A TORO PASADO.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
La siguiente entrevista en la que “mi personaje” fue ni más ni menos que Alfonso Ramírez Alonso, apareció en La Tauromaquia en Aguascalientes. Publicación editada por Foro Taurino. Abril, 1997. 124 p. ils., fots., retrs., apuntes. Alfonso Ramírez “Calesero”: No a cualquiera le dicen representante del arte (p. 41-51).

ALFONSO RAMIREZ “EL CALESERO”: NO A CUALQUIERA LE DICEN “REPRESENTANTE DEL ARTE”. (A los 80 años de su nacimiento).
La idea que se tiene de un poeta es que se trata de un personaje misterioso, ajeno a la realidad del mundo, pero tan integrado a ella que es capaz de reproducir sus sentimientos en la fuente maravillosa de la palabra y de las ideas.
Quizás por esa causa es que se le conoce al gran diestro Alfonso Ramírez “El Calesero” como “El poeta del toreo”, nacido un 11 de agosto de 1916 en Aguascalientes. Gran figura del toreo mexicano, con acento artístico e irregular, sin caer este perfil en una deformación de la gran carrera que inició desde 1927 al vestir por primera vez el traje de luces en su natal estado. Asume el grado de doctor en tauromaquia en el “Toreo” de la Condesa la tarde del 24 de diciembre de 1939, siendo Lorenzo Garza su padrino y David Liceaga el testigo, con toros de san Mateo. Su retirada de los ruedos se efectuó el 20 de febrero de 1966 en la plaza de toros “México”. Es decir, se considera el torero con mayor trayectoria. Entre becerrista, novillero y matador de toros duró profesionalmente 40 años. En 1967 participó en su última actuación vestido de luces. Total: 27 años de alternativa.

Mientras espero el momento del encuentro -naturalmente nervioso-, admiro su sala de estar plagada de recuerdos. Recinto que no alcanza a dar dimensión a la figura gigantesca de Alfonso Ramírez “Calesero”, torero de la vieja guardia aún entre nosotros. A un costado de todo este conjunto de fotografías, la imprescindible capilla, lugar de reposo espiritual donde seguramente muchas veces CALESERO solicitó ayuda celestial, misma que se prodigó para él y su familia, puesto que si en ocasiones -como aquella de Guadalajara en 1950 y las 7 cornadas que le asestó TRIANERO de Mimiahuapam-, el destino le era adverso; hoy ese destino y ese aquí y ahora, le permite a él y a su familia el seguir conviviendo en la tranquilidad del hogar.
Hoy nos recibe para concedernos esta entrevista a FORO TAURINO.
A casi 60 años vista, ¿”El Calesero” de ese momento deseaba lo que “El Calesero” de hoy está conforme o inconforme de haber conseguido? Es decir, ese joven que va dentro de usted, ¿consiguió lo que se propuso como torero?
¡Ya lo creo! Soy un elegido de Dios, porque todos aquellos toreros que tienen una personalidad propia o que son artistas de inspiración, son elegidos de Dios, porque hay que llevar algo en el cuerpo, para poder hacer cosas ante el toro como a la vida. No es vanagloria, sino que son cosas que yo siento, que para poder hacer esas cosas hay que tener sensibilidad y gusto.
¿Está convencido de haber logrado lo que se propuso como joven?
Sí. Le doy gracias a Dios. Estoy muy satisfecho de ser EL CALESERO. Soy torero que me costó mucho tiempo llegar a triunfar como triunfé, a base de tenacidad, a base de amor a la profesión, porque todo aquel torero que ha llegado a gran figura, tiene un mérito muy grande porque ha pasado por un calvario tremendo. Cornadas, desaire de la gente, maltrato, hasta que llegó el día 10 de enero de 1954, -parteaguas histórico en su vida- día en que me dijo CARLOS LEON que “había saturado de arte la plaza “México” por lo cual me había hecho merecedor del Premio Nóbel de la Torería. Aquí lo tengo. Yo no conocía al licenciado. Un buen día me llamó y me dijo: Mire usted, soy Carlos León. Tengo que informarle a usted que se hizo merecedor del premio Nóbel de la Torería y se le va a entregar. Este premio es una placa de plata, incrustada en madera, con las firmas de Rodolfo Gaona, Renato Leduc, Manuel Horta. Personalidades muy grandes. También Carlos Septién García El Tío Carlos que fue quien me bautizó como El poeta del toreo, seudónimo que para mí es muy honroso porque, para ser poeta se necesita una inspiración muy grande.

Un día le dije al licenciado, del que me hice muy amigo:
Oiga Carlitos, no ha vuelto usted a dar otro premio Nóbel.
Porque nadie se ha hecho acreedor a él. Tengo también dentro de todos mis recuerdos unos recuerdos imborrables…
Y aquí, el hombre se torna sensible, nostálgico…
Mi debut en Sevilla fue el 21 de abril de 1946. Toreé un toro con el capote, uno de los tres toros que toreé más a mi gusto en toda mi carrera. Uno fue de novillero aquí, en la Condesa, otro en Aguascalientes toreando con “El Litri” y el otro, este de Sevilla. Caso insólito, me hicieron dar la vuelta al ruedo después de rematar con el capote. Eso no se lo habían hecho a nadie en Sevilla.

