plazas de toros de Lima (la famosa de “Acho”, en las del Puerto de “El Callao” y “Arequipa”).

Por esto Jesús no toreó en la plaza de toros de la ciudad de México. Tuvo que venir a los pocos estados centrales donde había corridas. Aquí estuvo. En esas corridas y fui banderillero. Repito, lo que oíste “Currito”: Jesús era mejor torero que Lino. “El Catrín” –así decíamos a Jesús porque era muy fifiriche y también le decíamos “El Catarro” porque hablaba un poquito gangoso, como si estuviera constipado- toreaba muy bonito, banderilleaba con mucha habilidad, daba “pases” de muleta de muchos modos y no era torpe matando. Nosotros le aprendimos una “vuelta” nombrada “de farol” (ya la conoces, ya la has visto) y ese “pase” que doy empleando en la muleta las dos manos y ayudándome con la espada para tener extendido el trapo. (Era el “pase ayudado por alto”, con salida por el lado derecho). De aquí, fue a Guanajuato. Allá tropezó con Lino y emprendieron pelea. Luego, anduvo por León y Aguascalientes y en seguida para su tierra, para Morelia. Allá murió, de muerte natural, entiendo que por enfermedad en el hígado. Así me lo platicó Rafael (Rafael Corona, uno de los espadas michoacanos), cuando pasó por aquí de banderillero con Don Bernardo. Cuando yo también me alebresté y me fui con ellos a Tamaulipas, dejándolos en Jaumave. Mi madre también lloraba porque andaba yo en aventuras y me devolví para quitarle la aflicción.

Tal fue la respuesta que dio a mi interrogación mi amigo Nolasco Acosta. Deseoso de comprobar lo que habíame platicado, aunque conocía su veracidad, puse los medios conducentes para comprobarlo debidamente. Yo tenía y tengo parientes en la ciudad de Morelia. Mi familia por rama materna es oriunda de allí. Una porción de esa familia vino a San Luis Potosí, acompañando a uno de mis tíos (el Médico Cirujano DON ANTONIO BAQUERO, cirujano militar cuando era jefe del Cuerpo Médico Militar un famoso extranjero apellidado [Pedro] Van der Linden), la otra porción de mi familia quedó en Morelia. A uno de mis tíos allí domiciliados –el Señor don Ramón Baquero, que por muchos años fue catedrático de Matemáticas en el Colegio de San Nicolás de Hidalgo, escribí recabando datos acerca de Jesús Villegas. Confirmó en su parte esencial lo dicho por mi amigo Nolasco Acosta. Mi tío había conocido a Villegas siendo estudiante, eran condiscípulos y amigos. Después, lo vio ya siendo torero y supo había estado en España, en los años que no estuvo en Morelia. Cuando estudiante, Villegas era visita de la casa de mis familiares. Cuando torero, estando en San Luis Potosí, también visitó en una o dos ocasiones a los radicados allí.

Años después cuando ya había en la ciudad de México periódicos tauromáquicos, hallé en uno titulado LA MULETA, fundado y escrito por don Eduardo Noriega, estampa representando uno de los incidentes ocurridos en la competencia entre Villegas y Lino Zamora, en la plaza de toros de Guanajuato. En tal incidente fue herido Lino, compitiendo al banderillear. La casualidad –madre de muchos descubrimientos-, hizo que posteriormente hallara en una colección de antigüedades que estaban en un MUSEO, que el anciano picador JUAN CORONA tenía en su domicilio, en LA GRANJA CORONA, ubicada en el pueblito nombrado JAIMAICA cercano a la ciudad de México, la “taleguilla” (de raso color azul celeste, con bordados de plata) que lucía LINO en esa corrida.

Uno de mis familiares, mi hijo mayor, adquirió esa “taleguilla” y un vestido antiguo perteneciente a Bernardo Gaviño –el último vestido que tuvo el PATRIARCA TORERO-. Mi hijo a su vez vendió esas prendas toreras históricas, al conocido anticuario y poeta Señor Don José de Jesús Núñez y Domínguez. Este señor hizo obsequio de las tauromáquicas reliquias al “Centro Taurino de San Luis Potosí”, donde ahora se encuentran. En buen sitio están, pues buenos aficionados son los integrantes de la mencionada asociación tauromáquica, dueña de otras muchas reliquias taurinas.

Por lo relatado, está comprobado hasta que algún otro historiógrafo taurino anteponga fundadamente a otro torero, que el que primeramente fue a España –con anterioridad de muchos años a cuando PONCIANO DÍAZ– fue JESÚS VILLEGAS. Quien tiene detalles semejantes al actual JESÚS SOLÓRZANO. Tocayos, coterráneos, de clase social valiosa, de buena educación y quizá iguales en habilidad tauromáquica. El segundo lugar lo ocupó PONCIANO DÍAZ, el tercero Alberto Zayas alias “Zayitas”, nativo de la ciudad de México, el cuarto Vicente Segura, el quinto Rodolfo Gaona, el sexto Luis Freg. Después, una muchedumbre: “La Cuadrilla Juvenil Mexicana”, llevando por espadas a Carlos Lombardini y Pedro López, el novillero leonés Eligio Hernández “El Serio” (que tomó “alternativa” en la plaza de toros de Sevilla). Pascual Bueno, Tomás Coeto alias “Tomasín”, Carlos González (actual propietario de la plaza de toros “Vista Alegre”, en la ciudad de México, a orillas del camino para la población de Tlalpan), Rodolfo Rodarte, JUAN SILVETI, Porfirio Magaña, José Ramírez “Gaonita”, José Flores “Joselito Mexicano” y… Vuelvo a decir: “UNA MUCHEDUMBRE tauromáquica mexicana”. ¿Cuántos tendrán arraigo en los cosos hispanos? ¿Cuántos regresarán “con las orejas gachas y el rabo entre las piernas” (dispénsenme la comparación con los ejemplares de raza canina) ¡Quién sabe! Hasta ahora, solamente de los actuales uno ha conseguido tal arraigo: FERMÍN ESPINOSA “ARMILLITA CHICO” En ruta para lograrlo está JOSÉ GONZÁLEZ “CARNICERITO”. Ricardo Torres (subrayo el nombre porque no es el suyo verdadero), es todavía una nebulosa, Garza igualmente, Luis Castro “El Soldado” –aunque declarado “Conquistador de Valencia”- está en iguales circunstancias que los mencionados. Que todos triunfen y se hagan los “amos” entre la torería, lo mismo española que mexicana son mis deseos.

Por lo tanto, Jesús Villegas, según conclusiones y a partir de las pocas lecturas al respecto de su vida, puede afirmarse que estuvo en España entre 1855 y 1860.

Y desde luego, la presencia vital de Ponciano Díaz Salinas, quien también estuvo por acá, entre el mes de julio y octubre de 1889. Seguramente, este solo capítulo amerita un capítulo especial, el que prometo desarrollar para la próxima semana. Gracias.

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MÉXICO EN MADRID. (1 DE 2).

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Toros y vacas en Atenco. Imagen cortesía de André Viard.

Escribo la presente nota desde Madrid. En efecto, me encuentro en la capital de España, donde el próximo 17 de mayo, dictaré una conferencia en la sala “Cossío”, ubicada al interior de la plaza de toros de “Las Ventas”, esto a partir de las 13:00 horas. El tema: “La presencia del toro bravo en América. México, como caso particular”, es en sí mismo, un reto debido al numeroso conjunto de información que la historia del toreo en nuestro país tiene al respecto.

La propuesta temática, parte después de una decisión en la que mucho tiene que ver la presencia del Lic. Juan de Dios Barbabosa Kubli, quien es presidente de la fundación que lleva su nombre, y de la cual me presentaré como director de la misma. El Lic. Barbabosa tendrá una importante intervención en el evento, pues es además, un espléndido orador.

Uno de los principios que plantea dicho organismo es “difundir y exaltar la cultura taurina de México”, por lo que considero que esta será una buena oportunidad, para que tal circunstancia sea conocida y extendida también en la España taurina, que por estos días vive uno de los momentos más intensos, en medio del desarrollo de la feria de “San Isidro”.

En la misma ocasión, y contando con el acierto y los buenos oficios del señor Juan Pablo Corona Rivera, presidente de Fomento Cultural Tauromaquia Hispanoamericana, será posible que él mismo se encargue de presentar el libro Historia de la cirugía taurina en México. De los siglos virreinales a nuestros días, mismo que elaboré conjuntamente con mi buen amigo el médico cirujano ortopedista Raúl Aragón López. Me acompañará en la “disección” el historiador aguascalentense Adrián Sánchez, quien hará una reseña de la misma obra.

Será, a lo que se ve, una jornada cultural sin precedentes, pues si bien, ya se han realizado actividades similares anteriormente, en esta ocasión se da la doble posibilidad de afirmar y trascender una poderosa presencia de la tauromaquia en México, patrimonio que en pocos años, alcanzará los 500 de convivir entre nosotros.

Puedo adelantar que en dicha plática, compartiré datos que se vinculan con el proceso de origen, desarrollo y consolidación de un aspecto que va de la mano con la historia de México misma, ya que considera la afirmación de circunstancias donde la crianza del toro encontró espacios para articular diversas unidades de producción agrícola y ganadera, a lo largo de los siglos virreinales, así como del XIX y XX, hasta llegar a nuestros días.

