Archivo mensual: marzo 2017

OPINIÓN SOBRE EL TORO DE LIDIA EN 1888.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

 

Representación de un toro de Guanamé en 1888. Cromolitografía publicada en La Muleta, en 1888. Col. Julio Téllez.

    En 1887, hace 130 años cabales, fueron reanudadas las corridas de toros en el entonces Distrito Federal. 19 años y unos cuantos meses habían pasado desde que en 1867, un decreto firmado por los licenciados Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada un decreto que imponía la suspensión de los espectáculos taurinos en la capital del país. La causa, según conclusiones, a las que llego en mi tesis de maestría: “Cuando el curso de la fiesta de toros en México, fue alterado en 1867 por una prohibición. Sentido del espectáculo entre lo histórico, estético y social durante el siglo XIX”. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, División de Estudios de Posgrado, 1996. 228 p. Ils., retrs., facs, se debe al hecho de que la empresa de la plaza de toros del Paseo Nuevo, regenteada por el Sr. Jorge Arellano Arellano no estaba cumpliendo el pago de impuestos o gabelas, razón que demandaba la “Ley de dotación de fondos municipales”, misma que aludía al derecho que tenían los ayuntamientos para imponer contribuciones a los giros de pulques y carnes, para cobrar piso a los coches de los particulares y a los públicos para cobrar por dar permiso para que hagan diversiones públicas (de las cuales, la de toros resultó ser la más afectada).

Pues bien, y de nuevo con el curso de los acontecimientos en 1887, debo mencionar que entre otras cosas, comenzaron a circular diversas publicaciones periódicas más o menos estables, y con propósitos firmes con objeto de diseminar la cultura taurina que para entonces era escasa y se confundía con muchos aspectos que aún predominaban en el medio, debido a la enorme influencia que ejercieron dos personajes fundamentales: Bernardo Gaviño y Ponciano Díaz. Ambos, impulsaron un toreo mestizo e híbrido a la vez (a pie y a caballo), mezclado con extravagancias como las mojigangas, coleaderos, jineteo, e incluso hasta representaciones de fuegos de artificio, como final de cada espectáculo, lo cual debe haber sido una puesta en escena fascinante.

Entre aquel conjunto de impresos se encontraba La Muleta. Revista de Toros, cuyo responsable fue el entonces ingeniero Eduardo Noriega, mejor conocido en el medio como Trespicos. Justo en la edición del 19 de febrero de 1888, y en su número 25, el propio Noriega redactó unas notas a las cuales dio el título de “Los toros de lidia”.

Considerando sobre los últimos acontecimientos –en este 2017-, cuando se han presentado en la plaza de toros “México” los últimos cuatro encierros, en los que por sus características particulares destacó el de Piedras Negras, conviene volver la vista atrás para entender en qué medida el papel de los hacendados de aquellas épocas que hoy nos ocupan, sirvió para configurar o no el destino de la ganadería de bravo en nuestra república. Labor nada fácil, aunque en aquella época y bajo condiciones absolutamente distintas a las que privan en nuestros días, esos “hacendados que se hicieron ganaderos” se fueron acoplando al nuevo estado de cosas para definir aspectos que ya iban en consonancia con el propósito de conseguir un toro de lidia acorde a la tauromaquia que también estaba sentando sus reales por aquellos días.

Veamos la opinión de Noriega con objeto de interiorizarnos en el común denominador de los acontecimientos hace la friolera de 13 décadas.

LOS TOROS DE LIDIA.

“Después de mucho luchar, de sufrir los ataques continuados de una turba de aficionados de pega que precisamente por no saber lo que dicen es por lo que creen que tienen razón, vamos a demostrar, conforme a nuestras escasas facultades este principio:

“Siempre que en México no se despierte en los ganaderos la afición, las corridas de toros serán perfectamente deslucidas.

“En efecto el primer elemento para que una corrida de toros tenga todo el lucimiento de que es susceptible, se necesita que los toros que se lidien sean bravos y de poder.

“La bravura es el factor principal, sin ella no hay ni puede haber diversión posible.

“Este es un principio que no admite discusión, veamos ahora si en México se tienen los elementos necesarios para proveer de toros a las plazas.

“En la temporada que termina hoy se han lidiado toros de las ganaderías siguientes. Atenco, S. Diego, Santín, Cieneguilla y Guanamé.

“De estas ganaderías la mayor parte de los toros, han sido medianos; pero algunos han sido superiores. Estos muy castigados, no han vuelto la cara ni un momento y han llegado a la muerte con facultades, aquellos han sido el padrón de ignominia para el ganadero que ofrece bueyes en vez de toros de lidia.

“¿De lo expuesto puede deducirse aunque no hay toros de sangre? Creemos que no, y sí, que la poca afición y cuidado de los ganaderos los obliga a creer que cuantos toros hay en sus Haciendas son propios para la lidia.

“Si se escogieran con gran cuidado y afición, si viniera el descrédito sobre el ganadero que diera más ganado, si la autoridad obligara a los mismos ganaderos a que dieran toros y no bueyes, entonces, es verdad que no habría muchos toros; pero también no es que los pocos que hubiera serían de otra clase que los que hoy se lidian.

“Hemos querido que el público, es decir los buenos aficionados se persuadan de lo que hoy decimos con todas sus letras y antes lo hemos indicado en nuestras revistas, convencidos de que este y no otro es el remedio único para que pisen la arena de nuestros redondeles toros de lidia y no bueyes de carreta”.

Hasta aquí Eduardo Noriega.

Lo que debe agregarse es que por aquellos días habría de comenzar un proceso en el que contribuyó el contingente de toreros españoles que estuvo desde 1887 en adelante, entre cuyos integrantes hubo varios diestros que fueron intermediarios para la venta de algunos toros más que trajeron desde la península ibérica; con vistas a que sirviesen como pie de simiente entre las diversas haciendas mexicanas; y con ello encontrar, al paso de algunos años más, los resultados que eran de esperarse. Sin embargo, los cálculos fallaron. Las cruzas también, y no se definieron con claridad.