Por eso, el 18 de octubre de 1980 lo homenajearon en Sevilla. El cartel reza así:
Plaza de toros de Sevilla. Sábado 18 de octubre de 1980. XII acontecimiento taurino. Extraordinario festival patrocinado por radio Sevilla. Homenaje al arte del toreo, representado por el veterano y célebre maestro Alfonso Ramírez “El Calesero” que expresamente se desplaza de México para actuar en este magno festejo. 7 novillos toros de Juan Pedro Domecq para: Álvaro Domecq, Manolo Vázquez, “Curro” Romero, José Mari Manzanares, Tomás Campuzano y el novillero Manolo Tirado.
Imagínese que en la cuna del arte me hayan hecho un festival. Así que la satisfacción que tengo -gracias a Dios- es porque no a cualquiera le dicen “representante del arte”. Y eso dijeron en Sevilla de mí.
Miguel Ángel representa el arte mayor de la pintura y la escultura. “Calesero” lo alcanza con la tauromaquia. La trayectoria de Alfonso Ramírez así lo justifica. Yo creo que uno y otro, en su género fueron capaces de llevar a estos órdenes universales su expresión como artistas.
El arte es un concepto implícito en su trayectoria. ¿Cómo concibe una tauromaquia sin arte, cuando en el principio los preceptos se inclinaban por el toreo técnico o bélico también, y fueron Cayetano Sanz, “Lagartijo”, Antonio Fuentes, Rodolfo Gaona o usted mismo quienes le dieron la impronta de la estética?

Dicen que torear con el capote es tan difícil, cosa que también es de elegidos, porque torear clásicamente ha habido pocos toreros. Entre ellos, me sobran dedos de las dos manos para contarlos y considerarlos en la historia del toreo. La larga cordobesa es otro lance que muy pocos ejecutan, es decir: perfecta. Entre los toreros que yo recuerdo -desde luego algunos no los ví-, pero fuí amigo de un gran torero, como el Ave María, “todo lleno de gracia” como fue Rafael Gómez “El Gallo”. La larga cordobesa la inició “Lagartijo”, pasó a las manos de don Rafael Gómez “El Gallo”, de este a las de Rodolfo Gaona. Luego a mi maestro Pepe Ortiz y luego a las de un servidor. Este hecho lo justificaron plumas de la crónica taurina de mi época como CARLOS LEON o Carlos Septién García. El hecho de que me comparen con tantos toreros “tan llenos de gracia” me llena de satisfacción.
“Cagancho” otro torero que para mí fue modelo de inspiración.
La larga cordobesa es citar al toro, engancharlo, no esperar a que venga. Traerlo y decirle: te voy a llevar a donde yo quiera y ahí rematar el lance.
Ya habrá uno que salga para ejecutar este bello lance…

Las comparaciones muchas veces no vienen al caso. CALESERO se ha ganado la mejor demostración: la de que el público lo tenga como su favorito. Sin embargo, hace un momento se mencionaba algo: el sentido de la herencia, un sentido que viene desde LAGARTIJO y lo lleva a su mayor plenitud Alfonso Ramírez capote y sus manos. Sin embargo, después de usted ocurre el fenómeno del “eslabón perdido”, donde nadie ha recogido la estafeta para seguirla prodigando o se quedó suspendida en usted, y por eso los recuerdos lo remiten a tardes como la del 10 de enero de 1954?
Se necesita sobre todo inspiración y muy pocos toreros tienen eso. Hay baches en la fiesta. No ha saltado uno que ilumine la plaza simplemente al darse como torero, pocos tienen el “duende”, esa virtud que Dios les da a determinadas personas.

He ahí la puesta en práctica de la “Teoría y juego del duende” de Federico García Lorca, que puede convertirse también en un complemento de las tauromaquias que dictaron en su momento “Pepe Hillo” y Francisco Montes para que el torero sienta, sufra, goce la inspiración.
Las manos tienen mucho que ver.
Y aquí “El Calesero”, como embrujado deja que sus manos comiencen a hablar, a agitarse deseosas de expresar el “duende” que trae dentro.

