Archivo mensual: diciembre 2015

LA SUERTE DEL “ESQUELETO” TORERO QUE DEVINO LA DE “DON TANCREDO”.

ANTIGUAS SUERTES MEXICANAS DEL TOREO, O REMINISCENCIA DE OTRAS QUE YA NO SE PRACTICAN. (I).

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    En otras ocasiones me he ocupado del tema y así es como quedaron elaboradas esas notas:

DON TANCREDO1

C.B. WAITE, fotógrafo. Procedencia: Archivo General de la Nación.

Plaza “México” de la Piedad (entre 1902 y 1903).

   Cuando se contempla entre admirado y sorprendido la ya desaparecida suerte de “Don Tancredo”, también es preciso confesar que pervive y ya no tanto en el ruedo. Es común entre los políticos y gentes de esta o aquella ralea. Por lo menos lo practican, y muy bien todos aquellos que hacen del “quietismo” su mejor postura, como de estatua, incólumes, pero también descarados.

   Se ha hecho costumbre atribuir tan curioso “entreacto” al español Tancredo López, que la popularizó apenas comenzaba el siglo XX. Aquí en México, desde luego tuvo sus imitadores. Pero por otro lado se desconocen orígenes más remotos, los cuales pueden encontrarse en viejos apuntes, sobre todo los que pergueñó Carlos Cuesta Baquero y que es a quien acudo para resolver el enigma.

   Resulta que Roque Solares Tacubac, anagrama de don Carlos, se remonta hasta 1868, año en que José María Vázquez, a quien en el extranjero conocieron como “El Mexicano”, practicó con frecuencia una arriesgada suerte que consistía “en vestirse con una pijama de color blanco y listas negras, simulando los costillares y otros huesos; así disfrazado (¿?), pararse en un sitio del redondel, esperaba impávidamente la acometida del toro”.

   Fue en la plaza de toros de Orizaba donde se le vio con frecuencia “guardar completa inmovilidad”, lo que se convirtió en el principal secreto para ejecutarla. “El disfraz de esqueleto solamente era teatralería para impresionar”. Aunque todo parece indicar que no utilizaba ningún pedestal sino que pisando ruedo firme, se apostaba a cuerpo limpio, al punto que cesaba todo ruido en la plaza y era, como decían los viejos cronistas de la conquista “cosa muy de ver…”

ESQUELETOS TOREROS1

Los esqueletos toreros.

Revista de Revistas. El semanario nacional, año XXVII, Nº 1439, 19 de diciembre de 1937.

   Para 1885 ya tenía imitadores, y uno de ellos fue Antonio González “El Orizabeño” que también lo practicó en su “patria chica” o “matria”. Dos años más tarde sorprendió a la afición de la ciudad de México. Pero “la negligencia o lo que haya sido, que tuvo “El Orizabeño”, causó que veintidós años después fuese considerada novedad la suerte nombrada Don Tancredo que en 1902 o 1903 surgió en los redondeles españoles como imaginada por un mediocre torero español de nombre y apellido Tancredo López. Este torero estuvo aquí. Vio lo que hacían, ya entonces no solamente El Orizabeño, sino otros (Francisco Lobato, Carlos Sánchez, Tomás Vieyra), se aprovechó y llevó a España una imitación no exacta, sino modificada.

   Y sigue apuntando Cuesta Baquero:

   EL ESQUELETO TORERO.-Entre los toreros mexicanos más antiguos, estuvo el tabasqueño José María Vázquez, al que por apodo nombraban “DON PEPE”. Tenía su feudo taurómaco en su estado natal, pero en el año 1868 –por necesidad, pues estuvieron prohibidas las corridas de toros por orden del Presidente Juárez- se hizo trotamundo y fue a Lima, en Sud América, toreando en la plaza de toros de “Acho”, con éxito rotundo. Los libros taurómacos elogian a “Don Pepe”, especialmente por “sus limpias estocadas a metisaca”. También dicen fue excelente banderillero.

   Al regresar de su triunfal expedición, prosiguió en su retraimiento provinciano. Únicamente de cuando en cuando iba a torear en las plazas de toros veracruzanas, preferentemente en la de Orizaba. Allí fue donde puso en práctica una “suerte” que había imaginado, nombrándola “El Esqueleto Torero”. Consistía en vestirse con una pijama de color blanco y listas negras, simulando los costillares y otros huesos; así disfrazado (¿?), pararse en un sitio del redondel, para impávidamente esperar la acometida del toro. “Don Pepe” tenía el conocimiento tauromáquico de que el toro no lo cornaría, si guardaba COMPLETA INMOVILIDAD. Ese era el “secreto” de la “suerte”: LA INMOVILIDAD. El disfraz de esqueleto, solamente era teatralería para impresionar.

   La inmovilidad absoluta, pero para guardarla tenía cerca la cornamenta del toro, precisa que el toreo posea muchos “perendengues” –según decía “Guerrita”- o muchos “riñones”, como dicen los actuales revisteros y aun algunas señoritas, quizá ignorantes de lo que en metáfora taurómaca significa la palabra “riñones”. “Don Pepe” demostró que los tenía de enormes dimensiones, porque hizo una, dos, tres y muchas veces su “suerte”, que de imaginaria fue realidad. “El Esqueleto Torero” fue admiración de los orizabeños y de los aficionados en otras ciudades veracruzanas. ¿En cuál fecha fue el prodigio taurómaco? Allá por el año 1881, “Don Pepe” ya tenía de edad unos cincuenta y cinco.

   Prontamente hubo quien imitara e hiciera la “suerte”. Fue un banderillero nombrado Antonio González y de apodo “El Orizabeño”, que entró en contienda artística con el novillero español Juan León “El Mestizo”.

   En 1885 arribó a Orizaba –luego de haber toreado en Veracruz- anunciando y haciendo el lance de “quebrar a cuerpo limpio” (sin banderillas) en el instante en que el toro salía del toril. Era lo que los portugueses nombran “a porta de gayola”. “El Esqueleto Torero” se encaró a la “suerte” hispana. No sé por cual impedimento, el banderillero orizabense Antonio González dejó de hacer inmediata explotación de su habilidad, no presentándola en los cosos poco tiempo después, sino en 1887, en el Distrito Federal, en la ciudad de México.

   La negligencia o lo que haya sido, que tuvo “El Orizabeño”, causó que veinte y dos años después fuese considerada novedad la “suerte” nombrada “Don Tancredo” que en 1902 o 1903 surgió en los redondeles españoles, como imaginada por un mediocre torero español de nombre y apellido Tancredo López. Este torero estuvo aquí. Vio lo que hacían, ya entonces no solamente “El Orizabeño” sino otro (Francisco Lobato, Carlos Sánchez, Tomás Vieyra), se aprovechó y llevó a España una imitación no exacta, sino modificada.

   Las modificaciones que introdujo el español Tancredo López, fueron tres: una, sin significación taurómaca aparente, fue sustituir el terrorífico disfraz de esqueleto por uno que tiene agradable vistosidad; otra, que tiene importancia taurómaca, fue encaramarse en un pedestal de altura de metro y medio, que constituye una defensa, para que en caso de acometida, el toro aseste la cornada, no al “Tancredo”, sino al pedestal (los mexicanos estaban sin peanas, en pie sobre el suelo); y la tercera modificación, que tiene también importancia taurómaca, fue situarse frente a la puerta de toriles, para hacer la “suerte” inmediatamente que el toro sale. En esos instantes no tiene en la acometida igual certeza que después, cuando ya está “asentado” (los mexicanos se situaban en cualquier sitio del ruedo y ya cuando el toro estaba “asentado”).

   Es innegable que Tancredo López fue un valiente, merecedor de aquel decir: “en su vida tuvo miedo”. Pero demostró inteligencia para disminuir el peligro de la “suerte”, que es más riesgosa al modo como la imaginó “Don Pepe” y ya practicaban sus imitadores, que fueron tan numerosos que el “esqueleto torero” se transformó en un cementerio porque había a la vez tres o cuatro, en lo que anunciaba con el nombre de “Panteón Taurómaco de Don Juan Tenorio”[1].

CARLOS CUESTA BAQUERO

Carlos Cuesta Baquero, el médico.

Roque Solares Tacubac, el periodista taurino.

   Hasta aquí el autor de la “Historia de la Tauromaquia en el Distrito Federal”, edición fallida y que se quedó en el curioso número de volumen y medio (ya tendré oportunidad de contarles un día lo que no sólo es una anécdota. Fue, para el Dr. Cuesta una amarga experiencia editorial). Como lo refiere, la autoría es auténticamente nacional, pero los derechos de autor fueron españoles.

   Lo decía al principio de estas breves notas: suerte hoy día en desuso en los ruedos, pero harto sobada entre políticos y otros paladines y aprendices que pululan en los bajos fondos de tan devaluada forma de ejercer un cargo público. ¿O me equivoco?

   Y este otro material:

DE JOSÉ MARÍA VÁZQUEZ, PASANDO POR ANTONIO GONZÁLEZ, HASTA LLEGAR A TANCREDO LÓPEZ, LA SUERTE SE CONVIRTIÓ EN EL “TANCREDO”.

   Esqueletos toreros, figuras vivas, pero inertes, se plantan frente a un toro, cruzados de manos, mostrando osamentas ilustradas en traje hecho a propósito para lucir el valor, enfrentando la ciega embestida de furioso toro apenas salido de los chiqueros. Se dice que fue “El Orizabeño” (en realidad, el primero, y como lo veremos en notas adjuntas de Carlos Cuesta Baquero, se trataba de José María Vázquez) quien la puso en práctica allá, al finalizar el siglo XIX y que luego siguieron haciéndola émulos del diestro veracruzano. Este, poseía un cuerpo más bien delgado, propicio para vestir más adecuadamente ese peculiar traje.

   Ya sabemos que se ganó el aplauso popular yendo en solitario. Pero también lo hizo acompañado de uno más, en escena arrancada del “Juan Tenorio” de José Zorrilla. Es probable que de este cuadro se hiciera otro similar que luego, un torero español de nombre Tancredo López vio posible ejecutar en su país, con tan buena suerte que pronto fue conocida como la suerte del “Tancredo”, esa que denostaba José Bergamín al respecto del “quietismo” del pueblo español.

   Gracias al “Orizabeño” o, a “Don Pepe”, la suerte del “Tancredo” fue posible, a pesar de que no se reconozca el mérito de ser de origen mexicana. El de Veracruz se perdió sin quedar rastro alguno. Tancredo López –por el contrario-, supo explotar maravillosamente ese suerte a la que vistió de blanco –de los pies a la cabeza-, montándose en un pedestal, soportando con valor los riesgos que implicaba un movimiento extraño y la embestida furiosa lanzándole probablemente por allá, a menos que fuera tanta la quietud que el toro pasara de largo, enterándose apenas de aquel intruso que luego se retiraba airoso, sano y salvo, recogiendo las palmas de los entusiastas aficionados.

   Pues bien, todavía en la revisión que fue hecha a la emblemática publicación española Sol y Sombra, año V, Madrid, 30 de mayo de 1901, N° 221, p. 12-13, aún tenemos otros interesantes datos, aportados por Carlos Quiroz “Monosabio”, a partir de la evocación que, como apunta hizo un “colega”.

DE ALLENDE LOS MARES

Corrida efectuada en México el 10 de Marzo (de 1901).

El atractivo para esta corrida era la presentación del joven Ricardo Leal, que “haría de D. Tancredo” ante uno de los seis toros de Parangueo, de cuya suerte suprema estaban encargados Eduardo Leal “Llaverito”, y Antonio Ortiz “Morito”.

   La suerte –“ú”- lo que sea “en sí” no tiene gran chiste; aquí la tomamos a guasa, porque no se puede tomar de otro modo.

   Esta suerte (¡!) ya era conocida por los antiguos aficionados; por aquellos que se deleitaban con las proezas de Ponciano y Compañía. El mismo D. Tancredo confiesa que la aprendió de un mexicano.

   Oigamos cómo cuenta la historia de esta suerte un colega:

   Entre los toreros del país descollaba entonces, por su valor y no escasos conocimientos, Antonio González que fue muy aplaudido y en la que tuvo terrible cogida en la plaza de Tlalnepantla; cogida que en nada entibió su afición por el arte que inmortalizó a “Lagartijo” y “Frascuelo”.

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El espada mexicano don José Vázquez y sus dos discípulos “El Orizabeño” y Francisco Lobato, haciendo “El Panteón de Don Juan Tenorio”.

Fuente: El Universal Taurino. Tomo IV. México, D.F., martes 2 de octubre de 1923, Nº 103.

   A más de esto, Natura le obsequió con una gran predilección por las pantomimas y mojigangas.

   Se le ocurrió hacer de estatua y burlar toros.

   Entonces no era sólo la estatua del Comendador la que aparecía sobre la “candente” arena; era todo el panteón del Tenorio.

   Cinco ganapanes, a la hora crítica, saltaban al redondel vestidos de esqueletos; bailaban primero una danza macabra, escogían sus lugarcitos, y hételes ahí de estatuas sin pedestales.

   El toro franqueaba la puerta de los sustos, arrancaba con ímpetu, y al acercarse a los fantasmas cada uno de estos se convertía en un Ciutti, conteniendo la “jinda” a duras penas.

   Los esqueletos salían bien librados, y en señal de regocijo bailaban otra danza; cogían capotes y lidiaban al bicho. ¡Y era de ver los revolcones que sufrían el Comendador, la inocente Da Inés y el arrogante D. Luis Mejía!

   En cuanto al “Orizabeño”, desengañado de la vida, ha cambiado la azarosa del redondel por la del pacífico comerciante, y actualmente tiene un puesto de ropa en el mercado de San Juan.

   Aún falta conocer lo ocurrido con Ricardo Leal…

Veamos lo que esta tarde hizo el joven gaditano Ricardo Leal, que, vistiendo el albo traje del intransigente D. Gonzalo, salió a lucir sus “bellas” formas.

   Abierta la puerta del toril, apareció el quinto, de bonita lámina, grande y abierto de cuerna. Al salir al ruedo, tropezó su vista con una figura extraña, y acercándose pausadamente, acometió al bulto, sesgándose un poco y tropezando con un cuerno en la pierna izquierda del Comendador de marras, haciendo a este perder el equilibrio.

SOL y SOMBRA_221_p. 13

Sol y Sombra, año V, Madrid, 30 de mayo de 1901, N° 221, p. 12.

   Al público le agradó la guasita y en el toro siguiente pidió la repetición, a la que accedió gustoso D. Ricardo, y subiéndose en el pedestal esperó a que el toro lo hiciese cisco, y poco faltó para eso.

   Este no fue como el anterior, que se conformó con “testerear” a la estatua, sino que acercándose paso a paso, llegó y tiró tres derrotes al pedestal, dando lugar a que Leal demostrase el dominio que tiene sobre sus nervios. Este toro fue vuelto al corral por “bravo”, y en el sustituto también querían “Tancredo”, y Leal estaba dispuesto a encaramarse en el pedestal; pero los aficionados sensatos no lo permitieron.

   “Sería mucha capilla para un fusilamiento”.

   Luego, con el paso de los años, también es posible encontrarse otros registros, donde se realizó la suerte de “Don Tancredo” que, a lo que se ve, fue de origen netamente mexicano.

-PLAZA DE TOROS DE CHICONAUTLA, EDO. DE MÉXICO.

Lunes 15 de septiembre de 1924.

4 toros de Jaltenco.

Matadores: Edmundo Lavín y Guillermo Rosas “El Carbonero”. Ignacio Isunza hará la difícil suerte de DON TANCREDO.

-PLAZA DE TOROS “EL TOREO”, D.F.

Martes 28 de febrero de 1933, a las 8:30 p.m.

¡CARNAVAL! Grandioso Festival Taurino en Homenaje al Torero Mexicano, que al fin se ha impuesto por su arte, dominio y valor.

6 toretes de: Guadalupe, fracción de San Mateo.

Matadores: Fermín Espinosa “Armillita chico”, Heriberto García, Alberto Balderas, Jesús Solórzano, David Liceaga y Luciano Contreras.

   Terminada la parte anterior del festejo, y como un homenaje a los fundadores del toreo en México, PONCIANO DÍAZ y LINO ZAMORA se correrán dos toros por los mejores sorteadores de reses bravas y expertos en el arte de bien torear, empleándose las suertes del toreo creadas en 1870.

   Capitanes de las cuadrillas de a pie, Ponciano Díaz y Lino Zamora, interpretados por los valientes novilleros mexicanos: Enrique Laison y Angel García, acompañados de sus peones de confianza y rehileteros Carlos López “El Manchado” y Félix Basauri, que sustituirá al capitán que caiga herido o lastimado por las fieras, interpretados por los buenos banderilleros mexicanos Rosario Salazar y Antonio García, quienes ejecutarán aclamados por las Bandas de música las difíciles y “arriesgadas” suertes de SALTO A LA GARROCHA, SALTO AL TRASCUERNO, SALTO A LA MARTINCHO, BANDERILLAS CON LA BOCA, SALTO A TOPA CARNERO y toda clase de capeos y fantasías con la muleta y el cuerpo. Sin faltar EL LOCO DE LOS TOROS que “andará” en los tendidos y bajará al ruedo a torear en competencia con los toreros de profesión y LAS MÁSCARAS TORERAS. Antes de la corrida llegarán las REINAS DEL CARNAVAL con las princesas de la alegría y el Rey Feo. Todas las estudiantinas, comparsas del comercio, la Banca, los Estudiantes, el Ejército, los Artistas Teatrales y las comparsas de particulares con disfraces de capricho. A su llegada, grandes combates de flores, serpentinas y confeti. Partirá plaza GUADALUPE LA CHINACA Y SU ESCOLTA DE RANCHEROS y 100 charros luciendo los trajes regionales de cada punto del país, harán evoluciones en el ruedo. Tres bandas alegrarán el espectáculo. Habrá tres premios para las comparsas mejor presentadas y otro para la estudiantina que toque, cante y baile mejor.

   Los servicios en los toros a la mexicana serán de acuerdo con la costumbre en el año cristiano de 1870; las banderillas serán de combinación y al “pegarlas” a los toros lanzarán palomas y regalos.

   El primer Tancredo en el mundo fue hecho en México y aquí lo hará Rosario Salazar, usando el barril del agua milagrosa. Los picadores usarán la ropa de la época y “alanzarán” (sic) a los toros “a la mexicana”, valientemente y sin más defensas que su habilidad de caballistas y su hombría. El público conocerá en esta última parte de la corrida la muerte de los toros con la puntilla a la “ballestilla” y el histórico metisaca de Ponciano Díaz, el rival de Mazzantini.

   Las músicas tocarán los sones de moda en la época de Ponciano y la banda de los “trompas de hule”, la marcha “Ora Ponciano! y “Saquen al toro, saquen al toro”.

MUY IMPORTANTE: Las fiestas populares de Carnaval empezarán en Chapultepec y continuarán en las calles de la ciudad. Durante las horas que se celebre este festival no habrá festejo de ninguna clase en otra parte.

-PLAZA DE TOROS “EL TOREO”, D.F.