Será una buena oportunidad para apuntar el hecho de que antes de la ya conocida noticia que conocemos, y proporcionada por Hernán Cortés, en la cual refiere que el 24 de junio de 1526 “se corrieron ciertos toros”. Y es que en ese “antes”, sucedieron varios capítulos donde también se desarrollaron fiestas (una en La Española, en agosto de 1511 y la otra en la isla de Cuba, el día de Corpus de 1514), así como por el hecho de que el propio Capitán General, se estableciera, desde 1524 en el valle de Toluca. Para el 16 de septiembre de 1526, en carta enviada a su padre, don Martín Cortés, este quedó enterado de que en dicho sitio –es decir Matlazingo-, “(es) donde tengo mis ganados de vacas, ovejas y cerdos…”

También, mostraré las diversas formas en que el toro, al paso de casi cinco siglos, ha sido representado, sobre todo de manera plástica como relieves, códices y otros soportes documentales, biombos, en la caricatura, los carteles, relaciones de sucesos, cromolitografías…

No puedo dejar de mencionar el enorme peso que representaron en su momento las “Relaciones de Sucesos”, verdaderas crónicas o reseñas, en verso o prosa, que circularon entre 1582 y hasta 1819, aproximadamente. En investigaciones recientes, he podido ubicar unas 500 referencias, recuperadas una buena mayoría en portadas o contenidos facsimilares que permitirán, luego de su exhaustiva revisión, un nuevo acercamiento interpretativo sobre el desarrollo –en caso muy especial-, de las fiestas taurinas en diversas partes del territorio virreinal, así como en los primeros años en que México aparecía ante el mundo como un nuevo estado-nación.

A dichas propuestas, se agregan otras tantas escenificaciones del toreo rural, o el quehacer entre otros hacedores, como José Guadalupe Posada para luego compartir un rico despliegue de imágenes en las que se podrá apreciar la presencia del toro en el campo. No faltarán algunos cuadros en donde quedará de manifiesto, por ejemplo el caso de un acontecimiento ocurrido durante los primeros años del virreinato. Me refiero al que se consideró en su momento como “el siglo de la depresión”, así calificado por el demógrafo norteamericano Woodrow W. Borah (poco después de la segunda mitad del siglo XVI y hasta poco antes de la primera del XVII); síntoma en el que, debido a las diversas epidemias que asolaron estas tierras, hubo un notorio decremento de presencia humana, ante el desmesurado incremento de cabezas de ganado.

En ese sentido, y esta será otra de las aportaciones en la presente plática, será necesario matizar dicha afirmación, cuando Enrique Florescano y Margarita Menegus expresaban que

Las nuevas investigaciones nos llevan a recordar la tesis de Woodrow Borah, quien calificó al siglo XVII como el de la gran depresión, aun cuando ahora advertimos que ese siglo se acorta considerablemente. Por otra parte, también se acepta hoy que tal depresión económica se resintió con mayor fuerza en la metrópoli, mientras que en la Nueva España se consolidó la economía interna. La hacienda rural surgió entonces y se afirmó en diversas partes del territorio. Lo mismo ocurrió con otros sectores de la economía abocados a satisfacer la demanda de insumos para la minería y el abastecimiento de las ciudades y villas. Esto quiere decir que el desarrollo de la economía interna en el siglo XVII sirvió de antesala al crecimiento del XVIII.[1]

El estudio de Borah publicado por primera vez en México en 1975, ha perdido vigencia, entre otras cosas, por la necesidad de dar una mejor visión de aquella “integración”, como lo apuntan Andrés Lira y Luis Muro, de la siguiente manera:

Cuadro que relaciona el comportamiento que se dio con la sobrepoblación de las distintas cabezas de ganado establecidas en Nueva España, entre 1540 y 1630, y dicha sobrepoblación con el decremento de la población de indígenas y blancos que poblaron dichos territorios. En Woodrow W. Borah, El siglo de la depresión en la Nueva España. México, ERA, 1982. 100 p. (Problemas de México)., p. 18.

Hacia 1576 se inició la gran epidemia, que se propagó con fuerza hasta 1579, y quizá hasta 1581. Se dice que produjo una mortandad de más de dos millones de indios. La fuerza de trabajo para minas y empresas de españoles escaseó entonces, y las autoridades se vieron obligadas a tomar medidas para racionar la mano de obra y evitar el abuso brutal de los indígenas sobrevivientes.

Por otra parte, la población mestiza había aumentado a tal grado que iba imponiendo un trato político y social que no se había previsto. Mestizos, mulatos, negros libres y esclavos huidos, al lado de criollos y españoles sin lugar fijo en la sociedad concebida como una organización de pueblos de indios y ciudades y lugares de españoles, alteraron el orden ideado por las autoridades españolas, en cuyo pensamiento sólo cabía una sociedad compuesta por “dos repúblicas, la de indios y la de españoles”.[2]

Otros registros a compartir, serán los de una relación de haciendas ganaderas que dotaron de toros a diversas fiestas durante los siglos XVIII y XIX, así como un cuadro que elaboró en su momento el recién desaparecido Heriberto Lanfranchi, el cual es una mirada puntual sobre qué pasó en ese andar de varios siglos, con otras tantas haciendas ganaderas y los muchos comportamientos, como el ocurrido con Guanamé en el curso de 1808. Sucede que en ese año, su propietario el Conde de Pérez Gálvez, recibió 10 toros españoles procedentes del entonces Duque de Osuna y Veragua, destinados a las corridas organizadas en la capital del virreinato, para celebrar la jura del Rey Fernando VII. Lamentablemente, sucedió que los dichos toros llegaron tres meses después de los festejos y ya no fueron lidiados, dejándolos en los potreros que circundaba en aquella época la ciudad de México.

Representación del ganado vacuno en un antiguo códice novohispano. Puede apreciarse la clara y contundente visión del indígena.

   Más tarde, esa decena fue ubicada en la hacienda de Chichimequillas (en el actual estado de Querétaro), para luego trasladarlos a otra propiedad del Conde: esto en la parte norte del estado de San Luis Potosí, donde poseía gran cantidad de ganado vacuno. Es una pena enterarse que los veragüeños fueron dejados a su suerte. Pero aún así, se entiende que en dichas circunstancias, nacía la casta brava que más tarde fue seleccionada y separada del resto del ganado, con lo que ya más estables las condiciones, pudieron establecerse en la ya indicada hacienda de Guanamé.

Aspecto a destacar, también será el de apuntar el momento en que sucede el inicio de la profesionalización de la crianza del toro bravo en México, esto a partir de 1887. Por años, el tipo de ganado que se corría o lidiaba en las plazas, es porque era criollo, con apenas evidencia de un elemental principio de crianza, lo cual tenía más de intuitivo que otra cosa. Seguramente los hacendados –que después se volvieron ganaderos-, pero más aún sus administradores, caballerangos y vaqueros, que convivían permanentemente con el ganado, procuraron poner en práctica diversos métodos para proveer al ganado vacuno, y en particular a los toros y vacas de esta raza, de un sentido que estuviese orientado para ser utilizado en la lidia. Esa domesticación, por tanto, era especial. Y es a lo largo de muchas evidencias que provienen de la literatura, o de las notas periodísticas cómo una u otra hacienda ganadera, buscaban características particulares que se traducían en la evidencia de esa bravura congénita, o de una mansedumbre desastrosa.

Llegado 1887, como ya apuntaba, ese año marca el parteaguas en la modernización y profesionalización de la ganadería. Arribaron a nuestro país un conjunto muy variado de toros y vacas de procedencia española, el cual fue adquirido por distintos hacendados con fines concretos de cruzamiento entre aquellas castas y el ganado criollo que aquí predominaba. Los resultados fueron de distinta índole, pero inconsistentes en su mayoría.

La intervención de distintos ganaderos ubicados en diversas casa fundacionales: los González de Tlaxcala, los Barbabosa en el valle de Toluca, o años más tarde, los Madrazo en Jalisco, fue definitiva en dichos quehaceres en un ya bien definido arranque de siglo XX. También fue notoria la aparición en escena de Antonio Llaguno González, criador zacatecano que corrió con la suerte de adquirir una punta de toros y vacas del Marqués del Saltillo mismos que llevó hasta los potreros de San Mateo, obteniendo resultados de excelente nota, imponiéndose una notable presencia de ganado criollo, contrapeso y fiel de la balanza en lo que se produjo poco antes (es decir 1909) de que se desatara el conflicto revolucionario de 1910.

Después vino la Revolución, el bien o mal habido reparto agrario, la fiebre aftosa (1946), y el que más tarde, cerca del final del siglo pasado, fue el inicio de un interesante capítulo, el mismo que por insaculación e inseminación artificial, vino a dar firmeza de cruzas con simiente española, el cual y hasta nuestros días, viene siendo toda una realidad.


[1] Enrique Florescano y Margarita Menegus: “La época de las reformas borbónicas y el crecimiento económico (1750-1808)” (p. 363-430). En HISTORIA general de MÉXICO. Versión 2000. México, El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2000. 1104 p. Ils., maps., p. 365-6.

[2] Andrés Lira y Luis Muro: “El siglo de la integración” (p. 307-362). En HISTORIA general de MÉXICO. Versión 2000. México, El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2000. 1104 p. Ils., maps., p. 311. Además, véanse las páginas 316 y 317 del mismo texto que abordan el tema de “La población”.

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CLAUDE POPELIN OPINA SOBRE EL TORO MEXICANO EN 1964.

APORTACIONES HISTÓRICO TAURINAS MEXICANAS.

 RESEÑA DE UN ARTÍCULO DEL AUTOR FRANCÉS, POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

“Pardito”, semental de Mimiahuapam. El Ruedo. Madrid, España.

    Claude Popelin estuvo en México durante el verano de 1964. Como resultado de su visita, y entre otras cosas, pudo llevar a cabo una auténtica exploración por diversas ganaderías de toros bravos de lo cual encontramos un interesante balance en su artículo “El toro mejicano” (sic) publicado en la célebre revista El Ruedo, en su número 1056, del 15 de septiembre (p. 18-20).

Al parecer este no era su primer contacto con nuestro país, y en particular con el toreo que por entonces alcanzaba ya dimensiones muy importantes. Un año atrás dictó la conferencia “Méjico, segunda patria del Toreo” en el Club Taurino de París, lo que significa que gozaba de información y conocimiento plenos lo cual, por otro lado nos propone llevar a cabo la búsqueda respectiva de ese texto.