Muy pocos toreros saben coger el capote. Con naturalidad, por eso es que por las muñecas es por donde salen los “duendes”.
Me decía un día un chamaco que quería ser torero: “Maestro”, cómo se torea, dígame usted.
Mira es muy fácil, le dije. Con tus palmas abiertas, como pidiendo clemencia.
Y efectivamente, al coger el capote se debe hacer con una naturalidad, y lo demuestra.
Abre las manos, y sin querer se escapan los “duendes” en un lance imaginario. Sin toro y sin capote.
El toreo es, yo diría: Parar, templar y mandar.
Pero también puede decirse: embarcar, no parar. Porque para torear hay que pararse.
Embarcar, templar y mandar. Cuando se cita al toro que viene con toda sus fuerzas, uno lo embarca, se le presenta el capote, mientras el toro cree que se va a topar con algo y se frena un poco en su embestida. De ahí viene el temple. Luego se lleva al toro como uno quiere y no como quiere el toro.
Hoy en día vemos un gran problema entre la juventud. Falta de sensibilidad, de la expresión del toreo. El toreo es un ejercicio espiritual, que ningún tratado de tauromaquia lo explica. Más bien permite entender cómo deben ejecutarse los lances o los pases.
Pero estos aspectos humanos, del abismo humano son los que realmente hacen del torero su figura, su representatividad en el ruedo. Por eso, me impone la figura de EL CALESERO, figura mayor.
Alfonso Ramírez considera al “Calesero” como un diestro irregular, o fueron otras circunstancias las que obligaron al torero a rehacer por etapas su trayectoria.
Sufrí y batallé mucho. Cornadas, obstáculos, que seguramente Dios les pone a las personas para ver si es verdad que va a desarrollar uno su valor, su inspiración, su poderío con el toro. Algo tiene que ver, pero yo sufrí muchísimo, porque pasaba el tiempo, lidiaba muchos toros no acordes a mi toreo. Entonces, la batalla fue intensa. El público me aguantó 20 años para que yo me pudiera consagrar como gran figura. Recuerdo aquellas “porras” en los tendidos de la plaza. Grupos muy selectos, con un comportamiento en la plaza como debe de ser. Escartín, Echegaray, auténticas personalidades. Ellos me decían “pavo real” y pasaba yo por allí: ¡Pavo Real!, venga, ¡sacúdete! Un día quise dar una vuelta medio forzada y con la fuerza de un NO en sus dedos, me obligaron a desistir. La tarde en que toreó a MILAGRITO de san Mateo, despidiéndome de novillero toreábamos: Gregorio García, Jesús Jiménez “Chicuelín”, Jesús Guerra “Guerrita” y yo. Después de tres pinchazos me dieron las dos orejas. Los de la porra me gritaban: ¡Pavo Real!, pasa, ven. Se quitaban las chaquetas, -puro casimir inglés- y las tiraban a la arena. ¡Písalas! reclamaban. Así me dieron tres vueltas. En la contraporra había un madrileño llamado Pedro Ledo, buen aficionado. Me decía: “Perfumita, Perfumita”, una gotita na má!”. Se conformaba con una gotita de arte.

Esto da idea del artista en potencia que ya era Alfonso Ramírez.
De novillero dure cinco años, casi seis. Hasta que me encontré con ese novillo de don Antonio.
La autocrítica del torero.
La autocrítica sobre mi persona, me da gusto definirla. Yo fuí un torero muy desigual, pero tuve la virtud tan grande que Dios me dió de tener facilidad con el capote.
El diestro de Aguascalientes vive de lleno la época de oro del toreo en México, y prolonga su trayectoria hasta los años iniciales de una etapa tan distinta y tan ajena a la que se integró.
¿Cómo supo mantener su aroma bajo las exigencias de nuevos y distintos momentos taurinos?
El aroma lo tienen los artistas, todos aquellos artistas de inspiración, aroma de brujería. Porque para hacerle cosas al toro con inspiración, son pocos los dotados de virtudes grandiosas.
Su inspiración coqueteó con los aficionados. Los volvió locos y se convirtieron en unos enamorados del CALESERO.
Recuerdos imborrables de todos mis episodios en los que tanta emoción había por ofrecerle al público lo que lleva uno dentro. No cualquier tiene la inspiración, insiste don Alfonso. Cosa sublime, sagrada. Tanto en el toreo como en la pintura, en el canto.
“El poeta del toreo”. Seguramente tiene cercanías con la poesía escrita. ¿Qué autores son de su preferencia. Encuentra entre ellos y usted semejanzas en su ejercicio que ahora llamaríamos espiritual?
Soy acérrimo admirador de García Lorca, de José Alameda, pero fundamentalmente de Manuel Benítez Carrasco, quien me ha sacudido, y a quien admiro como si yo fuera él, ¡de verdad! Con qué naturalidad dice sus cosas. Qué dicción tan hermosa de un poeta. Los admiro a todos.
Entramos al capítulo de la prensa en su época.
Todos aquellos cronistas que yo recuerdo, sin ofender a nadie, eran unos enamorados de su profesión. Recuerdo a don Carlos Quiroz “Monosabio”, que era el Mesías de los cronistas de aquel tiempo. Por cierto, recuerdo el día que debuté en México en 1933. Debuté muy tierno y sin preparación. Me dieron esa oportunidad. El novillo se me fue vivo, no porque yo no quisiera haberlo matado. Entraba a matar una y otra vez, pero se me hizo de hueso. Luego, fueron dos años de espera para volver a la Condesa una vez más. Son cosas que ya están escritas en el destino. Entrenaba y me entregaba para mi oficio en forma muy seria. Andaba por corrales, pueblos ante cebúes.

