Archivo mensual: junio 2020

UN LENTO AVANCE DEL TOREO MEXICANO DECIMONÓNICO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

Portada del libro TOROS y TOREROS en 1927, de Tomás Orts Ramos «Uno al sesgo».

   Entre los saberes con que contaba aquella pequeña comunidad de la tauromaquia mexicana, al comenzar el siglo XIX, estaba el conocimiento que tendrían en actividades rurales, lo cual debe haber permitido un acceso natural a espectáculos urbanos, creando con ello un desempeño impecable en suertes, lo mismo a pie que a caballo. Estas deben haberse configurado con el toque de riesgo, habilidad, espontaneidad y demás posibilidades para estimular la capacidad de asombro entre los asistentes a los innumerables festejos que se presentaron en plazas como Chapultepec, San Antonio Abad, Santa Isabel, Santiago Tlatelolco, San Sebastián, Jamaica, la de los Pelos, Lagunilla, Tarasquillo, Don Toribio, Villamil, San Pablo, el Volador, Necatitlán, la del Boliche, de la Alameda o la Plaza Nacional.

Es de lamentar que la escasa prensa de la época sólo permitiera pequeñas inserciones de algunas corridas, como lo es también la inexistente literatura, y los carteles, así como la iconografía, de ahí que esos años queden en una tremenda oscuridad. No hay tampoco entre los viajeros extranjeros de aquella época una cita, una referencia, por lo tanto: ¿qué estaba pasando en el toreo?

Con la presencia de hasta 17 plazas de toros en la ciudad de México, es de esperarse una actividad permanente, contando para ello con diversos pretextos para celebrar, contratar toreros, adquirir ganados. Es decir, todo estaba garantizado.

Durante el último tercio del siglo XVIII, la figura central era Tomás Venegas “El Gachupín toreador”, dejando una estela que otros debieron seguir. Así que con esa referencia, debió haber suficiente motivo para encontrar continuidad, pero el camino se oscurece y no encontramos nada en especial. ¿Qué pasaba entonces?

Ni la Pragmática-Sanción de Carlos IV que impedía la celebración de festejos taurinos en España y sus colonias (1804), ni la presencia del virrey Félix Berenguer de Marquina (1800-1803), antitaurino declarado (los que siguieron hasta 1823 con el Trienio liberal, cuyo último jefe político superior fue Francisco Lemaur de la Miraire, ninguno de ellos dio muestras de rechazo), fueron razón suficiente para que de este lado del mundo dejaran de darse festejos. En todo caso, la frecuencia con que se desarrollaron, una posible monotonía en su contenido, la no presencia de figuras notables, y solo representada en aquellos héroes anónimos apunta a ser la respuesta.

Extraña que la literatura tampoco se ocupe del asunto. Tuvo que aparecer en escena José Joaquín Fernández de Lizardi y poco tiempo después Carlos María de Bustamante para ser los encargados de un sistemático rechazo, inflamado todavía por las ideas ilustradas que imperaban y donde al menos tres impresos daban razón a estos célebres autores. Me refiero en principio a la Segunda parte de los soñados regocijos de la Puebla (de la que me ocuparé más adelante), Pan y Toros, El mexicano, enemigo del abuso más seductor y Oprobio de la humanidad y de nuestra ilustración. Epístola a un amigo, esta salida de la Oficina de María Betancourt en 1821. Se trataba de una obra en verso que desaprobaba las corridas de toros por ser un espectáculo que corrompía las buenas costumbres, desataba las más bajas pasiones y enajenaba a la sociedad, así sin más.

La vida cotidiana no pudo quedar reducida a la nada, fueron años en que poco a poco se incentivó el anhelo largamente acariciado de libertad siendo esta suficiente razón para que la sociedad se mostrara inquieta, relajada.

Sin embargo, tenemos que acercarnos más, para conocer que ciertas prácticas, como las ocurridas en el teatro, daban señas muy claras de decadencia, de un repetir las obras con repartos que cada vez se desmantelaban más porque no tenían auténticos actores en escena, sino improvisados, sumando a ello las constantes protestas de los asistentes por tan señaladas deficiencias (a pesar de que el catálogo de obras representadas era amplio y de que los empresarios buscaban nuevas versiones; querían actualizarse), así como por una pesada reglamentación. Y esto es resultado del férreo control habido para con esa diversión. Pues algo parecido sucedía entonces en los toros.

El afrancesamiento de que se impregnó el siglo de las luces fue extremo, hasta en el arte. La riqueza y abundancia del barroco de las iglesias quedó aniquilado para que se impusiera la austeridad del neoclásico.

La capacidad económica de la Nueva España apoyaba al reino español que enfrentaba diversos conflictos militares con el envío de las extracciones que, en oro y plata salían de las diversas minas de este territorio, de ahí que se respaldara el sistema hacendario. Había pasado ya el triste episodio de la expulsión de los jesuitas en 1767 y a esto se sumó la enajenación de los bienes de la iglesia entre otros incentivos en algo que podría pensarse como el tránsito de un periodo estable. Si esto generó elementos activos o reactivos en la sociedad, la respuesta puede apreciarse en la mala, pésima calidad de los espectáculos, lo que con toda seguridad, representaba el abandono de sus seguidores y tal comportamiento se dio más en el espacio urbano, lo que por nada impedía el desarrollo espontáneo y natural que seguía registrando el rural.

Con la debilidad política y militar que iba mostrando España, cada vez era menos posible seguirla considerando como enlace o asidero, y en todo caso era, al comenzar el siglo XIX, momento propicio para que aquel relajamiento de las costumbres y las ideas, se materializara en alguna revuelta donde su principal elemento, el pueblo -y este concepto representado en diversas escalas como la de las castas-, fuese el principal polvorín de la causa.

No olvidemos tampoco que ante toda esta vigilancia y administración, reforzada por una ya decadente Inquisición, esto generó desinterés entre los principales seguidores de aquellos espectáculos. Tampoco, y por lo menos entre 1805 y 1809 se tiene registro alguno de festejo en la capital del virreinato.

Y claro, cuando ya era manifiesto que el pueblo hiciera suyo el espectáculo, la nueva expresión del toreo de a pie aún no se encontraba delineada en los términos como hoy día se practican, con lo que se agrega otro ingrediente a la larga lista en aquellos tiempos.

Sobre la Segunda parte de los soñados regocijos de la Puebla (1785).

    Para entender este manuscrito, es necesario remitirse a un primer escenario sobre el férreo control que impuso la iglesia, y esto a partir de lo en 1645 ya señalaba el obispo Palafox de Mendoza:

Las comedias son la peste de la república, el fuego de la virtud, el cebo de la sensualidad, el tribunal del demonio, el consistorio del vicio, el seminario de los pecados más escandalosos (…) ¿Qué cosa hay allí que sea de piedad y religión? ¡Ver hombres enamorando, mujeres engañadas, perversos aconsejando y disponiendo pecados!

Ciento cuarenta años después, Poderoso y Tejocote que son los personajes en dicha obra, recuerdan que esta fue dedicada a la erección del Hospicio de Pobres en Puebla en 1784. Ya entrados en diálogo, se acercan a platicar sobre toros y lo que plantean es un ambiente de tensión que seguía imponiendo no solo la iglesia, o los decretos y otras ordenes por parte de la corona, sino el estado de temor que seguía imponiendo la Inquisición, aparato represor activo, listo a intervenir en detenciones ante cualquier caso que incrementaba la lista de delatados.

Frente a una situación así, es claro que el pueblo tenía que responder en forma absolutamente relajada lo que rompe poco a poco con aquel “prohibido prohibir” impuesto a raja tabla, pero el daño estaba hecho, como ya se dijo.

Los personajes argumentan con muy buenas referencias cómo una bula papal De salute gregis dominici expedida por S. Pío V ordenaba la ex comunión. Habiendo sido atenuada, entonces el cargo impuesto era homicidio voluntario. Decretos, medidas, edictos y otros instrumentos emitidos por la corona y respaldados tajantemente por los virreyes se impusieron también. La medida más notoria –de 1805 a 1809- se sumó al estado de cosas. Un año más tarde, estalla el movimiento independiente y se mantiene, en forma intermitente hasta 1821. Lo anterior no daba muchas condiciones para celebrar festejos tan notorios, de acuerdo a lo que la costumbre iba estableciendo. Fue necesaria la estabilización para recuperar el paso, situación que habría de alcanzarse entrada ya la tercera década del XIX.

