CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
II

Las fiestas nunca mejor representadas como en los biombos novohispanos. Este corresponde a una obra anónima. Óleo sobre lienzo, Biombo del Palacio de los Virreyes, siglo XVII. Museo de América de Madrid.
Advertidos ya sobre la “Entrada pública del Señor Virrey”, el 9 de febrero de 1756, aquí tienen ustedes parte de la reseña de los acontecimientos en tal jornada.
En esta ocasión, será el Ceremonial de la N. C. de México por lo acaecido el año de 1755[1] el documento que nos proporcione la pauta para entender, con mayor detalle las ocurrencias de aquella recepción.
[1756]
Entrada pública del Señor Virrey. 1756, 9 de febrero.
Este día fue la entrada pública del Excelentísimo Señor Virrey Marqués de las Amarillas, estaba ya a todo punto las prevenciones todas, que fueron el arco que la Ciudad pone en la Calle de Santo Domingo, que es de dos caras, de elevación de veinte y siete varas, que cierto divierte la vista semejante coloso, el Regidor Comisario del arco tiene prevenido el palio en el mismo arco, la loa que se le ha de echar al Señor Virrey en este paraje, el tablado en la esquina de la Plazuela de Santa Catarina Mártir, que será poco más de ocho varas de largo, y seis de ancho, bien entapizado, con dosel, una silla, y cojín, para que allí espere el Señor Virrey a la comitiva, estaba también prevenido el ornato de toda la carrera, que es de Santa Catarina a la Catedral, que habrá poco menos de mil varas, entapizadas las paredes con cortinas, tapices, y adornadas de exquisitas alhajas, y primorosas pinturas, que cierto daba tal golpe a la vista que alegraba al más melancólico, para cuya prevención pública mandó el Corregidor de que todos adornen sus pertenencias, y juntamente prohíbe no anden forlones, ni caballos en la tarde de la función, y aunque todas las bocacalles están cerradas con tablados, era muy del caso se pusiera valla, para que saliera más ordenada la función, y se evitaran muchas de las desgracias que suceden, estaba prevenida la marcha de las Compañías que son ocho Compañías de Pardos (casta de la Nueva España, cruza entre español y negra), con quinientos hombres poco más, o menos, que hacen alto en la Plazuela de Santa Catarina; siete Compañías de Gremios, con otra tanta cantidad de gente que se ordenaron en la Plazuela de Santo Domingo, la Compañía de Granaderos, compuesta de Plateros, y Sastres, los primeros de uniforme encarnado, y los segundos de azul, con doscientos hombres la Compañía de Caballería de Granaderos, y Curtidores con cien hombres, que con la Caballería de Palacio, estaban en la Calle de Santa Catarina: Estaba últimamente prevenido por la iglesia en la puerta de la entrada, que es frente del Empedradillo, un arco de veinte y dos varas de una cara también muy vistoso un cadalso alfombrado donde había de adorar la Cruz el Señor Virrey antes de entrar en la Iglesia; todo así prevenido, a las tres y media de la tarde salió la Ciudad de las Casas de Cabildo a caballo, por delante los Timbaleros, y Clarineros, que son veinte y cuatro, vestidos con sus ropas franceses, con mangas perdidas de paño fino de color carmesí, guarnecido de galón falso de oro, gorra de lo propio, con escudo de la Ciudad por delante, las bestias con sus gualdrapas de lo propio, luego los Ministros de Vara, después los Maceros, y luego los Capitulares, Alcaldes, y Corregidor, y se fueron a Palacio por junto a la Acequia por delante de Palacio, y entraron dentro de él, que estaba esperando la Real Audiencia, luego desde Palacio se ordenó la comitiva así Timbaleros, Ministros, el Tribunal del Consulado, Protomedicato, Universidad con mazas, y los Doctores con insignias, Ciudad, Real Audiencia, y Tribunales de Cuenta, y Caja; salió de Palacio cogiendo por el Cementerio, Empedradillo, Calle de Santo Domingo, hasta la esquina de la Calle de las Moras, que torcieron a coger la Calle del Relox, y luego torcieron a la Calle de Santa Catarina, a pasar por delante del tablado del Señor Virrey, y llegando la Real Audiencia montó el Señor Virrey a caballo, el cual sólo da la Ciudad enjaezado, y la manta del caballo de respecto, manga para el capote, quitasol, cuatro pajes, Guión que lleva un paje por delante del Señor Virrey, y tras del Señor Virrey vienen sus pajes, y secretario de gobierno, y su familia; así se anda hasta la puerta del Arco, en cuyo lugar se apea la Ciudad, y habiendo entrado toda la comitiva, hasta la Real Audiencia, se cierra la puerta del