Archivo mensual: noviembre 2017

POESÍA MEXICANA EN LOS TOROS.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

José Francisco Coello Ugalde:  Antología de la poesía mexicana en los toros. Siglos XVI-XXI. Prólogo: Lucía Rivadeneyra. Epílogo: Elia Domenzáin. Ilustraciones de: Rosa María Alfonseca Arredondo y Rosana Fautsch Fernández. Fotografías de: Fumiko Nobuoka Nawa y Miguel Ángel Llamas. México, 1986 – 2006. 776 p. Ils. (Es una edición privada del autor que consta de 20 ejemplares nominados y numerados).

   Hoy, dedico el tema de esta colaboración a la poesía. Y más aún, a la poesía taurina.

   Recientes trabajos como los de Juan Domingo Argüelles: “Antología general de la poesía mexicana. De la época prehispánica a nuestros días” o el de Carlos López: “Los poemas de la poesía”, han representado para uno y otro un trabajo extenso en tiempo y reunión de obras, lo que merece especial reconocimiento.

   Sin embargo, el asunto taurino no había merecido ninguna atención, lo cual me llevó desde 1986 y hasta nuestros días a materializar el que hoy día ya es un “Tratado de la poesía mexicana en los toros. Siglos XVI-XXI”. De dicha labor, tuve oportunidad de publicar en 2006 el que entonces consideré como “Antología” en edición limitada de 20 ejemplares.

   Hasta hoy, la tarea no ha concluido. En el trabajo cotidiano de investigación siguen apareciendo textos que legaron poetas mayores y menores, así como diletantes de la poesía. Los hay anónimos y el cúmulo de esos datos rebasa las 2000 muestras.

   Quisiera compartir con ustedes el texto que redacté en 2004, el cual además, se engalanó con las presentaciones de Lucía Rivadeneyra y Elia Domenzáin que escribieron prólogo y epílogo respectivamente.

   Un tema como el de la poesía mexicana en los toros no había sido abordado desde su visión integral o antológica. De ahí que este motivo se sume a una información de intachable reminiscencia, colmada a su vez del mero y subjetivo emblema de elementos materiales tan insubstanciales como complejos dentro de una tradición, íntimamente relacionada con la historia de México, en esa otra historia paralela que es la de las corridas de toros, que llega a este 2004 con 478 años de recorrido.

   José María de Cossío, el gran erudito español, autor de la obra monumental de LOS TOROS,[1] escribió y compiló un trabajo denominado LOS TOROS Y LA POESÍA.[2] En él, no se contempla ninguna creación novohispana, del México independiente o del México moderno, lo que sí ocurre en otro de sus libros: LOS TOROS EN LA POESÍA CASTELLANA,[3] donde sólo aparecen dos composiciones novohispanas.[4] Ello obliga a desarrollar un trabajo con características similares, con la única diferencia de que el contexto sea totalmente de origen mexicano, debido a que se cuenta con elementos de verdad fascinantes, surgidos de esa maravillosa creación literaria.

   Acontece siempre, que en un trabajo de estas magnitudes, quedan ignorados datos considerables, los cuales existen en documentos sumamente curiosos que, por su condición han desaparecido en diversas y misteriosas circunstancias, o se hallan en el peor de los olvidos. Mi intención ha sido rescatar el mayor número de evidencias que, en un acomodo cronológico y una selección rigurosa, den como resultado un trabajo rico en valores. La consecuencia es esta APORTACIÓN HISTÓRICO TAURINA, cuyo propósito fundamental, cuando fue creada dicha serie en 1985, era y sigue siendo la de exhumar y rescatar documentos publicados en diversas épocas (en su caso, y si así conviene, con su respectiva reproducción facsimilar) en medio de una acuciosa anotación, que termine siendo el sustento crítico que la enriquece.

   Parece lógico iniciar estos apuntes con las primeras composiciones poéticas elaboradas a propósito de las representaciones -más caballerescas que taurinas- habidas en el México novohispano, que luego, con el paso de los años, y con la llegada de nuevas ideas y conceptos, se dieron los cambios al toreo de a pie, mismo que evolucionó durante todo el siglo XIX, y se enriqueció a partir de 1887, con la llegada de un importante grupo de toreros hispanos, quienes provocaron un vuelco representativo que originó la presencia de por vida del toreo de a pie, a la usanza española, en versión moderna. De entonces a este tiempo, la tauromaquia en nuestro país se ha consolidado.

   Ante nuestros ojos se presentan una serie notable de trabajos de la misma índole, ya como antologías,[5] donde ha quedado reconocida entre otras la presencia de Octavio Paz. De la misma manera, existen otros trabajos que, a lo largo de este, irán siendo citados, escogiendo lo que a mi juicio no sólo es la poesía mayor. También es preciso incluir la reproducción de algunos versos menores, o de extracción eminentemente popular. Tal es el caso de corridos y canciones, logrados por diversos creadores que no siempre se encuentran a la altura de aquellos célebres autores de la literatura que aquí queda considerada como «universal».

   Siguiendo el modelo establecido por Cossío, se recogerán todos aquellos ejemplos que han dejado diversos autores a lo largo de más de cuatro siglos y medio, sin más anotación que la conveniente, indicando en su caso, el o los años de producción de la o las obras para no entorpecer el propósito original, y llegar así a buen término. De igual forma, cada siglo incluirá un “marco histórico” indispensable para entender su distinto comportamiento, logrando con ello una revisión, si no absoluta, sí la más completa que sea posible del recorrido secular de este espectáculo en nuestro país.

   Pocos poetas merecieron el reposo del análisis, y creo que la dimensión de la obra así lo exige. Sin embargo, aparecen algunos casos, como los de Sor Juana, Octavio Paz o José Alameda. Pero esta antología, debo confesarlo, no logra los alcances que, por ejemplo Luis Mario Schneider consigue en otra antología poética: la de Los Contemporáneos.[6] O el inalcanzable texto, por meritorio y genial de José Gorostiza con el que, en buena medida explica su Muerte sin fin.

   Espero que esta grave como tan grande omisión sea salvada por la comprensión de lectores y críticos, puesto que el propósito de la presente obra fue reunir todo aquel material con la sustancia poética como referente fundamental.

