CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Va siendo frecuente que en las distintas participaciones donde tengo que exponer un tema que me es consubstancial, como el toreo en el siglo XIX mexicano, este brilla con luz propia en un amplio espectro de posibilidades, el cual permite una estela de interpretaciones y reinterpretaciones permanentes, lo que deja percibir el grado de inquieta rebeldía en la que se movió aquella expresión decimonónica, como resultado de la participación de varios detonantes que participaron de manera por demás evidente en su desarrollo, por un lado. Pero también de su estancamiento, por el otro.
Al despertar el siglo XIX, la fiesta taurina está convertida en un caldo de cultivo, en el que caben todas las posibilidades de invención, mismas que acompañaron durante un buen número de años al espectáculo hasta que este adquiere una personalidad propia, más profesional y venturosa frente a las nuevas generaciones que van haciendo suyo un divertimento al que matizan de un carácter propio gracias a todas esas formas de expresión que se vivieron en épocas del esplendor goyesco, pasando a manos del torero gaditano Bernardo Gaviño quien desde Montevideo y Cuba las transporta a México, sitio en el que compartirán la tauromaquia -con todo su dejo de relajamiento e invención- luego de su llegada, en 1835, hasta su muerte misma, en 1886. Un dato que debe quedar sentado, es que de 1829 a 1886, Bernardo Gaviño estuvo activo en América 57 años, 31 de los cuales al menos, los consagró a México, según el más exacto recuento de que dispongo para sustentar dicha afirmación.

Esta imagen corresponde al cartel del domingo 13 de diciembre de 1857. En tal ocasión, la plaza principal de San Pablo fue escenario, entre otras curiosidades, de un “intermedio divertido. En el que se presentarán CUATRO ORANGUTANES, dos montados en burros, dos a pie y un matrimonio de ancianos en zancos, a lidiar con UN TORO EMBOLADO.
Fuente: colección del autor.
Un espectáculo taurino durante el siglo XIX, recoge los elementos del siglo XVIII, y concentraba los siguientes valores:
-Lidia de toros «a muerte», como estructura básica, convencional o tradicional que pervivió a pesar del rompimiento con el esquema netamente español, luego de la independencia.
-Montes parnasos, cucañas, coleadero, jaripeos, mojigangas, toros embolados, globos aerostáticos, fuegos artificiales, representaciones teatrales, como: –Los hombres gordos de Europa, Los polvos de la madre Celestina, La Tarasca, El laberinto mexicano, El macetón variado, Los juegos de Sansón, Las Carreras de Grecia (sic) o la mojiganga Sargento Marcos Bomba, hombres montados en zancos, mujeres toreras. Agregado de animales como: liebres, cerdos, perros, burros y hasta la pelea de toros con osos y tigres.
Forma esto un básico. Ese gran contexto se entremezclaba bajo cierto orden, esquemáticamente hablando. La reunión popular se encargaba de deformar ese proceso en un feliz discurrir de la fiesta como tal.
A continuación, uno de los múltiples versos que la musa popular prodigó en su honor, y que aparecieron en un cartel que registra una más de sus actuaciones, que tuvo verificativo el domingo 2 de mayo de 1858, en la plaza de toros del Paseo Nuevo. Veamos:
La cuadrilla de Bernardo Gaviño
Para concluir temporada
va pues la última corrida
que será en verdad cumplida
y no habrá que desear nada;
con tiempo está preparada,
toros de Atenco muy fieros,
Picadores y toreros,
todo es escogido, todo:
será la función de modo,
que agrade al público entero.
Bernardo, de gozo lleno,
está resuelto este día
a mostrar su bizarría
como en el día del estreno
Caralampio [Acosta] y compañeros,
dicen que a cada piquete
se doblegará al torete
por más que tenga bravura;
y todo, en fin, todo augura
una función de chupete.
Nadie en asistir se duerma,
vengan los de Tacubaya,
también los de Santa Anita,
los barrios todos asistan,
no haya en el dinero merma;
apronten todos dos reales,
que así serán más cabales,
el contento y la boruca,
y que vengan con peluca
todas y todos puntuales.