Popelin no era ajeno a este ambiente, pues llegó a publicar un buen número de libros lo que significa entenderlo como un aficionado pensante. En “El toro mejicano”, sus primeras apreciaciones nos hablan de un país en el cual se celebraban hace poco más de medio siglo 150 corridas y 300 novilladas, tomando en cuenta que la glosopeda o fiebre aftosa seguía siendo un factor de crisis en el campo, pues desde 1942 en que se declaró este mal, hubo necesidad de cerrar las fronteras aplicando fuertes controles sanitarios, y de que todo aquel ganado que hubiese adquirido la enfermedad o mostrara síntomas de la misma fuese separado y sacrificado. Como no había certeza de aquello, el sacrificio fue colectivo y en grandes cantidades. Es bueno recordar que la fiebre aftosa se produce por causa viral, muy contagiosa, afectando ganados mayores y menores, con síntomas como fiebre alta y el desarrollo de úlceras en el hocico así como erosiones en vesícula y ampollas de gran tamaño en pezuñas y ubre.

De inmediato nos da otra razón de peso a aquel estado de cosas argumentando que frente al problema representado por aquella enfermedad, hubo épocas, como las del siglo XIX en que la fiesta de toros en este país se sirvió de su ganado “criollo”, del que sin mala intención se puede decir que era más o menos “morucho”. No fue sino hasta comienzos del XX en que por intervención de Antonio Llaguno, fundador en su condición de ganadería brava de San Mateo, hubo desde aquellos tiempos una afortunada aplicación selectiva con productos de tal origen. Y va más allá al escribir:

“De mil vacas así compradas no conservó, después de tentarlas, sino veinticinco, de las que salió el primer toro, de acuerdo a lo que le fue compartido al autor, entre otros títulos de “Los toros desde la barrera”, el cual fue lidiado por Ricardo Torres “Bombita” en la plaza de Aguascalientes en 1906 (¿se trata del célebre “Húngaro”?) y así es, en efecto pues refiere que su cabeza, ya disecada se conservó en casa del hermano de Alfonso Ramírez “Calesero”.

Más adelante refiere que “Valiéndose de su personal amistad con Bombita, el escrupuloso ganadero logró del marqués de Saltillo varias remesas de vacas y de sementales a partir del año 1909. Esta nueva línea de pura ascendencia andaluza se utilizó con el tiempo para formar una serie de ganaderías que conservan las características primitivas. Son esencialmente hoy día los Torrecilla propiedad desde 1932 de Julián Llaguno (hermano de Antonio); los Mimiahuapam, Valparaíso, Santo Domingo, Tequisquiapan, Javier Garfias, Jesús Cabrera, San Antonio de Triana, Villacarmela, Cerro Gordo, Juan Aguirre…

Luego pone su mirada en el campo tlaxcalteca, sobre todo a partir de la ganadería madre más estable por entonces: Piedras Negras, la cual “después de haber adquirido algunos sementales de Murube recogió la sangre de Saltillo en los antiguos Tepeyahualco. A su vez, la venta de sus productos ha contribuido a crear otras ganaderías de calidad, tal como La Laguna”.

Sobre Pastejé apunta: “se han formado en gran parte con los de San Diego de los Padres, procedentes en un principio de cruces con sementales de Ibarra y de Pablo Romero, pero que se abrieron ulteriormente a una larga aportación de reses también oriundas de Saltillo”.

Popelin dice que La Punta, constituida en principio con sangre de San Mateo (vía Saltillo), fue “prácticamente eliminada en 1925 y la ganadería se reconstituyó con reses de Campos Varela, a la que los hermanos Madrazo (Francisco y José) han añadido posteriormente sementales de Domingo Ortega, entre otros”.

En aquel 1964 ya había en todo el país 114 ganaderías integradas a la entonces Asociación de Criadores de Toros con lo que estaban garantizados los festejos que empresas desplegadas por el territorio nacional organizaron por entonces. Por lo tanto, su primera gran conclusión fue “…que el toro borrego no se da. Lo que sí ocurre, y ha ocurrido siempre, es que marcan una frecuente tendencia a aplomarse en el último tercio. Es consecuencia de un poder más relativo, debido a las distintas condiciones de su alimentación. En España, el ganado tiene normalmente asegurada la hierba durante ocho meses del año. En el altiplano de Méjico, por razones metereológicas, sólo dispone de ella durante poco más de cuatro meses. Además, la ley Agraria limita los pastos a 500 cabezas de ganado mayor, aplicando un índice de aridez variable según los estados…”

Y no dudó en preguntar directamente a Luis Barroso Barona –entonces propietario de San Miguel de Mimiahuapam– sobre el hecho de que unos toros vienen a caerse y otros no.

“Intervienen tres causas distintas: la insuficiente alimentación de madres e hijos; el engordamiento precipitado de los toros en los tres últimos meses, y la consaguinidad”, me contestó sin vacilar.

Sobre aquel Mimiahuapam, el de su primera época hace evocaciones que recrean ese pedazo de campo bravo como sigue: “Monte arriba de la bella hacienda, dentro de sus potreros (sinónimo mejicano de cercados) individuales están los siete sementales: “Emperador” (hijo de un semental oriundo del Conde de la Corte y de una vaca de San Diego de los Padres, el cual, con los dieciséis años cumplidos, se conserva todavía por haber sido el fundador de la ganadería). “Cominito” (que ha engordado de una manera descomunal, porque ha aprendido a beberse el aguamiel de los magueyes), “Sereno” (indultado por su bravura excepcional en Querétaro el 25 de diciembre de 1962). “Mejicano”, “Pardito”, “Vencedor”, “El Cid”. Acompañado de Guadalupe, el mayoral [o vaquero] azteca, los he visitado uno después de otro”.

Describe a continuación la serie de obras emprendidas para dar un mejor tratamiento al ganado en un territorio ubicado a 2,700 metros de altura (le sorprende mucho el detalle de la altitud). Por ejemplo, el llevar agua a los abrevaderos, sitio en el que se encontró con 220 vacas de vientre, las cuales, acompañadas de sus becerros, “comían la hierba joven del inmenso ‘corredero’ de más de dos kilómetros de largo por ochocientos metros de ancho, que ha sido previsto para las tientas por derribo de machos… Los vaqueros mejicanos no llevan jamás la vara en el campo; les basta con hacer restallar su lazo para repeler cualquier res que se desmande”.

Por aquel entonces todos los animales de la ganadería, machos y hembras, llevaban marcados con hierro detrás de la oreja izquierda la reproducción de su número de orden y, detrás de la derecha, la fecha exacta de su nacimiento, con mención del día, mes y año. De esa forma, el fraude era imposible de consumar.

Viene a continuación un hermoso retrato que describe así: “Al pisar el ruedo de la placita de tienta y encontrarse delante de vacas tan bien encastadas, se creería uno… en Andalucía, si no fuera por dos detalles: que la Santa Imagen de la Virgen de Guadalupe ocupa el sitio de la de la Virgen del Rocío, y que en el horizonte los picos nevados de los volcanes parecen a su vez presenciar la faena”.

Lo que habrá de decir al final, es un balance concreto, pues determina que en el resto de las ganaderías no encontraba la misma homogeneidad, “sea porque los cruces con sementales españoles no ligaron igualmente bien, sea porque sus propietarios no han tenido los recursos necesarios para mejorar adecuadamente la cría. Les toca abastecer de ganado a los espectáculos de menor categoría y, entre ellos, a gran parte de las novilladas”. Otro factor importante fue sugerir el exterminio y control de la glosopeda, aspecto que vino a superarse al finalizar el siglo pasado, con los primeros experimentos logrados a partir de la inseminación artificial, mismos que han ido presentando resultados que muestran y demuestran que, con un trabajo constante, sólido y siempre dirigiéndolo a los propósitos fijados por los ganaderos mismos, las aspiraciones se concretarán felizmente.

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¡A VER QUIÉN SUPERA ESO!

CRÓNICA.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 

“Jerónimo” Aguilar hecho un torero. Fotografía de Sergio Hidalgo.

   Quienes tuvimos el privilegio de presenciar el festejo del domingo 7 de enero de 2018, en la plaza de toros “México”, podemos afirmar que nos encontramos con el prototipo de una corrida de toros cuyas condiciones, dejaba satisfecho en buena medida el anhelo que construye permanentemente el aficionado a los toros.

   Debemos reconocer el hecho de que nos han acostumbrado en estos y otros tiempos recientes, a una puesta en escena que ha perdido componentes esenciales y fundamentales, como la sola presencia del ganado el cual, como eje rector del espectáculo se le ha llevado a una expresión condicionada de edad, trapío y desempeño, cornamenta apropiada y otras circunstancias para que garanticen el éxito entre ciertas “figuras”.

   Para fortuna, este ejemplo no fue el caso.

   Es una pena que poco más de 40 mil ausentes hayan perdido la oportunidad de conocer diversos significados, cuyo principal sustento fue el interesante encierro de Caparica, así como el desempeño –con sus aciertos y sus errores-, por parte de Jerónimo, Juan Pablo Llaguno, Antonio Lomelín hijo, y sus respectivas cuadrillas.

   Reitero que es una pena, porque la propia empresa no supo reivindicar su hegemonía (era un buen momento), la cual se tradujo en la penosa asistencia -¿dos mil, dos mil quinientos asistentes?- de un pequeñísimo sector de aficionados que, en forma permanente solemos acudir a la plaza, siempre con la idea de encontrar posibilidades de nutrir y alentar nuestra sólida visión, y que muchas tardes se traduce en decepción.

   A lo largo de toda la jornada se sumaron episodios en los que la emoción, en sus diversas manifestaciones fue latente. Estábamos viendo toros, que tampoco eran elefantes, pero no burros con cuernos, ni tampoco mesas incapaces de embestir, como si estos eufemismos entre lo zoológico o aquello destinado a definir un objeto, sirvieran de algo en la presente ocasión. Eso sí, creo que en buena parte de los festejos anteriores no ha estado presente la figura principal, de ahí que esto sea un síntoma crónico permitido a ciencia y paciencia en el curso de la temporada 2017-2018.