Jueves 27 de marzo de 1941, a las 9 p.m. La plaza convertida en una ascua monumental.

6 ejemplares de Gerónimo Merchán.

Presentación de la rejoneadora Conchita Cintrón.

Matadores: Armillita, Solórzano, Lorenzo Garza, Silverio y Andrés Blando.

La suerte de don Tancredo por el valiente diestro Carlos Suárez, y por única y primera vez, la sensación taurina: DON TANCREDO DE GAS NEÓN, por el Espontáneo 1941 con traje iluminado y la plaza oscura. Acto impresionante.

-PLAZA DE TOROS “PIEDRAS NEGRAS”, COAH.

Domingo 7 de marzo de 1943.

Grandioso y único acontecimiento taurino que no se ha presentado al público desde hace más de 30 años: ¨DON TANCREDO” ejecutado por Feliciano Villarreal “El Marinero”. Además: Angel Isunza (doble de Tyrone Power). Habrá un toro bravo con un saco de dinero para los valientes que quieran torearlo en el ruedo.

   Seguramente dicha representación estuvo incluida en la puesta en escena de los “Cuatro siglos del Toreo en México”, encabezada por Edmundo Zepeda “El Brujo”, entre 1955 y 1966.


[1] Revista de Revistas. El semanario nacional. Director: Roque Armando Sosa Ferreyro. Año XXVII, Nº 1439. 19 de diciembre de 1937.

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EL PONER NOMBRE A LOS TOROS…

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   A raíz del penoso episodio ocurrido el domingo 20 de diciembre de 2015, en la plaza de toros “México”, y del que el buen amigo Horacio Reiba da una puntual opinión, suficiente para no empañar más esa desagradable experiencia, me referiré en estas notas a algunos datos que se convierten en auténticos antecedentes al respecto de aquel motivo de dar nombre a los toros justo cuando son enviados a la plaza para su lidia.

LOS NOMBRES DE LOS TOROS_28.12.2015

Disponible en internet, diciembre 28, 2015 en: http://altoromexico.com/2010/index.php?acc=noticiad&id=24611

   Inveterada costumbre es esa, la de bautizar o poner nombre a los toros que habrían de lidiarse, ya por la mañana o por la tarde, tanto en nuestro país como en aquellos otros donde se celebran festejos taurinos desde hace ya varios siglos. El dato más antiguo que encuentro, se remonta al año de 1815, justo cuando se lidió al toro “Chicharrón”,al lado de otros tres que también fueron bautizados como “Pachón”, “Relámpago” y “Trueno”. Desconozco su procedencia, pues las fuentes consultadas apenas refieren detalles, pero destacan la forma en que trascendió aquel apelativo fuera del ruedo, ya que todo hace suponer la supuesta y extraordinaria bravura de dicho ejemplar, como para que el propio José Joaquín Fernández de Lizardi –declarado antitaurino-, se ocupara de él primero en “El mentado Chicharrón”, salido de la imprenta de María Fernández de Jáuregui aquel mismo año. Luego vuelve al mismo asunto en sus famosas “Alacenas de Frioleras”. Sin embargo, parece que la fama de aquel “exquisito” nombre se extendió hasta 1819, cuando el propio “Pensador Mexicano” publicó en “Ratos entretenidos” el siguiente apunte:

Con motivo de haberse divulgado que en una de las pasadas corridas se iba a jugar un toro muy grande y extraordinariamente bravo llamado Chicharrón, el pueblo alto y bajo creyó de buena fe que el tal toro era lo nunca visto; se alborotaron las gentes; corrieron a la plaza el señalado día; pagaron sus asientos según quisieron los tablajeros; se llenó el circo; no cupo la gente; muchas gentes se volvían a sus casas, llorando amargamente a pesar de no haber hallado asiento; y cuando los que lo hallaron esperaban que el señor Chicharrón fuera el asombro de los toros por su tamaño y fiereza, fue saliendo el mentado animal, tan toro como todos y tan cobarde como él solo. Se deja entender cuál sería el chasco de los espectadores. A esto escribí el papel que sigue, que entonces se celebró mucho, y no menos se apreciará por cuantos sepan el objeto con que se hizo.[1]

   De este capítulo, se llegó a publicar el Mentado Chicharrón en unos versos que decían:

LAS SOMBRAS

(De Chicharrón, Pachón,

Relámpago y Trueno).

 Epitafio de Chicharrón

 

Aquí yace el más valiente

Toro que México vio;

Y aunque tan bravo, corrió

De miedo de tanta gente.

¡Oh, pasajero! Detente,

mira, advierte, considera

que es el vulgo de manera

que, a pesar de su pobreza,

gasta con suma franqueza,

para ver… una friolera.[2]

Del diálogo sostenido entre aquellos cuatro toros en muestra del repudio absoluto por cuanto se les hacía sufrir, entre otras cosas, Trueno, se destapa con una décima que habrá de ser una muestra de su actitud contra la crueldad, de lo que resulta luego “El mentado Chicharrón”:

 Apurar, hombres, pretendo

Ya que me tratáis así;

¡Qué delito cometí

contra vosotros naciendo?

Más, pues no hay culpa, ya entiendo

El delito cometido.

Frívola causa ha tenido

Vuestra fuerza y rigor

Pues el delito mayor

De un toro es haber nacido.[3]

   Seguramente la costumbre arraigó, pero se sigue sin gran información, hasta que al hurgar entre viejos papeles encuentro un cartel, este de la plaza de toros de Morelia, y fechado el 23 de diciembre de 1849. Entre otros detalles, aparece el siguiente párrafo:

El Sr. González (es decir, Mariano González “La Monja”) en unión de una cuadrilla de taromáquicos lidiará cuatro toros a muerte banderillando especialmente al conocido por alacrán. El ganado es de la hacienda de Isícuaro escogido entre una partida de cincuenta toros que se presentaron por el propietario, de buena condición y bravura.

   Así que aquí encontramos al primer “Alacrán” de una larga serie de “alacranes” que se lidiaron en el resto de ese siglo, según lo puedo confirmar luego de encontrarme varios apuntes de don José Julio Barbabosa, dueño de Santin, y quien en sus “memorias”, registra ese nombre buen número de veces.

   Para 1850, las empresas, en franco acuerdo con los hacendados, dejan notar un notorio despliegue de carteles en los que se encuentran nombres de toros como los que siguen:

-Orgulloso, Bravo, Temible, Sanguinario y Arlequín, de Atenco, se jugaron en la cuarta corrida, para el domingo 2 de junio de 1850, en la plaza de toros de Tacubaya, estoqueados por Bernardo Gaviño y su cuadrilla;

Polvorilla, Remendado, Cuerno duro, Salteador, Candelilla y Manos largas, la tarde del 20 de octubre de 1850, estoqueados por Mariano González, Fernando Hernández y Andrés Chávez;

-Marte, Júpiter, Cupido, Baco, Vulcano, Neptuno, Apolo y Plutón. Estos toros, que fueron de Atenco, se lidiaron el domingo 1° de 1850;

El Vagamundo, El Peregrino, El Valiente, El Tirano, El Sanguinario y Pocas chanzas, de Atenco, que se corrieron el domingo 8 de diciembre de 1850;

Idiota, Muerto, Catarro, Fandango, Nene y Dañoso, de Atenco, se lidiaron a muerte estos toros la tarde del 15 de diciembre de 1850;

El Diablo Verde, El Aradín, El Cancervero, El Espigado, Perdona vidas y Mata siete, de la raza de Atenco, que enfrentó la cuadrilla de Mariano González “La Monja”.

   Todos estos festejos se desarrollaron en la plaza Principal de Toros en el Paseo Nuevo de Puebla, a los que dio cara Mariano González y sus valiente compañía en una amplia temporada organizada por dicho diestro, que, con seguridad organizó por aquel rincón de la provincia obteniendo de todo ello pingües beneficios.

   He aquí, algunos datos, apenas los suficientes para entrar en materia de un amplio tema, del cual el siglo XIX nos proporciona abundante información. Ya habrá oportunidad de volver a él en otra ocasión.


[1] José Joaquín Fernández de Lizardi: Obras I-Poesías y Fábulas. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Estudios Literarios. Invest., recop. y ed. de Jacobo Chencinsky y Luis Mario Schneider. Estudio prel. de Jacobo Chencinsky, 1963. (Nueva Biblioteca Mexicana, 7), p. 250.

[2] Op. Cit., p. 45.

[3] Ibidem.

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SOBRE LOS ANUARIOS TAURINOS MEXICANOS.

RECOMENDACIONES y LITERATURA. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Hace tiempo que comencé la “aventura” de preparar y editar “Anuarios Taurinos Mexicanos”, siendo los primeros, aquellos que corresponden a los años de 1852, 1853, 1885, 1886 y 1887 respectivamente. Gracias a las buenas gestiones de Oskar Ruizesparza,[1] fue posible que se publicaran, en forma electrónica los que corresponden a 1852, 1853 y 1885. Surgió esta inquietud debido a la carencia de datos que permitieran entender el ritmo de un año tal cual en lo taurino, sobre todo porque las fuentes que ofrecen esa información aun cuando está disponible, es bastante aislada, lo cual llevaría a cualquier investigador a un largo proceso de manufactura, integración e interpretación. Por tanto, no quiero decir que correspondan mis labores con esa ambiciosa labor, sino al hecho de que en nuestros tiempos, integrar esa “base de datos” ya es posible gracias a las numerosas herramientas disponibles en la internet, así como porque quien la elabore, disponga de una sólida biblioteca taurina. Pero también al punto de que va siendo necesario saber cómo se forjó la tauromaquia mexicana en otras épocas, las que corresponderían en este caso al periodo virreinal, todo el siglo XIX. Incluso el XX y el que transcurre, estos dos últimos favorecidos gracias a que existen materiales –en papel como digitales- que permiten su consulta, tanto en los repositorios y bibliotecas reconocidos, como en ese instrumento de la modernidad que es la internet misma.

AHTM_109_1852_PORTADA

En labor conjunta con Oskar Ruizesparza, responsable de la página de internet “México mío. Editorial” (http://www.mexicomio.com.mx/), se publica, a partir del 14 de mayo de 2014 el título, como libro electrónico: APORTACIONES HISTÓRICO TAURINAS MEXICANAS N° 109. ANUARIO DE AVISOS, CARTELES y NOTICIAS TAURINOS MEXICANOS. (AÑO DE 1852). 140 p. Ils. Puede consultarse en la siguiente liga:

http://mexicomio.com.mx/html/libros.php?f=4775434/7855065&cat=c

   La tarea que sigue es integrar otros años, los más que sean posibles con objeto de comprender de mejor manera el pulso de su actividad y así, estar en posibilidad de acercarnos a conocer plazas, ganaderías y protagonistas, como aquellas diversas interpretaciones que la prensa nacional, viajeros extranjeros o autores nacionales dieron, en pro o en contra a un espectáculo que representó y sigue representando puntos de atención y discusión. Por tal motivo, cuando me dispuse emprender tal empresa, elaboré los siguientes apuntes, que comparto a continuación.

PRESENTACIÓN.

   El referente histórico sobre una historia puntual y precisa, día a día o año por año aún no se ha concebido como sería deseable entre los interesados por tan particular fenómeno de diversión popular, unido cabalmente al interior de la historia de México misma, de la conquista española a nuestros días.

   Pasajes de esta naturaleza los encontramos por ejemplo, en obras como las de Gregorio Martín de Guijo,[2] Antonio de Robles,[3] José Gómez El Alabardero,[4] Carlos María de Bustamante,[5] Guillermo Prieto,[6] Antonio García Cubas,[7] Domingo Ibarra,[8] Nicolás Rangel,[9] Carlos Cuesta Baquero,[10] José de Jesús Núñez y Domínguez, [11]Armando de María y Campos,[12] Heriberto Lanfranchi,[13] Benjamín Flores Hernández[14] y muy recientemente las de Luis Ruiz Quiroz.[15]

   Sin embargo, al intentar reunir todas estas piezas de consulta imprescindibles, aun así, no se consigue tener más que una pequeña parte de ese gran escenario, cuya disposición es aislada e informe. Por tanto, ningún autor de los mencionados aquí sería culpable (antes al contrario, se les agradece su valioso empeño) frente a la que es, como en este caso, la novedosa propuesta aquí planteada.

   En todo caso hay que advertir el eco de que este trabajo se deberá, en buena medida a toda la información de las obras antes mencionadas, del mismo modo que ha de ocurrir con todas aquellas otras, sean bibliográficas o hemerográficas, así como de una invaluable iconografía que también pasa a formar parte de fuentes y referencias en esta singular empresa.

AHTM_109_1853_PORTADA

En labor conjunta con Oskar Ruizesparza, responsable de la página de internet “México mío. Editorial” (http://www.mexicomio.com.mx/), se publica, a partir del 14 de noviembre de 2014 el título, como libro electrónico: APORTACIONES HISTÓRICO TAURINAS MEXICANAS N° 109. ANUARIO TAURINO MEXICANO. 1853. 70 p. Ils. Puede consultarse en la siguiente liga:

http://www.mexicomio.com.mx/html/libros.php?f=4775434/10142314&cat=c

   No sé el tiempo que pueda tomar este propósito -¿o despropósito?-. El hecho es que queda claro iniciar el que será diseño o bosquejo de un gran edificio. Por tratarse de una investigación que debe estar permanentemente actualizada, corregida y aumentada, el soporte digital viene muy bien a los alcances y propósitos del mismo.

AHTM_109_1885_PORTADA

En labor conjunta con Oskar Ruizesparza, responsable de la página de internet “México mío. Editorial” (http://www.mexicomio.com.mx/), se publica, a partir del 16 de diciembre de 2014 el título, como libro electrónico: ANUARIO DE AVISOS, CARTELES y NOTICIAS TAURINOS MEXICANOS. (AÑO DE 1885). 107 p. Ils., grabs., retrs., fots. Puede consultarse en la siguiente liga:

http://www.mexicomio.com.mx/html/libros.php?f=4775434/10142314&cat=c

   Al simple hecho registrado se podrá enriquecerlo con imágenes, o cuantos datos aparezcan con objeto de obtener una mejor visión del sucedido. Por tanto, me parece que otro elemento a integrar en esta investigación permanente, es el conjunto de todos mis trabajos que se encuentran bajo el rubro: APORTACIONES HISTÓRICO-TAURINAS MEXICANAS, y sus diversos subtítulos como son: Curiosidades taurinas de antaño exhumadas hogaño o esta nueva que lleva el título de: Historia y memoria de la tauromaquia mexicana. Del siglo XVI a nuestros días, que se ve reflejado en otros tantos, aún y cuando no aparezca su distintivo. Esto es equivalente a poco más de 30 años de investigación, así como a cientos de artículos, y otros tantos ensayos, así como casi 60 publicaciones de las que he venido presentando constancia, sobre todo en el blog de mi responsabilidad: APORTACIONES HISTÓRICO-TAURINAS MEXICANAS (https://ahtm.wordpress.com/), en cuya página principal, aparece la cejilla con la leyenda “Acerca del autor”, enlace donde aparecen datos generales del autor, de su trabajo profesional y un vínculo que remite al interesado a ubicar el archivo en el que está consignada la “obra publicada…”.

AHTM_109_1886_PORTADA

José Francisco Coello Ugalde: “Anuario de avisos, Carteles y Noticias Taurinos Mexicanos. (Año de 1886). 131 p. ils., grabs., retrs., fots. (Obra inédita).

   Pues bien, bajo los principios aquí establecidos, conviene advertir que los presentes “Anales del toreo en México” se procesarán de conformidad al criterio cronológico, concentrados en carpetas digitales que permitan ubicar fácilmente cualquier dato, acompañando el texto, y cuando así convenga, de los materiales iconográficos como facsímiles u otras imágenes que terminen convirtiéndose en respaldo de la información manejada. Se establecerá un conjunto de archivos de respaldo como el bibliográfico y hemerográfico, con objeto de que el interesado ubique y, de ser necesario, confirme el dato desplegado en cada apunte o pasaje que se genere al respecto. Por tal motivo, los “Anales…” en su conjunto, suponen una obra nunca antes concebida, salvo los casos previos ya mencionados, y que tuvieron como propósito cubrir ciertos periodos, aunque en algunos casos quedaran delimitados o sólo limitados al conjunto de obras o alcances que cada una de ellas tuvo al momento de su publicación y difusión.

AHTM109_1887_PORTADA

José Francisco Coello Ugalde: “Anuario de avisos, Carteles y Noticias Taurinos Mexicanos. (Año de 1887). 351 p. ils., grabs., retrs., fots. (Obra inédita).

   Pretendo, finalmente sumar a la historia del toreo en México un compendio y su ordenada disposición cronológica, enfatizándolo en cada dato, fecha o suceso con notas y comentarios obligados para su mejor entendimiento.

México, D.F., 27 de mayo de 2013.


[1] Portal de internet “México mío” (http://www.mexicomio.com.mx/)

[2] Gregorio Martín de Guijo: DIARIO. 1648-1664. Edición y prólogo de Manuel Romero de Terreros. México, Editorial Porrúa, S.A., 1953. 2 V. (Colección de escritores mexicanos, 64-65).

[3] Antonio de Robles: DIARIO DE SUCESOS NOTABLES (1665-1703). Edición y prólogo de Antonio Castro Leal. México, Editorial Porrúa, S.A., 1946. 3 V. (Colección de escritores mexicanos, 30-32).

[4] José Gómez: Diario curioso y cuaderno de las cosas memorables en México durante el gobierno de Revillagigedo (1789-1794). Versión paleográfica, introducción, notas y bibliografía por Ignacio González-Polo. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, Biblioteca Nacional y Hemeroteca Nacional, 1986. 123 p. Facs., retrs., maps. (Serie: FUENTES).

[5] BUSTAMANTE, Carlos María de: DIARIO HISTORICO DE MEXICO. DICIEMBRE 1822-JUNIO 1823. Nota previa y notas al texto Manuel Calvillo. Edición al cuidado de Mtra. Rina Ortiz. México, SEP-INAH, 1980. 251 p. Tomo I, vol. 1.

–: Suplemento a la historia de los tres siglos de Méjico. Apud. Los tres siglos de México durante el gobierno español: hasta la entrada del ejército trigarante. Obra escrita en Roma por el padre Andrés Cavo, de la Compañía de Jesús. Publicada con notas y suplementos por el licenciado (…). México, Imprenta de J. R. Navarro, Editor. Calle de Chiquis Nº 6, 1852.

–: CD Diario Histórico de México, 1822-1848 Diario Histórico de México, 1822-1848. Entre 2001 y 2003 se publicaron dos discos compactos que reúnen la misma obra, sólo que de manera conjunta, abarcando los años de 1822 a 1834; y de 1835 a 1848 respectivamente. Diario Histórico de México. 1822-1834 (disco 1); Diario Histórico de México. 1835-1848 (disco 2). México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, El Colegio de México, 2011 y 2003. 2 discos compactos.

