Archivo mensual: noviembre 2015

LOS TOROS y LA «UNESCO».

EDITORIAL. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

(…) No: la fiesta de toros nada tiene que ver con la monótona esclavitud de la masa uniformada. Tiene, sí, sus cánones inmutables para el vestido y la actitud, para la acción y para el gesto. Pero esas reglas son tan majestuosamente severas y tan suntuosamente libres como lo es la liturgia: rito en el que se funden armoniosamente lo colectivo y lo individual, el pueblo y la persona, sin mengua de ninguno y, por lo contrario, en rica unidad de expresión que transfigura al individuo y ennoblece al conjunto.

   Todo, en los toros, es exaltación de la persona. Un hombre –el hombre- se enfrenta a una fiera sobre la arena de las hazañas. Un hombre que va a defender su vida y su dignidad de las acometidas del instinto y de la muerte; pero –condición esencial de nuestra hispana fiesta- esa defensa no ha de ser ni un vulgar escapa, ni una escaramuza hábil. Ha de ser una defensa preñada de un exacto sentido del rigor de la regla y de la dignidad de la belleza; una defensa en la que no sólo se salva el bienestar de la piel y la integridad del cuerpo, sino en la que esa fisiología rescatada sirva de peana al salto triunfal del espíritu. Porque en la fiesta de toros no aceptamos la seguridad sin belleza, la habilidad sin arrojo, la vida sin verdad. Y no lo admitimos, porque la fiesta de toros es la fiesta del hombre; y creemos que el hombre que se resigna a dejar la belleza y el valor y la verdad a cambio de la hábil tranquilidad o del escamoteo sin riesgo, ha dejado de ser hombre.

   Precisamente si nosotros glorificamos a nuestros toreros hasta extremos que pueden parecer exagerados a la observación extraña; si hacemos de ellos figuras cuajadas de gloria y abrumadas de renombre no es sólo porque nuestros toreros sean valientes, bizarros y fotogénicos. Es por otra cosa más alta: porque en ellos encuentra un símbolo de la certera visión de nuestros pueblos. Y así, el torero es símbolo de verdad porque su gracia y su arte han sido probados en el lindero mismo de los cuernos que hieren; símbolo de lucha, porque el torero triunfa cada tarde sobre todas las acechanzas de la bestia –esa misma bestia que en el pecho de cada hombre libra a todas horas la batalla que sólo acaba con la muerte-; símbolo de exaltación personal, porque en el torero lo que vence no es su destreza manual o la agilidad de sus piernas –meros instrumentos de más alta victoria-, sino que son el afán de belleza, de creación y del propio cumplimiento los que ganan la ruda pelea. Es, en fin, el torero, símbolo del espíritu que humilla a la materia; de la razón de derrota al instinto; del pensamiento que sojuzga y rinde el embate de lo irracional; ¡grande orgullo de nuestros pueblos el poder tener y el poder vivir cada tarde en las plazas de toros esta luminosa y vigorizante representación del drama del hombre!

   Vigorizante, sí, porque en cada minuto de la corrida de toros se aprende esa lección del más sabio y más humano valor: para conquistarlo todo, hay que estar dispuesto a dejarlo todo. Para alcanzar lo que no se tiene, hay que estar listo a arrojar en cada instante lo que se tiene. Para conquistar la vida, hay que saber mirar la muerte. Ni son posibles las componendas entre la vida y la muerte, porque de ello no nace sino algo que no es ni una cosa ni otra –la agonía-, ni puede haber acuerdo alguno entre la bestia y el hombre porque la componenda iguala al nivel del inferior. Y así, la bestia no alcanzará la razón del hombre y en cambio el hombre se nivela al ras del apetito y del instinto.

   Y son entonces los toros una de las más bellas manifestaciones de uno de los mejores rasgos de nuestra raza: su amor a la claridad, a la precisión, a la definición. Su repugnancia por la confusión; por todo lo que es turbio y diluído. Sol y sombra; bronca y ovación; hombre y bestia; espíritu y materia; vida y muerte. Tales son los términos entre los que se planta la fiesta de toros. Y la existencia toda de nuestros pueblos, tan ajena a la gris uniformidad de la masa y a la niebla de la componenda.

SINAFO_28127

Instituto Nacional de Antropología e Historia, Sistema Nacional de Fototecas. Carlos Septién García. Catálogo: SINAFO-28127.

   Luego de haber leído estas espléndidas notas, que ni por mucho alcanzaría a concebir este servidor, lo único que queda es justificar en toda su magnitud al autor de las mismas. Y es que no puede ser otros que Carlos Septién García, “El Tío Carlos”, autor de memorables crónicas y escritos, sabedor de que tener una pluma en ristre era para desplegar un caudal de conocimientos y virtudes ligadas a un personaje cuyo bagaje cultural y universal era basto.[1] Combinado ese privilegio con su buen hacer y decir, es que don Carlos, puede decirse, se adelantó a su tiempo, y al traer hasta aquí un texto publicado en 1947, parece llegar en unos momentos donde se necesita aliento y razón para justificar lo profundo en toda esa suma de significados que posee la tauromaquia, justo cuando personajes como Jordi Savall, que además de estar convertido en ciudadano del mundo, aprecia como un luchador desde la trinchera musical confesando que “Desde hace décadas me dedico a hacer tomar conciencia a través de la música. Es el único camino que nos queda. Soy consciente también de que la gente, cada día, vive sus conflictos. Guerra, desempleo, desahucios, no poder acceder a según qué estudios”.

Jordi Savall

Jordi Savall. Disponible en internet, noviembre 30, 2015 en: https://www.google.com.mx/search?q=jordi+savall,+todas+las+ma%C3%B1anas+del+mundo&espv=2&biw=1920&bih=949&site=webhp&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0ahUKEwiYiJWo_LjJAhVG7WMKHTPUDEoQ_AUIBygC#imgrc=ENIAFiMFQfRzNM%3A

   Y luego va más allá este genial intérprete catalán de las músicas antiguas al señalar que “Vivimos en una espiral dentro de un mundo cada vez más tecnológico y globalizado. Los centros de poder se alejan cada vez más del alcance del ser humano y de lo esencial nadie se ocupa. Durante años, pensamos que la democracia era el mejor de nuestros sistemas. Pero cuando las estructuras económicas superar al poder político, todo eso se debilita. ¿Quién manda en Europa? Esa pregunta late en movimientos como el 15-M, la Grecia que ha elegida a Syriza o el independentismo catalán. La gente toma conciencia para intentar volver a sujetar las riendas. La distancia se agranda, la brecha entre ricos y pobres también, y quien decide nuestros destinos no es aquel interesado en el bienestar general. Necesitamos un nuevo humanismo. Devolver al hombre al centro de la preocupación”.

   Volver al “centro de la preocupación” que no es otra cosa que un despreciado origen de las cosas, ese de donde partimos como seres humanos y hacia dónde vamos. Pero no se puede tener una visión clara del presente si no nos preguntamos en qué medida hemos sido capaces de ser lo que somos si antes no entendemos que esa formación tomó siglos de preparación en donde cohabitaron conflictos de toda índole, cruce de culturas y que hasta nuestros días siguen generando conflictos, muchos de ellos tan profundos que sólo pueden entenderse en fenómenos tan fuertes como los inmigrantes, por ejemplo.

   Por todas estas razones, donde pluma y pensamiento de un Carlos Septién García hoy recuperado aquí, gracias a uno de sus textos esenciales, que junto a la visión real de ese gran intérprete, como lo es el director de Hespèrion XXI, la Capella Reial de Catalunya o Le Concert des Nations hacen que lo anterior se convierta en una bocanada de aire fresco, un recordatorio entre la convivencia habida entre el pasado y la realidad del presente. Sin ambos elementos es posible que se pierdan de vista una serie de valores indispensables en un momento que no solo tiene que ver con la defensa, legítima o no de ese espectáculo que acumula diversas representaciones rituales, sino también de los riesgos que implican los dictados que esa modernidad impone, pues como reafirmaba –y de nuevo Jordi Savall-: “Hay algo que no debemos olvidar. Dentro del mundo globalizado es importante conservar raíces. La lengua, la identidad. No va en contra de nadie. Hablamos de la organización, de la gestión de tu herencia cultural”,[2] y eso creo es lo que hacemos hoy día los taurinos, reforzados por “armas cargadas de futuro”, como el genial escrito del “Tío Carlos”, tal cual lo expresaba Gabriel Celaya en ese verso universal salido de su profunda inspiración.

30 de noviembre de 2015.


[1] SEPTIÉN GARCÍA, Carlos (seud. “El Tío Carlos – El Quinto”): CRÓNICAS DE TOROS. Dibujos de Carlos León. México, Editorial Jus, 1948. 398 p. Ils., p. 329-331.

[2] El País Semanal, N° 2044, domingo 29 de noviembre de 2015,  p. 28-32. Entrevista realizada por Jesús Ruiz Mantilla al músico e intérprete de música antigua, de origen catalán pero ante todo, universal.

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SILVERIO PÉREZ y “TANGUITO”, SIN EUFEMISMOS. (III).

FIGURAS, FIGURITAS y FIGURONES. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Uno de los primeros testimonios de que dispongo, es la crónica escrita por Pedro de Cervantes y de los Ríos, en La Lidia. Revista gráfica taurina, N° 11, del 5 de febrero de 1943. Aquí tienen ustedes el texto:

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   Ahora, realicemos la segunda lectura, la que va al fondo del asunto, para entender a detalle lo que el autor de Diez Lustros de Tauromaquia, así como de La oreja de oro, novela de este autor de origen español, llegó a escribir en torno al hecho de nuestro análisis. Don Pedro, a lo que parece, decidió establecerse en México desde finales de la segunda década del siglo XX y hasta su muerte, de cuya circunstancia no tengo por ahora ninguna noticia.

   Sin distraerme en el quehacer de “Armillita”, que triunfó con “Clarinero” y donde Antonio Velázquez quedó apabullado por las hazañas de sus alternantes, voy al meollo del asunto. Dice Cervantes y de los Ríos sobre Silverio:

   Los miles de aficionados que concurrimos al último festejo en el coso de la Condesa, no salimos defraudados; al contrario, jubilosos y emocionados, pues presenciamos una vez más las grandes proezas del maestro de Saltillo y constatamos el genio del texcocano, que cuando se inspira ante los bureles nos deleita con su arte supremo que se antoja una quimera, porque escapa a la realidad, como una cosa increíble, quedando en nuestra imaginación por días, semanas y meses el recuerdo de lo realizado por este torero sin igual.

   Esto fue la corrida del domingo pasado: Maestría, Genialidad y Valor. Inolvidable será esta función por lo rica en matices grandiosos que nos deslumbraron, sobre todo cuando el Papa Silverio se recreaba y nos recreaba con su arte tan hondo y tan suyo.

   ¡Vaya manera de torear con capote y muleta!

   ¡Señores, es que no se puede pedir más!

   La plaza entera trepidaba en un frenesí de entusiasmo y yo, que no podía aplaudir porque escribía mis notas, pude apreciar mejor ese arrebatamiento de las masas cuando, ebrias de gozo y entusiasmo, gritaban a voz en cuello ¡Torero! ¡Torero!