Un día entrenando y haciéndole al viento lo que uno sueña, remataba yo un pase y al voltear al tendido, vi que me observaba con mucha atención un señor. Me dió pena estar haciendo ante él tantas locuras. Tomé mis avíos y me salí. Acercándose me dijo:
Oye chaval. Eres capaz de hacerle a un novillo lo que tú le haces al viento.
Y me entró el orgullo.
Le conteste: lo he hecho muchas veces.
¿De verdad?
Sí.
Al toro le haces eso, así como toreas. Pues mira:
Yo soy muy amigo del empresario de México, don Eduardo Margelli, personaje de una visión tremenda. Cuando fungió como empresario salieron: Garza, “El Soldado”, Silverio, Fermín Rivera, Ricardo Torres, yo. Una pléyade de grandiosos toreros.
Gaditano, de Cádiz. Con un paladar tremendo, porque le gustaban los toreros que reunían esas cualidades.
Se arregló aquel señor con los familiares del joven Alfonso y la oportunidad llegó de nuevo.
Pero lo que más recuerda CALESERO es el apunte que le dedicó MONOSABIO la tarde aquélla del toro al corral.
Al abrir el periódico me encontré con que la nota de mi actuación decía: “Alfonso Ramírez será torero el día que a las ranas les salga pelo”.
Imagínese usted.
De regreso a Aguascalientes iba yo en 3ª, porque no había 4ª. De tablita. Iba llorando de coraje, deseoso de que aquel apunte cambiara un buen día por algo mejor.
Alfonso Ramírez tuvo la oportunidad de que Margelli lo programara nuevamente en la plaza capitalina, luego de haberle dicho:
Tú toreaste aquí hace dos años. Se te fue el novillo al corral.
¡Pero qué bien lo toreaste con el capote!
Se acordaba perfectamente de mi actuación.
Mientras tanto don Alfonso nos revela que el nombre de CALESERO se lo concede don Vicente Lleixá, socio de Angel Urraza.

De Hoy en adelante serás EL CALESERO. Como si me hubiera dicho el churrero, el carpintero. Con ese seudónimo triunfé muy fuerte a partir del año 1935.
Después de la corrida, volé a comprar LA AFICION, y con letras de este tamaño, MONOSABIO apuntaba: ALFONSO RAMIREZ SERA TORERO.
Creador de una dinastía, ¿considera que la faena de José Antonio a PELOTERO descubre los hilos conductores que no solo los enlazan sanguínea sino artísticamente? O fue producto de una casualidad simplemente.
No que vá. No porque a mis hijos yo nunca les dije que fueran toreros, ni que tomaran el capote o la muleta. Los tres han sido matadores de toros. Dios dotó de grandes virtudes a Alfonso, a José Antonio El Capitán, y a Currito que también tenía chispazos geniales. Pero la faena de José Antonio, no lo digo yo que soy su padre, -ya está retirado-, pero fue una faena que la placa que está ahí lo dice todo. “La mejor faena hecha en esta plaza”. Qué difícil es decirle a un torero haber obtenido la mejor faena de plazas como la México, Madrid. Tenía con qué. Aquí no hay casualidades.
La satisfacción del padre no la cambia por nada del mundo.
Claro. Porque yo los ví desde pequeños tomando el capote. En esta casa no se habla más que de toros. Todo el día. Y a todas horas.
Los toreros somos muy morosos. Muy pocos guardamos recuerdos de nuestra vida profesional.
Nos muestra el “Cerro de la Silla”, trofeo que obtuvo en Monterrey, la “oreja de plata” que ganó como novillero en 1938. Esculturas de los mejores artistas.
Fotografías que evocan muchos recuerdos. Lo vemos con “Manolete” y “Armillita”, una tarde que alternaron en Torreón y CALESERO cortó aquella ocasión los dos rabos a toros de LA PUNTA. Mismo cartel que se dio la ocasión en que el diestro de Saltillo inmortalizó a NACARILLO de Piedras Negras. CALESERO obtuvo el premio al mejor quite de la temporada. Para Alfonso Ramírez fue un atrevimiento ofrecerle banderillas a Fermín Espinosa la tarde del 10 de enero de 1954 para adornar el morrillo del toro JEREZANO.
Estoy ante la evidencia viva de un personaje que recuerdan muchas generaciones. Mi padre fue un caleserista acérrimo, rendido y convencido. Aficionado que tuvo la paciencia de esperarlo 10, 20 tardes para verle lucir con el capote o la muleta aquellos momentos únicos que el torero estaba dispuesto a dar como artista que era.
CALESERO se siente muy orgulloso además de que otros toreros se han expresado de él con un respeto y con una idea sublime.