[6] Guillermo Prieto: Obras Completas. Romances. Presentación, compilación y notas: BORIS ROSEN JÉLOMER. México, CONACULTA, 1995. Vol. XV. 631 p.

–: Obras Completas. (Actualidades de la Semana, 2). Presentación, compilación y notas: BORIS ROSEN JÉLOMER. México, CONACULTA, 1996. Vol. XX. 610 p.

–: Obras Completas. (Poesía satírica. Poesía religiosa). Presentación, compilación y notas: BORIS ROSEN JÉLOMER. México, CONACULTA, 1995. Vol. XIV. 546 p.

–: Mi guerra del 47. Presentación de María del Carmen Ruiz Castañeda. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Coordinación de Humanidades, 1997. 178 p. (Voces de la hechicera)., entre otras obras.

[7] Antonio García Cubas: El libro de mis recuerdos. Narraciones históricas, anecdóticas y de costumbres mexicanas anteriores al actual estado social. Ilustradas con más de trecientos fotograbados. 7ª edición. México, Patria, S.A., 1978. 828 p. Ils. (Colección «México en el siglo XIX»).

[8] Domingo Ibarra: Historia del toreo en México que contiene: El primitivo origen de las lides de toros, reminiscencias desde que en México se levantó el primer redondel, fiasco que hizo el torero español Luis Mazzantini, recuerdos de Bernardo Gaviño y reseña de las corridas habidas en las nuevas plazas de San Rafael, del Paseo y de Colón, en el mes de abril de 1887. México, 1888. Imprenta de J. Reyes Velasco. 128 p. Retrs.

[9] Nicolás Rangel: Historia del toreo en México. Época colonial (1529-1821). México, Imp. Manuel León Sánchez, 1924. 374 p. Ils., facs., fots.

–: Historia del toreo en México. Época colonial (1529-1821). México, Editorial Cosmos, 1980. 374 p. Ils., facs., fots. (Edición facsimilar).

[10] Carlos Cuesta Baquero (seud. Roque Solares Tacubac): Historia de la Tauromaquia en el Distrito Federal desde 1885 hasta 1905. México, Tipografía José del Rivero, sucesor y Andrés Botas editor, respectivamente. Tomos I y II.

–: Trabajos inéditos (1920-1945. Obra mecanuscrita).

[11] José de Jesús Núñez y Domínguez: Historia y tauromaquia mexicanas. México, Ediciones Botas, 1944. 270 p., ils., fots.

–: Un virrey limeño en México: Don Juan de Acuña, marqués de Casa-Fuerte. México, Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, 1927. XXVIII-416 p. Ils., facs., entre otras obras.

[12] Armando de María y Campos: Los toros en México en el siglo XIX, 1810-1863. Reportazgo retrospectivo de exploración y aventura. México, Acción moderna mercantil, S.A., 1938. 112 p. ils.

–: GAONERAS (Ensayos sobre Estética Taurina). México, “El Día Español”, 1921. 101 p. Ils., fots.

–: Imagen del mexicano en los toros. México, «Al sonar el clarín», 1953. 268 p., ils.

–: Ponciano, el torero con bigotes. México, ediciones Xóchitl, 1943. 218 p. fots., facs. (Vidas mexicanas, 7).

–: Breve historia del teatro en Chile… y de su vida taurómaca. México, Cepsa, 1940. 46 p.

–: Los payasos, poetas del pueblo. (El circo en México). Crónica. México, Ediciones Botas, 1939. 262 p. Ils., grabs. facs.

–: El programa en cien años de teatro en México. México, Ediciones Mexicanas, S.A., 1950. 62 p. + 57 ilustraciones. (Enciclopedia mexicana de arte, 3).

–: Memorias de Vicente Segura. Niño millonario. Matador de toros. General de la Revolución. México, Compañía Editora y Distribuidora de Publicaciones, 1960. T. I. 135 p., ils., fots.

–: Vida dramática y muerte trágica de Luis Freg. Memorias y confesiones. México, “Impresora Juan Pablos”, 1958. 132 p. Ils., fots.

–: Andanzas y picardías de Eusebio Vela. (Autor y comediante mexicano del siglo XVIII). Con ilustraciones de la época. México, Compañía de Ediciones Populares, S.A., 1944. 235 p. Facs.

–: La navegación aérea en México. México, Compañía de Ediciones Populares, S.A., 1944. 196 p. Grabs., fots.

–: PASTORELAS Y COLOQUIOS. Recopilación de Beatriz San Martín Vda. de María y Campos. México, 1ª ed. Diana, 1987, 237 p. Ils., facs.

–: Las peleas de gallos en México. México, Diana, 1994. 96 p. Ils., facs.

Armando de Maria y Campos (reed.): Ponciano, el torero con bigotes. (Edición Facsimilar de la de 1943), a cargo de Dionisio Victoria Moreno. Toluca, estado de México, Gobierno del Estado de México, Fonapas, Libros de México, 1979. XVIII-218 p. Facs. (Serie Juana de Asbaje. Colección Letras).

[13] Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots.

–: Historia del toro bravo mexicano. México, Asociación Nacional de criadores de toros de lidia, 1983. 352 p. ils., grabs.

[14] Benjamín Flores Hernández: «Con la fiesta nacional. Por el siglo de las luces. Un acercamiento a lo que fueron y significaron las corridas de toros en la Nueva España del siglo XVIII», México, 1976 (tesis de licenciatura, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 339 p.

–: «La vida en México a través de la fiesta de los toros, 1770. Historia de dos temporadas organizadas por el virrey marqués de Croix con el objeto de obtener fondos para obras públicas», México, 1982 (tesis de maestro, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 262 p.

–: «Sobre las plazas de toros en la Nueva España del siglo XVIII». México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1981 282 p. Ils., planos. (ESTUDIOS DE HISTORIA NOVOHISPANA, 7). (p. 99-160)

–: La ciudad y la fiesta. Los primeros tres siglos y medio de tauromaquia en México, 1526-1867. México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1976. 146 p. (Colección Regiones de México).

–: La Real Maestranza de Caballería de México: una institución frustrada. Universidad Autónoma de Aguascalientes/Departamento de Historia. XI Reunión de Historiadores Mexicanos, Estadounidenses y Canadienses. Mesa 2. Instituciones educativas y culturales. 2.5 Educación y cultura, siglos XVIII y XIX (no. 55). Monterrey, N. L., 3 de octubre de 2003. 13 p.

–: “La jineta indiana en los textos de Juan Suárez de Peralta y Bernardo de Vargas Machuca”. Sevilla, en: Anuario de Estudios Americanos, T. LIV, 2, 1997. Separatas del tomo LIV-2 (julio-diciembre) del Anuario de Estudios Americanos (pp. 639-664).

[15] Luis: Luis Ruiz Quiroz: Efemérides Taurinas Mexicanas. México, Bibliófilos Taurinos de México, A.C., 2006. 441 p., entre otras de sus obras dedicadas, como es de todos conocidos, a datos estadísticos, publicados en: 1987, 1988, 1989, 1990, 1991, 1992, 1997, 1998 y 1999, 2000 y 2001, 2002 y 2003, y algunas publicaciones más.

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GALERÍA ILUSTRADA DE TOREROS MEXICANOS Y EXTRANJEROS QUE ACTUARON A LO LARGO DEL VIRREINATO Y EL SIGLO XIX MEXICANO. (III). 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

LOS HERMANOS ÁVILA: TOREROS CONOCIDOS EN EL MÉXICO DE LOS PRIMEROS AÑOS DEL XIX.

   El caso de los hermanos Ávila se parece mucho al de los Romero, en España. Sóstenes, Luis, José María y Joaquín Ávila (al parecer, oriundos de Texcoco) constituyeron una sólida fortaleza desde la cual impusieron su mando y control, por lo menos de 1808 a 1858 en que dejamos de saber de ellos. Medio siglo de influencia, básicamente concentrada en la capital del país, nos deja verlos como señores feudales de la tauromaquia, aunque por los escasos datos, su paso por el toreo se hunde en el misterio, no se sabe si las numerosas guerras que vivió nuestro país por aquellos años nublaron su presencia o si la prensa no prestó toda la atención a sus actuaciones.

   De estos cuatro personajes: Sóstenes, Luis, José María[1] y Joaquín,[2] los primeros dos establecieron un imperio, y lo hicieron a base de una interpretación, la más pura del nacionalismo que fermentó en esa búsqueda permanente de la razón de ser de los mexicanos.

   Un periodo irregular es el que se vive a raíz del incendio en la Real Plaza de Toros de San Pablo en 1821 (reinaugurada en 1833) por lo que, un conjunto de plazas alternas, pero efímeras al fin y al cabo, permitieron garantías de continuidad.

   Aún así, Necatitlán, El Boliche, la Plaza Nacional de Toros, La Lagunilla, Jamaica, don Toribio, sirvieron a los propósitos de la mencionada continuidad taurina, la que al distanciarse de la influencia española, demostró cuán autónoma podía ser la propia expresión. ¿Y cómo se dio a conocer? Fue en medio de una variada escenografía, no aventurada, y mucho menos improvisada al manipular el toreo hasta el extremo de la fascinación, matizándolo de invenciones, de los fuegos de artificio que admiran y hechizan a públicos cuyo deleite es semejante al de aquella turbulencia de lo diverso.

   De seguro, algún viajero extranjero, al escribir sus experiencias de su paso por la Ciudad de México, lo hizo luego de presenciar esta o aquella corrida donde los Ávila hicieron las delicias de los asistentes en plazas como las mencionadas. De ese modo, Gabriel Ferry, seudónimo de Luis de Bellamare, quien visitó nuestro país allá por 1825, dejó impreso en La vida civil en México un sello heroico que retrata la vida intensa de nuestra sociedad, lo que produjo entre los franceses un concepto fabuloso, casi legendario de México con la intensidad fresca del sentido costumbrista. Tal es el caso del «monte parnaso» y la «jamaica», de las cuales hizo un retrato muy interesante.

   En el capítulo «Escenas de la vida mejicana» hay una descripción que tituló “Perico el Zaragata”, el autor abre dándonos un retrato fiel en cuanto al carácter del pueblo; pueblo bajo que vemos palpitar en uno de esos barrios con el peso de la delincuencia, que define muy bien su perfil y su raigambre. Con sus apuntes nos lleva de la mano por las calles y todos sus sabores, olores, ruidos y razones que podemos admirar, para llegar finalmente a la plaza.

Nunca había sabido resistirme al atractivo de una corrida de toros -dice Ferry-; y además, bajo la tutela de fray Serapio tenía la ventaja de cruzar con seguridad los arrabales que forman en torno de Méjico una barrera formidable. De todos estos arrabales, el que está contiguo a la plaza de Necatitlán es sin disputa el más peligroso para el que viste traje europeo; así es que experimentaba cierta intranquilidad siempre lo atravesaba solo. El capuchón del religioso iba, pues, a servir de escudo al frac parisiense: acepté sin vacilar el ofrecimiento de fray Serapio y salimos sin perder momento. Por primera vez contemplaba con mirada tranquila aquellas calles sucias sin acercas y sin empedrar, aquellas moradas negruzcas y agrietas, cuna y guarida de los bandidos que infestan los caminos y que roban con tanta frecuencia las casas de la ciudad.

Y tras la descripción de la plaza de Necatitlán, el «monte parnaso» y la «jamaica»,

(…)El populacho de los palcos de sol se contentaba con aspirar el olor nauseabundo de la manteca en tanto que otros más felices, sentados en este improvisado Elíseo, saboreaban la carne de pato silvestre de las lagunas. -He ahí- me dijo el franciscano señalándome con el dedo los numerosos convidados sentados en torno de las mesas de la plaza, lo que llamamos aquí una «jamaica».

   La verdad que poco es el comentario por hacer. Ferry se encargó de proporcionarnos un excelente retrato, aunque es de destacar la actitud tomada por el pueblo quien de hecho pierde los estribos y se compenetra en una colectividad incontrolable bajo un ambiente único.

De todos modos, lo poco que sabemos de ellos es gracias a los escasos carteles que se conservan hoy en día. Son apenas un manojo de “avisos”, suficientes para saber de su paso por la tauromaquia decimonónica. Veamos qué nos dicen tres documentos.

   13 de agosto de 1808, plaza de toros “El Boliche”. “Capitán de cuadrilla, que matará toros con espada, por primera vez en esta Muy Noble y Leal Ciudad de México, Sóstenes Ávila.-Segundo matador, José María Ávila.-Si se inutilizare alguno de estos dos toreros, por causa de los toros, entonces matará Luis Ávila, hermano de los anteriores y no menos entendido que ellos. Toros de Puruagua”.

   Domingo 21 de junio de 1857. Toros en la Plaza Principal de San Pablo. Sorprendente función, desempeñada por la cuadrilla que dirigen don Sóstenes y don Luis Ávila.

   “Cuando los habitantes de esta hermosa capital, se han signado honrar á la cuadrilla que es de mi cuidado, la gratitud nos estimula á no perder ocasión de manifestar nuestro reconocimiento, aunque para corresponder dignamente sean insuficientes nuestros débiles esfuerzos; razón por lo que de nuevo vuelvo a suplicar á mis indulgentes favorecedores, se sirvan disimularnos las faltas que cometemos, y que á la vez, patrocinen con su agradable concurrencia la función que para el día indicado, he dispuesto dar de la manera siguiente:

Seis bravísimos toros, incluso el embolado (no precisan su procedencia) que tanto han agradado á los dignos espectadores, pues el empresario no se ha detenido en gastos (…)”.

Aquella tarde se hicieron acompañar de EL HOMBRE FENÓMENO, al que, faltándole los brazos, realizaba suertes por demás inverosímiles como aquella “de hacer bailar y resonar a una pionza, ó llámese chicharra”.

   Al parecer, con la corrida del domingo 26 de julio de 1857 Sóstenes y Luis desaparecen del panorama, no sin antes haber dejado testimonio de que se enfrentaron aquella tarde a cinco o más toros, incluso el embolado de costumbre. Hicieron acto de presencia en graciosa pantomima los INDIOS APACHES, “montando á caballo en pelo, para picar al toro más brioso de la corrida”. Uno de los toros fue picado por María Guadalupe Padilla quien además banderilló a otro burel. Alejo Garza que así se llamaba EL HOMBRE FENÓMENO gineteó “el toro que le sea elegido por el respetable público”. Hubo tres toros para el coleadero.

   “Amados compatriotas: si la función que os dedicamos fuere de vuestra aprobación, será mucha la dicha que logren vuestros más humildes y seguros servidores: Sóstenes y Luis Ávila”.

   Todavía la tarde del 13 de junio de 1858 y en la plaza de toros del Paseo Nuevo  participó la cuadrilla de Sóstenes Ávila en la lidia de toros de La Quemada.

   Destacan algunos aspectos que obligan a una detenida reflexión. Uno de ellos es que de 1835 (año de la llegada de Bernardo Gaviño) a 1858, último de las actuaciones de los hermanos Ávila, no se encuentra ningún enfrentamiento entre estos personajes en la plaza. Tal aspecto era por demás obligado, en virtud de que desde 1808 los toreros oriundos de Texcoco y hasta el de 58, pasando por 1835 adquirieron un cartel envidiable, fruto de la consolidación y el control que tuvieron en 50 años de presencia e influencia.

   Otro, que también nos parece interesante es el de su apertura a la diversidad, esto es, permitir la incorporación de elementos ajenos a la tauromaquia, pero que la enriquecieron de modo prodigioso durante casi todo el siglo XIX, de manera ascendente hasta encontrar años más tarde un repertorio completísimo que fue capaz de desplazar al toreo, de las mojigangas y otros divertimentos me ocuparé en detalle más adelante. 

CARTEL_21.12.1851_PASEO NUEVO_ANTONIO DUARTE... LUIS ÁVILA_DISTINTAS RAZAS

Sin embargo, por más esfuerzo que se realizó para localizar carteles anteriores a 1850, no fue posible encontrar alguno que permitiera evidenciar la aparición del o los nombres de estos hermanos Ávila, tal y como se apunta en aquel que se remonta al año de 1808.


[1] José María Ávila, según el Registro Oficial del Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos, del 4 de julio de 1830, p. 2 menciona: GOBIERNO DEL DISTRITO FEDERAL.-SECCIÓN TERCERA. Lista de los 79 reos sentenciados a presidio, que con esta fecha marchan en cuerda, bajo la responsabilidad del teniente del núm. 2 de caballeríza D. Julián Luza.

(…) José María Ávila (por) heridas.

[2] Mencionado por Carlos María de Bustamante en su Diario Histórico de México, cometió un homicidio que lo llevó a la cárcel y más tarde al patíbulo.

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FIGURAS, FIGURITAS y FIGURONES. SILVERIO PÉREZ y “TANGUITO”, SIN EUFEMISMOS. (VIII).

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 Un intermedio poético.

ANTOLOGÍA POESÍA TAURINA...

  En mi Antología de la poesía mexicana en los toros. Siglos XVI-XXI. Prólogo: Lucía Rivadeneyra. Epílogo: Elia Domenzáin. Ilustraciones de: Rosa María Alfonseca Arredondo y Rosana Fautsch Fernández. Fotografías de: Fumiko Nobuoka Nawa y Miguel Ángel Llamas. México, 1986 – 2006. 776 p. Ils. (Es una edición privada del autor que consta de 20 ejemplares nominados y numerados), incluí este corrido, así como los siguientes versos. Ambos, aluden la hazaña que Silverio protagonizó el 31 de enero de 1943.

Ca. 1943 

 

CORRIDO A SILVERIO PÉREZ

 

Con música de salterio

y sin brincar del huacal,

hoy viene a hablar de Silverio

el oaxaqueño Abascal.

 

Trata en alegre corrido

y sin asomos de inquina,

un caso muy discutido,

o sea la cuestión taurina.

 

Y aquí viene la canción.

óiganla con devoción:

 

Si les gusta oír cantar

nomás pónganme cuidado,

que un corrido va a empezar

a Silverio dedicado.

 

P´al hermano de Carmelo

yo compuse la rimada,

vuela palomita luego,

a buscarle la tonada.

 

¡Qué gusto me da mirarte

entre toda tu cuadrilla,

cuando vas partiendo plaza

gran torero maravilla!

 

El que mira una faena

al torero texcocano,

más que se quede pelón

al ruedo tira el jarano!

 

Va Silverio el Faraón

por todos los redondeles,

cada vez un faenón

y conquistando laureles.

 

En Jalisco, en Monterrey,

donde quiera que has toreado,

a los toritos de ley

oreja y rabo has cortado.

 

Más no faltó quien dijera

rabiando de pura envidia,

que Silverio con la izquierda

no sirve para la lidia.

 

Tú no pongas atención

a quien no se la merece,

te aseguro con razón

que un Villamelón fue ese.

 

Porque pisas el terreno

donde cuajas muletazos,

Silverio, tú eres torero,

no necesitas zurdazos.

 

Por tu faena a Tanguito

un homenaje te harán,

un torero y un torito

tu monumento serán.

 

De Pastejé fue ese toro,

al que tú inmortalizaste.

esa tarde en “El Toreo”

tu fama la consagraste!

????????????????????????????

