Archivo mensual: junio 2016

500 AÑOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO. (XXV). GRANDES CONMEMORACIONES TAURINAS NOVOHISPANAS EN 1640. (III).

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Nicolás Rangel apunta que la métrica de la obra aquí reseñada estaba escrita en octavas reales[1] cosa que es incorrecta. Por su parte Josefina Muriel dice que se trata de apareados u ovillejos.[2] Es la propia autora quien declara haberla escrito en “silva libre”.

   José Mariano Beristain de Souza, aunque cita, no anota en donde ni en qué circunstancia declara haber visto la edición de 1641 de la Descripción en octavas reales de las fiestas de toros, cañas y alcancías, con que obsequió México a su Virrey el Marqués de Villena. El ayuntamiento de la ciudad publicó el trabajo, “dando de gala a la autora 500 pesos”.[3]

CARÁTULA

Debo mi agradecimiento al Maestro Dalmacio Rodríguez Hernández, actual Coordinador de la Hemeroteca Nacional de México haberme facilitado una copia de este valioso documento.

   La recepción del duque de Escalona y Marqués de Villena fue excepcional. Los gastos ascendieron a $40,000, incluyendo “comedias, mitotes, saraos, máscara, castillo, arco triunfal y ocho toros…”

   Sigue diciendo nuestra autora

 …Júzguele tan airoso

y de tan lindo gusto en lo aliñoso,

haciendo con desgarro

desprecio general de lo bizarro

que alguno habrá pensado

que aquel descuido todo fue cuidado… [4]

    Vaga reminiscencia, quizá, de Góngora en su soneto Sea bien matizada la librea, donde un Caballero prevenido para unas fiestas / se prepara a entrar cuidadosamente descuidado.

   Tal parece que la dicha recepción obligó a los más notables autores de aquella época o a los de escasa calidad literaria a retratar en descripciones o arcos triunfales el desarrollo de las suntuosas fiestas de recepción de quien fue el décimo séptimo virrey de la Nueva España. Entre la gran cantidad de trabajos está la Comedia de San Francisco de Borja de Matías de Bocanegra (1612-1668), donde encontramos señales de aquella gran ostentación, gasto y lujo que se desarrollaron en las mencionadas fiestas.

1640

 Comedia de San Francisco de Borja (1640)[5]

 Entre tan justas, pues, aclamaciones,

entre aplausos, que calle mi Talía,

por no hacer escarmientos sus borrones,

sacrifica, señor, la Compañía,

juntando en uno muchos corazones,

ofrenda sacra en aras de alegría

a Vueceselencia. Allí la musa explica

lo que ofrece, y a quién lo sacrifica.

    Matías de Bocanegra nació en la Puebla de los Ángeles, y fue uno de los jesuitas de la provincia de México de más vivo ingenio, y de más instrucción en las letras humanas y en las ciencias sagradas, muy estimado de los virreyes y obispos de la Nueva España, según apunta Beristain de Souza.

 1640

Si el toro belicoso 

 Si el toro belicoso

ensangrienta sus puntas en el coso

para lograr las eras,

le pone el labrador en sus manseras

(. . . . . . . . . .)

Si le detienen (al caballo), vuela,

reacio pára, si le dan espuela,

y en fin es más difícil gobernallo

que al ave, al pez, al toro y al caballo.

…no hay quien pretenda ser rey de animales;

y regirlos se tiene en más decoro,

que no al caballo, al ave, al pez y al toro.[6]

   El diálogo anterior se realiza imaginariamente entre el Emperador Carlos V que sale de casa con su acompañamiento.

 Borja (. . . . . . . . . .)

Y estando solemnizando

la presencia de su dueño

con fiestas y regocijos,

donde a máscara y torneos

dieron teatro los días.

(. . . . . . . . . .)

 Acto segundo, interviene Rocafort, bandolero

 Ni es esto sólo en los brazos

que una vez que con orgullo

quiso un soberbio alazán

hacerme a mí de su curso

faetón estrellado a un risco,

tal le apreté entre los muslos,

que le reventé la vida

pareciendo en aquel punto

que llegó al despeñadero,

atrevido y disoluto,

sólo a despeñar el alma,

porque el cuerpo quedó surto

en el brocal de la peña;

yo tan en mí, que no dudo

decir que ni aun me turbé

y me importó, pues no hubo

sucedido aqueste lance

cuando la ocasión me puso

en otro más apretado:

Salióme un toro sañudo

al encuentro, alto de cuerpo,

bajo de hombros, confuso

el lomo de negro y pardo,

el pecho de pardo y rubio,

corto cuello, ancho de testa,

frente rizada, ojos turbios,

cerviz gruesa, hosca la barba,

de la luna tan agudos

los dos buidos estoques

que eran sus puntas dos puntos.

Paróse soberbio y bravo;

paréme serio; desnudo

la espada; con él me afirmo;

conmigo se encara el bruto;

peina con el callo el puesto;

de polvo levanta nublos;

da un bramido, parte ciego,

tan ligero, que discurro

que formó nubes de polvo

por salir de sus disturbios;

como el rayo cuando rompe

la nube con trueno y humo,

acometió, y al bajar

la testa, con tiento y pulso

le embebí por la cerviz

el estoque hasta el puño,

cosiéndole con el pecho

la barba, y pasando en uno

cerviz, pecho, piel, garganta,

tan presto, que con el zuño

iba a bramar, y el bramido

yo tan veloz le interrumpo,

que abriendo en la dura caña

fiera cicatriz, le cupo

a la herida rematar

el bramido, que no pudo

más que empezar con la boca,

y de esta suerte concluyo

de aquel ruidoso cometa

las presunciones y orgullos,

perdonad si os he cansado,

y vamos a ver si algunos

robos ha hecho mi gente.[7]

    La comedia es del tipo hagiográfico[8] que representaron los alumnos del Colegio de San Pedro y San Pablo, en ocasión de la visita del referido Virrey Marqués de Villena al plantel de la Compañía. Sabido, además, que San Francisco de Borja (1510-1572), tercer general de la orden ignaciana, fue, antes de abrazar el estado religioso, Duque de Gandía, grande de España y Virrey de Cataluña.

   En su parte última, se resume y dedica el festejo:

Compañía

 

A un duque le dedico

de un duque los extraños

prodigios, que en España

viven tan admirados.

Con un grande he querido,

hoy, grande, celebraros,

y que un virrey a otro

ofrezca mis aplausos…[9]

    Cumplimentar al Virrey es, pues, el propósito inmediato de la Comedia. Y evocar los nobles desengaños de Borja, ante la inexorable visita de la muerte, su tema central. Es el mismo tema, por tanto, el que ocasiona las meditaciones del religioso en la Canción a la vista de un desengaño, que veremos en tanto Bocanegra nos obsequia con el final de la

Comedia…:

 

Y viniendo a lo adquirido,

con ser tanto lo heredado,

no ha de estar loco este reino

de regocijo, gozando

un virrey tan apacible,

tan tratable, tan humano,

tan advertido, tan cuerdo,

tan erudito, tan sabio,

tan sosegado en la paz,

en la milicia tan bravo,

tan gentilhombre de a pie

tan buen jinete a caballo

(. . . . . . . . . .)[10]

    La recepción del Virrey Duque de Escalona se convirtió, en su momento, en una de las de mayor atención por parte de diversos autores que se encargaron de escribir buen número de descripciones donde la calidad tiene varios niveles. Esto lo corrobora Manuel Romero de Terreros.[11] Pero es hora de regresar a las “Tres cartas”, recreadas por Artemio de Valle-Arizpe.

   En buena medida, nuestro autor, se soporta de esta otra obra, la de Cristóbal Gutiérrez de Medina relativa al viaje y diversas recepciones que se hicieron con motivo de la llegada del XVII virrey de la Nueva España. En lo relativo al tema taurino que aquí interesa, cita que, todavía estando en territorio español

Hubo torneos y hubo fiestas de toros, y en una de ellas el Duque alanceó una res con bizarra destreza y lo llenaron las damas de bandas, de cintas, de favores que se quitaban de sus trajes para ofrecerlos entre sonrisas.[12]

   Aparece una riquísima descripción de los sitios que fue recorriendo para llegar finalmente al Puerto de Santa María, de donde embarcaron el 8 de abril de 1640.

   El 20 de abril

En que hizo conjunción la luna, salimos al mar. El viaje duró casi tres meses. Durante la travesía tuvimos muchas diversiones para entretener a su Excelencia –nos cuenta Salvador Segura-. Casi no había día sin una hermosa fiesta. Hicimos tres graciosas mascaradas a lo ridículo, representamos ocho comedias de las que se daban en los corrales de Madrid, y a menudo teníamos danzas, toros de manta y caballeros con rejones a lo burlesco.[13]

   Sobre la propia “Relación” escrita por María de Estrada Medinilla, y dada su extensión, he considerado remitirla a los ANEXOS de esta obra.

CONTINUARÁ.


[1] Nicolás Rangel: Historia del toreo en México. Época colonial (1529-1821). México, Imp. Manuel León Sánchez, 1924. 374 p. Ils., facs., fots., p. 75.

[2] Muriel: Cultura femenina…, op. Cit., p. 135.

[3] Ibidem., p. 141. Cfr. Beristain de Souza, Biblioteca hispano…, op. Cit., T. I., p. 428.

[4] Méndez Plancarte: Poetas…, (1621-1721) Parte primera, op. Cit., p. 44.

[5] José Rojas Garcidueñas y José Juan Arrom: Tres piezas teatrales del virreinato. Tragedia del triunfo de los Santos, Coloquio de los cuatro Reyes de Tlaxcala y Comedia de San Francisco de Borja. Edición y prólogos de (…). México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1976. VIII-379 p. (Estudios de literatura, 3)., p. 242.

[6] Op. Cit., p. 248 y 250.

[7] Ibidem., p. 298-299.

[8] Hagiográfico: perteneciente a la hagiografía. Hagiografía: Historia de las vidas de los santos.

[9] Ibid., p. 376.

[10] Ib.

[11] Cristóbal Gutiérrez de Medina: Viaje del virrey Marqués de Villena. Introducción y notas de don Manuel Romero de Terreros, C. de las Reales Academias Española, de la Historia, y de Bellas Artes de San Fernando. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Historia, Imprenta Universitaria, 1947. XI – 88 p. Ils., fots., facs., p. VII y VIII.

[12] Valle-Arizpe: Virreyes y virreinas de la Nueva España…, op. cit., p. 75-76.

[13] Ibidem., p. 78-79.

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¡ORA PONCIANO! SIGUE CAUSANDO FUROR.

DE FIGURAS, FIGURITAS y FIGURONES. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

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Colección Cinema N° 48. Edit. Marisal, 1940. 64 p.

   El 8 de enero de 1937 y no 1936 como se ha hecho creer, y en el famoso cine “Alameda” ocurrió la “premiere” de la película que hoy se reseña. En ella se recreaba vida y hazañas del célebre torero Ponciano Díaz Salinas (1856-1899) recuperado en la figura de Jesús Solórzano Dávalos. Tras la presentación del reparto, “Producciones Soria” advertía:

Sobre la vida real de un célebre torero la fantasía forjó la trama imaginaria que sirve de argumento a esta película.

   Para no lastimar el sentido artístico de los aficionados, se empleó la técnica del toreo actual como propia del último cuarto del siglo XIX; esperando que este anacronismo no desvirtúe el estilo de esa época a que esta producción corresponde.

   Pues bien, durante los casi 80 años que ya tiene dicho largometraje, varias generaciones han disfrutado escenas de esta comedia rural donde Jesús Solórzano El Rey del temple se encumbró con las imágenes de la que pudo ser otra gran tarde, que no corresponde con la ya muy famosa realizada con el toro Redactor de La Laguna, pues dicha gesta sucedió el 7 de febrero siguiente, lo cual pudo representar un conflicto técnico el solo montaje de aquellas inolvidables escenas, contando para ello a una todavía empresa cinematográfica en plena evolución y desarrollo.

   Tenemos aquí una primer incógnita, pues los registros de época, tanto las imágenes fijas como en movimiento nos permiten apreciar a un Jesús Solórzano vistiendo un traje poco más oscuro que el que llevaba la tarde del todavía invernal mes de febrero del 37´.

PORTADILLA_ORA PONCIANO

Portadilla de la publicación que ha servido para consultar el argumento. Agradezco al Dr. Marco Antonio Ramírez haberme permitido consultar este ejemplar.

   Entre chanzas y cuchufletas de dos excelentes cómicos como Leopoldo Ortín y Carlos López se fue configurando el largometraje, mismo que recae en ese guión todavía en ese misterioso personaje que se anuncia como Pepe Ortiz. ¿Se trata del famoso Pepe Ortiz, el orfebre tapatío o es un homónimo?

   De igual forma, las canciones e interpretaciones de Lorenzo Barcelata valen un “potosí” por el tono de curiosidad con que colaboró interpretando “La Palomita, que la Atenqueña. De igual forma la jocosa Tu ya no soplas, sin faltar la célebre canción El toro Coquito que hasta el día de hoy es un referente entre los taurinos pues el solo escucharla nos remite directamente con ¡Ora Ponciano!, película en la que Jesús Solórzano se inmortalizó quizá no por obra y gracia de la famosa faena de Redactor, sino por una anterior, igual de maravillosa. Sin embargo, y para no desatar polémica alguna, dejemos por ahora y sin alterar la historia que nos es de todos conocida.