Funcionaban por entonces la plaza Nacional de Toros, Necatitlán, la del Boliche y la Alameda. Toros, habría habido una buena cantidad disponible, proveniente de diversas unidades de producción agrícola y ganadera, como fue el caso de Atenco, por ejemplo.

Veamos finalmente la dinámica de esta hacienda ganadera y algunas más, que enviaron toros a la capital y otras provincias.

1824: Plaza Nacional de Toros.-Los toros que se lidiarán (en el curso de febrero, son) de la conocida y distinguida raza de Atengo (Atenco). México, 25 de enero de 1824.

Cartel: PLAZA NACIONAL DE TOROS. Domingo 15 de agosto de 1824 (SI EL TIEMPO LO PERMITE). La empresa, deseando tomar parte en los justos regocijos por los felices acontecimientos de Guadalajara, no menos que en la debida celebridad del EXMO. Sr. D. NICOLÁS BRAVO, a cuya política y acierto se han debido, determina en la tarde de este día una sobresaliente corrida, en la que se lidiarán ocho escogidos toros de la acreditada raza de Atenco, incluso el embolado, con que dará fin.

Carlos María de Bustamante: Diario Histórico de México. 1822-1848. 9 de mayo de 1825

 (Horrible calor) Esta mañana, a las tres, se anunció por la campana mayor de Catedral el horrible fuego que apareció en la plaza de Toros, que la ha reducido a pavezas;

Martes 10 de mayo de 1825. (Verano hermosísimo) Mucho da qué decir y pensar el incendio de la plaza de Toros (la de San Pablo) donde el empresario “tenía contratada una gruesa partida de toros para lidiar al precio de 50 pesos al administrador de Santiago Calimaya, de los famosos toros de Atengo”.

1826: PLAZA DE TOROS EN TENANCINGO, MÉX. Nos dice EL SOL, D.F., del 20 de diciembre:

En el pueblo de Tenancingo se van a lidiar en la próxima pascua tres corridas de toros superiores de Atengo (Atenco), en plaza formal y por toreros bien inteligentes; asimismo treinta tapados de treinta pesos con sus mochilleres (sic) de a cincuenta: la que se noticia a las personas que gusten ir a divertirse.

1827: Carlos María de Bustamante: Diario Histórico de México. 1822-1848. Octubre de 1827:

Señores editores: Habiendo pasado la estación de las aguas, ha vuelto a comenzar la diversión de toros en Necatitlán. En los dos días últimos se ha lidiado excelente ganado que entiendo es de la hacienda de la Cañada, cuya raza según he visto no excede en belleza, agilidad y bravura a la de Atenco. Sería bueno que los empresarios anunciaran siempre al público de donde son los toros que le van a presentar, y consultando a sus intereses se les recomienda que no den ganado más que de Atenco o la Cañada y no compren por una economía mal entendida de aquellos partideños que solían echar a la plaza el año pasado.

Es de ustedes afectísimo servidor. L. M.

1829: Atenco fue considerada abiertamente la “Hacienda Principal” a partir de 1829. Tuvo como anexas las haciendas de San Antonio, Zazacuala, Tepemajalco, San Agustín, Santiaguito, Cuautenango, San Joaquín así como la vaquería de Santa María y los ranchos de San José, Los Molinos y Santa María. Antes, cada hacienda tenía un administrador; desde ese año habría un sólo administrador para todas y, a lo largo del siglo XIX, diferentes individuos ocuparon ese puesto.

También desde 1829 “La Principal” se dedicó únicamente a la ganadería, que desarrollaba en los siguientes potreros: Bolsa de las Trancas, Bolsa de Agua Blanca, Puentecillas, Salitre, Tomate, Tiradero, Tejocote, Tulito, San Gaspar y La Loma. Las demás haciendas sólo tenían los animales necesarios para la labranza y para el transporte de los productos.

1830: Sr. Coronel D. Antonio de Ycaza. Atenco, octubre 26/830 (Documento manuscrito):

(…) En cuanto á que ha parecido al muy corto el número de Becerraje, herrado en los días 11 y 12 del corriente, que fueron 258 cabezas, solo diré a V. que estas son las que hay, escepto diez cabezas que por estar demasiadamente flacas sin herrarse, y si se lograre que se reformen, se herraran y de ello daré a V. parte, pues de los que se recibieron como estaban las vacas picadas de enfermedad murieron algunas de ellas y de consiguiente las crías, y a más de estas otras que en razón de lo expuesto perecieron.

1833: PLAZA DE TOROS DE LA ALAMEDA.-La próxima Pascua (7 de abril) comenzará sin variación alguna la nueva temporada de toros para la que se ha recibido una remesa de las haciendas de Sajay, La Cueva y los Molinos, a toda prueba buena, escogida y que difícilmente se mejora. Las diversiones dispuestas para dicha Pascua en las tres corridas de once que habrá, podrán verse en el cartel y anuncios de estilo que se fijarán el sábado”. (El Telégrafo, Nº 86 del sábado 6 de abril de 1833).

Mencionados los toros de …los Molinos, esta referencia no puede ser más que para aquellos toros venidos de una de las fracciones o estancias de la hacienda de Atenco, denominada Molinos de los Caballeros, ubicada actualmente en el Municipio de Epitacio Huerta (en el Estado de Michoacán de Ocampo),

Domingo de Pascua, 7 de abril de 1833. (Mucho calor) Esta tarde se ha estrenado una magnífica plaza de toros en el barrio de San Pablo, construida de cuenta del coronel (Manuel de la) Barrera en el mismo lugar donde estaba la que se quemó el día que por desgracia llegó a Veracruz Mr. Poinsett. La concurrencia ha sido numerosísima y brillante con asistencia del vicepresidente Gómez Farías y el Ayuntamiento, pues dizque se hizo la función en celebridad de la instalación del Congreso y no en aumento y utilidad del bolsillo de Barrera. Excelentes caballos de los picadores, buenos arneses, pero mal ganado, sin embargo fueron despanzurrados dos caballos. También hubo toros en la plaza de Necatitlán y en la Alameda, he aquí una ciudad torera, que retrograda a la barbarie en vez de marchar a la ilustración gótica en el siglo XIX. El gobierno cree que así aleja las conspiraciones, como creen todos los tiranos cuando le hacen ruido al pueblo para que no piensen sobre su posición.

EL FÉNIX DE LA LIBERTAD, D.F., de abril de 1833: TOROS EN LA PLAZA DE LA ALAMEDA.

Con motivo de haberse esparcido varias especies tan infundadas como equívocas en orden a dicha plaza, atribuyéndolas gratuitamente, ya al gobierno, ya al empresario, se ha juzgado necesario para desengaño del público participarle que la próxima pascua verá comenzar sin variación alguna la nueva temporada de toros, de que se ha recibido una remesa de las haciendas de Sajay, la Cueva y los Molinos, a toda prueba buena y escogida, y que difícilmente se mejora, pudiéndose decir sin temor de errar, que puede competir con la que se le presente, lo que calificará y no podrá desmentir, el juicio imparcial y buen gusto de los inteligentes. Las diversiones dispuestas para dicha pascua en las tres corridas de once que habrá, podrán verse en el cartel y anuncios de estilo que se han fijado.

LA ANTORCHA, D.F., 7 de abril de 1833. TOROS. En la plaza de S. Pablo, en las tardes de estos tres días y en la de Necatitlán, hoy y mañana, de once; y pasado mañana en la tarde.

LA ANTORCHA, D.F., 9 de abril de 1833. TOROS. Esta tarde en las plazas de S. Pablo y Necatitlán.

LA ANTORCHA, D.F., 20 de abril de 1833. TOROS. Mañana en la tarde, en las plazas de S. Pablo, Necatitlán y Alameda.

LA ANTORCHA, D.F., 4 de mayo de 1833. TOROS. En la plaza de la Alameda, de once; y en la de S. Pablo y Necatitlán, por la tarde.