El toro, sin más.

   Un detalle que llamó la atención fue el hecho de que el juez de plaza, no se enteró de que varios de esos toros merecían arrastre lento. Por fortuna, la ovación sincera de los allí presentes fue la mejor muestra al reconocer el desempeño que esos toros pusieron en el ruedo. Fue posible percibir una bravura, una casta seca, como el campo hidalguense de donde procedían. En más de uno sobró eso. Con alguno más fue evidente cierta sosería, pero nada que cambiara el destino de las cosas. De igual forma, la nota que cada uno fue dando era destacada desde su salida misma y que por la buena presencia y arrogancia, también merecieron las palmas. Literalmente varios de ellos se “comían” los capotes y luego en el tercio de varas, el balance es que hubo puyazos y más de algún tumbo de tanto embestir y empujar a las cabalgaduras. Otros más apretaron en el tercio de banderillas, y hubo quien se lució. También quien quedó en el ridículo.

   Los tres espadas, muleta en mano, desplegaron lo mejor de sus conocimientos en la lidia, con objeto de pulir asperezas y prepararlos para el debido lucimiento. No hacerlo significó apuros y más de algún arropón, incluyendo el dramático momento en que Juan Pablo Llaguno fue lanzado de fea manera por los aires, saliendo ileso de milagro. De este joven matador debo apuntar sus buenas y clásicas maneras, al dar cara a sus enemigos con los que demostró capacidades envidiables como lidiador.

   Si por su sangre circulan esos genes de la virtud, diría sin equivocación, que le ha bebido los alientos en espíritu, a aquel antiguo torero de origen sevillano, y que se llamó Manuel González Cabello. “Manolo” González se entrelazó con la familia Llaguno, lo que ha significado para este joven la mejor forma de materializar tan valiosa herencia. Y Juan Pablo se sabe responsable de esa razón, por lo que su actuación parecía el resultado de un diestro que no para de torear. Lamentablemente llegó a la “México” con tres corridas en su haber. Aún así, dejó una impronta que tardará mucho tiempo en olvidarse.

Por su parte, Juan Pablo Llaguno estuvo acertado en sus procedimientos, aplicándose en los términos más rigurosos de la lidia…

…para luego correr la mano en esta forma.

   De Antonio Lomelín sólo diré en su favor que si pretende llegar a figura, tiene un largo camino que recorrer. Sabemos lo difícil que es vivir bajo la huella y recuerdo de su padre, cuyo mismo nombre ahora le debe resultar incómodo. Que no sea condena, sino demostración legítima de reivindicar un apellido que pertenece con sobrada razón a la memoria taurina de este país desde hace 50 años.

   Jerónimo Aguilar, cuyo nombre se parece al de aquellos primeros conquistadores, vino a la “México” en ese plan: conquistar a base de una torería que, a sus cuarenta de edad se convirtió en acto heroico. En gesta, sin más.

   Cuando Rodolfo Gaona se retiraba a los 37 años es porque había alcanzado la cumbre de sus aspiraciones, y lo hizo convencido de que jamás volvería a vestirse de luces. Lamentablemente los tiempos han cambiado y ahora, un torero que no quisiéramos considerar como marginado, tiene que remontar el vuelo una vez más, mientras el tiempo marcha sin piedad alguna.

   Jerónimo, también heredero directo de otra gran figura: Jorge “El Ranchero” Aguilar dejó constancia de su hacer y su saber. Del aroma que dispersó con el capote y la muleta con la frescura de una mañana tlaxcalteca y lo solemne de un atardecer, donde una borrachera de bien torear no nos cayó nada mal.

Un poquito más abajo las manos, y Jerónimo hubiera acabado con el cuadro.

   Por eso decía al principio de estas mal pergueñadas notas, que muchos perdieron la oportunidad de admirar una “tarde de toros” en que no nos divertimos. En todo caso nos emocionamos de una manera muy especial, y donde no solo Caparica vino a poner una pica en Flandes, sino también Jerónimo cuyos lances a la verónica primero, y luego por chicuelinas. Más tarde en faenas, sobre todo la del cuarto de la tarde, en que con un aplomo inaudito, dejó muestra indudable del arte que posee. Remató esa labor en forma tan cabal y tan torera, que mereció una oreja, quizá la oreja mejor concedida en lo que van de este serial… Y si me apuran un poco, diría que en conjunto, el presente festejo es por ahora el mejor que hemos visto en mucho tiempo. No sé si se le calificará como el de la temporada, pero sí uno en los que su balance nos habla de lo mucho que sirven tarde así.

   Ya lo decía la recordada “Marisol”, cantante española de los sesenta en el siglo pasado: “Yo no digo que mi barca sea la mejor del puerto… / pero sí digo que mi barca es la que tiene los mejores movimientos”.

   ¡A ver quién supera eso!

Las fotografías que ilustran el presente texto, son de la autoría de Sergio Hidalgo.

Disponible en internet enero 9, 2018 en: http://altoromexico.com/index.php?acc=galprod&id=5291

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IMPRESIONES DEL FESTEJO GUADALUPANO A BENEFICIO DE LOS DAMNIFICADOS DE LOS TERREMOTOS OCURRIDOS EL 7 y 19 DE SEPTIEMBRE DE 2017. (… y II).

CRÓNICA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Y es que justo cuando las cuadrillas llegaban hasta cierto punto para detenerse, se solicitó un minuto de silencio, en memoria de las víctimas. Acto seguido, sonaron las notas del himno nacional, mismo que fue entonado, al menos eso fue lo que se percibía, en forma triste por todos los asistentes.

   Vino después la gran ovación, cierre del desfile y continuación de este con otro cuadro, en el que volvían al ruedo las “adelitas”, realizaron una coreografía de movimientos que se enlazaban en el ruedo, en imaginario círculo al que entraban y salían, mientras en el centro del mismo una de ellas portaba un estandarte, el cual guardaba semejanza con un capote de paseo, en cuya parte principal aparecía bordada una figura más de la Guadalupana, tal cual se le califica en forma cariñosa a Guadalupe del Tepeyac. Dicha figura es motivo de veneración desde sus apariciones allá por 1531.

Y los toreros, siguen y seguirán enfundándose bajo el manto espiritual de Guadalupe…

   Antes del paseíllo apareció al pie del reloj monumental y de manera efímera, un extraño personaje a imagen y semejanza de las figuras surrealistas que Gabriel Figueroa retrató a la orilla del mar, en el célebre largometraje de “La Perla”, dirigido por Emilio Fernández.

Fotograma de “La Perla” (1945). Fotografía de Gabriel Figueroa.

   Y así como surgió, así desapareció.

    En la lidia…

   De Pablo Hermoso de Mendoza, lo único que habría de decir en su favor es agradecerle la brevedad en su comparecencia, que no pasará a la historia.

   Si José Tomás hubiese hecho temporada importante en ruedos españoles, con 50 o más festejos en su haber, y luego se valiera de lo que desplegó en el ruedo de la “México”, todo ello hubiese bastado para confirmar ese, su poderío inconfundible. Pero en realidad, y casi viniendo con la mínima cantidad de apariciones, nos demostró estar en el sitio que su leyenda ha producido para confirmar los muchos kilates que vale el de Galapagar.

   Del tercio a los medios por verónicas a pies juntos, que se enlazaron en seguida con gaoneras en las que impasible, aguantó las embestidas del de Jaral de Peñas. Aunque efímeros, esto fue suficiente prueba para cautivar a quienes admirábamos aquel pasaje, convertido en auténtico pasmo.

   Resolvió con fecunda calidad una faena que parecía no tener solución. En el asombro de su toreo, se fue deletreando cada pase, cada remate. Cada detalle que luego con el indeseable pinchazo y en seguida la correcta estocada, culminaban con aquel ejercicio espiritual. Paseó una oreja en olor de santidad.

   De hecho, y con un cartel cuyas antigüedades no se cumplieron a cabalidad,[1] pues cada diestro, junto con su administración escogieron previamente el toro que lidiarían, pero el hecho es que “Joselito” Adame fue el “primer” espada. El aguascalentense iba a por todas y con una labor que agradó, aunque al parecer no convenció, tuvo que buscar un recurso para culminar aquello en sentido heroico. Monta la espada, arroja la muleta en forma un tanto cuanto teatralizada y ataca al enemigo. El acero quedó en tal sitio que causó el derrumbe inmediato, en medio del delirio de algunos y la sospecha de otros. Dos orejas concedidas sin una valiosa decisión del juez, representaron la devaluación de aquel episodio, inicio de otros tantos desaciertos de usía en lo que restaba del festejo. Y desde luego, esa vuelta al ruedo ya no tuvo la misma dimensión que se dirimió entre división de opiniones.

   Sergio Flores, vestía un traje arrancado de los campos de girasoles: amarillo y negro. Se le vio desenvuelto, y hasta corrió con la suerte de encontrarse con un ejemplar que ayudó (decir ayuda es porque colaboró, aunque no hayamos visto en él las virtudes suficientes  que luego fueron pretexto para una petición inexplicable de indulto).

   Su empeño era el de las grandes batallas y logró, a costa de una especie de sacrificio lo que se propuso, que no fue poca cosa. Era de notar entre el reposo obligado y la evidente ansiedad, la flama de la lámpara votiva y las llamas de un incendio fuera de control.