   Antes que analizar el suceso, conviene revisar la opinión del cronista, quien destaca la actitud multitudinaria que desquiciada, respondía ante aquel prodigio, el que Silverio “formó” en el quinto de la tarde, hasta el punto del arrebato. El de Texcoco era ya, en esos momentos, un torero que había conseguido llegar a las fibras más sensibles del gusto popular, si para ello ya contaba en su haber con varias faenas anteriores a esta, tan notables. Sin embargo, quedaron superadas por lo realizado el 31 de enero de 1943, hasta convertir aquello en la cumbre del que para entonces era todavía un corto camino, al que vendrían a sumarse tantas y tantas faenas más, inscritas bajo el sello de lo “mexicano”.

   Con su primero,

prendió el entusiasmo con unos lances al natural prodigiosos y siguió en ese mismo plan arrollador instrumentando un monumental quite por chicuelinas, lentas, majestuosas, inenarrables. Con la ballesta dobló al buró cerca de las tablas y, cambiando después de terreno, ejecutó derechazos por alto y por abajo, que no pueden merecer otro adjetivo sino el de cumbres. Después de esto, también le vemos el terno manchado de sangre. Continuó su trasteo con pases llenos de emotividad y torerismo, para terminar con dos pinchazos y un sartenazo que surtió sus efectos mortales.

   Es decir, que con “Bullanguero” habría sido suficiente para salir de la plaza en olor de santidad, a pesar del incordio de la espada. Sin embargo, por las notas aquí expuestas, se puede entender que lo hecho por Silverio fue un auténtico prodigio, el cual superó cuando salió el quinto de la tarde y que se llamó “Tanguito”. Veamos.

   En su segundo, de nombre Tanguito, no pudo acomodarse con el percal y nada le vimos a excepción de una sola verónica, la primera. Y viene lo grande: Silverio, con el refajo en la diestra mano, vuelve a caldear los tendidos, pero esta vez para ponerlos al rojo blanco con unos muletazos de asombro, pases de maravilla, a cámara lenta, interminables, soberbios. En la arena se ven toda clase de prendas de vestir, la plaza entera cruje en delirantes espasmos. En esos momentos Silverio se tiró a matar dejando el alfanje tendencioso, por lo que tuvo que descabellar acertando al primer empujón. Los tendidos se nublaron al bullir los pañuelos y en medio de aquel frenesí se le concede la oreja y el rabo del bicho, cuyo cadáver también merece el honor de la vuelta al anillo y otra vez vemos salir al ganadero en compañía de los tres matadores.

   Hasta aquí las notas de don Pedro de Cervantes. A 72 años vista, intentar un ejercicio donde se busca que trascienda la imparcialidad es harto complicado, pues es y será solo a través de estas notas, las que iremos encontrando de aquí en adelante, las que nos permitan comprender la dimensión del suceso que ya lo decía al principio del presente ensayo, se convirtió en un parteaguas. Conforme nos vamos dando cuenta de la realidad, aquello también fue un paradigma. Sin embargo, es obligación del historiador encontrar una nueva interpretación de aquel capítulo y entender los hechos del pasado a la luz del presente, con objeto de reencontrarnos con eso que “todo aficionado” suele convertir en referencia. Pero también en lugar común, con riesgo de que se contamine de ese velo con el que suelen magnificarse asuntos en los que por esa presencia indeseable, se pierde la esencia de una verdad sin más. Por eso es que lo de Silverio y “Tanguito” merecen atención aparte.

   El recuento de Cervantes queda reducido a una emotiva circunstancia de conjunto sobre la que fue labor del de Texcoco, sin ir más allá de anotar lo destacado, que no fue mucho con el capote, pero sí con la muleta, de lo cual apenas tenemos ese párrafo esencial y de conjunto sobre su faena muleteril. ¡Así habrá sido!, pues a pesar del remate inesperado del pinchazo y un descabello, la obra fue merecedora de lo que entonces estipulaba el reglamento en vigor: Oreja y rabo… ¡Casi nada!

   En esa historia de lo inmediato, de pronto uno queda limitado a dar sus primeras impresiones, pero conforme los hechos se diluyen en el siguiente episodio, que es la historia a distancia, uno dimensiona la realidad en su exacta condición, con lo que de ese primera impresión apenas fue posible que Cervantes hilvanara tan emocionados testimonios, sin alcanzar a comprender que se construía una caja de resonancia la cual y hasta hoy, sigue retumbando.

CONTINUARÁ.

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DESPEDIDA DE MANUEL HERMOSILLA.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

   Manuel Hermosilla se despidió de la afición mexicana el 9 de abril de 1905 (aunque el retiro definitivo ocurriría hasta el 26 de junio de 1910 con toros de D. Rafael Surga), hecho que ocurrió en la plaza de toros “Chapultepec”. Había nacido en Sanlúcar de Barrameda el 14 de enero de 1844, y vino a nuestro país en 1868, justo en los días que estaba vigente la prohibición impuesta a las corridas de toros en la capital del país, desde finales de diciembre de 1867. Algunas de sus primeras incursiones sucedieron en Veracruz, al lado de José Ponce. Al reanudarse la actividad taurina, esto a partir de 1887, Hermosilla toreó con bastante frecuencia y consistencia en diversos ruedos de nuestra república. Llegó el momento en que, a los 61 años de su edad, firma el contrato postrero, enviando a través de los carteles el siguiente mensaje:

   El matador de toros Manuel Hermosilla, que mató su primer toro en la República Mexicana el año de 1868, con el matador de toros José Ponce, al decidirse abandonar por completo su peligrosa carrera, y teniendo con el público mexicano una gran deuda, la de las francas muestras de simpatía, no ha reparado que su despedida sea para este inteligente público.

   Al mismo tiempo hace constar su agradecimiento a todos sus compañeros quienes se han prestado incondicionalmente a tomar parte en su corrida de beneficio y despedida, sin fijarse en detalles que pudieran ser calificados. Hace extensivo su mayor agradecimiento a la prensa de la capital que tan galante se ha mostrado con él. Si el cartel que ha dispuesto para esta su última corrida en México, es del agrado de los aficionados llevará un recuerdo más de gratitud de este galante público”.

MANUEL HERMOSILLA.

Manuel Hermosilla (1)

Esta imagen remonta a Manuel Hermosilla, que con poco más de veinte años ya toreaba por la Habana, y luego en México.

   Aquella ocasión, además del beneficiado, hicieron el paseíllo Juan Antonio Cervera “El Cordobés” y Antonio Ortiz “Morito” que lidiaron 6 bravos y hermosos toros de la acreditada ganadería de La Gavia. Y entre la grey de matadores que por aquel entonces se encontraban en nuestro país, los hubo que se prestaron voluntariamente a banderillar los seis toros de dicha corrida, en obsequio a su compañero Hermosilla. Los diestros a que me refiero aparecen indicados en el cartel, como sigue: Diego Rodríguez “Silverio Chico”, José Romero “Frascuelillo” y Manuel Lavín “Esparterito”. Incluso, Sebastián Rodríguez “Silverio Grande” hizo las veces de puntillero. El director del cambio de suertes fue en esa ocasión Manuel Díaz Lavi “Habanero”. Es decir, que en buena medida ese cartel se integró sólo por españoles, sin olvidar a los picadores: José Calleja, Juan Preciado, Francisco Reyna “Utrera”, José A. Camacho “Larguini” y Manuel Sánchez.

   Entre las publicaciones taurinas que dedicaron espacio a este acontecimiento, se encuentra “La Fiesta Nacional” (año II, Barcelona, 24 de junio de 1905, N° 65). Firmada por Manuel E. Icaza que firmaba con el seudónimo “Festivo” (debo recordar, como lo hice en su momento, que Manuel era el hermano mayor de Alfonso de Icaza quien, con el tiempo se convertiría en periodista así como en coeditor de El Redondel. El periódico de los domingos. Por cierto, Alfonso, firmaba sus colaboraciones como “Ojo”).

Retomando el tema, “Festivo” y de entrada, hace un severo juicio del ganado, que fue de “La Gavia”, auténticos bueyes, mansos perdidos y de horrible estampa. Para su confirmación, los invito a leer la interesante crónica:

CRÓNICA DESPEDIDA HERMOSILLA1

Este es el Manuel Hermosilla con seis décadas a cuestas.

Material consultado en el portal de la Biblioteca Nacional de España.

DESPEDIDA M. HERMOSILLA_09.04.1905

Detalle del postrero cartel…

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SILVERIO PÉREZ y “TANGUITO”, SIN EUFEMISMOS. (EL SEGUNDO).

FIGURAS, FIGURITAS y FIGURONES. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Hablemos primero de Pastejé.

   Según las notas que la prensa registró por aquella época, es porque nos dan un testimonio lo suficientemente claro y sencillo sobre el origen y desarrollo de esta emblemática ganadería, misma que comenzó a formarse en 1937, cuando D. Eduardo Iturbide compra a Antonio Algara la vacada que este ya había formado en el estado de Guanajuato. Algara tuvo a bien integrar aquella ganadería con vacas de San Nicolás Peralta y sementales de “La Punta”, procedencia española. Esto en 1924. Para 1929, el propio Algara tiene trato con los señores Barbabosa, a quienes compra sesenta becerras y dos toros de San Diego de los Padres, venidos de la rama del Marqués del Saltillo, desechando a su vez el antiguo pie. Para 1935, se traslada todo el ganado de la hacienda de Jalpa a la hacienda de Pastejé, muy cerca de Ixtlahuaca, en el estado de México, por lo que desde esos tiempos los toros que fueron criados allí se lidiaron con el nuevo nombre, y ya bajo la propiedad del inteligente criador de reses bravas, don Eduardo N. Iturbide. Todavía para él fue claro que, con el propósito de garantizar la buena casta, adquirió ciento veinte vacas más de San Diego de los Padres. En 1937, y tras un viaje que emprendió Antonio Algara a España, este adquirió cinco utreros destinados a sementales, tentados y retentados por el señor Algara de la afamada vacada de doña Carmen de Federico, antes Murube.

   El 18 de octubre de 1942, don Eduardo envió al “Toreo” de la Condesa una novillada ejemplar, la cual dio un juego excepcional que puede constatarse por vía de las siguientes imágenes:

FLOR DE JARA...

“Flor de Jara” se llamó este bravísimo ejemplar, que dio grandes tumbos a los varilargueros.

   Faltaban pues, pocas semanas para que sucediera el famoso capítulo del que es motivo la presente serie…

   Entre los sementales que llegaron en 1937 (hay quien apunta que tal arribo sucede en 1939), estaba “Barquillero” que fue muerto tras una pelea sostenida con “Tanganito”, padre de “Tanguito” y “Clarinero”.

BARQUILLERO y TANGANITO...

   Lamentablemente, y hasta donde ha sido posible, no he podido obtener ni la tira de mano, ni el programa, ni tampoco fotografías de los toros que fueron bautizados con los siguientes nombres:

1° ANDALUZ, N° 15

2° RONDADOR, N° 44

3° BULLANGUERO, N° 17

4° CLARINERO, N° 10

5° TANGUITO, N° 14

6° JARETO, N° 19

Sobre el juego que demostraron en el ruedo, existe por fortuna un comentario, el que “El Resucitado”, colaborador en La Lidia. Revista gráfica taurina, publicó en su número 11, del 5 de febrero de 1943:

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   Por cierto, he aquí las virtudes que “El Resucitado” encontró en “Tanguito”:

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   Entendemos hasta aquí, que lo excepcional de aquel encierro, catapulta la fama de una ganadería que sostuvo en esos términos y durante muchos años su cartel, hasta el punto de que en su momento, el célebre torero Carlos Arruza la adquiere al comprársela a don Luis Barroso Barona, esto entre 1953 y 1961.