Un día le preguntaron a Antonio Ordóñez quien estaba en una reunión de café, platicando de toros y de toreros. Pepe Luis Vázquez le dijo a Ordóñez: Yo vi un torero en México con un arte tremendo.
¿Quién es ese torero?
Alfonso Ramírez “El Calesero”.
Dinos cómo es ese torero.
Bueno. Es un torero para gusto de toreros.
Eso de boca de Pepe Luis Vázquez a cualquier persona lo llena de satisfacción.
He ahí el elogio mutuo entre los artistas.
Toreé en Madrid junto con Pepe Luis Vázquez y Pepín Martín Vázquez en un cartel considerado como el “cartel del arte” del cual se agotó el papel. Esto durante la feria de san Isidro en el año de 1946, justo el 30 de mayo.
Desde hace más de un siglo se ha dicho que “todo pasado, fue mejor”. ¿Está de acuerdo con esta afirmación?
No. Desde luego yo estuve en la época de oro del toreo, honradamente. Pero en la actualidad también hay promesas para que salgan nuevos valores. Hay chavales que tienen cosas muy interesantes, y que pueden, con el tiempo, llegar a ser también un sostén de la fiesta, porque México es una cantera grandísima de toreros, y sobre todo toreros con aroma y con perfume.
Ahora bien, hay baches en la fiesta. Pasan años y años y no salta uno que diga aquí está el que tiene la onza. Ojalá. Ha habido toreros grandiosos que llenaron una época, que se sostuvieron durante años, como “Armillita”, Garza, “El Soldado”, Silverio, Procuna, Arruza. Tantos toreros con los que yo batallé para tomar la alternativa. No era fácil tomar la alternativa entre esos torerazos, tenía uno cualidades grandes para poder triunfar al lado de ellos.
No basta el impulso personal. Tiene uno que estar enamorado de su profesión, porque de verdad, las 24 horas del día tiene uno que estar con el toro, con el toro y con el toro. Totalmente mentalizado.
10 de enero de 1954, ¿reivindicación, resurgimiento, ultimátum del hombre al torero? ¿Qué pasó aquélla tarde trascendental en “El Calesero”?
Esa tarde, aparte de que Dios me iluminó me tocaron en suerte dos toros a modo -porque a los dos toros los cuajé-, a pesar de los pinchazos, sólo me dieron una oreja, pero debí haberme llevado las cuatro y un rabo. Si no pincho a JEREZANO me llevo el rabo. Esa tarde, con la gracia de Dios que había marcado lo que iba a suceder, era la reaparición del maestro Fermín Espinosa “Armillita” después de dos años que se alejó de los ruedos y la expectación, grandiosa. Batallé mucho para conseguir esa oportunidad de torear la corrida y desde que salió mi primer toro la entrega fue absoluta (el toro se llamó CAMPANILLERO), a ese toro le dí la larga cordobesa, que por cierto hay una cosa muy bonita. Después de seis años que ya agarré fuerza, salía yo de Cuatro Caminos de una corrida de toros del brazo de mi mujer. Estaba un hombre platicando con otro de espaldas a mí y comprendí que me reconoció. Y le dice al otro:
Mira quien viene ahí.
Y seguí mi camino.
Y el otro le contestó al verme:
Hombre, lleva comiendo seis años de una larga cordobesa.

¡Cómo sería la larga!
No se me puede olvidar, cada vez que platico algo sobre esta ocasión sublime, me emociono mucho.
¿Fué un parteaguas en su vida?
Sí señor.
El pasado quedó atrás y surgió un nuevo CALESERO.
A tal grado que duré 12 años formando parte importante del grupo de toreros que sostuvimos la fiesta por aquel entonces.
Ahora de recuerdos vive uno.
CALESERO llena páginas y páginas en la historia del toreo contemporáneo en México. Figura que, para los nuevos aficionados resulta impresionante, porque lo vemos como una figura montada en un pedestal. Lo admiramos.
Su retiro no significó ausencia definitiva puesto que se ha mantenido como asesor técnico en el palco de la autoridad en la plaza capitalina. Pero muchas tardes se le vió de corto e incluso, la mismísima plaza de la Maestranza, en Sevilla fue escenario el 18 de octubre de 1980 de una gesta caleserista, al lado, entre otros, de “Curro” Romero y de Manolo Vázquez. ¿Qué paso bajo el abrigo de la Giralda aquel día otoñal que aún recuerdan muchos aficionados españoles?

Fue un gran triunfo mío del que me emocioné tanto, por la acogida y entrega que me dieron, la entrega a un artista. Plaza sevillana abarrotada, con el “No hay billetes” en las afueras. Una recepción calurosa, dos vueltas al ruedo apoteósicas, con la gente de pie. Al entrar al callejón, bañado en sudor, se puso junto a mí “Curro” Romero a quien le comenté:
“Curro”, ¡cómo es posible que esta gente se me haya entregado como se me ha entregado!
Maestro…, estos saben, me contestó el gran faraón.
Al público sevillano no cualquiera interesa. La Maestranza está llena de aficionados que se han puesto delante de un toro, que le dan un mérito a todo lo que se le hace al toro.
Sevilla es Sevilla. Ni más ni menos. Duende, gracia, inspiración que tienen aficionados tan buenos como los de este lugar.
Los toreros de la actualidad recuerdan al “Calesero” en su lance. ¿Pero lo recuerdan a la hora del consejo, de la discusión y de la reflexión de una consulta?
Esto quiere decir que no guarda secretos y los distribuye generosamente a quien se le acerque.
Claro que sí. Hay pocos chavales que no se preocupan por la técnica del toreo. Indiscutiblemente -lo que voy a decir es la Biblia-: el que tiene cualidades, virtudes grandiosas que como torero demuestra desde que nace, ese trae ya una etiqueta de lo que va a ser. Recuerdo que nadie me dijo así se coge un capote o una muleta. Pero yo me iba a donde había maestros que inculcaban la técnica del toreo. Samuel Solís, Antonio Conde gran maestro, Alberto Cosío “Patatero” Me iba a los corralitos a que me permitieran ver, pues yo no pertenecía a ese grupo. Y en la actualidad se ha perdido eso, los chavales que veo, como que no les preocupa aprender la técnica y sin técnica no se puede aprender a torear. Hay que llevar la técnica consigo mismo, porque pa’ poderle a un toro sino tienes técnica no le puedes, ni puedes desarrollar la virtud tan grande que Dios te dio. Y algunos muchachos que se han interesado en acercarse a mí, pues, encantado; aparte de que los he llevado al campo, les inculco la técnica que me inculcaron.
Gozo viendo torear a un torero nuevo.
Sin discusión alguna, podemos decir que la fiesta es eterna. A cuatro años del siglo XXI, y en su opinión, ¿a qué grado de perfección considera que ha llegado el espectáculo? ¿Deja de ser la lucha para convertirse en un perfecto ballet, o es que tocó fondo en algo inesperado?
Sí. La fiesta es inmortal, sin duda. Ya saldrán chavales que sean los pilares de la fiesta también. Estoy seguro de que la fiesta, aparte de que es inmortal, México es una cantera de toreros. Ojalá que estos muchachos de quien yo hablo, se interesen más por su profesión, que vivan para ella. Ese es un consejo que yo doy, que le tengan un amor muy especial a su carrera.
El ballet en el toreo va unido a aquellos toreros que tienen sentimientos, virtudes y que forzosamente deben tener un duende muy grande.
Faena íntima que recuerda de manera muy personal.