La relación directa con Bernardo Gaviño en Cuba hace ver que sus influencias en México son muy amplias. Bernardo debe haber sido para entonces una figura importante en Cuba y el nombre de México no fue ajeno a sus aspiraciones. Quizá vio en todo esto la posibilidad de incorporarse a un esquema de actividades estrictamente taurinas, a las que el pueblo mexicano no mostraba demasiada aversión, a pesar de su origen hispano. Recordemos las razones de la expulsión de los españoles de México a finales de la segunda década del siglo XIX. Según Reyes Heroles acepta que dicha expulsión fue antieconómica y repugnante para el modo de pensar de la presente generación. México se encontraba desgarrado entre los dos polos de su realidad: el orden colonial, del cual los españoles eran un recuerdo vivo, y el nuevo orden republicano. La expulsión de los españoles, según Reyes Heroles, tuvo entonces el objetivo de impedir la consolidación de una oligarquía económica, política y hasta social.

A partir de una “tarjeta de visita”, registro fotográfico bastante común en el último tercio del siglo XIX, un artista anónimo realizó este grabado, que recrea a Bernardo Gaviño, y que apareció como un elemento más en la cabecera del semanario “El Correo de los toros” a principios de 1888.
Pero Bernardo Gaviño no afectaba estas condiciones. España reconoce la independencia de México hasta 1836. Gaviño es, en todo caso un continuador de la escuela técnica española que comenzaba a dispersarse en México como consecuencia del movimiento independiente, pero no un elemento más de la reconquista, asunto que sí se daría en 1887, con la llegada de José Machío, Luis Mazzantini o Diego Prieto «Cuatro dedos». Y no lo fue porque su propósito fundamental fue el de alentar –y aprovechar en consecuencia- el nacionalismo taurino que alcanzó un importante nivel de desarrollo, durante los años en que se mantuvo como eje de aquella acción.
Por otro lado es curioso, pero buena parte de los elementos que participaron en aquella movilización, tuvieron que ver en los alrededores de este espacio geográfico. Por un lado, la casi por cinco veces centenaria hacienda ganadera de Atenco que es, a mi parecer la más importante durante el siglo que nos congrega. También se encuentran por aquí un conjunto de personajes de la más diversa composición. Entre otros, el ya conocido Bernardo Gaviño y Rueda, Ponciano Díaz Salinas, pero también Tomás, José María y Felipe Hernández. De José María, casi nada se sabe. Por su parte Tomás, mejor conocido como “El Brujo”, gozaba de una capacidad muy especial a la hora de enfrentarse a los toros, y vaya que lo hizo con mucha frecuencia por estos lares. De igual forma, Felipe “El Toluqueño” fue, en consecuencia un torero que si no brilló con luz propia, debido fundamentalmente a la enorme fuerza que ejerció al mismo tiempo Ponciano Díaz, pudo, por estos rumbos, dejar evidencia de un toreo no sólo campirano; también rural. Para entender una y otra expresión, antes habría que separar algunos elementos para dejar en claro que lo mismo toreros de aquellos tiempos manifestaban su quehacer a pie o a caballo. El caso de Felipe Hernández se concreta a todo un quehacer en la predominante expresión a pie, impulsada y alentada por Bernardo Gaviño, los hermanos Luis, Sostenes y José María Ávila, Mariano González “La Monja”, Pedro Nolasco Acosta, Lino Zamora, Jesús Villegas “El Catrín”, pero también hecha suya por Valentín Zavala, Rafael Calderón de la Barca, Epifanio del Río, Atenógenes de la Torre, Felícitos Mejía, y otros.
Ustedes se preguntarán: ¿Y cómo toreaban por entonces?
De las pocas crónicas taurinas existentes, uno de cuyos primeros datos fehacientes se remonta a 1852 y que se consolidan a partir de 1884 con la aparición de El arte de la lidia, apenas tenemos una idea de aquellos acontecimientos, por lo que podríamos imaginar, comparando el actual toreo, como una forma demasiado primitiva, distante y ajena de ciertos principios al desarrollo tauromáquico de España, pero con una fuerte influencia de la que dejó rastro el magisterio del gaditano Bernardo Gaviño que, como ya quedó insinuado, fue por estos rumbos donde su nombre y fama, se conocieron ampliamente.