  Dicen que van a venir

los españoles toreros,

con el de Texcoco acá…

guerra tendrán los iberos.

 

Y que pase la pelada

no me parece tan peor;

¡que vengan los españoles

a alternar con lo mejor

 

se oye decir a la gente

con sus palabras cabales:

para torero… ¡Silverio!

¡Dos no tenemos iguales!

 

¡Ah, qué cierto y qué legal

lo que las voces dijeron!

Porque toreros como él

al mundo pocos vinieron.

 

Vuela, vuela, palomita,

vuélale como de rayo,

porque si hay otro Silverio,

verdá de Dios que me callo.

 

Ya se va el aficionado

el que compuso el corrido

y si en algo quedo mal,

que lo disculpen les pido…

 

Ya llegó la obscuridad:

ya nos vamos al descanso

que duerman con suavidad

y en apacible remanso.

 

ANÓNIMO.

1967

Toreros mexicanos.

 

Centurias ha, que pasaron

en que surcaron los mares

con Hernán Cortés, al mando

tras la aventura sus naves.

 

A Cuauhtémoc atormentaron

en ese afán de conquista

y esta tierra avasallaron

en la entrega “malinchista”.

 

Pero el águila gloriosa

despertó de su letargo

¡y sacudió muy airosa!

la esclavitud de su rango.

 

Pues se adueñaron de ruedos

califas y faraones

con su capote señero

¡tributo de emperadores!

 

Con más esplendor su reino

volvió a lucir el Teocali

dueño y señor del imperio

¡del gran clarín de la tarde!

 

Que al rugir en Guanajuato

el león con toda su gloria

escudó el gran califato

¡con ese par de Pamplona!

 

Y esta tierra de prodigio

al meco vió entre su fronda

un trigre airoso y altivo

que desmayó a los de sombra.

 

El tejedor del sarape

de Saltillo vió a su niño

lucir su toga y en pases

¡Maestro con “Nacarillo”!

 

Un orfebre sin rival

luce el cielo tapatío

creador de suertes genial

de inolvidable tronío.

  

????????????????????????????

También Michoacán su historia

escribió de imperialismo

¡poniendo ese rey la nota!

del temple y del torerismo.

 

Nos trajo al gran faraón

Texcoco por un capricho

y el Nilo se desbordó

¡cuando apareció “Tanguito”!

 

¿Quién ha podido olvidar?

de México al gran torero

que una sinfonía inmortal

escribió sobre los ruedos.

 

Mandó de grandes caudales

que en muletilla atesora

“El ave de Tempestades”

llevó a la cima su gloria.

 

Nos trajo también Mixcoac

un soldado de leyenda

que un mantó llegó a bordar

de esmeraldas en la arena.

 

Fue “Corazón de León”

aquél que con una “Oreja

de Oro” se consagró

y culminó sus faenas.

 

Sin olvidar que en el ruedo

glorioso de los aztecas

un “Don Luis” lució sereno

seda y oro en su “Brionesa”.

 

En la capital un lienzo

plasmó de grandes faenas

¡Ese torero el inmenso!

genial con sus “Sanjuaneras”.

 

Un volcán hizo erupción

de hidrocálida cantera

cuando toreó “un gran señor”

con dramatismo y solera.

 

Ruano Llopis se inspiró

con el arte de una estatua

dueño y señor del color

Andrés, modeló en la plaza.

 

Mexicano el gran Ciclón

figura nón de la fiesta

fue de los ruedos un sol

de imponderable grandeza.

 

Tlaquepaque en su violín

le canta al gran muletero

al diestro que a “Tabachín”

¡inmortalizó certero!

 

De inspiración sin igual

artistas de gran hondura

y “El León de Tepatitlán”

asombró con su bravura.

 

Y de éstas frutas maduras

llegó el sabor al oriente

pues conquistó ese gran buda

¡un matador jalisciense!

 

Excelsa la Nueva España

no admite en su raza esclavos

aunque Malinche la ingrata

entregue a los mexicanos.

 

Claudia Romano.[1]


[1] Claudia Romano: Alamares de sangre. Poesías. México, Imprenta Franciscana, 1967. 88 p., p. 38-41.

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ALFONSO RAMIREZ “EL CALESERO”: NO A CUALQUIERA LE DICEN “REPRESENTANTE DEL ARTE”. (A los 80 años de su nacimiento).

A TORO PASADO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   La siguiente entrevista en la que “mi personaje” fue ni más ni menos que Alfonso Ramírez Alonso, apareció en La Tauromaquia en Aguascalientes. Publicación editada por Foro Taurino. Abril, 1997. 124 p. ils., fots., retrs., apuntes. Alfonso Ramírez “Calesero”: No a cualquiera le dicen representante del arte (p. 41-51).

TAUROMAQUIA EN AGS.

ALFONSO RAMIREZ “EL CALESERO”: NO A CUALQUIERA LE DICEN “REPRESENTANTE DEL ARTE”. (A los 80 años de su nacimiento).

   La idea que se tiene de un poeta es que se trata de un personaje misterioso, ajeno a la realidad del mundo, pero tan integrado a ella que es capaz de reproducir sus sentimientos en la fuente maravillosa de la palabra y de las ideas.

   Quizás por esa causa es que se le conoce al gran diestro Alfonso Ramírez “El Calesero” como “El poeta del toreo”, nacido un 11 de agosto de 1916 en Aguascalientes. Gran figura del toreo mexicano, con acento artístico e irregular, sin caer este perfil en una deformación de la gran carrera que inició desde 1927 al vestir por primera vez el traje de luces en su natal estado. Asume el grado de doctor en tauromaquia en el “Toreo” de la Condesa la tarde del 24 de diciembre de 1939, siendo Lorenzo Garza su padrino y David Liceaga el testigo, con toros de san Mateo. Su retirada de los ruedos se efectuó el 20 de febrero de 1966 en la plaza de toros “México”. Es decir, se considera el torero con mayor trayectoria. Entre becerrista, novillero y matador de toros duró profesionalmente 40 años. En 1967 participó en su última actuación vestido de luces. Total: 27 años de alternativa.

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   Mientras espero el momento del encuentro -naturalmente nervioso-, admiro su sala de estar plagada de recuerdos. Recinto que no alcanza a dar dimensión a la figura gigantesca de Alfonso Ramírez “Calesero”, torero de la vieja guardia aún entre nosotros. A un costado de todo este conjunto de fotografías, la imprescindible capilla, lugar de reposo espiritual donde seguramente muchas veces CALESERO solicitó ayuda celestial, misma que se prodigó para él y su familia, puesto que si en ocasiones -como aquella de Guadalajara en 1950 y las 7 cornadas que le asestó TRIANERO de Mimiahuapam-, el destino le era adverso; hoy ese destino y ese aquí y ahora, le permite a él y a su familia el seguir conviviendo en la tranquilidad del hogar.

Hoy nos recibe para concedernos esta entrevista a FORO TAURINO.

A casi 60 años vista, ¿”El Calesero” de ese momento deseaba lo que “El Calesero” de hoy está conforme o inconforme de haber conseguido? Es decir, ese joven que va dentro de usted, ¿consiguió lo que se propuso como torero?

   ¡Ya lo creo! Soy un elegido de Dios, porque todos aquellos toreros que tienen una personalidad propia o que son artistas de inspiración, son elegidos de Dios, porque hay que llevar algo en el cuerpo, para poder hacer cosas ante el toro como a la vida. No es vanagloria, sino que son cosas que yo siento, que para poder hacer esas cosas hay que tener sensibilidad y gusto.

¿Está convencido de haber logrado lo que se propuso como joven?

Sí. Le doy gracias a Dios. Estoy muy satisfecho de ser EL CALESERO. Soy torero que me costó mucho tiempo llegar a triunfar como triunfé, a base de tenacidad, a base de amor a la profesión, porque todo aquel torero que ha llegado a gran figura, tiene un mérito muy grande porque ha pasado por un calvario tremendo. Cornadas, desaire de la gente, maltrato, hasta que llegó el día 10 de enero de 1954, -parteaguas histórico en su vida- día en que me dijo CARLOS LEON que “había saturado de arte la plaza “México” por lo cual me había hecho merecedor del Premio Nóbel de la Torería. Aquí lo tengo. Yo no conocía al licenciado. Un buen día me llamó y me dijo: Mire usted, soy Carlos León. Tengo que informarle a usted que se hizo merecedor del premio Nóbel de la Torería y se le va a entregar. Este premio es una placa de plata, incrustada en madera, con las firmas de Rodolfo Gaona, Renato Leduc, Manuel Horta. Personalidades muy grandes. También Carlos Septién García El Tío Carlos que fue quien me bautizó como El poeta del toreo, seudónimo que para mí es muy honroso porque, para ser poeta se necesita una inspiración muy grande.

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Un día le dije al licenciado, del que me hice muy amigo:

   Oiga Carlitos, no ha vuelto usted a dar otro premio Nóbel.

   Porque nadie se ha hecho acreedor a él. Tengo también dentro de todos mis recuerdos unos recuerdos imborrables…

Y aquí, el hombre se torna sensible, nostálgico…

Mi debut en Sevilla fue el 21 de abril de 1946. Toreé un toro con el capote, uno de los tres toros que toreé más a mi gusto en toda mi carrera. Uno fue de novillero aquí, en la Condesa, otro en Aguascalientes toreando con “El Litri” y el otro, este de Sevilla. Caso insólito, me hicieron dar la vuelta al ruedo después de rematar con el capote. Eso no se lo habían hecho a nadie en Sevilla.

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   Por eso, el 18 de octubre de 1980 lo homenajearon en Sevilla. El cartel reza así:

Plaza de toros de Sevilla. Sábado 18 de octubre de 1980. XII acontecimiento taurino. Extraordinario festival patrocinado por radio Sevilla. Homenaje al arte del toreo, representado por el veterano y célebre maestro Alfonso Ramírez “El Calesero” que expresamente se desplaza de México para actuar en este magno festejo. 7 novillos toros de Juan Pedro Domecq para: Álvaro Domecq, Manolo Vázquez, “Curro” Romero, José Mari Manzanares, Tomás Campuzano y el novillero Manolo Tirado.

   Imagínese que en la cuna del arte me hayan hecho un festival. Así que la satisfacción que tengo -gracias a Dios- es porque no a cualquiera le dicen “representante del arte”. Y eso dijeron en Sevilla de mí.

Miguel Ángel representa el arte mayor de la pintura y la escultura. “Calesero” lo alcanza con la tauromaquia. La trayectoria de Alfonso Ramírez así lo justifica. Yo creo que uno y otro, en su género fueron capaces de llevar a estos órdenes universales su expresión como artistas.

El arte es un concepto implícito en su trayectoria. ¿Cómo concibe una tauromaquia sin arte, cuando en el principio los preceptos se inclinaban por el toreo técnico o bélico también, y fueron Cayetano Sanz, “Lagartijo”, Antonio Fuentes, Rodolfo Gaona o usted mismo quienes le dieron la impronta de la estética? 

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    Dicen que torear con el capote es tan difícil, cosa que también es de elegidos, porque torear clásicamente ha habido pocos toreros. Entre ellos, me sobran dedos de las dos manos para contarlos y considerarlos en la historia del toreo. La larga cordobesa es otro lance que muy pocos ejecutan, es decir: perfecta. Entre los toreros que yo recuerdo -desde luego algunos no los ví-, pero fuí amigo de un gran torero, como el Ave María, “todo lleno de gracia” como fue Rafael Gómez “El Gallo”. La larga cordobesa la inició “Lagartijo”, pasó a las manos de don Rafael Gómez “El Gallo”, de este a las de Rodolfo Gaona. Luego a mi maestro Pepe Ortiz y luego a las de un servidor. Este hecho lo justificaron plumas de la crónica taurina de mi época como CARLOS LEON o Carlos Septién García. El hecho de que me comparen con tantos toreros “tan llenos de gracia” me llena de satisfacción.

   “Cagancho” otro torero que para mí fue modelo de inspiración.

   La larga cordobesa es citar al toro, engancharlo, no esperar a que venga. Traerlo y decirle: te voy a llevar a donde yo quiera y ahí rematar el lance.

Ya habrá uno que salga para ejecutar este bello lance…

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Las comparaciones muchas veces no vienen al caso. CALESERO se ha ganado la mejor demostración: la de que el público lo tenga como su favorito. Sin embargo, hace un momento se mencionaba algo: el sentido de la herencia, un sentido que viene desde LAGARTIJO y lo lleva a su mayor plenitud Alfonso Ramírez capote y sus manos. Sin embargo, después de usted ocurre el fenómeno del “eslabón perdido”, donde nadie ha recogido la estafeta para seguirla prodigando o se quedó suspendida en usted, y por eso los recuerdos lo remiten a tardes como la del 10 de enero de 1954?

Se necesita sobre todo inspiración y muy pocos toreros tienen eso. Hay baches en la fiesta. No ha saltado uno que ilumine la plaza simplemente al darse como torero, pocos tienen el “duende”, esa virtud que Dios les da a determinadas personas.

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He ahí la puesta en práctica de la “Teoría y juego del duende” de Federico García Lorca, que puede convertirse también en un complemento de las tauromaquias que dictaron en su momento “Pepe Hillo” y Francisco Montes para que el torero sienta, sufra, goce la inspiración.

   Las manos tienen mucho que ver.

Y aquí “El Calesero”, como embrujado deja que sus manos comiencen a hablar, a agitarse deseosas de expresar el “duende” que trae dentro. 

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 Muy pocos toreros saben coger el capote. Con naturalidad, por eso es que por las muñecas es por donde salen los “duendes”.

   Me decía un día un chamaco que quería ser torero: “Maestro”, cómo se torea, dígame usted.

   Mira es muy fácil, le dije. Con tus palmas abiertas, como pidiendo clemencia.

Y efectivamente, al coger el capote se debe hacer con una naturalidad, y lo demuestra.

Abre las manos, y sin querer se escapan los “duendes” en un lance imaginario. Sin toro y sin capote.

El toreo es, yo diría: Parar, templar y mandar.

   Pero también puede decirse: embarcar, no parar. Porque para torear hay que pararse.

   Embarcar, templar y mandar. Cuando se cita al toro que viene con toda sus fuerzas, uno lo embarca, se le presenta el capote, mientras el toro cree que se va a topar con algo y se frena un poco en su embestida. De ahí viene el temple. Luego se lleva al toro como uno quiere y no como quiere el toro.

   Hoy en día vemos un gran problema entre la juventud. Falta de sensibilidad, de la expresión del toreo. El toreo es un ejercicio espiritual, que ningún tratado de tauromaquia lo explica. Más bien permite entender cómo deben ejecutarse los lances o los pases.

   Pero estos aspectos humanos, del abismo humano son los que realmente hacen del torero su figura, su representatividad en el ruedo. Por eso, me impone la figura de EL CALESERO, figura mayor.

Alfonso Ramírez considera al “Calesero” como un diestro irregular, o fueron otras circunstancias las que obligaron al torero a rehacer por etapas su trayectoria.

Sufrí y batallé mucho. Cornadas, obstáculos, que seguramente Dios les pone a las personas para ver si es verdad que va a desarrollar uno su valor, su inspiración, su poderío con el toro. Algo tiene que ver, pero yo sufrí muchísimo, porque pasaba el tiempo, lidiaba muchos toros no acordes a mi toreo. Entonces, la batalla fue intensa. El público me aguantó 20 años para que yo me pudiera consagrar como gran figura. Recuerdo aquellas “porras” en los tendidos de la plaza. Grupos muy selectos, con un comportamiento en la plaza como debe de ser. Escartín, Echegaray, auténticas personalidades. Ellos me decían “pavo real” y pasaba yo por allí: ¡Pavo Real!, venga, ¡sacúdete! Un día quise dar una vuelta medio forzada y con la fuerza de un NO en sus dedos, me obligaron a desistir. La tarde en que toreó a MILAGRITO  de san Mateo, despidiéndome de novillero toreábamos: Gregorio García, Jesús Jiménez “Chicuelín”, Jesús Guerra “Guerrita” y yo. Después de tres pinchazos me dieron las dos orejas. Los de la porra me gritaban: ¡Pavo Real!, pasa, ven. Se quitaban las chaquetas, -puro casimir inglés- y las tiraban a la arena. ¡Písalas! reclamaban. Así me dieron tres vueltas. En la contraporra había un madrileño llamado Pedro Ledo, buen aficionado. Me decía: “Perfumita, Perfumita”, una gotita na má!”. Se conformaba con una gotita de arte.

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Esto da idea del artista en potencia que ya era Alfonso Ramírez.

   De novillero dure cinco años, casi seis. Hasta que me encontré con ese novillo de don Antonio.

La autocrítica del torero.

   La autocrítica sobre mi persona, me da gusto definirla. Yo fuí un torero muy desigual, pero tuve la virtud tan grande que Dios me dió de tener facilidad con el capote.

El diestro de Aguascalientes vive de lleno la época de oro del toreo en México, y prolonga su trayectoria hasta los años iniciales de una etapa tan distinta y tan ajena a la que se integró.

¿Cómo supo mantener su aroma bajo las exigencias de nuevos y distintos momentos taurinos?

   El aroma lo tienen los artistas, todos aquellos artistas de inspiración, aroma de brujería. Porque para hacerle cosas al toro con inspiración, son pocos los dotados de virtudes grandiosas.

Su inspiración coqueteó con los aficionados. Los volvió locos y se convirtieron en unos enamorados del CALESERO.

   Recuerdos imborrables de todos mis episodios en los que tanta emoción había por ofrecerle al público lo que lleva uno dentro. No cualquier tiene la inspiración, insiste don Alfonso. Cosa sublime, sagrada. Tanto en el toreo como en la pintura, en el canto.

“El poeta del toreo”. Seguramente tiene cercanías con la poesía escrita. ¿Qué autores son de su preferencia. Encuentra entre ellos y usted semejanzas en su ejercicio que ahora llamaríamos espiritual?

   Soy acérrimo admirador de García Lorca, de José Alameda, pero fundamentalmente de Manuel Benítez Carrasco, quien me ha sacudido, y a quien admiro como si yo fuera él, ¡de verdad! Con qué naturalidad dice sus cosas. Qué dicción tan hermosa de un poeta. Los admiro a todos.

Entramos al capítulo de la prensa en su época.

   Todos aquellos cronistas que yo recuerdo, sin ofender a nadie, eran unos enamorados de su profesión. Recuerdo a don Carlos Quiroz “Monosabio”, que era el Mesías de los cronistas de aquel tiempo. Por cierto, recuerdo el día que debuté en México en 1933. Debuté muy tierno y sin preparación. Me dieron esa oportunidad. El novillo se me fue vivo, no porque yo no quisiera haberlo matado. Entraba a matar una y otra vez, pero se me hizo de hueso. Luego, fueron dos años de espera para volver a la Condesa una vez más. Son cosas que ya están escritas en el destino. Entrenaba y me entregaba para mi oficio en forma muy seria. Andaba por corrales, pueblos ante cebúes.