   Por último, quiero agradecer a Lucía Rivadeneyra y Elia Domenzáin sus comentarios, recomendaciones, pero sobre todo sus valiosos textos que enmarcan esta obra. A Rosa María Alfonseca Arredondo y Rosana Fautsch Fernández que aceptaron ilustrar con trazo sensible, inspiradas por los múltiples versos aquí reunidos. A Fumiko Nobuoka Nawa y Miguel Ángel Llamas, por su trabajo fotográfico con aires de renovación aportado a esta aventura editorial. Cada uno, desde su muy particular expresión, comenta, apunta o ilustra de tal forma, que, al ver el libro convertido en el fruto de los deseos de cualquier autor, puede advertirse el equilibrio que se consigue al combinar todas esas expresiones que, al ponerlas en manos del lector, pretende una placentera lectura, un gozoso paseo por los caminos del arte…

   Merece lugar especial en esta relación de agradecimientos, la valiosa intervención de Jorge F. Hernández, cuyas gestiones para convencer a tirios y troyanos ha sido incalculable, me consta.

   Esta empresa no podría quedar enteramente rematada si antes no se acude a una serie de explicaciones –o mejor dicho, exploraciones- alrededor del significado que en sí misma tiene la poesía en cuanto tal. Considero que dos buenos argumentos son los que pueden encontrarse en las obras de Octavio Paz[7] y José Gorostiza.[8]

   Avanzada la lectura de El arco y la lira, Paz afirma que

   “El poeta no quiere decir: dice. Oraciones y frases son medios. La imagen no es medio, sustentada en sí misma, ella es su sentido. En ella acaba y en ella empieza. El sentido del poema es el poema mismo”.[9] Y luego Gorostiza complementa la siempre pretendida explicación que todo creador en este sentido propone, aunque no siempre bajo el espíritu romántico de Bequer cuando a pregunta expresa de una su admiradora “¿Qué es la poesía?”, la vaga respuesta que escuchó fue “la poesía, eres tú”, vaga respuesta que también va a contrapelo de reconocida obra de Rosario Castellanos y su “Poesía no eres tú”. No. Aquí de lo que se trata es ingresar al complejo terreno donde pueden tejerse sólidas redes infinitas en prueba de este difícil, pero a la vez sencillo y misterioso quehacer. Por eso, José Gorostiza apunta que: “Para el poeta, la poesía existe por su sola virtud y está ahí, en todas partes, al alcance de todas las miradas que la quieran ver”. Es más:

   “La substancia poética, según esta mi fantasía, que derivo tal vez de nociones teológicas aprendidas en la temprana juventud, sería omnipresente, y podría encontrarse en cualquier rincón del tiempo y del espacio, porque se halla más bien oculto que manifiesta en el objeto que habita. La reconocemos por la emoción singular que su descubrimiento produce y que señala, como en el encuentro de Orestes y Electra, la conjunción de poeta y poesía”.

   Precisamente, al buscarle explicaciones al complejo, y asimismo sencillo espacio de la poesía, es necesario acudir a metáforas, a esa construcción de castillos en el aire que todo y nada dicen al mismo tiempo. En ese sentido, quienes profesamos la afición a los toros, solemos acudir con frecuencia al viejo verso de Lope de Vega revestido por el diestro sevillano Pepe Luis Vázquez en estos términos: “El toreo, es algo que se aposenta en el aire, y luego desaparece”. De ahí que sea el propio creador de Muerte sin fin quien nos diga que “la poesía, al penetrar en la palabra, la descompone, la abre como un capullo a todos los matices de la significación. Bajo el conjuro poético la palabra se transparenta y deja entrever, más allá de sus paredes así adelgazadas, ya no lo que dice, sino lo que calla”.

   Y es por medio del propio Gorostiza quien llega al centro de toda esta atención, rebasando el límite finito, cuando afirma: “La poesía, para mí, es una investigación de ciertas esencias –el amor, la vida, la muerte, Dios- que se produce en un esfuerzo por quebrantar el lenguaje de tal manera que, haciéndolo más transparente, se pueda ver a través de él dentro de esas esencias…” Pero eso no es todo. “La poesía es una especulación, un juego de espejos, en el que las palabras, puestas unas frente a otras, se reflejan unas en otras hasta lo infinito y se recomponen en un mundo de puras imágenes donde el poeta se adueña de los poderes escondidos del hombre y establece contacto con aquel o aquello que está más allá”.[10]

   Y mientras Gorostiza apunta que “si la poesía no fuese un arte sui generis y hubiese necesidad de establecer su parentesco respecto de otras disciplinas, yo me atrevería a decir aún (en estos tiempos) que la poesía es música y, de un modo más preciso, canto”, Octavio Paz apuntala este dicho bajo la siguiente afirmación acudiendo a una explicación más, la que proporciona Rubén Darío cuando dice: “Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo, y no hallo sino la palabra que huye… y el cuello del gran cisne blanco que me interroga”. Paz, extendiéndose en esa búsqueda por el más allá de la poesía insiste que “La “celeste unidad” del universo está en el ritmo. En el caracol marino el poeta oye un profundo oleaje y un misterioso viento: el caracol la forma tiene de un corazón. El método de asociación poética de los “modernistas”, a veces verdadera manía, es la sinestesia. Correspondencias entre música y colores, ritmo e ideas, mundo de sensaciones que riman con realidades invisibles. En el centro, la mujer: la rosa sexual (que) al entreabrirse conmueve todo lo que existe. Oír el ritmo de la creación –pero asimismo verlo, y palparlo- para construir un puente entre el mundo, los sentidos y el alma: misión del poeta”.[11]

   Gorostiza, al quite:

   “El poeta no ha de proceder como el operario que, junto con otros mil, explota una misma cantera. Ha de sentirse el único, en un mundo desierto, a quien se concedió por vez primera la dicha de dar nombres a todas las cosas. Debe estar seguro de poseer un mensaje que sólo él sabrá traducir, en el momento preciso, a la palabra justa e imperecedera… Nadie sino el Ser Único más allá de nosotros, a quien no conocemos, podría sostener en el aire, por pocos segundos, el perfume de una violeta. El poeta puede –a semejanza suya- sostener por un instante mínimo el milagro de la poesía. Entre todos los hombres, él es uno de los pocos elegidos a quien se puede llamar con justicia un hombre de Dios”.[12]

   Todos esos “hombres de Dios” convocados aquí, en tanto creadores, como congregación colectiva por un lado, y secular por el otro; que pretende aproximaciones sobre el mensaje en torno al toreo mexicano, se unen para decirnos a coro, resumido por Octavio Paz como sigue:

   “Agudos, graves, esdrújulos, sobresdrújulos –golpes sobre el cuerno del tambor, palmas, ayes, clarines”- la poesía de lengua española es jarana y danza fúnebre, baile erótico y vuelo místico. Casi todos nuestros poemas, sin excluir a los místicos, se pueden cantar y bailar, como dicen que bailaban los suyos los filósofos presocráticos”.[13]

   Esta es pues, la esencia y también la empresa de amplias dimensiones con la que pretendo poner al alcance de los lectores y aficionados el rico material de un tema que seguramente resultará curioso e interesante, y que por sus características se reúne por primera vez en nuestro país.