   Recuerdo además, las palabras contundentes que me confesó un día el sobrino nieto de Ponciano, Doroteo Velázquez Díaz, quien llegó a decirme de viva voz:

 El argumento de la película “¡Ora Ponciano!” no era verdadero. Ponciano Díaz nunca se casó con la hija del ganadero don Rafael Barbabosa. Ella era Herlinda Barbabosa Saldaña (…)

   Si Ponciano –como señala el argumento-, hubiese conservado la fidelidad del amor, aquel que se muestra en forma juguetona e infantil, la de sus primeros años de vida conviviendo con la hija del hacendado, tendríamos como consecuencia un vínculo con quien pudo haber sido hija de José Juan Cervantes Ayestarán, a la sazón propietario de Atenco cuando el futuro “diestro con bigotes” tendría 6 u 8 años de edad (esto entre 1862 y 1864). Es bueno apuntar que se desconoce si don José Juan tuvo hijos o no, pero también es bueno recordar que Cervantes Ayestarán vendió la hacienda a don Rafael Barbabosa Arzate hasta 1878, con lo que entonces no tenemos al final sino un enredo que solo la ficción lograda por el cine pudo resolver en esos términos.

   Por lo demás, hay un registro que rememora la alternativa que Ponciano fue a refrendar en Madrid el 17 de octubre de 1889. Y digo “refrendar”, pues fue el propio atenqueño quien en un cartel del año 1879 advertía a sus “paisanos”:

Habiendo terminado la temporada en la ciudad de Puebla, en donde fui elevado al difícil rango de primer espada, por la benevolencia de tan ilustrado público, me he propuesto antes de disolver mi cuadrilla dedicar una función, que tenga por objeto, pagar un justo tributo a mis paisanos ofreciéndoles mis humildes trabajos; si estos son acogidos con agrado quedará altamente agradecido S.S.

Ponciano Díaz.

   Y tal ocurrió el domingo 8 de junio de 1879, lidiando “soberbio ganado de la Hacienda de Atenco”. Esa tarde en Toluca, Ponciano encabezaba la siguiente cuadrilla:

Joaquín Rodríguez, Antonio Mercado, Juan L. Resillas y Cándido Morones, picadores. Ramón Pérez, Francisco Salazar, Emeterio Garnica y Rafael Albarrán, banderilleros. Guadalupe y José Díaz, lazadores, así como Félix Barrón y Tranquilino Fonseca quienes hicieron las veces de “locos”.

   Por lo demás, se aprovecharon al máximo las locaciones naturales que la hacienda de Atenco ofreció en días que hicieron lucir el paisaje de un valle de Toluca espléndido que parece remontarnos a aquellos días de un México que, en lo taurino se encuentra verdaderamente conmocionado, pues Ponciano estaba convertido en un ídolo popular sin parangón. Quizá se trate del primer torero que haya alcanzado tal celebridad, de ahí que la expresión “¡Ora Ponciano!” se convirtió en ese grito de batalla de miles de nacionales que admiraron con orgullo, al punto de que ese impacto se concentra en la siguiente anécdota.

   En los días de mayor auge del lidiador aborigen, el sabio doctor don Porfirio Parra decía a Luis G. Urbina, el poeta, entonces mozo, que se asomaba al balcón de la poesía con un opusculito de “Versos” que le prologaba Justo Sierra:

Convéncete, hay en México dos Porfirios extraordinarios: el Presidente y yo. Al presidente le hacen más caso que a mí. Es natural. Pero tengo mi desquite. Y es que también hay dos estupendos Díaz -Ponciano y don Porfirio-: nuestro pueblo aplaude, admira más a Ponciano que a don Porfirio.[1]

   Y aquí otra curiosa interpretación:

En aquellos felices tiempos, comenta Manuel Leal, con esa socarronería monástica que le conocemos, había tres cosas indiscutibles: La Virgen de Guadalupe, Ponciano Díaz y los curados de Apam…[2]

   Su figura fue colocada en todos los sitios, aun en bufetes, oficinas de negocios, consultorios de médicos; en fotografías, o en litografías en colores y a una sola tinta, publicados en periódicos mexicanos o españoles como LA MULETA, EL MONOSABIO, LA LIDA, EL TOREO CÓMICO que ilustró sus páginas -este último- con un retrato del torero mexicano del mismo tamaño que los que había publicado de Lagartijo, Frascuelo, El Gallo, Mazzantini y Guerrita.[3]

   En la calle se le tributaban verdaderas ovaciones, lo mismo en Plateros que en El Hospicio que en La Acordada; al pie de la estatua de Carlos IV que al pasar junto a la tabaquería llamada “La Lidia”, lugar de reunión de los toreros españoles, que recibían sendas rechiflas.

   Realmente, esos eran los grados de ilusión obsesiva adoptada por el pueblo, vertiente de una sociedad limitada a una superficialidad y a un todo que no les era negado, pero que asimilaron de muy distinta manera, justo como lo harían esas otras vertientes intelectuales y burguesas; o simplemente ilustradas de la época.

   Fruto de la idolatría, que, como ya vemos, es basta en ejemplos, como el modismo aplicado cuando se saludaban los amigos en la calle, alguno de ellos expresaba:

   ¡Ni que fuera usted Ponciano!…

   A la epidemia de gripe de 1888, se le llamó “el abrazo de Ponciano”.

   Don Quintín Gutiérrez socio de Ponciano Díaz y abarrotero importante, distribuyó una manzanilla importada de España con la viñeta Ponciano Díaz.

   En las posadas, fiesta tradicional que acompaña al festejo mayor de la navidad, al rezar la letanía contestaban irreverentemente en coro: “¡Ahora, Ponciano!” sustituyendo con la taurómaca exclamación al religioso: “Ora pro nobis”

  1. José María González Pavón y el Gral. Miguel Negrete obsequiaron al diestro mexicano los caballos “El Avión” y “El General” y es el mismo Ponciano quien se encarga de entrenarlos para presentarse con ellos en España.

   La misma poesía popular se dedica a exaltarlo, al grado mismo de ponerlo por encima de los toreros españoles.

Yo no quiero a Mazzantini

ni tampoco a “Cuatro Dedos”,

al que quiero es a Ponciano

que es el padre de los toreros

¡Maten al toro! ¡Maten al toro!

   El “padre de los toreros”, cómo no lo iba a ser si en él se fijaban todos los ojos con admiración.

   Su vida artística o popular se vio matizada de las más diversas formas. Le cantó la lírica popular, lo retrataron con su admirable estilo artístico Manuel Manilla y José Guadalupe Posada en los cientos de grabados que salieron, sobre todo del taller de Antonio Vanegas Arroyo, circulando por aquel México con marcadas huellas de lo urbano y lo rural.

   La “sanción de la idolatría”, a más de entenderse como aplauso, como anuencia, como beneplácito; es también castigo, pena o condena. Y es que del sentir popular tan entregado en su primera época, que va de 1876 a 1889 se torna todo en paulatino declive a partir de 1890 y hasta su fin, nueve años después.

FICHA TÉCNICA

¡ORA PONCIANO!

Producción: Producciones Soria, México; 1936.

Dirección: Gabriel Soria

Guión: Pepe Ortiz y Elvira de la Mora.

Fotografía en Blanco y Negro: Alex Phillips.

Música: Lorenzo Barcelata.

Edición: Fernando A. Rivero.

Con: Jesús Solórzano (Ponciano), Consuelo Frank (Rosario), Leopoldo Ortín (Juanón), Carlos López “Chaflán” (Lolo), Carlos Villarías (don Luis).

   Pues bien, todo lo anterior viene al caso, porque este viernes, en la Casa de la Cultura “Frissac” (Madero y Moneda, en el centro de Tlalpan), se presentará a las 18 horas este material cinematográfico, con lo que espero haber despertado el interés de los aficionados que quieran acudir a dicha exhibición. Esto como resultado del homenaje que se viene tributando a Luis G. Inclán, con motivo del bicentenario de su nacimiento. Y en efecto, Ponciano Díaz es o parece ser una consecuencia de las hazañas de aquel toreo a pie y a caballo que se perciben tras la gozosa lectura de su célebre novela Astucia.

   La entrada es gratuita… la salida también.


[1] Armando de María y Campos: Ponciano el torero con bigotes. México, ediciones Xóchitl, 1943 (Vidas mexicanas, 7). fots., facs., p. 162-3.

[2] Manuel Horta: Ponciano Díaz silueta de un torero de ayer. México, Imp. Aldina. ils., p. 153.

[3] María y Campos: op. cit., p. 176-7.

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500 AÑOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO. (XXIV). GRANDES CONMEMORACIONES TAURINAS NOVOHISPANAS EN 1640. (II).

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

RECEPCIÓN DEL VIRREY MARQUÉS DE VILLENA EN 1640

   Desconocidas y no, porque ya en otro lugar y en otro momento me he ocupado de esto.[1] Precisamente en mi libro Novísima Grandeza de la Tauromaquia Mexicana[2] en su quinta parte denominada: “Relaciones de fiestas o la fascinación del desbordamiento”, apunto lo siguiente:

   Las relaciones o descripciones recrean las “grandes alegorías” como por ejemplo: proclamaciones reales, entradas, esponsales, bodas, nacimientos, bautizos, canonizaciones de santos, etc. En todo esto, el autor procuraba no sólo deleitar sino hacer revivir las jornadas festivas de manera que el lector de la Relación lograba tener la sensación de ver “las fiestas por segunda vez”.

   Es difícil escoger alguna porque todas poseen un encanto particular, debido al manejo detallado con que reseñan la plaza, el público y el ambiente. También, y esto llama poderosamente la atención, describen los trajes de nobles caballeros, jaeces y adornos de las cabalgaduras; pero sobre todo la forma en que se jugaron los toros. Estas relaciones de fiestas provocan a la imaginación y con ella entramos a la plaza, para convertirnos en uno más de sus asistentes, saludando al virrey en turno, a los canónigos y capitulares, sin que falten los estudiantes de la Universidad y el pueblo llano, saboreando al calor de la tarde, una deliciosa “fuente de barquillos” con nieves traídas desde las faldas del Popocatépetl.

   Por allí pudimos ver a María de Estrada Medinilla con su Descripción en Octavas Reales de las Fiestas de Toros, Cañas y Alcancías, con que obsequió México a su Virrey el Marqués de Villena de 1640 bajo el brazo. Doña María es autora de estos apareados u ovillejos que hubieran puesto a temblar al mismísimo Luis de Góngora en su momento (…)

   Hasta hace un tiempo, dicha obra se encontraba perdida.[3] Sin embargo, y antes de ocuparme de la mencionada “Relación de fiestas”, es preciso reproducir otra de sus obras (esta sí en silva libre y ovillejos castellanos), también escrita en la misma ocasión, denominada:

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Relación escrita por DOÑA MARÍA DE ESTRADA MEDINILLA, A una Religiosa monja prima suya. De la feliz entrada[4] en México día de San Agustín, a 28 de Agosto De mil y seiscientos y cuarenta años. Del Excelentísimo Señor Don Diego López Pacheco, Cabrera, y Bobadilla, Marqués de Villena, Virrey Gobernador y Capitán General Desta Nueva España.

   Dada su extensión, se seleccionarán algunas partes para que con ellas el lector tenga una idea sobre el tipo de ambiente, los personajes allí presentes, la descripción de casas, edificios y palacios. Y desde luego, como tuvo que ser, algunos versos dedicados a los espectáculos.

Quise salir, amiga[5]

(Mas que por dar alivio a mi fatiga)

temprano ayer de casa,

por darte relación de lo que pasa,[6]

a prevenir hice el coche,

aunque mi pensamiento se hizo noche,

pues tan mal lo miraron,

que para daño nuestro pregonaron.

que carrozas no hubiera;

o mas civil, que criminal cantera;

lamentélo infinito,

puesto que por cumplir con lo exquisito;

aunque tan poco valgo,

menos que a entrada de un virrey[7] no salgo:

Mas el ser hizo efecto.

Y así quise cumplir con lo imperfecto,

mudando de semblante;

no quieras mas, pues fui sin guardainfante,[8]

con que habrás entendido,

de todo queda bien encarecido:

Pero si le llevara,

del primer movimiento no pasara;

siguiéronme unas damas,

a quienes debe el mundo nobles famas;

y con manto sencillo

quisimos alentar el tapadillo.

 

(…) fue ejecutada

la ceremonia siempre acostumbrada,

y alegre le recibe

la Ciudad que de nuevo se apercibe

aplauso reverente,

siendo a su dignidad tan competente;

y habiéndole formado

navegación de velas de brocado,

que a su Sol se permite;

grato la aplaude, pero no la admite.

 

No muchos pasos dieron,

cuando la autoridad reconocieron

de un festivo teatro,

con pompa de solemne anfiteatro;

que estaba prevenido

antes del Arco arriba referido,

donde los principales

del Cabildo Palomas racionales,

rigen con gallardía

a tanta Religiosa Clerecía:

Y en acentos sutiles,

dulce repetición de ministrales

formaba en escuadrones,

Tracias,[9] capillas, tropas de amphiones;

con que en ecos sonoros

Te Deum laudamus, le entonaba a coros,

y desde el simulacro,

San Pedro le conduce al Templo sacro:

de que se vio logrado

el adorno de púrpura, y brocado,

y en fragantes aromas (…)

Fiero terror de Marte

formaba un batallón en cada parte,

de cuyas compañías,[10]

tantas adelantó galanterías,

que se vio cada instante

rayo de plumas, escuadrón volante.