LA ANTORCHA, D.F., 18 de mayo de 1833. TOROS MAÑANA. En la plaza de la Alameda de once, y en la de Necatitlán y S. Pablo en la tarde.

LA ANTORCHA, D.F., 25 de mayo de 1833. TOROS. En las plazas de S. Pablo y Necatitlán, por la tarde; y en la Alameda de once.

OBRAS CONSULTADAS

José Pascal Buxó y Alicia Flores Ramos, UNA DEFENSA NOVOHISPANA DEL TEATRO (Segunda parte de los soñados regocijos de la Puebla). México, UNAM, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 2014. 155 p. (Fuentes para el estudio de la literatura novohispana, 6).

Flora Elena Sánchez Arreola, “La hacienda de Atenco y sus anexas en el siglo XIX. Estructura y organización”. Tesis de licenciatura. México, Universidad Iberoamericana, Departamento de Historia. México, 1981. 167 p. Planos, grafcs.

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APRECIACIONES DEL TOREO DURANTE LA INDEPENDENCIA.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Soldados y gente del pueblo, participando en acciones independentistas. Acuarela de Theubet de Beuchamp. Col. del autor.

Entre 1801 y 1820 solo se conoce el nombre de un puñado de toreros, que fueron a saber:

Ignacio Allende, el “torero Luna”, Antonio Rea, Pedro Escobar, Julio Monroy, José Luis Monroy, Guadalupe Granados, Basilio Quijón, Joaquín Rodríguez, José María Montesinos, José María Ríos, José Apolinario Villegas, Onofre Fragoso, el “Sordo” Cevallos, Dionisio Caballero “Pajitas” y Joaquín Roxas, todos ellos toreros de a pie. Entre los de a caballo se encontraban: Felipe Monroy, José Antonio Romero, José Legorreta, Gerónimo Meza, Rafael Monroy (a) Santa Gertrudis, Ramón Carrillo, Demetrio Salinas y Juan Andrés Gutiérrez. También se aprecia a los célebres hermanos ÁvilaLuis, José María y Sóstenes-, el “Loco” Ríos. No podían faltar Felipe Estrada, Vicente Soria, Miguel Girón, José Pichardo, de a pie. En las cabalgaduras: Xavier Tenorio, Ignacio Álvarez, Ramón Gándara y José Ma. Castillo o Praxedis… y hasta los “locos” Ríos, Tranquilino Moras, José Alzate y José Mata, lazadores como Mariano Estañón y Gumersindo Rodríguez.

Sin embargo, en lo que suponemos fueron años donde se desarrollaron buena cantidad de festejos, además de no contar con carteles que nos aporten información, la prensa de aquel entonces simple y sencillamente no registra un solo nombre, de ahí que se tenga la sospecha en un nutrido grupo de personajes cuya reputación quizá no haya sido suficiente motivo para anunciarles en las tiras publicitarias. De ese supuesto, encuentro en Noticias biográficas de INSURGENTES APODADOS, obra que recopilara el historiador zacatecano Elías Amador en 1910; largo catálogo que solo servirá para estimular la imaginación como veremos a continuación.

El Aguacero, Felipe Santiago.

El Aguador, Pedro Guzmán.

El Amo, José Antonio Torres.

El Arrierote, Pedro Rosas.

El Atolero, Andrés Pérez.

Botas, Máximo González.

Buen brazo o Brazo fuerte, Rafael Mendoza.

Cabo Leyton, Rafael Iriarte.

El Cadete, Bernardo Fuentes.

El Calero, José Atanasio Murcia.

Campoverde, Matías Enríquez.

Capitán Pepe, Cayetano Ramos.

La Capitana, Manuela Medina o Molina.

El Coyote, José Vigueras.

Los Cuates, Gervasio y Manuel Vázquez.

Curro el europeo, Francisco Fernández.

El Charro, Diego Tovar.

Chicharrón, José María Tovar.

Chile verde, Gregorio Sevilla.

Chito, José María Villagrán.

Huajes, José Salgado.

El Jiro, Andrés Delgado.

Lunar, Pedro Ameca.

El Meco, Leandro Rosales.

Los Monigotes, Antonio Quintero y Quirino Balderas.

El Negro, Pedro Rojas.

Negro Habanero, Francisco Valle.

El Pachón, Encarnación Ortiz.

Papatulla, Mariano Rodríguez.

Peseta, Antonio Castilleja.

La Pimpinela, Isabel Moreno.

Polvorilla, Vicente Enciso.

Salmerón, Tomás Baltierra.

Tata Gildo, Hermenegildo Galeana.

Teloloapam, Vicente Calderón.

De la obra se han extraído estos nombres, en el entendido de que más de alguno de los personajes, que todos se unieron al movimiento de independencia, también estuviesen realizando actividades a que quiero involucrarlos, sin tener idea precisa de ello. Ninguno de los referidos o cualquiera otro de los que aparecen en el mismo trabajo, figuran en alguna insinuación literaria o periodística de la época.

Sin embargo, hayan sido o no lo que se esperaría, el hecho es que por aquellos años, ante la consigna de una pronta y deseable emancipación, muchos otros pudieron dedicarse a las lides taurómacas en momentos significativos, además de propicios para mostrar sus habilidades, lo que por entonces no era propiamente un requisito, pues si bien las representaciones taurinas se organizaban siguiendo todavía los principios de fiestas solemnes o repentinas; el hecho es que hubo muchos sitios en que no faltaban. En todo caso, debió faltar una organización o formalismo entre aquellos dedicados de manera más formal y que además, contrataban sus servicios. Ese síntoma no era propiamente una garantía, lo cual permitió en poca medida que tanto festejo se celebrara, su anuncio en carteles o publicidad quedara reducido por falta de elementos con nombre y apellido que exaltar.

Luego entonces, recordemos que buena parte del repertorio novelesco del siglo XIX fue escrita a partir de bandidos, truhanes, bandoleros y demás referentes que solían estar presentes en una sociedad fracturada por razones como la deseable liberación de un incipiente estado-nación, así como por las condiciones económicas e inestables que se vivieron en aquella centuria. No en balde, El fistol del diablo, Los bandidos de Río Frío, Astucia o El Zarco, son las referencias literarias más persistentes que nos dejan ver ese estado de la cuestión. Es probable entonces que, de aquel repertorio de personajes y protagonistas de toda laya, hayan surgido otros tantos que fungieron como toreros aunque no fuesen precisamente con objeto de convertirse en figuras, cosa que sí consiguieron años más tarde, los propios hermanos Ávila, así como Bernardo Gaviño y Andrés Chávez, entre otros.

Por lo tanto, empresarios o asentistas no podían involucrarse tranquilamente con quienes mantuvieron aquella dinámica rebelde, cargada de un cúmulo importante de actos violentos, estimulados sobre todo, por la venganza. Sabemos que en el trazo de aquella ruta independentista encabezada por Miguel Hidalgo, la matanza y asesinato fueron común denominador, aplicadas a ricos propietarios españoles, con el consiguiente y desmedido saqueo. Tal medida se multiplicó debido a que al crecer el movimiento, otros cabecillas ubicados en diferentes espacios geográficos de la todavía colonia española, se movilizaron bajo el mismo esquema. Aún así, la que pudo ser una acción contundente por parte de su principal responsable para tomar el poder y control de la situación, se detuvo abruptamente en el monte de las Cruces, donde Hidalgo decidió no entrar triunfalmente a la ciudad de México. Sabía perfectamente que se enfrentaba a las fuerzas realistas encabezadas por el virrey Francisco Javier Venegas, mismas que fueron doblegadas gracias a la estrategia militar de Allende. Sin embargo, el destino marcó un giro inesperado y el desenlace se quedó en el aire.

El conocimiento que tendrían todos aquellos protagonistas, se debía en gran medida a su experiencia en el campo, como hábiles vaqueros o administradores cuyo contacto cotidiano con el ganado les habría permitido ser consumados jinetes o enfrentar a pie las peligrosas embestidas de toros. Ensoberbecidos entre los mismos grupos a que pertenecían, no duden ustedes sobre qué no harían en aportar diversas suertes que luego se pulimentaban en las plazas, como nutriente cíclico en el que se daba un relevante despliegue de lances siempre acompañados de su riesgosa exhibición. Y si bien, apenas unos años atrás estaban dadas las condiciones fijadas por un auténtico canon como el que fue la “Tauromaquia o arte de torear” que fijó, gracias a su experiencia José Delgado “Pepe Hillo”, es difícil pensar que los novohispanos siguieran a pie juntillas dichas pautas. Es probable sí, pues se trataba de encauzar el espectáculo por un ordenamiento, pero sobre todo por un conocimiento que hiciese de aquella manifestación algo más definido o depurado, en razón de que los de a pie estaban en absoluta libertad de decidir el nuevo destino del toreo.