INTERIOR CASCO PASTEJÉ

Imagen tomada del libro de Agustín Linares: EL TORO DE LIDIA EN MÉXICO. Prólogo de Renato Leduc. México, Talleres “Offset Vilar”, 1953. 258 p. Ils., retrs. fots., p. 121.

He aquí el hierro quemador y los colores de la célebre ganadería de Pastejé:

HIERRO y DIVISA PASTEJÉ

CONTINUARÁ.

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UNA CORRIDA A BENEFICIO EN PLENA PROHIBICIÓN…

REVELANDO IMÁGENES TAURINAS MEXICANAS. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

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Cartel para el domingo 30 de noviembre de 1919, celebrado en la plaza de toros “El Toreo” de la Condesa, con motivo de la Beneficencia organizada por la “Junta Española de Covadonga”. Lo curioso del documento es que, se trata de una corrida efectuada durante el periodo de prohibición impuesto por Venustiano Carranza, que va de 1916 a 1920.

Colección: del autor.

   Curiosa circunstancia si, como ya lo he planteado, eran los días en que las corridas de toros estaban suprimidas en la ciudad de México. ¿Acaso sería que la “Junta Española de Covadonga” intercedió con alguna autoridad para permitir el desarrollo de aquel festejo? ¿Acaso el “ruido” que estaba ocasionando Ernesto Pastor por aquellos días, y por tanto, imposible dejar pasar un día más sin apreciar sus hazañas? El hecho es que a pesar de las circunstancias aquí apuntadas, se celebró con “bombo y platillo” la corrida en que fueron lidiados aquellos toros que pertenecieron en su momento a D. Ignacio de la Torre y Mier, yerno de don Porfirio Díaz, y luego perseguido, ya fuese por su orientación sexual, ya por el hecho de ser un rico terrateniente. Ora por el hecho de que por aquellos años iniciales del siglo XX y con la revolución en todo su esplendor, el hecho es que sus últimos años de vida fueron un auténtico infortunio político, un auténtico martirio, que culminaron con su muerte el 1° de abril de 1918. De ahí que don “Nacho”, como se le llamaba cariñosamente, no tuvo oportunidad de apreciar la lidia de sus toros.

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SILVERIO PÉREZ y “TANGUITO”, SIN EUFEMISMOS. (EL PRIMERO).

FIGURAS, FIGURITAS y FIGURONES. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Ahora que Silverio Pérez nos dio pretexto, con motivo del centenario de su nacimiento (1915-2015), esto es razón más que suficiente para llevar a cabo, por lo menos desde esta trinchera, un ejercicio capaz de analizar su quehacer taurino a partir de la emblemática faena a Tanguito hecho que ocurrió, como todo buen aficionado lo sabe, el 31 de enero de 1943.

   No quisiera caer en lugares comunes. En todo caso, de lo que se trata es entender que con ese hecho histórico, se consolidó, desde aquel momento y hasta nuestros días, un proceso histórico que valida y revalida la tauromaquia moderna que se ha contemplado en el México, de 1943 a los primeros tres lustros del siglo XXI.

   Además, ese capítulo de Silverio y Tanguito se convirtió en punto de inflexión, en parteaguas que separaba el pasado y el presente en dos líneas paralelas y divergentes a la vez, que justificadas una y otra por sus respectivos defensores, provocó lo que tenía que provocar: polémica. Y no una, sino varias y todas ellas destilando un amplio conocimiento desplegado por nuevos y viejos taurófilos que, ensimismados por la impronta de Silverio y Tanguito, diéronse a explicar pros y contras no solo de lo que sería el toreo en su versión modernizada, sino también sobre las evidentes amenazas que significaba en ese momento la sentencia hacia un toreo que “chapado a la antigua”, estaba condenado a desaparecer.

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Guillermo Ernesto Padilla: Historia de la plaza EL TOREO. 1907-1968. México. México, Imprenta Monterrey y Espectáculos Futuro, S.A. de C.V. 1970 y 1989. 2 v. Ils., retrs., fots., T. II., p. 326.

   La cosa no para ahí. Es deseo de este servidor reconstruir la faena de aquel quinto de la tarde a partir de un buen número de imágenes fijas, si esto sucede a partir de la propia y respectiva deconstrucción de dicho portento para entender si tal fue lo que se dijo o sigue diciéndose al respecto. A pesar de que el cine ya era un instrumento de registro de la memoria en manos, incluso de algunos aficionados que podrían haber llevado su cámara a la plaza, lo que tenemos hasta hoy es una faena mala y fragmentada, incoherente, colmada de defectos, “brincos” y cortes a partir del uso y abuso que se le dio al soporte original (probablemente filmado por Daniel Vela o por el Dr. José Hoyo Monte), reconocidos por poseer sendas cámaras, que habrían sido quizá de la marca Bell & howell de 16 mm. Por todo lo anterior, es que en cosa de varios y urgentes capítulos tengamos un ensayo coherente, contando para ello de las más crónicas posibles, así como del mayor despliegue de imagen obtenida al respecto. Lo anterior, con objeto de entender si se justifica o no una tauromaquia que se considera “a la mexicana” y la hazaña misma, esa que sucedió el último día de enero en 1943, por obra y gracia de Silverio Pérez.

   Conviene advertir, además, que este propósito es el de fijar la mirada en un acontecimiento ocurrido hace 72 años. Es decir, que no habiendo presenciado tal prodigio, el ejercicio es exponencialmente más complicado, pues ello implica remontarse hasta ese preciso momento: el 31 de enero de 1943 y contextualizarlo. Se requiere acercarnos a él como si ocurriese en nuestros días. Quizá de esa forma se entienda mejor el motivo de tarea tan especial. De igual forma, será necesario poner en valor lo que la prensa taurina escribía por entonces y con ello saber hasta qué punto se alcanzaron nuevas cotas en el toreo nacional.

   Como se podrá percibir, nada fácil resultará esta tarea si se observa el panorama arriba planteado. Quizá valga la pena experimentar en terrenos poco andados. Mientras tanto, comenzamos.

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Fotografía tomada del portal de internet: SILVERIO PÉREZ. Biografía. Faraón de Texcoco, en la dirección: http://www.silverioperez.mx/home.html (Categoría: “Vida taurina. Fotos).

CONTINUARÁ.

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ATENCO: LA GANADERÍA DE TOROS BRAVOS MÁS IMPORTANTE DEL SIGLO XIX. (2 de 2).

RECOMENDACIONES y LITERATURA. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Toca en esta ocasión compartir con ustedes tanto introducción como conclusiones del que fue mi proyecto de tesis doctoral en el Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Si bien, con este proyecto sólo ostento la candidatura al doctorado,[1] pretendo mostrar algunos aspectos que pretendió dicha investigación, y de los que hasta ahora sigo convencido, en función de la naturaleza explícita del estado de cosas de una hacienda ganadera como fue y sigue siendo Atenco incluso en nuestros días; hacienda que ha quedado reducida ya casi a su mínima expresión; pero no por ello ha perdido las galas de un pasado glorioso.

   Invertidos casi 25 años de trabajo, van aquí las ideas más generales del mismo, en espera de que algún día alcance a ver la luz en pulida edición.[2]

   Para realizar dicha investigación, fue necesario proponer el siguiente

ÍNDICE TESIS1 ÍNDICE TESIS2

CONCLUSIONES GENERALES.

   A lo largo de toda la investigación, misma que se realizó en un término aproximado de 20 años, la parte fundamental del estudio fue entender el intenso movimiento representado en el manejo de ganado vacuno para la lidia, el cual ocurrió en medio de perfecta armonía de administradores con vaqueros y otros empleados, sin que faltaran casos aislados de rebelión como el de Tomás Hernández y Agustín Lebrija (1862-1863), donde aquel quiso apoderarse del control, habida cuenta de su profunda experiencia como vaquero por una parte; como torero por otra. Lo demás se concentra en los frecuentes altibajos que sometieron a dicha hacienda, lo mismo desde el punto de vista de los resultados que presentaba el ganado en la plaza, como por el conjunto de factores naturales que hicieron mella en las cosechas, o por el efecto ocasionado por enfermedades en el ganado.

   Dije en la “Introducción” que: durante el siglo XIX se manifestó una actividad taurina muy intensa, en la cual los toros de Atenco participaron permanentemente, siendo importantes para el desarrollo del espectáculo, sin que por ello se menosprecie el papel de otras haciendas. Esta tesis afirma de manera contundente el esplendor y la permanencia de Atenco, mismos que quedan perfectamente comprobados a lo largo de la misma, con el rico sustento documental que en buena medida fortalece lo dicho hasta aquí.

   De esa manera, el fundamento de Método, volumen y eficacia se convirtió en la parte central de la tesis, debido a que la lectura de diversos documentos, cuya fuente central fue el Fondo Condes Santiago de Calimaya, expresó una serie de líneas en las que pudo entenderse el diferente comportamiento de los ganados a partir de importantes apreciaciones hechas por los administradores de la hacienda de Atenco, con lo que fue posible determinar varios patrones de actividad que decidieron no solo los términos cuantitativos. También cualitativos en cuanto a los fines con los cuales pretendieron sustentar una “casta” adecuada para que los toros fueran lidiados en diversas plazas, bajo el principio de que resultaran apropiados para el tipo de tauromaquia puesta en práctica durante el período 1815-1897, en el cual se detecta el mayor índice del comportamiento de los ganados atenqueños destinados a las plazas de toros.

   Existió un espíritu sólo respaldado por la intuición, pero movido por la condición comercial que significaba la venta permanente de toros y encierros a las plazas que los requirieran. Nada fue motivo de la casualidad. Ojalá que la lectura de todo aquel que se acerque a entender el comportamiento de la hacienda de Atenco en período tan específico, permita valorar su significado, con el cual se puso en marcha el resultado de  actividades tan específicas al interior de esta hacienda ganadera.

   Ya desde mi tesis de maestría[3] la que, en compañía de otros trabajos de investigación[4] que corresponden a la biografía de dos toreros singulares, pero no por ello ajenos al tema de esta investigación doctoral. Me refiero a Bernardo Gaviño y Ponciano Díaz, se presentaron fuertes vínculos de información que dieron en consecuencia con la tesis doctoral, pues entre ellos se encontraban diversas circunstancias de lo que significó el siglo XIX mexicano, espacio temporal por el que siento especial atractivo.

   En definitiva, estamos frente al caso específico de una hacienda ganadera que, en tanto unidad de producción perfectamente articulada, se convirtió para las empresas taurinas y los diestros entonces en ejercicio, en la de mayor solicitud, por lo menos entre el período 1815-1897, donde encontramos comportamientos verdaderamente admirables, por lo que el balance supera el medio millar de encierros, entendiéndolo bajo el criterio que va de 2 y hasta 10 toros por tarde, ya que era muy variable este síntoma, aunque 5 o 6 son los valores promedio.