Vulcano en prevenciones,

fue población de Griegas invenciones,

con que no ya tan vanos

quedó el que incendios fabricó al Troyano,[11]

de que tantas memorias

eternidades tienen las Historias.

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Quizá en alguna de estas mujeres veamos la mejor representación del perfil que nos deja conocer a detalle la autora de estos ovillejos: María de Estrada Medinilla. Fragmento de una Pintura novohispana, finales del siglo XVII.

 Aun no bien penetrado

fue el Capitolio, cuando el cielo armado

de ímpetus transparentes

el curso desató de sus corrientes;

y a fuerza de raudales,

las calles fueron montes de cristales.[12]

Y es verdad manifiesta,

que ni aun aquesto pudo aguar la fiesta;

porque menos ufano,

cesó Neptuno, y presidió Vulcano;

pues a furias de aguas:

Alquitranes resisten de sus fraguas:

En tan célebre día,

fuera civilidad, o cobardía

que quedara figura

de la más vestal[13] Ninfa[14] la clausura:[15]

Y si tal entendieras,

presumo que aún tu misma la rompieras,

pues con esto apercibo

el hipérbole[16] más ponderativo

y aunque el verlas te inquiete,

mayores fiestas México promete:

Máscaras, toros, cañas,

que puedan celebrarse en las Españas;[17]

esto es en suma prima

lo que pasó, si poco te lo intima

mi pluma, o mi cuidado

mal erudito pero bien guiado.

Persona, que a mi Musa

el temor justo del errar la exenta.

 LAVS DEO[18]

   Aquí me detengo para dedicar un estudio breve, pero a fondo de la poetisa María de Estrada Medinilla. El propósito es dar a conocer su obra depositada en relaciones que tienen que ver con los toros.

   No se conoce ningún dato de su vida. Se cree que es nieta de Pedro de Medinilla (¿Pedro de Medina Medinilla?) –segunda mitad del siglo XVI- que escribe las octavas a la desgraciada y lastimosa muerte de don Diego de Toledo, hermano del duque de Alba, que fue regidor y diputado en el ayuntamiento de la ciudad de 1546 a 1558.

   Sólo le antecede como mujer intelectual una Catalina de Eslava y precede a Sor Juana Inés de la Cruz. Su obra mejor conocida hasta hoy es la Relación escrita por doña María de Estrada Medinilla a una religiosa monja, prima suya (dedicada a doña Antonia Niño de Castro), de la feliz entrada en México, día de San Agustín, a 28 de agosto de 1640 años, del excelentísimo señor Diego López Pacheco Cabrera y Bobadilla, marqués de Villena, virrey gobernador y capitán general de esta Nueva España. Fue impreso en México por Juan Ruyz, en 1640 y formó parte de una obra dedicada al citado virrey, que se tituló Viaje de Tierra y más feliz por mar y tierra que hizo el excelentísimo marqués de Villena, mi señor, yendo por virrey y capitán general de la Nueva España.[19]

   José Mariano Beristain de Souza dice que

Doña María Estrada Medinilla, natural de México, matrona que supo hacer lugar en esta biblioteca por los opúsculos siguientes:

Relación en ovillejos castellanos de la feliz entrada del virrey Marqués de Villena en México, día 28 de agosto de 1640, Impresa dicho año, en 4º.-Descripción en octavas reales de las fiestas de toros, cañas y alcancías, con que obsequió México a su virrey el marqués de Villena, impresa en 1641 en 4º.[20]

   Beristain de Souza dice haber visto esta obra durante mediados del siglo XIX, pero es muy probable que bibliotecas tan importantes hayan desaparecido durante la expedición de las Leyes de Reforma, por el gobierno constitucional el 12 de julio de 1859. Y no se cuenta tampoco con que ha habido una destrucción sistemática de estas joyas histórico-religiosas. Ello se puede confirmar en Planchet.[21]

   De ella tenemos tan pocos datos que apenas, lo único que puede suponerse es que vivió en la considerada vida del siglo, aquella en la que salvó los rigores de la iglesia o de la prostitución. Era entonces una mujer con ciertas virtudes y conocimientos que pudo admitir la sociedad de su tiempo, puesto que al escribir en términos tan profanos sus dos Relaciones… es que la podemos imaginar como la María de Estrada Medinilla común y corriente, llevando una vida sencilla que gozaba y disfrutaba los placeres mundanos sin escándalo alguno. Todo eso lo refleja ella misma con tal sencillez que admira su condición femenina en época por demás restringida, pero restricción que podríamos imaginar y restricción a la que finalmente se podían adaptar sin mayores dificultades las mujeres de su tiempo. Tal “libertad” la podemos apreciar en sus propias silvas como sigue:

 Y así quise cumplir con lo imperfecto,

mudando de semblante;

no quieras mas, pues fui sin guardainfante,

con que habrás entendido,

de todo queda bien encarecido:

Pero si le llevara,

del primer movimiento no pasara;

siguiéronme unas damas,

a quienes debe el mundo nobles famas;

y con manto sencillo

quisimos alentar el tapadillo.

Y en fin, como pudimos

hacia la Iglesia Catedral nos fuimos

donde mas que admirada

quedé viendo del Arco la fachada,

que tocaré de paso (…)

    De su Relación escrita a una Religiosa monja prima suya… puede observarse un muy buen equilibrio de composición, donde imperan sus amplios conocimientos en la estructura de la hipérbole, de la mitología, pero sobre todo como una retratista perfecta del síntoma cotidiano reflejado en todas las escenas y personajes que tuvo a su paso durante la recepción del virrey Marqués de Villena, cosa que ocurrió el día 28 de agosto de 1640, ocasión en la que no faltaron ni las máscaras, toros y cañas, esos festejos que describió doña María con mi pluma, o mi cuidado / mal erudito pero bien guiado. Con las fiestas del 27 de noviembre siguiente se puede entender que pudo presentarse la aprobación del propio virrey para celebrarla, lo cual debe haber sido motivo de preparativos específicos para repetir el disfrute que la sociedad y todos los actores que protagonizaron el festejo se dispusieran a cumplir una vez más con el proceso que la costumbre tenía establecido por entonces. Ya veremos en su momento la forma en que ocurrió todo aquello.

   Por lo tanto, al leer la poesía barroca en la cual está inserta la obra de Estrada Medinilla, hay que tener en la mente la arquitectura de Santa Prisca de Taxco, Santa Rosa de Querétaro, el Altar de los Reyes de la Catedral de México, para impregnarse de ese espíritu y así, poder sentir y vibrar con el espíritu de la poesía. Ya lo apuntaba Estrada Medinilla: 

En tan célebre día

fuera civilidad o cobardía

que quedara figura

de la más vestal ninfa la clausura

y si tal entendieras

presumo que aun tú misma la rompieras

el hipérbole más ponderativo.

y aunque el verlas te inquiete

mayores fiestas México promete:

Máscaras, toros, cañas

que puedan celebrarse en las Españas. 

(. . . . . . . . . .) 

LAVS DEO

CONTINUARÁ.


[1] José Francisco Coello Ugalde: Relaciones taurinas en la Nueva España, provincias y extramuros. Las más curiosas e inéditas 1519-1835. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1988. 293 p. facs. (Separata del boletín, segunda época, 2). Además: Antología Nº 2: “Lo que fue y Lo que es del toreo en México. Ensayo histórico sobre el pulso de una fiesta con casi cinco siglos de vida entre nosotros”. 194 p. “En búsqueda de lo que no está perdido. Relaciones taurinas novohispanas de la sorpresa a los nuevos hallazgos”, p. 59-69.

[2] José Francisco Coello Ugalde: Novísima grandeza de la tauromaquia mexicana (Desde el siglo XVI hasta nuestros días). Madrid, Anex, S.A., España-México, Editorial “Campo Bravo”, 1999. 204 p. Ils, retrs., facs., p. 31-33.

[3] La Maestra Dalia Hernández Reyes, que pertenece al SEMINARIO DE CULTURA LITERARIA NOVOHISPANA IIB-UNAM, me comenta haber localizado dicho documento, mismo que se encuentra trabajando en su aspecto crítico. Tal información me fue proporcionada en el mes de septiembre de 2006. Más adelante incluyo una transcripción modernizada del mismo.

[4] La recepción del Duque de Escalona y Marqués de Villena fue excepcional, por la suma aristocracia del nuevo Virrey, y por ser el primero que traía el privilegio de entrar “bajo palio”. Costó a la ciudad $40,000 y comprendió “comedias, mitotes, saraos, máscara, castillos, arco triunfal, y ocho toros”; y la propia Doña María escribió en octavas su otra “Reseña de las Corridas de Toros y Juegos de Cañas” que veremos más adelante.

[5] Aquí, María de Estrada Medinilla puede contarle a “Una religiosa monja prima suya”, del mundo, del siglo y todo su carácter profano, del que no goza aquella otra, quien únicamente pudo enterarse de los acontecimientos gracias al texto con que le describió el boato maravilloso que tuvo ante sus ojos.

[6] Francisco de la Maza: LA MITOLOGÍA CLÁSICA EN EL ARTE COLONIAL DE MÉXICO. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1968. 251 p. Ils., facs. (Estudios y fuentes del arte en México, XXIV)., p. 172. Nos dice el autor que en ciertas ocasiones se permitía a las monjas ver la procesión (de las fiestas), y como apunta con gracia Juan José de Zúñiga en su Cristalino, argentado mar de Gracia, que es un apartado del gran volumen: El segundo quince de enero de la Corte Mexicana que a la canonización de San Juan de la Cruz celebró la Provincia de San Alberto de México, impreso por Bernardo de Hogal en 1730.

   Las azoteas –de ambos conventos: Santa Catalina y la Encarnación- no sólo estaban galanamente enriquecidas de vistosas banderas, también de vivientes racionales preseas, porque, in honorem tanti festi, el P. Provincial, con los garbos de su genio, les concedió licencia a todas las señoras religiosas, niñas y criadas, para que pudiesen subir a las azoteas, y aunque los hábitos, uniformes y religiosos, no admiten otro adorno y aliño para su gala, era muy de notar los quitasoles o sombrillas con que las señoras se defendían del sol, por la elevada proceridad de sus conventos… las de la Encarnación subieron muy gustosas y regocijadas y desde allí arrojaron una primavera de flores naturales con muchos panes de plata, que subían brillando por los aires y aún otras piezas de mejor gusto, por ser de varios dulces…

[7] Ocasiones como las de la entrada de un virrey se convirtieron en verdaderas ceremonias no solo oficiales. También la iglesia tenía su parte, y desde luego, la participación del pueblo se integraba perfectamente a semejantes conmemoraciones.

[8] De guardar e infante, por ser prenda con que podían ocultar su estado las mujeres embarazadas. Especie de tontillo redondo, muy hueco, hecho de alambres con cintas, que se ponían las mujeres en la cintura debajo de la basquiña.

[9] Viento que corre entre el euro y el bóreas, según la división de los antiguos.

[10] Grupo de caballeros montados que realizan diversas formaciones, perfectamente armonizadas.

[11] Natural de Troya. Perteneciente a esta ciudad de Asia antigua.

[12] Corre agosto, y durante ese mes, es común que en la ciudad de México se desaten tremendos aguaceros.

[13] Perteneciente o relativo a la diosa Vesta. Dícese de las doncellas romanas consagradas a la diosa Vesta.

[14] Diosas de las aguas y los bosques.

[15] Clausura: encerramiento de las mujeres consagradas a los dioses paganos y enclaustrados.

[16] Figura que consiste en aumentar o disminuir excesivamente aquello de que se habla. Se ha usado también como masculino. Exageración de una circunstancia, relato o noticia.

[17] Conforme a las especificaciones de catalogación de la Biblioteca “The University of Texas al Austin”: Gz / 972.02 / V65 Viage de Tierra y Mar… México: Imp. Bernard Calderón. 1640. Apud Muriel: op. Cit., p. 124-125.

[18] Coello Ugalde: Relaciones taurinas…, op. Cit., p. 31-42. Además: María de Estrada Medinilla: “The University of Texas al Austin”: Gz / 972.02 / V65 Viage de Tierra y Mar… México: Imp. Bernard Calderón. 1640. Y: Cirstóbal Gutiérrez de Medina: Viaje del virrey Marqués de Villena. Introducción y notas de don Manuel Romero de Terreros, C. de las Reales Academias Española, de la Historia, y de Bellas Artes de San Fernando. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Historia, Imprenta Universitaria, 1947. XI – 88 p. Ils., fots., facs.

El título completo de esta obra es: VIAGE DE / TIERRA, Y / MAR, FELIZ POR MAR, / Y TIERRA, QVE HIZO / El Excellentissimo Señor / Marqves De Villena Mi / Señor, Yendo por Virrey, y Capitan / General de la Nueua Efpaña en la flota que embió fu / Mageftad efte año de mil y feifcientos y cuarenta, fiendo / General Della Roque Centeno, y Ordoñez: Fu / Almirante Iuan de Campos. / ✝ / Dirigido a / DON IOSEPH LOPEZ / Pacheco, Conde de San / Tifteuan de Gormaz mi feñor / Con Licencia / Del Excellentissimo Señor / Virrey delta Nueua Efpaña / Impreffo en MEXICO: En la Imprenta de Iuan Ruyz / Año de 1640.

