Archivo mensual: enero 2019

SOBRE LAS PLAZAS DE TOROS DE NECATITLÁN Y EL BOLICHE EN EL MÉXICO DEL SIGLO XIX.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Colección particular del autor.

   Además de la plaza del Volador, que dejó de funcionar en 1815, también se convirtieron en piezas emblemáticas de aquella ciudad decimonónica la de San Pablo y desde luego la del Paseo Nuevo, esto antes de la prohibición impuesta en 1867. Años más tarde, y recuperado el ritmo del espectáculo, surgieron otras tantas entre 1887 y 1889, como la de San Rafael, Colón, Paseo, Coliseo, Bucareli, Bernardo Gaviño, una más en la Villa de Guadalupe (hubo autor que comentaba sobre la existencia de una octava, aunque es probable que se tratara de un ruedo improvisado, mismo que sirvió durante algún tiempo para impartir clases de tauromaquia).

El solo hecho de que esta ciudad contó y ha contado con sinnúmero de plazas de toros, significa todo un reto estudiarlas, ubicarlas y recuperar de ellas sus más importantes referencias, para entender en qué medida fueron sitios de concentración popular con lo que se consumaban diversos espectáculos taurinos, sin faltar aquellos que ocupaban el espacio mientras no había temporada (esto es, funciones circenses, lucha de animales, ascensiones aerostáticas y otros).

Por ejemplo, Carlos Cuesta Baquero nos ayuda a conocer en una colaboración suya publicada en 1924 datos sobre la plaza de Necatitlán, que fue levantada en la actual Cinco de Febrero, “en una de las manzanas que limitan, por el occidente, con una plazoleta”.

Fue construida empleando tezontle, ladrillo, cantería y madera, aunque era feo y en nada consiguió la belleza arquitectónica ni la grandeza que merecen este tipo de edificios.

Gracias a un cartel impreso por la tipografía de don Mariano Zúñiga y Ontiveros –del que haciendo grandes esfuerzos no hubo forma de obtener algún ejemplar, salvo el que ahora adorna en detalle estas notas y que corresponde al año de 1831 gracias a la Imprenta de Rivera, dirigida por Tomás Guiol-. En aquel, se anunció la actuación de Sóstenes y Mariano Ávila, así como Luis Ávila que salió de sobresaliente. Se inauguró el 13 agosto de 1808, fecha en la que todavía se celebraba oficialmente la capitulación de la ciudad de México-Tenochtitlan.

Además, hubo otros personajes que figuraron en aquellos tiempos como es el caso de Manuel Bravo, el famoso Marcelo Villasana, “que luego, ya espada, recorrió toda la república, siendo admirado por nuestros ancestrales que comenzaban a contar y nunca terminaban las hazañas de tal lidiador”.

Ya que tengo el gusto de compartirles una auténtica joya, y me refiero al cartel anunciador para el festejo del domingo 4 de diciembre de 1831, vayamos a conocer qué sucedió aquella tarde, previo aviso:

TOROS. PLAZA DE NECATITLÁN. DOMINGO 4 DE DICIEMBRE DE 1831.

Cumpliéndose en este día el primer bienio del salvador PLAN DE JALAPA, por el que recobró la sagrada carta constitucional de debido imperio que tenía enervado el memorable periodo de nuestro fatalismo, y restableciéndose por tan laudable trámite el crédito nacional que pudiera haberse empañado para con las naciones extranjeras, la empresa, que no puede recordar sin la más satisfactoria emoción tan BENÉFICO GRITO, ha dispuesto solemnizarle en su citado aniversario de la manera siguiente:

Se lidiarán OCHO TOROS de los más sobresalientes; en tercer lugar, saldrá un embolado al tiempo que se presenten DOS POTROS ENCOHETADOS; y en el quinto se verán los FIGURONES EN BURROS a picar y banderillar otro embolado, a quien dará muerte con arrogancia el primer loco. Estas travesuras desempeñadas por el ánimo bien dispuesto de los gladiadores para esta clase de fiestas, no dudo que causarán el gusto de los dignos espectadores.

La plaza se estrenará con la moderna pintura que se le ha puesto a este fin, y se adornará con nuevas bandillas y gallerdetes, que todo manifestará nuestro cordial regocijo por tan preciosa memoria. La misma empresa, en obsequio de tan feliz acontecimiento, hará la voluntaria oblación de la mejor víctima del combate al menesteroso Hospicio de pobres.

Mexicanos: si la función propuesta merece vuestra benigna aprobación, la repetida empresa en este fausto día, inundada del júbilo más puro, entonará himnos encomiásticos sin fin al denodado CAUDILLO DE JALAPA [es decir, el mismísimo Antonio López de Santa Ana] y a los impávidos campeones que le acompañaron en tan meritoria jornada.

PRECIOS DE ENTRADA CON BOLETOS:

SOMBRA:

Lumbrera entera, 5 pesos

Gradas y tendido, asiento 4 reales (dos se cobraban en sol).

Los individuos que gusten tomar alguna lumbrera por entero, ocurrirán a la calle de Jesús número 6 de diez a doce, y desde esta hora en adelante al despacho de la citada plaza, en donde se les dará el número de la que tomen con sus correspondientes boletos.

EMPEZARÁ A LAS CUATRO EN PUNTO.

Fascinante discurso del que nos provee este valioso documento, permite entender el estado de cosas que sucedieron por entonces, no solo en lo taurino. También en lo político y militar.

El coso, dejó de funcionar hasta 1819, por lo que funcionó 11 años. Y como apuntaba, luego sirvió para diversiones con acróbatas y títeres. Sin embargo, el impreso que hoy aparece, se remonta a 1831, con lo que entonces es difícil dar por hecho el año de aquella supuesta desaparición, lo que significa pensar en que se trata de una segunda época para la plaza. Y justo, es el propio Roque Solares Tacubac quien nos encamina a una más –la de El Boliche-, con estas anotaciones:

“[Necatitlán] decayó porque tuvo su rival vencedora, en la plaza de toros de La Alameda, conocida popularmente por plaza de El Boliche” y de la que se comentarán algunos detalles a continuación.

Sobre la acera norte de la Alameda, donde antes estuvo la agencia de inhumaciones Gayosso, y luego el célebre edificio de la “Mariscala”, se instaló un auténtico corralón que lo mismo sirvió para volantines y boliches que para corridas de toros.

Fue inaugurado en 1819, siendo padrino de aquella ocasión el general don Domingo Rubalcaba. En el cartel estuvieron anunciados los hermanos Ávila quienes lidiaron toros de la vacada de Puruagua.

Como banderilleros: el famoso Marcelo Villasana y sus émulos, también notables, Dionisio Ramírez “Pajitas y Antonio Ceballos “El Sordo”. Picadores: “El Compadrito” y “El Palechito” (este apodo provenía de que aquel picador, provocaba al toro gritando “¡Éntrale Palechito!” (Padrecito, quería decir).

Recuerda Cuesta Baquero que, en esta plaza y entre los hechos que tuvieron notoriedad, se encuentra la cogida y muerte inmediata del banderillero “Pajitas” (probablemente sea Antonio Ceballos y no “Pajitas” el herido, puesto que el autor de las presentes referencias menciona que en un número de “La Banderilla”, periódico que se publicaba en 1888, aparece una estampa que recrea el percance, gracias a los buenos oficios de Iriarte, ocupándose de “El Sordo”). Y Se trata, como aparece en “La Banderilla” misma de

…la primera cogida que presenció el público mexicano.

En el año de 1819 se estrenó la plaza de El Boliche, construida en la calle de la Mariscala, lidiándose toros de la ganadería de Puruagua.

El banderillero Ceballos (a) El Sordo, al poner la segunda banderilla al primer toro de lidia, que era berrendo en cárdeno, voluntario y de poder, fue enganchado por el muslo derecho, penetrándole la llave [Entre las muchas denominaciones dadas a la cornamenta de los toros, “llave” es una de ellas] izquierda en el estómago.

Pero como verán, aquí también notamos un pequeño desacierto, pues no era Antonio sino Manuel Ceballos, de acuerdo a los datos que se encuentran en la “Historia de la cirugía taurina en México (De los siglos virreinales a nuestros días)”, de reciente aparición, y cuyos autores somos el Dr. Raúl Aragón López y quien firma la presente colaboración.

Termino anotando que Carlos Cuesta Baquero recuerda en ese percance, un asunto más que parecido al que varias décadas después enfrentaron Lino Zamora, Braulio Díaz y Prisciliana Granado en claro triángulo amoroso. Pues una situación similar la encararon “Pajitas” y “El Sordo”, los dos enamorados de la misma mujer por lo que pusieron de por medio el riesgo, siendo la del Boliche, la plaza que sirvió como triste escenario de aquella tremenda cornada en el vientre que recibió el infeliz banderillero.

Terminaron los días de ese coso en 1835, según lo refiere Cuesta Baquero para dar paso a la inauguración de San Pablo, en 1835, y que pudo ser un año antes, de no haberse presentado una epidemia de “cólera asiático”, causa que provocó la prohibición en la aglomeración de personas, y en consecuencia de las diversiones públicas.

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Yucaltepén, Yuk´-al-tan mayab, Yucatán maya, Yucatán y Mérida toreras.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO, EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Yucaltepén, Yuk´-al-tan mayab, Yucatán maya, la del esplendor de un imperio con largos 18 siglos de brillante presencia, se deja notar desde 2000 años a. C. hasta el siglo IX, en que como otras culturas prehispánicas, sufrió conflictos internos o influencias como la teotihuacana, circunstancias que condenaron su destino. Fue hasta 1697, en que la última ciudad maya dejó de latir, comenzando de inmediato la afirmación de una gran cultura que se ve reflejada en lo majestuoso de construcciones que hoy día siguen admirando a propios y extraños.

