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LOS CÓDICES DE LA IMAGEN: (1894-2018): CINE y TOROS EN MÉXICO.

EL ARTE… ¡POR EL ARTE!

 Por: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

Así como el quehacer de los antropólogos ha sido rastrear, recuperar, identificar y ubicar todos aquellos documentos conocidos como códices, que recuerdan no solo la gloria de determinados personajes, sino las guerras, así como los diferentes sistemas políticos de un pueblo o su religión. También no dejan de inscribirse valores de vida cotidiana, con lo que nos acercamos a una idea más precisa de cómo se desarrollaron determinados momentos, tiempos o épocas de un pasado que parecían irrecuperables, aunque por fortuna tan inmediatos gracias a su rescate, resguardo e interpretación precisos.

Del mismo modo, existen otra serie de testimonios que fortalecen en esa medida la circunstancia del pasado, con lo que nos es más inmediato, de ahí que lo podamos conocer un poco más, pero también un poco mejor.

Los archivos fílmicos vienen a convertirse en invaluables acervos, colecciones y reuniones de «códices de la imagen» los cuales aglutinan y recogen todos aquellos síntomas en los que se movió determinada sociedad, documentos conocidos en nuestro país desde 1896.

Desde el 8 de julio de 1960, la Universidad Nacional Autónoma de México consciente del significado del cine como un instrumento de divulgación histórica, formó la FILMOTECA, como principal repositorio donde habrían de rescatarse, cuidarse, mantenerse y clasificarse -siguiendo el modelo de los antropólogos respecto a los códices- todos aquellos materiales que, en sí mismos encierran el valor de hechos y testimonios relacionados con acontecimientos históricos, sociales, artísticos, sin faltar los que comprenden aspectos de vida cotidiana. En este último apartado quedan incorporadas las corridas de toros, con imágenes que se remontan a 1895; llegan a 1975, momento en que la generación del cine es desplazada por el video pero no por ello deja de registrarse en ese nuevo formato que cada vez evoluciona y que incluso sirve para resguardar los viejos materiales sometidos al riesgo del paso del tiempo.

Ahora bien, entre otros fines concretos de la Dirección General de Actividades Cinematográficas –mejor conocida como FILMOTECA de la U.N.A.M.- se encuentran no solo documentales, sino también películas de ficción. (Recordemos que las películas pueden clasificarse como documentales cuando fueron filmadas in situ, o de ficción, cuando se trata de escenas reconstruidas en otros lugares). Gracias a todo lo anterior, hoy es posible saber que muchos de los documentos ya indicados, provienen, en su mayoría de colecciones que formaron en su momento personajes como los hermanos Alva, Jesús H. Abitia, Salvador Toscano y otros plenamente reconocidos. También están los materiales logrados por diversos anónimos y personas que tuvieron, además de los recursos para realizar dicha actividad, la pasión y un sentido por el rescate de la memoria.

Lo verdaderamente notable es que estos documentos recogen a los héroes populares, esos que se pensaban perdidos hasta que al volverse a destapar viejas latas y colocarlas en enormes proyectores retornan en el tiempo hasta nosotros, con lo que nos damos cuenta del significado que tuvieron y que siguen teniendo. Esas imágenes nos permiten entender la forma en cómo evolucionó la selección y gusto de la sociedad por diversiones como la de toros. De ahí que volvamos a fijarnos en una más de las herramientas de la antropología, unidas también al quehacer histórico y sociológico que acude para enriquecer el soporte interpretativo necesario para entender en mejor forma el contexto resguardado en viejos nitratos.

Por razones que se desconocen, pero que pueden ser simple y llanamente intolerancia, indiferencia o desinterés, muchos historiadores, intelectuales y gente de la cultura ligada al cine manifiestan su rechazo por la fiesta brava, misma que pasa por ser excluida de la historia como registro documental, lo cual mueve a concientizar a quienes se ven involucrados para que, dejando a un lado ciertos prejuicios, valoren la calidad de muchos materiales hoy sujetos al riesgo de que desaparezcan si no se atienden a tiempo y con un criterio común, tal y como se aplica para otros registros que ya vemos no solo son documentales o películas de ficción. Probablemente sean mucho más importantes aquellas imágenes sin argumento específico, pero que poseen uno propio inmensamente rico. Y no nos referimos exclusivamente al asunto taurino -del que se hace énfasis-, sino también de otros géneros y ámbitos cotidianos que no pueden quedar excluidos por ningún motivo.

Como sabemos, dicha expresión de la realidad, y una más de las categorías que el arte ha puesto al servicio de la tauromaquia, ha podido recoger desde finales del siglo XIX y hasta nuestros días un amplio despliegue de registros entre cortos, medios y largometrajes así como documentales que, de acuerdo al acopio de información el cual he reunido en un trabajo que lleva el mismo título de esta colaboración, alcanza los 516 títulos.

Así que entre “Lasso Thrower” (algo así como el “lanzador del lazo”) filmada a finales de 1894 por los representantes de Thomas Alva Edison, donde el picador de toros Vicente Oropeza se convirtió en efímero protagonista. Y hasta llegar a “Francis Wollf es un FILÓSOFO EN LA ARENA”, producción de este 2018 (gracias al quehacer de Aarón Fernández y Jesús Muñoz), existen infinidad de testimonios que ha recogido el cine, el video así como las generaciones tecnológicas de nuestros días, que por fortuna, permiten apreciar una buena mayoría; aunque es de lamentar la pérdida irreversible de otras tantas producciones o materiales.

En esa cuidadosa revisión faltan por agregar alrededor de unos 300 nuevos títulos sobre materiales que en años recientes han ingresado a la “Filmoteca de la U.N.A.M.” Se trata de algunas colecciones particulares, de las que en su momento daré más detalles. Entiendo que entre un buen número de aficionados, estos conservan las películas originales que incluso llegaron a filmar padres o abuelos, lo cual significa que poseen el valor agregado de lo antiguo así como por el contenido que allí se concentra. Sin embargo, no hay que olvidar que se trata de material orgánico el cual, si no tiene las condiciones idóneas de conservación y preservación, corren el peligro de descomponerse y con ello, perderse para siempre.

Confieso que la experiencia que he ido compartiendo con la FILMOTECA desde 2002 y hasta hoy ha sido invaluable, pues no solo tuve oportunidad de ser editor responsable de cuatros discos DVD en su colección TESOROS DE LA FILMOTECA DE LA UNAM (TAUROMAQUIA I-IV, 2002-2007), sino que he continuado una labor constante de rescate y calificación de otros tantos fondos los cuales ya son posibles observar en esta generosa institución.

El tema taurino no ha sido ajeno a la cinematografía en sus diversas expresiones, por lo que, hoy día podemos acercarnos a cintas que hicieron época, como “¡Ora Ponciano!” o “¡Torero!”, obras dirigidas por Gabriel Soria y Carlos Velo en 1936 y 1956 respectivamente.

No dudo que ese compendio de materiales, sean profesionales, experimentales o caseros, y que han logrado aprehender muestras dispersas de acontecimientos taurinos, permiten apreciar en una idealizada “línea del tiempo” en al menos todo el siglo XX una mejor cobertura, por lo que ante lo evidente de la realidad de las imágenes, entendemos qué fue el toreo en diversas épocas.