Por ejemplo, y esto sólo como un antecedente ocurrido en noviembre de 1884, los espadas José María Hernández El Toluqueño y Juan Jiménez Rebujina andaban haciendo ruido por Toluca. En la reseña, el “reporter” lo hace en estos términos:

   Las reses que se lidiaron en la plaza de Toluca fueron de la acreditada hacienda de Atenco, y al mentar esta ganadería, no se puede decir nada de elogios, porque la verdad, la cosa está probada con hechos muy grandes. Son toros de origen de raza navarra, de buena ley, listos, valientes y de mucha gracia y renombre en la República (…)

   Los toros que se jugaron en esta corrida, fueron como vulgarmente se dice, de rompe y rasga, es decir, que se prestaron con brío, ligereza y empuje a todas las suertes de los diestros. (El Arte de la Lidia, año I, Nº 4, del 7 de diciembre de 1884).

Por su parte José Julio Barbabosa, anota en “Orijen (sic) de la raza brava de Santín, y algunas cosas notables q.e ocurran en ella J(…) J(…) B(…). Santín Nbre 1º/(18)86”. 178 p. Ms., p. 7:

(era la (Antigua de Atenco), mezclada con S. Diego de los padres, y Atenco con Navarro (ví jugar este toro, p.a mi cualquier cosa) con Miura, Saltillo, Benjumea, Concha y Sierra y con toro de Ybarra, (feo pero buen torito), además, las cruzas de estos toros con vacas de S. Diego, por tanto no bajan de tener 12 clases diferentes de toros en el repetido Atenco, ¿cuál de tantas razas será la buena? (incluyendo, evidentemente lo “navarro”. Notas escritas en noviembre de 1886).

   De lo anterior, conviene recordar que aquel fue un periodo de “acierto y error” que definió el curso de la ganadería mexicana, obteniendo mejores resultados casi al finalizar el siglo XIX. Al comienzo del XX, las condiciones definitivamente eran más favorables y en buena medida, es porque ya se había consolidado el factor de profesionalismo en la crianza del toro de lidia, mismo que comenzó en 1887 mismo, obligado por esa reanudación de la que ya mencionaba sus aspectos fundamentales. Pero por encima de eso, el que iba a ser el ingreso de la tauromaquia por el sendero de la modernidad, la que se desplegó desde aquellos momentos y hasta nuestros días, en que ya evolucionada, ha trascendido a otros niveles que siguen adaptándose a los tiempos que corren.

Dígalo si no esta interesante imagen, en la que es se aprecia evolución en diversos aspectos que incluyen, no podía ser la excepción los elementos estéticos. Disponible en internet marzo 27, 2017 en:

https://desolysombra.com/2015/04/24/javier-conde-de-nuevo-en-mexico/

   Complicado asunto que si no se aprecia debidamente, perdemos de él sus elementos y razones principales, con lo que esta columna pretende contribuir para su mejor entendimiento.

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TESTIMONIOS DE JESÚS MARÍA BARBABOSA, ACERCA DE SANTÍN EN 1889.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

“El Garlopo” y probablemente la cabeza disecada de “Camelio”, lidiados en forma destacada en 1880 y 1889 respectivamente. Cortesía de Salvador Barbabosa.

   En 1894, El Puntillero. Semanario de toros, teatros y variedades convocó a diversos hacendados de entonces, para que contribuyeran con sus testimonios sobre las ganaderías de cartel que por aquella época proporcionaban toros para la fiesta que se desarrollada a finales del XIX. Uno de ellos fue el conocido Jesús María Barbabosa, propietario de Santín, célebre ya desde varias décadas atrás y que seguiría nutriendo de ganado por lo menos hasta 2014. Evidentemente esta hacienda ganadera, desde que posee dicho nombre, derivado del apellido que ostentaba el señor Pedro Santín allá por el siglo XVIII, es motivo de diversas etapas, mismas que parten desde su origen mismo, el que estuvo bajo la égida de quien fuera primer arzobispo en la entonces Nueva España. Me refiero a Fray Juan de Zumárraga quien desde 1536 declara poseer tierras en los rumbos del valle de Toluca, siendo las que en su momento se concentraron ya en el conocido territorio de Santín, motivo de esta colaboración.

Pues bien, el testimonio que conoceremos a continuación, es el resultado de una larga experiencia que acumuló Jesús María, por lo menos desde 1853, en que toma las riendas de diversas propiedades y hasta su muerte, ocurrida en 1892. Tuvo Jesús María la costumbre de dejar testimonio por escrito de diversas actividades, tanto al interior como al exterior de Santín, y cuyos datos hoy conocemos gracias a que se conservaron buena parte de aquellos informes, aunque otros se perdieran en un desagradable incendio.

Volviendo a la convocatoria de El Puntillero [en cuyos números 13 y 16 del 2 y 23 de septiembre de 1894, se publicaron dichas notas respectivamente], diré que no deja de ser interesante la forma de manejar el asunto que ocupó varias páginas de tan rara como poco conocida publicación que circulaba hace poco más de 120 años. Veamos.

GANADERÍAS DE CARTEL. SANTÍN.

“Hoy comenzamos a dar lugar en nuestras columnas a las contestaciones que tenemos en nuestro poder, procedentes de los propietarios de ganaderías de cartel, a los que en su oportunidad se dirigió el Centro “Pedro Romero” en solicitud de algunos datos que, si no forman historia completa, cosa difícil, si se tienen en cuenta las dificultades porque siempre ha atravesado la diversión y el tiempo en que estuvo en receso, forman, en cambio un conjunto interesante que servirá de base para dicha historia”.

Solo con objeto de aclarar dos detalles, y antes de continuar, valen la pena las siguientes notas.

Refiriéndose al Centro “Pedro Romero” lo hacen para identificar al que fue aquel cenáculo, grupo de aficionados taurinos que formaron dicha sociedad, y donde uno de sus más caros propósitos fue dar relevancia a los conceptos teóricos sobre la tauromaquia, tanto en lo técnico como en lo estético en una época que necesitaba estas consideraciones, con objeto de que se diseminaran entre la nueva afición que estaba gestándose justo en la época posterior en que la fiesta “estuvo en receso”, como quedó señalado en el párrafo anterior. Y es que el redactor de El Puntillero nos recuerda el hecho en el cual desde 1867 y hasta 1886 las corridas de toros estuvieron prohibidas en el Distrito Federal, con lo que tales festejos encontraron posibilidades de continuidad en plazas provincianas, incluso algunas de ellas “a un paso del Distrito Federal”, como fue el caso del Huisachal, por ejemplo.