Sin embargo, una reseña de 1896 deja ver el lamentable estado de cosas que imperaba en el quehacer taurino, tanto de Ponciano Díaz como de Felipe Hernández, por lo que dichas impugnaciones, están confrontadas con el deslumbramiento de la tauromaquia de a pie, traída, entre otros, por diestros españoles como Luis Mazzantini, Diego Prieto “Cuatro dedos”, Juan León “El Mestizo”, Juan Moreno “El Americano”, José Machío y otro interesante y compacto grupo de lidiadores, el cual estaba terminando de apoderándose de todos los rincones taurinos del país. Fue por eso que El Toreo Ilustrado, año I, Nº 14, del 24 de febrero de aquel año, lanzó tremenda crítica a ambos espadas nacionales en estos términos:
Ponciano Díaz. Plaza de Toros de Toluca. 23 de febrero de 1896 alternó con Felipe Hernández. 2 de Atenco y 3 de desecho de Cieneguilla y El Fresno.
Los matadores (!!!) de Poncianillo, el que alterna con el panzón de Felipe Hernández, (muy señor mío y conocido en su casa), ni se puede decir nada de él ni esperar que hiciera algo bueno. Sin igualar, sin liar y al estilo del país bajonazos y mete y sacas.

«Banderillas a caballo”, pintura al óleo de Gustavo Morales. Óleo sobre madera (último tercio del siglo XIX). Col. Museo Nacional de Historia.
Fuente: José de Jesús Núñez y Domínguez. Historia y tauromaquia mexicanas. México, Ediciones Botas, 1944.
Ambos torean en la plaza de Toluca, uno de los últimos bastiones defendidos por Ponciano Díaz en franca decadencia, que se hizo acompañar aquella tarde del 23 de febrero por Felipe Hernández, hijo de Tomás Hernández “El Brujo”, hábil y famoso vaquero de la hacienda de Atenco, que en su momento de mayor control, fue causante de diversos escándalos, rencillas y luchas por el poder y control en cuanto al cuidado del ganado se refiere.
Felipe Hernández, seguramente pudo haberse comparado con Luis Mazzantini, dueños de una no muy grata figura, pero que con todo y eso eran aceptados por los aficionados. Lo que ya no acepta la prensa es que Ponciano y Felipe sigan en su plan de no igualar, no liar y matar a bajonazos y mete y sacas a los pocos enemigos que les quedan por enfrentar.
Los tiempos ya cambiaron…
En cuanto a la figura de Tomás Hernández, no puedo dejar de mencionar un asunto que nos deja ver, bien a las claras, cual era su perfil en estos pagos.
UN CASO DE LUCHA POR EL PODER Y EL CONTROL DEL GANADO BRAVO EN ATENCO ENTRE 1862 Y 1863: TOMÁS HERNÁNDEZ vs AGUSTÍN LEBRIJA.
A mediados de 1862 comenzó a darse en el cercado de Atenco un conflicto que alcanzó proporciones bastante delicadas, debido a que Tomás Hernández El Brujo era el Caudillo,[1] o jefe de los chilcualones,[2] encargados en las tareas de la vaquería.
Tomás Hernández “El Brujo”.