Gracias al cine se ha logrado recuperar el paso, la memoria, aunque sean efímeros, donde aparecen algunos de esos héroes de los que nos han contado maravillas. O del momento en que ocurre un percance. Los hay que recogen escenas en el campo, en los tendidos de la plaza y otras locaciones.

Incluso el surrealismo, es posible apreciarlo en “Los caprichos de la agonía”, de Juan Ibáñez (1972). O el hiperrealismo que consiguió Rodrigo Lebrija hace poco más de un año en su producción “El brujo de Apizaco”, documental construido por sordas escenas de un personaje cuya aspiración es (era) el toreo. Lamentablemente diversas tentaciones sometieron a Rodolfo Rodríguez que, por largos episodios, se convirtió en un ser vulnerable que ¿vive o vivió? en un “mundillo” soterrado, en descomposición. Esa realidad se encuentra ahí, provocando incluso discusiones gratuitas o desencantos de quienes esperaban una película de “toros”, cuando en realidad se trataba de testimonios construidos por “El Pana”, hasta su muerte.

No olvidamos en esta reseña documentales como la larga serie de “Cine Mundial”, con más de 1000 títulos, concebida entre los años 50 y 70 del siglo pasado por Manuel Barbachano Ponce, y que hicieron las delicias de cinéfilos. En esos reportajes no faltaba el tema taurino exaltado con narraciones de personajes como Fernando Marcos, Ramiro Gamboa, Daniel Pérez Alcaraz o José Alameda.

En fin, que el cine –aquí y ahora-, es capaz de proveernos de todos esos encantos o crudezas que, llevados a la ficción, logran tejer tragedias y esperanzas; hazañas o silencios que trasminan desde esos materiales que conviene ponen en valor gracias a la dimensión de las historias que se conservan en su gran mayoría, en ese misterioso y explosivo nitrato.

Como habrán podido comprobar, la lista es larga y el espacio, que ya va terminándose… por lo que nos deja “picados”, de ahí que en futuras colaboraciones volveré a tratar con mucho gusto temas como el cine y los toros. Hasta la próxima.

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A VECES, LOS RECUERDOS QUE EVOCAMOS SON ANTIGÜEDADES.

EL ARTE… ¡POR EL ARTE! 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Puede resultar contundente y hasta sentencioso el postulado con que se abre de capa esta afirmación. Ya sabemos lo que puede ocurrir en el radio de acción del puritanismo taurino, las más de las veces sometido al rigor de la pasión, esa forma que Eugenio Trías refiere, desmenuzada, y a modo de hipótesis en una séxtuple afirmación, que va así:

1)Pasión es algo que el alma padece o sufre; algo que le pasa al alma.

2)Pasión es algo que posee el alma (entendiendo posesión en el sentido de “posesión demoníaca”; la pasión nos aparece, en esta segunda determinación, como algo demoníaco que toma posesión del sujeto).

3)Pasión es algo que insiste en pura repetición de sí misma por sobre las resistencias y obstáculos que ella misma se interpone. Esa dialéctica de insistencia y resistencia funda lo que aquí llamamos sujeto pasional.

4)Pasión es hábito, habitus, en el literal sentido del término(costumbre, vestido, vestimenta, máscara o disfraz): es la memoria que el sujeto tiene de sí mismo. La pasión hace al sujeto del mismo modo como el hábito hace al monje.

5)Pasión es aquel exceso nuclear que compromete al sujeto con las fuentes de su ser, enajenándolo y fundándolo a la vez. Es pues, la esenciadle sujeto (alteridad inconsciente que funda la identidad y mismidad del propio sujeto, raíz de su fuerza y de su poder propio intransferible).

6)Pasión es aquello que puede llevar al sujeto a su perdición, condición de posibilidad de su rescate y redención; es lo que crea y recrea la subjetividad a través de su propia inmolación y sacrificio. Tiene, pues, su lugar de prueba en la muerte, en la locura, en el crimen, en la transgresión.[1]

   Claro, es esta una apreciación sobre el vínculo de suyo entrañable y amoroso surgido entre dos seres plenamente convencidos para entregarse al amor-pasión, como último reducto de sus aspiraciones. Pero la pasión por lo intangible, por el objeto-recuerdo deseado, se torna utópica, como ha ocurrido recientemente con el caso de Rodolfo Rodríguez “El Pana”, por ejemplo.

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Rodolfo Rodríguez “El Pana”. Fotografía: Juan Antonio de Labra.

   Recuerdo y antigüedad no son propiamente sinónimos, puesto que tienen raíces distintas, pero tienen un enorme parecido sobre todo para el aficionado taurino que convierte todas esas vivencias reales –siempre y cuando hayan sido constatadas-, en ilusiones cuya construcción a veces llega a ser artificial e incluso virtual. Lo peor sucede cuando evoca el recuerdo en función de la magnitud de la o las hazañas. Si para ello hubo alguna lectura de sustento a esa defensa o discusión, caben todas las posibilidades de credibilidad. El testimonio oral es otro elemento de soporte y de matices fundados en la confianza. Pero cuando un aficionado sublima o despotrica sobre tal o cual acontecimiento con tal demostración de capacidad que sorprende –aunque sin fundamento alguno-, estamos frente a una severa especulación que puede dispersarse como peligrosa epidemia. Esos supuestos aficionados dañan la vista del escenario, alterando los postulados y criterios que sobre el toreo existen, porque se dignan hablar, pero sobre todo dogmatizar con tal postura de autoridad que, vuelvo a repetir, sorprenden. Si el objeto no es dejarse “sorprender” por tales emisarios del pasado, estamos curados de cualquier contaminación ideológica. Lamentablemente fluye tan rápido su discurso que el concepto de origen en cuanto tal, queda deformado, o lo que es peor, polarizado por una serie de argumentos que apuntan a varias direcciones, dispersándose tanto, al grado de alejarse de la razón original; es decir de la verdad absoluta, pura y llana, la que se torna relativa y hasta incongruente.

   De ese tipo de aficionados o de pasiones está plagado el “planeta de los toros”, por lo cual surgen diversas tendencias, religiones y credos que además de someter al hecho mismo al debate, lo alteran, llevándolo a extremos maniqueos no previstos e indeseables.

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Así llegó “El Pana”, en pleno olor de santidad, rodeado de entusiastas aficionados que deseaban admirarlo aquella tarde en que alternó –mano a mano-, con “Morante de la Puebla”. Fotografía del autor.

   Ante tal enfermedad no hay cura precisa, apenas algunos remedios que se diluyen en cuanto se apodera de todo esto la pasión, ese extraño comportamiento dominado por instintos soterrados, pero no por la razón siempre por la superficie, como el viento, intangible, pero capaz de ser asida con inteligencia. Lamentablemente este es un asunto que se discute con demasiada frecuencia, sobre todo con una iconografía emblemática con los casos evidentes, convencionales y trillados de Rodolfo Gaona, Fermín Espinosa “Armillita”, Lorenzo Garza, Luis Castro, Silverio Pérez, Carlos Arruza o “Manolo” Martínez. Lo que cabe aquí, es una preciosa y contundente apreciación que nos proporciona Edmundo O´Gorman en los siguientes términos:

En algún escrito de Chesterton leí que la mentira más mentira es la que más se parece a la verdad, por eso no es casual que el tema fundamental de la estatuaria griega sea el mitológico, a pesar de que las figuras, como formas, nada tienen de míticas: son hombres y mujeres de una naturalidad absoluta, para quienes lo monstruoso (mito hecho forma) hasta en los casos de los monstruos mismos, es sólo un mito. En todo caso el arte griego y las formas de arte de su directa inspiración, forman un fenómeno excepcional dentro del mundo artístico como arte artificioso, porque reconocen como ley fundamental interna el horror a la deformación, a lo monstruoso.