Muy pocos toros me embistieron en México. Siempre me echaban corridas desacordes a mi estilo. Toros que no querían matar las grandes figuras, pues venga. Y venga una cornada, y otra, y otra hasta sumar 20. Tuve momentos importantes en Guadalajara, donde pagué un tributo muy fuerte, pues un toro me pegó 6 cornadas. Plaza para mí de mucha suerte, allí inmortalicé no menos de ocho toros, que nunca toreé un toro en México como en Guadalajara. Cuajé tres toros de Tequisquiapan en tres eneros distintos. YUCA, CARDILLERO y HORTELANO. La faena de éste fue la mejor que hice en mi vida.
Monterrey, otra plaza de mucha suerte. Las dos únicas patas que se han cortado en esa plaza fueron para mí. Un toro de Corlomé y otro de Boquilla del Carmen. Indulté un novillo de Jalpa que se llamó RUMBOSO, puro san Diego de los Padres, que luego sirvió para padrear en GOLONDRINAS, ganadería de aquella región.
Y va de anécdota.
En Orizaba hubo una gran tarde allá por enero de 1946, al lado de Manolete y Fermín Rivera. Fermín y yo no habíamos tenido suerte en nuestros primeros toros. Manolete tenía en su haber una oreja de cada toro. Al sexto toro de LA PUNTA, lo cuajé. Estando haciendo la faena, el jefe de la banda comenzó a dirigir el himno nacional. Yo estaba enredado con el toro, y al pegar el pase de pecho volteé a los tendidos y la gente estaba sin sombrero, los guardias presentando armas y yo seguía con el toro hasta que le pegué un estoconazo. Corté el rabo y me sacaron en hombros. Descansando en el Hotel de Francia, donde nos vestíamos los toreros me dijeron:
Metieron al director de la banda a la cárcel. Yo era muy amigo del Presidente municipal y allí estaba precisamente conmigo, por lo cual le pedí que sacáramos al director de la cárcel. Al llegar al lugar, Alfonso Ramírez vestía de paisano, no de torero, lo cual no le permitió al músico reconocerlo. Le dice el presidente al director: ¿Por qué tocó usted el Himno Nacional?