Si de sutilezas se trata, no dudo entonces que aquellas nuevas recomendaciones poco a poco formaran parte de la práctica en diversos ruedos. Como ya se adelantaba, la presencia de Gaviño fue definitiva para que desde su radio de influencia, nuestro toreo cobrara forma, matizada por el colorido con el que contribuyeron infinidad de los de a pie y de a caballo.

¿Suertes improvisadas? Sí, en efecto y se trataba de la gran mayoría, pero no como agravante de aquello que ya se dictaba, sino de lo que cada quien, como intérprete, suponía era su mejor representación, así que no puede pensarse como deliberada forma de alterar, sino de afirmar en todo caso, la que con el tiempo se iba a convertir en la “mejor” de las versiones o interpretaciones. Es bueno recordar, por ejemplo, que la “verónica” alcanzó su más alto registro de depuración en manos de Francisco Vega de los Reyes “Gitanillo de Triana”, esto en el primer tercio del siglo XX, así que entre su versión y la de muchos otros, se trazaba un puente en el que se recomendaba permanentemente el propósito de su pureza.

De vuelta al que ha sido motivo de estas notas, es que no podemos olvidar las muchas circunstancias que debieron darse en aquellos años donde el anhelo de libertad primero, y luego ya obtenida esta, dieron al toreo un significado cuyo andar era –paso a paso-, el vivo reflejo de aquella ruptura. Nos dejaron esa herencia, pues entonces debemos mantenerla, sí, pero bajo nuestra propia razón de ser. Quizá con esa idea, los nuestros se involucraron en mantener viva aquella antigua manifestación que, en buena medida, significaba diversión más que otra cosa, hasta que a partir de la octava década del XIX, las cosas se definieron hasta el punto de alcanzar un auténtico sentido de lo profesional en el espectáculo.

Tampoco en la iconografía gozamos de un despliegue importante, lo que impide tener mejor panorama de las cosas. Sin embargo, con lo que se tiene a disposición, es más que suficiente para darnos una idea de lo que aquella efímera fascinación pudo haber provocado entre los asistentes o testigos de hazañas, no solo la de toreros con nombre, apellido y un alias que les identificara públicamente, sino de todo aquel otro conjunto que provenía directamente del anonimato y que fue, sin duda alguna, el que más contribuyó a elevar el toreo mexicano a cimas nunca antes alcanzadas.

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CABALLOS LOZANOS, BRAVOS, FIEROS…

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

Retrato ecuestre del virrey BERNARDO DE GÁLVEZ, por los frailes Jerónimo y Pablo de Jesús, Museo Nacional de Historia Castillo de Chapultepec.

A lo largo del periodo virreinal, se celebraron no cientos, quizá miles de espectáculos taurinos que se convirtieron en la respuesta a fiestas solemnes o repentinas que solían ser el común denominador para conmemorar diversos acontecimientos.

El solo llamado a su puesta en escena, era un llamado para poner en marcha un complejo proceso de organización, en el cual se convocaba a los arquitectos quienes presentaban el proyecto del coso a montar, pensadas en disposiciones donde solían aprovechar el espacio de las plazas mayores, donde se levantaban ya cuadradas, rectangulares, ochavadas y en algunos casos elípticas. Se mandaban comprar los toros y todos los componentes que habrían de formar parte. Se contrataba a las cuadrillas –ya fuese a caballo o a pie- y así, durante varios días, las capitales o sus provincias contaban con aquel entretenimiento.

Sin embargo, ante lo ya advertido de que se trató de un número elevado de festejos, no quedan sino unas cuantas relaciones de fiestas, ya en verso o en prosa, que dan cuenta de aquello. Llama la atención que sean tan escasas, y esto es probable en la medida de su permanente presencia, lo que sin duda habría originado textos repetitivos, aún a pesar de que se convocara a los autores a presentar obras que luego eran premiadas y publicadas. Otro factor a considerar es el bajo índice de lectores, e incluso la monotonía misma. El hecho es que contamos apenas con lo suficiente para crearnos una idea sobre aquellos que despertaron verdadera conmoción y que hoy causan admiración por el estilo en que fueron concebidos. Una de ellas, escrita en 1621, rememora la “máscara que los artífices del gremio de la platería de México y devotos del glorioso San Isidro el Labrador de Madrid, hicieron en honra de su gloriosa beatificación (esto el 21 de enero), y que salió de la imprenta de Pedro Gutiérrez.

Lo que destaca ahí es la ostentación y ornamentación en la que fueron descritos algunos de los caballos que desfilaron. Ya en 1604, Bernardo de Balbuena en su Grandeza Mexicana, había realizado elogiosa descripción en tercetos que ahora pasan por aquí:

Los caballos lozanos, bravos, fieros;

soberbias casas, calles suntuosas;

jinetes mil en mano y pies ligeros.

 

Ricos jaeces de libreas costosas

de aljófar, perlas, oro y pedrería,

son en sus plazas ordinarias cosas.

 

Pues la destreza, gala y bizarría,

del medio jinete y su acicate,

en seda envuelto y varia plumería,

 

¿qué lengua habrá o pincel que le retrate

en aquel aire y gallardía ligera,

que a Marte imita en un feroz combate?

   Encabezaron aquel espectáculo diversos personajes que recreaban a “todos los caballeros andantes autores de los libros de caballerías, Don Belianís de Grecia, Palmerín de Oliva, el caballero del Febo, etc., yendo el último, como más moderno, Don Quijote de la Mancha, todos de justillo colorado, con lanzas, rodelas y cascos, en caballos famosos”, es decir que evocaban a quienes habían configurado la expresión más rigurosa de aquellas prácticas ecuestres. De pronto, apareció un segundo labrador “en un caballo rosillo, con sayo y caperuza de terciopelo azul, sembrado de espigas, él y la crin del caballo, con un bieldo al hombro, de cuyos ganchos pendía, escrita en letras góticas, una octava que declaraba el pensamiento de la máscara. Éste llevaba tras sí doce mancebos de traje y rostro guinea, y por armas, arcos y flechas, en doce caballos, vestidos de otras tantas pieles de toros con sus astas tan bien puestas que a la vista parecieron naturales toros, invención que pareció muy bien por ser cosa nunca vista en las Indias”.

Al final de esta breve descripción anota su autor que la máscara “Desta suerte anduvo las calles más principales de la ciudad, gobernándola cuatro generales, que para ello fueron señalados, en caballos ligeros, lucidísimos de adorno y vestido; llevaron los rostros cubiertos por la variación de los colores. Y demás destos iba otro descubierto, con calza y ropilla negra, sombrero negro con bizarras plumas, y bota blanca, en cuerpo, que por lo negro del traje, y ser el caballo blanco, pareció muy galán.” Esto refleja la notoria presencia de caballeros participantes como los hubo en otras fiestas en 1747, con motivo de la asunción del rey Fernando VI.

Me refiero a El Sol en León. Solemnes aplausos con quien el rey nuestro señor D. Fernando VI, Sol de las Españas, fue celebrado el día 22 de febrero del año de 1747 en que se proclamó su Magestad… por la Muy Noble y Muy Leal, Imperial Ciudad de México, escrita por José Mariano de Abarca y Valda y publicada por la imprenta de María de Ribera.

Encontramos, en justo momento la descripción relativa a

   El aderezo de los caballos [que] era diverso: la cuadrilla del señor Corregidor lo sacó de tela verde de plata, guarnecido con galones de plata de Milán; (…) Si bien todas las sillas eran iguales y cortadas al propósito, ni del todo bridas ni del todo vaqueras, con pretales guarnecidos de plata, cascabeles y florones también de plata de martillo y las mantillas o anqueras con sus higas y guarniciones de lo propio, las estriberas eran de lomo y las espuelas con rodajas grandes al uso de este reino, unas y otras plateadas a fuego, si no fueron las de los cuatro caudillos o guías, que eran de plata de martillo.