   Acaso el gran misterio del arte pueda encontrarse en lo mítico; acaso lo mítico no sea algo así como una etapa que el hombre ha dejado perdida en lontananza en su acelerada marcha por la Historia, sino más bien es una caudalosa corriente subterránea inherente a su ser y que como tal nunca lo ha abandonado. El arte, con su necesidad deformativa, sería la más clara manifestación de la vigencia y pujanza de nuestra ciencia mítica.[2]

   Nunca mejor apreciación podía caber aquí para explicar este asunto, que concierne directamente a la actitud extrema de los aficionados dogmáticos, pero sin fe precisa. De los aficionados “enciclopedistas”, pero sin una formación en la basta literatura que al respecto existe para consolidar el marco histórico imprescindible en estos asuntos de precisión que requiere un punto de inteligencia y de centrada opinión para emitir los juicios precisos que definen a tal o cual torero; a tal o cual faena… a tal o cual época, que para eso nuestro momento presente requiere de opiniones puntuales, y no las ráfagas de una desquiciada tempestad de truenos y rayos que solo viene a descomponer un apacible sitio de la razón.


[1] Eugenio Trías: Tratado de la pasión. México, Editorial Grijalbo, S.A. de C.V., 1991. 190 pp. (Losa Noventa, 56)., p. 126-127.

[2] Edmundo O´Gorman: El arte o de la monstruosidad. México, Planeta-Conaculta y Editorial Joaquín Mortíz, S.A. de C:V:, 2002. 88 pp. (Círculo de autores mexicanos), p. 88.

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ES EL TIEMPO EN QUE EL ARTE ES UN CONCEPTO INCOMPRENDIDO.

EL ARTE… ¡POR EL ARTE!

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Es el tiempo en que el arte es un concepto incomprendido. Eso pasa frecuentemente en el toreo con seres humanos que habiendo decidido tan dura profesión, terminan devaluados no solo por las grandes masas, sino también por minorías elitistas de aficionados dogmáticos que se aferran a no aceptar esa condición en medio de los niveles industriales donde suele moverse el toreo, como factor de producción, pero no de inspiración.

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Reloj astronómico construido en 1410 en Marthew Kïrkland (Holanda), que sigue funcionando, como si no pasara el tiempo…

    Son dos cosas muy diferentes. Puede haber toreros muy artistas, aunque en su haber pocas corridas. Por otro lado allí están los toreros dueños de una capacidad envidiable y con los contratos siempre en la mesa. Estos últimos tienen asegurada una publicidad mediática y el afecto de sus seguidores, que cuando escalan las cimas más elevadas, tienen garantizada –además-, la gloria y la pervivencia. Probablemente no la eternidad. Estos son toreros que, por su dimensión sean equiparables al quehacer sinfónico de Bruckner, Tchaikosvky o Malher. Pero también existe la música de cámara, y las piezas para instrumento solo que se reducen a un espacio íntimo y pequeño para su interpretación. Qué razón tenía Stefan Sweig cuando apuntó que “…los artistas y los poetas y todos los verdaderos creadores están a veces meses enteros sin producir nada. Porque toda tensión espiritual, todo acto creador, necesita un tiempo de gestación. Antes de manifestarse, la fuerza poética precisa ser atesorada. El momento propicio para la creación no puede durar, ni en un hombre ni en una nación, eternamente, es decir, no puede convertirse en algo normal y duradero; por esto, sería absurdo pedir que la historia, esta misteriosa obra de Dios, como Goethe le llama, fuera una ininterrumpida serie de hechos extraordinarios”.

   Un caso extraordinario viene a ser el de Alfonso Ramírez “Calesero”, a quien, luego de intensas lecturas en su más amplio sentido, hemos entendido un poco más –porque hay un profundo misterio que nos separa de su realidad más íntima como torero-, de ahí que ese grado de dificultad se nos presente bajo el manto de situaciones indefinidas dispuestas a ser explicadas, en tanto se tengan los elementos precisos para hacerlo. El quehacer de este extraordinario torero que vemos bajo la mirada ajena de un enorme tiempo que nos separa de su paso por los ruedos, es ya un primer conflicto. Bien habría dicho, como lo comentó en su momento el genial Gustav Malher –de nuevo Malher-, que “cuando los perros comienzan a ladrar, sabemos que estamos en el camino correcto”. Y vaya que no estaban equivocados, ni uno ni otro.

CALESERO CON LA CAPA

Calesero, al capote…

    Pues bien, Alfonso Ramírez “Calesero” fue uno de esos toreros tocados por el arte entendido como una expresión consagrada a unos cuantos, a ese pequeño grupo de elegidos destinados a formar parte de esa unidad capaz de causar profundas conmociones. Capaces –insisto- no solo de conmover la condición del arte efímero del toreo, sino que además esa misma condición debe tener la virtud de que queden guardadas en la retina y en la memoria de los aficionados y por muchos años, el recuerdo quizá de un solo momento –como la larga cordobesa que trazó “Calesero” la tarde del 10 de enero de 1954-. Casi cincuenta años después sigue siendo motivo de polémica y emoción entre quienes tuvieron el privilegio de verla y de quienes hemos corroborado esa circunstancia gracias a las imágenes cinematográficas allí recogidas.

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Calesero, con la muleta…

   No cabe duda, que los artistas no han podido imponerse en medio de tremenda parafernalia que somete a los aficionados siempre dispuestos a seguir ciegamente ciertos dogmas que les limita tener un panorama más amplio, más universal del significado que posee el toreo, porque no bastan los grandes toreros que han llenado épocas representativas en los varios siglos de recorrido. Allí están otros importantes protagonistas de este quehacer, padeciendo tales indiferencias, pero que cuando ascienden hasta la gloria es cuando vuelven a acordarse de ellos. “Calesero”puso en práctica un medio muy particular, que consistió en prodigar su arte en pequeñas dosis, perfectamente aplicadas para causar desequilibrios entre aficionados poco convencidos de que el arte en su más pura expresión también existe. Esas pequeñas dosis, al paso del tiempo, se convirtieron en la summa de todo su legado, convirtiéndose en un capítulo particular de manifestaciones estéticas perfectamente compendiadas en esa genial piedra de toque. No bastan los números impresionantes que arrojan las trayectorias de otros tantos toreros, tan importantes como el propio “Calesero”, pero es que “Calesero” tuvo muy claro el compromiso de su profesión, convirtiendo su paso por la tauromaquia en una galería selecta de faenas memorables, imborrables que siguen siendo capaces de causar conmoción, discusión y el gozoso e imperecedero recuerdo de sus faenas, como cuentas de un collar cotizadísimo.

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EL ANUARIO TAURINO 1945-46, POR JOSÉ ALAMEDA.

EL ARTE… ¡POR EL ARTE!