[19] Josefina Muriel: Cultura femenina novohispana. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1982.545 p. Ils., retrs., cuadros. (Serie de Historia Novohispana, 30), p. 124-125.

[20] Op. Cit., p. 512. Cfr. José Mariano Beristáin de Souza: Biblioteca hispano americana septentrional; o catálogo y noticias de los literatos que o nacidos o educados, o florecientes en la América Septentrional Española, han dado a luz algún escrito, o lo han dejado preparado para la prensa, 1521-1850, 3 vols. 2ª. Ed., publicada por el presbítero bachiller Fortino Hipólito Vera, Amecameca, Tip. Del Colegio Católico, 1833., T. I., p. 482.

[21] Planchet, Regis (seud.): El robo de los bienes de la iglesia, ruina de los pueblos. 2ª edición, México, Editorial Polis, 1939. Véase: “Robo y destrucción por Juárez, Carranza, Obregón y Calles, de las bibliotecas de los conventos, sus archivos, manuscritos, pinturas, esculturas y demás tesoros artísticos. Mutilación de las joyas arquitectónicas de la nación. E.E.U.U. elogiando la obra civilizadora de los misioneros españoles”, p. 599-605.

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500 AÑOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO. (XXIII). GRANDES CONMEMORACIONES TAURINAS NOVOHISPANAS EN 1640.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   A continuación, someteré a estudio la que hasta hoy era un “relación de fiestas” que se consideraba como perdida. Se trata de la obra de doña María de Estrada Medinilla y que presento, tanto en su versión original como modernizada, acompañada del aparato crítico pertinente. Agradezco la gentileza de los maestros Dalmacio Rodríguez Hernández y Dalia Hernández Reyes, quienes pertenecen al Seminario de cultura literaria novohispana que acoge el Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la Universidad Nacional Autónoma de México por haberme facilitado copia facsimil del documento (mismo que se reproduce en su integridad), para lo cual me comprometí con ellos a realizar este trabajo de investigación que ahora les dedico. A su vez, también va mi agradecimiento muy especial para Carmen Eugenia Reyes Ruiz quien apoyó en la elaboración del estudio crítico.

 LA RECEPCIÓN DEL VIRREY MARQUÉS DE VILLENA EN 1640.

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Don Diego López Pacheco Cabrera y Bobadilla, Duque de Escalona y Marqués de Villena, fue el décimo séptimo virrey de la Nueva España, cubriendo el periodo correspondiente del 28 de agosto de 1640 al 10 de junio de 1642.

   Como muchas de las recepciones que ocurrieron en el período virreinal, acontecimiento que se ceñía a un protocolo por demás impresionante debido, en primera instancia a la notificación de que eran informadas las autoridades y luego éstas divulgando la noticia a nivel general, obligaba a que se cumpliera cabalmente con el itinerario que empezaba en el puerto de Veracruz y concluía en la ciudad de México bajo una serie de indicaciones que la costumbre había establecido.[1] Pero no era solamente asunto de saludos y formalidades. También estaban las fiestas como complemento y cúspide de aquella parafernalia que alcanzaba varios días o semanas de celebración. En este caso particular, nos ocupamos de la de don Diego López Pacheco, Cabrera y Bobadilla, Marqués de Villena, Virrey Gobernador y Capitán General de la Nueva España, cuyos hechos adquirieron tintes peculiares que se proyectan en varias direcciones. Por un lado, se trata de un suceso que ocurre en momentos del más acentuado climax en el barroco novohispano, fenómeno cultural estimulado por una serie de elementos alentados por el arte y la literatura –el hipérbole más ponderativo (María de Estrada Medinilla, dixit)-. La recepción que ahora estudiamos a partir de la obra de nuestra autora, nos habla también de otras tantas descripciones, lo que significa que el hecho mismo se convirtió en un acontecimiento extraordinario, mismo que quedó cubierto por diversos documentos que hoy nos permiten entender la magnitud de aquel suceso. Dentro de su manufactura se cumplieron a cabalidad los puntos del protocolo más riguroso. Por otro lado, las fiestas religiosas y paganas también fueron reseñadas y entre todas ellas, las de toros no pasaron desapercibidas ni por María de Estrada ni por algunos otros de los que me ocuparé en forma breve.

   La interpretación literaria del siglo XVII adquiere un sentido manifiesto de preponderancia, que arranca con la Grandeza mexicana de Bernardo de Balbuena (1604)[2] y termina con Felipe de Santoyo García Galán y Contreras (1691)[3] pasando por Juan Ruiz de Alarcón, el Pbro. Br. D. Diego de Rivera, el también Pbro. Br. D. Ignacio de Santa Cruz Aldana, el Capitán Alonso Ramírez de Vargas y la jerónima Sor Juana Inés de la Cruz, quienes legaron obras de un elevado valor culterano que se empareja, en esos términos con la de María de Estrada Medinilla.

   Enorme alegría significó el encuentro con la relación de FIESTAS DE TOROS, JUEGO DE CAÑAS, y alcancías, que celebró la Nobilísima Ciudad de México, a veinte y siete de Noviembre de este Año de 1640 EN CELEBRACIÓN DE LA venida a este Reino, el Excelentísimo Señor Don Diego López Pacheco, Marqués de Villena, Duque de Escalona, Virrey y Capitán General de esta Nueva España, &c, mismo que es motivo para el estudio y reproducción facsimilar que ustedes encontrarán enseguida, fruto de una intensa investigación que busca poner en claro sus más profundos misterios.

   Nada más parecido, como legítimo espejo de la realidad, lo vamos a encontrar en la fiesta novohispana, eso sí, con sus peculiares diferencias envueltas en el particular carácter americano.

   En ese pequeño universo de posibilidades, en la medida en que se acentuara la recreación, magnificencia y esplendor, tanto en los escenarios como en la forma de vestir y hasta de actuar de parte de los actores y los espectadores, en esa medida se lograba alcanzar con creces el propósito de toda la organización: una fiesta lucidísima que excitara en su totalidad los fines para la cual fue concebida, lo mismo para exaltar el motivo religioso, oficial o profano no dejando espacios por cubrir, porque

Toda fiesta barroca aspiraba a dejar un recuerdo imperecedero para aquellos que tuvieran la fortuna de asistir a su celebración. También a causar la envidia  universal de aquellos que, viviendo en otros lugares, no habían podido acudir al lugar mismo de la fiesta. Para dejar memoria y satisfacer la curiosidad de los lectores se creó un género –el de las Relaciones o Triunfos– que hacían el relato detallado de las solemnidades y describían minuciosamente los Cortejos, Carros, Arquitecturas y demás Ornatos efímeros. Obras literarias situadas entre el periodismo actual de reportaje informativo y la escritura laudatoria de tipo político, están en los mejores casos, ilustrados con grabados. El libro más bello de su género en el barroco español es el de Torre Farfán, Fiestas de la Santa Iglesia Metropolitana y Patriarcal de Sevilla al Nuevo Culto del Señor Rey San Fernando (Sevilla, 1671), en el que un tomo in folio se reproducen en láminas desplegables las obras efímeras de Murillo, Valdés Leal, Herrera el Mozo, Bernardo Simón Pineda, Arteaga, etc…, ejecutadas para tan fastuosas fiestas.[4]

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La Relación escrita por doña María de Estrada Medinilla a una religiosa monja, prima suya (dedicada a doña Antonia Niño de Castro), de la feliz entrada en México, día de San Agustín, a 28 de agosto de 1640 años, del excelentísimo señor Diego López Pacheco Cabrera y Bobadilla, marqués de Villena, virrey gobernador y capitán general de esta Nueva España. Fue impreso en México por Juan Ruyz, en 1640 y formó parte de una obra dedicada al citado virrey, que se tituló Viaje de Tierra y más feliz por mar y tierra que hizo el excelentísimo marqués de Villena, mi señor, yendo por virrey y capitán general de la Nueva España. En José Francisco Coello Ugalde: Relaciones taurinas en la Nueva España, provincias y extramuros. Las más curiosas e inéditas 1519-1835. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1988. 293 p. facs. (Separata del boletín, segunda época, 2).

   Pero en España y también sus colonias

Los desastres de la guerra de la Independencia y la quiebra de la monarquía absoluta acabaron con el equilibrio social y la conciliación política. A partir de entonces la fiesta pública en las calles y plazas de la ciudad declinó, desapareciendo el antiguo esplendor de las arquitecturas efímeras y la parafernalia de los cortejos, comitivas y comparsas lúdicas, a la vez que perdía todo su valor purificador y salvador de necesaria y de tiempo en tiempo obligada catarsis colectiva.[5]

   Ese fue el tiempo en que las fiestas tuvieron que entrar en un receso obligado, para retornar vigorosas años más adelante y manifestarse –eso sí, bajo otras condiciones- durante una buena parte del siglo XIX.

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En José Francisco Coello Ugalde: Relaciones taurinas en la Nueva España, provincias y extramuros. Las más curiosas e inéditas 1519-1835. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1988. 293 p. facs. (Separata del boletín, segunda época, 2).

   José Antonio Maravall nos permite entender y reafirmar que la fiesta del barroco no era espartana, sino de un ascetismo brutal, inhumano, en donde no se pretendía adormecer, sino anular primero toda autonomía en la conciencia del pueblo, para dominarlo después. Por su parte César Oliva, plantea que la fiesta que va desde mediados del siglo XIV y que luego se sofistifica durante el XVII, hay que entenderla como un todo, o como un espectáculo total, en donde las fronteras de los elementos constituyentes no son rigurosamente fijas. Es difícil, cuando no inútil, intentar separar dónde empieza, y dónde acaba el elemento festivo, y dónde acaba y dónde empieza el teatral; de la misma manera que es ocioso delimitar los elementos religiosos y profanos. Y es curioso, pero las fiestas sintetizan, casi rítmicamente, periodos de “gracia” y periodos de “pecado”, lo que nos hace volver los ojos a una de las más representativas, iniciada en la cuaresma y que culmina con el domingo de resurrección. Por otro lado, se encuentra aquella que se desata en ese mismo domingo de resurrección y explota en medio de muchas otras, hasta llegada la víspera del inicio de la cuaresma, luego de que el carnaval despidió al último pecador, cumpliéndose una vez más otro de los ciclos de que está constituido el calendario litúrgico, el que, independientemente de todos aquellos pretextos de origen político o social, seguía cumpliéndose en términos muy exactos.

   Durante este siglo se mantienen firmes las expresiones del toreo caballeresco, dominantes en la vieja y nueva España. Creció notablemente la afición de personajes de la nobleza, cuyas hazañas quedaron plasmadas en versos y relaciones de fiestas, que hoy son testimonio curioso. Tan es así que la poetisa María de Estrada Medinilla escribió en 1640 y, por motivo de la entrada del virrey don Diego López Pacheco (…) Marqués de Villena, la Descripción en Octavas Reales de las Fiestas de Toros, Cañas y Alcancías, con que obsequió México a su Virrey el Marqués de Villena.

   Dicha obra aunque desaparecida (ya veremos que no), es muestra del esplendor taurómaco que se vivía por entonces. La misma autora en otra obra suya escribe: «que aun en lo frívolo, como son los toros, los juegos de cañas y las mascaradas, las que se celebran aquí serán mejores que las que puedan celebrarse en España».

CONTINUARÁ.


[1] Para mayor información, véase: Diego García Panes: Diario particular del camino que sigue un virrey de México. Desde su llegada a Veracruz hasta su entrada pública en la capital […] [1793], transcripción de Alberto Tamayo, estudio introductorio de Lourdes Díaz-Trechuelo. Madrid, CEHOPU / CEDEX (Ministerio de Obras Públicas, Transportes y Medio Ambiente), 1994.

[2] Bernardo de Balbuena: Grandeza mexicana y fragmentos del siglo de oro y El Bernardo. Introducción: Francisco Monterde. 3ª. Ed. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1963. XLIV-121 p. Ils. (Biblioteca del estudiante universitario, 23).

[3] Métrica panegyrica descripción De las plaufibles fieftas, que, á dirección del Exmo. Señor Conde Galve, Virrey, y Capitán General defta Nueva-España, fe celebraron, obfequiosas, en la muy Noble, y leal Ciudad de México, al feliz Cafamiento de Nuestro Catholico Monarcha D. Carlos Segundo, con la Auguftiffima Reyna y Señora Doña Maria-Ana Palatina del Rhin, Babiera, y Neuburg. Verfifica fu narración, vn corto Ingenio Andaluz, hijo del Hafpalenfe Betis; cuyo nombre fe ommite, porque (no profeffando efta Ciencia) no fe le atribuya á oficio, lo que folo es en él (aunque tofca) habilidad. Dedicado a la Excelentiffima Señora Doña Elvira de Toledo, y Osorio, Condefa de Galve, Virreyna defta Nueva-Efpaña, á cuyos pies fe poftra el Author. Con licencia. En México: por Doña María de Benavides Viuda de Juan de Ribera en el Empedradillo. Año de 1691, obra que consta de 82 octavas. Véase: Alfonso Méndez Plancarte: Poetas novohispanos. Segundo siglo (1621-1721). Parte primera. Estudio, selección y notas de (…). Universidad Nacional Autónoma de México, 1944. LXXVII-191 p.(Biblioteca del Estudiante Universitario, 43)., p. 143-144.