[1] José María de Cossío: Los toros. Tratado técnico e histórico. Madrid, Espasa-Calpe, S.A. 1974-1997. 12 v.

[2] Op. Cit., vol. 2, p. 243-406.

[3] José María de Cossío: Los toros en la poesía castellana. Argentina, Espasa-Calpe, 1947. 2 vols.

[4] Op. Cit., t. II., p. 83-87. Juan Ruiz de Alarcón, último cuarto del siglo XVI. Biblioteca de AA.EE. Comedias de J. R. de Alarcón: Todo es ventura, acto III, y p. 181: Sor Juana Inés de la Cruz. Segundo tomo de las obras…, Barcelona, 1693.

[5] Mariano Roldán: Poesía universal del toro (2500 a. C.-1990). Madrid, Espasa-Calpe, 1990, 2 V. (La Tauromaquia, 30 – 31).

[6] Homenaje nacional. Los Contemporáneos. Antología poética. Introducción, selección de notas de Luis Mario Schneider. México, Instituto Nacional de Bellas Artes, CULTURASEP, 1982. 167 p. Ils., fots.

[7] Octavio Paz: El arco y la lira. El poema, la revelación poética, poesía e historia. México, décimo tercera reimpresión. México, Fondo de Cultura Económica, 2003. 305 p. (Sección de lengua y estudios literarios).

[8] José Gorostiza: Muerte sin fin y otros poemas. México, Fondo de Cultura Económica-Cultura SEP, 1983. 149 p. (Lecturas mexicanas, 13).

[9] Paz: El arco…, op. Cit., p. 110.

[10] Gorostiza: Muerte…, op. Cit., p. 8-11.

[11] Paz: El arco…, ibidem., p. 93.

[12] Gorostiza, Muerte…, ibidem., p. 24-25.

[13] Paz, El arco…, ibid., p. 89.

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HOY RECORDAMOS A JOSEFINA VICENS, AL CUMPLIRSE 29 AÑOS DE SU DESAPARICIÓN.

EFEMÉRIDES TAURINAS MEXICANAS DEL SIGLO XX.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 JOSEFINA VICENS: DETRÁS DE LA EXCELENTE NOVELISTA, UNA GRAN AFICIONADA A LOS TOROS.

Aquí tienen ustedes a Josefina Vicens junto a una de sus creaciones literarias: Torerías. Col. del autor.

   La vida de Josefina Vicens se aglutina en escasas, pero no por ello, notables producciones literarias. El libro vacío (1958) es su obra mayor. Los años falsos (1982) completa el trabajo novelístico. “Petrita” un cuento y los guiones cinematográficos “Los perros de Dios”, así como “Renuncia por motivo de salud” la colocan en un sitio exclusivo entre los grandes creadores del siglo XX en México.

Su caso es muy parecido al de Juan Rulfo, quien con dos obras mayores: Pedro Páramo y El llano en llamas tuvo a bien convertirse en referente de la literatura nacional a partir de 1953 y 1955, años en que se publicaron esos dos libros por primera vez, respectivamente

En apretada biografía podemos anotar que Josefina Vicens nació en Villahermosa, Tabasco el 23 de noviembre de 1911. Mujer inquieta como pocas logra abrazar las causas sociales siendo decidida su participación a favor de los derechos humanos; en el Departamento Agrario, en la Confederación Nacional Campesina y luego como cineasta, por lo que ocupó la presidencia de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas. También fue miembro vitalicio del Sindicato de la Producción Cinematográfica. Muere el 22 de noviembre de 1988.

Solo por explorar un pequeño pasaje de El libro vacío -antes de pasar a describir una actividad poco conocida en ella- vale la pena dejarnos llevar por el vértigo de su emoción al escribir; emoción que proyecta en José García, el protagonista de la obra:

Mi mano no termina en los dedos: la vida, la circulación, la sangre se prolongan hasta el punto de mi pluma. En la frente siento un golpe caliente y acompasado. Por todo el cuerpo, desde que me preparo a escribir, se me esparce una alegría urgente. Me pertenezco todo, me uso todo; no hay un átomo de mí que no esté conmigo, sabiendo, sintiendo la inminencia de la primera palabra. En el trazo de esa primera palabra pongo una especie de sensualidad: dibujo la mayúscula, la remarco en sus bordes, la adorno. Esa sensualidad caligráfica, después me doy cuenta, no es más que la forma de retrasar el momento de decir algo, porque no sé qué es ese algo; pero el placer de ese instante total, lleno de júbilo, de posibilidades y de fe en mí mismo, no logra enturbiarlo ni la desesperanza que me invade después.

   Y bien, ¿de qué actividad poco conocida estoy hablando?

Resulta que Josefina Vicens, allá por los años cuarenta firmaba colaboraciones en Sol y Sombra y Torerías como PEPE FAROLES. ¿Cronista taurina? Ni más ni menos. Y no sólo eso. Ocupó la dirección general de Torerías, revista que se codeaba con La Lidia o El Redondel, por ejemplo.

Josefina mantuvo en su revista una línea crítica, con un formato que iba en semejanza con La Lidia, publicación de la que era director Roque Armando Sosa Ferreiro, teniendo entre su grupo de colaboradores al recordado Dr. Carlos Cuesta Baquero.

La Vicens supo aprovechar –hasta donde alcanzó la existencia de Torerías-, para desplegar sus conocimientos en materia taurina, pero sobre todo para convertir esa trinchera en una publicación que reflejara un punto de vista distinto, el que por género per se, estaba tremendamente limitado. De ahí el uso masculino del seudónimo.

Torerías sustentaba su contenido en noticias taurinas, complementadas por las de espectáculos y variedades, sin faltar un amplio despliegue de secciones fotográficas y hasta de caricaturas. Sin embargo, Josefina Vicens no mostró ambición en cubrir secciones importantes. Reducía su actividad a notas cortas donde establecía su opinión sobre los hechos del momento y sus protagonistas. Además, de vez en vez publicada alguna interviú acompañada del reportaje gráfico donde el fotógrafo buscaba no excluirla, haciéndola aparecer junto a sus entrevistados.