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   Un día entrenando y haciéndole al viento lo que uno sueña, remataba yo un pase y al voltear al tendido, vi que me observaba con mucha atención un señor. Me dió pena estar haciendo ante él tantas locuras. Tomé mis avíos y me salí. Acercándose me dijo:

   Oye chaval. Eres capaz de hacerle a un novillo lo que tú le haces al viento.

   Y me entró el orgullo.

   Le conteste: lo he hecho muchas veces.

   ¿De verdad?

   Sí.

   Al toro le haces eso, así como toreas. Pues mira:

   Yo soy muy amigo del empresario de México, don Eduardo Margelli, personaje de una visión tremenda. Cuando fungió como empresario salieron: Garza, “El Soldado”, Silverio, Fermín Rivera, Ricardo Torres, yo. Una pléyade de grandiosos toreros.

Gaditano, de Cádiz. Con un paladar tremendo, porque le gustaban los toreros que reunían esas cualidades.

Se arregló aquel señor con los familiares del joven Alfonso y la oportunidad llegó de nuevo.

Pero lo que más recuerda CALESERO es el apunte que le dedicó MONOSABIO la tarde aquélla del toro al corral.

Al abrir el periódico me encontré con que la nota de mi actuación decía: “Alfonso Ramírez será torero el día que a las ranas les salga pelo”.

   Imagínese usted.

   De regreso a Aguascalientes iba yo en 3ª, porque no había 4ª. De tablita. Iba llorando de coraje, deseoso de que aquel apunte cambiara un buen día por algo mejor.

   Alfonso Ramírez tuvo la oportunidad de que Margelli lo programara nuevamente en la plaza capitalina, luego de haberle dicho:

   Tú toreaste aquí hace dos años. Se te fue el novillo al corral.

   ¡Pero qué bien lo toreaste con el capote!

   Se acordaba perfectamente de mi actuación.

   Mientras tanto don Alfonso nos revela que el nombre de CALESERO se lo concede don Vicente Lleixá, socio de Angel Urraza.

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   De Hoy en adelante serás EL CALESERO. Como si me hubiera dicho el churrero, el carpintero. Con ese seudónimo triunfé muy fuerte a partir del año 1935.

Después de la corrida, volé a comprar LA AFICION, y con letras de este tamaño, MONOSABIO apuntaba: ALFONSO RAMIREZ SERA TORERO.

Creador de una dinastía, ¿considera que la faena de José Antonio a PELOTERO descubre los hilos conductores que no solo los enlazan sanguínea sino artísticamente? O fue producto de una casualidad simplemente.

  No que vá. No porque a mis hijos yo nunca les dije que fueran toreros, ni que tomaran el capote o la muleta. Los tres han sido matadores de toros. Dios dotó de grandes virtudes a Alfonso, a José Antonio El Capitán, y a Currito que también tenía chispazos geniales. Pero la faena de José Antonio, no lo digo yo que soy su padre, -ya está retirado-, pero fue una faena que la placa que está ahí lo dice todo. “La mejor faena hecha en esta plaza”. Qué difícil es decirle a un torero haber obtenido la mejor faena de plazas como la México, Madrid. Tenía con qué. Aquí no hay casualidades.

La satisfacción del padre no la cambia por nada del mundo.

   Claro. Porque yo los ví desde pequeños tomando el capote. En esta casa no se habla más que de toros. Todo el día. Y a todas horas.

   Los toreros somos muy morosos. Muy pocos guardamos recuerdos de nuestra vida profesional.

Nos muestra el “Cerro de la Silla”, trofeo que obtuvo en Monterrey, la “oreja de plata” que ganó como novillero en 1938. Esculturas de los mejores artistas.

Fotografías que evocan muchos recuerdos. Lo vemos con “Manolete” y “Armillita”, una tarde que alternaron en Torreón y CALESERO cortó aquella ocasión los dos rabos a toros de LA PUNTA. Mismo cartel que se dio la ocasión en que el diestro de Saltillo inmortalizó a NACARILLO de Piedras Negras. CALESERO obtuvo el premio al mejor quite de la temporada. Para Alfonso Ramírez fue un atrevimiento ofrecerle banderillas a Fermín Espinosa la tarde del 10 de enero de 1954 para adornar el morrillo del toro JEREZANO.

Estoy ante la evidencia viva de un personaje que recuerdan muchas generaciones. Mi padre fue un caleserista acérrimo, rendido y convencido. Aficionado que tuvo la paciencia de esperarlo 10, 20 tardes para verle lucir con el capote o la muleta aquellos momentos únicos que el torero estaba dispuesto a dar como artista que era.

CALESERO se siente muy orgulloso además de que otros toreros se han expresado de él con un respeto y con una idea sublime.

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    Un día le preguntaron a Antonio Ordóñez quien estaba en una reunión de café, platicando de toros y de toreros. Pepe Luis Vázquez le dijo a Ordóñez: Yo vi un torero en México con un arte tremendo.

   ¿Quién es ese torero?

   Alfonso Ramírez “El Calesero”.

   Dinos cómo es ese torero.

   Bueno. Es un torero para gusto de toreros.

   Eso de boca de Pepe Luis Vázquez a cualquier persona lo llena de satisfacción.

He ahí el elogio mutuo entre los artistas.

   Toreé en Madrid junto con Pepe Luis Vázquez y Pepín Martín Vázquez en un cartel considerado como el “cartel del arte” del cual se agotó el papel. Esto durante la feria de san Isidro en el año de 1946, justo el 30 de mayo.

Desde hace más de un siglo se ha dicho que “todo pasado, fue mejor”. ¿Está de acuerdo con esta afirmación?

   No. Desde luego yo estuve en la época de oro del toreo, honradamente. Pero en la actualidad también hay promesas para que salgan nuevos valores. Hay chavales que tienen cosas muy interesantes, y que pueden, con el tiempo, llegar a ser también un sostén de la fiesta, porque México es una cantera grandísima de toreros, y sobre todo toreros con aroma y con perfume.

   Ahora bien, hay baches en la fiesta. Pasan años y años y no salta uno que diga aquí está el que tiene la onza. Ojalá. Ha habido toreros grandiosos que llenaron una época, que se sostuvieron durante años, como “Armillita”, Garza, “El Soldado”, Silverio, Procuna, Arruza. Tantos toreros con los que yo batallé para tomar la alternativa. No era fácil tomar la alternativa entre esos torerazos, tenía uno cualidades grandes para poder triunfar al lado de ellos.

   No basta el impulso personal. Tiene uno que estar enamorado de su profesión, porque de verdad, las 24 horas del día tiene uno que estar con el toro, con el toro y con el toro. Totalmente mentalizado.

10 de enero de 1954, ¿reivindicación, resurgimiento, ultimátum del hombre al torero? ¿Qué pasó aquélla tarde trascendental en “El Calesero”?

   Esa tarde, aparte de que Dios me iluminó me tocaron en suerte dos toros a modo -porque a los dos toros los cuajé-, a pesar de los pinchazos, sólo me dieron una oreja, pero debí haberme llevado las cuatro y un rabo. Si no pincho a JEREZANO me llevo el rabo. Esa tarde, con la gracia de Dios que había marcado lo que iba a suceder, era la reaparición del maestro Fermín Espinosa “Armillita” después de dos años que se alejó de los ruedos y la expectación, grandiosa. Batallé mucho para conseguir esa oportunidad de torear la corrida y desde que salió mi primer toro la entrega fue absoluta (el toro se llamó CAMPANILLERO), a ese toro le dí la larga cordobesa, que por cierto hay una cosa muy bonita. Después de seis años que ya agarré fuerza, salía yo de Cuatro Caminos de una corrida de toros del brazo de mi mujer. Estaba un hombre platicando con otro de espaldas a mí y comprendí que me reconoció. Y le dice al otro:

   Mira quien viene ahí.

   Y seguí mi camino.

   Y el otro le contestó al verme:

   Hombre, lleva comiendo seis años de una larga cordobesa.

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   ¡Cómo sería la larga!

   No se me puede olvidar, cada vez que platico algo sobre esta ocasión sublime, me emociono mucho.

¿Fué un parteaguas en su vida?

Sí señor.

El pasado quedó atrás y surgió un nuevo CALESERO.

   A tal grado que duré 12 años formando parte importante del grupo de toreros que sostuvimos la fiesta por aquel entonces.

Ahora de recuerdos vive uno.

CALESERO llena páginas y páginas en la historia del toreo contemporáneo en México. Figura que, para los nuevos aficionados resulta impresionante, porque lo vemos como una figura montada en un pedestal. Lo admiramos.

Su retiro no significó ausencia definitiva puesto que se ha mantenido como asesor técnico en el palco de la autoridad en la plaza capitalina. Pero muchas tardes se le vió de corto e incluso, la mismísima plaza de la Maestranza, en Sevilla fue escenario el 18 de octubre de 1980 de una gesta caleserista, al lado, entre otros, de “Curro” Romero y de Manolo Vázquez. ¿Qué paso bajo el abrigo de la Giralda aquel día otoñal que aún recuerdan muchos aficionados españoles?

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    Fue un gran triunfo mío del que me emocioné tanto, por la acogida y entrega que me dieron, la entrega a un artista. Plaza sevillana abarrotada, con el “No hay billetes” en las afueras. Una recepción calurosa, dos vueltas al ruedo apoteósicas, con la gente de pie. Al entrar al callejón, bañado en sudor, se puso junto a mí “Curro” Romero a quien le comenté:

   “Curro”, ¡cómo es posible que esta gente se me haya entregado como se me ha entregado!

   Maestro…, estos saben, me contestó el gran faraón.

   Al público sevillano no cualquiera interesa. La Maestranza está llena de aficionados que se han puesto delante de un toro, que le dan un mérito a todo lo que se le hace al toro.

Sevilla es Sevilla. Ni más ni menos. Duende, gracia, inspiración que tienen aficionados tan buenos como los de este lugar.

Los toreros de la actualidad recuerdan al “Calesero” en su lance. ¿Pero lo recuerdan a la hora del consejo, de la discusión y de la reflexión de una consulta?

Esto quiere decir que no guarda secretos y los distribuye generosamente a quien se le acerque.

   Claro que sí. Hay pocos chavales que no se preocupan por la técnica del toreo. Indiscutiblemente -lo que voy a decir es la Biblia-: el que tiene cualidades, virtudes grandiosas que como torero demuestra desde que nace, ese trae ya una etiqueta de lo que va a ser. Recuerdo que nadie me dijo así se coge un capote o una muleta. Pero yo me iba a donde había maestros que inculcaban la técnica del toreo. Samuel Solís, Antonio Conde gran maestro, Alberto Cosío “Patatero” Me iba a los corralitos a que me permitieran ver, pues yo no pertenecía a ese grupo. Y en la actualidad se ha perdido eso, los chavales que veo, como que no les preocupa aprender la técnica y sin técnica no se puede aprender a torear. Hay que llevar la técnica consigo mismo, porque pa’ poderle a un toro sino tienes técnica no le puedes, ni puedes desarrollar la virtud tan grande que Dios te dio. Y algunos muchachos que se han interesado en acercarse a mí, pues, encantado; aparte de que los he llevado al campo, les inculco la técnica que me inculcaron.

   Gozo viendo torear a un torero nuevo.

Sin discusión alguna, podemos decir que la fiesta es eterna. A cuatro años del siglo XXI, y en su opinión, ¿a qué grado de perfección considera que ha llegado el espectáculo? ¿Deja de ser la lucha para convertirse en un perfecto ballet, o es que tocó fondo en algo inesperado?

   Sí. La fiesta es inmortal, sin duda. Ya saldrán chavales que sean los pilares de la fiesta también. Estoy seguro de que la fiesta, aparte de que es inmortal, México es una cantera de toreros. Ojalá que estos muchachos de quien yo hablo, se interesen más por su profesión, que vivan para ella. Ese es un consejo que yo doy, que le tengan un amor muy especial a su carrera.

   El ballet en el toreo va unido a aquellos toreros que tienen sentimientos, virtudes y que forzosamente deben tener un duende muy grande.

Faena íntima que recuerda de manera muy personal. 

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    Muy pocos toros me embistieron en México. Siempre me echaban corridas desacordes a mi estilo. Toros que no querían matar las grandes figuras, pues venga. Y venga una cornada, y otra, y otra hasta sumar 20. Tuve momentos importantes en Guadalajara, donde pagué un tributo muy fuerte, pues un toro me pegó 6 cornadas. Plaza para mí de mucha suerte, allí inmortalicé no menos de ocho toros, que nunca toreé un toro en México como en Guadalajara. Cuajé tres toros de Tequisquiapan en tres eneros distintos. YUCA, CARDILLERO y HORTELANO. La faena de éste fue la mejor que hice en mi vida.

   Monterrey, otra plaza de mucha suerte. Las dos únicas patas que se han cortado en esa plaza fueron para mí. Un toro de Corlomé y otro de Boquilla del Carmen. Indulté un novillo de Jalpa que se llamó RUMBOSO, puro san Diego de los Padres, que luego sirvió para padrear en GOLONDRINAS, ganadería de aquella región.

   Y va de anécdota.

   En Orizaba hubo una gran tarde allá por enero de 1946, al lado de Manolete y Fermín Rivera. Fermín y yo no habíamos tenido suerte en nuestros primeros toros. Manolete tenía en su haber una oreja de cada toro. Al sexto toro de LA PUNTA, lo cuajé. Estando haciendo la faena, el jefe de la banda comenzó a dirigir el himno nacional. Yo estaba enredado con el toro, y al pegar el pase de pecho volteé a los tendidos y la gente estaba sin sombrero, los guardias presentando armas y yo seguía con el toro hasta que le pegué un estoconazo. Corté el rabo y me sacaron en hombros. Descansando en el Hotel de Francia, donde nos vestíamos los toreros me dijeron:

Metieron al director de la banda a la cárcel. Yo era muy amigo del Presidente municipal y allí estaba precisamente conmigo, por lo cual le pedí que sacáramos al director de la cárcel. Al llegar al lugar, Alfonso Ramírez vestía de paisano, no de torero, lo cual no le permitió al músico reconocerlo. Le dice el presidente al director: ¿Por qué tocó usted el Himno Nacional?

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   Hombre, mire usted. El torero mexicano le está dando la pelea al torero español, yo dije, porqué no tocarle el Himno Nacional…

   Y tocó el himno nacional.

   Pero no sabe que el himno se toca en actos a la bandera

   Sí señor. Pero yo cometí el desacato y, ni hablar. Ya lo hice.

   Pero sabe usted que tiene quince días de arresto.

   Si señor y cumpliré lo que ustedes digan.

   No más una cosa le digo: si vuelve a torear ese hombre como toreó, se lo vuelvo a tocar!

   Por último, ¿qué aporta “El Calesero” al toreo en México, cuando esta expresión se ha integrado de lleno al carácter universal?

   Sobre todo que he dejado ahí, mis creaciones, quites para que las futuras generaciones sigan ejecutándolos como lo hace Jorge Gutiérrez. Esos lances, los dos que son creaciones mías (la Caleserina y la larga cordobesa que ha hecho suya), son muy difíciles de hacerse, porque al perderle la cara al toro surge el peligro. Hay que hacérselo a toros que se dejen. Me siento muy contento de ser un creador.

   Al torero Alfonso Ramírez EL CALESERO que sigue siendo torero con mayúsculas, le agradecemos esta entrevista para FORO TAURINO.

   Dos testimonios que dan idea del quehacer artístico de Alfonso Ramírez “Calesero” gracias a las plumas de CARLOS LEON, y FILIBERTO MIRA.

CARLOS LEON publicó el 11 de enero de 1954 la siguiente nota:

EL CALESERO SATURÓ DE ARTE LA PLAZA MEXICO; CORTO UNA OREJA, PERO MERECIO EL PREMIO NOBEL DE LA TORERIA. (Al conjuro de la reaparición de Fermín Espinosa se llenó el coso de Insurgentes).

Consagración y apoteosis del “Calesero”

   Además, maestro (dirigió su artículo a Rodolfo Gaona), es necesario que usted vea torear a Alfonso Ramírez, ese extraordinario artista que, al fin, ha redondeado en la capital una actuación inolvidable. Pues supongo que “El Calesero” repetirá el domingo. Y una repetición se antoja menguado acto de justicia, pues si usted o yo fuéramos los empresarios, el nombre de Alfonso Ramírez no volvería a caerse en los carteles de la México.

   ¡Tarde completa y milagrosa, desde el quite al primer toro hasta la triunfal salida en hombros! Izado como un héroe sobre las cabezas de una multitud alucinada, se lo han llevado por las avenidas de la urbe, y para que este homenaje estuviera en consonancia con lo que “El Calesero” realizó, habría que traerlo en hombros durante todo el resto de la semana, hasta volver a depositarlo sobre la arena de circo monumental.

   ¡Qué alegría siente el aficionado cuando triunfan los auténticos artistas del toreo! Estoy seguro de que usted, si hubiera contemplado lo que en los tres tercios de la lidia realizó el diestro hidrocálido, habría sentido una gran emoción estética y, muy en lo íntimo, la satisfacción de ver resurgir a quien es capaz de seguir su escuela y continuar el dogma artístico que usted dejó como ejemplo de lo que debe ser el arte del toreo. Pues en esta tarda maravillosa que nos ha dado Alfonso Ramírez, no creo equivocarme al asegurar que usted hubiera sido el primero en decir: “¡Boca abajo todo el mundo, que ahí está uno de mis herederos!”

   A partir de los lances sedeños con que saludó a “Campanillero”, lances de una suavidad y de un temple exquisito, empezamos a saborear el resurgimiento de este gran torero que sublimó en esta fecha memorable la limpia ejecución de las suertes. Ese quite con dos faroles invertidos, una chicuelina y el clásico remate de la larga cordobesa, llenaron la plaza de sabor a torero. Y por ahí siguió, alegre y variado, finísimo en todo instante, como en la gallardía con que citó para un par al quiebro, marcando la salida y saliendo deliberadamente en falso, para inmediatamente volver a citar y dejar al cuarteo un par perfecto que aún ligó con un rítmico galleo.

   Cuando vimos que brindaba su trasteo al famoso penalista Julio Klein, creímos que, en previsión del mitin de otras veces, se aseguraba un defensor que fuera a sacarlo de la cárcel. Pero en esta tarde venturosa, Alfonso Ramírez venía transfigurado. Todo cuanto hizo con el trapo rojo fue increíble. Como uno de esos ballets de las fantasías de Walt Disney, como un sueño, como si toreara en las nubes; pues ponía tal ritmo, tal cadencia en ir eslabonando los más sorprendentes muletazos -desde el clasicismo de los naturales hasta las creaciones modernistas-, que aquello no parecía cosa de esta tierra. Esa frase tan repetida y tal mal usada en la mayoría de los casos, ese afirmar de “torea como los propios ángeles”, fue hoy realidad en esa paradójica irrealidad con que “El Calesero” hizo un toreo de arcángeles, al remontarse a insospechadas cumbres artísticas.