De don Tomás se cuentan muchas cosas increíbles que parecen sobrenaturales, y por eso le llamaban “El Brujo” con sobrada razón. Hechizaba a los toros con sólo verlos; en el campo se metía entre ellos para darles de comer y, como mansos borregos se dejaban coger por el lomo. Don Tomás les pasaba su áspera mano haciéndoles caricias en la frente y en el hocico. Casi a diario hacía esta operación entre el espanto de los vaqueros y nunca sufrió el menor incidente porque siempre lo respetaron los toros. Mucha gente recuerda las hazañas de don Tomas, y por ejemplo una de ellas es contada así: En las plazas de toros del rumbo, bajaba al ruedo -vestido de civil- y entre el azoro de los espectadores comenzaba a dar gritos a los toros, aunque estuviera picado y banderillado, y caminando poco a poco en dirección del animal este se le arrancaba como demonio para ensartarlo; entonces la muchedumbre lanzaba un grito de terror, pero intempestivamente quedaba la plaza en completo silencio, hasta poderse oír el zumbido de una mosca, cuando el toro se quedaba enfrente de don Tomás, quien sin mostrar nada de miedo, sino al contrario con la sonrisa en los labios y con valor inaudito, se acercaba más al toro para acariciarle el hocico y la frente; sacaba un puño de yerba que llevaba en la bolsa del pantalón y le daba de comer. Luego regresaba paso a paso a la barrera, brincaba las trancas y subía a las gradas entre los abrazos y la gritería del público que lo aclamaba con delirio. Tomás Hernández salvó la vida del general don Manuel González y también al coronel Limón en una situación crítica cuando se vieron perseguidos por el general Ugalde.
Tomás es en esos momentos un maestro consumado, porque sabe y conoce todos los secretos, todos los movimientos que ocurren en los cercados de la hacienda atenqueña. Esto le garantiza cierta inmunidad, en tanto privilegio que lo llevó a ser impune. Por eso Agustín Lebrija, entonces administrador de la hacienda, le dice a su hermana Da. Ana María Lebrija de Cervantes, a la sazón, esposa de José Juan Cervantes, en carta fechada en Toluca el 29 de noviembre de aquel año lo siguiente:
Toros, han ido y no he tenido razón ninguna así es que, si Tomás ha de hacer lo que quiere avísamelo para mi gobierno y dese mi responsabilidad en lo que hago el nuevo administrador esto solo a tí te lo digo de estos procederes estoy cansado, pues en el cercado han hecho prodigio y medio con los pastos, en fin pronto te escribiré largo sobre este asunto. Si consideras que hay incomodida por lo que no hables nada, pones en la misma tarde recibido que tu Conde escribió a Tomás para que le mandara la corrida y lo cierto es que yo no he visto tal carta y solo me avisó el Caudillo que se llevaban para Méjico seis toros que pedía el amo.
Leyendo entre líneas percibimos una lucha por el poder entre Lebrija y Hernández (aunque este último garantizaba para sí mismo un coto cuyas barreras fueron sus amplios conocimientos que podía ocultar o condicionar, bajo el respaldo absoluto del “l´amo”). De ahí que Agustín estuviese preocupado en buscar un “nuevo administrador”, que un poco más adelante veremos a quien se le designó la responsabilidad. Lebrija en cuanto tal, se siente rebasado, desplazado inclusive por un poder adquirido por el Caudillo. Derrama gotas de hiel, tiene coraje de los hechos que viene causando el Brujo, entre otros, los de prodigio y medio con los pastos. El prodigio como tal no existe. En todo caso se refiere a que cometió barbaridad y media, estropeando “los pastos”. Y lo puedo afirmar, seguro de lo que digo, con la carta que el mismo Lebrija fechó el 8 de marzo de 1863 que veremos más adelante. Por el momento, me concreto a terminar con este asunto.

Placeros y rancheros, litografía de Juan M. Rugendas. Tomado de México and the mexicans. Truber and Co. Londres, 1859. Cortesía del Centro de Estudios de Historia CONDUMEX. Tomado de: “México en el tiempo” Año 4, Nº 27, noviembre-diciembre de1998. Pág. 49.
Ahora bien, el manejo independiente pero compartido de la correspondencia, sostenida entre Lebrija y Tomás con don José Juan Cervantes causaba “incomodida” al angustiado Agustín, porque El Brujo podía arreglar cualquier asunto con el propietario, dejando con un palmo de narices al administrador de la hacienda, que le pide a su hermana lo tenga al alba en tanto se entere de una carta que envió Tomás Hernández a don José Juan, concretándose aquel a mandar una corrida bajo su conducción y custodia, asunto que con toda seguridad era una tarea común, donde Tomás consumaba el privilegio de “hacer lo que quiere”. De esa forma hizo lo que quiso y se fue a la ciudad a dejar los toros para el PASEO NUEVO, y de paso visitar al señor Cervantes, con quien existía completa libertad para platicar con él, darle su propia versión y sentirse protegido. Era pues, el “favorito” de don José Juan.