Yucatán, la que pertenece a esa peculiar península de nuestro actual territorio, fue tan cercana al primer encuentro que Hernán Cortés consumó en la isla de Cozumel entre el 25 y 26 de febrero de 1519, fecha con la cual comenzará ese enorme y complejo proceso de guerras, mestizaje y sincretismo como pocas veces ha ocurrido con nuestra humanidad y del que hoy somos consecuencia, sabedores también de todo aquel significado de dicha y peculiar interacción.

Códice Azcatitlan, Marcha de los españoles hacia México-Tenochtitlan. Lam. XXIII.

Mérida, la que fue fundada el 6 de enero de 1542 por Francisco de Montejo y León, El Mozo y cuyo nombre se le dio por “los muchos edificios de cal y canto tan bien labrados y con muchas molduras” que encontraron los españoles en la ciudad maya, mismos que evocaban la Mérida de España. De ahí quizá, el esplendor de uno de sus más emblemáticos edificios: la casa de los Montejo, levantada precisamente el año de la fundación, y cuya obra duró siete largos años para dar esplendor sin igual a ese sitio…

Fachada principal de la casa del adelantado Francisco Montejo en Mérida, Yucatán.

De la Relación Fúnebre a la infeliz trágica muerte de dos Caballeros…”,[1] aunque escrita a mediados del siglo XVII por Luis de Sandoval y Zapata tenemos la siguiente muestra que vincula para 1566 a ciertos personajes como lo veremos en los siguientes versos:

 ¡Ay, Ávilas desdichados!

 ¡Ay, Ávilas desdichados!

¿Quién os vio en la pompa excelsa

de tanta luz de diamantes,

de tanto esplendor de perlas,

ya gobernando el bridón,

ya con ley de la rienda,

con el impulso del freno

dando ley en la palestra

al más generoso bruto,

y ya en las públicas fiestas

a los soplos del clarín,

que sonora vida alienta,

blandiendo el fresno o la caña

y en escaramuzas diestras

corriendo en vivientes rayos,

volando en aladas flechas.

Y ya en un lóbrego brete

tristes os miráis, depuesta

la grandeza generosa.[2]

    Tal manuscrito se ocupa de la degollación de los hermanos Ávila, ocurrida en 1566, suceso un tanto cuanto extraño que no registra la historia con claridad,[3] y sólo se anota que los criollos subestimados por los peninsulares o gachupines, fueron considerados por éstos como enemigos virtuales. Ya a mediados del siglo XVI la rivalidad surgida entre ellos no sólo era bien clara y definida, sino que encontró su válvula de escape en la fallida conjuración del marqués del Valle, descendiente de Cortés, y los hermanos Ávila, reprimida con extremo rigor, en el año 1566.[4]

Ya que ha salido “entreverado” el marqués del Valle, se anota que “en sus grandes convites…, eran quizás las fiestas de una semana por el bautizo de los hijos gemelos del marqués, en que hubo torneos, salvas, tocotines y un fantástico banquete público en la Plaza Mayor…” A propósito, de los juegos más señalados (encontramos los realizados durante el bautizo de) don Jerónimo Cortés en 1562.[5]

Y es que don Martín manifestó el empeño en celebrar el nacimiento de sus hijos con grandes torneos, como el famoso de 1566, cuando, por una tormenta llegó con su mujer al puerto de Campeche y nació allí su hijo Jerónimo, fueron a “la fiesta del cristianísimo el obispo de Yucatán, don Francisco Toral, y muchos caballeros de Mérida” y “…hubo muchas fiestas y jugaron cañas”. Posteriormente, cuando llegó el marqués del Valle a México, Juan Suárez de Peralta afirmó: “gastóse dinero, que fue sin cuento, en galas y juegos y fiestas”.[6]

Mérida, la que se verá convertida en uno más de los escenarios de fiestas solemnes y repentinas durante el virreinato, periodo del que se conservan estas tres referencias:

La que por decreto de doce de abril de 1725 imprimió, Joseph Bernardo de Hogal las Fiestas que hicieron en la provincia de Yucatán de la jura de nuestro rey y señor [refiriéndose a Felipe V].[7]

La que preparó Antonio Sebastián de Solís y Barbosa: Descripción expresiva de la plausible pompa y majestuoso aparato con que la Muy Noble  y Leal Ciudad de Mérida de Yucatán dio muestras de su lealtad en las muy lucidas fiestas que hizo por la exaltación al throno del muy Católico y muy poderoso monarca el señor don Fernando VI…, 1748.[8]

En José Francisco Coello Ugalde: Relaciones taurinas en la Nueva España, provincias y extramuros. Las más curiosas e inéditas, 1519-1835. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1988. 293 p. facs. (Separata del Boletín de Investigaciones Bibliográficas, segunda época, 2).

Y luego ésta, de la autoría de Juan Francisco del Castillo: Noticia de las funciones hechas por la M. N. y M. L. C. de Mérida de Yucatán en la proclamación del Rey nuestro señor Don Carlos IV, verificada el día 4 de noviembre de 1789, obra que se encuentra en el Archivo de Indias de Sevilla.[9]

De este último acontecimiento, el cabildo de Mérida celebró la coronación de Carlos IV con una serie de fiestas públicas. Los clarines y chirimías, procesiones, misas y saraos, corridas de toros en la plaza mayor fueron algunos de los “juguetes vistozos (sic) que divertirán al público”.

No olvidemos, como apunta Pedro Miranda Ojeda que las fiestas durante el virreinato

eran importantes porque constituyeron una necesidad política. A la escenificación del teatro urbano correspondió la tarea de renovar la alianza establecida entre el poder y gobernados. Entre las conmemoraciones civiles o políticas, de carácter obligatorio, destacaban: a) fiestas vinculadas con sucesos de la familia real, como la jura de monarcas, nacimientos, bautizos, cumpleaños, santos y bodas de algún integrante de la familia; b) fiestas asociadas a las relaciones políticas de la monarquía con otras potencias, como la conmemoración de las victorias militares o la celebración de alianzas; c) fiestas protocolarias, como el recibimiento de autoridades indianas o cumpleaños y santos de los virreyes; d) fiestas correspondientes al pasado monárquico y virreinal como la fiesta de san Hipólito, que conmemoraba la conquista de México, un acontecimiento crucial de la colonia y argumento [con el] que [se] legitimaba el dominio establecido entre el rey y sus súbditos.[10]

   Mérida, la que en 1841 fascinó al viajero extranjero John Loid Stephens, quien en su obra Incidentes de viaje en Centroamérica, Chiapas y Yucatán, resultado de su recorrido por estos lugares entre 1839 y luego 1843, cuando vio la luz dicho ejemplar, en el cual encontramos diversas referencias relacionadas con festejos taurinos, como el que relata en la siguiente forma. Sobre la plaza de toros dice:

Está situada cerca del templo del Calvario, al final de la calle real, de construcción y forma parecida al anfiteatro romano, como de trescientos cincuenta pies de largo y doscientos cincuenta de ancho, capaz de contener, según supusimos, cerca de ocho mil almas, por lo menos la cuarta parte de la población de Guatemala, y ya por entonces se encontraba llena de espectadores de ambos sexos y de todas las clases sociales, de las mejores y de las más bajas de la ciudad, sentados unos junto a otros indistintamente, descollando entre ellos los puntiagudos sombreros de anchas y volteadas alas y las negras sotanas de los sacerdotes.

Ya en la corrida, esto a finales de 1840

(…) entraron los matadores, ocho en número, montados y llevando cada uno una pica y un rojo poncho; galoparon alrededor del redondel, y se pararon apuntando con sus picas hacia la puerta por donde el toro debía entrar. Un padre, gran propietario de ganado, dueño de los toros de esta lidia, abrió la puerta de un tirón y el animal entró a la arena, pateando con sus pezuñas como si jugara pero a la vista de la fila de jinetes y de las picas se volvió para otro lado y retrocedió con más ligereza que como había entrado. El toro del padre era un buey, y, como bestia juiciosa, más quería correr que luchar; pero la puerta estaba cerrada frente a él y por fuerza hubo de correr alrededor del área, mirando a los espectadores como implorando misericordia, y buscando por debajo una salida para escapar. Los jinetes le perseguían puyándolo con sus picas; y por todo el contorno del redondel, hombres y muchachos, sobre la barrera le arrojaban dardos con cachiflines encendidos y amarrados, los cuales, hincándose en su carne y tronando por todas partes sobre su cuerpo, le irritaban, haciéndole revolverse contra sus perseguidores. Los matadores le hacían dar vueltas por un lado y otro extendiendo lucientes ponchos frente a él, y cuando los estrujaba, la habilidad del matador consistía en tirarle el poncho sobre los cuernos como para cegarlo, y entonces colocarle en la nuca, exactamente detrás de la quijada, una especie de bomba de fuegos artificiales; cuando esto se verificaba diestramente promovía entre la multitud gritos y aplausos. El gobierno, por un exceso de humanidad, había prohibido matar los toros, restringiendo la lidia al laceramiento y la tortura. En consecuencia, esta era muy diferente de las corridas de toros en España, y carecía aun del excitante interés de una fiera lucha por la vida, y del riesgo del matador de ser herido de muerte o lanzado al aire entre los espectadores. Pero al observar la ansiosa expectación de millares de gentes, era fácil imaginarse la intensa excitación en una edad guerrera, cuando los gladiadores luchaban en la arena ante la nobleza y hermosura de Roma. A nuestro pobre buey, después de estar reventado de cansancio, se le permitió salir. Luego siguieron otros por el estilo. Todos los toros del padre eran bueyes. De vez en cuando un matador de a pie era perseguido hasta la barrera entre la risa general de los espectadores. Después que el último buey terminó su corrida, salieron del redondel los matadores, y los hombres y muchachos saltaron a la arena en tal número que casi a empujones sacaron al buey. La bulla y confusión, el brillo de los ponchos de color, las carreras y volteretas, ataques y retiradas, y las nubes de polvo, hicieron de esta la más animada escena que jamás yo había visto; pero de todos modos esta era una pueril exhibición, y las mejores clases, entre quienes se encontraba mi bella compatriota, la consideraban únicamente como una simple oportunidad para cultivar las relaciones sociales.[11]

   Gracias también a un texto de Luis Alberto Martos,[12] quien para 2002 estaba adscrito a la Dirección de Estudios Arqueológicos del INAH, es posible apreciar en “De toros y toreros en Yucatán”, un conjunto de datos de suyo importantes, mismos que sumaré al presente intento para conocer un poco más sobre la tauromaquia de la hoy Mérida evocada.