“He aquí la que escribe el Sr. Jesús M. Barbabosa, propietario de la ganadería de Santín, primero en el orden de obsequiar bondadosamente nuestros deseos:

“Señor Secretario de la Sociedad Centro Taurino Pedro Romero.

   “El que suscribe tiene la honra de contestar la atenta circular de vd., que recibió el 8 del que rige, manifestándole, en primer lugar, su satisfacción por haberse instalado una asociación que, no duda el que habla, llevará a efecto al pie de la letra su programa circunscrito a proceder en todo y por todo con justicia, verdad e imparcialidad, y en segundo lugar, a decirle, respecto del primer dato que desea saber esa Sociedad, que la ganadería de Santín, propiedad del que habla, ha tenido su origen, a más de setenta años en la propia finca, del ganado de la propia casa, sin haberse traído para formarla reses de alguna otra parte.

“En cuanto al segundo dato que desea esa Sociedad, le manifiesto que siempre han jugado los toros de esta ganadería con divisa cuyos colores son el verde, blanco y encarnado, y que aunque antes de 1884 se acostumbraba poner el fierro que aparece al margen en la pierna izquierda, y el del año en que nacía cada res en la pierna derecha, desde el año mencionado solo se pone a cada macho el del año en que nace, en la pierna izquierda, y el que le corresponde en la ganadería en la pierna derecha.

“Por lo que mira al tercer dato que quiere esa Asociación, le manifiesto que los toros de la ganadería de que vengo hablando, han jugado por primera vez en la plaza de Toluca, en 1853, con una cuadrilla que presentó el espada Mariano (González) La Monja.

“Por último, respecto al cuarto dato que se pide: aun cuando el que suscribe podría citar varios hechos de muchos toros dignos de mencionarse, para excusar una difusión tal vez fastidiosa, solo hace mención de dos, justificados competentemente, porque no quiero que se me crea bajo mi palabra.

“Sea el primero el que tuvo lugar en Puebla el 28 de marzo de 1880, cuando se estrenó la plaza de San Francisco por la cuadrilla de Bernardo Gaviño, compuesta de 14 personas, en cuyo estreno se jugaron toros de Santín, y el primer toro que jugó llamado Garlopo, (aún lo conservo disecado) fue noble, valiente, de mucho empuje, jugó a satisfacción del público, mató siete caballos con solo nueve varas que recibió, no permitiéndose tomara más varas por la escasez de caballos. Lo expuesto consta en los anuncios y certificado extendido por la autoridad que presidió la corrida [el señor Ignacio Torres, juez de plaza en aquella ocasión], los que conservo en mi poder a disposición de cuantos quieran verlos.

“El segundo hecho es tan reciente que excuso hablar de él. Se trata del segundo toro que jugó en la plaza de Colón el 3 de marzo del corriente año, denominado “Camelio”, cuyo toro tenía en la pierna izquierda el número 84, año de su nacimiento, y en la derecha el número 15, que le correspondió en la ganadería. Tal toro fue jugado por la cuadrilla de Fernando Gómez “El Gallo” como primer espada, y por Carlos Borrego “Zocato” como segundo espada, quien mató dicho toro, cuya cabeza conservo disecada.

“Repito que como este hecho es tan reciente, al público que concurrió a la corrida, entre quienes estuvo alguna persona de las que forman esa Asociación, le consta de vista el juego de dicho toro, su nobleza, bravura, ley y demás pericias que tuvieron lugar. En consecuencia, pongo punto final a mi contestación, persuadido de que con lo expuesto he dado respuesta a los cuatro datos que se me piden, suplicando a vd., señor secretario [Carlos M. López “Carolus”], dé cuenta con la presente a la mencionada Sociedad, para que haga uso de ella como lo estime conveniente.

“Santín, noviembre 12 de 1889. Jesús M. Barbabosa”.

Como podrá apreciarse, se trata de un testimonio que nos da idea sobre el desarrollo que adquirió Santín, y cuyo prestigio se debió a que aquellos toros, denominados como “nacionales” o criollos, tuvieron una morfología característica. Eran de gran alzada, silletos (es decir cuando es notorio un hundimiento en el espinazo) una buena mayoría de ellos. Ostentaba cornamentas muy desarrolladas, y más que cornivueltos, en muchos se pueden apreciar testas alacranadas, de puntas astifinas, unos; astigordos otros tantos. Se puede entender que era común también el lidiarlos con edades que podrían haber superado los cinco años. En el caso de “El Garlopo” es posible que dicho ejemplar haya nacido entre 1874 y 1875, por lo que llegó a la plaza cumpliendo con 5 o 6 años. “Camelio” por su parte, “jugó de 4 años 9 meses 24 días de edad, era hermoso, tanto por su color como por su precioso corte…” según lo expresa José Julio Barbabosa en Origen de la raza brava de Santín…, 1886-1900, cuaderno manuscrito que por fortuna se conserva hasta nuestros días, y en el cual puede conocerse una buena parte de un conjunto de propósitos que se emprendieron al interior de la hacienda, con el objeto fundamental de consolidar la crianza de los toros “santineños”.

Con los años, los colores de la divisa cambiaron para quedar definitivamente en azul, blanco y rojo. Y entre los siguientes propietarios de tan emblemática ganadería, estuvieron al frente José Julio Barbabosa, Agustín Cruz Barbabosa y luego –entre los hijos de este último-, deben considerarse a tres de ellos: Carlos, Salvador y a doña Celia Cruz Barbabosa.

Quiero terminar las presentes notas refiriendo que las mismas provienen de “Historia sobre la raza brava de Santín”. 358 p. Ils., fots., facs., tablas, libro de mi autoría y que actualmente se encuentra inédito.