Las cosas se complicaron aún más en marzo de 1863. Agustín Lebrija vuelve a escribirle a su hermana Da. Ana María el día 8 de aquel mes en estos términos:
Muy querida Gordita: con ancia de saber de Uds. y por saber hoy de un nuevo robo grande, dime y pongamos (sic) de acuerdo por lo que pueda suceder.
Los toretes por fin no salieron porque hubo enfermedad en la corriente del Gral. Beltrán y ni así se fue Tomás y sin embargo de que Gregorio le dio tu recado desde hoy hace ocho días, pues como te dije, tu carta la recibí después de 8 días sin embargo en el acto dispuse se fuera.
Te hablaré claro respecto a Tomás y familia que todos los mozos están muy disgustados con ellos, principalmente Guadalupe el Caudillo que es el responsable del cercado, y como a este le pido cuentas de los partes y muchas partidas las recoje José Ma. (Hernández) y solo Dios sabe lo que se vuelve, pues aunque este dice lo que recibe ya ha cojido varias denuncias como el que tu sabes. A Tomás respecto de esa nota te diré nada en su obsequio porque estoy satisfecho de su manejo, pero como tu sabes no es para nada de eso, y todo lo enreda, así es que José María es el bravo. Hace ocho días que se queja un vaquero de que José María le pegó y por tal asunto se sacaron prodigios. Las circunstancias me contienen para correjir sin embargo te lo aviso para que sepas y no te cuenten chismes, lo que hice fue regañarlos a todos.
El sueldo de José María es nocivo a la raya porque ya no trabaja cosa en los corrales, así es que solo está ya de cuidador que con Tomás sobre pues ya las cobranzas ni caso hacen y todos los días digo que cobren, en esto hay mucho enmiendo como te diré en otra vez.
Con disimulo no dejes de preguntarle a Tomás sobre cobros y si hay animales de pastos que paguen.
Dicha carta nos acerca a varios pasajes de vida cotidiana que bajo la historia de las mentalidades nos arrojaría vertientes interminables y muy ricas.
Atenco era botín de constantes robos. En un documento fechado en1818 se decía que
[en 1810] se acercó a estas inmediaciones el cabecilla cura Hidalgo sufrió esta hacienda una extracción considerable de reses… Además los yndios así arrendatarios y circunvecinos se insurgentaron (y) cada uno se tomó la cabeza [de ganado] que pudo, destruyendo zanjas y haciendo cuanto perjuicio pudieron.
La corriente del Gral. Beltrán debe haber sido algún atajo o sitio donde se manifestaron condiciones epidémicas o de insalubridad que impidieron el paso de los toretes de un lugar a otro dentro de los mismos cercados, motivo suficiente para que Tomás no saliera de Atenco como era el deseo de Agustín.
¿Qué alboroto armaría Tomás que “todos los mozos están muy disgustados” con él y su familia? En esos momentos, El Brujo no era más que El Brujo y no ostentaba el grado de Caudillo que sí tuvo Guadalupe, o sea José Guadalupe Albino Díaz, padre de Ponciano, personaje de amplios conocimientos, pero incómodo al movimiento de rebeldía que encabezaban los Hernández, sobre todo Tomás y José María su hijo que está interviniendo e interfiriendo en los reportes que Guadalupe prepara para informar al administrador, Agustín Lebrija. El Caudillo y Lebrija sabían en esos reportes que existen varias denuncias (lógicamente perdedizas) “como el que tu sabes” refiriéndose abiertamente a Tomás, que no es El Brujo, sino el Rebelde.
“A Tomás (…) te diré nada en su obsequio”. No hay elogios abiertos a quien se ha venido convirtiendo en un insurrecto, en el personaje que no llega a ningún acuerdo con Lebrija pero en relación al trabajo “estoy satisfecho de su manejo”. Lamenta Agustín que Tomás “todo lo enreda, así es que José María es el bravo”. Si Tomás “mete cizaña” y origina con ello un ambiente de intrigas, pues resulta que José María emplea la fuerza y hasta es capaz de golpear a un vaquero y decirse ambos lindezas y “prodigios” echando mano de un amplio repertorio de “palabrotas” que se “sacaron” cada quien enturbiando el ambiente.