Por ejemplo nos recuerda que

A ciencia exacta no tenemos el dato de la fecha en que se llevó a cabo la primera corrida en Yucatán, pero parece haber sucedido durante la segunda mitad del siglo XVI, tal vez a finales del mismo; de hecho sabemos que en los Reales Títulos del Adelantado Francisco Montejo, se le autorizaba para importar ganado de otras colonias españolas, con la finalidad de introducirlo en Yucatán. Es muy posible entonces, que desde el inicio de la conquista de la península en 1526 se comenzaran a introducir vacas y toros, aunque es hacia 1550, cuando ya pacificada la provincia, se pudo realizar el proyecto más en forma.[13]

Mérida, la que comenzó a tener un mejor contacto informativo gracias a la presencia, en 1885 de El Banderillero. “Periódico político, democrático, satírico, humorístico, retórico y verídico”.

Mérida, la que un 4 de diciembre de 1925 vio nacer al célebre escultor Humberto Peraza, quien nos recordaba –entre broma y vera-, que Yucatán contaba con dos célebres ganaderías, en estos términos:

¡Palomeque…!, ni en bisteque.

¡Sinkehuel…!, very well.

Plaza de Mérida que un 27 de enero de 1929, siendo propiedad de los hermanos Palomeque, fue inaugurada con un cartel de polendas: Luis Freg y Fermín Espinosa “Armillita”, que se las entendieron con toros de Piedras Negras.

Mérida, ciudad a la que en 1930 se desplazó el ya célebre cineasta ruso Sergei Einsenstein para filmar en la propia plaza imágenes y más imágenes para una de las cintas más emblemáticas de la cinematografía universal. Me refiero a “¡Que viva México!”, donde el protagonista de aquellas mágicas y luminosas escenas taurinas, fue David Liceaga, mezcladas luego con otras imágenes donde también aparecen, ya en la plaza “El Toreo” Marcial Lalanda y hasta Carmelo Pérez.

Mérida, la que en 1934, Luis Ceballos Mimenza, mejor conocido como YURI, escribió en SILUETAS diversas evocaciones sobre la forma en que se desarrollan las corridas de toros en tan particular rincón provinciano:

 COSTUMBRES REGIONALES

 (Para el Profr. Bartolomé García Correa, Gobernador Const. Del Estado, atentamente).

 I

 LAS CORRIDAS

El tablado se encuentra ya repleto.

la multitud delira alborozada,

al detonar los cohetes de la hilada,

mientras el toro a un tronco está sujeto!

 

Brama el toro, como lanzando un reto;

la concurrencia lo goza entusiasmada,

y a una linda mestiza empolvillada

echa un piropo un Consejal discreto.

 

Al compás de la Banda de la Villa,

desfila la muy típica Cuadrilla

ciñéndose el capote de escarlata…

 

Porta bien, taleguilla, camiseta,

un sombrero de guano, y sin coleta,

y un pañuelo a manera de corbata!

 II

 LOS VAQUEROS

 

Antes de ese despejo, los vaqueros

cruzan veloces, a carrera abierta,

con sus caballos que, de puerta a puerta

se rifan orgullosos y ligeros!

 

A manera de fusta, los sombreros

se utilizan, y al punto se despierta

el coraje en la bestia; que está cierta

de pasar a sus nobles compañeros!

 

Termina la carrera. La Corrida

comienza con la brusca sacudida

que el toro pega, cuando de ira ciego

 

Golpea el tronco de guano con la cara…

¡Es que siente el dolor de aguda jara

y tostarse sus lomos por el fuego!

 III

 LA CONCURRENCIA

 

Mientras la lidia al público electriza,

escucho a un trovador improvisado,

entonar «El Pichito Enamorado»

en honor de una clásica mestiza!

 

Comprendo que su voz me martiriza,

pero sigo escuchando entusiasmado,

porque aquella mestiza me ha brindado

el encanto sutil de su sonrisa!

 

¡Se han lidiado tal vez sesenta toros!

Mas yo sigo admirando los tesoros

que encierra la mestiza, cuando a ratos

 

Me lanza una mirada de soslayo…

y entonces me doy cuenta… tiene un callo…

pues con placer se safa los zapatos![14]

 TIPOS POPULARES QUE PASARON

 (El Negro Miguel)

 

Iba siempre por las calles

pregonando presuroso,

el producto de su esfuerzo:

Su sorbete delicado;

la guanábana sabrosa,

y el famoso mantecado,

que era entonces preferido

por su gusto delicioso!

 

Luchador como ninguno,

nunca quiso estar ocioso!

Con un genio de mil diablos

siempre fue malhumorado;

hacía en toros el «tancredo»

de albayalde embadurnado,

y la plaza de arenero

era suya en cualquier coso.

 

Espectáculo fue aparte,

el mirarlo correteando

con la arena, por la plaza,

o el chicote reventado,

para echar a los corrales

algún toro tardo o flojo…

 

Fabricó como ninguno

la sabrosa butifarra!

Y a pesar de tanta lucha

fue su suerte tan chaparra…

Que debido a la viruela

quedó el pobre sin un ojo![15]

    Mérida, la que vio por última vez a Manuel Rodríguez “Manolete” un 9 de febrero de 1947, antes de su regreso a España y antes también de la tragedia en Linares. En esa ocasión, alternó con Fermín Rivera y Gregorio García, quienes se enfrentaron a un encierro de Palomeque.

 EN JALACHÓ Y TECÓH, AUTÉNTICOS RINCONES YUCATECOS, DOS NOTICIAS TAURINAS LLAMAN LA ATENCIÓN.

Escasas son las noticias de índole taurina que provienen de la península de Yucatán. De no ser porque en dicha entidad se dieron a conocer dos haciendas de singular historia: PALOMEQUE y SINKEHUEL, así como el triunfo clamoroso de Manuel Rodríguez “Manolete”, con un toro de Palomeque, allá por 1947. A su vez, son comunes las fiestas mestizas, más bien de carácter patronal, la vaquería que concentra un vestigio donde “En lo ritual, habrá misa y peregrinaciones. En lo profano vaquerías, comida y sabroso chocolomo”. Al respecto, nos dicen Patricia Martín y Ana Luisa Anza que

La vaquería da inicio con el torito. El pirotécnico y el jaranero. Y arrecia el bailongo, pletórico de ternos multicolores, pañuelos y zapatos bordados, flores adornando las cabezas recién peinadas… Aquellas vaquerías históricas que los españoles ofrecían a sus trabajadores el día en que llegaban a sus haciendas a contar las vacas –como lo hicieron los mayas cuando sacrificaban venados-, aquellas donde se bailaba interminable la jarana, que no es más que una adaptación de la jota aragonesa. Total: un híbrido maya-español.

   La fiesta sigue… y aparecen las vaquillas toreadas en un ruedo armado sólo para ese propósito a base de maderas amarradas y jamás sostenidas por un solo clavo. Un alarde de arquitectura maya moderna.

   Otra tradición que se conserva.

   Al fin, el chocolomo. Otro híbrido del contacto cultural. Choco (caliente, en lengua maya) y lomo (el de la res, en castellano). Lomo caliente. Carne caliente. Caliente por estar recién sacrificada la res. Esa que recién se toreó y que ahora venden fuera del ruedo, en un puesto ambulante para ser preparada y comida inmediatamente.

   “Un buen chocolomo es aquel que, como dicen, cuando se prepare aún debe estar brincando la carne, casi vivo, nerviosa en las ollas porque fue toreada”.[16]

   Sin embargo, tras una revisión al maravilloso acervo de la MISCELÁNEA MEXICANA DEL SIGLO XIX, acopio hemerográfico que custodia la Biblioteca Nacional, encontré un par de noticias con profundo sabor taurino, un sabor que además tiene particulares connotaciones, puesto que ocurre en dos poblaciones distintas, Jalachó y Tecóh, sitios de los que por primera vez tenemos una evidencia clara sobre fiestas tan particularmente localizadas. El torero que interviene en ambas poblaciones es Lázaro Sánchez, de quien se sabe toreó como novillero en la plaza de toros de Cuautitlán en 1876 y del que se sabe también un detalle poco conocido: Cuando Bernardo Gaviño comenzaba a acusar, a sus 66 años problemas de la vista (esto es, en 1879), que ya debilitada, lo obligaba al uso de “espejuelos para hacer la faena con la muleta y luego dar la estocada”. Aunque ya viejo, todavía tuvo fuerza para enfrentarse con Lázaro Sánchez, coterráneo suyo, que huyó a Cuba con la amante de Gaviño, luego de que éste le hizo la vida difícil al no dejarlo torear a sus anchas. Es decir, que Lázaro Sánchez, vino a México desde 1860 en calidad de novillero, y que 15 años más tarde, se enfrentaría cara a cara con el “Patriarca” Bernardo Gaviño, a quien, en un arranque de audacia en cosas del amor, hizo lo que ya vimos con la amante del gaditano.

Por lo pronto, Lázaro Sánchez, como muchos otros diestros de la época, podían mantenerse en la profesión durante años y años, tal y como lo haría Gaviño, quien de 1835 a 1886 estuvo actuando en México. O como Manuel Hermosilla, quien vino a México en 1869 y se despidió de los ruedos mexicanos el 9 de abril de 1905. Todavía, en junio de 1910, participa en una corrida en la plaza del Puerto de Santa María, España.