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CARTA DE DESPEDIDA A JESÚS SOLÓRZANO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 ESTIMADO MAESTRO: 

Como cada miércoles era inminente que, a término de mediodía, recibiera tu llamada telefónica. Por eso consideré que así habría de suceder puntualmente. Han pasado de las tres y el teléfono se mantiene en silencio. He sabido de la noticia de tu partida por lo que con apresuramiento me dispongo a escribirte estas notas, de las que no tengo claro si podrán ser capaces de decir algo, al menos con ese sentido entrañable, misma razón con la cual mantuvimos hasta el último momento esa peculiar amistad.

Hoy, será imposible ya comentar las razones que un tema como los “Toritos” de Tultepec habrían generado en ti esa capacidad de asombro, la misma que causaste vestido de torero, arrancando en el olé la emoción de multitudes que te veneraron a lo largo de esa intermitente presencia tuya, milagrosa por otro lado, o al menos eso es lo que creo, pues siempre tuviste fe en el hecho de que los toreros en estado de gracia, son capaces de producir milagros, hasta el punto de convertirse en aquello de lo que fuiste particularmente un convencido al transverberarse en ti el milagro de la licuefacción de la sangre de San Genaro, o en el hecho de considerar que el torero es un hierofante, personaje que en la Grecia antigua era el sumo sacerdote de los cultos mistéricos. Y como afirmaba la escritora Rosa Montero, de quien te mencionaba que justo en uno de sus textos más recientes había logrado recuperar de ese término, lo que todo torero tendría que buscar afanosamente en su vida: ser un hierofante, es decir aquel que es capaz “de hacer aparecer lo sagrado”.

Nuestras conversaciones giraban en torno a los muchos proyectos que tenías entre manos, sobre todo por el hecho de que surgieron enormes dudas respecto al complicado ejercicio de interpretar imágenes del pasado y que, recogidas a través de películas, conservabas celosamente. Allí estaba el material filmado por tu abuelo, que daba énfasis a todos aquellos toreros que, junto a tu padre forjaron la “edad de oro del toreo en México”. Pero también surgieron nombres como los del Dr. José Hoyo Monte, Daniel Vela, Alfonso Manrique, Manuel Reynoso de cuyo legado cinematográfico teníamos pensado hacer todo un trabajo de interpretación técnica y estética de aquellos que integraron tan peculiar generación de toreros, uno de los cuales, tu padre mismo, era la pieza protagónica más destacada.

En el poco tiempo que llevábamos de realizar tan hebdomadaria rutina de llamarnos por teléfono, o en más de alguna ocasión saludarnos en tu casa o en un café, se dejaron notar la presencia de un torero y de un caballero que hicieron de Jesús Solórzano eje, modelo y referencia para otros toreros que, como Diego Silveti, o “Morante de la Puebla”, acudían a ti con frecuencia para escuchar el consejo oportuno o la anécdota sabrosa con qué condimentar largas conversaciones de las que, necesariamente tendría que salir el duende de la gracia, el sentido de la lógica, lo profundo de la reflexión.

Por eso tengo que agradecerte el privilegio de que me contaras entre tus amigos, extendiendo el capote con la notoria intención de llevar a cabo esa tarea, la que implicaba decodificar ese material de cine con visión crítica, dejando todo en su justa dimensión, a la hora de realizar ese juicio –que no sumario-, de todos esos toreros que fueron para ti paradigma y referencia. Me hablabas entusiasmado de lo que una y otra vez apreciaste en Silverio Pérez, o lo impecable de aquellas faenas de referencia de Lorenzo Garza; incluso de lo poderoso y variado que habría sido Fermín Espinosa en más de una faena. Pero por encima de todos ellos tu propio padre, a veces incomprendido, seguramente porque alcanzó estaturas que ya nadie fue capaz de comprender.

Había necesidad de ordenar aquello, generar líneas coherentes y armar faenas personalizadas con objeto luego de compartirlas entre los toreros de nuestros días, procurando así conmoverlos un poco, quitarles la idea de que el toreo no es precisamente lo que ellos piensan al respecto, sino algo que va más allá de una aparente y corta dimensión de las cosas, y porque esta época no se parece en nada a aquella otra. De esa manera, con el cambio radical de prácticas en el quehacer del mundo taurino, era necesario ese propósito de renacimiento a partir de tus tribulaciones.

Me quedo con una especie de pendiente, de tarea o propósito por materializar tus empeños hasta el punto de que sean necesarias muchas jornadas para esa nueva cruzada evangelizadora, la que requieren toreros, aficionados, integrantes de la prensa y los taurinos en su conjunto para cambiar un poco ese triste panorama con el que carga la tauromaquia mexicana de nuestros días.

Cuando haya necesidad de salir y divulgar esa doctrina, diré con satisfacción que esta es resultado de tus inquietudes con lo que se han de cumplir los más caros propósitos, preservando así tu memoria.

En fin, que por ahora me despido mientras la húmeda tarde de hoy, 15 de marzo llora lágrimas por tu partida.

Mi saludo y  mi recuerdo más entrañable, torero.

José Francisco Coello Ugalde.

Ciudad de México, 15 de marzo de 2017.

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“CASTILLOS” y “TORITOS”: REVELACIÓN DE UN RITUAL FRENTE AL PELIGRO.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 

Foto tomada de la cuenta de Twitter @eTultepec. 2017.

   Mientras los yihadistas del grupo Estado Islámico (EI) realizaron todo tipo de destrucción en el museo de Mosul, al punto de que con la reciente recuperación por parte de las fuerzas armadas iraquíes fue imposible apreciar siquiera la presencia monumental de dos toros alados asirios con cabeza humana, en San Pedro Tultepec, estado de México se percibe, luego de otras tragedias un profundo misterio que acaba de concretarse con las fiestas que, año tras año realizan en torno a la celebración de San Juan de Dios, santo patrono de los artesanos de la pirotecnia.

En diversos reportajes que se han divulgado en medios impresos y electrónicos, puede apreciarse el júbilo que los pobladores de dicho espacio mexiquense demuestran, luego de la quema de 500 “toritos”, y donde efectivamente la mayoría de aquellas figuras ostentaron la figura del toro.