[4] Antonio Bonet Correa: “Arquitecturas efímeras…, op. Cit., p. 52.

[5] Ibidem., p. 66-67.

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24 DE JUNIO DE 1526. 24 DE JUNIO DE 2016, 490 AÑOS DEL PRIMER FESTEJO TAURINO EN MÉXICO.

EFEMÉRIDES TAURINAS NOVOHISPANAS. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Hoy, 24 de junio se celebra el mero día de San Juan, fecha que los anales del toreo en nuestro país registran como la del primer festejo taurino, ocurrido el 24 de junio de 1526, por lo que me permito dedicar las siguientes líneas a tan importante acontecimiento.

   En efecto, y gracias al hecho de que el Capitán General Hernán Cortés deja noticia en su “Quinta-Carta-relación”, enviada al monarca Carlos V desde “Tenuxtitan, el 3 de septiembre de 1526”, sabemos que:

Otro día, que fue de San Juan, como despaché este mensajero (refiriéndose al visitador Luis Ponce de León), llegó otro, estanco corriendo ciertos toros y en regocijo de cañas y otras fiestas…”

CORTÉS LA MALINCHE y TOROS_A. NAVARRETE

Antonio Navarrete supo recrear perfectamente esos momentos. He aquí sus impresiones.

Antonio y Manuel Navarrete: Trazos de vida y muerte. Por (…). Textos: Manuel Navarrete T., Prólogo del Dr. Juan Ramón de la Fuente y un “Paseíllo” de Rafael Loret de Mola. México, Prisma Editorial, S.A. de C.V., 2005. 330 p. ils., retrs., p. 16.

   Sin embargo, ¿qué fue lo que se lidió al citar el término «ciertos toros», si no había por entonces un concepto claro de la ganadería de toros bravos?

   ¿Fueron cíbolos o quizá algún pequeño “encierro” de aquellos ganados que fueron consecuencia de la introducción que, por allá de 1521 realizó Gregorio de Villalobos y que ya se habían adaptado y desarrollado en sitios cercanos a la que entonces era la ciudad de México-Tenochtitlan?

   Recordemos que Moctezuma contaba con un gran zoológico en Tenochtitlán y en él, además de poseer todo tipo de especies animales y otras razas exóticas, el mismo Cortés se encargó de describir a un cíbolo o bisonte en los términos de que era un «toro mexicano con pelaje de león y joroba parecida a la de los camellos».

   El bisonte en época de la conquista ascendía a unos cincuenta millones de cabezas repartidas entre el sur de Canadá, buena parte de la extensión de Estados Unidos de Norteamérica y el actual estado de Coahuila.

   Si bien los españoles debían alimentarse -entre otros- con carnes y sus derivados, solo pudieron en un principio contar con la de puerco traída desde las Antillas. Para 1523 fue prohibida bajo pena de muerte la venta de ganado a la Nueva España, de tal forma que el Rey intervino dos años después intercediendo a favor de ese inminente crecimiento comercial, permitiendo que pronto llegaran de la Habana o de Santo Domingo ganados que dieron pie a un crecimiento y a un auge sin precedentes. Precisamente, este fenómeno encuentra una serie de contrastes en el espacio temporal que el demógrafo Woodrow W. Borah calificó como “el siglo de la depresión”, aunque conviene matizar dicha afirmación, cuando Enrique Florescano y Margarita Menegus afirman que

Las nuevas investigaciones nos llevan a recordar la tesis de Woodrow Borah, quien calificó al siglo XVII como el de la gran depresión, aun cuando ahora advertimos que ese siglo se acorta considerablemente. Por otra parte, también se acepta hoy que tal depresión económica se resintió con mayor fuerza en la metrópoli, mientras que en la Nueva España se consolidó la economía interna. La hacienda rural surgió entonces y se afirmó en diversas partes del territorio. Lo mismo ocurrió con otros sectores de la economía abocados a satisfacer la demanda de insumos para la minería y el abastecimiento de las ciudades y villas. Esto quiere decir que el desarrollo de la economía interna en el siglo XVII sirvió de antesala al crecimiento del XVIII.

   El estudio de Borah publicado por primera vez en México en 1975, ha perdido vigencia, entre otras cosas, por la necesidad de dar una mejor visión de aquella “integración”, como lo apuntan Andrés Lira y Luis Muro, de la siguiente manera:

Hacia 1576 se inició la gran epidemia, que se propagó con fuerza hasta 1579, y quizá hasta 1581. Se dice que produjo una mortandad de más de dos millones de indios. La fuerza de trabajo para minas y empresas de españoles escaseó entonces, y las autoridades se vieron obligadas a tomar medidas para racionar la mano de obra y evitar el abuso brutal de los indígenas sobrevivientes.

   Por otra parte, la población mestiza había aumentado a tal grado que iba imponiendo un trato político y social que no se había previsto. Mestizos, mulatos, negros libres y esclavos huidos, al lado de criollos y españoles sin lugar fijo en la sociedad concebida como una organización de pueblos de indios y ciudades y lugares de españoles, alteraron el orden ideado por las autoridades españolas, en cuyo pensamiento sólo cabía una sociedad compuesta por “dos repúblicas, la de indios y la de españoles”.

   En cuanto a la tesis de cíbolos o bisontes, ésta adquiere una dimensión especial cuando en 1551 el virrey don Luis de Velasco ordenó se dieran festejos taurinos. Nos cuenta Juan Suárez de Peralta que don Luis de Velasco, el segundo virrey de la Nueva España entre otras cosas se aficionó a la caza de volatería. Pero también, don Luis era

“muy lindo hombre de a caballo”, jugaba a las cañas, con que honraba la ciudad, que yo conocí caballeros andar, cuando sabían que el virrey había de jugar las cañas, echando mil terceros para que los metiesen en el regocijo; y el que entraba, le parecía tener un hábito en los pechos según quedaba honrado (…) Hacían de estas fiestas [concretamente en el bosque de Chapultepec] de ochenta de a caballo, ya digo, de lo mejor de la tierra, diez en cada cuadrilla. Jaeces y bozales de plata no hay en el mundo como allí hay otro día.

   Estos entretenimientos caballerescos de la primera etapa del toreo en México, representan una viva expresión que pronto se aclimató entre los naturales de estas tierras e incluso, ellos mismos fueron dándole un sentido más americano al quehacer taurino que iba permeando en el gusto que no sólo fue privativo de los señores. También los mestizos, pero sobre todo los indígenas lo hicieron suyo como parte de un proceso de actividades campiranas a las que quedaron inscritos.

   El torneo y la fiesta caballeresca primero se los apropiaron conquistadores y después señores de rancio abolengo. Personajes de otra escala social, españoles nacidos en América, mestizos, criollos o indios, estaban limitados a participar en la fiesta taurina novohispana; pero ellos también deseaban intervenir. Esas primeras manifestaciones estuvieron abanderadas por la rebeldía. Dicha experiencia tomará forma durante buena parte del siglo XVI, pero alcanzará su dimensión profesional durante el XVIII.

   El padre Motolinía señala que “ya muchos indios usaran caballos y sugiere al rey que no se les diese licencia para tener animales de silla sino a los principales señores, porque si se hacen los indios a los caballos, muchos se van haciendo jinetes, y querranse igualar por tiempo a los españoles”.

   Lo anterior no fue impedimento para que naturales y criollos saciaran su curiosidad. Así enfrentaron la hostilidad básicamente en las ciudades, pero en el campo aprendieron a esquivar por parte del ganado vacuno embestidas de todo tipo, obteniendo con tal experiencia, la posibilidad de una preparación que se depuró al cabo de los años. Esto debe haber ocurrido gracias a que comenzó a darse un inusual crecimiento del ganado vacuno en gran parte de nuestro territorio, el cual necesitaba del control no sólo del propietario, sino de sus empleados, entre los cuales había gente de a pie y de a caballo. Muchos de ellos eran indígenas.

   Es por todo lo anterior que recordamos este día los  490 años en que sucede la celebración del primer registro taurino, ocurrido en la entonces semidestruida ciudad de México-Tenochtitlan que comparte la iniciativa de levantar otra nueva, la que será años más tarde, corazón del virreinato.

   Tengo la impresión de que aquel festejo donde, a decir de Hernán Cortés «se corrieron ciertos toros», pudo haberse desarrollado en algún espacio del que luego fue el terreno donde se levantó el imponente convento de San Francisco, puesto que el propio sitio de la ciudad de Tenochtitlan no tendría en ese momento condiciones favorables, contando para ello que estaba asentada en condiciones absolutamente lacustres. El convento, poco más allá de la zona delimitada, ya estaba -por decirlo así-, en tierra firme, lo que debe haber permitido que se llevara a cabo tan singular puesta en escena.

   Así que con estas breves suposiciones, tenemos ya condimentado el primer registro de un espectáculo taurino, mismo que hoy permite la conmemoración de los 490 años de asentamiento, desarrollo y esplendor de la tauromaquia en nuestro país… y que sea por muchos años más.

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500 AÑOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO. (XXII). DE RETORNO POR LA RUTA DEL TORO EN NUEVA ESPAÑA.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

DESARROLLO Y ACTIVIDADES AL INTERIOR DE LA GANADERÍA DE TOROS BRAVOS EN ATENCO.

   De los primeros ganados establecidos, el mayor manifestó una multiplicación lenta en un principio, debido a que se trajeron pocas reses. Más tarde su aumento fue notable “pues el medio americano era particularmente favorable a la ganadería”.

   Durante el virreinato, Atenco gozó de enorme importancia debido a sus amplias extensiones, desarrollándose una gran explotación de sus recursos agrícolas y ganaderos, gracias a la mano de obra movidos por los ingresos que provenían de las propias carnicerías de la hacienda, que realizaban gran venta de carne de los propios ganados.

   En primer lugar de producción estuvo la del ganado vacuno, seguido del lanar y en menor medida de cabras y cerdos. Sus operaciones se apoyaron del ganado caballar, mular y asnal, actividades desarrolladas en los potreros ya mencionados.

   Las principales ventas de ganado vacuno de bravo se concentraban no solo en la ciudad de México. También fueron vendidos diversos encierros para las plazas de Toluca, Tenango, Tlalnepantla, Metepec, Santiago Tianguistenco, Puebla, Tenancingo, Cuernavaca, El Huisachal y Amecameca.

   Atenco como ganadería se apoyaba enviando toros a diversas plazas, sirviendo la venta de estos para su propio beneficio, dinero con el cual salvaban deudas o pagaban rayas.

   Entre el ganado la mortandad se debía a diversas causas tales como: de flaco, de enfermedad, de piojo (denominado también carbón, roncha, antrax o fiebre carbonosa, que consiste en la existencia en diversas partes del cuerpo del animal de tumores de distinto tamaño), de capazón, ahogados, porque se mataban entre sí, porque los hubiese matado un rayo, de sangre en las tripas, de torzón de sangre, etc.)

   En la contabilidad y pago del ganado se estiman algunos criterios que serán analizados en el inciso (c): Los aspectos cualitativos y cuantitativos que garantizaron la presencia de esta hacienda en el espectáculo taurino durante el siglo XIX, del capítulo III de esta tesis.

   Atenco y sus anexas estuvo arrendada hasta principios del siglo XIX de manera total o parcial, sobre todo los pastizales para dar servicio a ganados. Más tarde se manejó en sociedad[1] o mediería[2] con diversas personas. Económicamente no era positivo porque había pérdidas debido a la no explotación adecuada de sus instalaciones, cosa que sí pudo darse en 1874, al morir José Juan Cervantes, aunque les era más conveniente a los hacendados preferir el sistema mixto, administrando la zona central de su propiedad y restando las secciones restantes.

   Aunque no hay clara evidencia documental de este asunto en los archivos del condado, es un hecho que se tomaran en cuenta factores como calidad del suelo, existencia de agua, monte, etc.

   Entre quienes usufructuaron los pastos del cercado de Atenco en el siglo XIX, se encuentran las siguientes personas:

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Fuente: Sánchez Arreola, Ibidem., p. 147-148.[3]

   Dicho arrendamiento pudo haberse dado a partir de 1855, debido a la existencia de alguna ley sobre baldíos, misma que obligaba a ocupar y usar los terrenos, o haberse previsto alguna seguridad para las tierras, a fin de que estuvieran ocupadas por ganados aunque fueran de arrendatarios.