Representación, en nuestros días de “La Vaquería”, esto en el barrio de La Mejorada, en honor a la Santa Cruz. Oxkutzcab, Yucatán. Disponible mayo 22, 2014 en: http://sucesiononline.com/2012/04/18/vaqueria-inicio-la-fiesta-de-la-mejorada/

EL CONSTITUCIONAL. periódico oficial del estado de YUCATÁN. año 3. Nº 849. mérida. MIÉRCOLES 2 de enero de 1861.

La gran fiesta de jalachó.-Habiendo desaparecido los motivos que interrumpieron esta fiesta, han acordado el señor cura y los vecinos, que las funciones que debieron tener lugar en noviembre próximo pasado, se verifiquen del 20 al 27 de enero próximo, para cuyo mayor lucimiento y a fin de que no se eche de menos ninguna de las solemnidades de costumbre, así en lo que corresponde a la iglesia, como en la parte de las diversiones, no se omitirá nada de cuanto pueda complacer a la concurrencia, a quien se desea obsequiar como se merece. El orden de la fiesta será el siguiente:

   Del 20 al 27 se celebrarán las funciones de iglesia con la suntuosidad posible, sin omitir el rosario por las noches y la procesión de la imagen de SANTIAGO APÓSTOL, que se hará el último día alrededor de la plaza en medio de la mayor pompa. El martes 22 por la noche habrá baile de mestizos. El número 23 por la mañana se repetirá este baile, y a la tarde habrá corrida de toros. En los días 24 y 25 y 26 habrá corridas de toros por las mañanas, y por las noches bailes de señoras. Y el 27 por la noche se presentarán diversos espectáculos de fuegos artificiales y globos aerostáticos. El salón de bailes y el circo para la lidia de toros se adornará vistosa y elegantemente, y en estos actos, como en los demás, ejecutará las mejores piezas la buena orquesta que se ha contratado al efecto.

     Jalachó, diciembre 17 de 1860. Por los vecinos: José Higinio Flores.

El Clamor Público. LIBERTAD.-ORDEN.-PROGRESO.-REFORMAS

Mérida, 15 de enero de 1861, N° 4

AVISOS.-Fiesta y feria en Tecóh.-Esta que sus vecinos se han empeñado en celebrar cada año, tendrá efecto, comenzando las diversiones el 30 por la noche con el baile de mestizas: el 31 por la mañana el 2° baile, por la tarde toros en que se lidiarán como de costumbre los mejores; y por la noche baile de señoras; el 1° de febrero toros al media día y baile por la mañana y por la noche: el día 2 toros por la mañana, procesión por la tarde y baile de etiqueta por la noche. Para todas las funciones tocará una orquesta preparada ya de Mérida; de manera que agrade a todos los concurrentes. Habrá solemnes funciones de iglesia. Se anuncia a los aficionados.-Tecóh, enero 12 de 1861.-Los encargados.

AL PÚBLICO.-Los encargados de la fiesta de Jalachó, que termina el 27 del corriente, deseando hacerla más amena y más digna de los concurrentes, habiendo sabido que se hallaba en esta capital D. Lázaro Sánchez, profesor de Tauromaquia, hemos venido a contratarlo para las corridas que se han de verificar en los días 23, 24, 25 y 26 de este mes, y se ha comprometido a trabajar en ellas y a dirigirlas para que se verifiquen conforme a las reglas del arte.

   Mérida, enero 11 de 1861.-Los encargados de la fiesta.

Corrida de toros, Pomuch, Hecelchakán, Campeche. Disponible mayo 22, 2014 en: http://culturacampeche.com/turismocultural/images/img_galaries/hecelchakan/galeria_hecelchakan.html

Jalachó y Tecóh son dos poblaciones perdidas en la geografía yucateca, en cuyo íntimo seno se desarrollaron tan peculiares fiestas, que intentaban ser una réplica de las celebradas en el centro del país, pero que seguramente no soslayaban el típico sabor de la península, cuyo espíritu trascendía de manera peculiar, como las que en nuestros días ocurren en Chelem, Hactún, San Sebastián, Peto, Honcabá, Ucú o Cenotillo, sitios de mágico encanto.

Cierro estas evocaciones, acudiendo de nuevo a la importante visión que nos deja Luis Alberto Martos, quien recrea los festejos que actualmente se realizan en algunos puntos de la península.

Primero, refierese a los asistentes. Los hombres portan la guayabera impecable. Las mujeres sus inmaculados “hipiles” blancos con preciosos bordados de flores multicolores. Sobre la plaza nos dice que la misma se armó con bejucos para el atado y los guanos para la cubierta.

El motivo de tal celebración se concentra en el santo patrono, para lo cual indica que cuatro o cinco valientes “Pay Wakax” (los toreros), saldrán al quite. La música y la jarana no dejan de sonar.

Conocido y reconocido “Pay Wakax” en aquellos lares: Santos Gaspar “El Tío Hau May”. Disponible en internet enero 24, 2019 en: https://www.lostorosdanyquitan.com/tragedias.php?y=2013

Un siguiente episodio es que después de que atronaron los cohetes, el primer toro fue conducido prácticamente a rastras hasta el “gramadero”, poste que fue previamente hincado al centro del redondel y que recibe el nombre de “yaxché”, “ceiba sagrada” o “árbol de la vida”, clara reminiscencia del pensamiento antiguo: el axis mundi, el centro del mundo aquí, en la mismísima plaza, en medio de la festividad.

Martos nos avisa el hecho de que

Ahora entran los “Pay Wakax”, los “Xtol”, los toreros, los más de ellos un poco pasados de peso, pero eso sí, caminando con gallardía, luciendo viejos trajes de telas raídas y luces opacas y lamparosas a fuerza del uso continuo, a través de los años y en numerosos combates en la arena.

   Estos Pay Wakax son hombres que aman su profesión, casi siempre heredada del padre o de algún pariente cercano, aunque no es el único oficio del que viven; son agricultores o jornaleros o mercaderes, pero de todos modos buscan tiempo para entrenar con vaquillas y se la juegan de fiesta en fiesta y de pueblo en pueblo, en cada corrida, por gusto y por unos cuantos pesos.

(…)

   Después de un rato de faena, varios sujetos portando cuerdas ingresan a la plaza para tratar de lazar al desconcertado animal y así, entre capotazos y lazadas fallidas, finalmente lo sujetan, lo someten, lo atan y entre todos lo arrastran fuera de la arena, mientras la orquesta toca una sonora diana. Y entonces sueltan al segundo toro, para repetir la faena y luego el siguiente, hasta que pasan los cinco o seis que estaban programados.

   Al final de la corrida se abren las puertas del ruedo, para dar paso a la procesión del santo, entre música, tronar de cohetes y por ahí una nueva colecta de limosnas.

   La gente abandona la plaza satisfecha, comentando mil detalles y momentos culminantes, listos para seguir la fiesta con la cerveza, con la música y con la jarana.

   Tal es hoy en día una corrida de toros en Yucatán, las que se realizan a lo largo y ancho de la península, siempre en el contexto de la celebración de la virgen o del santo patrono del pueblo. Los toros son pues una fiesta integrada de lleno al programa de misas, procesiones, comercio, bebida, juegos, recreaciones y bailes de los pueblos yucatecos. Es uno de los principales atractivos por lo que atraen numerosos visitantes de otros pueblos y aun de regiones apartadas.

   Plaza de toros de Mérida, la tan célebre plaza del sureste mexicano, caracterizada desde hace muchos años, en presentar al toro bravo en toda su dimensión, celebra hoy domingo 27 de enero de 2019 sus 90 años y lo hace también, con un cartel que no desmerece en nada la ocasión:

Esperamos que los anales de este significativo espacio taurino ennoblezcan la memoria, una vez más.

Exterior de la plaza en imagen tomada hacia 1936. En Revista de Revistas. El semanario nacional. Año XXVII, Núm. 1394 del 7 de febrero de 1937. Número monográfico dedicado al tema taurino.

Ciudad de México, 27 de enero de 2019.

BIBLIOHEMEROGRAFÍA

Cervantesvirtual:http://www5.cervantesvirtual.com/cgibin/htsearch?config=htdig&method=and&format=long&sort=score&words=hogal

Historia de la imprenta en los antiguos dominios españoles de América y Oceanía. Tomo I – Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: …Carrascoso. Miguel de Ortega y Bonilla. Herederos de la viuda de Miguel de Ribera Calderón. Juan Francisco de Ortega y Bonilla. José Bernardo de Hogal. Pasa de España a México como oficial de la Tesorería del Ejército. Hace viaje a la corte en busca de licencia para fundar imprenta. Novedades que introduce…: TESTIMONIO DE INFORMACIÓN DADA POR DON JOSÉ BERNARDO DE HOGAL, TÍTULOS Y CERTIFICACIONES CONDUCENTES AL EMPLEO QUE OBTIENE DE IMPRESOR MAYOR DE ESTA NOBILÍSIMA CIUDAD DE MÉXICO”.

   A pesar de los importantes trabajos de Eguiara y Eguren, Beristáin y Souza, José Toribio Medina, así como de las importantes colecciones como las de García Icazbalceta, Fernández de Orozco y otros bibliófilos reconocidos, así como de los fondos que se encuentran en bibliotecas y centros de estudios de gran escala, tanto nacional como extranjero, es imposible tener hasta hoy una relación exacta de todos aquellos trabajos que

salieron de imprentas tan características como la de Joseph Bernardo de Hogal. No existe, hasta el momento, un trabajo que reúna en condición de catálogo ese tipo de datos, por lo que la labor, a lo que se ve, tendrá que ser más bien detenida y reposada.

CEVALLOS MIMENZA, Luis (Seud. YURI): SILUETAS. Relato de costumbres y tipos regionales, en verso y prosa, original de «Yuri». Poemas, romances, siluetas, epigramas, cuentos regionales, boladas, etc., etc. Mérida, Yucatán, México, ediciones «Yuri», 1934. (Sección Editorial).