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Ya en algún momento había reparado en esta publicación. De hecho la conocía gracias a que en más de una biblioteca, la de algún bibliófilo taurino se encontraba un ejemplar como el que ahora será motivo de reseña o evocación. Quizá, por su naturaleza temática corresponda ser parte de la serie “Recomendaciones y Literatura”, pero para que eso suceda es deseable una abundante existencia de dicho “Anuario” en nuestros días. Al paso de 68 años es difícil que se encuentren a disposición de nuevos o viejos aficionados. Sin embargo, creo que es conveniente un ejercicio en el cual se intente dar una idea precisa sobre la misma pieza hemerográfica que recobra toda su dimensión a partir de las siguientes interpretaciones.

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Primero que todo, permítanme presentarles el objeto de esta reseña. En buena medida, la combinación fotográfica con la curiosa incorporación de una caricatura convierte a la ilustración en un trabajo heterogéneo. Freyre y quizá una “instantánea” de los hermanos Mayo. Al comenzar a hojear el ejemplar, la primera sorpresa que uno se encuentra es que José Alameda “asume la dirección técnica”, o lo que es lo mismo, fue el encargado de preparar todos los textos de la misma, incluyendo pies de foto e incluso, me atrevo a decirlo, hasta de los mensajes que, en términos de  publicidad, dieron forma a un “Anuario” en toda forma, con sus 96 páginas.

   Considero que se trata de un alarde de producción tipográfica, sobre todo para el tiempo en que sucede su elaboración. Creo que las técnicas de impresión ya estaban muy avanzadas para entonces. Sin embargo, el tema taurino exigía un toque de ingenio, el mismo que se vio poderosamente nutrido por las ideas de un José Alameda que demuestra en esos momentos una de sus mejores capacidades, no sólo como cronista. También como escritor y publicista, que de todo había en la viña del señor con respecto al Anuario Taurino 1945-1946. Y me sorprende decirlo porque al ir descubriendo el hilo conductor del que fue todo ese oficio que desplegó Carlos Fernández Valdemoro entre 1942 y hasta el año de su muerte, esta es una más de sus creaciones, con lo que lo inagotable de su ya conocida estela de trabajos, se vuelve más extenso al conocer y reconocer en el que quizá se convirtió para ese entonces en un nuevo mexicano, que una producción como la apreciada aquí, no era una bagatela o un juego de niños. Aunque pudo haberlo sido si lo vemos desde el lado en el que, con ganas de dar sentido a una temporada que había brillado intensamente no sólo en el “Toreo” de la Condesa, sino también en la recién inaugurada plaza de toros “México”, lo pensó deliberadamente para convertirlo todo él en un divertimento, a la manera de Alameda. Pero el Divertimento en cuanto tal no es una pieza ligera, como para salir del paso. No. Es en todo caso, un trabajo que afirma al José Alameda que seguramente con dicho “Anuario” provocaría una de sus primeras detonaciones literarias ajustadas en el vaivén de la crítica taurina, tan desvalorada por ese entonces gracias al reciente reportaje que publicó Martín Luis Guzmán en la revista Tiempo (del 26 de febrero de 1943) y que denominó La “mordida” a los toreros. En su lista “negra” estuvo incluido el propio Alameda.

  En el pasar de las hojas de este Anuario, poco a poco aparece un menú de distintas cartas u opciones en la persona de diversos diestros, nacionales y extranjeros que dieron la “nota” en aquellos años. Ni “Manolete”, tampoco Silverio Pérez escapan a la nueva estela publicitaria realizada desde tal tribuna, como no escapa un dato absolutamente desconocido. En el registro de novilladas que se celebraron en “El Toreo” durante la temporada 1945-46, Alameda da, entre otros datos el de aquel festejo que se realizó el martes 1° de mayo de 1945: Seis becerros de Heriberto Rodríguez, para “Cantinflas”, Medel, “Palillo” y los periodistas Luis Spota, José Revueltas y Benjamín Vargas Sánchez Jr.

   ¡Imagínense ustedes ya no sólo a la figura consagrada como lo fue “Cantinflas”, sino que uno de sus alternantes fue, ni más ni menos que el autor, entre otras tantas obras de La Revolución Mexicana y el Proletariado. Y me refiero a José Revueltas! Es probable que el siguiente retrato, se remonte a aquellos años, dándonos idea de quien era ya el incipiente e inquieto y contestatario José Revueltas:

JOSÉ REVUELTAS

Disponible en internet, junio 13, 2014 en: http://www.jornada.unam.mx/2010/02/21/sem-gilberto.html

   Esta publicación sirvió, además como un medio publicitario más para exaltar una de las obras arquitectónicas más importantes que daban, a la ciudad de México un nuevo paisaje urbano. Me refiero a la plaza de toros “México”. Y de ello, por supuesto, se encargó José Alameda. Como se encargó también de realizar uno a uno, diversos ejercicios de interpretación en términos de las tauromaquias que los diestros hispanos y mexicanos estaban alcanzando en esos momentos. El despliegue también abarca a algunas ganaderías, como es el caso de Pastejé, San Mateo, Torrecilla, Lorenzo Garza. No podían faltar otras tantas plazas de toros en el resto del país y figuras que, no siendo relevantes pero sí perfectamente identificadas en la época, no pasan desapercibidas; tal es el caso de Rosalío Rodríguez Ríos, el famoso “Chalío”, que además de ser charro consumado, por muchos años caracterizó al alguacil que encabezaba los desfiles de cuadrillas.

CHALÍO

    No faltó quien le dedicara sentido homenaje tras haber muerto el 4 de abril de 1946:

 Ha muerto “Chalío”, hermanos.

  Ha muerto “Chalío”, hermanos.

el alguacil de “El Toreo”,

el que salía a la plaza

delante de los toreros.

Y antes, a las cuatro en punto,

rompiendo del circo el cerco,

brotaba de entre barreras

todo vestido de negro,

muy caballero en su “cuaco”

muy estirado y muy serio,

partiendo la plaza en dos

para saludar primero…

¿Cuántos recuerdos se van,

con “Chalío” y “El Toreo”?

Como dos enamorados,

casi se mueren a un tiempo.

Gondell Linares.

    Finalmente queda testimonio de algunos diestros que no habiendo alcanzado todavía la cumbre, su impronta hubo de quedarse aquí por lo notable de algunos ejemplos, en la torería de Arturo Álvarez, David Liceaga, Antonio Velázquez, Eduardo Solórzano, Luis Briones, Juan Estrada, Andrés Blando…

   Con las presentes notas procuro dejar evidencia de un trabajo más, a cargo de José Alameda, ese inagotable cronista y escritor que, para tener una idea de sus capacidades, el despliegue de fuentes a donde fue a colaborar, y que es harto importante y numerosa, nos dará la mejor de las respuestas.

   Una vez más, mi reconocimiento ¡Maestro!

JOSÉ ALAMEDA AL LADO DE MANOLETE...

José Alameda a la vera de Manolete, Armillita y Silverio Pérez.

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POR “CURRO” ROMERO.

EL ARTE… ¡POR EL ARTE!

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Con 66 años de edad, Francisco Romero, de profesión: TORERO pasa a convertirse en una figura digna de antropólogos o sociólogos que no responderían cabalmente a la pregunta de por qué un matador de toros con una edad que ha rebasado los estándares más o menos establecidos, sigue conmoviendo, conmocionando a la afición, enterada de sus caprichosos vaivenes con la inspiración, dispuesta así, con toda seguridad a seguirle en sus actuaciones y verle una o dos tardes excepcionales contra todo un resto nutrido de desigualdades, medias tintas y broncas fenomenales.