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   He de confesarle, maestro, que hacía muchos pero muchos años que yo no sacaba el pañuelo en demanda de la oreja. Y hoy, ¡con qué alborozo me he unido al clamor popular, celebrando el renacimiento de un auténtico torero! La concesión del apéndice parecía poca cosa, pues para estos casos insólitos y ejemplares del bien torear, habría que ir pensando en inventar trofeos igualmente singulares. Pero, en esas dos vueltas al ruedo y en ese saludar desde los medios, se hacía justicia a quien ha triunfado al fin en el ruedo de la metrópoli.

Torero de pies a cabeza

   Al terminar la corrida y encontrarme con ese portento de belleza que es Sarita de Flores, le dijo: “Tú entre las mujeres, eres como “El Calesero” entre la torería: se presentan y acaban con el cuadro”.

   Pues así ha ocurrido, maestro, en esta inolvidable tarde. Cuando salió “Jerezano”, el quinto del encierro, todavía Alfonso Ramírez iba a superarse. La suavidad de aquellos lances a pies juntos y la lentitud que puso en las chicuelinas para rematarlas con un recorte teniendo ambas rodillas en la arena, volvieron a poner de relieve que nos hallábamos ante un artista de los que se ven pocas veces. Descubierto y en los medios, Alfonso tuvo que agradecer la ovacionaza que premiaba su excelsitud con el capote.

   Clavó un solo par, al cuarteo, y no es exagerar si decimos que usted mismo lo hubiera rubricado como propio, por la majestad y la exposición con que el hidrocálido cuadró en la cara y alzó los brazos. Luego brindó al doctor Gaona; al empresario que tendrá que poner al “Calesero” todos los domingos de lo que resta de la temporada. Y salió de hinojos, para iniciar su trasteo con tres muletazos dramáticos. Pero enseguida, ya de pie, volvió a bordar el toreo. Sobre todo, allí quedaron dos series de naturales que nadie -así: ¡nadie!- ha trazado con más naturalidad y mayor lentitud desde los buenos tiempos de Lorenzo Garza en 1935.

  Sin suerte con la espada, se le fueron las  orejas de “Jerezano”. Pero otra vez ha dado dos vueltas al ruedo y ha saludado desde los medios, en una apoteosis inacabable. Y luego ha salido en hombros, consagrándose de la noche a la mañana como el artista de más clase de cuantos hoy por hoy visten el traje de torero.[1]

Vamos ahora con Filiberto Mira.

EL CALESERO QUIERE TOREAR EN LA MAESTRANZA

   Remito al lector a las referencias que en páginas anteriores ofrezco sobre el tentadero en El Jaral de Peñas. Al término de esas faenas camperas, cuando la luz solar fenecía allí, para reaparecer en el Antiguo Mundo, se nos ofreció por Barroso un banquete campero en el señorial comedor de la hacienda.

   El rito mexicano impone que hablen, a los postres, los invitados de honor. Hubo torerísimas y muy acertadas palabras de Manolo Vázquez. Cuando le tocó el turno a Curro Romero éste indicó que en algunas veces conseguía dar pases o lances que le gustaban al respetable, pero que en cuanto a oratoria a un servidor le cedía la palabra.

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   Me levanté y hablé (dice Filiberto Mira). Puse toda sinceridad en mis palabras Observé -modestia aparte- que al referirme a las compenetraciones hispano mexicanas, se hacía luz de emoción en los ojos. Con toda verdad confieso que pocas veces ha sido más intenso el fuego de mis sentimientos en disertaciones oratorias.

   Tras mi perorata se alzó potente la voz de El Calesero, quien nos dijo:

Tengo ya, como sabéis algo más de sesenta años. No quiero morirme con la pena de no intentar dar algún pase o lance en la Maestranza de Sevilla. Toreé allí -la mejor plaza del mundo- una sola tarde y no tuve suerte. Plenamente consciente os digo que aún tengo valor para allí hacer el paseíllo…

Manolo Vázquez y Curro Romero, como impulsado por las fuerzas telúricas del sentimiento torero, con voz solemne y clara, exclamaron al alimón:

¡Tú torearás allí, y nosotros te acompañaremos!

   Manolo y Curro me insinuaron -que comprometiéndose ellos dos a torearlo- yo organizara el XII Acontecimiento Taurino de la S.E.R., patrocinado por Radio Sevilla en homenaje al Arte del Toreo.

   El Señor del Gran Poder, al que se lo pedí, nos brindó un día de primavera en la tarde otoñal del 18 de octubre de 1980. El festival se celebró, y en él triunfaron -con bravos ejemplares de Bohórquez y Juan Pedro Domecq- El Calesero, Manolo Vázquez y Curro Romero. También éxito para Alvarito Domecq, José Mari Manzanares, Tomás Campuzano y el novillero Manolo Tirado. Se hizo ese día intensa realidad -cuando señorialmente besó El Calesero la arena de la Maestranza- la frase de Juan Belmonte al definir al toreo como una fuerza del espíritu. A los silencios de la Maestranza se le hicieron escalofríos los sentimientos de su alma. Todo esto -júbilo, alegría, gozo, lágrimas de emoción- fue posible, porque a mi paisano Hernán Cortés se le ocurrió llevar a México, en 1521, doce pares de reses bravías de Navarra.

   Justo en el momento de terminar de escribir los precedentes renglones, leo en el “ABC” de Sevilla (13 de noviembre de 1980), un artículo de Luis Bollaín que, bajo el título de “Recordando un festival”, dice esto:

   “Abren marcha en el desfile El Calesero -aquel que a la muerte de su toro se fue al centro para besar el albero amarillo de su plaza soñada. Le dan escolta Manolo y Curro. Le incitan con insistencia a que se eche por delante. Estoy seguro que los dos -Curro y Manolo- lo habrían dado todo por esfumarse, por desaparecer, por dejar solo y envuelto en una de las aclamaciones de adiós más emotivas que yo he sentido en una plaza, al venerable Alfonso El Calesero -el torero de la elegancia que suena a Lagartijo, Antonio Fuentes, Rodolfo Gaona…-, que vino de México a Sevilla a besar la bendita arena de la Maestranza, y que quizá se dejó en ella, al propio tiempo, su corazón”.

   Yo me dejé el mío -mi corazón de aficionado-, junto a un cacho de tierra caliente, muy lejos de la Giralda. Pero también cerca del cielo, porque estaba a gran altura, aquel día irrepetible del tentadero en El Jaral de Peñas. Tantas grandezas para los espíritus hispanoamericanos, no pudo soñar mi paisano Hernán Cortés, cuando se le antojó llevar a Atenco, doce pares de reses bravías de Navarra.[2]

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[1] Carlos León: Crónicas de Carlos León. Selección e introducción de Enrique Guarner. México, ed. Diana, 1987, 437 p. (Pág. 119-123).

[2] Filiberto Mira, El toro bravo. Hierros y encastes. España. Portugal. México. Colombia. Sevilla, 2ª. ed., Guadalquivir, S.L., Ediciones, 1981. 539 pp. ils., retrs., fots. (pág. 322-324).

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FIGURAS, FIGURITAS y FIGURONES. SILVERIO PÉREZ y “TANGUITO”, SIN EUFEMISMOS. (VII).

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

Vuelvo a retomar el tema, ahora con la revista Sol y Sombra a la mano.

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   Esta publicación, quizá un tanto cuanto marginal, no sólo por su presentación y contenido, sino quizá por su diseño, donde predomina una fuerte carga de elementos publicitarios, no permite apreciar con la debida atención el grado de importancia que representaba en esos momentos la tauromaquia que se realizaba en México. Es quizá por esa razón que la crónica, la cual aparece sin firma, haya sido desde un principio, el error de que no podamos identificar al responsable de dicha apreciación. Como ha sido la constante en esta serie, me detengo a citar la parte que corresponde al desempeño de Silverio Pérez, el cual quedó consignado como sigue:

SILVERIO: ¡Qué diremos de Silverio, que no se haya dicho! ¿Qué como torea él nadie ha toreado? Bueno, pues en eso estamos todos de acuerdo. Pero en realidad creo que lo que debe decirse para ajustarse a la verdad, es que como torea Silverio NADIE SOÑÓ TOREAR. En efecto, rememoremos toreros de años atrás, y no encontraremos parangón alguno. Es un auténtico torero non. Se ha quedado solo en la cúspide, una cúspide muy suya, que nadie pretenderá escalar, porque para ello, era indispensable inventar otra diversión. En los toros no cabe mayor perfección que lo que Silverio ejecuta bien hecho con un toro. Decía que nadie soñó torear así. En efecto, a ser posible, haríamos desfilar a ustedes todos los toreros que han sido y son, no ya en sus actuaciones ante los astados, pues hemos quedado en que a nadie le hemos visto lo que a Silverio, PERO NI SIQUIERA CUANDO ELLOS ENTRENABAN SIN TORO, han ejecutado el toreo como lo hace Silverio. ¿Me he explicado satisfactoriamente porque sigo que nadie soñó torear como Silverio? Apenas, ese otro Juan profeta, Belmonte, afirmó que llegaría un torero que le haría a todos los toros la faena de escándalo. Pero estoy seguro que si Belmonte ve lo hecho por Silverio en cualquiera de sus dos enemigos de ayer, muere repentinamente de un ataque cardíaco. Nada, que estamos en un callejón sin salida, y que para poder describir a Silverio es preciso verlo, pues que los términos pierden su sentido al detallar sus faenas. ¿Alguien imaginará lo que es y fue un derechazo despatarrándose desde el cite, adelantando la muleta inverosímilmente cuadrada cerca del pico de la muleta, prender al toro, romper todas las reglas del toreo sobre terrenos, tiempos de la suerte, etc., etc., enredárselo a la cintura, hacer que los pitones le sacudan las carnes de los muslos, y no salir herido? Pues alguien no lo haya visto dirá que era un sueño. Pues de ensueño torea Silverio. Por eso hasta en los cines, esa diversión que es la negación de la fiesta del oro seda, sangre y sol, las multitudes aplauden frenéticamente cuando ante sus ojos pasan asombradas las escenas que nosotros hemos visto ayer repetidas hasta la dislocación. La locura de los tendidos no es para ser descrita. Las seis vueltas al ruedo y dos salidas a los medios de ayer, la oreja y rabo del quinto, son los galardones que un torero sueña obtener, pero, ¿estarán bien premiadas unas faenas así, unas faenas que ejecutan con un toro nunca visto?

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   Hasta aquí la crónica de… quien no firma y de quien no se puede asegurar nada acerca de quién pudo haber sido el responsable de la misma. Pero ¡qué importa!, si lo que me he propuesto es recoger la opinión de cuantas reseñas he ido encontrando, para acercarnos a la verdadera dimensión de la faena que Silverio Pérez realizó ante Tanguito. lo importante en esta, es que, independientemente de que no se encuentra un detallado proceso de la misma, están otra serie de apreciaciones que tienen que ver con lo novedoso de la ejecución en ciertos momentos, mismos que dieron pauta para que la opinión vertida aquí descansara en el planteamiento donde observamos a ese Silverio “…despatarrándose desde el cite, adelantando la muleta inverosímilmente cuadrada cerca del pico de la muleta, prender al toro, romper todas las reglas del toreo sobre terrenos, tiempos de la suerte, etc., etc., enredárselo a la cintura, hacer que los pitones le sacudan las carnes de los muslos y no salir herido?” He ahí el más notable de los aspectos que destaca nuestro desconocido autor quien no concibe que esas cosas estuvieran pasando estando de por medio el texcocano, hacedor por antonomasia de un sentido novedoso, actualizado, puesto al día sobre lo que para entonces significaba la tauromaquia, proceso técnico y estético que quedaba en entredicho tras este capítulo relevante.

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   Otro aspecto que llama la atención es esa parte en la que el cine se convierte en la extensión de aspectos que ya editados y listos para su exhibición, creaban estados de conmoción extendida, bajo el amparo de la obscuridad, como elemento suficiente para provocar entusiasmos que “per eco in lontano” seguían produciéndose en salas abarrotadas no solo por cinéfilos acostumbrados a una programación lo suficientemente rica en temas que, por aquel entonces se estimulaban desde Hollywood, o daban un paseo por aquellas otras producciones en las que el tema de la guerra nutría el imaginario popular, sin que quedaran fuera aquellas que el propio discurso nacional contribuía para acrecentar a la entonces considerada “época de oro del cine mexicano”. Pues bien, ahí, en esas salas, y seguramente durante los intermedios, los noticiarios lograron cautivar a quienes habiendo estado en la plaza o no, recuperaban en aquellas escenas las hazañas más recientes en el coso capitalino, centro neurálgico e impulsor de notables influencias que luego iban a divulgarse en los cines de provincias y poblados menores.

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CONTINUARÁ.

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GALERÍA ILUSTRADA DE TOREROS MEXICANOS Y EXTRANJEROS QUE ACTUARON A LO LARGO DEL VIRREINATO Y EL SIGLO XIX MEXICANO. (II).

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Acudo de nuevo a otro texto que da forma a mi Novísima Grandeza de la tauromaquia mexicana, obra en la que, para su elaboración y publicación a finales del siglo XX, se fijó la necesidad de poner al día ciertos aspectos que requerían de esta condición para entender, desde una mirada en el presente un conjunto de factores que constituyeron el pasado taurino mexicano.

LOS SEÑORES DE A CABALLO SE VAN TROTANDO, TROTANDO HASTA DESAPARECER. EN MEDIO DE UNA NUBE DE POLVO EL TOREO SE HACE PUEBLO.

    Al comenzar el siglo XVIII, el agotamiento del toreo barroco en las dos Españas es evidente. El papel protagónico de la nobleza está amenazado con desaparecer luego de resentir el desdén con que trató a la fiesta de toros Felipe V, el primer rey español de la dinastía francesa de los Borbones. Dicho fenómeno ocasionó otro, el cual fue calificado por el reconocido investigador español Pedro Romero de Solís como el retorno del tumulto, esto es, cuando el pueblo se apoderó de las plazas para experimentar en ellas y trascender así su dominio. La aristocracia tuvo que bajarse muy pronto del caballo, a tal grado que con la gran fiesta del 30 de julio de 1725, afirma Moratín que se “acabó la raza de los caballeros”. El contraste fue el desarrollo de un movimiento popular con el que empiezan a tener éxito las corridas de a pie.

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MUNDO HISPÁNICO Nº 269. Agosto 1970.

   La caballería estaba en quiebra. Pueblo y toro van a hacer la fiesta nueva, por lo cual todo está preparado para darle realce a aquel cambio con el que la tauromaquia sumará un nuevo capítulo en su trayectoria.

   Y ese pueblo comienza por estructurar la nueva forma de torear matando los toros de un modo rudimentario, con arpones y estoques de hoja ancha, y torean al animal con capas y manteos o con sombreros de enormes alas. Los de a pie ya no servirán a los jinetes, sino estos a aquellos.

   Los nuevos actores, muchos de ellos personajes anónimos, desplazan con acelerada rapidez a quienes alguna vez fueron protagonistas, los caballeros, que deseando no perder colocación, se prestan a cambiar su papel por el de “señores de vara larga” o lo que es lo mismo: picadores, que hoy en día se mantienen vigentes.

   Las variaciones experimentadas en nuestro territorio guardan una marcada diferencia respecto a las desarrolladas en España. Existe una preocupación por darle orden, misma que propició la publicación de la tauromaquia de José Delgado en 1796, nuestros antepasados solían divertirse, “inventando” formas de toreo acordes con el espíritu americano.

   Aunque no éramos ajenos a España. Tomás Venegas «El Gachupín Toreador» llegó a México en 1766 y se quedó entre nosotros, influyendo seguramente en los quehaceres taurómacos de estas tierras. A su vez Ramón de Rosas Hernández «El Indiano», mulato veracruzano quien emprendió viaje a España, actuando por allá en los últimos años del siglo XVIII, demostró en ruedos ibéricos que acá también había buenos toreros, sobresaliendo en las suertes de montar los toros, templando “ya sobre él, una guitarra y [consumada la suerte] cantará con todo primor el sonsatillo”.

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Exacta recreación que Antonio Navarrete hizo de Tomás Venegas, “El Gachupín Toreador”. Antonio Navarrete Tejero: Trazos de vida y muerte. Por (…). Textos: Manuel Navarrete T., Prólogo del Dr. Juan Ramón de la Fuente y un “Paseíllo” de Rafael Loret de Mola. México, Prisma Editorial, S.A. de C.V., 2005. 330 p. ils., retrs.

   El «divertirse, inventando…» da lugar al anhelo de los novohispanos por definirse así mismos como individuos diferentes de quienes los condujeron política, religiosa, moral y socialmente, durante el largo periodo colonial. En algún momento deben haberse cuestionado sobre su papel, ¿quiénes somos?, ¿qué queremos? Se aproximaban con rapidez a lo que será para ellos la independencia.

   Con este movimiento de liberación el mexicano aprendió a dirigirse por sí solo, en el toreo podemos encontrar esa evidencia, dándola a conocer cada tarde torera. Fue necesario incluir una riquísima gama de posibilidades que permitieron demostrar una capacidad creadora como nunca antes había ocurrido. Más adelante, podremos conocer parte de esas “locuras” o “frutos del ingenio” llevados a escena en las plazas de toros.

   Un importante código de valores permiten distinguir las jerarquías con que aparecían en escena todos los protagonistas. De ese modo, al traje que portaron aquellos personajes poco a poco comenzaron a añadírsele bandas distintivas, y luego las aplicaciones en metal -oro o plata- que definitivamente diferenciaron a las cuadrillas, tal y como llegan hasta nuestros días.

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MUNDO HISPÁNICO Nº 269. Agosto 1970.

   Los primeros intentos que desplegaron los lidiadores americanos al acometer la nueva empresa, se dieron desde 1734, cuando Phelipe de Santiago, Capitan de los toreadores de a pie, intervinieron en las fiestas que se efectuaron aquel año, en “celebridad del ascenso al Virreynato de estta Nueva España del el Excmo. N. Sor. Dr. Don Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta”, quien gobernó de 1734 a 1740. Aquí, Phelipe de Santiago y su cuadrilla salieron con vestidos “adornados con listón de Napoles encarnado, de seda fina torcida, camisas de platilla, mitán amarillo, rasó de España amarillo también, para vueltas de los gabanes, y buches de los calzones elaborados con paño de Querétaro. Medias de capullo encarnadas y las toquillas de los sombreros finos con listón de China amarillo labrado, y corbatines adornados con encajes”.

   Más tarde encontraremos a un conjunto de “toreros” anónimos que, a los ojos de Rafael Landivar S.J., imprimieron el verdadero sabor de la tauromaquia autóctona mexicana, precisamente a la mitad del siglo XVIII, asunto del que daremos cuenta en capítulo posterior.

   Mientras tanto, toreros de la talla de Felipe Hernández “El Cuate”, Juan Sebastián “El Jerezano”, Alonso Gómez “El Zamorano”, Felipe “El Mexicano”, Cayetano Blanco, y José de Castro, se encargaron de avivar el fuego que iba en aumento conforme se acercaba la época en que el toreo en el nuevo país se colocó a la altura del practicado en España.