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Conocido y reconocido en aquellos lares: Santos Gaspar “E Tío Hau May”. Disponible en internet enero 24, 2019 en: https://www.lostorosdanyquitan.com/tragedias.php?y=2013

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Representación, en nuestros días de “La Vaquería”, esto en el barrio de La Mejorada, en honor a la Santa Cruz. Oxkutzcab, Yucatán. Disponible mayo 22, 2014 en: http://sucesiononline.com/2012/04/18/vaqueria-inicio-la-fiesta-de-la-mejorada/

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[1] Niceto de Zamacois: Historia de México, t. 6, p. 745-59.

[2] Alfonso Méndez Plancarte: Poetas novohispanos. Segundo siglo (1621-1721). Parte primera. Estudio, selección y notas de (…). Universidad Nacional Autónoma de México, 1944. LXXVII-191 p.(Biblioteca del Estudiante Universitario, 43)., p. 105.

[3] Véase: Manuel Romero de Terreros: Torneos, Mascaradas y Fiestas Reales en la Nueva España. Selección y prólogo de don (…) Marqués de San Francisco. México, Cultura, Tip. Murguía, 1918. Tomo IX, Nº 4. 82 p., p. 22-26.

[4] Artemio de Valle-Arizpe: La casa de los Ávila. Por (…) Cronista de la Ciudad de México. México, José Porrúa e Hijos, Sucesores 1940. 64 p. Ils.

[5] Federico Gómez de Orozco: El mobiliario y la decoración en la Nueva España en el siglo XVI. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1983.111 p. Ils. (Estudios y fuentes del arte en México, XLIV)., p. 82-83.

[6] Juan Suárez de Peralta: Tratado del descubrimiento de las Indias. (Noticias históricas de Nueva España). Compuesto en 1580 por don (…) vecino y natural de México. Nota preliminar de Federico Gómez de Orozco. México, Secretaría de Educación Pública, 1949. 246 p., facs. (Testimonios mexicanos. Historiadores, 3)., cap. XXIX, p. 111-112.

[7]Cervantesvirtual:http://www5.cervantesvirtual.com/cgibin/htsearch?config=htdig&method=and&format=long&sort=score&words=hogal.

Historia de la imprenta en los antiguos dominios españoles de América y Oceanía. Tomo I – Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: …Carrascoso. Miguel de Ortega y Bonilla. Herederos de la viuda de Miguel de Ribera Calderón. Juan Francisco de Ortega y Bonilla. José Bernardo de Hogal. Pasa de España a México como oficial de la Tesorería del Ejército. Hace viaje a la corte en busca de licencia para fundar imprenta. Novedades que introduce…: TESTIMONIO DE INFORMACIÓN DADA POR DON JOSÉ BERNARDO DE HOGAL, TÍTULOS Y CERTIFICACIONES CONDUCENTES AL EMPLEO QUE OBTIENE DE IMPRESOR MAYOR DE ESTA NOBILÍSIMA CIUDAD DE MÉXICO”.

   A pesar de los importantes trabajos de Eguiara y Eguren, Beristáin y Souza, José Toribio Medina, así como de las importantes colecciones como las de García Icazbalceta, Fernández de Orozco y otros bibliófilos reconocidos, así como de los fondos que se encuentran en bibliotecas y centros de estudios de gran escala, tanto nacional como extranjero, es imposible tener hasta hoy una relación exacta de todos aquellos trabajos que

salieron de imprentas tan características como la de Joseph Bernardo de Hogal. No existe, hasta el momento, un trabajo que reúna en condición de catálogo ese tipo de datos, por lo que la labor, a lo que se ve, tendrá que ser más bien detenida y reposada.

[8] Manuel Romero de Terreros (C. De las Reales Academias Española, de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando): APOSTILLAS HISTÓRICAS. México, Editorial Hispano Mexicana, 1945. 236 p. Ils., retrs., p. 120.

[9] Op. Cit., p. 121.

[10] Miranda Ojeda, Pedro, “Las fiestas nacionales en Yucatán durante el siglo XIX”, en Dimensión Antropológica, vol. 39, enero-abril, 2007, pp. 7-33. Disponible en: http://www.dimensionantropologica.inah.gob.mx/?p=412

[11] John Loid Stephens: Incidentes de viaje en Centroamérica, Chiapas y Yucatán. Tegucigalpa, Honduras 1ª ed., Secretaría de Cultura, Artes y Deportes, 2008. 240 p., p. 165-7.

[12] Luis Alberto Martos: ‘De toros y toreros en Yucatán’, Diario de Campo No 47, Boletín interno de los investigadores del área de Antropología, CONACULTA, INAH, México, Septiembre 2002, p. 2-4.

[13] Robert S. Chamberlain: Conquista y colonización de Yucatán. 1517-1550. México, Ed. Porrúa, 1982. (Biblioteca Porrúa, 57).

[14] Luis Ceballos Mimenza (Seud. YURI): SILUETAS. Relato de costumbres y tipos regionales, en verso y prosa, original de «Yuri». Poemas, romances, siluetas, epigramas, cuentos regionales, boladas, etc., etc. Mérida, Yucatán, México, ediciones «Yuri», 1934. (Sección Editorial).

[15] Op. Cit.

[16] CUARTOSCURO, revista de fotógrafos, año IV, número 22, enero-febrero de 1997: Patricia Martín: “Del Torito al Chocolomo” (ANA LUISA ANZA) p. 22-29.

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DOMINGO IBARRA, y SU RECUENTO CRÍTICO EN LA HISTORIA DEL TOREO EN MÉXICO, 1887. 2 DE 2.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Se apareció don Chepito mariguano en los toros. Grabado de José Guadalupe Posada. Col. del autor.

   En Domingo Ibarra (1811-1893), apreciamos una postura reaccionaria que abrevó de otros tantos autores emblemáticos del siglo XIX, y cuya crítica hacia los toros fue significativa. Me refiero a José Joaquín Fernández de Lizardi, Carlos María de Bustamante, Manuel Payno, Ignacio Manuel Altamirano, Enrique Chávarri o Francisco Sosa.

Su “Historia del toreo en México” es el más vivo recuento del episodio que surge con motivo de la reanudación de las corridas de toros en 1887, luego de que fueron prohibidas en la ciudad de México entre fines de 1867 y 1886, aduciendo para ello la “justa, humanitaria y benéfica resolución del Presidente Benito Juárez que prohibió las lides de toros, como también el art. 1150 fracción XII del Código Penal, que ordena no se atormente a los animales”.

Aquella prohibición, estuvo sujeta también a otra razón importante. Se llevó a cabo en el segundo semestre de 1867 la regulación y control bajo lo indicado por la “Ley de Dotación de Fondos Municipales”, cuyo art. 87 establecía que todo aquello relacionado con impuestos o gabelas, estuviese al corriente por parte de comerciantes o empresarios. El que se encontraba administrando la plaza de toros del Paseo Nuevo, el Sr. Jorge Arellano Arellano no quiso cumplir con la disposición, de ahí que se aplicara el rigor de la ley, sanción que se extendió casi por 20 años.

Si bien, Ibarra cuestiona el estado de cosas que habría de tejerse desde la inauguración de la plaza de toros San Rafael (ocurrida el 20 de febrero de 1887), y hasta junio de ese año, por otro lado nos proporciona datos que dan idea de diversos festejos, toreros, ganado y la actitud misma del público y prensa, además de poner en valor elementos descriptivos sobre el aspecto técnico respecto a cada una de las faenas que reseñó.

Comienza, por decirnos, con la apreciación rural, la descripción del ganado. La hay tan curiosa, como esta: “Quinto toro, meco gateado [lo que, de acuerdo a nuestra visión actual, se trata de un toro chorreado en verdugo] y corniapretado, salió muy fogoso arremetiendo con todos”, para luego pasar al intento constructivo de una crónica, la cual es el mejor reflejo del modo en que se concebían las faenas por entonces.

Es de ayuda fundamental la amplia nómina de personajes –nacionales y extranjeros- que participaron en los festejos por él descritos. De igual forma, una serie de suertes que hoy, una buena mayoría se encuentran en desuso, incluyendo por ejemplo, el episodio del “toro embolado, al que le ponían en la frente monedas de oro y plata.

Incorpora de igual forma, un conjunto de versos que circulaban por aquellos días, y cuya distribución se dio a través de las célebres “hojas de papel volando”, salidas en su mayoría, de la muy famosa imprenta de Antonio Vanegas Arroyo.

Varios retratos de un José Guadalupe Posada recién llegado a la capital del país, van a darle un toque estético inconfundible al libro, tal como sucedió con diversos grabados que remataban aquellas preciosas y codiciadas hojitas impresas en papel de china o de estrasa.

Concede un espacio muy peculiar a opiniones que plumas como la de Enrique Chávarri “Juvenal” o Manuel Gutiérrez Nájera abordan temas derivados de situaciones excepcionales, como fue el caso de la célebre corrida nocturna, celebrada en la plaza Colón, el jueves 18 de abril de 1887. O el caso en el cual una cuadrilla de “niños toreros” se presenta para inaugurar el coso que se ubicaba al interior de la Quinta Corona, propiedad del aún famoso Juan Corona, picador que estuvo colocado en la cuadrilla de Bernardo Gaviño muchos años atrás y quien, en memoria del portorrealeño y con ese nombre, bautizó la plaza el 19 de mayo siguiente.