   Tampoco pueden ignorarse actividades de gran importancia como la de corte de “zacate” acuático o “pastura” que

marcan un excelente desarrollo ganadero. Corte de zacate y cría de ganado se integraban perfectamente, pues, insistiendo: la pastura acuática representó la base principal del desarrollo ganadero en la zona lacustre del Alto Lerma. Entre los principales forrajes se encuentran: yerbas verdes (silvestres y propiciadas), el rastrojo de la milpa (integrado por los restos secos de la planta de maíz), y por los cultivos de cebada, alfalfa y el mismo maíz en grano y la planta verde.[4]

   Por supuesto, como gran propiedad, debió gozar de una mano de obra suficiente para trabajar según apunta Mario Ramírez Rancaño, “con eficacia y generar excedentes agrícolas colocables en el mercado interno (…)”[5] tal y como operaron las grandes haciendas. Así también, es un hecho que “aquella aventura emprendida por los hacendados tendiente a reimplantar el viejo estilo de gobierno y de dominio oligárquico, terminó con la revolución de 1910.[6]

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“…que hubo en el Valle de Toluca, después de la Conquista, en tiempos de la Cristiandad, aquella famosa cerca con dos puertas y un puente, para pastar ganado, como se ve en dos mapas grandes que están en mi Archivo (dice Lorenzo Boturini), el uno en papel indiano y el otro en lienzo de algodón, donde está marcada toda la Provincia y Valle”. Este mapa quizá sea uno de los dos mencionados por el historiador y que se remonta al año 1552.

Fuente: Cortesía, Luis Barbabosa y Olascoaga.

   Es un hecho que la ganadería como concepto profesional y funcional se dispuso con ese carácter, y en España hacia fines del siglo XVIII. México lo alcanzará hasta un siglo después. Que el ganado embestía, era la reacción normal de su defensa; y obvio, entre tanta provocación existía un auténtico y furioso ataque de su parte.

   Ganado vacuno lo había en grandes cantidades. Su destino bien podía ser para el abasto que para ocuparlo en fiestas, donde solo puede imaginarse cierta bravuconería del toro que seguramente, nada debe haber tenido de hermoso, gallardo o apuesto como le conocemos en la actualidad. Quizás eran ganados con cierta presentación, eso sí, con muchos años y posiblemente exhibiendo una cornamenta extraña y espectacular.

   Entre las primeras participaciones de ganado de Atenco, destinado a fiestas durante el siglo XVII, está la de 1652, 11 de noviembre de 1675 cuando se corrieron tres toros con motivo del cumpleaños del Rey, donde además se presentó el Conde de Santiago, auxiliado de 12 lacayos. También el 11 de mayo de 1689, fiestas en el Parque del Conde, terreno aledaño a la primitiva construcción de la casa principal de los condes en la capital (cuya casa señorial es el actual Museo de la Ciudad de México, la cual fue construida bajo dimensiones señoriales hasta el siglo XVIII, al cuidado del arquitecto Francisco de Guerrero y Torres). Otras tres corridas en junio de 1690 y en el mismo escenario. El 28 de mayo de 1691 el Conde de Santiago, don Juan Velasco, actuó junto a Francisco Goñe de Peralta, quienes se lucieron en esas fiestas.

   Y dejando estas historias, llegamos a 1824, año a partir del cual la hacienda de Atenco nutrió de ganado en forma por demás importante a las plazas de toros más cercanas a la capital del país (aunque existan informes desde 1815 donde está ocurriendo dicha situación). Es desde esa fecha en la que concretaré las principales observaciones con las que este trabajo de investigación adquirirá mayor trascendencia en los capítulos posteriores.

   El peso específico de la ganadería brava en México va a darse formalmente a partir de 1887 año en que la fiesta asume principios profesionales concretos. Mientras tanto lo ocurrido en los siglos virreinales y buena parte del XIX no puede ser visto sino como la suma de esfuerzos por quienes hicieron posible la presencia siempre viva de la diversión taurina. Mientras un toro embistiera estaba garantizado el espectáculo. Quizás, el hecho de que las fiestas en el virreinato se sustentaron con 100 toros promedio jugados durante varios días, o era por el lucimiento a alcanzar o porque un toro entre muchos corridos en un día permitiera aprovechársele. Tomemos en cuenta que se alanceaban,[7] es decir su presencia en el coso era efímera. Ya en el siglo XIX la presencia de decenas de ganaderías[8] refleja el giro que fue tomando la fiesta pero ningún personaje como ganadero es mencionado como criador en lo profesional. Es de tomarse en cuenta el hecho de que sus ganados estaban expuestos a degeneración si se les descuidaba por lo que, muy probablemente impusieron algún sistema de selección que los fue conduciendo por caminos correctos hasta lograr enviar a las plazas lo más adecuado al lucimiento en el espectáculo. Los concursos de ganaderías que se dieron con cierta frecuencia al mediar el siglo XIX, son el parámetro de los alcances que se propusieron y hasta hubo toro tan bravo «¡El Rey de los toros!» de la hacienda de Sajay (Xajay) que se ganó el indulto en tres ocasiones: el 1 y 11 de enero de 1852; y luego el 25 de julio siguiente, triple acontecimiento ocurrido en la Real plaza de toros de San Pablo.[9] La bravura, lejos de ser una simple estimación de la casta que los hace embestir en natural defensa de sus vidas, fue el nuevo concepto a dominar con mayor frecuencia. En 1887 comenzó la etapa de la exportación de ganado español a México con lo que la madurez de la ganadería de bravo se consolidó en nuestro país.

CONTINUARÁ.


[1] SOCIEDAD. Fue hasta 1868 en que la hacienda de San Agustín fue explotada en sociedad con D. José María Garduño durante 7 años. Se obligó durante ese tiempo entregar a la Principal la mitad de las semillas que cosechara, así como proporcionar aperos para labranza, caballos para la trilla y pagar la cuarta parte de raya del tiempo de cosecha y la mitad de los gastos.

[2] MEDIERÍA. Un método muy parecido al de la “sociedad”, solo que el mediero tenía la obligación de entregar la mitad de las semillas cosechadas, por lo que la Principal cumplía iguales condiciones como en el término de la Sociedad.

   La hacienda Principal también arrendó el rancho de San Agustín Aramburó entre 1833 y 1834. Más tarde en 1837, siendo el responsable del alquiler el Coronel Antonio Icaza, administrador del vínculo. Pero fue hasta el tiempo en que el propietario José Juan Cervantes se encargó de la administración, el mismo se hizo responsable de mandamiento y pago de alquiler, que se pactó en 33 pesos, 2 ½ reales por mes, cubiertos por adelantado. La mencionada propiedad era del Sr. Ignacio Cervantes, hijo de José Juan.

   Otras tierras arrendadas estuvieron ubicadas en Coatepec, Edo. de México, usadas para alimentar ovejas. Tal arrendamiento tuvo que darse quizá por el agotamiento de pastos, en tanto se recuperaban los que se usaban para dicho fin.

[3] Además:

David A. Brading: Haciendas y ranchos del bajío. León 1700-1860.  México, Grijalbo, 1988. 400 p., grafs., maps (Enlace/Historia)., p. 45: Aún cuando muchas haciendas se dedicaban a la ganadería y al cultivo de otros granos para complementar su actividad principal, la fuente más evidente de ingresos eran las rentas pagadas en efectivo por los arrendatarios. Estos ingresos o, en algunos casos, los servicios laborales, eran los que mantenían a las haciendas en operación hasta que la temporada inevitable de malas cosechas traía la debida recompensa.

[4] Albores: Tules y sirenas…, op. cit., p. 141 y 150

[5] Mario Ramírez Rancaño: El sistema de haciendas en Tlaxcala. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1990. 292 p., p. 49.

[6] Op. cit., p. 57.

[7] Alancear: Suerte del toreo a caballo consistente en matar los toros con lanza. Se usó por los caballeros españoles desde la Baja Edad Media hasta los siglos XVI-XVII, en que comenzó a ser substituido por el rejoneo. Además del valor demostrado servía a los caballeros como ejercicio físico de adiestramiento para la guerra.

[8] Véanse en el capítulo tres de esta tesis del desglose documentado, los cuadros de actuaciones de Bernardo Gaviño y Rueda (1835 y 1886) y de Ponciano Díaz Salinas (1876 y 1899), relacionados con toros y ganaderías que lidiadon en México en sus respectivos periodos.

[9] Lanfranchi: La fiesta brava en…, op. cit., T. I, p. 146.

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200 AÑOS DEL NACIMIENTO DE LUIS G. INCLÁN.

EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS.

LUIS G. INCLÁN, CRONISTA EN VERSO DE UNA CORRIDA DE TOROS EN 1863. EN DICHO FESTEJO, PARTICIPAN PABLO MENDOZA, LA INTELIGENCIA, Y SUS PICADORES, SUS BANDERILLEROS, Y HASTA LOS LOCOS Y LOS CAPOTEROS…

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

    Luis G. Inclán vino al mundo el 21 de junio de 1816, con lo que ayer martes se celebró el bicentenario de su nacimiento. Fue un hombre emprendedor, amante del quehacer campirano. Administró haciendas tales como Narvarte, La Teja, Santa María, Chapingo y Tepentongo poniendo en práctica conocimientos de la agricultura que le permitieron ser llamado en varias ocasiones a medir tierras, pero sobre todo, a administrar la plaza de toros de esta capital y en Puebla, cuando Bernardo Gaviño coqueteaba con la fama. Esto debe haber ocurrido entre la quinta y sexta décadas del siglo XIX.

   Este escritor, impresor, periodista y charro a la vez, tuvo el privilegio de publicarse asimismo “todos los recuerdos de cuanto había integrado su felicidad campirana”.

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Uno de los pocos retratos que se conocen de nuestro autor, mismo que está fechado el 16 de junio de 1871.

Hugo Aranda Pamplona: Luis Inclán El Desconocido. 2ª ed. Gobierno del Estado de México, 1973. 274 pp. Ils., retrs., fots., facs.

   Su quehacer literario incluye una excelente novela de costumbre: ASTUCIA. EL JEFE DE LOS HERMANOS DE LA HOJA O LOS CHARROS CONTRABANDISTA DE LA RAMA.

   Tal novela, conjunto de estampas mexicanas de mediados del siglo XIX, cuya carga de valores son los de la injusticia social, es descubierta por Inclán en la persona de “Lencho” quien constantemente sentencia: “Con astucia y reflexión, se aprovecha la razón”.

   En esta ocasión, entenderemos uno de sus quehaceres vinculados con festejos taurinos ocurridos en 1863.

   En medio de una oscuridad que de pronto suele ser generosa para brindarnos luces sobre el pasado taurino mexicano, van apareciendo algunos datos aislados sobre lo que fueron y significaron algunos personajes con quienes todavía tenemos una deuda. Dicha deuda debe quedar saldada en el momento de realizar algo más que una ficha biográfica, puesto que a partir de diversos documentos como carteles, se puede reconstruir el paso que trazaron diestros como Pablo Mendoza, quien surge en el panorama a partir del arranque de la segunda mitad del siglo XIX y todavía le vemos participando algunas tardes, casi 30 años después, estimulando a su hijo Benito, misma acción que en su momento realizó Ignacio Gadea, acompañando a su hijo José, demostrando que su longevidad taurina no era impedimento para seguirse ganando las palmas de los aficionados.

   Regresando a la identificación de Pablo Mendoza, nada mejor que incluir una crónica en verso, escrita por Luis G. Inclán, el famoso autor de la novela de costumbres “Astucia”, asiduo asistente y participante también en diversas corridas de toros, efectuadas en la plaza de toros del Paseo Nuevo, en los años previos al segundo imperio. Veamos lo que se fascinó don Luis con la corrida del 30 de agosto de 1863.

LA JARANA. PERIÓDICO DISTINTO DE TODOS LOS PERIÓDICOS. T. I., septiembre 4 de 1863, Nº 10. Toros.-Cuestión del día.-El Señor D. Luis G. Inclán, íntimo amigo nuestro, se ha servido obsequiarnos con la siguiente:

-¿Fuiste, Juan a la corrida

este domingo pasado?

-Si Miguel, quedé prendado,

Estuvo muy concurrida

Y magnífico el ganado.

Toros de hermoso trapío,

Limpios, francos y bollantes,

Revoltosos, arrogantes,

Valientes, de mucho brío,

Muy celosos y constantes.

En continuo movimiento

Estuvo la concurrencia

Celebrando a competencia

Con gran placer y contento,

De Pablo la inteligencia.

Lucieron los picadores,

Los diestros banderilleros,

Los locos, los capoteros,

También los estoqueadores,

Figuras y muleros…

De los fuegos, ¿qué diré?

Bien combinados, lucidos,

Generalmente aplaudidos;

Muy complacido quedé

De mis paisanos queridos.

-Con eso querrás decirme

que aún irás a otra función?

-Con todo mi corazón,

si me gusta divertirme

y no he de perder función.

-Pues eso está reprobado

por gente más ilustrada.

-Yo no les pido la entrada,

mi dinero me ha costado,

mi voluntad es sagrada.

Que ellos la pasen leyendo,

Papando moscas, rezando

Yo ya solito me mando,

Y no me ando entrometiendo

Ni costumbres criticando.

-Al querer la abolición,

(Deja la barbaridad,)

Solo es por humanidad…

-Dime, Miguel, sin pasión

¿Es envidia o caridad?

Yo estoy por toros y toros

Aunque empeñe mi chaqueta,

Con placer doy mi peseta,

Mientras otros al as de oros

Pierden hasta la chaveta.

   Plaza “muy concurrida”, toros bravos, “limpios, francos y boyantes”. ¿Habría alguna competencia entre dos ganaderías, como se estilaba entonces? Atenco y el Cazadero proporcionaban ganado constantemente para dichas contiendas siempre en busca de un triunfador. Y Pablo Mendoza, junto con toda su cuadrilla, incluso los locos, a los ojos de Luis G. Inclán, de lo mejor. Bueno, hasta los fuegos fueron sensacionales. Aprovecha también la forma de hacer una crítica velada a las clases ilustradas que reprochan y critican esta costumbre, pero “…no me ando entrometiendo”, en momentos en que algunas voces pugnan por que se prohíban las corridas, arguyendo el incremento que debía aplicarse a las rentas municipales.