   Como ya se vio, al surgir esta unidad de producción agrícola y ganadera en 1528, pronto se estabilizó en ella todo un esquema capaz de aprovechar los recursos naturales, bastante generosos por cierto, independientemente de los diversos episodios de crisis naturales, o aquellos surgidos por motivo de invasiones, como la de 1810 en que la hacienda sufrió una merma considerable.

   Sin embargo, con el apoyo de algunos de sus propietarios, la recuperación encontró estabilidad, en tanto que al mando de otros, sólo mostraron indiferencia y todo ello, en conjunto nos habla de una notable capacidad donde Atenco volvía por sus fueros. Esta no fue una extensión territorial de grandes extensiones (3,000 hectáreas en sus mejores momentos y durante el siglo XIX).

   Independientemente de los balances bastante positivos que se dieron en el aprovechamiento de las diversas cosechas, así como de la explotación de los afluentes del río Lerma; o de los derivados de la leche, entre otros; el comercio con ganado vacuno de casta se convirtió en un factor preponderante para la manutención de la hacienda. Para ello fue necesaria la aplicación de diversos métodos intuitivos primero; de los más adecuados y convenientes después, y en medio ya de manejos de selección más apropiados, con los que administradores y vaqueros fundamentalmente pusieron en práctica labores con vistas a elegir el ganado que habría de enviarse a las diferentes plazas. Como pudo verse, se llegó a dar el caso de encontrar un comparativo de los toros que pastaban ya sea en el cercado, el potrero o el llano, tres diferentes espacios dotados de pastos que marcaban diferencias específicas, con las cuales esperaban tener el balance de la lidia, para entonces ubicarlos en el más conveniente, sin que para ello faltaran los ejercicios cotidianos de la vaqueada o el rodeo y otros, como el de escoger el ganado en función de su pelaje. Aunque no dudo que estuvieran considerados aquellos otros aspectos que fueron propios del resultado en la plaza, fuera porque alguno muy bravo sirviera como factor influyente de línea sanguínea o “reata” para poner los ojos en la vaca que parió ese animal y las otras crías. Eso, de alguna manera debe haber servido como un elemento decisivo en la “selección” del ganado, junto con detalles como los de su presencia en conjunto.

   En el proceso de investigación con el que culmina esta tesis, hubo necesidad de precisar un período representativo en la dinámica que mostró Atenco: 1815-1897. Estos 82 años, señalan el tiempo de mayor actividad, lo cual no quiere decir que antes o después de ese espacio no hayan ocurrido otros acontecimientos, quizás igual o más documentados. Sin embargo, y a título personal, me parecen los más contundentes a partir de la participación ejercida por dos toreros fundamentales en toda esta historia: Bernardo Gaviño y Ponciano Díaz, los que dieron un auge sin precedentes, por lo que el esplendor y la permanencia quedan perfectamente demostrados.

   No hay duda: Atenco, habiendo surgido en 1528, y hasta hoy que aún permanece en su condición de ex – ejido, tuvo durante el siglo XIX sus momentos de mayor brillo, los cuales fueron sometidos a una profunda interpretación, de la cual espero la serena, fría y cerebral  crítica de sus posibles lectores.

   Es probable que estas “Conclusiones” no sean suficientes. Para ello, considero que todo el trabajo de tesis se ve complementado con siete anexos que hacen de este trabajo no necesariamente un documento inaccesible, sino atractivo en sí mismo, dado que en dicha parte se incluyen una importante cantidad de imágenes, cuadros, gráficas, tablas y otros elementos que lo consolidan como una investigación a fondo, sobre el curso y comportamiento que manifestó esta hacienda durante el siglo XIX mexicano. Explicada desde las condiciones que adquirió como “Encomienda” en el siglo XVI, hasta quedar sometida a los diversos vaivenes políticos, económicos y sociales del siglo XIX, es posible entender estos y otros complejos fenómenos en los que se vio involucrada.

   De igual forma, la fama que adquirió en los años que van de 1815 a 1897 hace verla como una hacienda ganadera poseedora de unas capacidades notables, gracias al tipo de toros que allí se criaron; gracias a la participación de personajes tan notables como Bernardo Gaviño, Ponciano Díaz; José Juan Cervantes y Michaus, o Juan Cervantes Ayestarán, lo mismo que los señores Barbabosa y los diversos administradores que controlaron ese importante centro de actividades agrícolas y ganaderas. De otra forma sería imposible entender todo el movimiento que se dio con el ganado en plazas de la capital del país, así como de otras tantas en los estados alrededor del corazón político de México, donde los toros de Atenco simbolizaron y constituyeron un emblema representativo en el capítulo de la evolución sobre la crianza del ganado destinado a la lidia, crianza que supone una intuición deliberada por parte de administradores, pero también de vaqueros que estuvieron a la búsqueda del toro “ideal” para momentos tan representativos como los del siglo XIX, donde el toreo “a la mexicana” se elevó a alturas insospechadas de una independencia taurina tan cercana pero también tan ajena a la que se desarrollaba al mismo tiempo en España, país del que llegaban los dictados de la moda. Solo que, el aislamiento producido por la emancipación de México y España hizo que uno y otro concepto artístico se desarrollaran por separado, durante los años que van, más o menos de 1810 a 1880, momento este último en que comenzó a registrarse un síntoma nuevo y necesario también: Me refiero a la reconquista vestida de luces, que debe quedar entendida como ese factor el cual significó reconquistar espiritualmente al toreo, luego de que esta expresión vivió entre la fascinación y el relajamiento, faltándole eso sí, una dirección, una ruta más definida que creó un importante factor de pasión patriotera, chauvinista si se quiere, que defendía a ultranza lo hecho por espadas nacionales –quehacer lleno de curiosidades- aunque muy alejado de principios técnicos y estéticos que ya eran de práctica y uso común en España.

   Por lo tanto, la reconquista vestida de luces no fue violenta sino espiritual. Su doctrina estuvo fundada en la puesta en práctica de conceptos teóricos y prácticos absolutamente renovados, que confrontaban con la expresión mexicana, la cual resultaba distante de la española, a pesar del vínculo existente con Bernardo Gaviño. Y no solo era distante de la española, sino anacrónica, por lo que necesitaba una urgente renovación y puesta al día, de ahí que la aplicación de diversos métodos, tuvieron que desarrollarse en medio de ciertos conflictos o reacomodos generados básicamente entre los últimos quince años del siglo XIX, tiempo del predominio y decadencia de Ponciano Díaz, y los primeros diez del XX, donde hasta se tuvo en su balance general, el alumbramiento afortunado del primer y gran torero no solo mexicano; también universal que se llamó Rodolfo Gaona.

   De esa forma dicha reconquista no solo trajo consigo cambios, sino resultados concretos que beneficiaron al toreo mexicano que maduró, y sigue madurando incluso un siglo después de estos acontecimientos, en medio de períodos esplendorosos y crisis que no siempre le permiten gozar de cabal salud.

CARTEL ÚLTIMA PRESENTACIÓN ATENCO_16.09.2012

Cartel de la última comparecencia de la ganadería de Atenco en la ciudad de México.


[1] Lo que evidentemente no me da por ahora presentarme como Doctor en Historia, según recomienda el sentido común… o Perogrullo.

[2] José Francisco Coello Ugalde: «Atenco: La ganadería de toros bravos más importante del siglo XIX. Esplendor y permanencia». Tesis que, para obtener el grado de Doctor en Historia presenta (…). México, Universidad Nacional Autónoma de México. Facultad de Filosofía y Letras. Colegio de Historia. 251 p. + 927 páginas (anexos). Trabajo inédito y pendiente de presentar como tesis de grado.

[3] Véase bibliografía.

[4] José Francisco Coello Ugalde: «Ponciano Díaz, torero del XIX» A cien años de su alternativa en Madrid. (Biografía). Prólogo de D. Roque Armando Sosa Ferreyro. Con tres apéndices documentales de: Daniel Medina de la Serna, Isaac Velázquez Morales y Jorge Barbabosa Torres. México, 1989 (inédito). 391 h.

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ATENCO: LA GANADERÍA DE TOROS BRAVOS MÁS IMPORTANTE DEL SIGLO XIX. (1 de 2).

RECOMENDACIONES y LITERATURA. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Toca en esta ocasión compartir con ustedes tanto introducción como conclusiones del que fue mi proyecto de tesis doctoral en el Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Si bien, con este proyecto sólo ostento la candidatura al doctorado,[1] pretendo mostrar algunos aspectos que pretendió dicha investigación, y de los que hasta ahora sigo convencido, en función de la naturaleza explícita del estado de cosas de una hacienda ganadera como fue y sigue siendo Atenco incluso en nuestros días; hacienda que ha quedado reducida ya casi a su mínima expresión; pero no por ello ha perdido las galas de un pasado glorioso.

   Invertidos casi 25 años de trabajo, van aquí las ideas más generales del mismo, en espera de que algún día alcance a ver la luz en pulida edición.[2]

INTRODUCCIÓN

   El valle de Toluca, territorio generoso, fue espacio desde el siglo XVI para el asentamiento y desarrollo de actividades agrícolas y ganaderas, recién establecidas por los españoles, en los años inmediatamente posteriores a la conquista.

   En 1526 Hernán Cortés revela un quehacer que lo coloca como uno de los primeros ganaderos de la Nueva España, actividad que se desarrolló en el valle de Toluca. En una carta del 16 de septiembre de aquel año Hernán se dirigió a su padre Martín Cortés haciendo mención de sus posesiones en Nueva España y muy en especial «Matlazingo, donde tengo mis ganados de vacas, ovejas y cerdos…»

   Dos años más tarde, y por conducto del propio Cortés, le fueron cedidas en encomienda a su primo el licenciado Juan Gutiérrez Altamirano, los pueblos de Calimaya, Metepec y Tepemajalco, lugar donde luego se estableció la hacienda de Atenco.[3]

   Es a Gutiérrez Altamirano a quien se le atribuye, haber traído las primeras reses con las que se formó Atenco, la más añeja de todas las ganaderías “de toros bravos” en México, cuyo origen se remonta al 19 de noviembre de 1528, la cual se conserva en el mismo sitio  hasta nuestros días y ostenta de igual forma, con algún cambio en el diseño el fierro quemador de la «A» peculiar.[4]

   En la hacienda de Atenco se pusieron en práctica las nuevas condiciones de crianza. La propiedad cambió a lo largo de los siglos de una familia a otra, inicialmente de los Gutiérrez Altamirano, pasó a la familia Cervantes y para el siglo XIX a la de los Barbabosa. Cada una de las familias contribuyó al fortalecimiento de la hacienda y a aumentar su extensión a lo largo de cuatro siglos.

   Durante la segunda mitad del siglo XIX la hacienda contaba con 3,000 hectáreas y 2,977 en 1903 cuando esta propiedad se convirtió en una gran hacienda,[5] cuya actividad central fue la de la crianza de ganados diversos, del que sobresale el destinado a la lidia (motivo este que merece una atención especial en el presente trabajo), así como de actividades agrícolas, la producción de cera y los derivados de la leche, sin olvidar el hecho que también hubo una producción lacustre, ya que se aprovechó el paso del río Lerma. Actualmente se administra bajo el concepto de ex–ejido y cuenta sólo con 98 hectáreas, por lo que sorprende el hecho que esté vigente después de un historial de 479 años.