   Ya en la Plaza con sus padrinos, las cuadrillas se unieron en su centro, las cuatro con las necesarias evoluciones para incorporarse y llegar de frente todas a saludar a Su Excelencia el señor Virrey. Lo cual ejecutado, se fueron con grande orden separando de dos en dos, y dando círculo y medio a la Plaza, hicieron el paseo, quedando cada cuadrilla en la puerta fronteriza de aquella por donde entró; luego con otro medio círculo ejecutado al galope, se apoderaron de las cuadrillas de sus respectivas puertas.

   Desde ellas, en unos perfectos círculos, comenzaron un manejo o lucida escaramuza, en el que noblemente embargada la atención con la vista no acababa de admirar el primor y la destreza con que, mezclándose unas cuadrillas con otras, se unían en el centro de la Plaza y en sus ángulos se separaban, siempre variando de figura. Y habiendo hecho cada una de por sí, en el ángulo propio, su torno y reencuentro, lo repitieron en los tres de las demás, quedando todas en las puertas por donde hicieron la entrada.

   Como el manejo ejecutado duró mucho, cedieron a la fatiga los brutos, pero no los generosos bridones, y así, para proseguir sus lucimientos, tomaron las puertas con el fin de remudar los caballos. Y para que el alboroto no se interrumpiese, se promediaron los juegos con dos toros que se lidiaron, entrando a la parte de los regocijos no menos la razón, ajustando a su armonioso compás el métrico tropel de los caballos, que la brutalidad de las fieras, animando en cada amago de su coraje un peligro, y en cada bramido una muerte.

   Esto mismo se ejecutó los otros tres días de las carreras, y en el presente apenas había medido con su cuerpo el segundo toro la arena, forzado del violento impulso del rejón a exhalar por la boca de la herida, envuelto en humo y cólera, su bruto espíritu, cuando, despejada la Plaza y ardiendo la plata en los clarines, se hizo segunda llamada; y siguiendo el norte de sus acentos, las cuadrillas repitieron el circo, entrando cada cual por su respectiva puerta, y comenzando otro manejo, fueron con grande primor formando unos lazos. Cada cuadrilla los empezaba sobre su derecha, y torneando sobre su izquierda en el centro de la Plaza, iba a ocupar la esquina que dejaba libre la cuadrilla de mano derecha. Por eso, siendo cuatro las cuadrillas y otros tantos los lazos y tornos, vino a quedar en el último cada cuadrilla en el mismo puesto de donde había salido. Luego con gloriosa emulación de la coronada Villa de Madrid y de otras ciudades de Europa, se corrieron, como en sus plazas, alcancías, de dos en dos, expirando a la luz del primero día entre tantos brillos de nobleza y tantos resplandores de lealtad.

   Disputándole los lucimientos, amaneció el segundo. Cuando el sol con su decadencia da principio a la estación de la tarde, hecha al son de los clarines la llamada y concluido el paseo de los padrinos entraron por sus puertas las cuadrillas con otra distinta figura, e incorporándose con los padrinos en el centro de la plaza, la pasearon toda con mucho garbo y majestad, no siendo cosa inferior el denuedo y cortesanía con que saludaron a Su Excelencia y le pidieron facultad de proseguir estos festejos. Obtenida sin dificultad la licencia, se empezó un manejo que fue hacer cada cuadrilla un círculo en su esquina hasta los medios de sus ángulos. Sobre éste se formó otro de todas cuatro, que ocupaba toda la circunferencia de la plaza, siendo lucida corona de su recinto. Con esta figura dieron dos tornos al teatro; después se separaron, quedando puestas en dos alas y en esta forma hicieron una escaramuza de la una esquina a la otra contradictoria; de manera que, encontrándose en el centro de la plaza, se separaban para sobre el otro torno volverse a encontrar, y poderse atacar de frente sobre una y otra línea.

   Hechas cuatro escaramuzas en esta conformidad, volviendo a formar todas cuatro sobre un torno un círculo de todas, y separándose igualmente, quedó cada cual en su puerta. Después salieron a remudar los caballos, corriéndose en el entretanto dos toros. Poco tiempo duró esta diversión, porque, paladeados todos del primor y destreza de los caballeros, libraron en los toreadores el que se disminuyesen los plazos, cortando en breve con las vidas de los toros las demoras de los regocijos.

   Y así, apenas tomado las puertas cuando volvieron a entrar, haciendo inmediatamente otro manejo de tornos y parejas encontradas, de una a otra esquina. Luego se corrieron cañas y alcancías, y aunque tan generosos pechos, jamás fatigados en el servicio de su Monarca hubieran querido detenerse más en los obsequios de su nuevo Príncipe, se los estorbó la noche, que ya de pardas sombras iba a gran prisa cubriendo el horizonte, y así se retiraron, aliviando al dolor de fin de este día con la esperanza de la continuación del tercero.

   Este fue el martes veinte y uno del mismo mes… Se escucha la llamada de los clarineros, paseo de la plaza de los padrinos, y el pedimento de la venia al señor Virrey, las cuadrillas, desde el cuadro que correspondía a cada una formaron un airoso círculo acompañadas de los padrinos, que muraba todo el espacio de aquella galante campaña. Luego, separándose de ellos, todas en sus esquinas empezaron un lucido y vistoso torno mezclándose cada cuadrilla con su contraria y revolviéndose en los ángulos de la plaza y medios de los cuadros, entraban y salían unas con otras, bosquejando una pulida labor o rosa de ocho hojas, la cual perfecta, y todas las cuadrillas en su lugar correspondiente, repitieron desde él distintas escaramuzas de grande arte y lucimiento. Entretanto que después remudaban los caballos, hicieron paréntesis dos toros, el que brevemente cerró la segunda entrada de los caballeros quienes, para coronar su destreza, concluyeron la tarde corriendo sortijas en carrillos con listones.

   Las sortijas que se pusieron en dicho arco, fueron treinta y constaban de tres tiempos: el primero, la expresada sortija; el segundo, el ruido del carrillo; el tercero, tres varas de listón de varios colores que llevaban consigo las sortijas (…) Con esta diversión se dio fin a la tarde, quedando cada individuo de los que corrieron llenos de vítores y laureles, aunque con noble codicia de aumentar más coronas a sus sienes en el último día.

   No podía faltar un soneto, que sirviera como remate a aquella suntuosa descripción escrito por el Sr. Comisario D. Joseph Francisco de Cuevas, Aguirre y Espinosa que no podía ser más elogioso:

A LOS CABALLEROS MEXICANOS EN SU FUNCIÓN DE CARRERAS

 

Coger a Phebo brillos y luceros

No temen para Adornos, y vestidos,

Por superior planeta defendidos

De su enojo bizarros caballeros.

A Phaetonte no dudan lisonjeros

Enmendar los errores advertidos;

Y de Apolo Caballos bien regidos

Manejar sin peligro más ligeros.

Ascender a la Esfera Soberana

De el Hesperio FERNANDO, Sol que anhelan,

Con atención no excusan cortesana.

Y registrar sus rayos no recelan,

Que de el águila Regia Mexicana

Son Hijos, y no corren sino vuelan.

   Dos muestras, apenas dos de una múltiple cantidad de jornadas festivas que deberemos recrear con otros elementos, lo cual podría representar un ejercicio interesante entre estudiantes de literatura hispanoamericana, por ejemplo.

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“PANDEMIA”, EL PEOR DE LOS TOROS.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

El panorama real en la economía mexicana frente a la pandemia.

   Tras la tempestad, inundaciones… Tras el gran terremoto, tsunamis… tras la pandemia, desolación…

El fenómeno que pervive, ha ocasionado la peor situación económica, política y social que haya vivido la humanidad toda en mucho tiempo. Entre los políticos vemos la más absoluta debilidad frente al gran y microscópico monstruo del Coronavirus y una de esas muestras tiene que ver con ajustes presupuestales. Ya sabemos lo que ocurre con el INAH y la reducción de un 75% en su presupuesto. Los miles de trabajadores perciben ya una merma en responsabilidades, sobre todo por el hecho de que son estudiosos, investigan y son custodios directos de los monumentos. Y cuando la cultura percibe una agresión de esta naturaleza, priva el desaliento.