Son importantes también otra serie de datos, como aquel que rememora el año 1841, cuando en Durango y en su plaza de toros, se celebró una corrida nocturna, la que se iluminó con hachones puestos con profusión en todo el círculo alto de la plaza y en cuyo ruedo actuó entre otros el valiente espada Luis Ávila. También evoca al célebre toro “El León” de Atenco, el cual fue indultado por su bravura allá por 1853, como lo refiere el propio Juan Corona en sus “memorias”, escritas entre 1853 y 1888:

   El año 1853 en la Gran Plaza de San Pablo cuando gobernaba Su Alteza Serenísima, se corrieron en muchas corridas ganado de Atenco cimentando más la fama de que ya gozaban entre los aficionados; pero el más notable de los hechos en ese año en una de tantas corridas, fue la lucha de uno de esos toros con un tigre de gran tamaño y habiendo vencido el toro al tigre, el público entusiasmado con la bravura del toro pidió el indulto y que se sujetara y una vez amarrado fue paseado por las calles de la capital en triunfo acompañándolo la misma música que tocó en la corrida.

   Esos episodios ocurrieron en fechas muy específicas. Tal es el caso de un toro del “Astillero” que se enfrentó 29 de abril de 1838 a un tigre. Y aquí un breve recuento de aquel sucedido, que localicé justo en EL COSMOPOLITA, D.F., del 31 de octubre de 1838, p. 4:

AVISO.-Para el jueves 1º del próximo Noviembre, ha dispuesto el empresario una excelente corrida de seis escogidos Toros de los que acaban de llegar de la hacienda de Atenco, con los cuales los gladiadores de a pie y de a caballo, ofrecen jugar las más difíciles suertes que se conocen en su peligrosa profesión. Luego que pase la lid del primer toro, se presentará en la plaza sobre un carro triunfal, tirado por seis figurados tigres el cadáver disecado, pero con toda su forma, y la corona del triunfo del famoso toro del Astillero, que en el memorable día 29 de Abril de este año, después de un reñido combate venció gloriosamente al formidable tigre rey, con general aplauso de un inmenso concurso que sintió la muerte de tan lindo animal, acaecida a los dos días de su vencimiento, como resultado de las profundas heridas que recibió de la fiera; y a petición de una gran parte de los que presenciaron aquella tremenda lucha, así como de muchas personas que no se hallaron presentes, se le dedica esta justa memoria, por ser muy digna de su acreditado valor.

   Este célebre toro, adornado con todos los signos de la victoria y acompañado de los atletas, será paseado por la plaza al son de una brillante música militar, hasta colocarlo sobre un pedestal que estará fijado en su centro; cuyo ceremonial no deberá extrañarse, mayormente cuando saben muchos individuos de esta capital, que iguales o mayores demostraciones se practican con tales motivos en otros países, y que sin una causa tan noble, existe por curiosidad en el museo de Madrid la calavera del terrible toro de Peñaranda de Bracamonte, que en el día 11 de mayo de 1801 quitó la vida al insigne PEPE-HILLO, autor de la Tauromaquia.

   En fin, que la “obrita” aquí reseñada, la del Sr. Domingo Ibarra, resulta ser una fuente esencial sobre aquella nueva época, la que, desde hace algún tiempo tengo considerada como de la “reconquista vestida de luces”.

España reconoce la independencia de México hasta 1836. Gaviño es, en todo caso un continuador de la escuela técnica española que comenzaba a dispersarse en México como consecuencia del movimiento independiente, pero no un elemento más de la reconquista, asunto que sí se daría en 1887, con la llegada de José Machío, Luis Mazzantini o Diego Prieto «Cuatro dedos». Y no lo fue porque su propósito fundamental fue el de alentar –y aprovechar en consecuencia- el nacionalismo taurino que alcanzó un importante nivel de desarrollo, durante los años en que se mantuvo como eje de aquella acción, y cuyo estandarte lo ondeaba orgullosamente su mejor representante: Ponciano Díaz.

Por lo tanto, y a lo que se ve, la reconquista vestida de luces, debe quedar entendida como ese factor que significó reconquistar espiritualmente al toreo, luego de que esta expresión vivió entre la fascinación y el relajamiento, faltándole una dirección, una ruta más definida que creó un importante factor de pasión patriotera –chauvinista si se quiere-, que defendía a ultranza lo hecho por espadas nacionales –quehacer lleno de curiosidades- aunque muy alejado de principios técnicos y estéticos que ya eran de práctica y uso común en España.

Espero que estas apreciaciones, hayan despertado interés para conocer de mejor forma cual ha sido la evolución del toreo en México, en los últimos 130 años.

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DOMINGO IBARRA, HOMBRE DE INQUIETAS VIRTUDES… DESCUBRAMOS AL AUTOR DE LA HISTORIA DEL TOREO EN MÉXICO, 1887).

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

PRIMERA PARTE.

    Domingo Ibarra (1811-1893) fue un hombre de inquietas virtudes, mismas que materializó sin demasiados obstáculos, publicando varias obras que alcanzaron a cubrir sus propósitos no solo literarios, como aquellos dedicados a exaltar diversas jornadas militares. Del mismo modo nos encontramos con otras publicaciones de índole instructiva: manuales de baile o el “Sistema Métrico-Decimal. Cartilla preliminar teórica destinada a la niñez de la República Mexicana (1883)”. También y como se comprobará, gustaba de la tauromaquia, aunque con reservas pues su Historia del toreo en México (1887) es un reflejo crítico sobre el espectáculo, el cual resurgió ese mismo año en medio del caos,[1] lo que deja percibir sus constantes cuestionamientos sobre tal espectáculo, mismo que conoció desde muy joven, dadas las referencias que dejó plasmadas en las primeras páginas de una obra exenta de índice, la cual escribe de corrido. Lo anterior, de conformidad con el comportamiento que se registró en 1887, año de la reanudación de las corridas de toros, luego de derogarse el decreto que las prohibió en la ciudad de México, entre noviembre de 1867 y diciembre de 1886. Así que el registro de festejos lo comienza con el ocurrido la tarde del 16 de marzo y concluye el 3 de julio siguiente. El libro como tal, fue publicitado para su venta desde el 8 de septiembre siguiente, tal cual lo anunció El Tiempo en su edición de aquel día:

Hemeroteca Nacional Digital de México. El Tiempo, edición del 8 de septiembre de 1887, p. 3.

   Ibarra se dio de alta en el ejército desde 1838 y aunque con presencia intermitente, quizá irrelevante, todavía se mantuvo activo durante el Segundo Imperio (1864-1867).

Al abandonar las filas castrenses encontró oportunidad de laborar con el Ayuntamiento de la ciudad de México. Estando en funciones como Interventor de Casas de Empeño, le sorprende la muerte el 27 de marzo de 1893 de ahí que con 82 años aún no se había jubilado.

La lista de sus obras es como sigue:

Colección de Bailes de Sala y método para aprenderlos sin auxilio de maestro…, con las ediciones de 1860, 1862 y 1868;

Proyecto de ley para la organización del cuerpo central de la contabilidad del material de guerra, presentado para su aprobación A.S.M. el emperador don Fernando Maximiliano I, 1864.

-Proyecto de ley para la creación de cinco jefes de administración de artillería interventores, para los establecimientos de construcción y reparación del material de guerra, 1881.

Sistema Métrico-Decimal. Cartilla preliminar teórica destinada a la niñez de la República Mexicana, 1883.

Historia del toreo en México, 1887.

Un recuerdo en memoria de los mexicanos que murieron en la guerra contra los norte-americanos en los años de 1836 a 1848, 1888.

Churubusco, 20 de agosto de 1847: grato recuerdo a los valientes mexicanos que defendieron el territorio nacional, 1889.

Discurso pronunciado en San Cristóbal Ecatepec por (…) a nombre de la Asociación Patriótica de defensores del territorio mexicano en los años de 1836 a 1848, en el septuagésimo cuarto aniversario del fusilamiento del Generalísimo José María Morelos y Pavón, 1889.

Episodios históricos militares que ocurrieron en la República Mexicana: desde fines del año de 1838 hasta el de 1860, con excepción de los hechos de armas que hubo en tiempo de la Invasión Norte-Americana, 1890.

Tal es la dinámica de este personaje que analizaré a la luz de sus obras, pretendiendo descubrir pensamientos, sentimientos; y sobre todo, su percepción que en tanto mexicano decimonónico tuvo de su siglo.

SOBRE DOMINGO IBARRA.

Domingo Ibarra, o Ybarra, tal cual encontramos su apellido con el uso indistinto de la “i” latina y la “y” griega, nació muy probablemente en la ciudad de México el año de 1811,[2] así que se trata de un personaje surgido en la última etapa del periodo novohispano. Si bien, pudo recibir influencia del mismo bajo el efecto ilustrado, muy pronto vendrían los tiempos de revuelta independentista, con la que seguramente cobra conciencia en sus primeros años de vida. Aunque tendrían que llegar los que se desarrollaron durante su juventud, justo en el momento en que el nuevo estado-nación intentaba materializar sus aspiraciones. Lamentablemente aquellos anhelos fueron en vano, pues poco a poco, los conflictos internos, las influencias externas, así como la desmesura de ciertos gobernantes llevaron al país por la senda del caos, la anarquía, la bancarrota. Se perdió territorio en 1836, ocurrió una dolorosa invasión en 1847… Más tarde, en medio de la extravagancia y del extravío se optó por un segundo imperio (no bastó el que Agustín de Iturbide pretendió entre mayo de 1822 y marzo de 1823), el cual encabezó Maximiliano I de México, de abril de 1864 a mayo de 1867. Vino ese mismo año la esperanzadora declaración de una “segunda independencia” abanderada por Juárez. A su muerte, con nuevas disputas por el poder, transcurrió el breve periodo encabezado por Sebastián Lerdo de Tejada y luego el largo episodio a cuyo frente estuvo el General Porfirio Díaz.

Seguramente lo que estamos viendo en Ibarra sea a un hombre ecléctico, formado bajo toda esa patología nacional que no sólo lo marcó a él, sino a muchos mexicanos cuya vida transcurrió en circunstancias que pesaban más en esos ciudadanos comunes y corrientes, urgidos de consolidar una vida más o menos estable.