   A través de esta tesis se pretende conocer en forma por demás precisa, la actividad que desarrolló Atenco a lo largo del siglo XIX, alcanzando un lugar destacado en la crianza de toros bravos. De ahí que se considere el presente como un estudio de caso.[6]

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   Se busca mostrar en este trabajo como se dio en Atenco la reproducción y crianza de ganado bravo, mismo que fue aprovechado para estimular la fiesta brava, sobre todo en el centro del país. La hacienda de Atenco como muchas otras de la época era agrícola y ganadera, pero para el caso particular de esta tesis interesa destacar el desarrollo de todos aquellos quehaceres relacionados con la reproducción y crianza de toros para la lidia. No obstante, debe decirse que los toros de Atenco fueron en buena medida la base en los ingresos de la hacienda. Pero ante todo, deberá entenderse el significado de Atenco como el nutriente principal de la fiesta taurina decimonónica, ya que no hubo, en una buena cantidad de años, otro hacienda que se le comparara en la dinámica que podremos comprobar de manera gráfica, misma manera que sintetiza el importante volumen de ganado que tan peculiar unidad de producción fue capaz de aportar.

   En segundo lugar interesa explicar los cambios que se dieron en la fiesta brava y la manera en que la Hacienda de Atenco y sus propietarios influyeron en ella. Para comprender mejor estos cambios introducidos en la cría de ganado así como en la fiesta brava, es menester iniciar el presente estudio con los antecedentes inmediatos, es decir la manera en cómo se desarrolló en sus orígenes esta fiesta en la Nueva España, para luego analizar los más de quinientos encierros[7] de toros enviados a diversas plazas y desde Atenco, entre 1815 y 1897, en donde la hacienda muestra su potencial.

   Sabemos que se corrieron públicamente toros de los Condes de Santiago en 1652, [8] pero es de suponer que en los años anteriores, los hacendados se dieron a la tarea de traer toros de diversas castas, las cuales con el tiempo se mezclaron y dieron origen a otras nuevas y diversas, cuyo hábitat se generó en medio de una “trashumancia”, tarea que tuvo por objeto la obtención de pastos naturales para el ganado.

UN BELLO EJEMPLAR DE ATENCO...

Col. del autor.

   Pocos escritores se han ocupado tanto del tema específico de la hacienda atenqueña en lo general, así como de los asuntos relacionados con la crianza de ganado bravo en lo particular. Entre ellos se encuentra Flora Elena Sánchez Arreola y su tesis ya anotada en esta introducción, así como el seguimiento hecho por el señor Antonio Briones Díaz, actual propietario de la ganadería española de Carriquiri, quien ha manifestado gran interés acerca de los orígenes de la casta navarra a través de varias investigaciones.[9] En correspondencia que mantengo con él afirma que “no cabe duda que el envío de España a través de Francisco Javier Altamirano de las primeras reses bravas de casta Navarra que fueron proporcionadas por el Marqués de Santacara o por sus descendientes”, dio lugar al comienzo del toro bravo de Ultramar.

   Al citar a Francisco Javier Altamirano, debe referirse al sexto conde de Santiago, Juan Javier Joaquín Altamirano y Gorráez Luna, Marqués de Salinas VII; Adelantado de Filipinas, quien, de 1721 a 1752 detentó el control –entre otras propiedades- de la hacienda de Atenco. Es, el sexto conde de Santiago el posible responsable de la negociación de la compra de una punta de ganado que ha causado confusión acerca del verdadero origen de la simiente que dio fundamento a la ganadería de toros bravos que aquí se estudia y que no deberá perderse de vista.

   Como contraparte, existe la tesis manejada por el historiador Nicolás Rangel, a partir de un documento revisado, en Historia del Toreo en México (Época colonial: 1529-1821). Dice que en el año de 1552 llegaron al valle de Toluca “doce pares de toros y de vacas, que sirvieron como pie de simiente…” lo que contrasta con el dicho del periodista taurino Servolini, publicado en El Arte de la Lidia en 1887, del cual veremos más adelante cómo se descubre curioso pasaje que aclara, en parte el enigma sobre la integración original que tuvo el ganado de lidia en Atenco.

En el siglo XIX mexicano, las fiestas requerían ganado cada vez más propicio para el toreo tanto a pie como a caballo que entonces se practicaba, por lo que fue común solicitarlo a diversas haciendas, no todas especializadas en el ramo. Estaban El Cazadero, Santín o Parangueo; más tarde, se sumarán Piedras Negras, de Tlaxcala o San Mateo de Zacatecas.

Una tauromaquia híbrida que predominó durante ocho décadas, hasta que se generó a partir de 1887 un nuevo concepto evolutivo en la tauromaquia en nuestro país, como lo veremos en los capítulos II y IV de esta tesis, fue el detonante que provocó no sólo entre los hacendados, sino en administradores y vaqueros identificarse con tareas de selección del ganado, tal vez, de una manera arcaica o intuitiva, pero todos ellos convencidos en obtener un toro que embistiera conforme a los nuevos esquemas que iba exigiendo el espectáculo que tuvo particulares manifestaciones en cuanto a su libre y abierta expresión técnica y estética, respecto de la tauromaquia española, lo cual generó, no sólo entre sus protagonistas, sino en el pueblo mismo, manifestaciones de orgullo eminentemente nacionalistas, evidenciadas en diversas demostraciones que, las más de las veces, terminaban a golpes, con plazas semidestruidas o incendiadas, entonando el grito de batalla: “¡Ora Ponciano!”,[10] justo en el tiempo en que este torero mexicano estaba convertido en el ídolo popular de la afición.

La mayoría de aquellas expresiones taurinas surgieron desde el campo y fueron a depositarse en las plazas, en una convivencia entre lo rural y lo urbano que dio a todo ese bagaje un ritmo intenso, que disfrutaron a plenitud por los aficionados y espectadores de ese entonces.

Evidentemente, las raíces españolas no se perdieron con la emancipación, pues la presencia en el escenario del torero gaditano Bernardo Gaviño y Rueda, garantizó este aspecto, aún cuando Gaviño fue el único español en México entre 1835 y 1886 que hizo del toreo una expresión mestiza, lo que dejó una ruta que se convirtió en modelo; y aunque algunos diestros nacionales hicieron suyo ese esquema, también prefirieron seguir toreando con creatividad propia, al amparo de invenciones permitidas tarde a tarde.

   La tauromaquia en México a partir de 1887 llegó a ser profesional cuando quedó establecido el toreo a pie, a la usanza española en versión moderna, misma que desplazó prácticas del toreo híbrido y “a la mexicana” que ya resultaban inapropiadas, tanto en el campo como en la plaza.

   El concepto criollo e intuitivo de la crianza del ganado se elevó entonces a niveles nunca antes vistos. Superados los primeros problemas de consanguinidad, e incluso los de adquisición de sementales viejos e impropios para los fines de selección y cruza que se fijaron aquellos nuevos criadores de toros de lidia, se tuvo oportunidad de conseguir una absoluta definición en el juego, estilo, presencia y rasgos particulares de los toros que buscaba cada uno de los recientes ganaderos, para distinguirse en medio del enorme escenario con el que se daría recepción a las nuevas formas de expresión en el toreo mexicano, que, como quedó dicho, a partir de 1887 logró obtener un mayor nivel, lo que dio garantía para seguir el paso de la tauromaquia desarrollada en España que muy pronto se le declaró la “guerra” en los ruedos, con la presencia de diestros tan importantes como Rodolfo Gaona o Fermín Espinosa Armillita, quienes se “levantaron en armas” en los primeros cincuenta años del pasado siglo XX.

   Lo más destacado al pretender hacer una investigación de la hacienda de Atenco es entender el ritmo de su actividad interna y verlo reflejado después en la externa para colocarla como una de las haciendas ganaderas más importantes en el siglo XIX, independientemente de su historia iniciada tres siglos atrás y que, por fortuna, ha llegado hasta nuestros días.

UN TORO DE ATENCO EN 1926

Un toro de Atenco en 1926. Col. del autor.

   No debe olvidarse que la importancia de ésta radica en el enorme esfuerzo aplicado en la crianza de ganado de lidia cuya práctica, en diferentes épocas, logró que se efectuaran diversas pruebas en el campo como la tienta, selección de sementales, afortunadas en su mayoría porque ello permitió ir dando lustre a la gandería de bravo en México donde la intuición jugó un papel destacado que incluso resultó tan benéfica para la propia hacienda de Atenco, ya que sus toros fueron demandados permanentemente para cientos y cientos de corridas, tal y como lo apunta el administrador Román Sotero en Atenco, el 22 de enero de 1847 cuando afirmó: (…) De ganado del cercado contamos hoy con 3000 cabezas, entre ellas [hay] muchos toros buenos para el toreo.[11] La crianza y sus diversos resultados en la plaza de toros se convierten en la parte medular del trabajo, por tratarse de actividades cotidianas realizadas al interior de Atenco, por lo menos en el período de este estudio.

   Por lo tanto, la participación de diversos toreros, significó un punto de referencia para mejorar la casta entre el ganado atenqueño. De ahí que en el espacio decimonónico mexicano se desarrolló una actividad taurina muy intensa, en la cual los toros de Atenco tuvieron una permanente participación de gran importancia en el espectáculo, sin que por ello se menosprecie el papel de otras haciendas.

   Entre los años 1815 y 1897 Atenco tuvo su época de máximo esplendor, ya que se han podido documentar más de 500 diferentes encierros enviados a las plazas; también es importante destacar la permanencia de esta ganadería, que pasó del terreno informal de la intuición al profesional, por lo que durante esos 82 años, la hacienda fue muy solicitada por varias empresas tanto de la capital como del interior del país por tener un estilo definido en cuanto a las actividades destinadas a la selección y cría de toros bravos.

   Quienes se han ocupado de este tema hasta hoy, no han investigado cuáles fueron las razones por las cuales Atenco pudo ser capaz de satisfacer las múltiples solicitudes hechas por las diversas empresas capitalinas y foráneas para celebrar corridas de toros durante el siglo XIX; tampoco es claro cuál fue el pie de simiente que definió las características de casta del toro bravo atenqueño para el siglo XVI.

   La presente investigación tiene como fin aclarar estos aspectos de manera puntual, con base en documentos como los consultados en el fondo: Condes de Santiago de Calimaya localizado en la Biblioteca Nacional, custodiado por la Universidad Nacional Autónoma de México. Este acervo ha sido consultado por el señor Alejandro Villaseñor y Villaseñor, a principios del siglo XX; la doctora Margarita Loera Chávez, así como el maestro Ignacio González-Polo y la licenciada Flora Elena Sánchez Arreola.

   De igual forma hemos consultado archivos como los de la Sucesión Barbabosa, de José Ignacio Conde, el Histórico del Distrito Federal, o el Archivo General de la Nación que fueron y han sido de enorme utilidad.

   En cuanto a la bibliografía más pertinente a este tema hemos revisado los trabajos de Nicolás Rangel, Armando de Maria y Campos o Heriberto Lanfranchi, así como auténticos estudios de fondo como los de Benjamín Flores Hernández, Pedro Romero de Solís, Carlos Cuesta Baquero, Vicente Pérez de Laborda, Cesáreo Sanz Egaña y Juan Pedro Viqueira Albán.

   También, hemos consultado otras fuentes bibliográficas para analizar a las haciendas mexicanas y su funcionamiento, particularmente desde la perspectiva de unidades de producción agrícola y ganadera.