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GALERÍA ILUSTRADA DE TOREROS MEXICANOS Y EXTRANJEROS QUE ACTUARON A LO LARGO DEL VIRREINATO Y EL SIGLO XIX MEXICANO. (I).

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Un trabajo de reciente puesta en marcha es el que lleva el título de la presente colaboración. Pretende ser ambicioso en la medida en que vayan encontrándose no sólo los nombres de cada uno de ellos, cosa que por otro lado puede ser de dimensiones importantes, sino también algo de sus trayectorias, lo cual tomará un tiempo también bastante considerable para su elaboración. Sin embargo, este propósito tiene ya un antecedente en el exhaustivo trabajo que elaboró el Dr. Benjamín Flores Hernández en varias etapas. Me refiero a su “Catálogo de toreros y noticias de otros personajes novohispanos del siglo XVIII interesantes en la historia taurina” que, enriquecido, corregido y puesto al día incluyó en su más reciente libro, editado por la Universidad de Aguascalientes.[1] Años atrás, el buen colega y amigo, ya había comenzado dicha labor tanto en su tesis de licenciatura,[2] como en la de maestría,[3] que hoy siguen siendo un referente para entender en forma por demás muy amplia, el desarrollo de la fiesta novohispana, en la parte correspondiente al siglo XVIII. Trabajos harto complicados pues su autor debía formar una nómina de todos aquellos personajes, que en su último trabajo asciende a 156, consiguiendo con ello la que puede considerarse una primera relación de protagonistas en el toreo de la última etapa novohispana y la primera del México independiente. En buena medida será útil para integrar muchos de aquellos otros nombres, seudónimos y demás datos[4] que se tengan en torno a ese notable conjunto de individuos, lo mismo hombres que mujeres, cuya participación en el espectáculo taurino les convierte en centro de atención, como pocos.

   Conviene, en este caso, retomar un texto que se incluye en un libro de mi autoría,[5] con el que pretendo dar los primeros pasos para encaminar esta “Galería” por el sendero que pretendo, convirtiéndole quizá en la “Introducción” de lo presente. Veamos.

PRIMEROS TOREROS NOVOHISPANOS QUE A PIE O A CABALLO ENFRENTARON LEGALIDAD Y TRADICIÓN.

   El torneo y la fiesta caballeresca primero se los apropiaron conquistadores y después señores de rancio abolengo. Personajes de otra escala social, españoles nacidos en América, mestizos, criollos o indios, estaban limitados a participar en la fiesta taurina novohispana; pero ellos también deseaban intervenir. Esas primeras manifestaciones estuvieron abanderadas por la rebeldía. Dicha experiencia tomará forma durante buena parte del siglo XVI, pero alcanzará su  dimensión profesional durante el XVIII.

   El padre Motolinía señala que “ya muchos indios usaran caballos y sugiere al rey que no se les diese licencia para tener animales de silla sino a los principales señores, porque si se hacen los indios a los caballos, muchos se van haciendo jinetes, y querranse igualar por tiempo a los españoles”.

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Esta imagen proviene del libro Graffitis novohispanos de Tepeapulco, Siglo XVI. Sus autores: Elías Rodríguez Vázquez y Pascual Tinoco Quesnel. México, Hidalgo, Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, 2006. 185 p. Ils., fots., facs., planos. (p. 81).

   Lo anterior no fue impedimento para que naturales y criollos saciaran su curiosidad. Así enfrentaron la hostilidad básicamente en las ciudades, pero en el campo aprendieron a esquivar embestidas de todo tipo, obteniendo con tal experiencia, la posibilidad de una preparación que se depuró al cabo de los años. Esto debe haber ocurrido gracias a que comenzó a darse un inusual crecimiento del ganado vacuno en gran parte de nuestro territorio, el cual necesitaba del control no sólo del propietario, sino de sus empleados, entre los cuales había gente de a pie y de a caballo. Ejemplo evidente de estas representaciones, son los relieves de la fuente de Acámbaro (Guanajuato), que nos presentan tres pasajes, uno de los cuales muestra el empeño de a pie, común en aquella época, forma típica que consistía en un enfrentamiento donde el caballero se apeaba de su caballo para, en el momento más adecuado, descargar su espada en el cuerpo del toro ayudándose de su capa, misma que arrojaba al toro con objeto de “engañarlo”. Dicha suerte se tornaba distinta a la que frecuentó la plebe que echaba mano de puñales. Sin embargo esto ya es señal de que el toreo de a pie comenzará a tomar fuerza. Otra escena de la fuente de Acámbaro nos presenta el uso de la «desjarretadera», instrumento de corte dirigido a los tendones de los toros. En el “desjarrete” se lucían principalmente los toreros cimarrones, que habían aprendido tal ejercicio de los conquistadores españoles. Otra escena nos representa el momento en que un infortunado diestro está siendo auxiliado por otro quien lleva una capa, dispuesto a hacer el «quite».

   Pero durante los siglos XVII y XVIII se dieron las condiciones para que el toreo de a pie apareciera con todo su vigor y fuerza. Un rey como Felipe V (1700-1746) de origen y formación francesa, comenzó a gobernar apenas despierto el también llamado «siglo de las luces». El borbón fue contrario al espectáculo que detentaba la nobleza española y se extendía en la novohispana. En la transición, el pueblo se benefició directamente del desprecio aristocrático, incorporándose al espectáculo desde un punto de vista primitivo, sin las reglas con que hoy cuenta la fiesta. Un ejemplo de lo anterior se encuentra ilustrado en el biombo que relata la recepción del duque de Alburquerque (don Francisco Fernández de la Cueva Enríquez) en 1702, cuya escena central es precisamente una fiesta taurina.

GRAFFITI NOVOHISPANO_p. 83

Esta imagen proviene del libro Graffitis novohispanos de Tepeapulco, Siglo XVI. Sus autores: Elías Rodríguez Vázquez y Pascual Tinoco Quesnel. México, Hidalgo, Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, 2006. 185 p. Ils., fots., facs., planos. (p. 83).

   Para ese año el toreo todavía sigue siendo a caballo pero con la presencia de pajes atentos a cualquier señal de peligro, quienes se aprestaban a cuidar la vida de sus señores, ostentosa y ricamente vestidos.

   He allí un indicio de lo que pudo haber sido el origen del toreo de a pie en México, el cual fue capaz de mostrar el talento de los que lo ejecutaban, en medio de sus naturales imperfecciones.

   Para separar a los animales surge el vaquero quien, en el siglo XVI creó el rodeo, forma puramente mexicana legalizada incluso por el virrey Martín Enríquez de Almanza en 1574. Consistía en una batida circular sobre un territorio amplio en extensión cuyo propósito era concentrar al ganado en un punto “donde con la ayuda de una especie de garrochas, muy parecidas a las andaluzas, se apartaba el ganado que deseaban seleccionar”. Surgió con este nuevo personaje una expresión que acabó siendo nacional, mediando para ello una necesidad de un lucimiento no solamente limitado al campo, sino que además, era la plaza pública, la plaza de toros, el otro sitio para obtener el privilegio del aplauso. Y entre el ruedo y el campo la expresión acabó transformada en una manifestación artística.

   La necesidad que tiene el indio por equipararse a las capacidades del español, en los ejercicios ecuestres y campiranos produce reacciones que seguramente se manifestaron a espaldas de quien lo conquistó y le negó la posibilidad de realizar labores comunes en la plaza. El campo fue más bondadoso en ese sentido y concedió al natural de estas tierras, encontrarse con un ambiente al que imprimió su propio carácter, su “ser” en consecuencia. Bajo esas condiciones es muy probable que los indígenas hayan efectuado los primeros intentos por acercarse al toreo de a caballo, y por ende, al de a pie, con el que ganaron terreno sobre los españoles.

Nota importante: las ilustraciones elegidas para este material, fueron inscritas en algún muro del convento de San Francisco de Asís, en Tepeapulco, estado de Hidalgo. Son ambas, una primera representación de la tauromaquia rural, y se remontan a finales del siglo XVI.


[1] Benjamín Flores Hernández: La afición entrañable. Tauromaquia novohispana del siglo XVIII: del toreo a caballo al toreo a pie. Amigos y enemigos. Participantes y espectadores. Aguascalientes, Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2012. 420 p. Ils., retrs., fots., facs., cuadros (p. 359-394).

[2] Benjamín Flores Hernández: «Con la fiesta nacional. Por el siglo de las luces. Un acercamiento a lo que fueron y significaron las corridas de toros en la Nueva España del siglo XVIII», México, 1976 (tesis de licenciatura, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 339 p.

[3] Benjamín Flores Hernández: «La vida en México a través de la fiesta de los toros, 1770. Historia de dos temporadas organizadas por el virrey marqués de Croix con el objeto de obtener fondos para obras públicas», México, 1982 (tesis de maestro, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 262 p.

[4] Sin que ello haga que se pierda la justa referencia a un quehacer que al Dr. Flores Hernández le ha tomado años de intenso trabajo en la investigación de gabinete y de campo también.

[5] José Francisco Coello Ugalde: Novísima grandeza de la tauromaquia mexicana (Desde el siglo XVI hasta nuestros días). Madrid, Anex, S.A., Editorial “Campo Bravo”, 1999. 204 p. Ils, retrs., facs.

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PLAZAS DE TOROS: ESCENARIOS PARA LOS GRANDES ACONTECIMIENTOS EN EL ÁMBITO DE LAS CIUDADES. (ÚLTIMA DE LA SERIE).

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

El TOREO de la colonia CONDESA, construcción de mampostería, la primera en esta ciudad, que se mantuvo de 1907 a 1946.

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Imagen de “El Toreo” en el año de 1946. Anuario Taurino 1945-1946, que resume los hechos más salientes de la última temporada. Manuel Ratner, editor. José Alameda, dirección técnica y autor de todos los textos. Freyre, caricaturista.

   Pero en 1907 comenzó lo que puede considerarse la era definitiva para las plazas de toros. El 22 de septiembre es inaugurado el «Toreo» de la colonia Condesa, cuyo diseño incluyó por vez primera la mampostería, haciendo permanente dicha construcción que, por azares del destino nunca quedó terminada, luciendo una fisonomía espectral pero que, al fin y al cabo almacenó infinidad de recuerdos y evocaciones que concluyeron en 1946, año de su desaparición y traslado de toda la estructura metálica a terrenos de Cuatro Caminos, en el estado de México donde se le dio una nueva y distinta presencia que hoy se pierde entre la voracidad de una urbe extendida sin orden ni concierto.

   El TOREO, plaza que vivió esplendores sin precedentes, surge apenas unos años antes de comenzar el movimiento revolucionario y con él va marchando hasta su culminación. La ciudad de México se debate entre la “decena trágica” de 1913 y la entrada de los diferentes ejércitos que pretenden el control de un poder fuera de sí. Fueron tiempos difíciles. El propio Venustiano Carranza prohibe las corridas, en el lapso de 1916 a 1920. Luego de su muerte, los capitalinos vuelven a gozar de la época de un Gaona que ha llegado a la cúspide de su grandeza, hasta que el 12 de abril de 1925, las campanas de León dejaron de tocar a gloria…

   La ciudad, a pesar de todo seguía teniendo un sello provinciano. Fueron épocas que nuestros abuelos o bisabuelos gozaron plenamente antes de los grandes cambios radicales, los cuales comenzaron a desarrollarse durante el régimen del Gral. Lázaro Cárdenas y más tarde con el del Lic. Miguel Alemán, en el cual, la ciudad encuentra por primera vez una escenografía cosmopolita.

 LA PLAZA DE TOROS «MEXICO» A 52 AÑOS DE SU INAUGURACIÓN. LOS REGISTROS DE LA HISTORIA.

   Una ciudad como la de México, renovada y lista a crecer luego del difícil periodo revolucionario y sus consecuencias posteriores, incluye en su paisaje urbano la obra de un visionario llamada Neguib Simón quien se declaró convencido de poner en pie el majestuoso proyecto de la «Ciudad de los Deportes» que en principio incluía estadio de fútbol, plaza de toros, canchas de tenis y hasta una playa artificial. Solo plaza y estadio se materializaron conforme al proyecto.

   La plaza, que originalmente llevaría el nombre «General Maximino Avila Camacho» fue bautizada después con el nombre de «Plaza de toros México».

   Fue inaugurada como ya todos sabemos, el 5 de febrero de 1946 ¡hace 52 años!, con un cartel de polendas: 6 de san Mateo, propiedad de Antonio Llaguno. Los diestros: Luis Castro «El Soldado», Luis Procuna y Manuel Rodríguez «Manolete», todos ellos desaparecidos.

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Imagen que corresponde a la inauguración de la plaza “México” en 1946. Anuario Taurino 1945-1946, que resume los hechos más salientes de la última temporada. Manuel Ratner, editor. José Alameda, dirección técnica y autor de todos los textos. Freyre, caricaturista.

   Plaza que, para 1946 permitió el acomodo a casi 50 mil aficionados, 52 años después sigue dando cabida a alrededor de 42 mil espectadores, con la enorme diferencia de que hace medio siglo la ciudad contaba con 3 millones de habitantes y hoy, 1998, rebasa los 20. Es decir, casi un 700% de diferencia. Esto es, su aforo fue calculado pensando siempre en una asistencia masiva, que queda garantizada.

   Por sus arenas han desfilado generaciones de toreros, líneas y estilos de lo más diverso, convertida en una summa de experiencias que permite proyectar y amoldar el gusto y la sensibilidad de los miles, miles de aficionados que han ocupado los tendidos de la plaza. ¿Cuántos toros se habrán lidiado? No lo sabemos, pero el caso es que la ganadería mexicana en su conjunto se ha congregado para ofrecer todo su esfuerzo por lograr con la mayor exactitud posible, el que gusta a los toreros y a los públicos.

   De la variedad de espectáculos cómicos o aquellos llenos de curiosidad, que se han presentado en la “MÉXICO” recuerdo dos: Los Cuatro Siglos del Toreo en México del «Brujo» Zepeda, del año 1955 o la corrida completa que, a la usanza portuguesa se efectuó allá por enero de 1979 con rejoneadores, forcados y todos sus aderezos.

   Todo parece indicar que el coso de Insurgentes, o para mejor decirlo, de la colonia Nochebuena se convertirá en futura plaza centenaria que celebre, junto a inmediatas generaciones el fulgor de una fiesta varias veces secular. ¿Por qué lo decimos? Nuestra idea coincide con el optimismo de que el toreo es una expresión con garantías de la permanencia, que tiende no a la decadencia, sino que emerge a un nuevo estado de interpretación por lo que, con toda seguridad se celebrará en dicha plaza, por ejemplo el quinto centenario de la primer fiesta de toros en México, la del 24 de junio de 1526.

   Y lo harán otras generaciones recordando a Gaona, a «Armillita», a Manolo Martínez situados ya en la mitología clásica del toreo en México.

   A continuación deseo incluir dos apreciaciones (por cierto publicadas tiempo atrás, y que tienen la liga correspondiente para evitar cualquier confusión o sospecha) sobre el ambiente que predominó en la fiesta torera de mediados del siglo XIX en la ciudad de México, y también otro material que se refiere al uso indistinto que se le da al escenario de una plaza de toros, mismo que termina reuniendo diversas condiciones sobre el sentido utilitario de sus instalaciones.

ARTÍCULO INÉDITO DE LA “ILUSTRACIÓN MEXICANA” DE 1851 QUE NOS DESCRIBE PERFILES DE LA SOCIEDAD QUE ASISTE A UNA CAMBIANTE FIESTA TAURINA.

(Véase: https://ahtm.wordpress.com/2013/01/20/la-ilustracion-mexicana-1851/)

   El artículo que reseño: “Plazas de toros” fue publicado en “La Ilustración mexicana”, T. I., XV, del año 1851. Deduzco que salió a la luz en el primer semestre pues solo menciona la plaza de san Pablo. La del Paseo Nuevo se inauguró en noviembre de ese mismo año.

   Su contenido es un vivo retrato no solo del ambiente taurino sino de la vida cotidiana que se ve reflejada en ciertas actitudes, como esta de que “las familias de buen tono van por rareza, por excentricidad, ó porque el papá quiere ver hasta qué punto llega la sensibilidad de sus hijas”.

   Añora el articulista desde el comienzo de su colaboración aquellos “Felices tiempos los del toro de once, en que la plaza de toros solo veía toros, en que no había jamaicas, y en que todo lo permitido era el palo ensebado y el monte parnaso”. Dicha observación es interesante, en la medida en que durante los tiempos inmediatamente posteriores a la culminación de la independencia y hasta 1850 nada más se daban festejos que cumplían con esas condiciones, sin que se alterara con añadidos como el capricho de la moda y la exquisita sensibilidad del siglo XIX que devino en un carácter más relajado también para el espectáculo. Ya no asiste a la plaza más que un reducto de “familias de buen tono”, pero sí la colma un importante grupo de las otras que suelen andar en coche simón y comen cuanto encuentran… Se ve con frecuencia a meretrices de medio manto, pero sobre todo a jóvenes de a caballo que tutean al picador, gritan, chiflan, y “es aficionada a coleaderos, a encierros y á usar reatas, chaparreras, etc.” En otras palabras, habla nuestro desconocido autor de una gama emergente de nuevos elementos que condimentan un espectáculo cada vez más saturado de riqueza, en tanto ahogo que no deja admirar la esencia que a sus ojos se ha perdido, anhelo que se atenúa (sin ser mencionado; sólo insinuado) de “todo tiempo pasado fue mejor”, a decir de Jorge Manrique, en su verso recurrente que forma parte de las “Coplas a la muerte de su padre”.

   El palo ensebado o el monte parnaso aunque entretenimientos profanos, convocaban multitudes que de seguro irrumpían y alteraban el ya de por sí ambiente festivo que imperaba en la plaza, convertida en acumulación de intensidades colectivas dispuestas a divertirse.

   La actitud emancipadora desde luego que se apoderó de la plaza. Lo que está viendo el autor ya no es comparable con lo que pasa en tiempos anteriores a la independencia (la plaza de San Pablo fue levantada primitivamente en 1788, algunas reformas tuvieron que hacerse al cabo de los años, pero en 1821 se quemó, siendo reinaugurada en 1833). Durante la invasión norteamericana fue desmantelada casi en su totalidad y su maderamen ocupado en las diversas trincheras que se cavaron en sitios estratégicos de aquella ciudad que vivió días amargos en 1847. Es en 1863 cuando desaparece.

   Su reseña sobre la corrida, desde la llegada del “juez” y el “partimiento” por algún batallón hasta que el toro muere nos presenta las condiciones que prevalecieron en el toreo mexicano, justo a la mitad del siglo XIX. Sin embargo, el drama, la tragedia son elementos que no pueden faltar, imprescindibles en todo acto sangriento como el taurino.

   Una apología taurómaca es la que vemos casi al final del trabajo, la cual justifica el contexto histórico que ha acumulado en siglos este espectáculo y le plantea que no es del todo sanguinario; antes al contrario, son otros mil vestigios de barbarie los que la sociedad conserva y deben eliminarse.