Hombre, mire usted. El torero mexicano le está dando la pelea al torero español, yo dije, porqué no tocarle el Himno Nacional…
Y tocó el himno nacional.
Pero no sabe que el himno se toca en actos a la bandera
Sí señor. Pero yo cometí el desacato y, ni hablar. Ya lo hice.
Pero sabe usted que tiene quince días de arresto.
Si señor y cumpliré lo que ustedes digan.
No más una cosa le digo: si vuelve a torear ese hombre como toreó, se lo vuelvo a tocar!
Por último, ¿qué aporta “El Calesero” al toreo en México, cuando esta expresión se ha integrado de lleno al carácter universal?
Sobre todo que he dejado ahí, mis creaciones, quites para que las futuras generaciones sigan ejecutándolos como lo hace Jorge Gutiérrez. Esos lances, los dos que son creaciones mías (la Caleserina y la larga cordobesa que ha hecho suya), son muy difíciles de hacerse, porque al perderle la cara al toro surge el peligro. Hay que hacérselo a toros que se dejen. Me siento muy contento de ser un creador.
Al torero Alfonso Ramírez EL CALESERO que sigue siendo torero con mayúsculas, le agradecemos esta entrevista para FORO TAURINO.
Dos testimonios que dan idea del quehacer artístico de Alfonso Ramírez “Calesero” gracias a las plumas de CARLOS LEON, y FILIBERTO MIRA.
CARLOS LEON publicó el 11 de enero de 1954 la siguiente nota:
EL CALESERO SATURÓ DE ARTE LA PLAZA MEXICO; CORTO UNA OREJA, PERO MERECIO EL PREMIO NOBEL DE LA TORERIA. (Al conjuro de la reaparición de Fermín Espinosa se llenó el coso de Insurgentes).
Consagración y apoteosis del “Calesero”
Además, maestro (dirigió su artículo a Rodolfo Gaona), es necesario que usted vea torear a Alfonso Ramírez, ese extraordinario artista que, al fin, ha redondeado en la capital una actuación inolvidable. Pues supongo que “El Calesero” repetirá el domingo. Y una repetición se antoja menguado acto de justicia, pues si usted o yo fuéramos los empresarios, el nombre de Alfonso Ramírez no volvería a caerse en los carteles de la México.
¡Tarde completa y milagrosa, desde el quite al primer toro hasta la triunfal salida en hombros! Izado como un héroe sobre las cabezas de una multitud alucinada, se lo han llevado por las avenidas de la urbe, y para que este homenaje estuviera en consonancia con lo que “El Calesero” realizó, habría que traerlo en hombros durante todo el resto de la semana, hasta volver a depositarlo sobre la arena de circo monumental.
¡Qué alegría siente el aficionado cuando triunfan los auténticos artistas del toreo! Estoy seguro de que usted, si hubiera contemplado lo que en los tres tercios de la lidia realizó el diestro hidrocálido, habría sentido una gran emoción estética y, muy en lo íntimo, la satisfacción de ver resurgir a quien es capaz de seguir su escuela y continuar el dogma artístico que usted dejó como ejemplo de lo que debe ser el arte del toreo. Pues en esta tarda maravillosa que nos ha dado Alfonso Ramírez, no creo equivocarme al asegurar que usted hubiera sido el primero en decir: “¡Boca abajo todo el mundo, que ahí está uno de mis herederos!”
A partir de los lances sedeños con que saludó a “Campanillero”, lances de una suavidad y de un temple exquisito, empezamos a saborear el resurgimiento de este gran torero que sublimó en esta fecha memorable la limpia ejecución de las suertes. Ese quite con dos faroles invertidos, una chicuelina y el clásico remate de la larga cordobesa, llenaron la plaza de sabor a torero. Y por ahí siguió, alegre y variado, finísimo en todo instante, como en la gallardía con que citó para un par al quiebro, marcando la salida y saliendo deliberadamente en falso, para inmediatamente volver a citar y dejar al cuarteo un par perfecto que aún ligó con un rítmico galleo.
Cuando vimos que brindaba su trasteo al famoso penalista Julio Klein, creímos que, en previsión del mitin de otras veces, se aseguraba un defensor que fuera a sacarlo de la cárcel. Pero en esta tarde venturosa, Alfonso Ramírez venía transfigurado. Todo cuanto hizo con el trapo rojo fue increíble. Como uno de esos ballets de las fantasías de Walt Disney, como un sueño, como si toreara en las nubes; pues ponía tal ritmo, tal cadencia en ir eslabonando los más sorprendentes muletazos -desde el clasicismo de los naturales hasta las creaciones modernistas-, que aquello no parecía cosa de esta tierra. Esa frase tan repetida y tal mal usada en la mayoría de los casos, ese afirmar de “torea como los propios ángeles”, fue hoy realidad en esa paradójica irrealidad con que “El Calesero” hizo un toreo de arcángeles, al remontarse a insospechadas cumbres artísticas.

He de confesarle, maestro, que hacía muchos pero muchos años que yo no sacaba el pañuelo en demanda de la oreja. Y hoy, ¡con qué alborozo me he unido al clamor popular, celebrando el renacimiento de un auténtico torero! La concesión del apéndice parecía poca cosa, pues para estos casos insólitos y ejemplares del bien torear, habría que ir pensando en inventar trofeos igualmente singulares. Pero, en esas dos vueltas al ruedo y en ese saludar desde los medios, se hacía justicia a quien ha triunfado al fin en el ruedo de la metrópoli.
Torero de pies a cabeza
Al terminar la corrida y encontrarme con ese portento de belleza que es Sarita de Flores, le dijo: “Tú entre las mujeres, eres como “El Calesero” entre la torería: se presentan y acaban con el cuadro”.
Pues así ha ocurrido, maestro, en esta inolvidable tarde. Cuando salió “Jerezano”, el quinto del encierro, todavía Alfonso Ramírez iba a superarse. La suavidad de aquellos lances a pies juntos y la lentitud que puso en las chicuelinas para rematarlas con un recorte teniendo ambas rodillas en la arena, volvieron a poner de relieve que nos hallábamos ante un artista de los que se ven pocas veces. Descubierto y en los medios, Alfonso tuvo que agradecer la ovacionaza que premiaba su excelsitud con el capote.
Clavó un solo par, al cuarteo, y no es exagerar si decimos que usted mismo lo hubiera rubricado como propio, por la majestad y la exposición con que el hidrocálido cuadró en la cara y alzó los brazos. Luego brindó al doctor Gaona; al empresario que tendrá que poner al “Calesero” todos los domingos de lo que resta de la temporada. Y salió de hinojos, para iniciar su trasteo con tres muletazos dramáticos. Pero enseguida, ya de pie, volvió a bordar el toreo. Sobre todo, allí quedaron dos series de naturales que nadie -así: ¡nadie!- ha trazado con más naturalidad y mayor lentitud desde los buenos tiempos de Lorenzo Garza en 1935.
Sin suerte con la espada, se le fueron las orejas de “Jerezano”. Pero otra vez ha dado dos vueltas al ruedo y ha saludado desde los medios, en una apoteosis inacabable. Y luego ha salido en hombros, consagrándose de la noche a la mañana como el artista de más clase de cuantos hoy por hoy visten el traje de torero.[1]
Vamos ahora con Filiberto Mira.
EL CALESERO QUIERE TOREAR EN LA MAESTRANZA
Remito al lector a las referencias que en páginas anteriores ofrezco sobre el tentadero en El Jaral de Peñas. Al término de esas faenas camperas, cuando la luz solar fenecía allí, para reaparecer en el Antiguo Mundo, se nos ofreció por Barroso un banquete campero en el señorial comedor de la hacienda.
El rito mexicano impone que hablen, a los postres, los invitados de honor. Hubo torerísimas y muy acertadas palabras de Manolo Vázquez. Cuando le tocó el turno a Curro Romero éste indicó que en algunas veces conseguía dar pases o lances que le gustaban al respetable, pero que en cuanto a oratoria a un servidor le cedía la palabra.