Uno de esos episodios, fue aquel donde con difíciles posibilidades pudo entrevistar al que era el empresario de la capital. Me refiero a Antonio “Tono” Algara, a quien un incómodo cuestionario lo ponía en difícil posición, lo que sirvió para que este personaje recibiera con muchos inconvenientes a “Pepe Faroles” y más aún le respondiera de no muy buena manera. Este quehacer recuerda el que luego ha sido todo un oficio en manos de Elena Poniatowska, quien parece haber recogido la enseñanza de la Vicens que como vemos, dejó escuela y un estilo ácido, visceral y hasta juguetón con propósitos de desnudar literalmente al personaje del que pretendía obtener un perfil para tornarlo colaboración en las publicaciones donde nuestra protagonista pudo formar parte.

Además de la rotunda presencia de Josefina Vicens, no puedo dejar de mencionar nombres de otras mujeres que legaron y siguen legando testimonios por escrito hacia la tauromaquia. Allí están los de María de Estrada Medinilla y la propia sor Juana Inés de la Cruz en el siglo XVII; o la opinión de Frances Eskirne Inglis, Madame Calderón de la Barca casi al mediar el XIX. Y en estos tiempos más recientes, los de Elia Domenzain, Lucía Rivadeneyra, Natalia Radetich Filinich o Mary Carmen Chávez Rivadeneyra, por mencionar los más representativos, sin que falte el de la Doctora en Historia María del Carmen Vázquez Mantecón, quien en los últimos años ha hecho una gran aportación bibliográfica y de investigación en torno al tema de la fiesta taurina en nuestro país.

Aficionada a los toros, Josefina Vicens supo luchar en momentos de difícil apertura a favor de la mujer y tan lo logró, que se hizo cargo de la publicación ya mencionada. En aquel entonces sobresalían junto a ella Esperanza Arellano “Verónica” y Carmen Torreblanca Sánchez Cervantes. PEPE FAROLES es el seudónimo que ocultaba a Josefina Vicens, futura creadora que logró alcanzar alturas insospechadas. ¿Por qué emplear ese sobrenombre como lo hizo en su momento la monja jerónima Juana Inés de la Cruz, al tener que asumir y constreñirse a los dictados que estableció una sociedad masculina con objeto de ingresar a la Universidad?

Josefina Vicens mantuvo la idea de que los toros es una actividad metafísica en la que el hombre se atavía con todo lujo y se prepara a encarar su cita con la muerte. Muerte es aniquilamiento, muerte es la danza de una belleza efímera llena de precisión, donde además, se juega con ella para salvar la vida. Por eso, la síntesis de la tauromaquia que ella pudo ver está en la vida que se matiza de riesgos y de una temeridad que quizás iba en armonía con su forma de ser.

María del Carmen Vázquez Mantecón: Cohetes de regocijo: Una interpretación de la fiesta mexicana. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2017.264 p. Ils. (Historia general, 35).

No acabo todavía de imaginar que los toros, con todo el significado masculino que ostenta y alterado por valores machistas y hasta misóginos dejara lugar para una mujer inteligente, que supo enfrentar el riesgo, y además demostrar que no cedía un ápice en sus esfuerzos por demostrar su afición hasta los extremos ya vistos en esta pequeña retrospectiva inédita de su vida.

He aquí, amables lectores, una nueva y desconocida faceta de la Vicens, mujer ejemplar.

 

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CRÓNICA. HACIA LA OBRA PERFECTA, ACABADA.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 Corrida inaugural para la temporada 2017-2018 en la plaza de toros “México”. Julián López “El Juli” y “Joselito” Adame. Encierro de Teófilo Gómez.

“…signo triunfal sobre la arena

espacio iluminado por una estatua antigua”

De Cuerpo entre sombras.

Alí Chumacero.

   Leo con auténtica pasión tres libros al unísono: Pasa el desconocido de Alí Chumacero; Obra literaria, de Renato Leduc y Seguro azar del toreo de José Alameda. En los tres, la presencia de la poesía es su razón primordial. Lo característico en ese terceto es la obra perfecta, acabada y refinada a la que aspiraron estos poetas mayores. Y a pesar de sus muchas inconveniencias, pues al parecer este fue un síntoma que compartieron siempre, esa obra ya expuesta al lector, significaba haber alcanzado la perfección, sin más.

   Entre los diversos asuntos de que se ocupan, todo (o casi) se acomoda en el riguroso andamiaje de lo exacto del ritmo en el verso y la rima donde el arranque, desarrollo y desenlace de tercetos, cuartetos, décimas o sonetos, por ejemplo, nos conmueven dada su permanente búsqueda de lo perfecto, y bello por añadidura.

   Lectores pacientes: ustedes disculparán, pero la insistencia en “eso” que se considera como lo “acabado” puede significar un sacrificio espiritual por toda la vida.

   El terceto de grandes escritores y poetas es muestra suficiente que apremia en este caso para justificar que en los toros existe un principio para justificar hasta qué punto han llegado las aspiraciones de toreros que, como Julián López “El Juli” lo ponen en evidencia tras 20 años desde su presentación en Texcoco, en su inicial etapa novilleril. No puede negarse el grado de pureza alcanzado por el madrileño, pero también no pueden quedar ocultos algunos inconvenientes que son muestra de que lo suyo no ha tocado el borde de la cima, y más aún cuando tal circunstancia ocurre con ganado que, como los de Teófilo Gómez, significó, por un lado la notoria muestra de ausencia de casta y bravura, y por otro ese intento por una nueva confirmación de supremacía ante la afición mexicana que se quedó en buenas intenciones. No pueden negarse los buenos momentos en al menos dos de sus tres  intervenciones, pero que se derrumbaron ante aquella insistente terquedad que impone mandar y condicionar la presencia de ganado que supone, para el torero y su administración, así como para la empresa, “garantía de éxito”. Pero con lo visto ayer, pareciera que lo superado por los poetas impide a un torero de tales dimensiones ponerse también en ventajosa posición, pues si aquellos son estímulo para alentar el amor, por ejemplo, en el caso de Julián, las decepciones amorosas pueden ser, a modo de rima, bastante dolorosas.

   Y lo vimos con motivo de que el “mano a mano” sostenido entre Julián López “El Juli” y “Joselito” Adame se prestó a infinidad de suspicacias.

   El lleno no pudo ser, y no ocurrió, sobre todo en inauguración de temporada por la sencilla razón de que se trataba de un “mano a mano”, forzado, sacado de la manga, sin imaginación alguna y porque simple y sencillamente no existían razones de peso para montarlo, pues nadie como empresario, en su sano juicio se le ha ocurrido montar lo que normalmente sucede como fin de temporada: afirmar la competencia. Los toros anunciados volvieron a ser de nuevo el síntoma de la comodidad, de la ya traída y llevada “garantía de éxito” y miren el resultado.