  El culmen del capítulo protagonizado por el tlaxcalteca tuvo componentes heroicos que se premiaron con dos orejas y que bien a bien estos y los otro cuatro apéndices que se repartieron José Tomás, “Joselito” Adame y José María Manzanares, no representaron la justa premiación reflejada también en el obsequio de miles de pañuelos cuyo mensaje subliminal al parecer, surtió efecto, como sucedió con la engañosa percepción que se tuvo –como ya lo apuntaba sobre perdonarle la vida-, al ejemplar que tuvo en frente Sergio Flores, el cual como casi todos, recibió solo el señalamiento de la puya, indicativo de que la suerte de varias es o significa en estos tiempos la pérdida casi inminente de un factor esencial en el curso de la lidia pues entre que suceden diversas causas que así lo original durante el transcurso del tercio, por otro lado pesa el rechazo sensible de sectores importantes en el tendido, que cada vez se oponen al que consideran como un notorio maltrato animal, aunado al mal desempeño de muchos piqueros que no han resignificado el valor de esa suerte, y de que siguen cargando con la descalificación histórica y simbólica por la que pasaron estos protagonistas.

   Recordaré rápidamente que, al ocurrir el desdén de los borbones nada más tomar control de la corona a partir de 1700, y siendo los monarcas de origen francés, este factor influyó, entre otros más, a mostrar la indiferencia por lo español. Esto trajo consigo que en el segmento que detentaban los nobles en la representación caballeresca en la plaza y que por siglos mantuvieron intocada, incólume y hasta la fortalecieron con tratados, o el sello de una nobleza que se sabía segura de su permanencia, el hecho es que no ocurrió así.

   Poco a poco, esas grandiosas puestas en escena tuvieron un vuelco inesperado, y aquellos señores cargados de linaje comenzaron a perder protagonismo. En la nueva conformación del espectáculo, la cual pretendía distanciarse de la anarquía, encontramos a los de a pie representados desde el pueblo, que iban por delante, quedando los de a caballo en segundo y quizá hasta en un tercer lugar, mismo que hoy día es visible en el desfile de cuadrillas. A eso, hay que agregar la descalificación a que fueron sometidos quizá por el hecho de ostentar viejas virtudes que ya no poseían, así como por el hecho de que al continuar con sus antiguos quehaceres, si bien ya no alanceando toros, sino ahora picándolos para materializar una suerte que le es indispensable al desarrollo de la lidia, un buen contingente de estos actores, no ejecutaban la suerte de acuerdo a los usos y costumbres establecidos. Pero sobre todo, con el objetivo de satisfacer un propósito que la lidia misma exigía. Me refiero a mermar las fuerzas del toro bajo una correcta ejecución, y con ello dejarlo en condiciones para una posible y correcta lidia en el tercio final.

Esto sucedía en México antes del 12 de octubre de 1930, fecha en la que fue autorizado el uso del peto. Aquí observamos al “Güero” Guadalupe realizando la suerte de varas sin protección, pero también con la certeza y buen hacer en su desempeño. Col. del autor.

   Esa descalificación a que me refiero tuvo nutrientes desde el discurso que los ilustrados españoles pusieron de por medio en discursos, panfletos, pero sobre todo en acciones que pretendían suprimir no solo la suerte, sino el espectáculo taurino en su conjunto. La “Pragmática-Sanción” que emitió Carlos IV a comienzos del siglo XIX fue una consecuencia de todo ese alcance, aunque los asuntos independentistas que sucederían años más tarde, tanto en España como en América, y particularmente en México, diluyeron el alcance de aquella medida, hasta el punto de que los festejos volvieron a darse, e incluso muchas autoridades se sirvieron de ellos para recuperar, por vía de los diversos beneficios a que fueron destinadas diversas corridas, sobre todo para recuperar aspectos que involucraban directamente a los ejércitos, por ejemplo.

   Pero no todos estos señores cumplen a cabalidad con ese empeño, de ahí el sintomático reclamo hacia una buena mayoría que se une al hecho reciente de un reducido efecto en su ejecución frente a la notoria y riesgosa condición decadente mostrada en la casta, fortaleza, bravura y demás factores que en buena medida deberían estar presentes como un atributo peculiar entre las ganaderías dedicadas a la crianza del toro de lidia.

   ¿Qué decir de “El Payo” y “El Juli” que no dijeron casi nada?

   A “El Payo” tocó en mala suerte la salida de uno de Fernando de la Mora pequeño, el que además mostraba señales no de estar derrengado de los cuartos traseros, pero sí con fuertes molestias causadas por calambres. Le sustituyó uno de Jaral de Peñas que no fue lo excepcional que se esperaba, sin embargo dejó lo último de su vida en una lidia donde a falta de mando y disposición, tanto del torero en turno como de su cuadrilla, vimos lo increíble que fue ponerse él mismo dos puyazos, colocándose en la suerte. Y luego en el tercio final, entregado justo cuando el torero comprendió que no había nada que hacer sino escupirse de la suerte, abandonarlo, con lo que el fracaso estaba consumado.

   Algo parecido ocurrió con Julián López, y no hubo suerte ni hubo nada. Voluntad y punto. Aunque sí tuvimos que tolerar cerca de media hora en una casi penumbra debido a que la planta de luz presentó una falla, misma que se presentaba en la naciente noche. Así que sumando tiempos de más en el total del festejo, con este lapso y el que se acumuló durante el desfile de cuadrillas, se contabiliza una hora de las poco más de cuatro que duró el festejo.

   De José María Manzanares no diré en descargo suyo que no estuvo mal. Al contrario, creo que cumplió dignamente con su comparecencia, aunque noté en él cierta ausencia, y no precisamente con aquello de abandonarse, pues logró los mejores muletazos del festejo, saturados de frescura y naturalidad que sorprendían, aunque no provocaban el delirio. Con la espada, certero y esa oreja concedida como al desgaire por el juez, terminó por ser una concesión por no dejar.

   Finalmente, Luis David Adame, fue de empeño en empeño, iniciando con buenos lances por verónicas, y luego en las “zapopinas” se adivinaba lo preciso de su milimétrica ejecución. Tomó banderillas incluso, y colocó cuatro pares, el último para resarcirse de una mala colocación en el anterior. En fin, todo eso y algunos intentos plausibles, sobre todo al inicio de la última faena no fueron suficientes razones para que aquello no terminara como eran sus propósitos. Una pena ante demasiada entrega.

   Los allí presentes salíamos finalmente alrededor de las ocho y media de la noche con más ganas de irnos que otra cosa. Un festejo de ocho toros, lo que fue demasiado, no es recomendable pero la empresa se ha empeñado en darlo, con lo que fue necesario armarse de paciencia. Ojalá una práctica tortuosa como esa termine por convencer a la administración que no es lo mejor.

6 de enero de 2018.


[1] Véase el apunte que Juan Antonio de Labra hizo al respecto en su portal “AlToroMéxico.com”. Aquí la liga:

http://altoromexico.com/index.php?acc=noticiad&id=30633

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IMPRESIONES DEL FESTEJO GUADALUPANO A BENEFICIO DE LOS DAMNIFICADOS DE LOS TERREMOTOS OCURRIDOS EL 7 y 19 DE SEPTIEMBRE DE 2017. (I).

CRÓNICA.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Quienes presenciamos el festejo del 12 de diciembre de 2017, sabíamos de antemano que se distinguía de otros, por la doble razón de ser, por un lado la célebre “Corrida Guadalupana”. Por otro, el sentido solidario que significaba tender la mano a los afectados por los sismos ocurridos el 7 y 19 de septiembre pasado, los cuales causaron destrozos, muerte y una tremenda herida… que tardará en sanar.

He aquí uno de los mejores ejemplos en cuanto a la presencia de la “virgen morena” en caso de alguna catástrofe. La imagen corresponde a su auxilio en el caso de la epidemia de matlazáhuatl[1] que se presentó en 1737. El grabado fue incluido en el libro Escudo de Armas de México, 1743.

   Muchas de las calamidades ocurridas en el pasado, encontraron cobijo en la figura de la virgen de Guadalupe, También en la de los Remedios. Hoy, entre las nuevas desgracias, se ha unido a ese buscado consuelo la presencia de San Judas Tadeo, “señor de las causas imposibles”. Junto a él, el Santo niño de Atocha, el Señor de Chalma, y no sé si hasta el “niño Pa”, que se venera en algún lugar de Xochimilco son, entre otras tantas presencias, signo y símbolo de auxilio o anhelo milagroso para acabar de una vez por todas con la desgracia… a la que se ha sumado una más: que pasadas ya varias semanas, no se tiene certeza sobre la forma en que se están administrando los dineros, pero sobre todo los donativos, lo que pone en un predicamento a todos los afectados, y a quienes las autoridades parecen entender ya no como damnificados sino como eternos deudores, pues esos recursos tendrían que servir para la reconstrucción y no para otra cosa, como ya se la imaginan las malas autoridades que nunca faltan, hasta en momentos de fatalidad.

   Forjado en el curso del siglo XX, el festejo guadalupano siempre se ha caracterizado por ser un cartel redondo, rematado. Y este, no fue la excepción…, con todo y lo largo que significó su desarrollo en esa tarde-noche.

   Siendo un día entre semana, laboral para muchos, todo estaba listo para dar inicio a las 16:30 horas (si la empresa escuchara la voz de muchos que han sugerido que comience media hora antes… aunque parece fingir demencia). Y en efecto, inició el festejo con un ambiente de día grande, en el que casi se llena la plaza, como del mismo modo ocurrió en el callejón.

Publicaciones como Cuartoscuro, en su edición de diciembre de 2017 (N° 147), han generado trabajos que analizan, incluso desde la fotografía misma el significativo acontecimiento.

   Bendita la hora en la que durante el curso de la kilométrica función, tan larga como el paso de una peregrinación hacia la Villa de Guadalupe, ninguno de los ejemplares que saltaron a la arena, no lo hicieron al callejón. Ese espacio, con facilidad rebasaba la presencia de cien o más personas, lo que indica varias cosas: falta de autoridad, amiguismo, recomendaciones y quizá hasta la presencia descarada de uno que otro colado, el hecho es o fue el sobrecupo lo que puso en dificultades a las cuadrillas durante el desarrollo de la lidia, donde fueron incómodas las posibilidades para el buen curso de la lidia.