   En este sentido están las obras de Narciso Barrera Bassols, Frank Tannenmbaum, François Chavalier, Margarita Loera, Margarita Menegus, Manuel Miño Grijalva, George MacCutchen, Herbert Nickel, y la tesis de licenciatura de Flora Elena Sánchez Arreola –de bastante utilidad-, entre otras muchas.

   En cuanto a la hemerografía, simplemente era una condición revisar paso a paso el comportamiento de la hacienda de Atenco en los diversos avisos que, sobre diversiones públicas registraron, no siempre de forma periódica o consuetudinaria. En todo caso es posible percibir una serie de ausencias obligadas por los constantes cambios de dirección o de alianza política, que no en todos los casos eran convenientes, pues ello obligaba a la aplicación de ciertas mordazas o restricciones que limitaban a sus directores a cambiar el rumbo de línea periodística, que repercutía en asuntos –probablemente vagos-, como el del registro constante de las diversiones mismas, que solo en circunstancias bastante convulsas, dejaban de darse.

   La investigación requirió del sustento del trabajo de campo, que consistió en permanentes visitas a la hacienda y sus alrededores, debido a que los pocos documentos localizados en esa labor, fueron proyectando una historia fragmentada que ahora plantea esta hacienda, causada, entre otras razones, por la administración de tres familias en más de cuatro siglos y medio, pero también a robos, incendios e incluso, hasta indiferencia, lo que ha provocado que muchos papeles se hayan dispersado a lo largo de 478 años, lo que ha dado origen a fantasías, por lo que fue difícil reunir la información de varias fuentes y que ha servido de soporte a este trabajo.

En el capítulo uno de este trabajo, después de una visión general sobre el entorno geográfico, histórico y de las operaciones internas y externas, se explicará la importancia de Atenco durante el siglo XIX debido a la constante crianza de cabezas de ganado a partir de una selección autóctona, de la que se aprovechó sobre todo el origen criollo de los toros multiplicados en la región del valle de Toluca. Esto también fomentó el esplendor de Atenco por la frecuencia con que se enviaron los encierros, fundamentalmente a plazas del centro del país, nutriendo y enriqueciendo de forma consistente aquella fiesta taurina decimonónica.

   Serán protagonistas permanentes Bernardo Gaviño, torero español radicado en nuestro país y muy cercano a Atenco, además de los Cervantes y los Barbabosa, propietarios de la mencionada hacienda.

   El torero de origen gaditano tuvo un papel determinante, puesto que a lo largo de su prolongada trayectoria se enfrentó en 391 ocasiones al ganado de Atenco; esto representa un elemento con el que se demuestra no sólo el vínculo amistoso con José Juan Cervantes, Michaus, Ignacio Cervantes Ayestarán y Rafael Barbabosa Arzate respectivamente. También en el momento de intervenir en las decisiones para elegir un ganado que era propicio al ejercicio tauromáquico puesto en práctica por el diestro hispano.

   Atenco respondió a lo largo de casi cuatro siglos, cubriendo las necesidades planteadas por el espectáculo taurino, por lo que estaba presente una buena organización, a pesar del dispendio y banca rota, propiciado por Martín Ángel Michaus,[12] tío de Juan José, último conde de Santiago de Calimaya, a quien le sucedió Ignacio Cervantes Ayestarán. La administración se reforzó con la ayuda de los caporales, de ahí que la ganadería asegurara el intenso movimiento de toros en las plazas donde eran lidiados.

   El capítulo número dos es una extensa revisión del espectáculo taurino durante el siglo XIX, para ofrecer una visión de conjunto acerca de lo que era antes y después de la independencia. También se hará una revisión de lo que significó la misma “independencia” como propiedad exclusiva del espectáculo al emanciparse del control que había impuesto el proceso técnico y estético de origen español en los tres siglos anteriores, así como la fuerte carga de costumbres, consecuencia de ese entretejido, lo que dio como resultado una tauromaquia tanto urbana como rural, ricamente aderezada que le otorgaron otro estilo, sin faltar la predominante participación de Atenco.

   En el capítulo número tres se hará saber la forma en cómo Bernardo Gaviño desempeñó un papel protagónico dentro y fuera del ruedo. Este torero influyó de manera muy particular en los destinos de la hacienda ganadera de Atenco. Personaje de interesantes características alrededor de la tauromaquia fue protegido por el último conde de Santiago de Calimaya con quien efectuó gran parte de los cambios registrados no sólo en Atenco, sino también dentro de la fiesta brava en México.[13]

   Una parte atractiva es la que surge al analizar el rico espectro de testimonios propios del “Fondo Conde Santiago de Calimaya”, de ahí que bajo “Volumen, método y eficacia” se valoran estos tres instrumentos para medir la importancia de la hacienda de Atenco, en cuanto a ganado bravo se refiere. Por lo que este capítulo se convertirá en la idea básica de la presente investigación. Volumen, método y eficacia representan tres factores de evaluación para interpretar casi 100 documentos del mencionado fondo, los cuales arrojaron una información que sustenta los datos elaborados por los administradores de la hacienda. El criterio no lo expresan ellos, es consecuencia de buscar su explicación después de diversas coincidencias relacionadas con el comportamiento mismo del ganado, tanto en el campo como en la plaza. Estas permitieron reflexionar acerca de la posibilidad para adecuar criterios muy concretos. De ahí que los tres conceptos propuestos, resultarán convenientes para tratar de entender, finalmente, la crianza de toros de lidia al interior de la hacienda.

   La tesis de la tesis o idea básica pretende poner de relieve la técnica desarrollada para la crianza de toros bravos en Atenco, que pasó de lo meramente intuitivo a lo profesional por medio de la aplicación de métodos y experiencias acumulados a lo largo de la centuria en que se desarrollaron tales prácticas llevadas a cabo por administradores y vaqueros experimentados, que se amalgamaron a las valiosas sugerencias que aportaron los propios toreros que, con notoria frecuencia, se enfrentaron a aquellos toros. Con toda seguridad, Bernardo Gaviño de tanto encontrarse con el ganado atenqueño logró entenderlos mejor que nadie. Su buena amistad con los propietarios, los administradores y hasta con los mismos vaqueros, debió haberle permitido sugerir valiosos comentarios para corregir y mejorar las condiciones ofrecidas en las plazas a donde eran enviados.

   Vale mencionar hasta aquí que todo este estudio se encuentre fundado en la exitosa empresa que dedicó un tiempo muy importante a la crianza de toros bravos que, como se comprobará con otros datos, fue una actividad cotidiana desde los siglos virreinales y se consolidó durante el XIX, etapa de su mejor período de producción.

   Para llegar a todas las consideraciones anteriores ha sido necesario enfrentar el uso indebido de ciertos historiadores o aficionados a la historia que lograron, con muy pocos elementos, convencer a una mayoría importante de aficionados al espectáculo taurino, al grado de aceptar “a pie juntillas” varias suposiciones sin sustento o que adolecen del mismo cuando tratan de explicar origen y desarrollo de una hacienda que comenzó su actividad pocos años después de concluida la Conquista y de la que se tienen noticias más claras en el año de 1557.[14] Sin embargo, fue durante el siglo XIX cuando ocurrieron acontecimientos importantes para el estudio de la hacienda. De ahí que en esta tesis se pretenda desmitificar el argumento de la génesis de la hacienda de Atenco con pocos documentos mal interpretados.

   En el capítulo número cuatro se analizará el surgimiento de una ganadería “profesional” bajo la égida y control de la familia Barbabosa, en la que Rafael jugó un papel determinante, al enfrentar diversos cambios que se dieron en la ganadería de Atenco en el último cuarto del siglo XIX. Se debe recordar que en 1911 se incorpora un nuevo pie de simiente que propició otras condiciones en el devenir de esta hacienda en por lo menos, los cuarenta años siguientes, para lo cual la obra de Luis Barbabosa Olascoaga es importante.[15]

   Se incluyen asimismo, imágenes de importante valor histórico e iconográfico y varias gráficas que respaldan algunos de los argumentos expuestos en los ANEXOS, sección del trabajo de investigación que reúne significativa concentración de datos, para entender que Atenco fue la ganadería de toros bravos más importante del siglo XIX, poseedora además de dos atributos que consolidan su enorme peso histórico: el esplendor y la permanencia.

   Éste es un breve referente de la magnitud de producción de ganado de la hacienda de Atenco en el mejor de sus períodos, 1815-1900, que abordaré en la presente investigación.

   El período en estudio podría resultar en consecuencia muy largo: 82 años cabales. Sin embargo, se puede afirmar que, el ritmo de vida específico al interior de Atenco fue respondiendo a un patrón de comportamientos irregulares pero no radicales. Las altas y bajas en su producción de cabezas de ganado, sobre todo entre los años 1850-1860; 1863-1867 y 1885-1888 nos dan una lectura favorable. Los otros años reflejan las irregularidades a que quedan expuestas este tipo de unidades de producción tan específica como la de crianza de ganado de casta, o ganado para la lidia.

   Finalmente, quiero agradecer la valiosa recomendación que emitió a lo largo de la discusión de esta tesis todo el sínodo mismo que dirigió, revisó, cuestionó y sugirió los cambios convenientes para conseguir el mejor resultado posible con el que ahora este trabajo sale al “ruedo”. Con tales argumentos, creo estar en posibilidad para “recibir el doctorado”[16] con todos los honores.

México, Ciudad Universitaria, enero de 2007.


[1] Lo que evidentemente no me da por ahora presentarme como Doctor en Historia, según recomienda el sentido común… o Perogrullo.

[2] José Francisco Coello Ugalde: «Atenco: La ganadería de toros bravos más importante del siglo XIX. Esplendor y permanencia». Tesis que, para obtener el grado de Doctor en Historia presenta (…). México, Universidad Nacional Autónoma de México. Facultad de Filosofía y Letras. Colegio de Historia. 251 p. + 927 páginas (anexos). Trabajo inédito y pendiente de presentar como tesis de grado.

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CUANDO EL CURSO DE LA FIESTA DE TOROS EN MÉXICO, FUE ALTERADO EN 1867 POR UNA PROHIBICIÓN. (SEGUNDA y ÚLTIMA ENTREGA).

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Hace ya casi 20 años que tuve oportunidad de presentar en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, mi proyecto de tesis de maestría, mismo que lleva el siguiente título: “Cuando el curso de la fiesta de toros en México, fue alterado en 1867 por una prohibición. Sentido del espectáculo entre lo histórico, estético y social durante el siglo XIX”.[1]

   En esta ocasión, y por tratarse de una verdadera primicia, quisiera compartir con ustedes ahora las

CONCLUSIONES.

   Llego al punto culminante de una investigación a la cual se dedicaron diez años. Parecía al principio un tema ligero que, sometido al rigor y a la razón histórica pudo haber quedado reducido a su mínima expresión. Conforme pasaba el tiempo adquiría importancia hasta el grado de convertirse en tema formal para proponerlo como tesis. Se ha dicho ya, que historiar las diversiones públicas no es común y ahora amplío la exposición apuntando que es el toreo un campo cada vez más identificado y reconocido por historiadores e investigadores quienes se acercan a analizar los comportamientos sociales que ya no están inmersos solamente en esas actitudes masivas propias de la guerra, o la política; la religión y también las economías. El pueblo se relajaba en diversiones públicas y, la de toros en México se ha convertido en amplio espectro de posibilidades. Por eso propuse como trabajo «curioso» este que ahora remato y del cual referiré mis conclusiones.