   Hubo también un factor externo, un partido de futbol americano que pudo haber atraído la atención de sectores importantes. Otra influencia más son los precios, que han subido o al menos el valor de cada localidad ya no representa el valor de lo que pagamos, y que a cambio de ello recibamos falsas expectativas.

   Si las cosas deben hacerse bien, eso se nota desde el principio (la urgente reparación del reloj de la plaza es muestra de ello, o no “señora empresa”).

   Por lo tanto, quisiéramos una mejor representación de esa fiesta, aunque se ve que con esta empresa seguiremos en el “más de lo mismo” que sigue causando una muy mala, por no decir pésima imagen que habla del mayor de los desprecios para cumplir compromisos y responsabilidades.

   Y bien, para abreviar, debo decir que, en honor a la verdad, “Joselito” Adame pasó inédito, a pesar de sus esfuerzos, de su empeño en banderillar a ese inválido que fue el que cerró plaza y a todos esos intentos que no llegaron a ninguna parte. Lo peor es que la conexión con el público tampoco tuvo el efecto que deseaba y con ello el aguascalentense no logró escalar a donde quería.

   Si el “Juli” mostró parte de sus virtudes frente a COMPADRE, se superó con REBUJITO. En ambos, la economía de movimientos con el capote fue una muestra de que quiso, pero no pudo. Las dos versiones por chicuelinas, la antigua y la moderna, tuvieron efecto en los tendidos, aunque sin conmover. Y luego, el quehacer con la muleta dejó ver lo pulido en estilo, de su armonía en el temple y la contundencia en sus remates. Es una pena que el intento se diera, como ya sabemos, con dos ejemplares descastados. Varias series de muletazos, algunos de ellos sobrados de inventiva, dejaban ver la posibilidad de un triunfo seguro, mismo que pudo ser realidad en el primero, al que le cortó una oreja luego de una estocada en la que ya encontró el tranquillo apropiado para meter la espada. Si existe la suerte del “volapié”, Julián López la ha transformado en el “julipié”, lo que consiste en que al arrancarse para colocar el acero, arquea en particular forma el cuerpo, librando el riesgo, pero asegurando la ubicación de la espada, pues a ello ha dedicado su labor como “matador de toros”. Esa suerte adquiere una espectacularidad inusitada, de ahí que convenza a propios y extraños para garantizar el corte de apéndices que, como se sabe, son meras referencias estadísticas, pero que dan al torero el valor agregado de alcanzar la gloria. Con REBUJITO, no pudo ser, y con todo y la carga emotiva de esa faena, deja dos pinchazos y una habilidosa estocada que pusieron fin a ese episodio y en el que, curiosamente el toro, al sentirse herido pegó su última arrancada hacia las tablas donde prácticamente murió estrellándose en ellas. La ovación no se hizo esperar, e incluso no hubo inconveniente cuando Julián se arrancó a dar la vuelta al ruedo.

   Observé con atención que al público, ese público que cada vez es más nuevo simple y sencillamente no le gusta la suerte de varas. Como recordamos, el encierro, pasó con un puyazo o un piquete, suficiente dosis, mientras arreciaban las protestas por la presencia y la intervención de los piqueros. O se dan las enmiendas adecuadas, de conformidad con los tiempos que corren, o la tauromaquia, en tanto representación, pronto será incruenta. De igual forma es bueno poner atención en el momento en que culminaba la lidia del segundo ejemplar, al que después de lo que parecía una buena estocada por parte de «Joselito» Adame, se convirtió en el tormento de cinco descabellos. La sensibilidad brotó a flor de piel, y la gente, en unísona conmiseración, se negaba a que esta suerte se consumara. Estos factores, son de tomar en cuenta porque merecen ser atendidos directamente por los protagonistas, en aras de mejorar y poner al día las condiciones del espectáculo.

   Y como ya no se anuncia, ni aparecen fotografías del ganado que se lidia, aquí tienen ustedes las condiciones generales del encierro, mismo que tuvo de todo. Fue, como decimos en México, de «chile, dulce y manteca», aunque la ausencia de casta y bravura se dejó notar en la totalidad del mismo.

El Programa coleccionable, año 31 N° 1049, 1ª corrida. 19 de noviembre de 2017 (páginas centrales).

   Pudo ser notoria la presencia de muchos asistentes que, teléfono celular en mano, no dejaban de hacer el uso de tal herramienta de la modernidad. Sin embargo, parece que como distractor no deja de ser eso, precisamente un elemento que rompe con la posibilidad de que el o los asistentes pudieran introducirse del todo en el efecto misterioso causado por la tauromaquia. Sería interesante saber alguna opinión que venga precisamente de quien hoy día vive unido, como una extremidad más, no solo al alcance de ese instrumento, sino entender en qué medida se genera o no la disuasión que, a mi parecer, perturba la esencia de esas especiales condiciones para ser blanco del asombro, sin más.

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SOBRE LA PRIMERA ENTREVISTA REALIZADA A UN TORERO EN MÉXICO.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 

UNAM. Hemeroteca Nacional Digital de México. El Nacional, 3 de julio de 1887, p. 2 y 3.

    Acaba de presentarse Conceptos taurinos. Explicados por los protagonistas, esfuerzo editorial de mi buen amigo Jorge Raúl Nacif Goddard, a quien desde aquí le envío sincera felicitación, dada la naturaleza de los tiempos que hoy día se desarrollan por, para o en contra de los toros. Siempre un libro es una bocanada de esperanza.

   En los muchos años de estudiar la tauromaquia mexicana, puedo afirmar que la entrevista realizada por un repórter a Ponciano Díaz, en julio de 1887, puede considerarse como la primera aparecida en nuestro país. Fue en El Nacional, publicación precursora de la prensa moderna, donde se muestra este buen ejemplo. Por tratarse de una auténtica rareza, la comparto a todos los visitantes en “AlToroMéxico.com”, con objeto de que conozcan a quien fue en su momento un auténtico “ídolo”.

   Como se sabe, la entrevista es un género periodístico que puede matizarse con interesantes elementos literarios, lo que da un toque especial a estos acercamientos íntimos, personales o profesionales.

   Se trata de un testimonio periodístico de la época, acompañado por un grabado, probablemente elaborado por Manuel Manilla o José Guadalupe Posada, en el que se observa a Ponciano Díaz de frente, en el acto del brindis, con la montera en la mano diestra, y muleta y espada en la siniestra. Su rostro es una muestra de confianza y serenidad. Puede notarse en él la presencia de una figura más bien corta.