   Su afición que es explícita no puede ser más evidente en los versos con que cierra su impresión sobre la corrida más reciente, versos que van así:

 Yo estoy por toros y toros

Aunque empeñe mi chaqueta,

Con placer doy mi peseta,

Mientras otros al as de oros

Pierden hasta la chaveta.

GRABADO DE LUIS G. INCLÁN

Grabado de Luis G. Inclán.

¡¡¡Felicidades, don Luis G. Inclán por sus doscientos años de nacimiento!!!

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BREVES APUNTES SOBRE CRONISTAS TAURINOS MEXICANOS. JULIO BONILLA.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

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Caricatura del periodista taurino don Julio Bonilla, hecha en España y publicada en el periódico madrileño “El Toreo Cómico”, dirigido por don Ángel Caamaño “El Barquero”. Por medio de esta caricatura fue presentado Bonilla a los aficionados españoles, preparándose así su estancia en la Madre Patria cuando fue a la Península, acompañando, con el carácter de apoderado, al espada Ponciano Díaz.

La Lidia. Revista gráfica taurina. México, D.F., 19 de febrero de 1943, Año I., Nº 13.

   Conviene recordar en estos tiempos, que hubo, como origen de todas las cosas, una serie de personajes quienes se encargaron de encauzar por el sendero más apropiado, la que con el tiempo fue labor del cronista taurino, tarea nada fácil, si para ello se requiere de un cultivo permanente, entre otros muchos aspectos, de la técnica, la estética, o la historia. Del mismo modo, cada personaje fue forjando un estilo que dejaba notar fundamentalmente ese definido perfil, garantía esencial en su impronta.

   Y esa vertiente del periodismo taurino en México surge en forma tardía con respecto a la que ya era toda una realidad en España, misma que al paso de todo el siglo XIX se consolida en expresiones tan acabadas como La Lidia, por ejemplo. Sucede que en nuestro país no se cultivó ese quehacer, sobre todo a partir de los grandes contrastes derivados de la independencia, pues no hayamos plumas que apostaran por tales quehaceres, salvo aquellos autores que, en oposición al espectáculo, encontraron condiciones para diseminar sus ideas y reflexiones. La que podría considerarse primera referencia en términos de crónica taurina, fue escrita en 1850 por un español. Me refiero a Joaquín Jiménez y que firmaba sus escritos como El Tío Nonilla. Dos años después, se publica en El Orden otra crónica, tan completa como aquella, aunque con una mayor cantidad de elementos que permiten entender la urgencia por darle a esta labor un sustento teórico rebasado en buena medida por aquellas puestas en escena que demandaban plumas que lo retrataran, que lo explicaran todo.

   Así pasaron los años, hasta que llegado el de 1884, se puso en marcha un proyecto denominado El Arte de la Lidia, cuyo primer número salió a la luz el 9 de noviembre, siendo su primer “Redactor” Catarino Chávez. Su nombre no nos dice gran cosa, pero el empeño que construía a partir de ese momento iba a ser determinante en la orientación de al menos dos generaciones de aficionados.

   Apuntaba “El Redactor en Jefe”:

Venimos a llenar un vacío en el periodismo nacional. La gente se divierte, y a todas partes a donde ella vaya, irá el cronista, el amigo, el fiel narrador con su contingente de laboriosidad, a darle cuenta de los espectáculos en donde se reúne lo más granado de nuestra sociedad, donde haciendo a un lado los pesares y contratiempos de la vida, se entrega el mortal a la alegría, a la expansión y al placer, encerrado en los límites de la decencia y de la moral.

   Nuestro programa no puede ser más claro: “Vamos a los toros, vamos al teatro, al circo, a las excursiones de recreo, al baile, en suma, a donde se goza”.

   Allí estará vuestro cronista que respetuosamente os saluda.

   Hermosa y evocadora “declaración de principios” la que se propuso quien luego firmaba esas crónicas como “Plutón”. No pasó mucho tiempo para que la estafeta quedara bajo el control de Julio Bonilla Rivera, esto a partir del 12 de abril de 1885. El papel de Bonilla fue contundente, pues además de dar continuidad a un espacio en el que por fin se dejan escuchar las voces del conocimiento taurino, logró mantener casi en forma permanente la presencia de aquel semanario. Lo interesante en la labor de quien firmaba sus apuntes como “Recortes” es que creó, alrededor de todo este medio periodístico, una “Agencia Taurina”, la primera que funcionó con ese objetivo en la ciudad de México. En efecto El Arte de la Lidia. Revista taurina y de espectáculos, también dedicaba su atención al teatro, al circo, las carreras de caballos, etc. De ahí que fue importante establecer un medio apropiado para administrar noticias (e intereses) surgidas a partir de estos entretenimientos.

   Así que Julio Bonilla y su “Agencia” transitaron desde 1885 y hasta comienzos de 1909, cuando nuestro personaje muere varios días después, luego de ser atropellado por un tranvía, en vano intento, pues ese mismo transporte lo conduciría a la plaza de toros.

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   Aquel recorrido enfrentó una serie de inconvenientes, como algunas prohibiciones a las corridas de toros en la última década del siglo XIX. Esto trajo consigo la necesidad de que el propio “Recortes” encontrara otros espacios, ya que dejaba de circular el semanario, hasta el punto de que los consiguió. En ese sentido, se pueden encontrar infinidad de columnas con la rúbrica de “Agencia Taurina” en El Chisme, El Correo Español, El Demócrata, El Diario del Hogar, El Imparcial, El Jueves y hasta en publicaciones españolas como El Enano, La Lidia… Dicha cobertura permitió que subsistiera aquel ejercicio periodístico, fundado en la columna fundamental de su propia “Agencia”, la cual y no podía ser la excepción, comenzó a tener copias, con el mismo sistema de funcionamiento, que pretendieron desplazarlo. Pero aquellos que procuraron el intento, se dieron cuenta que era en vano pues la labor de quien viera la luz en Jalapa, Veracruz, fue consistente, férrea hasta el punto de dejar un legado que fue articular a una prensa que se afirmaba como la parte responsable de la proyección de cultura taurina hacia diversos sectores de aficionados que entendieron la importancia de la tauromaquia. Para ello fue necesario que sucediera la reanudación de las corridas de toros en la ciudad de México. Fue necesario que arribaran a este país en forma masiva un conjunto importante de toreros hispanos que impusieron el toreo de a pie, a la usanza española y en versión moderna. Por eso, se impusieron.

   También quedó atrás una serie de representaciones del toreo híbrido –lo mismo a pie que a caballo-, detentadas en lo fundamental por Ponciano Díaz y sus huestes, quienes al tener en frente semejante “reconquista vestida de luces” reconocieron que era necesario abandonar ese toreo aborigen, nacionalista y legitimar así aquella nueva etapa que comprendió el apoyo de una difusión que sólo pudieron lograr otros tantos periódicos, además de El Arte de la Lidia.

   Y precisamente cuando por las circunstancias ya conocidas tuvo que desaparecer dicha publicación, es porque los aficionados de hace poco más de un siglo, ya tenían perfectamente asimilado el toreo en su condición más avanzada, interpretado entre otros toreros por Rodolfo Gaona, parteaguas de dos épocas, donde por un lado recibe la enseñanza del clasicismo en potencia, con “Lagartijo” y “Frascuelo” a la cabeza, gracias a Saturnino Frutos “Ojitos”, su maestro. Y por otro, con un “Indio Grande” listo ya para encabezar esa modernidad taurómaca que terminaría por remontarlo a sitio de privilegio.

   Por todas estas razones es que Julio Bonilla y El Arte de la Lidia deben ser vistos como puntales de una nueva época, misma que hoy vivimos en su condición más evolucionada.

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VALENTÍN ZAVALA, EN GRABADO y FOTOGRAFÍA.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

Valentín Zavala nació en Texcoco, quizá después de la segunda mitad del siglo XIX. Comenzó a hacerse famoso en las lides taurómacas al convertirse en lugarteniente de Ponciano Díaz, y luego, ya encabezando su propia “Cuadrilla de Gladiadores”, se dedicó a recorrer varios rumbos del país. Fundamentalmente en Morelia e Hidalgo, donde se asentó aquella troupe de diestros aborígenes, tal cual llegó a calificar en los mismos términos nuestro ya conocido Dr. Carlos Cuesta Baquero a aquellas representaciones decimonónicas del toreo mexicano, con lo que no habría, ni por casualidad un propósito peyorativo.

VALENTÍN ZAVALA EN FOTO Y GRABADO

La imagen de la izquierda, procede de la publicación Toros y Toreros. La celebración de la fiesta brava en Morelia a través del tiempo, de Victoria Eugenia Pérez Tajonar, en tanto que la de la derecha, proviene de Revista de Revistas. El semanario nacional. Año XXVII, Núm. 1439 del 19 de diciembre de 1937. Número monográfico dedicado al tema taurino.

   Pues bien, la tarde del domingo 10 de diciembre de 1893, Zavala se encontraba en Morelia, contratado para torear cuatro toros de la entonces reconocida Hacienda de Comalco. Su cuadrilla la integraron: Carlos García “Catufe”, Vicente Figueroa, Jesús Mercado, Darío Sosa y Carlos Zamora, como banderilleros. Entre los picadores iban Gonzalo Acevedo “El Remolón” así como Jesús Carmona. La reproducción del cartel fue una interesante propuesta que reúne en casi la mitad de su contenido una ilustración en la que aparece el texcocano en actitud de citar al natural a un toro que embiste, mientras el diestro lo único que podría haber resuelto en dicha postura es la ejecución de un pase con la muleta plegada, tal cual la lleva en la siniestra mano.

   Con la natural desproporción de las figuras, sin idea clara de la profundidad, pero con muy buen empeño por parte del grabador, este siguió un modelo a partir de la tarjeta de visita donde un Valentín Zavala bastante relajado se deja hacer esa imagen, luciendo con donaire un traje de luces que no oculta el hecho de que era de confección nacional. Varios de los elementos del mismo proyectan desproporción, como los “machos”, las hombreras, la faja y ciertos detalles en los bordados. Pero Zavala, que se sabía fotografíado, terminó por lucir de esa manera, misma actitud que el “artista” del grabado en Morelia decidió trabajar para tener listo el cartel lo más rápido que fuese posible.

   Entre uno y otro rostro se observan algunas diferencias, ya sea porque los caireles del cabello van para un lado o para otro. Incluso el rostro es más firme en el grabado, y dejaría adivinar a un Valentín Zavala tal cual lo “retrató” el grabador, es decir con algunos pequeños años de diferencia con respecto a la “tarjeta de visita”. El bigote es más abundante en el dibujo que en la imagen, y desde luego aunque conserva algunos detalles en la colocación, el hecho es que el anónimo artista del taller de grabado, decidió poner en actitud de citar al mismísimo Zavala que, por lo visto triunfó aquella tarde pues se le volvió a contratar para torear de nuevo el día 17 de diciembre siguiente.

   Cosas veredes…

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500 AÑOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO. (XXI). PASEO DEL PENDÓN.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Ganada que fue la ciudad de México por los españoles ese día 13 de agosto de 1521, celebración de San Hipólito, sirvió para conmemorarla durante muchos años más, desde 1528 y hasta 1812 en que fue abolida. En dicha fiesta eran incluidos fastos insustituibles como las corridas de toros, espectáculo arraigado ya a la de aquella idiosincrasia.

   De las octavas del presbítero Arias de Villalobos, encontramos posibles reminiscencias como de espuma argenta o (aunque pudiera venir de Quevedo), el Toro de Europa, estrellas escarbando en vez de barro. Y luego: Poetas, latinos y vulgares, eminentes (y callan cuando escuchan sus cantares –musas del Tormes, músicos de Henares-); sus damas con sus galas y gracias de tañer y cantar, venciendo la beldad y gentileza de Isolda (Baje cabeza aquí la reina Iseo) y sus mozos gallardos en ejercicios de armas y de amores, y tan jinetes que ellos nacer parecen en la silla y el placiente vagar de los que comen, juegan, visten y damean.[1]

   Ante la magnitud de aquellas célebres fiestas –las de San Hipólito-, vale la pena detenernos un poco para entender cual fue su significado y su resonancia.

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 FUNCIONES DEL PENDÓN O MEMORIA DE LA CONQUISTA. CELEBRACIÓN EN LA NUEVA ESPAÑA DEL DÍA DE SAN HIPÓLITO.

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El paseo del Pendón, obra y recreación de Antonio Navarrete.

Antonio y Manuel Navarrete: TAUROMAQUIA MEXICANA. México, Edit. Pulsar, 1996. Ils.

   La fiesta de San Hipólito (13 de agosto) se convierte en uno de los hitos virreinales de gran trascendencia cívica y política, junto a la gran celebración del día de la virgen de Guadalupe (12 de diciembre), la de Nuestra Señora de los Remedios (1º de septiembre), o el de la fiesta que celebra la beatificación de San Felipe de Jesús (5 de febrero).