Lebrija se enfrenta a una situación crítica, la cual tiene un remedio: la reprimenda, el engaño: “lo que hice fue regañarlos a todos”, le escribe a su hermana.
Mantener a José María que ya no trabaja más que como cuidador es un conflicto, pero su paga y la de Tomás se quedan “y todos los días digo que cobren” sin que se acerquen a cumplir con ese derecho, apunta Lebrija.

Lazando a campo abierto. Óleo de Gustavo Morales (45 x 65 cm.) MNH. CNCA. INAH. MÉX.
Fuente: “México en el tiempo”. Revista de historia y conservación, año 4 N° 28, enero-febrero, 1999, p. 10.
Agustín le pide a su hermana esté atenta en cuanto vea a Tomás para preguntarle “sobre cobros y si hay animales de pastos que paguen”. Poco después El Brujo desapareció intencionalmente y el caos se hizo presente con el ganado que pastaba pero no podía beber agua, porque ahí el papel de los vaqueros es indispensable para conducir los toros de un lugar a otro, debe haber puesto las cosas al rojo vivo. ¿Vino la solución? Tal vez. ¿Qué quería Tomás demostrando con todo lo que hemos visto? ¿la antítesis de sus conocimientos?
Probablemente:
a)Operar con absoluta independencia, tomando acuerdos exclusivamente con el Sr. José Juan Cervantes.
b)Desconocer con todas esas acciones ya referidas al “administrador”.
c)Encabezar y hacer destacar a un grupo de expertos con amplios conocimientos quienes, en la posibilidad de verse bloqueados o frenados, ponen a funcionar la rebeldía como bandera.
Al principio de estas notas hablé de la génesis y desarrollo del conflicto. ¿En qué terminó? Varios años después (1875) encontramos que Tomás Hernández ostenta el cargo de Caudillo jubilado, cargo vitalicio que le garantizó permanencia (de 15 años aproximadamente), así como el derecho de mantenerse firme en un cargo que nunca quiso perder, a costa incluso de rebeliones y levantamientos de él o con él y su familia.
Aquí pongo fin a un caso de lucha por el poder manifestado abiertamente entre Tomás Hernández El Brujo y El Caudillo al mismo tiempo, en contra del representante del Sr. José Juan Cervantes, Agustín Lebrija. Esa lucha es por el control en el cercado, del ganado de bravo, de las tierras de que se nutren los toros. Y ambos personajes no aspiran más allá que a esto. El Conde sigue siendo, para uno y para otro “su” protector y quizás se sirva de ambos, aunque ambos entren en conflicto, el caso es que el ritmo de producción en Atenco no sea entorpecido, puesto que los toros siguen enviándose a las plazas con la periodicidad acostumbrada. Atenco es una hacienda que durante esos años en particular alcanza proporciones muy importantes en producción de cabezas de ganado vacuno en general, y toros bravos o para la lid, en particular.
Finalmente, ¿qué puede apuntarse sobre la presencia de Ponciano Díaz?

Ponciano Díaz en compañía de un grupo de amigos.
Fuente: “SOL Y SOMBRA, SEMANARIO TAURINO NACIONAL”, del 19 de abril de 1943.
La vida rural, la vida urbana en el último tercio del siglo XIX mexicano, nos da como resultado el desarrollo de lo cotidiano que se concentró -entre otras cosas- en el toreo durante la vigencia de Ponciano Díaz Salinas (1856-1899). Es importante destacar que en lo rural personajes de la ganadería tales como los caudillos, vaqueros y caballerangos, dueños de una destreza a toda prueba, desarrollan actividades que dan brillo e intensidad al conjunto de labores propias del campo.