EL REY DE LOS REDONDELES MEXICANOS. PONCIANO. ENTREVISTADO POR EL NACIONAL. LA VIDA Y EL HOGAR DEL CÉLEBRE TORERO. SUS OPINIONES. ASUNTOS DE LA PROFESIÓN.

    Un repórter de El Nacional llamaba ayer a la puerta de una modesta habitación que lleva el número 2 en la casa número 6 de la calle de Nuevo México, con objeto de tener una entrevista con esa personalidad simpática que es hoy el ídolo del pueblo en los redondeles de toda la república: PONCIANO DÍAZ.

   Un joven moreno, de tez limpia, bajo de cuerpo, cabello negro rizado, bigote castaño, mirada apacible, facciones regulares y llevando un traje cheviot, de cuadritos cafés y blancos, con un correcto jacket abotonado hacia arriba y dejando ver sobre el chaleco una modesta leontina de oro, salió a abrir. Se hubiera dicho que era un artista del pincel o del teclado, un amateur de la pintura o de la música, tal era su aspecto de dulce y reposado, tal era su traje de sencillo y elegante. Y sin embargo, aquel joven era PONCIANO.

   Grande fue la sorpresa del repórter ante aquella personalidad que no hería por cierto la imaginación con la figura de cromo del chulo o del matador.

   Aguardábase el visitante ser recibido por un majo de rapado rostro, cabellera de coleta enroscada sobre el cráneo, pantalón ceñido a la cintura por ancha banda roja que se destacase sobre un abierto chaleco que deja ver una escandalosa pechera de camisa llena de olancitos y de alforjas; y por último, una chaquetilla corta de paño negro orlada de cordones y alamares y dentro de ella una gran navaja de Albacete, de esas que dicen “sirvo a mi dueño”.

   Nada de eso.

   Nuestro PONCIANO es torero, pero no majo; es valiente, pero no fanfarrón; es correcto, pero no presumido.

   Para cualquiera que encuentre en la calle a ese joven de baja estatura vestido como todo el mundo y sin ir contonéandose con ese aire especial del chulo que va diciendo “aquí voy yo”, será cosa imposible el poder decir: “ese es un torero.

   Su hogar es tan modesto como su persona. En los momentos en que nuestro repórter penetró a la pieza que da inmediatamente a la puerta de entrada, había en ella cuatro o cinco personas visiblemente ocupadas en preparar la corrida de toros de esta tarde, sellando boletos, firmando, empaquetando, recontando, etc., etc.

   PONCIANO con un ademán cortés indicó al repórter que se sentara, y éste, sin perder tiempo y al estilo americano, le indicó que deseaba vivamente entrevistarlo.

   -Estoy a sus órdenes, respondió PONCIANO.

   -Desearía que me diese vd. algunos datos acerca de su vida.

   -Con mucho gusto, dijo él, y se paró para tomar un librito de apuntes personales y recortes de periódicos.

   Mientras PONCIANO registraba en el bufete, la mirada indiscreta del repórter fue inventariando todo cuanto lo rodeaba en aquella habitación para decir a ese eterno curioso-impertinente que se llama el público, en dónde y cómo vive el rey de los redondeles mexicanos.

   La pieza en que PONCIANO recibe es una habitación como de 7×7 varas, de alto techo, empapelada con un tapiz claro, con una ventana de reja que da a la calle mirando al Sur, una puerta vidriera que da acceso a la pieza misma, otra puerta frente a la de entrada que comunica con las recámaras y piezas interiores, y por último, otra más que hace frente a la ventana. Al entrar, inmediatamente a la derecha se ve un escritorio cargado de papeles y coronado por unas tres decenas libros, entre los cuales descuellan los más célebres tratados de tauromaquia. Fijo en la chambrana de la puerta se ve muy buen termómetro de puro cristal, y en el muro, haciendo frente al que escribe, está un reloj suizo, de madera, coronado por un gallo negro. En la pared que hace ángulo con ésta se ve otro buen reloj de pared, de gran tamaño, encerrado en su caja de madera y cristal. Al lado opuesto, sobre el mismo muro, hay un recuerdo de la Exposición de Nueva Orleans, que PONCIANO visitó, y es un grabado que representa los edificios de la gran feria. Respaldado a la pared oriental hay un mueble que es casi desconocido en México a pesar de su utilidad notoria: es un folding-bed americano, o sea un lecho de doblar, que cerrado presenta el aspecto de un ropero. Los que no hayan estado en los Estados Unidos no conocerán jamás lo que es aquel ropero de apariencia.

   Haciendo pendant al folding-bed hay un ropero efectivo con grande luna francesa. En el costado restante se ven: una Magdalena al óleo, sobre el marco de la puerta, una Carta Orohidrográfica de la República Mexicana (1879-García Cubas), y un precioso crayón que representa la Plaza de Toros de Marfil en Guanajuato, en la cual se ve a PONCIANO de frente, capa en mano, asistiendo a un peligroso incidente de un picador. Este estudio al lápiz es una joyita artística y primorosa que está firmada Bibriesca. El mobiliario de la pieza, además de lo mencionado, consiste en un sofá y dos sillones forrados de verde; cuatro o seis sillas amarillas de bejuco, un veladorcito de mármol blanco con pies de metal, de forma ovalada; una mesita redonda de lámina de fierro, con su tripié de doblar, y una columna en un ángulo de la pieza, sobre la cual descansa un jarrón sustentando cuatro o seis banderillas viejas y maltratadas que probablemente tendrán recuerdos gratos para PONCIANO. La alfombra de tripe, fondo blanco, con flores encarnadas ya descolorida por el uso y por el tiempo. No hay cortinas ni objetos de ostentación de ninguna clase. Todo allí revela una modesta aisance y nada más.

   Cuando PONCIANO volvió con sus apuntes, el indiscreto repórter había concluido su atrevido y minucioso inventario.