La cercanía que tenemos cada vez más con Domingo Ibarra, nos permite entender a un hombre de carne, hueso y espíritu con diversas vocaciones y vertientes, donde la vena histórica y literaria fueron, entre otras actividades parte de su propio perfil.

Sobre él se tiene hasta ahora una escasa información, aunque suficiente para entender algunos aspectos personales así como de la obra que legó, abordaje temático del que me ocuparé a continuación.

Se sabe que se dio de alta en el ejército en el año de 1840, durante el cual ya se ostentaba como Oficial 3° en la Inspección de Artillería del Departamento de México.

En una evaluación de rutina, Joaquín de Alva realizó este pequeño perfil:

AH-SEDENA. Caja Núm. 208. D/111-5/3239. Ybarra, Domingo. Tte. Coronel de Inf., 13 f., foja foliada con el número 25.

   Por otro lado, puede concluirse que cumplió su ciclo en dicha institución castrense con fechas que podrían remontarse al año de 1884, momento en que ya era Capitán 2°. El 5 de abril de ese año, le fue asignada comisión para establecerse en la Plaza de Tampico. El mismo día, pero tres años atrás, fue requerido su expediente, justo cuando contaba con el grado de Teniente Coronel. En nota manuscrita se indica “Debe el expediente en 499 fojas útiles”. ¿Alcanzó a ser tan extenso el documento en su época? ¿Por qué ahora sólo se encuentra integrado por 13 fojas?[3]

Pues bien, ya retirado de las filas militares, dispuso de energías suficientes para continuar en otras actividades, como funcionario público y autor de diversas obras, varias de las cuales realizó bajo la égida militar.

En 1892 estuvo asignado por el Ayuntamiento Constitucional de México como “interventor del ramo [en evaluación de las casas de empeño], y hasta el 27 de marzo de 1893, en que le sorprendió la muerte, conservaba el empleo de “Interventor de las casas de empeño”, tal cual se puede constatar a continuación:

Archivo Histórico de la Ciudad de México. Fondo: “Casas de empeño”, Vol. 885, exp. 90. 1893, f. 1.

   También, entre los documentos localizados en el Archivo Histórico de la Ciudad de México (AHCM, por sus siglas), se encuentra uno en el que sobresale el hecho de que entre junio de 1872 y abril de 1873, Domingo Ibarra era jefe de la Sección 6ª en la Secretaría del Gobierno del Distrito, en el ramo de licencias, lo cual despierta algunas sospechas sobre un doble ingreso (el que tenía en el ejército y este otro) ¿o estaba inactivo en el ejército y por eso se dio de alta en el Ayuntamiento de México?

También en el fondo “Instrucción pública en general”, Vol. 2492, exp. 1666, de 1883, del propio AHCM, se pudo apreciar que Domingo Ybarra “pide si fuere conveniente se declara obra de texto su “Cartilla métrico decimal”.

Pero de todas estas circunstancias, la que más nos atrae para estudiarlo, como se pretende, es conocer su opinión al respecto del libro que la imprenta de J. Sánchez Velasco publicó en 1887 y que lleva el título de “Historia del toreo en México”.

Para muchos quienes nos consideramos bibliófilos, este volumen se convirtió en auténtico “garbanzo de a libra”, pues los pocos que han llegado hasta nuestros días, apenas se encuentran en unas cuantas bibliotecas. Recientemente la extinta CONACULTA dio a conocer el documento en versión digital, pero al buscarla con objeto de documentar y poner al alcance de los interesados tan interesante información, veo que ya no se encuentra disponible.

Portadilla del libro aquí reseñado.

   Bastan los primeros párrafos que Domingo Ibarra nos presenta en el libro, para tener un panorama general del que fue –a sus ojos- el comportamiento taurino habido en los siglos virreinales y luego hasta comienzos del año en que esa publicación fue dada a conocer.

CONTINUARÁ.


[1] Ya se desvelará y explicará esta peculiaridad.

[2] Aunque también sea posible que su lugar de nacimiento fuese el actual estado de Durango (para 1809 dicha región formaba parte de la Nueva Vizcaya). Lo anterior, como resultado del oficio fechado el 6 de octubre de 1842, mismo que se encuentra en el expediente del propio personaje en el Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional (AH-SEDENA, por sus siglas), bajo la siguiente descripción: Estados Unidos Mexicanos (Figura del escudo nacional). Secretaría de Guerra y Marina. Año de 193(…). Caja Núm. 208. D/111-5/3239. Ybarra, Domingo. Tte. Coronel de Inf., 13 f., f. 1 y 1v.

[3] Es posible que, bajo algún principio de descarte, fueran eliminados aquellos documentos sin valor archivístico.

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POR UNA MEJOR TAUROMAQUIA EN MÉXICO.

EDITORIAL.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 

¡Va por ustedes! Grabado de José Guadalupe Posada. Col. digital del autor.

 Todavía parece largo el camino que nos permita alcanzar el año 2026 con el que habrán de cumplirse los 500 de la primera celebración taurina en estas tierras. Ese hecho, conviene recordarlo, ocurrió el 24 de junio de 1526.

Desde entonces y hasta hoy, el recuento de festejos alcanza cifras imposibles de medir. Es una fiesta concebida a partir de otros tantos pretextos que le dan un significado profundamente valioso, el cual le confiere el inapreciable valor de patrimonio.

Inmoderada tradición que derivó de un duro proceso como la conquista, se mantiene hoy en medio de una confrontación, la del pro y el contra, pero también de cara a lo inestable de un destino el cual debemos entender como el de su fin natural.

Sin embargo, existe un aliento de esperanza, fundado en la positiva acción y reacción de todos aquellos “taurinos” que se sienten comprometidos con la recuperación de su grandeza. Muchos otros se han alejado en medio del desencanto, el que observan cuando esa fiesta a la que deben profundos y entrañables recuerdos, se convierte en rehén de unos cuantos que la han lastimado y ofendido hasta su extremo, y son ellos quienes la vulneran en forma vergonzosa.

Y pregunto, como aficionado qué ocurre con la frecuente presencia de ganado que no cumple con lo establecido no solo por reglamento, sino hasta por sentido común lo que, en forma contundente genera la primera gran sospecha. No es solo engaño, es fraude y escamoteo.

Créanme que entre los últimos festejos que se celebran al finalizar el año, son días de fiesta, pues son las pocas oportunidades de apreciar al toro en toda su dimensión (recordamos a los de Barralva, o ese encierro de San Mateo que se lidiará el próximo 13 de enero), para luego observar el derrumbe con la reaparición de esas ganaderías “que son garantía de espectáculo”, pero que son también innombrables.

Esperamos con impaciencia que las empresas en su conjunto se apliquen, intentando corregir sus desaciertos (y que conste, no son todas) y que han causado la más importante respuesta de la afición, misma que consiste en que no se colmen los tendidos. El que una plaza como la “México”, por ejemplo, tenga pésimos balances en sus entradas, produce preocupación. La empresa a estas alturas ya debería tener controlada y corregida una situación que como esa, afectaría a cualquiera. Sin embargo, dicho asunto parece no preocuparlos.

No se deben esperar fechas o “tablitas de salvación” como los festejos organizados alrededor del aniversario de esa plaza. Aun así, a pesar del cartel o los carteles que se monten, puedo decir con certeza que el coso de Insurgentes no se ha llenado a su máxima capacidad desde hace muchos años. Por tanto, esa es una gran tarea a resolver.

Justo por estos días se celebran en territorio estadounidense diversos partidos de futbol americano que convocan a miles de aficionados y dada la dimensión de esos encuentros, la impresionante cobertura mediática (dentro y fuera de los estadios), y otros aspectos en torno a ese aspecto, hacen que aquello se convierta en una afortunada circunstancia que garantiza el negocio desde cualquier punto de vista. Aquí, y tratándose de los toros, ese punto parece manejarse como artículo de segunda mano.

Creo que al margen de si son necesarios o no verdaderos profesionales de la mercadotecnia, lo que funciona o funcionaría muy bien es recuperar, en la medida de lo posible, y sin alterarlo, el peso de la costumbre. Quizá deba renovarse en la forma, pero no en el fondo. Incluso, ni siquiera es prioritaria esa alternativa, pues la sola continuidad de una costumbre como es la de los toros tiene garantizado un importante peso en su poder de convocatoria…, pero hay que saber encontrar el “quid” del asunto.

Por ejemplo, las fiestas patronales y toda su organización, responden favorablemente a la articulación de corridas de toros, peleas de gallos, coleaderos, palenques, montaje de juegos mecánicos y otros pues se involucran empresarios, mayordomos y otro conjunto de personas cuya participación hace que brillen con luz propia todas esas conmemoraciones.

Un buen amigo me platicaba haber estado en una de las más recientes ferias en Autlán de la Grana, y lo que observó fue un festejo taurino con excelentes resultados: plaza llena, buen cartel, buenos toros, buenos precios. Claro, me estoy refiriendo a una plaza cuya capacidad es de seis mil asistentes. Pero aun así, lo que se tuvo como balance es que la organización en su conjunto, busca que quien llegue a un poblado como Autlán, o como muchos más, y que entre sus atractivos se encuentren este tipo de actividades, pues parece ser conveniente para reconocer que algo se hace en bien de la fiesta.

Conviene poner en valor la presencia de la prensa, ese poderoso vehículo de información que incluye el noble ejercicio de la crítica, síntoma que desde hace tiempo es un ausente notorio. No basta la lectura de noticias, basta también tener visible una postura imparcial, esa que permite a quien da uso de los medios masivos de comunicación para que fluyan opiniones y luego se conviertan estas en referencia. También en ese sentido, son muy pocos quienes emiten ese tipo de reflexiones, por lo que es imperativo decir aquí sobre el hecho de que en este aquí y ahora, ya deben estar influyendo tres o cuatro plumas o voces, convertidas en referencia, tal cual sucedió en su momento con José Alameda o Paco Malgesto, y vaya que uno y otro tuvieron en su momento “cola que les pisaran”.