   El desfile fue largo. Salieron escaramuzeras, bien montadas, con el traje de “adelitas”. Una de ellas portaba la bandera nacional.

Disponible en internet enero 5, 2018 en:

https://www.aplausos.es/album/204/corrida-guadalupana-del-12-de-diciembre-de-2017./5/detalles-de-la-corrida-del-12-de-diciembre-en-la-mexico.html

   Detrás de ellas, las numerosas cuadrillas que detuvieron su paso. Recordé en ese momento las célebres imágenes de Jean Laurent, las que obtuvo pasada la segunda mitad del siglo antepasado en varios ruedos españoles, obligando a las cuadrillas permanecer en alto, quietas, mientras transcurría el tiempo de exposición demandado por la técnica –seguramente la del colodión húmedo o albúmina, vigentes por entonces-.

Izq.: 15 de junio de 1862: Madrid, Ocho toros de Hernández por las cuadrillas de Cúchares, Sanz y Suárez. En: Pan y Toros N° 62, del 7 de junio de 1897, p. 11 (Imagen atribuida a J. Laurent, N. del A). Der.: imagen obtenida por J. Laurent en la misma plaza de toros, Puerta de Alcalá, la tarde del 24 de octubre de 1865. Se trata de un montaje en el que aparecieron desfilando “Curro” Cúchares, Cayetano Sanz, El Tato, Ángel López “Regatero”, Antonio Luque, “El Gordito”, Villaverde y Francisco López Calderón. Información obtenida en la siguiente liga: https://cfrivero.blog/fotografia-taurina/

   A propósito, dos detalles más: la que corresponde a 1862 es el resultado de un festejo de beneficencia, en tanto que la otra, resultó ser un afortunado montaje dado que la ocasión en que el fotógrafo galo pretendió lograr la imagen, las condiciones no fueron las más apropiadas.

   He aquí la interesante semejanza:

Disponible en internet, enero 5, 2018 en:

http://trajescapotesymuletas.blogspot.mx/2017/12/maria-de-guadalupepasion-de-fe-de-los.html

   Y claro, lo que queríamos muchos aficionados, era tener otro recuerdo más: el cartel. Pero vaya sorpresa y decepción que me llevé cuando solicité un ejemplar en la taquilla. Así me contestó el encargado de la dependencia:

   “Mire usted. Ya no tenemos carteles. Puede bajarlo de Facebook para que lo tenga disponible”.

   Si la empresa, como un punto más en su contra –que ya son muchos por cierto-, descuidó un detalle como este, bonita cosa será recuperar algún día la memoria de tan renombrado suceso, siempre y cuando siga existiendo “Facebook”, al lado de otros nuevos recursos de la tecnología, los que avanzan a una velocidad que sólo pueden controlar en buena medida los jóvenes… aunque tampoco les veo talante para eso de los recuerdos, cuando lo que más les interesa es su mirada en el aquí y ahora, así como todo lo que venga por delante.

   Y si la razón en todo esto es evocar algunos hechos del pasado, nada mejor que traer hasta aquí el cartel de aquel festejo celebrado la tarde del 17 de abril de 1955, donde se puso en disputa el célebre trofeo de la “Rosa Guadalupana”, mismo que obtuvo Fermín Rivera, luego de obtener dos orejas y salir en hombros.

ESTO, ejemplares del 14 y 18 de abril de 1955.

CONTINUARÁ.


[1] Evidentemente se trata de una epidemia (la muy desafortunada presencia de la peste), misma que consistía en una fiebre intensa, devoradora, que atacaba de tal suerte a los indios, que no toleraban ni el roce del vestido más ligero; y con un terrible dolor de cabeza, como si huyeras del fuego atroz, que los devoraba, enloquecidos, salían aterrorizados de sus habitaciones y desnudos vagaban por los patios de las vecindades (…). Todo esto, de acuerdo a los apuntes de Rubén M. Campos en Tradiciones y leyendas mexicanas.

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CRÓNICA. HACIA LA OBRA PERFECTA, ACABADA.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 Corrida inaugural para la temporada 2017-2018 en la plaza de toros “México”. Julián López “El Juli” y “Joselito” Adame. Encierro de Teófilo Gómez.

“…signo triunfal sobre la arena

espacio iluminado por una estatua antigua”

De Cuerpo entre sombras.

Alí Chumacero.

   Leo con auténtica pasión tres libros al unísono: Pasa el desconocido de Alí Chumacero; Obra literaria, de Renato Leduc y Seguro azar del toreo de José Alameda. En los tres, la presencia de la poesía es su razón primordial. Lo característico en ese terceto es la obra perfecta, acabada y refinada a la que aspiraron estos poetas mayores. Y a pesar de sus muchas inconveniencias, pues al parecer este fue un síntoma que compartieron siempre, esa obra ya expuesta al lector, significaba haber alcanzado la perfección, sin más.

   Entre los diversos asuntos de que se ocupan, todo (o casi) se acomoda en el riguroso andamiaje de lo exacto del ritmo en el verso y la rima donde el arranque, desarrollo y desenlace de tercetos, cuartetos, décimas o sonetos, por ejemplo, nos conmueven dada su permanente búsqueda de lo perfecto, y bello por añadidura.

   Lectores pacientes: ustedes disculparán, pero la insistencia en “eso” que se considera como lo “acabado” puede significar un sacrificio espiritual por toda la vida.

   El terceto de grandes escritores y poetas es muestra suficiente que apremia en este caso para justificar que en los toros existe un principio para justificar hasta qué punto han llegado las aspiraciones de toreros que, como Julián López “El Juli” lo ponen en evidencia tras 20 años desde su presentación en Texcoco, en su inicial etapa novilleril. No puede negarse el grado de pureza alcanzado por el madrileño, pero también no pueden quedar ocultos algunos inconvenientes que son muestra de que lo suyo no ha tocado el borde de la cima, y más aún cuando tal circunstancia ocurre con ganado que, como los de Teófilo Gómez, significó, por un lado la notoria muestra de ausencia de casta y bravura, y por otro ese intento por una nueva confirmación de supremacía ante la afición mexicana que se quedó en buenas intenciones. No pueden negarse los buenos momentos en al menos dos de sus tres  intervenciones, pero que se derrumbaron ante aquella insistente terquedad que impone mandar y condicionar la presencia de ganado que supone, para el torero y su administración, así como para la empresa, “garantía de éxito”. Pero con lo visto ayer, pareciera que lo superado por los poetas impide a un torero de tales dimensiones ponerse también en ventajosa posición, pues si aquellos son estímulo para alentar el amor, por ejemplo, en el caso de Julián, las decepciones amorosas pueden ser, a modo de rima, bastante dolorosas.

   Y lo vimos con motivo de que el “mano a mano” sostenido entre Julián López “El Juli” y “Joselito” Adame se prestó a infinidad de suspicacias.

   El lleno no pudo ser, y no ocurrió, sobre todo en inauguración de temporada por la sencilla razón de que se trataba de un “mano a mano”, forzado, sacado de la manga, sin imaginación alguna y porque simple y sencillamente no existían razones de peso para montarlo, pues nadie como empresario, en su sano juicio se le ha ocurrido montar lo que normalmente sucede como fin de temporada: afirmar la competencia. Los toros anunciados volvieron a ser de nuevo el síntoma de la comodidad, de la ya traída y llevada “garantía de éxito” y miren el resultado.

   Hubo también un factor externo, un partido de futbol americano que pudo haber atraído la atención de sectores importantes. Otra influencia más son los precios, que han subido o al menos el valor de cada localidad ya no representa el valor de lo que pagamos, y que a cambio de ello recibamos falsas expectativas.

   Si las cosas deben hacerse bien, eso se nota desde el principio (la urgente reparación del reloj de la plaza es muestra de ello, o no “señora empresa”).

   Por lo tanto, quisiéramos una mejor representación de esa fiesta, aunque se ve que con esta empresa seguiremos en el “más de lo mismo” que sigue causando una muy mala, por no decir pésima imagen que habla del mayor de los desprecios para cumplir compromisos y responsabilidades.

   Y bien, para abreviar, debo decir que, en honor a la verdad, “Joselito” Adame pasó inédito, a pesar de sus esfuerzos, de su empeño en banderillar a ese inválido que fue el que cerró plaza y a todos esos intentos que no llegaron a ninguna parte. Lo peor es que la conexión con el público tampoco tuvo el efecto que deseaba y con ello el aguascalentense no logró escalar a donde quería.

   Si el “Juli” mostró parte de sus virtudes frente a COMPADRE, se superó con REBUJITO. En ambos, la economía de movimientos con el capote fue una muestra de que quiso, pero no pudo. Las dos versiones por chicuelinas, la antigua y la moderna, tuvieron efecto en los tendidos, aunque sin conmover. Y luego, el quehacer con la muleta dejó ver lo pulido en estilo, de su armonía en el temple y la contundencia en sus remates. Es una pena que el intento se diera, como ya sabemos, con dos ejemplares descastados. Varias series de muletazos, algunos de ellos sobrados de inventiva, dejaban ver la posibilidad de un triunfo seguro, mismo que pudo ser realidad en el primero, al que le cortó una oreja luego de una estocada en la que ya encontró el tranquillo apropiado para meter la espada. Si existe la suerte del “volapié”, Julián López la ha transformado en el “julipié”, lo que consiste en que al arrancarse para colocar el acero, arquea en particular forma el cuerpo, librando el riesgo, pero asegurando la ubicación de la espada, pues a ello ha dedicado su labor como “matador de toros”. Esa suerte adquiere una espectacularidad inusitada, de ahí que convenza a propios y extraños para garantizar el corte de apéndices que, como se sabe, son meras referencias estadísticas, pero que dan al torero el valor agregado de alcanzar la gloria. Con REBUJITO, no pudo ser, y con todo y la carga emotiva de esa faena, deja dos pinchazos y una habilidosa estocada que pusieron fin a ese episodio y en el que, curiosamente el toro, al sentirse herido pegó su última arrancada hacia las tablas donde prácticamente murió estrellándose en ellas. La ovación no se hizo esperar, e incluso no hubo inconveniente cuando Julián se arrancó a dar la vuelta al ruedo.