   Compendiemos aquí, en unas cuantas líneas, lo que dicen esos apuntes, completados por las noticias que nos suministra el Sr. Juan C. Ramírez, grande y sincero amigo de PONCIANO:

   PONCIANO DÍAZ GONZÁLEZ, nació en la hacienda de Atenco el 19 de noviembre de 1858 (sic),[ N. del A.: Aclaro que la fecha de su nacimiento ocurrió el 19 de noviembre de 1856 y que la “cuna” hoy día, se la atribuyen hasta seis sitios, a saber: Tepemachalco, Santa Cruz Atizapán, San Juan la Laguna, Zazacuala, la Vaquería, -dos de los anexos de la hacienda- y “la covacha”, pequeño cuarto que se encuentra a la entrada del casco de la hacienda de Atenco, donde eran atendidas las mujeres durante el parto.] siendo sus padres D. Guadalupe Díaz González y Doña María de Jesús Salinas. La señora su madre es la única que le vive, y PONCIANO tiene hoy ella una reverencia, un amor, una idolatría que rayan en fanatismo. Por ella vive, por ella trabaja, por ella quiere nombre y fortuna, por ella no ha pensado jamás en contraer matrimonio pensando que al casarse tendría que separarse de ella. PONCIANO, en una palabra, es un hijo modelo, y esa circunstancia le ha traído quizás las bendiciones de la Providencia y el respeto y el cariño de cuantos lo conocen.

   PONCIANO no recuerda cuándo se vio por vez primera enfrente de un toro. Como una memoria vaga refiere que apenas comenzaba a andar cuando su padre, que era un charro completo, lo llevaba a las corridas semanarias que se hacían en la Hacienda de Atenco, en que estaba empleado, y se servía de él, tomándolo por las arcas, para sacarle vueltas al toro como pudo servirse del trapo de brega. Este prematuro aprendizaje, quizás demasiado prematuro y un tanto rudo, familiarizó a PONCIANO de tal manera con los toros, que sus primeras carreras las dio ya en el redondel, mezclándose a los muchachos de la hacienda que continuaban sus diversiones semanales. Apenas en la pubertad fue ya un torero hecho y derecho, y bajo la dirección y en compañía de los Hernández [Tomás, José María y Felipe Hernández, que también vivieron en la misma hacienda] vistió en el mismo Atenco por primera vez la roja chaquetilla y el calzón corto del torero.

   En 1878 apareció, al fin, en una plaza pública, en Tlalnepantla, en la cuadrilla de los Hernández, siendo aplaudido por su valor y su destreza que parecían extraños en aquel joven que era casi un niño.

   De Tlalnepantla pasó a Puebla, contratado por el inolvidable Bernardo Gaviño que fue siempre para él un amigo cariñoso y un maestro asiduo, y después de seis meses de trabajar en su compañía, teniendo la espada de alternativa con el viejo campeón español, se vio obligado a aceptar la dirección de la cuadrilla que trabajaba en Puebla, inaugurando su carrera de Capitán en dicha ciudad el 13 de Abril de 1879, que fue domingo de Pascua, habiendo sido sus padrinos los Sres. Quintero y Aspíroz, y alcanzando en aquella fecha, célebre para él, un triunfo que le será difícil olvidar mientras viva.

   No es nuestro ánimo hacer la biografía de PONCIANO en este artículo: por lo mismo nos limitaremos a recordar que entre los golpes que ha recibido no cuenta más que una herida, bastante profunda y bastante grave, que recibió en Mayo de 1883 en la plaza de Durango, mientras ejecutaba su suerte favorita de banderillar a caballo, en la que no tiene rival en la República. Sin embargo de la gravedad de esa herida, a los quince días ya estuvo en aptitud de presentarse de nuevo al público.

   ¿Cómo se ha formado la inmensa popularidad que hoy le rodea como una aureola?

   ¿Qué progresión ha seguido su gloria para llegar hasta el delirio que hoy siente el público taurófilo por PONCIANO?

   No estamos bastante imbuidos en ella para detallarlo, y además nos faltan tiempo y espacio.

   Pero bástenos asentar el hecho: PONCIANO es el semi dios de las masas, es el prototipo de todo lo grande para el pueblo.

   Si un día faltara el Arzobispo de México y se llamase al público que va a los toros para elegir Arzobispo, el Arzobispo sería PONCIANO.

   Si en las elecciones presidenciales se dejase el voto en manos de los que deliran con los redondeles, PONCIANO sería presidente.

   Si un día se tratase de derribar el sistema republicano y erigir la monarquía en México, ya veríamos a miles de admiradores del joven diestro proponer al pueblo el nombre de PONCIANO I para el trono.

   ¿Lo dudan vdes?…

   Pues se conoce que no han visto a una muchedumbre delirante quitar las mulas que tiraban del coche que conducía a nuestro héroe el día que iba a ver la primera corrida de Mazzantini en Puebla, y pegarse por centenares a aquella carroza para arrastrarla triunfalmente por las calles hasta ponerle en un cuarto del Hotel de Diligencias, mientras lo aclamaban con un entusiasmo febril.

   Se conoce que no han visto las ovaciones que se le hacen donde quiera que alguno que lo conoce dicen a los transeúntes: ¡Allí va Ponciano!

   Si un hombre puede llegar al colmo de la popularidad, PONCIANO es ese hombre.

   Interrogado por el reporter de El Nacional acerca de ciertos puntos, dio contestaciones que condensamos aquí por falta de espacio.

   PONCIANO cree que los toreros españoles que hemos visto en México no son la última expresión del arte de Pepe Hillo. Él dice que ha leído en las tauromaquias preceptos y reglas a que no se ajustan siempre los lidiadores que él ha visto, que por cierto son muchos. Agrega que su juicio es inseguro en este punto porque generalmente le ha tocado presenciar corridas con toros malos en que los toreros españoles no han podido lucir.

   Respecto de ganado, opina que en México hay toros tan grandes, tan buenos y tan boyantes como en España misma; pero cree que la avaricia y el interés mal comprendido de los ganaderos, hacen que presenten como buenos 80 toros de cada cien, cuando en realidad no hay sino veinte. En España, dice, los criadores de toros no sacan a la lidia sino veinte de cada cien, y por nada en el mundo entregarían un toro en malas condiciones para la lidia. Esto cimenta el crédito de los de la Península al par que mata el de los nuestros. Cuando los hacendados vean el perjuicio que se causan con pretender salir a precios altos de sus toros malos, los ganados mexicanos cobrarán la fama a que son acreedores.

   PONCIANO tiene vivos deseos de ir a España, pero cree que los absurdos rumores circulados cuando el desagradable incidente de Mazzantini, lo pondrían en una posición muy difícil en la península, lo que siente sobremanera.

   Algunas otras apreciaciones menos importantes oímos de labios del primer diestro mexicano, pero por ahora y sin hacer el panegírico de la profesión que ha abrazado, por estar ella contra nuestros principios, cumplimos con el deber de fotografiar en El Nacional a toda persona que se distingue, y no avanzaremos hasta cerrar este artículo saludando en PONCIANO al buen hijo, al hombre trabajador, y al diestro a quien la popularidad aclama y el cariño general eleva un pedestal de gloria… tauromáquica.