La dimensión que alcanzan las tecnologías de información y comunicación (TIC, por sus siglas) es impresionante. Portales de internet, blogs y nanoblogs; la creación de comunidades homogéneas que persiguen fines específicos y otras circunstancias a veces se desperdician en el tráfago de su manejo, por lo que siendo un instrumento que manejan o administran de mejor manera las juventudes, sea también la forma para que a través de esos “hilos invisibles, por virtuales” se alcance a cubrir un verdadero propósito. Evidentemente lo hemos podido comprobar, y uno de esos valiosos resultados se concretó luego del terremoto del 19 de septiembre de 2017, por ejemplo. Esa cohesión, ese organizarse y ese responder a situaciones adversas permite alcanzar a entender, como ya lo dijo hace unos días el religioso dominico Miguel Concha Malo en que “Si bien es cierto que las redes sociales, con sus llamadas “tendencias”, hoy hacen contrapesos en la opinión pública, también es verdad que, por mucho, las movilizaciones sociales en las calles tienen cargas simbólicas y políticas que convocan a una amplia diversidad de grupos en México”.

Pues bien, ahí están una serie de respuestas que pueden ser útiles en verdad si en la misma medida, responden quienes quieren o desean que mejore el destino de la tauromaquia en México. Al comenzar un nuevo sexenio y apreciar cómo se van desmontando auténticos imperios de corrupción y miseria, de poderes fácticos que dañaron en profundidad a la población de este castigado país, bien merecería que la tauromaquia fuera sometida a procesos de depuración como los apuntados. Quien quita y podamos tener esa TAUROMAQUIA, ahora sí con mayúsculas, privilegiada y con mejor trato y condición.

Termino diciendo que no se entienda lo anterior como una tardía carta a los reyes, sino la forma más honesta de retomar cada quien desde su parcela, el papel asumido que ya no es solo pasivo. Se trata de una respuesta activa y reactiva a la cual sumamos lo mejor de cada uno de nosotros.

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LA SUERTE DE VARAS VISTA POR IRIARTE y POSADA.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

De la colección digital del autor.

   Entre la pintura de Hesiquio Iriarte (de 1896) y el grabado de José Guadalupe Posada (ca. 1890), existen enormes semejanzas, pero también marcadas diferencias sobre un mismo hecho: la suerte de varas.

Por un lado, tenemos la obra del pintor mexicano quien ya había comenzado a publicar apuntes desde 1851, lo cual indica que para 1896 ya es un personaje bastante mayor, aunque todavía con la firmeza del trazo en su haber. En el caso de Posada, tenemos a un artista con alrededor de cuarenta años, en plena producción que ya para ese entonces, está plenamente definida.

En uno y otro caso, ambos se inspiran en la suerte de varas que se practicaba al finalizar el siglo XIX, lo cual es indicativo en el hecho de que no se usara todavía el peto protector, mismo que vino a usarse en México hasta el 12 de octubre de 1930. Era también una época donde para, una “mayor” protección, los varilargueros adozaban a las cabalgaduras de unos trozos de cuero que, despectiva o peyorativamente el pueblo llamó “baberos”. No era, ni por casualidad la elegante anquera, pieza que era de uso común, y que tenía por objeto no solo el adorno, pues la había muy bien labradas. Se trata de una especie de “enagüilla de cuero grueso que cubre el anca del caballo y va ribeteada alrededor de su parte baja con zarcillos o brincos, hermosamente calados, de los cuales cuelgan algunos adornos lamados “higas y cascajos” a los que la gente de campo llama “ruidosos”. Este aditamento sirve para amansar al potro y asentarle el paso y es muy útil para ayudar a su educación, además de que lo defiende de las cornadas de los toros”.

Pues bien, al observar una y otra estampa, encontramos que el propósito del que había que dejar testimonio era la para entonces muy importante suerte que los de a caballo realizaban en medio de constantes sobresaltos, pues de no haber sido hábiles vaqueros, como muchos los fueron, aquello habría tenido tonos bastante desagradables. Se dice, por ejemplo, que hubo piquero el cual conservó su cabalgadura en más de una tarde, y esto supone el buen desempeño a la hora del encuentro, pues con ello no se producían las estampas de tumbos y ataques arteros que tendrían los toros sobre los jacos en la arena.

Uno de los más hábiles picadores de aquella época fue Vicente Oropeza, considerado luego, entre el círculo de sus amistades, como “el mejor charro del mundo”, lo cual no es poca cosa. Fue integrante de la cuadrilla de Bernardo Gaviño, y posteriormente en la que integró Ponciano Díaz, para luego separarse de la misma, casi al finalizar el siglo XIX, cuando pasó a formar parte de la “troupe” de Búfalo Bill, con quien recorrió buena parte del territorio norteamericano.

Seguramente, y por las características que de él tenemos, justo quien se convierte en el protagonista de las imágenes es el propio piquero, de origen poblano (1858-1923) Vicente Oropeza.

También por aquellas épocas, circulaba un buen e integrado grupo de picadores, como es el caso de Celso González, Alberto Monroy, Arcadio Reyes “El Zarco”, Salomé Reyes, Domingo Mota, José María Mota “El hombre que ríe” y muchos más, cargados de leyendas y aventuras.

Sin embargo, y como la ocasión me obliga, hay que regresar a las ilustraciones para detallarlas un poco más.

Entre lo que puede apreciarse es que en ambos casos, la suerte de varas se practicó de acuerdo a los usos y costumbres, con lo que estos personajes fueron certeros haciendo mojar el chuzo. Sin embargo, en el caso de la obra de Iriarte se observa que el toro entró a la jurisdicción sin humillar. Más bien con la cabeza arriba, poniendo en riesgo al montado, quien por eso pierde el sombrero jarano (no el castoreño, que ningún picador mexicano lo llevó por entonces), y con todo Oropeza logra detenerlo y controlarlo, pues así es de imaginar por la solemne tranquilidad que presenta el peón de brega que se encuentra a la izquierda. Poco más atrás, y si la ocasión ameritaba, se encuentran dos picadores reservas listos para entrar en acción.

Así que Vicente, quien viste una chaquetilla charra, nos deja admirar la forma en que consiguió dar esa buena vara, controlando con la mano izquierda las riendas del caballo evitando con ello el tumbo inminente.

Del grabado de Posada, también apreciamos que destaca la figura del poblano, quizá en el mínimo detalle del bigote con el que se hacía lucir nuestro personaje, así como por la vestimenta, un híbrido de las prendas que vinieron a imponer los españoles, pero que no lograron convencer a los nuestros quienes de una u otra forma, intentaron seguir saliendo al ruedo con elementos decorativos como el sombrero jarano, ese de ala ancha, que también se conocía como de “piloncillo”. Ahí si podemos observar que el toro, aparentemente berrendo en negro de pinta (y que entonces se le conocía en el argot campirano como pinto prieto) entró a la cabalgadura humillando, hasta el punto de que el picador, afianzado en la silla de montar, pero sobre todo en el manejo también muy hábil de las riendas, consiguió consumar la suerte en forma apropiada, mientras el peón sólo hace las veces de pieza decorativa, sin presentar el capote.

Con la intensidad del colorido, y lo austero en el solo grabado, los artistas Iriarte y Posada nos permiten entender, a la luz de sus obras, el significado de una suerte hoy día tan cuestionada, pero que debe recuperar su grandeza partiendo del solo hecho de realizarla “como Dios manda”, sin tapar la salida, sin estiras ni aflojas o bombeos, y sin el deliberado propósito de echar a perder elementos valiosos para la faena de muleta.

Las opiniones al respecto son encontradas. Sin embargo, es preciso poner al día ciertos fundamentos de la lidia, y estos en alianza directa con el reglamento taurino vigente, para que entonces se entienda de mejor manera el propósito que persigue. Es preciso poner en práctica concursos, como los que suelen celebrarse en ruedos franceses, y donde quienes brillan por su espectacular protagonismo son precisamente los picadores, hulanos o varilargueros, realizando la suerte de conformidad con lo establecido por la costumbre y no por otra cosa que sea esta.

Al perder valor, e ignorar el público asistente sobre esa circunstancia, la primera respuesta que se tiene nada más aparecer en escena durante la lidia, es la hostilidad, el desprecio y una oportunidad menos de apreciar en toda su dimensión, la razonable utilidad que tiene o tendría dicha suerte de practicarla como lo demanda la afición.

Desde Juan Corona, esto a mediados del siglo XIX, y que se hizo célebre por usar una vara de otate, hasta las celebridades de nuestros días, y que lo son y deben seguir siendo esos personajes que en lo histórico y simbólico perdieron protagonismo, sobre todo cuando el reinado de Felipe V avanzaba en medio de una forjada ilustración que se negó a aceptar costumbres de este tipo en España. Aun así, y al pasar a otra escala en el desarrollo de la lidia, su intervención sigue siendo obligada (con lo que se evitaría que se convierta, como ya lo es, lamentablemente, en solo un elemento decorativo).

Creo que en una necesaria y urgente puesta al día del reglamento taurino, circunstancias como las que rodean al segundo tercio de la lidia, deben ser sometidas no necesariamente a cambios, sino a la sana petición de que se recobre y dignifique la suerte de varas y que no sea causante también de esos juicios infamantes que provienen de sectores contrarios o que se oponen al desarrollo del espectáculo taurino que ya tanta carga de desprecio y devaluación han causado sin tenerla ni deberla, pues son otros –justo muchos de sus protagonistas-, quienes siguen empeñados en hacer de esto un remedo.

La fiesta de nuestros días, en este ya muy avanzado siglo XXI, debe seguir siendo un ejemplo de conservación, sobre todo porque se trata de una representación que acumula simbolismos muy especiales y que, por omisión o desaire, pierde tan importantes valores.

Estamos obligados a enaltecerla.

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