En la ciudad, independientemente de los acontecimientos políticos o económicos del momento, el pueblo lo que quería, era divertirse, y qué mejor manera de hacerlo que acudiendo a las corridas de toros, donde fue a encontrarse con un mosaico de situaciones que llegaban directamente del campo y se depositaban en las plazas, escenarios donde el arte y la técnica se dan la mano, igual que lo campirano y lo taurino.
En este sentido, dos factores de profundo carácter de lo mexicano destacan como símbolo que se representa abiertamente en las plazas de toros: el nacionalismo y la patriotería.
Las historias nos cuentan al respecto de las actuaciones de Ponciano, que demostraba buena voluntad para agradar y la modificación en el modo de herir, hicieron que renaciera la idolatría que por él había, considerándole no solamente al nivel sino superior a los toreros “gachupines”. Estos dijeron sus partidarios, sin considerar que su modo de torear en lo relativo al manejo del capote y la muleta era el mismo porque no podía modificarlo. No se aprende a torear en un día, de la noche a la mañana y menos cuando ya está entronizado un estilo, que es base de la personalidad artística.
Pero, recobrado el inmenso cariño del público, cuando dio alguna corrida a su beneficio en la plaza de toros COLÓN, nuestro “nacionalismo taurino” le realizó antes de comenzar una apoteosis, que tuvo duración de quince minutos, en los cuales los concurrentes, especialmente los de localidades de “sol”, estuvieron vitoreando al “torero adorado sobre todos los toreros habidos y por haber”. Así se expresó el periódico EL ARTE DE LA LIDIA y era verdad, porque Ponciano era amado sobre todos los existentes y… sobre los venideros, no estando entonces prevista la aparición de Gaona. Siendo esta una auténtica muestra de patriotería que perdió totalmente los estribos.
En aquella época nuestro “nacionalismo taurino” relacionaba estrechamente ser torero con ser “charro”, con saber manejar un caballo, proviniendo esa unión de que bastantes de los toreros aborígenes fueron hombres de campo, radicados en las fincas rústicas -en las haciendas- ocupándose en domar potros y conducir ganados bovino y caballar. El mismo Ponciano tuvo esas ocupaciones en su adolescencia.
La siguiente es una apreciación de Carlos Cuesta Baquero, testigo presencial de muchos de los acontecimientos en que Ponciano fue protagonista:
No llegamos en “nuestro nacionalismo” a los desmanes que en las épocas de Bernardo Gaviño y Ponciano. No hubo francos apóstrofes de “mueran los gachupines”, ni hubo lapidaciones, pero si severidad extrema para juzgar a los españoles y benevolencia igualmente extremada para juzgar a nuestro compatriota. A los toreros españoles les pesábamos miligramo por miligramo su potencialidad artística, a nuestro compatriota le dejábamos fallas de hectógramos. Para los otros las dificultades, para el nuestro las facilidades a finalidad de que triunfara y fuera apabullador.
Los aficionados a la fiesta brava se divierten plenamente, aunque de pronto el nacionalismo podía trocarse en patriotería, por lo que el ambiente en distensión, pasaba a la tensión más declarada al rojo vivo que en cualquier momento amenazaba con estallar. ¿Se imaginan contar historias sobre Porfirio Díaz y Ponciano Díaz, ambos personajes públicos, ambos populares, y los dos compartiendo en alguna de las plazas de toros levantadas a partir de 1887? Los tendidos además de estar colmados de entusiastas aficionados, era un entramado donde las modas imperantes aprovechan la pasarela de la de SAN RAFAEL, PASEO, COLÓN, COLISEO o BUCARELI para mostrar el repertorio de rasos y sedas, sobre todo en vestidos de gran elegancia lucido por algunas de las mujeres de la sociedad que comienzan a acudir a las corridas, pero también los sombreros de bombín o los populares “de piloncillo”.