¿De qué estarán hechos los habitantes de ese poblado, en el que nada más acercarse debe percibirse un aroma a pólvora?

¿Qué misteriosa razón los mueve a realizar tan arriesgadas labores que luego se materializan en una fiesta donde muchos de ellos cargan con el dolor de las tragedias recientes?

¿Por qué es el toro la figura central de esos rituales?

Volviendo a las imágenes, lo que puede verse es un proceso en el que al amparo de la noche, cuando deben estallar aquellas piezas, muchos de los participantes materialmente danzan, animados por bandas que rondan por las calles de dicha población (entusiasmo que posiblemente se encuentre impulsado por influjo de alguna bebida) y, como hipnotizados se unen en un baile colectivo que refleja la concentración de todos los componentes del dolor y la alegría, y donde el toro, el “torito” es una especie de pararrayos en el que se descargan esos sentimientos.

Una fiesta tan arraigada como la que sucede cada año, justo el 9 de marzo, ha merecido en esa comunidad el vivo reflejo no solo de concebir verdaderas piezas del arte efímero, sino la necesaria consumación de su presencia a través de la quema respectiva, en la que brotando fuego de sus entrañas, no solo produce la emoción que se desborda, sino el peligro inminente de que se generen accidentes donde la mayoría de estos se producen por quemaduras que se miden de acuerdo a las zonas de cuerpo que fueron expuestas a dicho riesgo. Y este año no fue la excepción, pues hubo poco más de 170 lesionados, quienes reflejados en la figura de un torero, se convierten en víctimas, pero también en héroes que deben cargar con la quemadura como el diestro con la cornada. Seguramente en los códigos que se escriben en el imaginario colectivo debe estar inscrita aquella consigna de que mientras mayor sea el riesgo al que se enfrentan, esto podría tener semejanza con la cicatriz que deje, al cabo del tiempo una herida por cuerno de toro.

Quienes rodean al “torito” lo provocan y lo esquivan con sus cuerpos. No hay capas ni muletas, solo es el empeño que se cumple al legitimar un anhelo de cercanía, aumentando el “riesgo” que queda marcado en la frontera que el fuego se encarga de establecer.

Tampoco es una especie de “pamplonada” nocturna, sino una ceremonia en que se cumplen quizá, los propósitos de una consigna, de un juramento que al culminar produce la recuperación de la calma, con la que el espíritu se siente liberado de aquella tensión.

Si a lo anterior pesa la ausencia de un ser querido o un amigo que hubiesen desaparecido con motivo de alguna conflagración, las dimensiones de aquel conjuro deben ser mayores y por ende muy elevado el deseo de liberación o limpieza de estigmas creados en torno a una tragedia. Eso para ellos, debe ser un imperativo.

San Pedro Tultepec, cuyo nombre es tan maravilloso como el mestizaje mismo, concentró y sigue concentrando ese peligroso quehacer de convivir con una materia que es de suyo peligrosa y obsesiva a la vez, de la que ya integrada en “castillos” o “toritos”, al serle aplicado el fuego, comienza en estos elementos un paso sincronizado de detonaciones, que van de una figura al movimiento mismo, pues sus artesanos han logrado concretar la experiencia del pasado para mantenerla en el presente, y siempre bajo el mismo nivel de peligro.

Recuerdo que allá por el siglo XIX, hubo un maestro que realizó verdaderas piezas cuyo esplendor quedó compartido en multitud de festejos taurinos, fundamentalmente en las plazas de toros de San Pablo y el Paseo Nuevo. Me refiero a Severiano Jiménez, quien incluso, fruto de su experiencia, escribió un manual de pirotecnia del que muy poco se sabe, pero que pasa por ser el instrumento teórico que debe haber servido en su momento para la correcta manipulación de materiales tan explosivos.

Es probable que quedara trazada una línea tan finamente marcada, en la que desde aquel entonces y hasta hoy, estén presentes otros maestros que no solo hicieron suyos esos principios, sino que los mejoraron o enriquecieron. A pesar de lo anterior, la amenaza de lo incendiario sigue tan presente que por eso es capaz de cobrarlo con la vida de seres humanos dedicados a tan peligrosa actividad.

A pesar de que esas labores están controladas. A pesar de todo aquello que ha significado eliminar una tradición con objeto de evitar más accidentes, pareciera como si nada de esto negara entre los habitantes de San Pedro Tultepec la posibilidad de mantener la antigua costumbre de los fuegos de artificio, cuya deslumbrante condición causa asombro, fascinación entre quienes presencian semejantes espectáculos, muchos de los cuales necesitan de la oscuridad para su mejor apreciación.

Y sin tener necesariamente contratos que cumplir (en lo taurino), pero sí otro tipo de razones que se amparan en lo profundo, sobre todo por parte de la religión católica, no faltan en las fiestas a santas y santos patrones el “castillo” y el “torito”, si el barrio o la población, aunque fundamentalmente sus “mayordomos” u organizadores, no tuviesen más dinero que para pagar “uno y uno”. Pero también existen aquellos otros sitios en los que al nivel de la fiesta, esta debe ir compensada con más de un “castillo” y eso sí, también varios “toritos”.

Castillo y toro, elementos cuya presencia puede remontarse al renacimiento mismo, donde el sentido de defensa podría quedar concentrado en estas figuras que, en términos de guerras o invasiones se levantaban o se utilizaban para defender algún territorio específico. Las altas tapias de castillos resguardados, el toro que en grandes manadas también se utilizaba como elemento de defensa, pasaron, como en el toreo a caballo de tener un principio bélico para tornarse estético (de acuerdo a lo que José Alameda planteó en su libro La pantorrilla de Florinda y el origen bélico del toreo).

Todos estos supuestos, que provienen del fenómeno de la guerra, y superados sus propósitos, cambiaron para quedar convertidos en otro tipo de expresión, tan riesgosa como las batallas mismas. Perviven, por lo menos en la presencia del “castillo” y el “torito” (llevado al diminutivo más apropiado) para cumplir razones ahora ligadas con la religión. El culto a San Juan de Dios no ha sido la excepción, una de cuyas conmemoraciones también se celebra, de acuerdo a las “fiestas de tabla” el 15 de noviembre, y para lo cual, en el pasado novohispano también hay registro de participación con corridas de toros.