   El torero de Camas, pero más sevillano que la Giralda misma, ha cultivado con esmero un perfil digno de faraones. Probablemente sea una materia viva que aunque esté en peligro de extinción, es o ha sido capaz de fortalecer el misterio de su personalidad, de la que adolecen muchos, incluso a nivel general. Una decadencia que se manifiesta cada vez más con el paso de los años hace mella en “Curro” quien se sobrepone y aunque su quehacer se va limitando también, el público se conforma con oler el aroma cada vez más selecto de sus escogidos perfumes. En el “cante grande” la voz del mejor cantaor aparece de vez en vez. Así es “Curro” Romero, cuya torería es de vez en vez. Y no importa el escándalo, el mitin, el papel vergonzoso en que caiga el gran Romero. Hasta las broncas le han de saber pues el carácter premeditado de “hoy no estoy de vena” es lo que le pone sal al escándalo.

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El Mundo Taurino. Pensar alto, sentir hondo y hablar claro. México, D.F., Año I, N° 15, del 26 de marzo de 1963, p. 1.

    Los duendes no se embriagaron, se confundieron tomando un rumbo impreciso, dejando a “Curro” sin destino preciso. Lo demás se debate en tormentas que lo mismo pueden arreciar o diluirse inesperadamente.

   El duende, el ángel, aguardan la hora indicada para estallar, desbordándose en apenas unas lucecillas, suficientes para que de la bolsa, del saco salgan los manojos de romero, ofrenda con la que se suele celebrar al genial torero español, algo así como un Rafael “el Gallo” o un Joaquín Rodríguez “Cagancho” redivivos en Romero, enfundándose de nuevo el hermoso traje de luces que envuelve la figura cuya leyenda sigue y seguirá escribiéndose.

   Ha hecho elogio de la “verónica” como si con el se vieran los últimos reductos de ese lance fundamental que solo los elegidos son dignos de bordar en los ruedos. Su faena muleteril es, hoy en día una auténtica hazaña, capacidad de síntesis de la tauromaquia, demostración que ha logrado cautivar a estas generaciones de transición secular que todavía alcanzan a admirar el brillo crepuscular de un gran torero dispuesto, probablemente, a cruzar ese puente también milenario. Desde México enviamos esta apología, sabedores que difícilmente pueda quedar correspondida con su visita por acá, a menos que se trate de un verdadero milagro. Pero nos reconfortamos con verle hacer de lo efímero en el arte de la tauromaquia lo mejor y lo más acabado de su expresión, en plena madurez como torero y como ser humano, figura que el Olimpo no ha recogido y nos deja sentirlo, tangible, entre lo intangible de su corporeidad incorpórea.

   Vale pues esta confusión, pero es que por “Curro”, por “Curro”…, señores, por “Curro”, por ese embrujo nos dejamos llevar como aficionados.

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ANTONIO NAVARRETE, DE UN RETRATO AL AUTORRETRATO.

EL ARTE… ¡POR EL ARTE!

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Faltaban pocos años para que Juan Belmonte acabara con su vida en Gómez Cardeña, su finca sevillana en aquel fatídico 8 de abril de 1962. Transcurría 1957, y durante esos días, circuló una revista, de las que se ocupaban entonces del tema taurino, aunque no en su totalidad, pero que seguía siendo asunto de conversación y de contenido. Se trata de Reseña. Deportes y Toros. El número 10, del 6 de marzo publicó en su portada este retrato de un joven pintor, ya maduro en sus afirmaciones estéticas, alumno sobresaliente del valenciano Carlos Ruano Llópis y con muy frescas nociones gracias a las recientes clases en l´Académie de Beaux Arts en París.

JUAN BELMONTE_A. NAVARRETE

 Me refiero a Antonio Navarrete, que por aquellos tiempos ya daba de qué hablar, llevando a sus espaldas el estigma de su maestro, tuvo que definir su propia línea. Y esta llegó a buena hora, con lo que en obras como la presente, decide seguir los pasos de otros tantos retratistas, que en tanto maestros de la pintura, se ocuparon en diversas épocas de realizar tales empeños. Desde antiguos retratos funerarios ubicados en Egipto hasta las más recientes obras de creadores conceptuales o de instalaciones, el retrato se ha convertido, cuando es un ejercicio que refleje calidad y definición de estilo en el artista, en una manifestación más que no escapa a la producción, en este caso de pintores que, como Antonio Navarrete se encontró y se reencontró multitud de ocasiones con el tema taurino, que hizo suyo, hasta el punto de que hoy día, tal cual sucediera en su momento con Francisco de Goya, también nuestro creador es, a su vez el hacedor de la “Tauromaquia de Antonio Navarrete”, misma que se materializa, entre 1996 y 2005 en dos obras concretas, que son:

 La tauromaquia en México por Antonio Navarrete, con textos de Manuel Navarrete y la más reciente: 

 TRAZOS DE VIDA y MUERTE1

Antonio Navarrete Tejero: Trazos de vida y muerte. Por (…). Textos: Manuel Navarrete T., Prólogo del Dr. Juan Ramón de la Fuente y un “Paseíllo” de Rafael Loret de Mola. México, Prisma Editorial, S.A. de C.V., 2005. 330 p. ils., retrs.

    Quiso el destino, y también como ocurre y ha ocurrido con infinidad de pintores y artistas, que el propio Antonio Navarrete dejara plasmado un óleo en el que queda para la posteridad su propio autorretrato, que aparece en la solapa izquierda de esta misma edición, la cual encierra, en buena medida lo mejor de su producción pictórica. Vaya desde aquí, el merecido homenaje a don Antonio, el de los toros.

 TRAZOS DE VIDA y MUERTE3

Loor al maestro…

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GUILLERMO TOVAR DE TERESA. IN MEMORIAM.

MATERIAL RECOLECTADO POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Cada miércoles, en forma hebdomadaria a muchos de los internautas nos llega puntualmente el gozoso envío que desborda la pluma de uno de los escritores más reconocidos de nuestros tiempos: Jorge F. Hernández. Autor, entre otras obras emblemáticas de La emperatriz de Lavapiés, novela que personalmente me causó grata impresión por todas sus andanzas y remembranzas (lectura que por otro lado recomiendo ampliamente), es también un aficionado a los toros. Pero como buen hombre de letras, y puesto al día en todas sus circunstancias, no pudo dejar escapar uno de los acontecimientos recientes más dolorosos: la pérdida de Guillermo Tovar de Teresa, personaje en muchos sentidos y del que el propio Jorge F. Hernández ha logrado en la última de sus «aguas de azar» que son, precisamente esas lecturas de puntual arribo a nuestros espíritus, un reconocido homenaje a ese hombre luminoso… Y no lanzo más adjetivos porque él propio Tovar de Teresa los detestaba. Tenía razón, mucha gente no terminó comprendiendo aquel caudal de sabiduría y era difícil comprenderlo de buenas a primeras.

Por todas estas razones, y habiendo sido «tocado» por el «Agua de azar» más reciente, me permito -con el permiso que pueda concederme mi amigo Jorge F. Hernández-, para extender, como él ya lo hizo su dolor ante la irreparable pérdida de quien han considerado como El último novohispano.