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TRASLACIÓN DE LA IMAGEN DE SANTA ANA CON OBJETO DE CURAR A “JOSELITO” HUERTA, Y LA SEMEJANZA CON UN EX VOTO.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 

Heraldo de México, en su edición del 24 de diciembre de 1968. Col. del autor.

Miguel Espinosa “In Memoriam”

   “Joselito” Huerta fue herido gravemente el 30 de noviembre de 1968 por “Pablito” de Reyes Huerta en el ruedo de la plaza de toros de “Cuatro Caminos”. Aquella tarde, alternó con Eloy Cavazos –quien salió a hombros- y Sebastián “Palomo” Linares que cortó una oreja en el de regalo.

   Conforme avanzaban las horas y los días, el paciente no se recuperaba como era de esperarse, pues la cornada había hecho destrozos importantes en la zona del vientre, temiéndose por su vida.

   La prensa por entonces, no dejaba de publicar cuanto podía obtener en información por parte del cuerpo médico que lo atendió, estando al frente del mismo los doctores Javier Campos Licastro, Javier Ibarra Jr., José y Tirso Cascajares. Los días más complicados los pasó en el Sanatorio de las Américas, donde la recuperación fue lenta, muy lenta.

   Fue como al mediodía del 23 de diciembre siguiente que, entre las muchas visitas que acudieron con intención de saludarlo, se encontraba la señora María Isabel Calderón, quien hizo viaje desde Santa Ana, Jalisco, portando la imagen de la virgen que allí se venera, para acercarla al herido… La dejó en la habitación que ocupaba el diestro y para el 24 prometió recogerla para emprender el regreso y restituirla al pedestal que le corresponde en el santuario de aquel lugar.

   Una imagen como esta, sólo podría encontrarse en un ex voto (representación de un milagro donde se agradecen los favores de quien ahora recuperado por alguna enfermedad, por ejemplo, plasma o manda plasmar en una pintura la escena que recrea el pasaje, mismo que podría rayar en lo extraordinario, el cual se hace acompañar de una breve descripción, el cual pasa a colocarse posteriormente al pie de la imagen religiosa a quien se encomendó). Pero también en aquellas otras escenas que ocurrieron y siguen ocurriendo cuando la tragedia está presente. Me refiero a las “traslaciones” de imágenes religiosas, desde las iglesias donde son veneradas hasta los sitios mismos donde una catástrofe, un cataclismo, sequías o la presencia de epidemias, causaban o siguen causando mermas importantes en alguna población.

   Desde la primera traslación, la del Corpus en 1565, y que luego se hizo toda una tradición, no faltaron a su alrededor la presencia de reliquias, o la disposición que gremios y cofradías hicieron para desplazar otras imágenes religiosas tan célebres como la virgen de los Remedios, por ejemplo. A su paso, independientemente del propósito que se perseguía, no faltaron las fiestas profanas y paganas para elevar el nivel de importancia que el hecho a contener representaba en esos momentos. Y las procesiones entonces se engalanaban aún más o sufrían el rigor de una tormenta al llegar a las poblaciones afectadas.

   Frente a la desgracia, aquella singular presencia de bulto, que con su ostentosa representación a cuestas generaba el particular momento en que todos los creyentes levantaban a una sola voz la clemencia respectiva, esperando que el “milagro” se produjera. Los “Diarios de Sucesos Notables”, como los escritos por Antonio de Robles, Gregorio Martín de Guijo, Arcadio Pineda o Bartolomé Rosales, dan cuenta de aquellos acontecimientos entre la tristeza o la felicidad, pues lo mismo continuaban los acechos de aquellas tragedias que se producía justo el esperado momento en que la tragedia se dispersaba y entonces ese cambio se convertía en la poderosa construcción de un “milagro”.

   Así que cuanto puede observarse en la fotografía que hoy comparto con ustedes, es fruto de aquellas profundas creencias de las que quedó permeada nuestra cultura en interesantes como complejos mestizajes de tres siglos coloniales.

   Estoy convencido de que, al margen de nuestra emancipación, iniciada en 1810 y declarada como tal once años después, tres grandes influencias quedaron y siguen presentes en el imaginario colectivo mexicano. Me refiero a la religión católica, al burocratismo que adquirió incómoda presencia desde los tiempos de Felipe II… y las corridas de toros.

   Así que doña María Isabel Calderón, una mujer del pueblo que respondió a la tragedia que vivía en ese entonces uno de los toreros de mayor fama en nuestro país, no dudó un solo momento para hacer el viaje, de Jalisco a la ciudad de México y cumplir en esa forma con el apoyo espiritual que significó poner a la vera de “Joselito” Huerta la imagen de Santa Ana.

   El de Tetela de Ocampo, sonrió ante aquel gesto, y hasta podríamos decir que, en buena medida recobró la salud que entonces faltaba para que pocos días después saliera por su propio pie del hospital. De hecho un primer intento ocurrió el 11 de diciembre anterior, pero complicaciones inesperadas lo obligaron a internarse, presentándose de nuevo un estado de gravedad en su salud.

   José tuvo que anunciar más tarde su retiro, y sólo volvió a los toros después de tan grave percance hasta el 26 de octubre de 1969. La despedida definitiva se llevó a cabo en la plaza de toros “México” la tarde del 23 de enero de 1973.

   Todavía vivió entre nosotros hasta el 11 de julio de 2001 y se recuerda en él su hombría, su gran valor y esa sencillez implacable que se dejó notar incluso en una frase que él mismo pronunciaba con frecuencia: “de algo se tiene que morir uno”. Y aunque sencilla u obvia en su contenido, sería insuficiente para responder ante el que fue uno de los toreros más importantes durante la segunda mitad del siglo XX. Valiente como el que más, tuvo a cambio una larga lista de percances y cornadas que poco a poco mermaron sus facultades. Un aneurisma se convirtió desde 1971 en el verdugo y, ante la dimensión del mal, fue que decidió retirarse, como ya quedó indicado en 1973. Para no irse “nada más así porque sí”, le cortó las orejas y el rabo a “Huapango” de José Julián Llaguno en la plaza de toros “México”.

   Toda esta historia, podría escribirse al pie de la imagen que representan doña María Isabel Calderón y José de la Paz Huerta Rivera, y que la figura de Santa Ana termina por darle el toque al ex voto que, en imaginario altar, quedará colgado para perpetuar tan interesante como curioso episodio.

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