   Observé con atención que al público, ese público que cada vez es más nuevo simple y sencillamente no le gusta la suerte de varas. Como recordamos, el encierro, pasó con un puyazo o un piquete, suficiente dosis, mientras arreciaban las protestas por la presencia y la intervención de los piqueros. O se dan las enmiendas adecuadas, de conformidad con los tiempos que corren, o la tauromaquia, en tanto representación, pronto será incruenta. De igual forma es bueno poner atención en el momento en que culminaba la lidia del segundo ejemplar, al que después de lo que parecía una buena estocada por parte de «Joselito» Adame, se convirtió en el tormento de cinco descabellos. La sensibilidad brotó a flor de piel, y la gente, en unísona conmiseración, se negaba a que esta suerte se consumara. Estos factores, son de tomar en cuenta porque merecen ser atendidos directamente por los protagonistas, en aras de mejorar y poner al día las condiciones del espectáculo.

   Y como ya no se anuncia, ni aparecen fotografías del ganado que se lidia, aquí tienen ustedes las condiciones generales del encierro, mismo que tuvo de todo. Fue, como decimos en México, de «chile, dulce y manteca», aunque la ausencia de casta y bravura se dejó notar en la totalidad del mismo.

El Programa coleccionable, año 31 N° 1049, 1ª corrida. 19 de noviembre de 2017 (páginas centrales).

   Pudo ser notoria la presencia de muchos asistentes que, teléfono celular en mano, no dejaban de hacer el uso de tal herramienta de la modernidad. Sin embargo, parece que como distractor no deja de ser eso, precisamente un elemento que rompe con la posibilidad de que el o los asistentes pudieran introducirse del todo en el efecto misterioso causado por la tauromaquia. Sería interesante saber alguna opinión que venga precisamente de quien hoy día vive unido, como una extremidad más, no solo al alcance de ese instrumento, sino entender en qué medida se genera o no la disuasión que, a mi parecer, perturba la esencia de esas especiales condiciones para ser blanco del asombro, sin más.

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FUE DEMASIADO…

CRÓNICA. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Fueron demasiados los errores del Juez de Plaza, partiendo del primero y más relevante: haber aprobado un encierro que, como el de “Teófilo Gómez” tendría el mínimo de presentación para la categoría de la plaza de toros “México” que esta tarde, 5 de febrero de 2017, conmemoraba su 71 aniversario.

   Se trató de seis ejemplares (el séptimo, que fue de “regalo” perteneció a la vacada de Fernando de la Mora) cuya presencia no infundió ningún respeto y hasta se tuvo en el segundo de la tarde, a un astado con poco trapío, cariavacado el cual se derrumbó varias veces no tanto por debilidad, sino por padecer calambres en forma notoria en la pata derecha.

   Fue demasiado el otorgamiento de apéndices, aunque cada uno de los asistentes al final nos convertimos en jueces y no compartimos la misma y voluble decisión de quien estaba en el palco de la autoridad. Y es que allí se suman diversos factores, como el nivel de la faena, los pinchazos iniciales, tanto en la faena de “Morante” al cuarto, como la de “El Juli” al quinto. Del mismo modo, no solo fue demasiado sino un desacierto absoluto haber concedido una vuelta al ruedo a los restos del que hizo quinto, y del que un buen sector del público buscaba que se le indultara, cuando sólo recibió como castigo ya no el puyazo, sino apenas un piquete, suficiente razón para ocasionar el necesario derrame o escape de la sangre, buscando así drenar y equilibrar el flujo sanguíneo en un toro que, como la gran mayoría,  ha salido al ruedo congestionado.[1]

   La rechifla que acompañó la inmerecida vuelta al ruedo dejó claro que los asistentes no se convencieron de aquel ejemplar cuya lidia representó falta de casta, raza, bravura por ende, y sólo fue notoria una porción de nobleza que lindaba con la mansedumbre. Aun así, Julián López construyó una interesante faena, cuyos más intensos momentos ocurrieron en espacios suficientemente pequeños. Ya lo veremos más adelante.

   Pero también fue demasiado que el conjunto de estas reses mostrara el grado de docilidad que puede darse por vía de la intervención genética, labor que seguramente tienen claro todos los ganaderos, y que buscan en ello el resultado de un toro apto para la lidia de nuestro tiempo. Sólo que componentes como la raza y la bravura no estuvieron a la altura de ese producto final, en el que también debe sumarse el trapío, como búsqueda de la perfección en esa raza animal domesticada a plenitud, dirigida y encauzada por el hombre con propósitos específicos para ser aprovechados en un espectáculo cuya razón de ser tiene, entre sus objetivos la exaltación del toro bravo, de su trapío, de su nobleza, de ese ir a más, como auténtico guerrero, preparado para morir en medio de un ritual donde priva el sacrificio. Y bajo esa circunstancia, dejar demostrada su casta, sin más.

   Buena parte de los asistentes al festejo conmemorativo seguramente lo hicieron por primera vez… Ojalá hayan tenido ese toque de coqueteo, suficiente razón para dejarse seducir y regresar en otras ocasiones, hasta el punto de que con el tiempo se conviertan en aficionados, lo cual garantizará la continuidad del espectáculo. Que así sea.

   En ese tenor, la dimensión de las dos faenas centrales, ocurridas en el cuarto y quinto de la tarde, tuvieron una particular dimensión, la que seguramente tomó por sorpresa a tan notorios sectores de aficionados en potencia, que respondieron con emoción ante el quehacer de “Morante de la Puebla” como de “El Juli”, dos grandes exponentes que han consolidado sus trayectorias una vez más, con labores como las que nos compartieron en el curso de la tarde. Es de notar que tuvieron en suerte dos ejemplares “a modo” con los que dibujaron, bosquejaron y materializaron el toreo, cada quien a su modo y estilo. Y como ya sabemos, José Antonio Morante lo hizo prodigando arte a raudales, tocado de gracia, abandonándose en momentos de sí mismo para convertir aquello en obra divina y efímera a la vez. Lo que bordó en el redondo telar de la “México” fue una armonía, un gozo y si no consiguió acariciar la eternidad con el capote (a pesar de prodigarse en remates, o en esas chicuelinas que estallaron como luces de artificio), lo logró sin dificultad con la muleta, sabedor de que contaba con un ejemplar que iba a todas, y aun renunciando de pronto a este o aquel cite, el de la Puebla terminó obligándolo a pasar en rematados pases de pecho, o en el molinete, o el de trincherilla…

   Vino un pinchazo y luego la estocada, pero la faena ya había producido efectos suficientes para demandar, como era lógico, el premio y celebración de aquel héroe. Una oreja parecía ya el mejor balance, pero vino a continuación y sin más trámite la concesión de la segunda. Con un toque mágico, casi imperceptible, José Antonio poco a poco consiguió decirles a los asistentes que esa concesión ya no solo podría haber sido el resultado de una decisión incorrecta, sino a lo que equivalía honrarle y que lo correspondía con esa contundente vuelta al ruedo.

   Fue demasiado lo que vimos entre las capacidades de madurez de un Julián López, ese señor que conocemos desde que, hace ya casi veinte años y siendo un “niño prodigio” nos adelantaba en sus presentaciones novilleriles de gran calado. De entonces a estos tiempos, ha escalado hasta alcanzar sitio de privilegio. Ya se adelantaba en unas chicuelinas bajando. No. Desmayando los brazos todavía más allá, cerca de los infiernos, y tan lejos del fundamento que lograra José Mari Manzanares que también bajó los brazos y los vuelos del capote, en esa natural antítesis que puede percibirse con las excelsas chicuelinas que bordaran Antonio Bienvenida o “Manolo” González, cada quien en su estilo, pero respetando la nota clásica dictada por Manuel Jiménez “Chicuelo”.

   Desde luego que también a toda esa virtud, deben agregarse los “tranquillos” que ha venido afinando, como ese juego de muñecas que aplica para concretar y extender la dimensión del pase (sea con la izquierda o con la derecha) y hasta el que llaman “julipié”, palabra compuesta que imita el propósito del “volapié”, sólo que con su toque personal y que se concreta en el momento del encuentro, produciéndose un peculiar brinco y arqueo del cuerpo que sellan en forma contundente la suerte suprema.

   El hecho es que culminó una faena cuyo andamiaje se concentraba en esa ostensible muestra de mando, pues si no conseguía un pase por aquí, lo lograba por allá, y todo en un abrir y cerrar de ojos, con una muleta a modo de espada, cual consumado “maestro de esgrima”, en alusión perfecta a la obra  de Arturo Pérez-Reverte que lleva el mismo título. Y no sé si era un muestrario más de virtudes que de defectos, pero el hecho es que ante aquella representación de nobleza tirando a descastamiento como fue el desempeño del quinto de la tarde, Julián pudo obtener tan buen resultado que a unos gustará más que a otros. Sin embargo, fue evidente el grado de dominio, ese que ha logrado hasta obtener una economía de terrenos con los movimientos precisos para alcanzar el propósito de “su” faena. Tras el pinchazo sobrevino la estocada que, por golpe de suerte ocasionó luego del encuentro que el de Teófilo Gómez trastrabillara, derrumbándose finalmente. Y como ya se sabe, vinieron las orejas como el premio a su gesta heroica, celebrada ruidosamente luego del desatino en el arrastre de los restos mortales de un ejemplar que, en forma definitiva no mereció tamaño tributo.

   Y de Luis David Adame, ¿qué puede decirse al respecto de su comparecencia?