   Por lo visto, el escritor es un taurino en toda la extensión de la palabra, dispuesto a dar un curso de tauromaquia, o a escribir las impresiones de una corrida al estilo de Dumas…

   Pero lo sorprendente de esta experiencia es la concepción arquetípica de la sociedad en primer lugar, y luego de lo estrictamente taurino con que nos deslumbra… ¿quien? No lo sabemos.

   Demos paso a la lectura.

   Felices tiempos los del toro de once, en que la plaza de toros solo veía toros, en que no había todavía jamaicas, y en que todo lo permitido era el palo ensebado y el monte parnaso. Después, después, ir a los toros ha dejado de ser de buen tono; y en esto ha influido el capricho de la moda, el gusto por dar vueltas en el paseo, y la exquisita sensibilidad que caracteriza al siglo XIX. Los robustos filántropos de nuestra época, se horrorizan con la espantosa lid; las niñas sufren de los nervios; los viejos no tienen aliento para hacer tan larga jornada; los ilustrados no quieren ver espectáculos tan bárbaros; el gobierno apenas de cuando en cuando honra con su asistencia la plaza, cosa que con letras enormes anuncian los carteles, como si se tratara de algún monstruo non descrito, o de alguna farsa grotesca. Pero qué mas, si hasta los representantes del pueblo han querido proscribir las corridas de toros, como si fueran jesuitas o garantías individuales.

   Todo esto naturalmente influye en que la concurrencia a la plaza de San Pablo no sea tan espléndida, ni tan deslumbrante como lo era en los tiempos anteriores a la independencia. Las familias de buen tono solo van por rareza, por excentricidad, ó porque el papá quiere ver hasta qué punto llega la sensibilidad de sus hijas. El resto de la concurrencia, en la sombra, se reduce a familias que andan en coche simón y comen cuanto encuentran; a gente de fuera, que siempre tiene aire de colonia ambulante; a hembras de las que el mundo condena por poco honradas, como si en realidad hubiera diferencia sustancial entre… ¡chitón!… a la parte de la clase media, que venera las sublimes tradiciones de nuestros abuelos, y a esa juventud de a caballo, que tutea al picador, grita, chifla, y es aficionada a coleaderos, a encierros y a usar reatas, chaparreras, etc.

   En el lado del sol el elemento dominante es el lépero, propiamente dicho, de ambos sexos, vivo, contento, audaz, glotón, insolente, y enemigo natural del roto y del catrín. Allí está el soldado, el albañil, el sirviente, con la china, la cocinera y la estanquera.

   Toda esta multitud se agita, grita, porque paga, regla de Boileau, que observan sin leerla todos los pueblos del mundo, y aplaude sin saber por qué, cuando llega el juez que preside la función. Los soldados parten la plaza, contribuyen a hacer vistoso el espectáculo, y sirven; en fin, para algo. Los toreros de a pie y de a caballo, los locos, y hasta las mulas que sirven de acompañamiento fúnebre al toro rendido en la lucha, se presentan a pasar revista ante el juez, y comienza la corrida. Una rosa en la frente al salir del toril, después lo capotean, lo pican, lo colean, lo banderillean, y al fin lo matan… y esto es todo con cada pobre animal que sale a la arena. Y comienzan esos lances de destreza, de valor y de temeridad que hacen del torero un ser excepcional, y que inspiran un interés irresistible, una fascinación completa, en que nuestra alma, como si sintiera un vértigo extraño, vacila en abrazar la causa del hombre ó de la fiera… Y la multitud está atenta, animosa, entretenida; pero una sola torpeza, por ligera que sea, la hace prorrumpir en silbidos y en amarga burla. El público más inexorable es el que la suerte depara al torero, este hombre es como el político, cualquier descuido le arranca toda su reputación.

   Y en los toros la generalidad de la concurrencia necesita, para quedar contenta, que ocurran accidentes desgraciados; muertes, heridas, caídas, golpes, etc.

   Las corridas de toros se deben a los árabes, y solo las adoptó la raza española. Ese continuo peligro, esa destreza, esa astucia, son propias de épocas en que el valor consistía en exponer la vida con temeridad. La tauromaquia es un arte completo, con sus preceptos, sus libros, sus escuelas, sus maestros y su gloria; y si bien no revela un gran adelanto de la civilización, nosotros, que no queremos ser declamadores, deseáramos que, antes que de los toros, se ocupara la sociedad de otros vil vestigios de barbarie que conserva.

   Y aquí terminamos este articulejo, porque para seguirlo, tendríamos que recurrir a dar un curso de tauromaquia, o a describir las impresiones de una corrida en estilo de Dumas, o a comparaciones con las costumbres y con la política, puntos demasiado delicados y comprometidos en los quebradizos tiempos que alcanzamos.

   Cuán interesante es hallar una evidencia, una interpretación más que nos descubre la fiesta y sus entornos. Más aún, cuando ese descubrimiento se trata de detalles sucedidos durante el siglo XIX mexicano, con el que su magia y su misterio cada vez se engrandecen, no por el difícil destino que se aleja de poderlo interpretar, sino porque con asuntos como el de la reseña, se descubren los encantos de que supo matizarse esta centuria toda ella llena de un generoso compendio de hechos que hoy hemos encontrado en medio de una fascinación maravillosa.

LA PLAZA DE TOROS: DEL ESCENARIO COTIDIANO A UNA SEMEJANZA CON LA “GUERRA DE LOS MUNDOS” DE H.G. WELLS, LA RESEÑA RADIOFÓNICA DE ORSON WELLS O DE LA OBRA “1984” DE ORWELL.

(Véase: https://ahtm.wordpress.com/2013/07/17/la-plaza-de-toros-del-escenario-cotidiano-a-la-guerra-de-los-mundos-que-nos-cuenta-h-g-wells/)

   Las plazas de toros no son escenarios exclusivos. Los domingos o días de corrida nos acercamos a disfrutar del espectáculo, pero esos otros días sin fiesta parecen abandonadas. Pero no, no es cierto. Resulta que las muchas lecturas que existen en torno a los toros nos revelan que en distintas épocas el escenario taurino se ha empleado como instalación para realizar funciones de ópera, peleas de box, conciertos de grupos musicales, cierres de campañas políticas. También, y en casos muy particulares como patíbulo, albergue o granero. Sin embargo, lo que vino a romper con todo posible aspecto de control fue algo que sucedió en la plaza de toros de Miramar, en Costa Rica.

   Habitantes de este país afectos a lo sobrenatural, convocaron al «Encuentro Mundial de Contactados Extraterrestres» ocurrido en los primeros días del mes de julio de 1995, donde uno de sus «guías» notificó que se presentaría un ovni para lo cual, supongo, la plaza de «Miramar» sería el sitio perfecto de aterrizaje. La foto que acompaña estos apuntes nos muestra el momento en que los «contactados» realizan uno de los ejercicios ceremoniales.

   Cuando no hay un toro en la arena, las cosas que pueden suceder son de lo más diverso y extraordinario. Ahora recuerdo que hacia el siglo pasado varios famosos aeronautas se elevaron a los cielos partiendo desde plazas como san Pablo o Paseo Nuevo. Robertson, Benito León Acosta o Joaquín de la Cantolla y Rico son célebres por sus ascensiones. En 1869 la del Paseo Nuevo funcionó como instalación para dar cabida al circo de los señores Albisu y Buislay. Evocadoras deben haber sido las imágenes de sinfín de espectáculos de varia invención celebrados en plazas que sirvieron además, como escenario de torneos monumentales, entre fuegos de artificio y combates ficticios. Pero lo ocurrido en Costa Rica no tiene precedentes. Todo un caso.

   Ya que se hizo un recuento de lo fabuloso que puede ocurrir en las plazas de toros pero sin toros (o no necesariamente sin ellos), voy a permitirme recrear el pasado a partir de los testimonios que tengo al alcance.

   Son extraordinarias estas historias. Como que de repente se suma a este largo pasaje el curioso recuento de invenciones a lo H. G. Wells, Orson Wells o como lo dejó dicho en su novela “1984” Orwell. Es un nuevo capítulo donde los viajeros extranjeros o las crónicas de hechos curiosos dan cabida a otro que es totalmente distinto y novedoso.

   Adolfo Theodore, que se llamó asimismo «físico» pudo haber sido el primer hombre que subiera en globo y viajara por los aires mexicanos, pero sus intentos se convirtieron en una auténtica “tomada de pelo”, a pesar de la fuerte carga de publicidad que hubo para promover sus arriesgadas maniobras. Este personaje anunciaba en 1833 que llegaba de Cuba para disponerse a ascender por los aires de la capital, pero pretextos de diversa índole no se lo permitieron. La plaza de san Pablo fué escenario al que acudieron miles de curiosos con el fin de presenciar la hazaña anunciada para el 1 de mayo. De la admiración se pasó a la decepción. Varias peticiones para armar el globo, aparatos y compra de ácidos le costaron al Sr. general D. Manuel Barrera -a la sazón, empresario de la plaza-, pero inteligentemente manejado por el aeronauta rubio como habilitador, la suma de 8,376, 6 reales 6 granos que sirvieron para desinflar los deseos de multitudes pues, como nos dice Guillermo Prieto

La inflazón del globo no llegó a verificarse por más que se hicieron prodigios. Los empresarios dieron orden de que nadie saliese, lo que puso en familia a la concurrencia; pero después asomó su cara el fastidio, se hizo sentir el hambre, y el sitio fue atroz. El contrabando aprovechó la ocasión: valía a una naranja un peso, y un peso un cucurucho de almendras.

   Los pollos insolventes como yo, pasaron increíbles agonías.

   Por fin el globo no subió, la gente se retiró mohina y Adolfo Theodore, después de bien silbado y de arrojar sobre su globo cáscaras y basuras, tuvo que esconderse para no ser víctima de la ira del pueblo contra el volador.

   Con todo y el ridículo, un nuevo intento. La fecha, el 22 de mayo. Y como tal, nuevo fracaso y a la cárcel. Con el tiempo se descubrió que el tal Theodore era un bandido bastante fino que se encargó de timar con elegancia a quienes, por desgracia, se le ponían por delante. El típico farsante y embaucador que prometiendo lo «nunca antes visto o realizado», huye sin dejar huella.

   En 1835 apareció otro francés, Eugenio Robertson quien salvó del desprestigio al empresario del coso, sr. Manuel de la Barrera y logró ascender el 12 de febrero de aquel año. Me parece que Barrera además del aeronauta en cuestión necesitaba en aquellos momentos presentar novedades de todo tipo. Fue por ello que el 19 de abril siguiente presentó en la capital al hasta entonces poco conocido diestro español Bernardo Gaviño y Rueda quien, con el tiempo va a convertirse en una de las figuras más importantes del toreo en nuestro país, dada la jerarquía en la que se asentó por 50 años, al monopolizar de alguna forma el toreo como expresión que supo proyectar en diversas partes de la nación.

   Otros personajes, héroes momentáneos fueron Benito León Acosta, Mr. Wilson, Cantolla y Rico. Acosta ascendió desde san Pablo el 3 de abril de 1842, dedicando su hazaña al señor general Presidente Benemérito de la Patria, don Antonio López de Santa Anna. Después lo hizo otras tantas veces en Querétaro, Guanajuato y Pátzcuaro.

   Samuel Wilson, norteamericano hizo lo mismo en 1857, justo el 14 de junio desde la plaza Paseo Nuevo en su globo «Moctezuma». Ese mismo año ascendió desde san Pablo D. Manuel M. de la Barrera y Valenzuela, ascensión que fue seguida de «una corrida de toros bajo la dirección del hábil tauromáquico Pablo Mendoza».

   Y Joaquín de la Cantolla logró su gesta el 26 de julio de 1863 partiendo desde la plaza Paseo Nuevo. Alternó, por lo menos en cartel con Pablo Mendoza. Otra hazaña, ahora descenso de este personaje interesantísimo, ocurrió el 15 de enero de 1888 cuando se inaugura la plaza de toros de «Bucareli», lidiando toros de Estancia Grande y Maravillas el gran torero mexicano Ponciano Díaz Salinas.

   Otro aspecto es el del circo. La plaza Paseo Nuevo sirvió el domingo 13 de junio de 1869 cuando ya no era plaza de toros, sino un simple escenario bajo el rigor de la prohibición impuesta desde 1867 con la Ley de Dotación de Fondos Municipales y hasta fines de 1886, como local para una gran función de circo. Se anunciaba como sigue:

Circo ecuestre, gimnástico, acrobático y aeronauta de los señores Albisu y Buislay con un programa variado e interesante: Gran sinfonía por la Banda; lucha de los gimnastas hermanos Buislay; parche, bola por Julio y Etienne; los hijos del aire por Montaño y niño Joaquín; los dos cómicos, Julio y Augusto y los juegos varios de Etienne y niño.

   El caso de la plaza de toros de Celaya, parece ser único. En distintos momentos sirve como granero (a fines del siglo pasado), como albergue (durante la gran inundación de 1904) o como patíbulo (el 16 de abril de 1915 el coronel Maximiliano Kloss ejecuta a doscientos oficiales villistas en la plaza de toros de Celaya, a causa de las batallas de Celaya y Trinidad). La modernidad se ha encargado de partir en dos al coso celayense para permitir el paso vehicular en nueva calle que atraviesa a la hoy conocida «ruina romana» de esta próspera ciudad del bajío mexicano. Aprovecharía la ocasión para mencionar que otra plaza como la de Atlixco, en Puebla, también fue escenario similar al que se prestó el de la plaza de Celaya. También, durante la Revolución fue arsenal, campamento, y paredón de fusilamiento. Justo en 1919 el General Fortino Ayaquica rindió sus tropas zapatistas quienes recibieron amnistía.

   Durante la prohibición que impuso el entonces presidente de la república, Venustiano Carranza (de 1916 a 1920) la plaza «El Toreo» sirvió como escenario a los más diversos espectáculos, tales como: peleas de box, funciones de ópera, conciertos. Por ejemplo en 1919 el entonces pugilista negro Jack Johnson se presentó en dos funciones de exhibición. En las representaciones operísticas fueron anunciados tenores de la talla de Hipólito Lázaro, Titta Ruffo, y desde luego el gran Enrico Caruso. Entre las voces femeninas aparecen las de Rosa Raisa, Gabriela Besanzoni. Asimismo se presentó el gran violonchelista Pablo Casals y la sin par Anna Pavlowa, figura de la danza que cautivó a un público totalmente ajeno al taurino. Desde luego, las funciones de la ópera CARMEN de G. Bizet el domingo 5 de octubre de 1919 fue célebre. En 1994 la plaza de toros «México» sirvió de escenario a una pésima representación de la misma obra del compositor francés.

   Desde luego las plazas han servido como lugar ideal para cierres de campañas políticas o congregación multitudinaria de eventos organizados por esos mismos partidos. Conciertos musicales de diversa índole también se han efectuado en muchas plazas, así como peleas de box en las que se disputan cetros de diversas categorías.

   Así también, el día 26 de octubre -pero de 1996- ocurrió un caso -a mi parecer sin precedentes-. La jerarquía católica convocó a un acto religioso con que celebraron los 50 años de sacerdocio de Karol Wotyla, quien desde hace años ocupa el rango más elevado: el de Su Santidad, el Papa Juan Pablo II.

   Todo ello sucedió en la plaza de toros «México» con la asistencia de unos 30 mil feligreses. Actos de esta magnitud no los registra la historia, de ahí su importancia.

   Sin embargo, he de recordar que el 3 de febrero de 1946, su Ilustrísima, el doctor don Luis María Martínez, Arzobispo de México ofició una misa en el ruedo de la plaza que se inauguró dos días después. Y dice Carlos León:

…vino con su hisopo y su agua bendita a espantar a los malos espíritus, para que este negocio no se lo llevara el diablo. Y después del recorrido por todo el ruedo, salpicando de agua santificada la barrera y pronunciando los exorcismos de ritual que ahuyentaran a los malos mengues, se volvió hacia los presentes y dijo: «Conste que yo di la primera vuelta al ruedo».

   Luego, han venido otro tipo de ceremonias que en ciertos domingos -horas previas al inicio de la corrida- se celebran dichos rituales en el ruedo y otros tantos en la capilla del propio coso.

   Otra manifestación ha ocurrido recientemente. El lunes 19 de agosto de 1996 se oficia una misa de cuerpo presente para elevar plegarias por la muerte del gran diestro Manolo Martínez que ha fallecido unos días antes. Allí se reunió una multitud que se volcó para demostrar su dolor, pero también su idolatría por el torero recién desaparecido.

   Por si mismo el ruedo de cualquier plaza de toros puede servir para efectuar acontecimientos de semejante importancia, dado que el recinto se acerca a las proporciones del carácter que tiene la plaza para la corrida en sí. La corrida encierra un contexto de cultos diversos: el más remoto: el culto heliolátrico al sol, pero también el culto a la sangre unido por esas raíces de idolatría que se encontraron desde la conquista misma donde el indígena proyecta su intensidad hecha sacrificio, en ese otro sacrificio también con abundantes testimonios proyectados en el enfrentamiento belicoso y guerrero, con tendencia a lo estético que protagonizan en la arena el caballero en plaza y el toro, que resulta atravesado y herido de muerte, con la consiguiente presencia de la sangre aspecto este que da pie a la alianza de dos culturas hondamente arraigadas en su tradición secular de distinto origen, unidas en un hecho común.

   Quiero terminar con dos citas que por si solas dan el sello de cuanto encierra un pasaje de la corrida de toros para con el carácter religioso. Una es de  Juan A. Ortega y Medina refiriéndose a Brantz Mayer, viajero norteamericano en nuestro país a mediados del siglo pasado:

(quien) estuvo a punto de apresar algo del significado trágico del espectáculo cuando lo vió como un contraste entre la vida y la muerte; un «sermón» y una «lección» que para él cobró cierta inteligibilidad cuando oyó al par que los aplausos del público las campanas de una iglesia próxima que llamaba a los fieles al cercano retiro de la religión, de paz y de catarsis espiritual.

   Y si hermosa resulta la cita, fascinante lo es aquella apreciación con la que Edmundo O’Gorman se encarga de envolver este panorama:

Junto a las catedrales y sus misas, las plazas de toros y sus corridas. ¡Y luego nos sorprendemos que a España de este lado nos cueste tanto trabajo entrar por la senda del progreso y del liberalismo, del confort y de la seguridad! Muestra así España al entregarse de toda popularidad y sin reservas al culto de dos religiones de signo inverso, la de Dios y la de los matadores, el secreto más íntimo de su existencia, como quijotesco intento de realizar la síntesis de los dos abismos de la posibilidad humana: «el ser para la vida» y el «ser para la muerte», y todo en el mismo domingo.

   Nuestro vistazo por distintas épocas y con algunos ejemplos de actividades taurinas y extrataurinas en el gran escenario de la ciudad de México da como resultado la visión que aquí rematamos, esperando haya cumplido con el propósito que nos fijamos: ofrecer los distintos conceptos que han enriquecido su vida, desde que el espectáculo taurino se incorporó -como un latido más- al ritmo de esta impresionante metrópoli.

Ciudad de México, agosto de 1998.

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