En ese ámbito se encuentra la tauromaquia no solo como una diversión o espectáculo público. Hoy, a fuerza de preservarla, documentarla y conservarla se ha ido orientando para entenderla como patrimonio, como un legado tal cual lo entiende y así lo extiende la UNESCO.

Se trata de una expresión milenaria en riesgo, por lo que para justificar su pervivencia es necesario un despliegue razonado de explicaciones que contengan la negativa de un sector de la sociedad permeado por ideas ilustradas primero, junto al falleciente neoliberalismo y la globalización de aquellos tiempos finales, que se quedaron en el “a.C.” (antes del coronavirus). Hoy, en el “d.C” (después del coronavirus), el trabajo que nos corresponde será tan sensible como el hecho de que las estructuras mismas de lo taurino, comiencen a levantarse nuevamente. Ya sabemos que el andamiaje existe, la presencia de grupos que operan dentro y fuera de sus funciones, se encuentra lista, preparada para continuar con sus labores, como siempre con la frente en alto.

Sin embargo, como es necesario recalcarlo, para mantener incólume el espectáculo, debe respetarse su esencia, en la mayor pureza posible, lo que ha de permitir la credibilidad y el hecho de su permanencia sin alteraciones externas.

En el comenzar de este 2020 se desató el brote, contagio, epidemia y hasta hoy, la pandemia. Han sido necesarios seis meses para que el planeta se haya visto afectado en todos los escenarios que son para nosotros harto conocidos. Y cuando ponemos nuestra mirada en lo taurino, sabemos ya lo que viene ocurriendo en España, donde la indiferencia de ciertos gobernantes se levanta como estandarte que vuelve a encender las pasiones y diferencias. Conviene, como seguramente lo tienen claro, que 2021 tendrá que ser el espacio temporal para reanudar lentamente las actividades, misma circunstancia que acataremos por acá. Existe desesperación, la angustia por mantener una fuente de ingreso es, entre millones de trabajadores su principal esperanza, pero esto vendrá acompañado de una sombra, que no viene sola. Me refiero al rebrote, el desempleo, el hambre y otra pandemia terriblemente lamentable: los políticos.

Priva, y privará el sentido común como la mejor herramienta para recuperar lo que sentimos como “nuestro”. Son nuevos tiempos, terribles, donde el bienestar de la humanidad ha de convertirse en lo prioritario, mientras lo demás venga por añadidura.

No volvamos a todo aquello que dejó una imagen de desaliento. Esperamos volver a ver plazas llenas, cuando las condiciones lo permitan. Habrá toros como antes sólo imaginábamos, pues el denominador común de comportamiento los pone ya en condiciones de aparecer de nuevo en las plazas. Desde luego, ganaderos competentes siempre los ha habido. Hoy, será una virtud y un claro ejemplo de que la fiesta de los toros recupere lo que se veía como un imposible. Es claro también que los ingresos no pueden ser los mismos. Sin embargo, nadie puede quedar fuera en la justa retribución de sus funciones. Si todo esto es posible, llegaremos a 2026 justo para conmemorar debidamente 500 años de permanencia del espectáculo taurino en nuestro territorio. Fue establecido luego de la conquista, se inició así la operación espectacular de unidades de producción agrícola y ganadera que dieron a este ser de la naturaleza, las condiciones exactas para incorporarlo en la fiesta y hoy, los ganaderos tienen claro ese compromiso. Desde luego, nuevas condiciones implicadas en el cambio climático, la reducción de espacio territorial y otros aspectos, son agentes que afectan y seguirán afectando las circunstancias.

Tenemos claro, como ya se ha dicho en España que la tauromaquia es mucho más que un espectáculo: es una rama más de la Cultura, y esto porque

-El alma de los pueblos es su cultura, y la cultura no se prohíbe, se defiende, se conserva y se protege.

-Que ninguna autoridad puede prohibirla válidamente, y mucho menos invocando una legitimidad basada en dudosas consultas.

Y aún más. Un elemento cultural, incluso por ser minoritario, no puede ser descalificado como tal, ni sometido a voto alguno, pues en ese caso se utilizaría un supuesto proceso democrático como instrumento de censura cultural.

Cierro esta pequeña reflexión con un poema de Juan A. Mateos escrito en 1883:

En el redondel.

 Gallardo el mozo, deslumbrante el traje

Que del sol a los rayos reverbera,

Rey del estado, con soberbia impera

Y aguarda osado en el fatal paraje.

 

De rabia lleno y de mortal coraje,

Se lanza el toro y el mancebo espera,

Y envuelve al hombre y la rabiosa fiera

El turbio polvo de la lid salvaje!

 

De la barbarie en el siniestro foro,

Ruje la multitud, viendo anhelante,

Rotos y en sangre los bordados de oro

 

Del vencido que rueda por el suelo!

El populacho aplaude, brama el toro…

La civilización está de duelo.

   Vaya para todos esta bocanada de aliento, justo ahora en que la cultura necesita afirmarse.

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EL AMBIENTE TAURINO EN 1831.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

La Alameda, emblemático espacio público, óleo del gran artista J. M. Rugendas en 1833.

   1831 se percibe como un año que registró una interesante actividad taurina, por lo menos en la ciudad de México. Sin embargo, recordemos que eran los tiempos en los cuales, dada la reciente emancipación, esto significó un profundo rechazo a toda influencia o presencia española, de ahí que la prensa respondiera indiferentemente. Sin embargo, hubo a lo largo del mismo una serie de circunstancias ventiladas sobre todo en El Sol (1821-1832) el cual se mostró siempre en oposición a Iturbide, de que desapareció en cuanto Iturbide mismo fue coronado como primer Emperador de México. Claro, El Sol volvió a brillar en cuanto cayó el efímero imperio, además de estar inmiscuido en los intereses de las logias masónicas de filiación escocesa. Su director fue el médico catalán Manuel Codorniú.

En varios “Comunicados” se percibe en forma elocuente pero farragosa el conflicto que pervivía por entonces, sobre todo entre quienes como empresarios, desempeñaban actividades no siempre afortunadas, según lo que podrán leer más adelante. Además, encontramos vicios y virtudes, el nombre de, al menos dos asentistas: un tal Cires y a Francisco Javier de Heras. Ni por casualidad aparece el nombre de Manuel de la Barrera, aunque en el fondo es quien hábilmente pudo haber manejado la situación a través de terceros. También aparece un torero, cuyos seudónimos: “Un torero de Necatitlán” o “segundo Pepe Hillo” nos hace entender que ese personaje acaparaba o monopolizaba cierta cantidad de espectáculos en la muy criticada administración de la plaza de toros del “Boliche”. O sobre la conveniencia o no de que siguieran funcionando plazas en aquel espacio urbano, sugiriendo que estas se levantaran fuera de la ciudad, dada la anarquía que se presentaba justo cuando llegaban los encierros o que, por su mal manejo no faltaba algún “torete” escapado. Veamos los interesantes comunicados de aquellos momentos.

 El Sol, del 15 de enero de 1831, p. 4. COMUNICADO.

Sres. editores de El Sol. Mis caros amigos: acabo de saber por un conducto fidedigno, que el empresario de la plaza de toros, ciudadano Francisco Javier de Heras, ha ejercitado en estos días su piadosa beneficencia, escogiendo los animales más grandes y gordos que se han lidiado en las últimas funciones para socorrer con ellos a los infelices de S. Lázaro, S. Hipólito, hospicio de Pobres, casa de mujeres dementes y presos de las cárceles.

Estos rasgos de generosidad presentados por una mano franca para lenizar las escaseces que comúnmente experimentan los establecimientos en que yace la humanidad afligida, exitan la mía a publicarlos aunque la resista, como creo, la modestia de tan apreciable bienhechor, siendo tanto más recomendables, cuanto que se me ha informado que en los azarosos días de la Acordada del mes de diciembre del año de 28 fue uno de los saqueados completamente, y que no le ha quedado otro recurso que la expresada plaza para atender las urgencias de su numerosa familia.