   Nunca tuve claro si Guillermo Tovar de Teresa habría tenido en lo personal afecto o gusto por los toros. Sin embargo, lo único que me queda claro es que en la intensa lectura que hizo del virreinato con todas sus circunstancias, así como del arte mexicano en su conjunto, no habrán escapado a su mirada ni a su ávida lectura temas de tal naturaleza.

AGUA DE AZAR. EL ÚLTIMO NOVOHISPANO.

HOMENAJE IN MEMORIAN A GUILLERMO TOVAR DE TERESA.

 POR: JORGE F. HERNÁNDEZ.

14.11.2013 / Agua de azar / El último novohispano.

Duele mucho escribir aquí que el genio de Guillermo Tovar de Teresa se ha extinguido a los cincuenta y siete años, con tantos libros que le quedaban por escribir, con tanta sabia savia que esparcía en cada conferencia y conversación, con tantas batallas que le quedaban por librar en defensa del patrimonio cultural y artístico de México… y dejando ya imposible una larga sobremesa que nos debíamos ambos. Fui como todos un lector asombrado por la lucidez concisa y la precisión erudita de un sabio que parecía llevar paso a paso al lector de sus hallazgos por los laberintos de un pretérito desconocido: Tovar revelaba fachadas de templos delante de los ojos del espectador en el atrio mismo y dibujaba con descripciones inteligentes los motivos del barroco, sus sentidos enrevesados, los engaños a la vista, los juegos de palabras. Fui además su amigo y entre 1991-1995 se me honró con ejercer el cargo de Secretario General del Consejo de la Crónica de la Ciudad de México, órgano colegiado (ahora multiplicado y redinamizado bajo la batuta de Ángeles González Gamio) producto de una generosa alternativa del propio Tovar de Teresa al ser nombrado en 1986 Cronista de la Ciudad de México. Sucede que ese título, instituido inicialmente por Carlos V en el siglo XVI había visto una notable transformación sustancial en su ejercicio: para Tovar la ciudad más grande del mundo ya no podría ser únicamente pasto para crónica de un solo historiador y se había vuelto páramo inmarcesible que exige el concierto colectivo de más de una veintena de plumas que se preocupen por su preservación y la constancia de su memoria.

GUILLERMO TOVAR DE TERESA1

Guillermo Tovar de Teresa nació el 23 de agosto de 1956, aunque no es hipérbole afirmar que nació en el siglo XVI y fue testigo de la primera destrucción de la antigua capital de Mexico-Tenochtitlan, y visor esmerado de cada una de las sucesivas destrucciones que ha sufrido y padecido esta ciudad utopía del Nuevo Mundo, encarnación del sueño del arquitecto Alberti (irrealizable en Europa), soñado por el Virrey de Mendoza y, según Miguel de Cervantes Saavedra, Venecia de América “espanto del Nuevo Mundo”.

GUILLERMO TOVAR DE TERESA2

Así como ideó la fórmula colectiva de la crónica, así también no dejó nunca de ser en realidad el solitario batallador, caballero desfacedor de entuertos culturales donde partía una lanza no sólo por descubrir la autoría verídica de un cuadro renacentista, sino por paleografiar la diminuta letra de un pretérito que parecía esconderse en un mapa de biblioteca empolvada. Diría que Tovar fue de veras era el último novohispano, si no constara la ferviente preocupación que transpiraba todos los días en defensa de monumentos, edificios… memoria mexicana de hoy. Contra toda forma de la amnesia, contra todo abuso de la imbecilidad, Tovar de Teresa movilizaba intelectos e incluso fortunas en abono de la conservación de los tesoros del pasado, preservación de la memoria que sudan los muros de tezontle y cantera… y recientemente el oprobioso baño de esmalte innecesario con el que mancillaron el célebre Caballito de Tolsá, consciente de que su batalla era no sólo en contra de la negligencia o el aisevá de quien tomó la decisión de lavarle la pátina del pasado a una valiosa estatua, sino consciente de que blandía la batalla en un país donde la mayoría de los ciudadanos desconocen quién es el jinete y de dónde a dónde ha cabalgado ese caballito anónimo para la memoria colectiva que lo volvió entrañable. En este país donde una inmensa masa de gente no entiende que no entiende, se apaga ahora una luz que nos ayudaba a entender por lo menos que no entendemos, pero que podríamos entender mejor si leyésemos la realidad guiados por gambusinos de archivos, aventureros de bibliotecas y faros de reflexión como lo son sus libros.

Hace apenas un mes se presentaba el minucioso y detallado bosquejo biobibliográfico de Guillermo Tovar de Teresa, firmado por Xavier Guzmán Urbiola y finamente editado por Diego García Elío en su sello Equilibrista. Si no constara a quienes lo conocimos, diríase que se trata de la biografía novelada de un personaje fantástico, el relato irreal de un niño incansable que a los cinco años se declaraba independiente en su propio hogar, ya habitante de las bibliotecas de su abuelo y tertulias de los mayores. El niño incandescente que impresionó al presidente López Mateos, quien lo condecora con una medalla de oro que sería antecedente del pago puntual que recibiría como sueldo, a partir de los doce años edad, como asesor en historia colonial del presidente Díaz Ordaz. Es la biografía bibliográfica y la bibliografía biográfica entrelazada, difícil de desenmarañar del hombre que vivía veintiocho horas al día (cuatro o incluso cinco horas más que los demás) leyendo las partituras del pretérito con la misma obsesionada pasión con la que se sabía de memoria sinfonías enteras de Mozart y Haydn, con la delicada minucia con la que podía silbar tres o cuatro instrumentos diferentes de cada uno de los seis conciertos de Brandenburgo de Bach (con una técnica asombrosa donde inhalaba y exhalaba sin dejar de silbar) y en particular, con la decidida pasión con la que era capaz de entramar al pasado, mirarlo como quien mira una pantalla de computadora en el aire invisible y dividir los temas en el perfecto teatro de su memoria (como si fuesen eso que ahora llaman hipertexto) y contextualizar el discurso del devenir del tiempo mexicano, novohispano, hispanoamericano e incluso mundial al derivar por ejemplo un trinomio donde se despejan lo Bello, lo Bueno y lo Verdadero en este mundo donde impera precisamente lo Horrendo, lo Malo y lo Falso.

Guillermo-Tovar-y-de-Teresa-qepd

Allí donde hubo un edifico barroco invaluable se ha erguido un adefesio revolucionario institucional, acá donde hubo un templo de fachada churrigueresca han abierto un estacionamiento donde venden churros, allá donde florecía la memoria lúcida de un cronista intemporal parece acercarse la nefanda neblina de la amnesia y nos hallamos al borde del olvido, en el desamparo de oscuridad donde la memoria parece exigir que hoy mismo urge leer cualquiera de los libros que nos deja el sabio luminoso Guillermo Tovar de Teresa que hasta hoy descansa en paz.

GUILLERMO TOVAR DE TERESA_09.11

Jorge F. Hernández // jorgefe62@gmail.com

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EXALTACIÓN A “LA VERÓNICA”.

EL ARTE… ¡POR EL ARTE!

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Finito de Córdoba, metido en hábito, de corinto y oro para que me entiendan, acaba de prodigarse en Zaragoza. Si bien no fue el triunfador en una tarde en la que él, junto con “El Juli” y “Morante de la Puebla”, lidiaron Zalduendos y Vellosinos. Entre las muchas imágenes que de seguro ya fueron transmitidas se encuentra una, una sola y suficiente para el desarrollo de las presentes notas.