Me levanté y hablé (dice Filiberto Mira). Puse toda sinceridad en mis palabras Observé -modestia aparte- que al referirme a las compenetraciones hispano mexicanas, se hacía luz de emoción en los ojos. Con toda verdad confieso que pocas veces ha sido más intenso el fuego de mis sentimientos en disertaciones oratorias.
Tras mi perorata se alzó potente la voz de El Calesero, quien nos dijo:
Tengo ya, como sabéis algo más de sesenta años. No quiero morirme con la pena de no intentar dar algún pase o lance en la Maestranza de Sevilla. Toreé allí -la mejor plaza del mundo- una sola tarde y no tuve suerte. Plenamente consciente os digo que aún tengo valor para allí hacer el paseíllo…
Manolo Vázquez y Curro Romero, como impulsado por las fuerzas telúricas del sentimiento torero, con voz solemne y clara, exclamaron al alimón:
¡Tú torearás allí, y nosotros te acompañaremos!
Manolo y Curro me insinuaron -que comprometiéndose ellos dos a torearlo- yo organizara el XII Acontecimiento Taurino de la S.E.R., patrocinado por Radio Sevilla en homenaje al Arte del Toreo.
El Señor del Gran Poder, al que se lo pedí, nos brindó un día de primavera en la tarde otoñal del 18 de octubre de 1980. El festival se celebró, y en él triunfaron -con bravos ejemplares de Bohórquez y Juan Pedro Domecq- El Calesero, Manolo Vázquez y Curro Romero. También éxito para Alvarito Domecq, José Mari Manzanares, Tomás Campuzano y el novillero Manolo Tirado. Se hizo ese día intensa realidad -cuando señorialmente besó El Calesero la arena de la Maestranza- la frase de Juan Belmonte al definir al toreo como una fuerza del espíritu. A los silencios de la Maestranza se le hicieron escalofríos los sentimientos de su alma. Todo esto -júbilo, alegría, gozo, lágrimas de emoción- fue posible, porque a mi paisano Hernán Cortés se le ocurrió llevar a México, en 1521, doce pares de reses bravías de Navarra.
Justo en el momento de terminar de escribir los precedentes renglones, leo en el “ABC” de Sevilla (13 de noviembre de 1980), un artículo de Luis Bollaín que, bajo el título de “Recordando un festival”, dice esto:
“Abren marcha en el desfile El Calesero -aquel que a la muerte de su toro se fue al centro para besar el albero amarillo de su plaza soñada. Le dan escolta Manolo y Curro. Le incitan con insistencia a que se eche por delante. Estoy seguro que los dos -Curro y Manolo- lo habrían dado todo por esfumarse, por desaparecer, por dejar solo y envuelto en una de las aclamaciones de adiós más emotivas que yo he sentido en una plaza, al venerable Alfonso El Calesero -el torero de la elegancia que suena a Lagartijo, Antonio Fuentes, Rodolfo Gaona…-, que vino de México a Sevilla a besar la bendita arena de la Maestranza, y que quizá se dejó en ella, al propio tiempo, su corazón”.
Yo me dejé el mío -mi corazón de aficionado-, junto a un cacho de tierra caliente, muy lejos de la Giralda. Pero también cerca del cielo, porque estaba a gran altura, aquel día irrepetible del tentadero en El Jaral de Peñas. Tantas grandezas para los espíritus hispanoamericanos, no pudo soñar mi paisano Hernán Cortés, cuando se le antojó llevar a Atenco, doce pares de reses bravías de Navarra.[2]

[1] Carlos León: Crónicas de Carlos León. Selección e introducción de Enrique Guarner. México, ed. Diana, 1987, 437 p. (Pág. 119-123).
[2] Filiberto Mira, El toro bravo. Hierros y encastes. España. Portugal. México. Colombia. Sevilla, 2ª. ed., Guadalquivir, S.L., Ediciones, 1981. 539 pp. ils., retrs., fots. (pág. 322-324).