Existen otras reseñas que nos cuentan lo ocurrido en alguna tarde especial, hay carteles cuyas descripciones son crónicas por adelantado de las corrida y retratos que complementan la visión de un espectáculo que ya se beneficia del uso de la fotografía, la cual nos va dejando testimonios ricos en detalles que escapan a las descripciones de periodistas cuyo oficio se encuentra sustentado por juicios que recién han llegado de España gracias a la literatura, como ciertas tauromaquias y tratados técnicos del más riguroso y avanzado modelo del toreo de a pie, a la usanza española y en versión moderna que ya impera en la península. Literatura traída bajo el brazo de algunos toreros hispanos que lograron, a partir de 1885, la reconquista taurina, asunto este que desplaza poco a poco un nacionalismo taurino del que Ponciano será último reducto, pues habiendo tantos toreros de estilo común al que el atenqueño abrazó, se rindieron ante ese nuevo amanecer o terminaron -como terminó Ponciano- en el refugio provinciano, a donde el citado “nacionalismo” dio sus últimas boqueadas.

El esplendor del ídolo. Figura fue la suya representativa de los valores campiranos y taurinos que le hicieron formar parte de los elegidos.
Fuente: “LA LIDIA. REVISTA GRÁFICA TAURINA” Nº 63, del 4 de febrero de 1944.
Ponciano Díaz fue motivo que tomaron artistas de corte popular como Manuel Manilla o José Guadalupe Posada, y también los que surgen del anonimato para representar en versos, grabados y caricaturas distintas facetas que se ocuparon en realizar. Asimismo escritores y poetas mayores como Juan A. Mateos o Juan de Dios Peza quienes publicaron sendos trabajos que trascienden el quehacer del “torero con bigotes”. La fotografía, como ya vimos, hizo su parte extendiendo por todos los rincones taurinos del país la figura ya popular de este diestro fuera a pie o a caballo. El cine también tuvo como protagonistas al “valiente torero”, filmando los señores Churrich y Moulinie una primitiva película en Puebla, allá por el 3 de agosto de 1897 que titularon: “Corrida entera de la actuación de Ponciano Díaz”. En fin, solo faltaba que Ponciano vistiera la casaca de don Porfirio y que este se tocara de un buen sombrero jarano para que las cosas llegaran a terrenos de lo inverosímil.
Debemos recordar dos detalles que pintan por sí mismos el perfil del espada atenqueño. Uno de ellos refiere la comparación de Ponciano Díaz con los curados de Apam, pero también con el culto a la virgen de Guadalupe, asunto que por su trascendencia nos habla del significado que se le prodigó al torero. El otro asunto tiene que ver con una sabrosa anécdota en la que son protagonistas el excelente escritor Luis G. Urbina y el filósofo Porfirio Parra:
-Es cierto, habemos dos Porfirios. Don Porfirio y yo. El pueblo le hace más caso a don Porfirio que a mí. Que le vamos a hacer.
-Pero tengo mi desquite.
También hay dos Díaz, Ponciano y don Porfirio. El pueblo le hace más caso a Ponciano que a don Porfirio.
Todos estos motivos son suficientes para armonizarlos en esta exposición que nos presentan apenas algunos aspectos en la vida de este personaje popular. Puede sonar cursi o a lugar común, pero de esa manera podemos entender porqué Joaquín de la Cantolla y Rico durante la inauguración de la plaza de BUCARELI, ocurrida el 15 de enero de 1888 bajaba al ruedo en su globo aerostático para abrazar a Ponciano. O porqué la compañía de ópera italiana que entonces visitaba la ciudad se integró al festejo para cantar un himno triunfal mientras se realizaba el desfile de cuadrillas. Y las hojas de “papel volando”, las coronas de laurel, las bandas tricolores, las palmas entusiastas de miles de poncianistas entregándose cada tarde, sin que falten también otras tardes de negro recuerdo, como todo torero puede llegar a tener.
El resultado de la fiesta podía ser comentado durante varios días en los cafés, en las calles. La prensa se atrincheraba en dos frentes: el proponcianismo pero también en el del prohispanismo que lo criticaba, y severamente.
Por todas estas razones, el presente recuento de vida sobre Ponciano Díaz se convierte en una aventura de suyo apasionante. Aquí están pues, los elementos con que se conforma esta exposición a la altura de su popularidad, a 118 años de su muerte.
[1] CAUDILLO. Segundo jefe, subalterno del caporal.
[2] CHILCUALÓN. Trabajadores que recibían pago adicional.