   El ojo clínico de Maite Fernández, fotógrafa para aplausos.es logró detener el tiempo justo cuando Juan Serrano Pineda cargaba la suerte en la exacta, precisa y hermosa ejecución de la suerte a la “Verónica”, la cual en principio es sumamente complicada pues se trata del primer encuentro con un toro que, como muchos, han salido al ruedo en condiciones de una crudeza tal, pues van buscando quien les ponga cara para cobrarse semejante afrenta, la de estar en una plaza. Y resulta que una de las primeras reacciones ante todo ese caos se produce en términos de una belleza inimaginable: el lance a la “Verónica” que aquí vemos en toda su dimensión:

FINITO DE CÓRDOBA_ZARAGOZA_11.10.2013_FOTO_MAITE FERNÁNDEZ

Disponible octubre 11, 2013 en: http://altoromexico.com/2010/index.php?acc=noticiad&id=17218

    Ni “Pepe Hillo” ni Montes habrían imaginado semejante grado de perfección a las que fueron, en sus tiempos correspondientes y  todos los demás episodios que se fueron desarrollando al cabo de 250 años totales de evolución y depuración constantes, cuando precisamente este cordobés le da al toreo un nuevo toque o retoque de arte, de cuyo sólo lance hicieron época desde “Gitanillo de Triana” hasta “Morante de la Puebla”, sin dejar de pensar en improntas como las de Jesús Solórzano, Luis Castro “El Soldado”, “Curro” Romero o Rafael de Paula.

   ¡Y vaya que la ejecución del lance a la “Verónica” requiere de unas condiciones especialísimas, particulares, únicas e inigualables! para conservarse en la memoria, al punto de que se convierten en referencias paradigmáticas donde esas manos –“como pidiendo perdón” (Alfonso Ramírez “Calesero” dixit)-, plantean el curso de la embestida con la atemperada suavidad que supone pulimentar lo desmedido de una bravura y de unas fuerzas descontroladas, a punto de ingresar en el equilibrio donde el toque de arte que, por añadidura se materializó en ese manto-capote, permiten que la tauromaquia alcance una vez más el aliento de la resurrección en momentos tan complicados como los que sigue enfrentando bajo ese paso desalmado de la modernidad, ante la que el anacronismo propio del toreo se resiste a morir.

 PEPE-HILLO_TAUROMAQUIA_PARTE SEGUNDA_1 PEPE-HILLO_TAUROMAQUIA_PARTE SEGUNDA_2 PEPE-HILLO_TAUROMAQUIA_PARTE SEGUNDA_3 PEPE-HILLO_TAUROMAQUIA_PARTE SEGUNDA_4 PEPE-HILLO_TAUROMAQUIA_PARTE SEGUNDA_5 PEPE-HILLO_TAUROMAQUIA_PARTE SEGUNDA_6

 Disponible octubre 11, 2013 en: http://bibliotecadigitalhispanica.bne.es/view/action/nmets.do?DOCCHOICE=2914045.xml&dvs=1381553853108~944&locale=es_ES&search_terms=&adjacency=&VIEWER_URL=/view/action/nmets.do?&DELIVERY_RULE_ID=4&usePid1=true&usePid2=true

    Luego de revisar la edición de 1804 del célebre tratado que ocho años atrás había firmado simbólicamente José Delgado “Pepe Hillo”, se encuentran algunos de los lineamientos que él y su experiencia establecieron desde entonces y que hoy se han superado en puntos de exquisitez que, con toreros como “Finito de Córdoba” se han quedado para la posteridad.

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“CALESERO” ENTRE “CHICUELO” y PEPE LUIS VÁZQUEZ.

EL ARTE… ¡POR EL ARTE!

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

CALESERO.

Calesero

se le nombra,

porque asombra

al mundo entero,

con su porte majestuoso de torero.

 

Y es tan fino

y portentoso,

como el vino

que espumoso

de un gran “chato” perfumado se derrama;

de la rara inspiración

tiene las fuentes,

y al nacer en un rincón

de Aguascalientes;

da a su tierra que le ama

eternamente,

los laureles de la fama

que le ciñen en la frente.

 

…Calesero, Calesero…!

es el grito jubiloso,

cuando un lance milagrero

asombra al coso,

trepidante de emoción hasta los arcos;

…¡Calesero, Calesero…!

Yo te he visto gran torero

con los ojos florecidos por el llanto,

al pensar que te hallas lejos

de unos ojos que no ocultan su quebranto,

añorando brillantísimos festejos

en tu plaza postinera de San Marcos.

 José Daniel (1970)

MANUEL JIMÉNEZ_CHICUELO

Disponible octubre 7, 2013 en: http://larazonincorporea.blogspot.mx/2013_05_01_archive.html

 CALESERO_POR CHICUELINAS

Alfonso Ramírez “Calesero”. De la colección del autor.

EL DEL CRISTO NEGRO

 ¡Calesero, Poeta del Toreo!

¡Calesero… Calesero…!

Del Cristo Negro, torero,

de Aguascalientes, trianero,

pinturero sin rival.

 

Eres artista genial

milagro del primer tercio;

tus faroles se hacen verso

en los vuelos del percal.

 

Tus pares al cambio son

rejones al corazón

de la afición…

 

Con la muleta un poema

dejas escrito en la arena,

y sangra en cada faena

el clavel de la emoción.

Señor de la Fiesta Brava,

toreas como no soñara

¡el mejor de los toreros!

 

Es tu larga cordobesa

donde la gracia y belleza

logran cabal expresión

por tu apostura y majeza.

Sales de la suerte altivo

con tu capote encendido

y la ovación…

 

La muleta es en tu brazo

-péndulo de seda y oro-

paleta que hace del toro

Luminoso pincelazo.

¡Calesero… Calesero!

¡Pintor-Poeta del Ruedo

olé, Calesa torero! 

Alférez (1989)

Sevilla-Pepe-Luis-Chicuelina-001_thu

Disponible octubre 7, 2013 en: http://larazonincorporea.blogspot.mx/2013_05_01_archive.html

CALESERO_POR CHICUELINAS2 ALFONSO RAMÍREZ EL CALESERO, EL POETA DEL TOREO. Aguascalientes, Gobierno del estado de Aguascalientes, Coordinación de Asesores, Corporativo Gráfico, 2004. 313 p. Ils., fots., p. 116.

Hyperbole de “Calesero”

 

Toma el percal “Calesero”

y se e convierte en seda.

Lorca dice cabalmente

que es poeta el que transforma

cuanto toca y le da forma

o tiempo y luz diferente.

Si el rey Midas hace el cite,

apenas lo mira el toro

y ya es un ascua de oro

la metáfora del quite.

Así en la hipérbole queda

como poeta el torero…

cuando se convierte en seda

el percal de “Calesero”

José Alameda.[1]

   Esta décima, no contemplada en la idea original al concebir la presente colaboración, se debe al hecho de que en un impecable “quite providencial”, mi amigo Xavier González Fisher, siempre oportuno y pendiente de echar un “capotazo”, me ha sugerido lo excelso de Alameda para con el Calesero… lo que era infaltable, y que ha aparecido a la luz del oportuno grito venido, como ya dije del que también es encargado de uno de los blogs más visitados en la nube. Me refiero, y no podía ser de otra manera a “La Aldea de Tauro” Una mirada al otrora planeta de los toros desde Aguascalientes, tierra de toros. (http://laaldeadetauro.blogspot.mx/).