   Tal conmemoración fue instaurada desde temprana edad –como veremos más adelante-, incluso antes del virreinato mismo, como una forma de rememorar la capitulación del último reducto indígena que combatió valiente y férreamente, durante la guerra sostenida entre soldados españoles respaldados por aquellos pueblos cempoaltecas, chalcas, totonacas y tlaxcaltecas, entre otros, que hicieron alianza con los hispanos. A partir de esos momentos comenzó el periodo colonial que abarcaría tres siglos de esplendor.

   Desde 1528 y hasta 1812 en que fue abolida, año con año la fiesta del santo patrono de la ciudad, misma que bajo la organización correspondiente de parte de los diputados de fiestas, y con la colaboración de la iglesia, los diferentes gremios, a saber: Arquitectos, Escueleros, cereros y confiteros, curtidores, tiradores de oro y plata, cobreros, tosineros, coleteros, gamuseros, loseros, entalladores, pasteleros, cerrajeros, sastres, toneleros, herreros, sombrereros, armeros, sayaleros, zapateros, pasamaneros, bordadores, sederos y gorreros; silleros, tenderos de pulpa, carpinteros, organistas, beleros, guanteros, algodoneros, figoneros, carroceros, herradores, tintoreros, fundidores, obrajeros, mesilleros, cajoncillos, surradores y un largo etcétera más, así como por el pueblo; al sumarse todos la convirtieron en una de las fiestas de mayor ámpula durante aquel período de tiempo.

   En un documento localizado en el Archivo Histórico del Distrito Federal,[2] se relacionan diversas razones que dan peso a este argumento, por lo que me parece importante citar ahora las notas que preparó Joaquín García Icazbalceta, planteándonos un interesante panorama sobre “El paseo del Pendón”, en el cual nos dice lo siguiente:

 EL PASEO DEL PENDÓN

   La primera disposición para solemnizar la fiesta data del 31 de julio de 1528. En cabildo de ese día se acordó “que en las fiestas de S. Juan e Santiago e Santo Hipólito, e Ntra. Sra. De Agosto se solemnice mucho, e que corra toros, e que jueguen cañas, e que todos cabalguen, los que tovieren bestias, so pena de diez pesos de oro”. A 14 de agosto del mismo año se mandaron librar y pagar cuarenta pesos y cinco tomines de oro, que se gastaron en el pendón y en la colocación del día de San Hipólito en esta manera: “cinco pesos y cuatro tomines a Juan Franco de cierto tafetán blanco: a Pedro Jiménez, de la hechura del pendón y franjas, y hechura, y cordones y sirgo (seda), siete pesos y cinco tomines: de dos arrobas de vino a Diego de Aguilar, seis pesos: a Alonso Sánchez de una arroba de confites, doce pesos y medio: a Martínez Sánchez, tres pesos de melones”. Por este acuerdo se viene en conocimiento de que el Pendón que se sacaba en el paseo, no era el que había traído Cortés, como generalmente se cree, sino otro nuevamente hecho, cuyos colores eran rojo y blanco. Aquí no se habla todavía del paseo, aunque es de suponerse que para él se hizo el Pendón; pero el año siguiente de 1629 se fijó ya el orden que con corta diferencia se siguió observando en lo sucesivo. He aquí lo que se dispuso en el cabildo de 11 de agosto: “Los dichos señores ordenaron y mandaron que de aquí adelante todos los años, por honra de la fiesta del señor Santo Hipólito, en cuyo día se ganó esta ciudad, se corran siete toros, e que dellos se maten dos, y se den por amor de Dios a los monasterios e hospitales, y que la víspera de la dicha fiesta se saque el Pendón de esta ciudad de la Casa del Cabildo, y que se lleve con toda la gente que pudiere ir a caballo acompañándole hasta la iglesia de San Hipólito, y allí se digan sus vísperas solemnes, y se torne a traer dicho Pendón a la dicha Casa del Cabildo, e otro día se torne a llevar el dicho Pendón en procesión a pie hasta la dicha Iglesia de San Hipólito, e llegada allí toda la gente y dicha su misa mayor, se torne a traer el dicho Pendón a la Casa del Cabildo, a caballo, en la cual dicha Casa del Cabildo, esté guardado el dicho Pendón, e no salga de él; e en cada un año elija e nombre de dicho cabildo una persona, cual le pareciere, para que saque el dicho Pendón, así para el dicho día de San Hipólito, como para otra cosa que se ofreciere”.

   Y el día 27 del mismo mes se mandaron “librar e pagar a los trompetas doce pesos de oro, por lo que tañeron e trabajaron el día de Santo Hipólito”.

EL PENDÓN...

El pendón que se utilizó durante muchos años durante el virreinato, para consumar el Paseo del Pendón, marcada celebración cada 13 de agosto.

   Este año, tal vez por estreno, fueron largamente recompensados los trompetas; pero lo desquitaron al siguiente, porque en cabildo de 28 de agosto de 1530 se acordó “que no se les diese cosa ninguna”

   Esta ceremonia del Paseo del Pendón se verificaba también en otras ciudades de las Indias, y señaladamente en Lima el día de la Epifanía. El orden que debía guardarse en el paseo fue materia de varias disposiciones de la corte, con las cuales se formó una de las leyes de Indias. Veamos cómo se practicaba en México, según refiere un antiguo libro: “Tiene ya esta fiesta tan gran descaecimiento (1651) como otras muchas cosas insignes que había en México, y aunque uno u otro daño, por la diligencia e industria del regidor que saca el estandarte real, se adelante mucho, en ninguna manera puede llegar a lo que fue antiguamente, aunque se pudieran nombrar algunos regidores que en esta era han gastado más de veintidós mil pesos en adelantar y celebrar por su parte esta festividad”. Mas para que se crea lo que fue cuando se vea lo que es al presente, será bien traer a la memoria algo de la descripción que a lo retórico hizo el padre fray Diego de Valadés en la parte IV, capítulo 23, de su Retórica Cristiana, que vio en México lo que algunos años después escribió en Roma, en latín, año de 1578. Dice lo siguiente: “En el año de nuestra Redención humana de 1521, el mismo día de San Hipólito, 13 de agosto, fue rendida la ciudad de México, y en memoria de esta hazaña feliz y grande victoria, los ciudadanos celebran fiesta y rogativa aniversaria en la cual llevan el pendón con que se ganó la ciudad. Sale esta procesión de la Casa del Cabildo hasta un lucido templo que está fuera de los muros de la ciudad de México, cerca de las huertas, edificado en honra del dicho santo, adonde se está agora edificando un hospital. En aquel día son tantos los espectáculos festivos y los juegos que no hay cosa que allí llegue (ut nihil supra): juéganse toros, cañas, alcancías, en que hacen entradas y escaramuzas todos los nobles mexicanos: sacan sus libreas y vestidos, que en riqueza y gala son de todo el mundo preciosísimos, así en cuanto son adornos de hombre y mujeres, como en cuanto doseles y toda diferencia de colgaduras y alfombras con que se adornan las casas y calles. Cuanto a lo primero, le cabe a uno de los regidores cada año sacar el pendón en nombre del regimiento y ciudad, a cuyo cargo está el disponer las cosas. Este alférez real va en medio del virrey, que lleva la diestra, y del presidente, que va a la mano siniestra. Van por su orden los oidores, regidores y alguaciles, y de punta en blanco, y su caballo a guisa de guerra, con armas resplandecientes. Todo este acompañamiento de caballería, ostentando lo primoroso de sus riquezas y galas costosísimas, llega a San Hipólito, donde el arzobispo y su cabildo con preciosos ornamentos empiezan las vísperas y las prosiguen los cantores en canto de órgano, con trompetas, chirimías, sacabuches y todo género de instrumentos de música. Acabadas, se vuelve, en la forma que vino, el acompañamiento a la ciudad, y dejado el virrey en su palacio, se deja el Pendón en la Casa de Cabildo. Van a dejar el alférez a su casa, en la cual los del acompañamiento son abundante y exquisitamente servidos en conservas, colaciones, y de los exquisitos regalos de la tierra, abundantísima de comidas y bebidas, cada uno a su voluntad. El día siguiente, con el orden de la víspera, vuelve el acompañamiento y caballería a la dicha iglesia, donde el arzobispo mexicano celebra de pontifical la misa. Allí se predica el sermón y oración laudatoria con que se exhorta al pueblo cristiano a dar gracias a Dios, pues en aquel lugar donde murieron mil españoles, ubi mil ia virorum desubuere, donde fue tanta sangre derramada, allí quiso dar la victoria. Vuelve el Pendón y caballería, como la víspera antecedente. Y en casa del alférez se quedan a comer los caballeros que quieren, y todo el día se festeja con banquetes, toros y otros entretenimientos”. Hasta aquí Valadés.

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Había que estar muy cerca, incluso desde los balcones, para apreciar los festejos…

Casa con telas colgadas, detalle del cuadro Traslado de las monjas de Valladolid, 1738.

Fuente: Historia de la vida cotidiana en México. T. II. La ciudad barroca, lám. 16

   “En la víspera y día de San Hipólito se adornaban las plazas y calles desde el palacio hasta San Hipólito, por la calle de Tacuba por la ida, y por las calles de San Francisco para la vuelta, de arcos triunfales de ramos y flores, muchos sencillos y muchos con tablados y capiteles con altares e imágenes, capillas de cantores y ministriles. Sacábanse a las ventanas las más vistosas, ricas y majestuosas colgaduras asomándose a ellas las nobles matronas, rica y exquisitamente aderezadas. Para el paseo, la nobleza y caballería sacaba hermosísimos caballos, bien impuestos y costosísimamente enjaezados; entre los más lozanos (que entonces no por centenares, si por millares de pesos se apreciaban) salían otros no menos vistos, aunque por lo acecinado pudieran ser osamenta y desecho de las aves, aunque se sustentaban a fuerza de industria contra la naturaleza, que comían de la real caja sueldos reales por conquistadores, cuyos dueños, por salir aquel día aventajados (por retener el uso del Pendón antiguo), sacaban también sus armas, tanto más reverendas por viejas y abolladas, que pudieran ser por nuevas, bien forjadas y resplandecientes. Ostentaban multitud de lacayos, galas y libreas. Clarines, chirimías y trompetas endulzaban el aire. El repique de todas las campanas de las iglesias, que seguían las de la Catedral, hacían regocijo y concertada armonía”.

   Como esa solemnidad se verificaba en lo más fuerte de la estación de las lluvias, sucedía a veces que la comitiva, sorprendida por el agua, se refugiaba en los primeros zaguanes que encontraba abiertos, hasta que pasada la tormenta, continuaba su camino. Sabido por el rey, despachó una cédula en términos muy apremiantes, prohibiendo que tal cosa se hiciera, sino que a pesar de la lluvia continuase adelante la procesión, y así se cumplió.

   Por ser muy grandes los gastos que la fiesta ocasionaba al regimiento encargado de llevar el pendón, la ciudad le ayudaba con tres mil pesos de sus propios. Andando el tiempo decayó tanto el brillo de esa conmemoración anual de la conquista, que en 1745 el virrey, por orden de la corte, hubo de imponer una multa de quinientos pesos a todo caballero que siendo convidado dejase de concurrir sin causa justa. La ceremonia, que en sus principios fue muy lucida, vino después a ser ridícula, cuando el paseo se hacía ya en coches, y no a caballo, y el pendón iba asomado por una de las portezuelas del coche del virrey. Las cortes de España la abolieron por decreto de 7 de enero de 1812, y la fiesta de San Hipólito se redujo a que el virrey, audiencia y autoridades asistieran a la iglesia, como en cualquiera otra función ordinaria. Inútil es decir que hasta esto cesó con la Independencia.

JOAQUÍN GARCÍA ICAZBALCETA.[3]

   Este es pues, lo que se puede anotar y recoger sobre un majestuoso acontecimiento representado en la significativa fiesta del “paseo del Pendón” o “memoria de la conquista”.

CONTINUARÁ.


[1] Ibidem., p. 14-17.

[2] José Francisco Coello Ugalde: Aportaciones Histórico-Taurinas Nº 75: Guía y registro documental del Archivo Histórico del Distrito Federal.

Archivo Histórico del Distrito Federal (en adelante: A.H.D.F.): (Documentos históricos sobre fiestas y corridas de toros en la ciudad de México, siglos XVI-XX). Revisión, catalogación, interpretación y reproducción.

16.-Acervo: Inventario general de los libros, autos y papeles de cabildo de esta N. C. de México, su mesa de propios, junta de pósito, cofradía de N. S. de los remedios, existentes en el archivo y escribanía mayor. ejecutado y extendido por el Lic. Dn. Juan del Barrio Lorenzot, abogado de la Real Sudiencia del ilustre real Colegio contador substituto de propios, quien lo ofrece a la misma N. C. Período: 1798. Volumen: 1 vol: 430ª. 11 p. f. 16: Cédula para que se observe la costumbre en la Fiesta de N. S. San Hipólito, su fecha 8 de agosto de 1703, en 1 f.

[3] Francisco Cervantes de Salazar: México en 1554. Tres diálogos latinos traducidos: (Joaquín García Icazbalceta). Notas preliminares: Julio Jiménez Rueda. México, 3ª edición, Universidad Nacional Autónoma de México, Coordinación de Humanidades, 1964. VIII-130 p. (Biblioteca del estudiante universitario, 3)., p. 124-129.

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