Al hacer notorios unos hechos que tanto conmueven mi sensibilidad, no puedo menos de tributar al ciudadano Heras, las efusiones de la más tierna gratitud que sinceramente le prodigan los socorridos por sus beneficios, asegurándole que con ello ha labrado un nuevo eslabón muy poderoso, para que esta patria que adoptó por suya, se glorie de tener en él un hijo benigno, que en medio de su cortísima suerte patentiza de un modo ejemplar la benevolencia y otras virtudes que tanto se distinguen en la nación mexicana.

Si vds., sres. editores, se dignan conceder un claro en sus apreciables columnas a este corto desahogo de mi reconocimiento, emplearé este mismo para darles las más expresivas gracias, y asegurarle que seré perpetuamente su más obligado y atento servidor.-El mexicano agradecido.

 El Sol, en su edición del 6 de abril de 1831 insertaba este COMUNICADO:

Sres editores de El Sol.-Muy sres. mios: Parece que ayer ha sido la bendición de la nueva plaza de toros que se ha construido en la misma entrada de la Alameda. El establecimiento de esa plaza, y la elección del local ha sido el pensamiento más feliz que pudo ocurrir en el año de 1831. En este memorable año se ha prohibido para siempre la diversión de s (por relajación de costumbres en donde hasta hubo edicto emitido por el Cabildo de la Iglesia Metropolitana el 5 de marzo anterior), y con los toritos del Boliche se prohíbe también la libertad de pasearse en la Alameda, a no ser que se determine el que quiera hacerlo a echarla de toreador, a dar carreras y volteretas y a llevar su revolcada si le falta la destreza, o no tiene el vigor necesario para salvarse de la embestida de uno de esos animalitos de dos espadas.

No es tan remoto este riesgo, pues ayer para solemnizar la bendición, trajeron unos toretes, y luego se escapó uno y fue a turbar con su presencia la tranquilidad de los que se paseaban en la Alameda muy ajenos de tan incómoda visita. Véase el modo de que este bonito paseo se haga inútil, pues ¿quién ha de concurrir a él el día que se haya de lidiar toros para exponerse al riesgo de ser atropellado y tal vez muerto? ¿Mandarán los padres de familia a sus hijos como lo han estado haciendo hasta ahora, porque se había considerado el paseo menos expuesto para las criaturas, porque en su centro está libre de los coches y de los caballos? Parece que no, y también que no quedarán muy reconocidos ni a los inventores de la tal plaza ni a la autoridad que permitió se colocara en paraje tan impropio para esta especie de diversiones. Las plazas de toros no deben consentirse en el centro de las ciudades, por los muchos riesgos que trae consigo el manejo de unos animales que no siempre hacen lo que se pretende que hagan. Sean cualesquiera las precauciones que se tomen, acontece el que un toro se escapa del encierro, y toma el camino que mejor le parece, y aunque no embista ni lastime a ninguno, asusta y sobresalta a cuantos se ven expuestos a sus hostilidades. Mil ejemplares hay de acontecimientos de esta clase aún en la difunta plaza de San Pablo, y no se evitaron sobrando el celo y el cuidado más activo y eficaz.

Subsista, pues así se quiere, ese bárbaro espectáculo, al que por mal nombre se llama diversión; pero no se consienta sino en los extremos de la ciudad, alejando sus peligros y accidentes del centro de ella, en el que debe conservarse la confianza y sosiego de las personas que prefieren un paseo tan inocente y agradable cual es la Alameda, del que se les va a privar injustamente desde el momento que comiencen las lidias en la nueva plaza. Ayer se dio una pequeña muestra con la huida del torete.

¿Se deberá aguardar para tomar providencian tan propias de la policía a que sucedan algunas desgracias?

Por saber si hemos de esperar a este tiempo, suplico a vds., sres. editores, me favorezcan dando un lugarcito a este reclamo que hace Un padre de familia.

 El Sol, edición del 8 de abril de 1831. COMUNICADO

Sres. editores de El Sol.-Mis apreciables conciudadanos: es llegado el caso de suplicarles me franqueen un lugarcito en su refulgente Astro para referir el inmensurable desorden que se está notando en la nueva plaza de toros (cita junto a la Alameda) para que el sr. gobernador con su acostumbrada justificación y energía evite las funestas trascendencias que acarrearía dicha plaza, originados únicamente de ambicionar el mayor número de boletos, sin calcular el de individuos que pueda ocupar el precitado lugar. Siempre deberá reprobarse el ningún orden que hay respecto del reparto de boletos, pues habiéndose (en la tarde de ayer) vendido un considerable número de estos, quedó completamente ocupada la plaza, de lo que resultó que ya no se permitió entrada a los que tenían comprados sus boletos. Estoy previendo la respuesta que dará el dueño de la plaza a lo que llevo estampado; pero semejante respuesta es digna del mas alto desprecio, pues que al sr. regidor Peredo se le patentizó la justicia y consideración que tenía un número considerable de ciudadanos, casi se conformó con la disculpa que le dio el encargado de aquel edificio, habiéndose concluido aquellos momentos con decir al sr. Pereiro: “Ha he servido a este público, vallan vds. por la ventana para que se les devuelva su dinero, ahora voy a cumplir con el público de allá dentro”. Se retiró sin que hubiera cumplídose nada.

Se alegaba (sin duda maliciosamente) que no se podía devolver ningún dinero, porque muchos de los boletos que ya habían servido, los habían tirado por la azotea, y que era una confusión ¡que disculpa! el sr. Peredo se atrojó mucho, este sr. debió haberse informado del giro que se da a los boletos para averiguar la verdad, y ya que no lo hizo le diré: que al venderse los boletos en las casillas les cortan una esquina (los boletos son cuadrados) y al entrar a ocupar los lugares o acientos se les corta otra esquina, con cuya segunda cortada se amortizan; ahora bien, pues si su señoría hubiera mandado que se presentaran todos los boletos que se reclamaban, y solo se hubiera devuelto el dinero de aquellos boletos que solo tuvieran una punta cortada, claro es que los que se dice que tiraron por la azotea deberían de estar con dos esquinas menos, y de estos no se devolvería nada por conocerse el engaño. ¡Qué operación tan sencilla! La que si se hubiera adoptado, seguramente que ni el público le ha habría perdido el respeto ni se habría dado lugar a que la tropa baleara a los ciudadanos engañados, cuyo balazo no sé si el oficial de la guardia estaría facultado para mandarlo tirar; estoy persuadido que como siempre ha sido mejor la condición del que posee, puede que no se devuelva el precio de los boletos comprados a que me refiero, pero si así fuere, me contentaré con hacer presente al público, y en particular al sr. gobernador, del distrito, para que procure que se metodice el mejor arreglo para evitar en lo sucesivo la repetición de estos actos, tan nocivos al público como al dueño de esa diversión.

Vds. Dispensen, sres. editores, la molestia que con este motivo les infiere su afectísimo servidor q.b.s.m.-V. A.

    El Sol. COMUNICADO. México agosto 10 de 1831

Señores editores. Muy señores míos. Desde que se levantó la plaza de toros del Boliche, no ha cesado su empresario de causar directa e indirectamente considerables perjuicios al de la de Necatitlán, no tanto por su fabricación, pues que en el dichoso sistema que afortunadamente nos rige, cada ciudadano puede especular en el ramo que más le acomode, cuanto en otras rencillas promovidas sin la mejor limpieza y que por bastardas, me he propuesto dejarlas ahora en el tintero. Mas para satisfacer a vds., señores editores, y que no culpen de temerario mi aserto, les citaré un pasaje que acaba de suceder, y que sirve de un testimonio irrefragable a los que calla. Estando dispuesta ayer en la plaza de donde soy torero, la celebración de la entrada en esta capital del ejército triunfante de las tres garantías, y puestos al efecto los anuncios de estilo en los parajes acostumbrados, un dependiente de la del Boliche, cerca del medio día, anduvo colocando sobre estos y al pie de ellos, otros contra-avisos en que sin denominar la plaza de su procedencia, noticiaban al respetable público el no verificarse la corrida por no haber podido llegar el ganado antes de las seis de la mañana mediante hallarse existente la sabia orden, sobre la materia, del señor gobernador territorial; cuyo documento, del modo que se publicó, y al no haberse tomado por mi y mis compañeros las medidas correspondientes al caso, hubiera inferido un nuevo daño a la empresa de donde dependo, pues que por su sentido literal no debiera asistir persona alguna a la referida función; y aunque el amo a quien se le dio parte de esta peregrina ocurrencia la oyó con su inalterable calma, atribuyendo este suceso a un accidente casual, yo, que no discuto tan noblemente y soy por naturaleza malicioso, no puedo menos de darle otro distinto carácter, y aconsejar por el respetable conducto de vds. al señor Cires y sus diestros dependientes, aquella religiosa máxima bien conocida en todos los pueblos, de que no hagas a otros lo que no quieras que hagan contigo por las fatales consecuencias que suele acarrear su inobservancia.