Eran los días en que, bajo el mandato del virrey don fray Payo Enríquez Afán de Rivera (entre 1673 y 1680), la canonización de San Juan de Dios se convirtió en unos de los acontecimientos de mayor aparato conocido por aquellos tiempos. Fueron célebres ciertas fiestas que por su dimensión y su boato, alcanzaron a ser consideradas por los cronistas, unos más célebres que otros para dejar sentadas auténticas relaciones de fiestas, documentos que por su naturaleza nos permite comprender, gracias al minucioso detalle, la forma en que ocurrieron no solo los festejos taurinos. También los de otro orden. Cómo vestían los caballeros, la disposición de la plaza y otras apreciaciones que poco a poco fueron definiendo el papel de las primeras expresiones periodísticas. Gregorio Martín de Guijo[1] primero y luego Antonio de Robles (entre 1648 y 1703), dejaron sentadas en el Diario de sucesos notables las bases de ese propósito, que más tarde continuarían Juan Ignacio María de Castorena y Ursúa así como Juan Francisco Sahagún de Arévalo [2] y hasta José de Gómez con su Diario curioso…(1722-1742, y 1789-1794 respectivamente).[3]

“Toritos” y “castillos”, reminiscencias virreinales donde el talento de artesanos pervive hasta nuestros días, nos han movido para quizá –en vano esfuerzo-, descifrar sus misterios.


[1] Gregorio Martín de Guijo: DIARIO. 1648-1664. Edición y prólogo de Manuel Romero de Terreros. México, Editorial Porrúa, S.A., 1953. 2 V. (Colección de escritores mexicanos, 64-65).

Antonio de Robles: DIARIO DE SUCESOS NOTABLES (1665-1703). Edición y prólogo de Antonio Castro Leal. México, Editorial Porrúa, S.A., 1946. 3 V. (Colección de escritores mexicanos, 30-32).

[2] Juan Ignacio María de Castorena y Ursúa y Juan Francisco Sahagún de Arévalo: Gacetas de México. 1722-1742. México, Secretaría de Educación Pública, 1950. 3 V. Ils., facs. (Testimonios mexicanos, Historiadores, 4-6).

[3] Diario curioso y cuaderno de las cosas memorables en México durante el gobierno de Revillagigedo (1789-1794). Versión paleográfica, introducción, notas y bibliografía por Ignacio González-Polo. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, Biblioteca Nacional y Hemeroteca Nacional, 1986. 123 p. Facs., retrs., maps. (Serie: FUENTES).

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FESTEJOS TAURINOS CON PROPÓSITO DE BENEFICENCIA EN MÉXICO.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Abundando en lo ya escrito por nuestro colega y amigo Horacio Reiba antes de ayer en este portal, puede decirse con absoluta certeza sobre la existencia de rica información acerca de este tipo de expresiones, donde a lo largo de los siglos ha quedado de manifiesto el apoyo que las corridas de toros han proporcionado en casos de apoyo para la beneficencia, mismo que se ha visto reflejado en acontecimientos que se suman a la solidaridad en casos donde ciertos sectores de la población fueron afectados por fenómenos naturales y que, en su condición vulnerable es preciso encontrar condiciones de nueva estabilidad.

En ese sentido, los datos de que dispongo para una investigación que ahora mismo se encuentra en proceso, y cuyo título es: “Sobre festejos taurinos con fines de beneficencia en México”, permiten afirmar que estos se remontan a los comienzos del siglo XVII, aunque es hasta la segunda mitad del XVIII en que sus intenciones se ven reflejadas en la documentación que hoy día se encuentra resguardada en varios archivos de nuestra ciudad y en buena parte de otros ubicados en el resto del país.

La historia de festejos taurinos benéficos en México, se remonta a tiempos virreinales. Los hubo en distintas expresiones. La obra pública resultó favorecida muchas veces, como también ocurrió con los ejércitos o la iglesia, teniendo para ello un ejemplo muy claro: el que ocurrió en San Luis Potosí en 1800, con motivo de la dedicación del Santuario guadalupano, y en el cual se dieron varias corridas de toros, en las que se dice participó Ignacio Allende, integrante del Regimiento de la Reina. Tales fiestas ocurrieron entre el 9 y el 12 de octubre de 1800. Los ha habido también con fines humanitarios, sobre todo cuando ocurrieron o han ocurrido desgracias naturales, como temblores, inundaciones y otras causas que mueven a las autoridades o a la sociedad a organizar corridas o festejos taurinos.

He aquí un ejemplo ocurrido hace 63 años cabales. Col. del autor.

   Pues bien, me permito compartir a continuación lo ocurrido con un festejo celebrado en 1839.

A finales del siglo XVII, el prefecto Juan Martínez de la Parra de la Congregación del Divino Salvador del Mundo y Buena Muerte -perteneciente a la Compañía de Jesús de la Orden de los Jesuitas-, protegió y mantuvo un hospital para mujeres dementes que adoptó el nombre de la Congregación benefactora, anteriormente esta comunidad de mujeres estaba bajo la protección del carpintero José Sáyago, apoyado por el Arzobispo Francisco de Aguiar y Seijas y estuvo situado por las calles hoy nombradas como Jesús María.

Hacia 1699, la Congregación del Divino Salvador adquirió en la entonces calle de la Canoa (hoy Donceles) un edificio grande pero ruinoso, con la intención de establecer el Hospital para Mujeres Dementes. Un año después fueron instaladas las asiladas a pesar de que las obras de construcción no habían terminado.