   Este joven aguascalentense ha venido sorteando el difícil camino de la recuperación tras reciente percance que sigue haciendo notar las secuelas del mismo. En su confirmación le vimos torear con firmeza, pero sin conectar a plenitud con los tendidos. Es una pena porque en su toreo hay muestras evidentes de ese dominio que alcanza niveles de calidad, sobre todo cuando se trata de demostrar planta, temple, colocación y la serenidad que son, entre otros, factores que le permitirán alcanzar deseadas fronteras. Tiene por delante un camino en el que ya ha demostrado la fuente de donde proviene.

6 de febrero de 2017.


[1] Recuérdese que hace algunos años, el profesor Juan Carlos Illera del Portal, adscrito al Depto. de Fisiología Animal, en la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid, refería el hecho de que el toro de lidia tiene características endocrinológicas especiales, y el toro ante el dolor libera una gran cantidad de betaendorfinas, hormonas que contrarrestan el sufrimiento y reducen el nivel de estrés y el dolor que el toro experimenta durante la lidia. En la suerte de varas, precisamente, estas betaendorfinas se hacen presentes eliminando dolor y estrés.

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SE ESCUCHA EL HIMNO NACIONAL EN LA PLAZA DE TOROS “MÉXICO”.

CRÓNICA. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.  

   Hoy, 5 de febrero de 2017, fue un día marcado por diversas efemérides que por sí mismas, se han tornado en datos para la historia de nuestro país en lo general, y de la ciudad de México en lo particular. Y es que hace un siglo cabal, en Querétaro se promulgaba la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos que sigue en vigor, a pesar de las 552 veces que ha sido modificada, por lo que, en buena medida requiere ser puesta al día, y adaptarla a la realidad presente antes que todo ese conjunto de variantes –que ya no se corresponden con la realidad-, siga perjudicando la esencia de un país que en estos últimos tiempos viene sufriendo humillaciones así como un resquebrajamiento social, político y económico que, como un auto sin frenos, podría encontrar pronto el barranco donde terminar su loca carrera o el muro donde estrellarse sin remedio.

   Del mismo modo, hoy 5 de febrero de 2017 se promulgó la Constitución de la Ciudad de México, documento que, como lo califica el maestro Bernardo Bátiz, es de “avanzada” y será modelo a seguir por otros estados del país, como lo asevera también Porfirio Muñoz Ledo.

   También este 5 de febrero y ya en lo estrictamente taurino, se conmemoró el 71 aniversario de la inauguración de la plaza de toros “México”, acontecimiento que contó con un marco admirable, poco antes de que sucediera el paseíllo y durante el curso de este. Aunque a las afueras del coso se apreciaba un ambiente de día de fiesta, el hecho es que al interior, los tendidos no se llenaron en su totalidad…

   Habiendo ocupado mi lugar, observé que en el ruedo, además del arreglo floral que acostumbran colocar en ocasiones como estas, se encontraban cuatro tarimas. Faltando unos 15 minutos para comenzar el festejo, salió un grupo de cuatro parejas ataviadas con el traje de charros y “chinas poblanas” que bailaron, al son del “Jarabe Tapatío” tan hermosa pieza interpretada por la banda de la plaza. Con ellos también estuvieron varios jóvenes que se lucieron, dos a pie y dos a caballo con suertes del floreo, y las crinolinas y otras proezas que suelen ejecutar con la reata. Total, que el cuadro resultó muy atractivo, aunque faltara una voz que por medio del pésimo sonido anunciara aquella escena llena de nacionalismo. Pocos minutos después, la propia banda interpretaba como parte de un repertorio más nutrido, la introducción de la ópera “Carmen” de George Bizet, siendo precisamente la marcha del “Toreador”, pieza que hacía mucho tiempo no se escuchaba en esta plaza.

   Y desde el palco de la autoridad, solícitos parches y clarines dieron la señal de comenzar el espectáculo. Los toreros tardaron más de lo debido en salir de aquel patio de cuadrillas que se encontraba lleno a rebosar, sobre todo de aquellos encargados de la cobertura del festejo, y donde eran interminables los flashes con que fueron integrando sus respectivos reportajes. Para entonces, y por la puerta de picadores, salieron cinco charros suntuosamente vestidos, y montados en hermosos caballos tomaron puesto en medio del ruedo. Quien encabezaba el grupo, empuñaba en su mano diestra la bandera nacional. Y con toda marcialidad comenzó el paseo de cuadrillas, mismo que se detuvo con todo y ritmo del acostumbrado “Cielo Andaluz” para que la ya citada banda, transformara aquel compás de pasodoble por las notas marciales del Himno Nacional –aunque por lógicas razones estuviese ausente la “marcha de honor”-, lo que obligó a todos los asistentes a ponerse de pie y entonar poco a poco la letra que para ese canto patriótico escribiera Francisco González Bocanegra. Quizá faltó un toque marcial más pronunciado, e incluso con buen sonido de por medio, pero el hecho es que se escuchaba un himno vibrante sí; que de pronto emocionaba hasta el punto de causarnos un nudo en la garganta. Pero el hecho es que sentí en todo esto una interpretación triste, poco emotiva, quizá producto de ese tenso ambiente que se vive nada más comenzar el año en medio de las embestidas mal intencionadas del gobierno que, con el solo “gasolinazo” produjeron reacciones de elevado repudio. O las que vinieron del despreciable personaje que recientemente ascendió a la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica y quien no se ha cansado de humillar a los mexicanos en su conjunto, sin que haya de por medio una reacción del estado, haciéndole notar lo que significan esas ofensas.

   Fueron gratos y solidarios instantes donde se percibió una extraña unidad, solidaridad que tiene el mexicano en cuanto tal. Pues bien, lo anterior me llevó a hacer una rápida contemplación para recordar en qué otras épocas se registraron hechos como este. Y es que podría rememorar los días, allá por el siglo XIX en que ya instaurada la ejecución del Himno Nacional, este fue interpretado en diversas ocasiones en plazas como el Paseo Nuevo (tiempos de Zuloaga, Comonfort o Juárez), y luego en la de Bucareli (allá por 1888). Se pueden recordar otros pasajes justo cuando acudieron a los toros diversos presidentes de la República, como el General Porfirio Díaz, el Lic. Francisco I. Madero, los generales Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. Su presencia era suficiente razón para que se interpretara el himno nacional. Y esto mismo, ya en menor medida siguió ocurriendo en otras ocasiones. Probablemente la última de ellas (penúltima en este caso) haya sido aquella en la que acudió el Lic. Adolfo López Mateos acompañado por el Mariscal Josip Broz Tito presidente de Yugoslavia, justo la tarde del 6 de octubre de 1963 a esta misma plaza. No tengo hasta ahora una afirmación que sostenga el hecho de que en aquella jornada se realizara el protocolo militar que significaba, entre otras cosas, honores a la bandera y la correspondiente interpretación del himno nacional.

   A todo lo anterior, debe agregarse un pasaje anecdótico a cual más. En Orizaba hubo una gran tarde el 19 de enero de 1946, Alfonso Ramírez “Calesero” alternaba con “Manolete” y Fermín Rivera. Y nos cuenta don Alfonso:

   Fermín y yo no habíamos tenido suerte en nuestros primeros toros. “Manolete” tenía en su haber una oreja de cada toro. Al sexto toro de LA PUNTA, lo cuajé. Estando haciendo la faena, el jefe de la banda comenzó a dirigir el Himno Nacional. Yo estaba enredado con el toro, y al pegar el pase de pecho volteé a los tendidos y la gente estaba sin sombrero, los guardias presentando armas y yo seguía con el toro hasta que le pegué un estoconazo. Corté el rabo y me sacaron en hombros. Descansando en el Hotel de Francia, donde nos vestíamos los toreros me dijeron:

   Metieron al director de la banda a la cárcel. Yo era muy amigo del Presidente municipal y allí estaba precisamente conmigo, por lo cual le pedí que sacáramos al director de la cárcel. Al llegar al lugar, Alfonso Ramírez vestía de paisano, no de torero, lo cual no le permitió al músico reconocerlo. Le dice el presidente al director: ¿Por qué tocó usted el Himno Nacional?

   Hombre, mire usted. El torero mexicano le está dando la pelea al torero español, yo dije, porqué no tocarle el Himno Nacional…

   Y tocó el himno nacional.

   Pero no sabe que el himno se toca en actos a la bandera

   Sí señor. Pero yo cometí el desacato y, ni hablar. Ya lo hice.

   Pero sabe usted que tiene quince días de arresto.

   Si señor y cumpliré lo que ustedes digan.

   No más una cosa le digo: si vuelve a torear ese hombre como toreó, se lo vuelvo a tocar!

   Hubo otras ocasiones, particularmente los días en que se celebra a las fuerzas armadas, y donde era costumbre que acudiera el presidente de la república en turno. Uno de los últimos que así lo hizo fue el Lic. José López Portillo… de ahí en adelante no se volvieron a realizar esos festivales con toque taurino en la plaza “México”, sitio escogido para tan significativa ocasión…

   Y ha sido hasta hoy, en fecha particularmente especial en que esta plaza monumental sirvió como escenario para que se escucharan las notas marciales del Himno Nacional cuya música escribió Jaime Nunó. Así que de comprobarse el dato que alude aquella presencia, la de López Mateos y “Tito” se concluye que transcurrieron largos 54 años. Si tal no fuese así, creo que el dato anterior se pierde en la noche de los tiempos, aunque sería posible ubicar la fecha, siendo una de ellas la tarde del 10 de abril de 1938, ocasión en que se celebró la “Gran Corrida Patriótica pro-pago de la deuda petrolera” de la que incluyo parte de la tira de mano:

cartel_p-de-t-el-toreo_10-04-1938_beneficio-pago-deuda-petrolera

   Por lo demás, y en breve, les compartiré el complemento de esta crónica tan especial.

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