   No viene al caso hacer cita de lo relevante examinado aquí. En todo caso, dedicaré una visión general a todo aquello que se involucra con la que ahora resulta una sucesión de historias. Esto es, la manera de relacionar acontecimientos que, a primera vista no tienen una implicación o mejor dicho, afectación en otros venideros y así, sucesivamente. Es obvio verlo así, pero al cabo de lo recorrido me doy cuenta que las circunstancias propias del siglo XVIII, siglo que con sus hombres se ubicó en altas razones del pensamiento logró emanciparse de viejos o anacrónicos sistemas del raciocinio para poner en práctica aquello que casaba con ideas más elevadas, con orientación hacia el progreso y una forma de mentalidad más abiertas, son trascendentes para exigir observación precisa de su tránsito. España recibe tardíamente esto, aunque a buena hora sus ilustrados iniciaron campaña reñida con aspectos propios de una sociedad inmersa en el más puro estancamiento. La élite se afrancesaba dramáticamente y ello daba visos de transformación radical, pues el pueblo (dramática forma de distinguir los niveles genéricos de una sociedad en cuanto tal) se dejaba llevar por el relajamiento asumiendo gallardamente sus formas toscas de expresión, en cuanto razón de ser. Ya lo hemos visto con el aspecto en el que, dejando los nobles caballeros de ostentar el papel protagónico en las fiestas, es el pueblo llano quien asume esa nueva responsabilidad, aplicando, en un principio, normas bastante primitivas con las cuales trataba de darle vida a la expresión de lo que concebían como toreo. La presencia Borbónica en gran medida propició dicho comportamiento al tratarse de una casa reinante de origen francés (aunque los Austria tampoco lo fueron en un principio). Lógico, tuvo que transcurrir un tiempo considerable para percibir el nuevo ambiente, por lo que ya para el arranque del segundo tercio del XVIII, las fiestas caballerescas se encuentran amenazadas de desaparecer porque los burgueses ligados a la corona ya no aceptan cabalmente un espectáculo que pronto se verá en manos del pueblo, quien lo hizo suyo en medio de formas muy primitivas y arcaicas de expresarlo.

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Ilustración publicada en el libro: El toreo en Morelia. Hechos y circunstancias. Sus autores: Luis Uriel Soto Pérez, Marco Antonio Ramírez Villalón y Salvador García Bolio. Michoacán, Centro Cultural y de Convenciones Tres Marías,2013. 224 p. Ils., fots., facs., mapas., p. 56.

   Todo ello fue adquiriendo visos de lo profesional y también de lo funcional por lo que las corridas de toros se sometieron a un esquema más preciso, alcanzado a fines de aquel siglo y logró constituirse como una diversión de la cual podían obtenerse fondos utilitarios para beneficencia de hospitales y obras públicas. Como un efecto de réplica, en medio de sus particularidades ampliamente referidas, lo anterior ocurre en América y muy en especial, en la Nueva España, lugar que también se sometió a severos cuestionamientos sobre su desarrollo y utilidad.

   El tiempo continuaba y se presentó luego la etapa transitoria de independencia como germen definitivo que permitiría la formación de esa nación presentida, pero no constituida sino reiterada más de medio siglo después cuando en su contenido fueron a darse conmociones y encontradas respuestas que solo frenaron o bloquearon el buen curso de una normalidad casi inexistente. Entre todo esto, el toreo -herencia española ya- seguía seduciendo por lo que arraigó; aunque sometido a un deslinde entre lo español y lo producido por los mexicanos. Todo aquello propiciaba en gran medida revitalización del espectáculo dándole a este el concepto de algo ya muy nacional (y que conste: la de toros es en España la «fiesta nacional») por lo que se engendró un sin fin de aderezos, sin faltar quehaceres campiranos. Sin embargo no quedó soslayado el toreo español, mismo que fue abanderado tras pocos años de contar sin tutela por Bernardo Gaviño, diestro gaditano que por cincuenta años representó la única vertiente del toreo español, asimilada de enseñanzas proyectadas por Pedro Romero, Juan León Leoncillo» y recibida por Francisco Arjona Cúchares, Francisco Montes Paquiro, alumnos distinguidos de la Real Escuela de Tauromaquia de Sevilla. Cerca, muy cerca de ambos, está Gaviño quien para 1835 se encuentra ya en nuestro país. Todo eso se empantanó en el dominio del gaditano quien, a su vez, prohibió que se colocaran paisanos suyos, diestros que hacían campaña en América.

   Caería en el riesgo de citar aquí lo tanto ya analizado sobre todo en el capítulo III. Lo que sí es un hecho, es para mí esa forma de enlace entre esos vasos comunicantes, interrelacionados en forma tan intensa que promovieron en mayor o menor medida el efecto de la prohibición. Uno, sin duda asume el peso de responsabilidad y es el administrativo pues se ha visto que tras darse a conocer las disposiciones que para octubre de 1867 se expusieron como lógica posición a evitar el descontrol que sobre impuestos y su actualización, no tenía por entonces el ramo correspondiente; la respuesta, fue que se puso en vigor la Ley de Dotación de Fondos Municipales. Su artículo 87 significó el oprobio o el desacuerdo habido entre empresa y autoridades hacendarias, porque su orientación se da sin conceder licencias para llevar a cabo corridas de toros en el Distrito Federal. De ese modo, la fiesta pasó a formar parte de la vida provinciana durante el tiempo en que no se permitieron en la capital del país los espectáculos taurinos. Fueron casi 20 años. Lo que puede llamarse una continuidad pero no una evolución es todo acontecer de la fiesta de 1867 a 1886. Surgieron figuras popularísimas (Ponciano Díaz es el modelo principal), se gestaron feudos -cerrados unos-, dispuestos los otros a un intercambio y comunicación, y también fueron llegando los primeros matadores españoles, de no mucha importancia, como la que sí tendrían a quienes les prepararon el terreno. José Machío llegó en 1885 y tuvo que soportar desprecios, indiferencia, amén de ser visto como un espécimen raro, sobre todo en la plaza de El Huisachal.

   Sucedió a fines de 1886 en que la derogación fue lograda, no sin someterse a dificultades. Largos debates, muy cerrados y peleados también condujeron al alumbramiento en México de la nueva época del toreo moderno de a pie, a la usanza española. Ello ocurrió a partir del 20 de febrero de 1887 con la presencia trascendente de toreros como Luis Mazzantini, Diego Prieto, Ramón López o Saturnino Frutos, como cuatro columnas vertebrales sólidas, vitales para el nuevo amanecer taurómaco que se enfrentaba al potente género de lo mexicano, abanderado por Ponciano Díaz, Pedro Nolasco Acosta, Ignacio Gadea, Gerardo Santa Cruz Polanco y algunos otros quienes poco a poco se fueron diluyendo, porque el toreo español ganaba adictos, adeptos y sobre todo terreno.

   La prensa hizo su parte, se sublevó, encabezada por la «falange de románticos» y logró abiertamente el cúmulo de enseñanzas entendidas tras largas horas de lectura y deliberación en tratados de tauromaquia (lo teórico) y lo evolucionado que se mostraba el toreo en la plaza (lo práctico).

   Y Ponciano Díaz que no aceptó pero que tampoco rechazó aquello no propio de su género, va a convertirse en el último reducto de esa expresión netamente mexicana, pues el «mitad charro y mitad torero» se gana gran popularidad e idolatría -como pocos la han tenido-, pero al suceder su viaje a España donde obtiene la alternativa en 1889, en esa ausencia, la prensa aprovechó y corrigió a fanáticos poncianistas, quienes reaccionaron pronto a aquel correctivo. A su regreso, a fines de ese mismo año, si bien se le recibe como a un héroe, pronto esa «reacción» en los públicos será muy clara y le darán las espaldas. En la prohibición de 1890-1894 Ponciano no tiene más remedio que refugiarse en la provincia en búsqueda del tiempo perdido, de la exaltación y el tributo que todavía alcanzará a conseguir.

   Para 1895 vuelve sin fuerza a México. En 1897 y 1898 actuará en festejos deslucidos y cada vez más atacados por la prensa. Muere hecho casi un «don nadie» en 1899.

   Reinaba ya ese toreo moderno y un ambiente españolizado en México. El siglo XX recibe y da grandes experiencias así como muestras potenciales inmensas de toreros españoles quienes van forjando la expresión que cada vez es más del gusto de aficionados entendidos como tal. Y ante ellos, surgen figuras nuestras que ya podían enfrentarse y ponerse a alturas tan elevadas como las de Fuentes, Machaquito o Vicente Pastor, por ejemplo. Me refiero a Arcadio Ramírez Reverte mexicano, Vicente Segura, pero sobre todo Rodolfo Gaona, figura que va a alcanzar calificativos de torero de órdenes universales, porque les regresa la conquista a los españoles en sus propias tierras (o mejor dicho en sus propios ruedos) para lograr junto con José Gómez Ortega Joselito y Juan Belmonte la puesta en escena -grandiosa por cierto- de la «época de oro del toreo».

ZARZO DE BANDERILLAS USADO EN 1885

Zarzo de banderillas usado en 1885. Imagen publicada en: Revista de Revistas. El semanario nacional. Año XXVII, Núm. 1439 del 19 de diciembre de 1937. Número monográfico dedicado al tema taurino.

   Antes de rematar estas “Conclusiones”, me parece oportuno agregar en seguida, las notas del periódico La Pluma roja. Periódico destinado a defender los intereses del pueblo”, (Redactor en Jefe: Joaquín Villalobos), tanto del martes 19 de noviembre, T. I., Nº 20, como del viernes 13 de diciembre de 1867, T. I., N° 27, notas copiadas en el mes de mayo de 2001 y que, localizadas hasta ese momento por razones de tiempo, me permiten entender que existieron otros factores que inducieron la aplicación de la ya conocida “Ley de dotación de fondos municipales”. Veamos.

La del martes 19 de noviembre va así:

TOROS

   Sigue la barbarie a pasos agigantados: a nuestro pueblo, que debieran quitarle todo espectáculo de sangre y de muerte, le damos domingo por domingo las suficientes lecciones para arraigar en su educación todos los instintos de sangre.

   En la función del domingo (17 de noviembre) pasado nos dicen que por arrebatar un sombrero, del toro embolado, hubo un asesinato.

   Ya se ve, diría el asesino: qué mas da matar a un hombre que un toro. Pobre Jovellanos, escribió inútilmente.

La del viernes 13 de noviembre recoge la editorial que el redactor tituló

FONDOS MUNICIPALES

   Dotar al fondo municipal de la ciudad, era una de las necesidades apremiantes que reclamaba la penosa situación del ayuntamiento; pero de este punto de partida a la ley que en 28 del pasado expidió el Ministerio de gobernación, hay una distancia tan grande, que ni el buen sentido ni la recta intención pueden sancionar.

   Antes que disponer del bolsillo de los vecinos, se debió proceder a formar el presupuesto de egresos, y solo en presencia de ese documento y para cubrir estrictamente los gastos indispensables, se debió pedir al público el deficiente que necesitaba la corporación municipal. Como en todas nuestras cosas, se ha comenzado por el último capítulo, y hoy no sabemos cuánto se exige de más a los contribuyentes, pues ignoramos el importe de los gastos.