Si vds., señores editores, tienen la generosidad de imprimir estos mal forjados renglones, en su refulgente Sol, le prometo que el domingo próximo clavará con la destreza de un segundo Pepe-Hillo dos banderillas de fuego por la preciosa salud de vds. su atento y muy humilde servidor.-Un torero de Necatitlán o segundo Pepe Hillo. (El Sol. Ciudad de México, 12 de octubre de 1831, p. 3-4).

Vamos por partes, pues parece contener algunas confusiones.

Si nos atenemos a lo que “Un torero de Necatitlán” señala como principal motivo el ingreso del “ejército triunfante de las tres garantías”, que como todos sabemos, se trata del Ejército Trigarante, este hizo su feliz entrada a la ciudad de México el 27 de septiembre de 1821, de ahí la conmemoración.

Por otro lado, al consultar el Diario Histórico de México (1822-1848) de Carlos María de Bustamante, tanto de los días 9 y10 de agosto, como del 11 y 12 de octubre de 1831, tampoco se encuentra nada relacionado con lo que “el segundo Pepe Hillo” asegura.

Aunque sí lo hace respecto a lo ocurrido el

Martes 27 de septiembre de 1831

(Día tan pésimo como el de ayer)

A pesar de esto el alba se anunció con cohetes y cañonazos y después con repiques en las iglesias y dianas en los cuarteles en celebridad de la entrada del ejército de Iturbide, cosa que en nueve años no se había hecho. Estas son arterías del vicepresidente Bustamante, y aproches que va poniendo para el restablecimiento del imperio, que acaso en México principiará por el pronunciamiento del centralismo; mas el hombre se chasquea, aunque se apoye en cantones, según mi cálculo. Esta tarde se soltaron dos globos atados con una cuerda en el cuartel de gendarmes, el uno tenía un rótulo que decía España, y el otro América, el segundo apenas comenzó a volar cuando se incendió con el mucho viento, mas el primero se remontó bastante, y al fin corrió la misma suerte. Uno y otro simbolizaban la empresa de Iturbide cuyo lema es, Orbem ab orbe solost y que traen sus adictos de placas y medallas.

Por la noche se iluminaron los cuarteles, reuniéronse las músicas militares de los cuerpos y dieron zambra por toda la ciudad seguidas de turbas de léperos, unos gritaban «¡Viva Iturbide!»… «¡Viva Agustín I!», otros… «¡Mueran los gachupines!»… otros «¡Mueran los extranjeros!». En el Coliseo gritó [Mariano] Arista (que hoy está haciendo el mismo papel de Pío Marcha) «¡Viva la independencia!»… un capitán llamado N. Rey gritó “¡Viva el emperador Iturbide!”, y le respondió la canalla de la cazuela “¡Viva!”.

No son éstos los únicos desmanes que se han cometido, pues por la imprenta se publicó una marcha. Un tercer grito de expulsión de gachupines, y una poesía a la Memoria de la gloriosa entrada del Ejército Trigarante. En ella se provoca a todo mexicano a que moje su espada en la sangre del general [Felipe de la] Garza y del doctor Fernández, diputado que era de Tamaulipas cuando murió la víctima de Padilla. Finalmente, para que no dejara de derramarse sangre por éste, se mató un soldado resbalándose de una cornisa del cuartel de junto a Palacio en el acto de encender unas candilejas. Por todo ha pasado el gobierno, y nadie duda que él regenta y active estas intentonas para perderse.

O se trata de una inserción mal intencionada, el hecho es que nada concuerda, salvo que contribuye en darnos algunos datos, como su alias mismo, la actividad en ambas plazas y de que, por algún conflicto suscitado con “Cires” que era, a la sazón el empresario en la plaza de Necatitlán o posible apoyo del ya mencionado Javier de Heras.

Recordemos también que meses antes de la coronación, fue incendiada la plaza de San Pablo y que, por consecuencia, se habilitó la plaza Nacional de Toros, que estaba en la entonces Plaza Mayor o nueva plaza de la Constitución. Así que, por razones particulares, llegaron a funcionar simultáneamente hasta tres plazas en la ciudad.

Desde luego, que ha sido necesario adelantar la revisión del mismo bisemanario unos días a la propia publicación, para encontrar que hasta el 15 de octubre aparece el siguiente y adulador

COMUNICADO

Ciudadanos editores de El Sol.-Apasionado de los hombres cuando lo recomiendan sus virtudes cívicas, y sin considerar jamás cualesquiera otra efímera circunstancia con que otros exteriormente se engalana, deslumbrándose ellos a sí mismos, y abriéndose el paso entre miserables aduladores, que no conocen otra senda por donde conducirse, que la muy ancha y trillada de la degradación y bajeza, he tenido hasta aquí la resolución necesaria para encomiar a los primeros y vituperar a los segundos, siempre que ha llegado su vez; así es que el magistrado y mas insignificante ciudadano han alternado de esa suerte, sometiéndose los que viven de la maldad, o en su egoísmo sin sentimientos de naturaleza, al desprecio de los que solo conocen la virtud, y hablan el idioma de la sinceridad y franqueza, cuya conducta siempre halla su correspondiente recompensa.

Desde que el actual empresario de la plaza de toros de Necatitlán repuso esa diversión que tanto agrada a los mexicanos, debe haberse observado, no solamente por el empeño que toma en hacer placenteras sus corridas, a cuyo fin no omite gasto por gravoso que sea, sino aun en sus mismos avisos para excitar al concurso, que su respeto, cariño y gratitud con que en todas ocasiones dirige su palabra al público, ofreciéndole sus diversiones, dan la más exacta idea de su bello genio en la sociedad.-Mas si esos rasgos de su carácter lo han debido recomendar con los mexicanos desde que se ha comprometido a servirlos, los anuncios que ha fijado en los días 25 de septiembre, 2 y 9 de octubre presente para celebrar con la mencionada diversión los memorables sucesos del grito de Dolores, entrada del ejército trigarante en esta capital y el aniversario de nuestra carta federal, dan también la más exacta idea del amor y filantropía por la independencia de este país que ha adoptado por suyo, y de la religiosa piedad con que ha acudido a la menesterosa humanidad, como se ve de las repetidas donaciones que ha hecho de un toro de los que han lidiado para que el sr. juez de la plaza lo mandase al establecimiento público que fuese más de su agrado.

Véase, compatriotas, si este ciudadano mexicano es digno de vuestro aprecio por las distinguidas cualidades que lo caracterizan y recomiendan sus derechos en sociedad. Yo por mi parte estoy muy reconocido, y no teniendo otro arbitrio para manifestarle mi gratitud, suplico a los sres. editores de El Sol permitan que salga en su apreciable periódico esta publicación que hago en loor del empresario de la plaza de Necatitlán, protestándoles que hasta hoy no tengo otro honor que el de conocer de vista, y por lo que llevo relacionado, a este recomendable individuo.

Soy de vds. con la más sincera atención su s.s. Otro mexicano agradecido.

Imagen de la Alameda en nuestros días, por Santiago Arau.

   La forma de rubricar cada una de las inserciones nos deja ver el hecho de que era preferible ocultar el nombre de este o aquel ciudadano inconforme antes de ser víctima o blanco de ataques o de cualquier dime o direte en momentos complicados. Lo importante es haber encontrado algunos de los síntomas y circunstancias en los que se movía el espectáculo taurino, sujeto, ya lo pudimos comprobar, a diversos intereses o abusos donde no queda otra razón para afirmar que, de una u otra forma, algunos vicios persisten.

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