Durante los siglos XVIII y XIX, el Hospital del Divino Salvador siempre estuvo sujeto a una penuria de recursos y prestaba sus servicios a pesar de estar en un estado ruinoso. Durante su existencia experimentó diversas reparaciones y remodelaciones conforme avanzaban los conocimientos médicos de la época para mejorar la atención de las enfermas, hasta que dejó de funcionar en 1910, pues las pacientes fueron trasladadas al Manicomio General ubicado en la Ex – Hacienda de la Castañeda; para esas fechas el edificio estaba bastante deteriorado, debido a su uso como Cuartel del Segundo Regimiento de Caballería durante los años de la Revolución, razón por la cual, el Presidente Venustiano Carranza instruyó su demolición (rescatándose sólo un 20% del original) para edificar el actual, construido exprofeso cuyo propósito fue albergar las oficinas de la Beneficencia Pública.[1]

Fachada y detalle del escudo que identifica a este hospital. Véase: http://commons.wikimedia.org/wiki/File:EX_HOSPITAL_DE_MUJERES_DEMENTES.JPG

Las anteriores son las notas introductorias precisas para contar con un contexto histórico básico en el que podemos conocer el desarrollo del Hospital de mujeres dementes. Avanzado el siglo XIX, seguramente hubo una serie de festejos con estos fines, originados con motivo de ayudar o auxiliar a ciertos particulares, colectivos, o instituciones que padecieron situaciones económicas limitadas. No habiendo otro buen pretexto que las funciones taurinas, incluso las teatrales, dichas instancias se acercaban con frecuencia a la autoridad para solicitar el generoso apoyo, hasta el punto de que se formalizaron festejos cuyos fondos resultaban favorables a quienes buscaban aquel aliento. Incluso tales beneficios llegaron a aplicarse directamente en la obra pública con lo que aquellos trabajos detenidos por falta de presupuesto, concluían felizmente gracias a la acción producida por los espectáculos públicos. Tal es el caso de lo ocurrido con el Hospital de mujeres dementes, que no pudiendo solventar diversos conflictos de orden económico, seguramente “conmovió” a la autoridad al grado de que fue posible organizar un festejo taurino, cuyo interesante cartel fue publicado en el

DIARIO DEL GOBIERNO DE LA REPÚBLICA MEXICANA, D.F., del 9 de diciembre de 1839, p. 4:

PLAZA DE TOROS EN SAN PABLO. JUEVES 13 DE DICIEMBRE DE 1839.

Collage de la Arq. Viviana Archundia. Consulta en: http://viviana-archundia.blogspot.mx/2012/07/real-hospital-del-divino-salvador.html

Función extraordinaria a beneficio del hospital de mujeres dementes.

   La piedad de los mexicanos ha tenido su mano benéfica a los establecimientos del hospicio y casa de expósitos de esta capital, proporcionando recursos a favor de los infelices que en él se encuentran, ya por medio de suscripciones y ya dedicándoles espectáculos públicos, cuyos productos han contribuido eficazmente al logro de sus piadosos deseos. Mas su celo filantrópico, no ha fijado su atención a otro establecimiento igualmente benéfico a la humanidad, cual es el de mujeres dementes que existen en el hospital del Divino Salvador.

   Este sin duda reclama imperiosamente una mirada de compasión; porque aquellas desgraciadas están careciendo aún de los auxilios más precisos e indispensables por falta de recursos. Tan lastimosa situación que llegó a noticia de mi esposa, la compadeció en sumo grado, y desde luego formó el proyecto de auxiliarlas en cuanto le fuese posible, poniendo pues en práctica sus deseos y contando con la filantropía de sus paisanas a quienes las considera animadas de los mismos sentimientos, a vista de cuadro tan lastimoso y con la cooperación de todos los mexicanos, me pidió una función de toros a beneficio de este Hospital, no dudando que unas y otros contribuirán por su parte al mayor brillo de ella, y aumentando sus productos. Habiendo yo accedido a su petición, deseoso asimismo por mi parte de contribuir a tan loable objeto, no sólo por una vez cedí este día que por su solemnidad es uno de los que en la empresa saca algunas utilidades, sino que me propongo anualmente darlo a dicho beneficio, interin yo sea el propietario de la empresa, destinando sus productos al solo fin de vestir la desnudez de aquellas desgraciadas. Para que estos tengan todo el aumento necesario, he procurado ahorrar todos los gastos posibles, a cuyo efecto invité a las compañías y dependientes de la plaza, para que dejasen la parte que voluntariamente quisieran de sus sueldos, y éstos generosamente dejan la cuarta parte de ellos. Este ahorro, con lo que me prometo sacar de las lumbreras de sombra que he destinado a las autoridades y familias acomodadas de esta capital, a cuyas localidades no he querido señalar precio alguno, dejándolo arbitrario a la generosidad de éstas, y lo que produzca la entrada eventual, formarán sin duda una cantidad capaz de cubrir aquel fin que nos hemos propuesto, al mismo tiempo que patentizadas por este medio tan graves necesidades de aquel útil establecimiento, encontrarán sin duda otros protectores que las alivien enteramente. La función está distribuida del modo siguiente:

   Seis toros escogidos de la sobresaliente raza de la hacienda del Astillero, de los cuales uno será embolado para que jueguen los Figurones en burro, cuyo intermedio por ser de suma diversión a los concurrentes, se ha preferido a cualesquiera otra.

PRECIOS DE ENTRADAS

Lumbreras por entero                                          6 ps.

Entrada general en sombra                                0 6 rs.

Entrada general en sol                                         0 2 rs.

   Las lumbreras que queden, se expenderán en el estanquillo de la 1ª calle de Plateros, con 10 boletos, a 6 ps. El producto sobrante de esta función, la inversión que se dé a éste, y la lista de las autoridades y familias, con lo que cada uno haya contribuido por la lumbrera que se le señale, se publicará por los periódicos oportunamente.

   La función comenzará a las cuatro y media.

   Por cuanto se puede apreciar, dicho festejo debe haber obtenido los propósitos establecidos por sus organizadores. Vale la pena echar a volar nuestra imaginación para recrear lo sucedido allí hace 178 años.


[1] ARCHIVO HISTÓRICO DE LA SECRETARÍA DE SALUD. EDIFICIO DONCELES 39. [en línea], 2017, http://pliopencms05.salud.gob.mx:8080/archivo/ahssa/edificio [consulta: 7 de marzo de 2017]

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ENCANTO O ASOMBRO…

DE LA SERIE MUSEO GALERÍA TAURINO MEXICANO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

 felix-miret_col-del-autor

Fotografía, colección del autor.