   Por otra parte, no vemos la necesidad del recargo de impuestos en esta capital, en que sobreabundan las contribuciones directas e indirectas, sin que se invierta un solo peso en beneficio de la ciudad, siendo así que con justo título se podría reclamar el 20 ó 25 por 100 de lo que se recauda en la Aduana y las contribuciones directas.

   Los habitantes de la ciudad de México contribuyen con poco más de tres millones anuales a los gastos públicos, y de esa fuerte suma no portan ninguna utilidad. Contribuyen también con 600,000 pesos a los gastos de la ciudad; y cuando las circunstancias aciagas porque ha pasado reclamaban una mirada protectora de las autoridades, se expide una ley que desnivela la producción y esteriliza la producción y la industria.

   Como si no fuera bastante lo que ya sufren el comercio y la industria, se recarga el impuesto directo en un 33 por 100 á favor del municipio, y en un 20 para las obras del desagüe. Para promover la cultura, el bienestar, la comodidad y la civilización, casi se duplica la contribución de los carruajes particulares, sin que por esto se les garantice que sus vehículos no sufrirán averías á consecuencia del pésimo estado de las calles.

   El sistema de puertas, tan reprobado por el público porque es injusto y poco equitativo, se revive hoy á despecho del buen sentido, y pronto presentará la ciudad el espectáculo más triste y repugnante, merced á la alta sabiduría del Ministerio, que grave con la misma cuota la puerta de un tendejón de Santa Ana, San Sebastián, la Palma ó San Pablo, que la vinotería de Jesús, el Portal ó la calle de Plateros. Y como este impuesto se paga por el número de puertas que tenga la casa de comercio, el ornato y la belleza de la ciudad padecerán inmediatamente, porque los causantes se apresurarán á cerrar las puertas que la ley convierte en enemigos directos del dueño del establecimiento.

   ¿En qué base descansa ese impuesto? ¿el número de puertas supone acaso mayor capital, ó utilidades mas seguras? Un ejemplo demostrará lo absurdo de esta contribución y nos autorizará para pedir su derogación. Una tienda y vinotería en los Ángeles tiene tres puertas y gira un capital de 500 pesos. Conforme á la ley, debe pagar doce pesos mensuales de contribución municipal; otra casa de comercio de los mismos efectos, situada en la calle del Refugio, con un capital de 25,000 pesos y con el mismo número de puertas que la de los Ángeles, pagará la misma cuota, no obstante que tenga cuarenta y nueve veces mas capital. ¿Es esto equitativo? ¿Es siquiera racional?

   La pobreza de ideas del autor, ó los autores de la ley de dotación del fondo municipal se revela en toda ella. No hay un solo artículo que nos indique el talento de los que la confeccionaron. Tomaron las leyes anteriores, inclusive las del imperio, y sin cálculo, sin criterio, sin conocimientos, se pusieron a recargarle los impuestos anteriores, dejando en la ley todas las monstruosidades que se notaban en las que le precedieron.

   Las pulquerías, las fondas, las fábricas de cerveza, los juegos permitidos, las diversiones públicas, &c., &c., todo ha recibido el aumento consiguiente á la avidez. Algunos de esos impuestos como el de un peso mensual á los figones, y el de los teatros o diversiones públicas, deshonrarían al más estúpido conservador.

   El ayuntamiento, que debe velar por la instrucción y cultura del pueblo, que está obligado á fomentar los espectáculos de cierta y agradable distracción, va á hacer imposible la concurrencia de las clases pobres á los teatros, por el recargo de una contribución que no tiene razón para existir.

   Otras mil razones podríamos oponer todavía en contra de la ley de 28 de Noviembre, pero lo expuesto basta para que se persuada el soberano Congreso de los vicios de ese decreto. Los ciudadanos verían con gusto su derogación, que esperan de la sabiduría de sus legítimos representantes era dotar suficientemente al ayuntamiento, es bastante consignarle la contribución federal que se paga en la capital. Disponiendo el gobierno general de todos los productos de la ciudad, y convertidas sus rentas en rentas de la federación, el 25 por 100 que se paga de exceso es un verdadero atentado contra la propiedad, que solo podrá disculparse convirtiéndolo en arbitrios municipales.

   Mucho ha sufrido la sociedad; tiempo es ya de que se escuchen sus justas quejas. Toca á los representantes del pueblo remediar el mal que le indicamos.

LA JORNADA_24.11.2009_p. 33d

He aquí a los representantes naturales del pueblo. Fotografía de Guillermo Sologuren, con la que se dio noticia sobre el “pizarrazo inicial” a la película El Atentado. En La Jornada del 24 de noviembre de 2009, p. 33 a.

   Sin otro propósito que conseguir una historia -que a ratos intenté hacerla como la quiere O ‘Gorman. Erudita a veces, rigurosa y desalmada por momentos también, me dispongo a la suerte suprema, de lo cual solo nace mi incertidumbre de si saldré en hombros y por la puerta grande, o bajo una lluvia de cojines y denuestos.

   La lección con que terminamos estos apuntes, proviene del recordado Dr. Edmundo O´Gorman:

«Quiero una imprevisible historia como lo es el curso de nuestras mortales vidas; una historia susceptible de sorpresas y accidentes, de venturas y desventuras; una historia tejida de sucesos que así como acontecieron pudieron no acontecer; una historia sin la mortaja del esencialismo y liberada de la camisa de fuerza de una supuestamente necesaria causalidad; una historia sólo inteligible con el concurso de la luz de la imaginación; una historia-arte, cercana a su prima hermana la narrativa literaria; una historia de atrevidos vuelos y siempre en vilo como nuestros amores; una historia espejo de las mudanzas, en la manera de ser del hombre, reflejo, pues, de la impronta de su libre albedrío para que en el foco de la comprensión del pasado no se opere la degradante metamorfosis del hombre en mero juguete de un destino inexorable».


[1] José Francisco Coello Ugalde: “Cuando el curso de la fiesta de toros en México, fue alterado en 1867 por una prohibición. Sentido del espectáculo entre lo histórico, estético y social durante el siglo XIX”. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras. División de Estudios de Posgrado. Colegio de Historia, 1996. Tesis que, para obtener el grado de Maestro en Historia (de México) presenta (…). 221 p. Ils., fots.

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SOBRE LA “ESTATUA DE JUAN TENORIO” POR ANTONIO GONZÁLEZ “EL ORIZABEÑO” EN 1888.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.  

   Antes de abordar esta interesante “curiosidad taurina”, conviene poner en antecedentes a los amables seguidores de este blog. Primero, los remito a la siguiente “liga”, donde aparecerá ante su vista el trabajo que, dentro de la serie “Revelando imágenes taurinas mexicanas. Revelado N° 8, dediqué al tema: Del “Esqueleto torero” a la suerte del “Tancredo”. (https://ahtm.wordpress.com/2011/06/01/del-%E2%80%9Cesqueleto-torero%E2%80%9D-a-la-suerte-del-%E2%80%9Ctancredo%E2%80%9D/). Como habrán podido comprobar, me ocupo de aquella suerte, hoy extinta, que se llamó de “Don Tancredo”. Pero antes ya otros diestros nacionales habían intentado en distintas representaciones hacer el mismo acto, el cual tuvo fuertes repercusiones, sobre todo en provincia. Hace poco, encontré en mis investigaciones de archivo un cartel correspondiente a la plaza de toros e Hipódromo del Coliseo, festejo anunciado para el domingo 4 de marzo de 1888. Ilustrado con varios grabados de Manuel Manilla, aparece casi al final del mismo el siguiente anuncio:

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“¡Acontecimiento taurino! Se expondrá al público por primera vez el espectáculo nuevo, La estatua de Don Juan Tenorio por el arrojado Antonio González, (a) el Orizabeño, quien asegura que el toro le dá la embestida y no le hace daño. Esta suerte se hará en el toro que dicho diestro crea conveniente”.

   Aquella ocasión, el cartel estuvo integrado por una cuadrilla en la que destacaban, diestros españoles en su mayoría. Sin embargo, hubo entre los picadores “Tres Famosos Mexicanos” y el puntillero lo fue José María Reyes. Seguramente, Antonio González se integró o a la cuadrilla de Fernando Lobo o a la de Manuel Blanco. Otro supuesto sobre su actuación es que haya salido como “sobresaliente”, lo cual todavía no se acostumbraba del todo por esa época.

   Habiendo revisado la iconografía de la época, sólo encuentro dos ejemplos que parecen mostrarnos lo dicho en el cartel anunciador, respecto a “La estatua de Don Juan Tenorio”. Se trata de sendos grabados del célebre artista mexicano José Guadalupe Posada, y que abordan desde su mirada tan particular lo que observaremos a continuación.

DOS IMÁGENES DE J. G. POSADA...

Allí puede apreciarse la figura protagónica que José Zorrilla elevó a órdenes de la literatura universal, precisamente en el famoso “Juan Tenorio” que nos legó. A la izquierda podemos observar varios pedestales rematados –seguramente- por las figuras de alguno de esos 32 hombres que pudo matar, y que siguen apareciendo en la imagen de la derecha, incluyendo, quizá, a la de la propia Inés, una de sus fatales víctimas femeninas. Al respecto de estas célebres representaciones, justo hace unos días, en La Jornada se publicó esta interesante nota:

150 AÑOS JUAN TENORIO...

La Jornada. Cultura, sábado 14 de noviembre de 2015, p. 6a.

Teniendo entonces, a Antonio González como el otro intérprete del “Juan Tenorio” pero en el ruedo, es entonces cuando otra imagen aquí incluida, recrea tal suerte, en la que “El Orizabeño” habría adoptado alguna de las posturas que pueden apreciarse a detalle:

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El espada mexicano don José Vázquez y sus dos discípulos “El Orizabeño” y Francisco Lobato, haciendo “El Panteón de Don Juan Tenorio”. El Universal Taurino. Tomo IV. México, D.F., martes 2 de octubre de 1923, Nº 103.

   Y es que no solo fue nuestro personaje el único en realizarla. Como se observa en el pie de imagen, aparecen también los nombres de José Vázquez y de Francisco Lobato, quienes practicaban dicha suerte con notable frecuencia, como podrá entenderse en esa otra lectura que juegan las imágenes y su contenido subliminal, que nos permite comprender otros síntomas del pasado taurino mexicano.

   Ya el Dr. Cuesta Baquero nos había advertido sobre la interpretación de suerte tan curiosa que la vio realizar desde el año de 1868 precisamente por José Vázquez (José María Vázquez) a quien en el extranjero conocieron como “El Mexicano”, practicó con frecuencia una arriesgada suerte que consistía “en vestirse con una pijama de color blanco y listas negras, simulando los costillares y otros huesos; así disfrazado (¿?), pararse en un sitio del redondel, esperaba impávidamente la acometida del toro”.

   Vuelve a comprobarse una vez más que las célebres hazañas de “Don Tancredo”, tuvieron en México notoria ejecución desde muchos años atrás. El mérito de Tancredo López fue haberse adaptado un traje de blanco purísimo, incluyendo el pedestal, y esperar a los toros con un reposo que imponía, hasta el punto de ganarse carretadas de aplausos cada vez que actuaba él o sus buenas o malas copias…

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