   El asunto, a lo que se ve, queda «entre poetas».

   ¡Gracias Xaver!

Calesero

 Junto a su capa.

había un andar.

En banderillas.

La geometría precisa.

Del cuarteo.

La pausada cima.

Del par al quiebro.

 

Había una figura.

Silueta de un pase.

Natural. Hermano.

De aquella esbelta luz.

Que componía.

A la verónica.

El Calesero.

 

Había una sombra.

Amada.

Hogar de su orgullo.

De ser.

De ver creer.

En el arte a tres hijos.

Y un nieto.

Estilistas.

Como él.

Poetas.

Del toreo.

 Robert Ryan. (2002)

 Tomado de: 6TOROS6, N° 440, del 3 de diciembre de 2002, p. 49.

 MEDIA DE ROBERT RYAN

Obra del genial pintor norteamericano Robert Ryan. “Media verónica”, cuyo remate es la medida perfecta para este templo a la “Chicuelina”.


[1] Luis, Carlos, José, Felipe, Juan de la Cruz Fernández y López-Valdemoro (seud. José Alameda): 4 LIBROS DE POESÍA. I. Sonetos y Parasonetos. II Perro que Nunca Vuelve. III Oda a España y Seis Poemas al Valle de México. IV Ejercicios Decimales. Apéndice I: Primeros Poemas. Apéndice II: Tauro lírica Breve. México, Ediciones Océano, S.A., 1982. 239 p. Ils., p. 232.

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EL TORERO: FIGURA IN-TOCADA DE(L) TOREO.

EL ARTE… ¡POR EL ARTE!

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Como un elemento propio del mismísimo Olimpo, o de un escenario destinado a los dioses, el hombre que se viste de luces se convierte en un elemento que pertenece a lo sagrado. Nada mejor que entender esa condición que el día de la corrida.

   En su condición terrenal de ser humano, el diestro tiene un trato de privilegio. No puede dejarse ver ni ser visto más que para aquel reducido grupo de personas que lo rodea. Con ello el fundamento iniciático de lo profano a lo sagrado cruza el puente hasta convertir los espacios que rodearán a esa figura potencialmente importante, en el eje rector no solo de un día de toros, donde estos otros elementos serán la esencia y motivo principal de la venidera representación. Y es que a partir de la dimensión que va a adquirir un personaje investido de los hábitos de matador de toros o novillero, lo llevan a ser el oficiante principal de un culto denominado tauromaquia.

 JOSELITO EL GALLO

Joselito o Gallito. He aquí a José Gómez Ortega, paradigma y torero para toreros. Col. del autor.

    El día de la corrida, puede que se trate de uno, dos, tres o seis el número de oficiantes; grandes matadores de toros o también, como ya se dijo, de modestos novilleros o principiantes. El hecho es que todos adquieren esa condición efímera de ser vistos como sacerdotes o sumos pontífices que no solo realizarán el oficio. Se trasvasarán en un ritual que material y espiritualmente da sentido y significado a la fiesta de toros.

   Bajo el principio de la celebración que terminará en el holocausto, en el sacrificio y muerte del toro, el hombre, convertido ya en torero se aproxima a la plaza en medio de un ambiente que solo les pertenece a unos cuantos, debido al hecho de que su llegada al coso ocurre en olor de santidad. Vestir ese hábito entre lo sacerdotal y lo provocativo genera la condición de un halo de celebridad propia de la feligresía religiosa en cualquiera de sus expresiones o la que, por investidura de jefes de estado o de artistas consumados o de importante celebridad pueden ostentar al menos, y en esos instantes los toreros. Aún más, en el patio de cuadrillas, conforme se acerca la hora de la verdad, y luego de haber pasado a la capilla, lugar donde ocurre una especie de transmisión de poderes, el torero se consagra como el summum o culmen de la asunción terrenal a otra que es de orden celestial, e incluso utópica en la que recaen todas las miradas. En ese momento, el hombre, que dejó su mortalidad a un lado, convertido en el torero inmortal es la fuerza que define y decide; y aún provoca los primeros síntomas de aceptación o rechazo que pueden generarse entre los asistentes al ceremonial.

 PANCHO FLORES_R. GAONA EN LA TOILETTE

La última tarde del Califa. (70×50 cm). Colección: Luis Antonio Loredo Hill. En La Tauromaquia de Pancho Flores. Fotografía de Jorge Matchain. México, Bibliófilos Taurinos de México, A.C., Noriega Editores, 1992. 253 p. Ils., retrs., fots., p. 141.

    El sacerdote vestido de luces se encuentra en la arena desbordando según la puesta en escena que ha decidido imponer su propia impronta, o aquel sello que las condiciones o circunstancias del momento están provocando, a favor o en contra. El destino en estos casos es un ave de mal agüero que determina lo causal del asunto hasta dimensionarlo en unas condiciones totalmente imprevistas. Ya despojado del capote de paseo, pieza adherida a su cuerpo y que se utiliza para generar su primer contacto con el coro, misma pieza cuyos bordados exuberantes en unos casos, discretos en otros, ostenta la figura emblemática a la que, en ese momento se le tiene consagrada la vida, bajo el presumible caso de la fe o ciega fe a que se han entregado estos hombres. Como decía, ya despojado de aquel envoltorio sagrado, el torero, a quien ya han proporcionado el capote de brega se pasea todavía despidiendo ese oloroso protagonismo que se intensifica en cuanto comienzan a surgir los aplausos en demanda de su afirmación en el ruedo, mismo detalle que agradece en postura más que reservada a los privilegiados.

   La condición apolínea, exquisita, cuidada e intocada, conforme aparece el toro comienza a alterarse, a trastocarse, es decir, adquiere otro sentido para pasar, poco a poco a la del contraste dionisíaco. El toro es la fuerza opositora, dispuesta a alterar todos los principios, a los que el torero se verá obligado a recuperar e incluso remontar, adecuar, trascender y demás deseos no solo suyos. También del coro popular que comienza a mostrar sus afinidades o desacuerdos. Todo este caos ocurre mientras el sacerdote u oficiante ya es, al mismo tiempo un hábil atleta que un consagrado artista o frío y calculador científico buscando imponer el orden a partir de esas especificidades. Pero además, a todo el conjunto de ingredientes se suman otros tantos de elevado riesgo como puede ser la tragedia o el riesgo de morir… o de fracasar, que eso y un instante son la misma cosa.

   El trastocamiento, la alteración del sumo pontífice o la del sacerdote pasa por la conversión más inesperada, pues de aquella posesión simbólica y privilegiada se puede alcanzar la de un mero “maleta”, o “pinchatoros” si las cosas no rodaron bien, y entonces el ansiado sacrificio del toro se convierte en auténtica carnicería, defecto cuyo peso es el que sacude todas las estructuras y hasta las fibras más sensibles del espectáculo, que por esa causa muchas veces sirve para defenestrar su razón de ser, y más aún en boca de los adversarios.

   Por lo tanto, y después de toda esa drástica transformación, lo que tenemos ahora es un hombre –de carne, hueso y espíritu- vestido de luces, intentando resolver el destino de su vida; y todo, frente a un toro como enemigo natural ante la mirada colectiva de un coro que ya no responde a ninguna razón específica que no sea la de lo apolíneo o lo dionisíaco en toda su deseada o descarnada dimensión.

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