   La imagen fue capturada por Felix Miret, fotógrafo español avecindado en México desde finales del siglo XIX o comienzos del XX.

   Me parece que por lo demás esta curiosidad posee unas virtudes propias del discurso estético que permite entender la calidad que ya, para esos primeros años del siglo XX tiene la fotografía. Esa claridad, esa definición fueron capaces de atrapar la realidad… que impera en blanco y negro o en ese tono sepia que nos invita a recuperar el pasado.

   Como puede apreciarse, la “vista” fue obtenida el 28 de febrero de 1909, en la plaza de toros “El Toreo” de la colonia Condesa, en la ciudad de México. Es decir, que esta visión entre lo ocurrido justo ayer pero con 109 años de diferencia nos deja entender ya los enormes cambios registrados en el desarrollo de la tauromaquia. Aquella tarde, el cartel estuvo formado por Vicente Segura, “Morenito de Algeciras” y Francisco Martín Vázquez, quienes se las entendieron con seis y uno de regalo de la legendaria ganadería de Miura. El de la fotografía fue el primero de la tarde, de nombre Perdigón (homónimo del burel que mató a Manuel García el “Espartero” en Madrid). Marcado a fuego con el número 13. Le correspondió a Diego Rodas “Morenito de Algeciras”.

   Antonio López “Farfán” que era el picador en turno, lo ha recibido con un puyazo en todo lo alto, mientras las infanterías se mantienen pendientes del tumbo inminente. El sol alumbra con tal intensidad que permite ver con lujo de detalles la forma en que el miureño se arrancó como un tren sobre la cabalgadura, leitmotiv que ocupa el centro no sólo de la imagen, sino el de todas las miradas.

   “Farfán” ha perdido el castoreño, y no sé si ocurrió por el hecho de que se lo lanzó a “Perdigón” en afán provocativo o fue en el momento del encuentro, el caso es que esta escena heroica por donde quiera vérsele nos da una idea de los procedimientos primitivos que se tenían hace poco más de un siglo para realizar la suerte de varas. El caballo no lleva el peto protector, defensa que comenzó a utilizarse en España en 1928 y dos años más tarde, justo el 12 de octubre de 1930 en México. Las viejas crónicas del siglo antepasado y primeras del XX refieren con frecuencia que una corrida no había sido buena si en el balance no se registraban un buen número de bajas en la caballería. Afortunadamente eso ha cambiado y ahora, con todo un extremoso recorrido de adecuaciones de por medio, salen con un peto que rebasa las dimensiones o los estándares más apropiados, el hecho es que se ha reducido notoriamente el número de puyazos, con la consiguiente pérdida del tercio de quites, ese momento en el que los matadores de toros o de novillos tenían por obligación la de intervenir para salvaguardar la vida del “hulano”. Hoy día el uso incorrecto del término “quite” no nos permite entender que su objetivo original era otro, “quitar”, alejar al toro del peligro que su misma presencia podría provocar hiriendo de más a un picador o a un caballo. Lo anterior va con la intención de comenzar a hacer una serie de reflexiones sobre la necesaria adecuación que el toreo debe tener en nuestros tiempos, a sabiendas de que se debe a prácticas muy arraigadas, mismas que deben someterse ya a una indispensable puesta al día, con el propósito de adaptarlo a los tiempos que corren, sin alterar sus principios. Es decir, se pretendería que cambie la forma, no el fondo.

   La suerte de varas, de la que se han perdido valores esenciales debe recuperarse. Hace poco más de 50 años, un periodista español radicado en México, y me refiero a todo un personaje como lo fue Manuel García Santos, apuntaba al respecto lo siguiente:

   (…) el toro actual, con el peto en uso, no puede demostrar su bravura en el caballo porque su instinto le hace ver que esa pelea es desigual e inútil.

   Pero tengo que añadir que, al hablar del toro bravo, no incluía en la clasificación al de bandera. Ese toro, -que sólo de vez en cuando sale a los ruedos-, sigue yendo al caballo a pesar del castigo y el peto, porque su pujanza y su fiereza no le permiten sentir el dolor ni siquiera cuando, pasado el tercio de varas, lo dejan refrescarse.

   Hay un dato para juzgar a los toros en el caballo. Es bien sencillo: ver si la embestida y el recargar lo hace el toro perpendicular al caballo o si lo hace oblicuamente, empujando con los lomos y busca irse…

   Yo le aconsejaría a los aficionados que se fijaran muy atentamente en la pelea de los toros con los caballos, entre otras razones porque lo que haga el toro en el caballo es lo que hará después exactamente en la muleta.

   Y es que no le pidan a un torero que haga una faena de muletazos largos y suaves, en un toro que corneó con furia el peto y el estribo. El toro que llega a la muleta para las faenas que actualmente gustan, es aquel que, en el caballo, se duerme y empuja sin tirar cornadas y allí está mientras el picador le pega.

   Todos estos son temas de interés verdadero para la afición. Pero no quiero terminar sin dedicarle una censura, -suave, desde luego-, a los abuelos de Luis Bollaín cuando decían al hablar de cómo deseaban que salieran sus toros:

   -Uno de bandera y los demás… como quieran.

   Eso sólo se puede admitir en el sentido de que, si en una ganadería hay sangre para que salga un toro de bandera, es que la sangre es buena. Pero significa descuido, porque en una vacada lo importante es fijar el tipo y lograr que embistan los seis toros de la corrida… (El Sol de México, 28 de marzo de 1966).

   El “minimalismo” de nuestros tiempos en término de lances ha quedado reducido a “verónicas”, “chicuelinas” y algunos más, salvo que anden por ahí ciertos toreros con un catálogo amplio en florituras con el capote.

   Termino apuntando la presencia de un público que, por los usos y costumbres de la época, buena parte de la asistencia iba a los toros de traje, corbata y sombrero. En su mayoría son hombres, y la presencia femenina, aunque no era tan notoria, tampoco dejaba de notarse, y si lo hacían era haciendo honor a la galantería, con vestidos hasta “el huesito”, sombreros de amplios vuelos, guantes, sombrilla y una belleza de arrebato.

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