Arco, se le echa la loa, y luego hace el pleito homenaje en manos del Corregidor, y Decano, por ante el Escribano de Cabildo, quien le dice: Vue Excelencia hace pleito omenage de mantener esta Ciudad, y Reyno en paz, y quietud, a la sugeción del S. D. Fernando Sesto, Rey de las Españas, y entregarlo cada quando se lo pida, y de guardar los privilegios, y fueros de esta Ciudad; y respondiendo: sí lo hago, sí lo juro, se le entregan las llaves por el Decano, quien las ofrece en una fuente, se abren las puertas para que entre, y los Regidores cogen las varas de palio, y el Señor Virrey hace seña de que lo retiren, y luego el Corregidor, y Decano, cogen la banda del freno del caballo, y lo van conduciendo, yendo todos los Regidores a pie por delante, con sombreros puestos, como que la Ciudad tiene privilegio de Grande de España; así conducido llega al Cementerio de la Catedral (y como la Señora Virreyna está en el balcón de la Casa del Estado, le hace sus correspondientes cortesías), luego se apea, y los bonacillos le quitan las espuelas, y conducido del Clero llega a la puerta de la Iglesia, donde estaba el Arzobispo de capa, con Ministros revestidos, cruz, y ciriales, allí hincado adoró la Santa Cruz, y la besó, llevándosela el Prelado; luego la condujeron al altar mayor, cantando el Coro el Te Deum laudamus, y dicha la oración, y preces, se bajó al asiento regular, y le echaron la loa; acabada la función, se fue a Palacio en el modo regular que otras veces. Volvamos a la Función de la Calle, ésta estaba toda tan llena de gente haciendo oladas, y vi que los que llevaban criaturas las daban a los que estaban en las puertas calles por evitar que se los ahogaran. Después del Señor Virrey fueron sus estufas, luego la Compañía de Granaderos de Palacio, luego la Caballería de Palacio, después la Caballería de Panaderos, con sus estandartes, inmediatamente las Compañías de Granaderos de Plateros, y Sastres, después las Compañías de Gremios, y cerraban las de los Pardos, era tal el concurso que ni a fuerza de palos se daba lugar a la marcha de las Compañías, por lo que era muy preciso ponerse valla de cinco varas de ancho guarnecida de soldados para que no entraran en ella, con lo que se conseguiría alguna más orden, y quizá se evitarían algunas desgracias.

D. Agustín de Ahumada y Villalón, Marqués de las Amarillas, «alter ego» del entonces Rey de España Fernando VI.
Otra entrada pública del Señor Virrey.
En 31 (¿de enero?) fue la entrada del Excelentísimo Señor Virrey, fueron sólo los que tenían uniforme, y fueron los Señores Corregidor, Alguacil Mayor, Aguirre Gorráez, Malo, Mendez, Lasaga, Castañeda, Terán, Zúñiga, Mendieta, y Leca, y sin uniforme de Ciudad los dos Alcaldes, y Luyando, fue la entrada como las demás que se han asentado, y hubo en ésta de nuevo lo siguiente: No fueron los Ministros de Vara, y Tenientes de Alguacil Mayor; vino el Señor Oidor Decano a la izquierda del Señor Virrey desde Santa Catarina a el Arco, que debía venir solo; asistió los Señores Decano, y Toro, fuera del Arco, debiendo haber pasado de él: Fue dicho Señor Decano aunque distante al lado del Señor Virrey desde el Arco a la Catedral, se debe asentar en ceremonial fijo.
El asunto no para ahí. Un intenso catálogo de apuntes sobre lo que significó aquella entrada pública, nos lo refiere la pluma prodigiosa de Artemio de Valle-Arizpe en diversos pasajes, como el adorno de las calles, aderezadas con colgaduras, los soberbios y deslumbrantes arcos triunfales, la multitud de figuras alegóricas, ya en barro, ya en yeso policromado, donde salían relucir redondillas, sonetos, octavas escritos por los autores del momento, seleccionados rigurosamente por los “diputados de fiestas”.[2] Por aquí y por allá damas y también caballeros mutuamente se obsequiaban dulces y pasteles. Y no podían faltar los gremios –entre otros, los plateros-. Pero
A las tres de la tarde salieron de Palacio, en forma de paseo, los señores oidores, los tribunales, la nobleza, esta fastuosa nobleza de México, y se dirigieron a Santa Catarina, compitiendo entre sí en lo rico de los trajes, en la gallardía de los caballos, en lo vistoso de los jaeces y arneses, en el número de criados que los acompañaban y en el costo de las magníficas libreas. Ya en la plazuela, entregaron las cabalgaduras a sus respectivos pajes, y para esperar al Virrey fueron a ocupar los asientos de uno de los tablados. Llegó su Excelencia en coche descubierto y se organizó la procesión, que era lo que venía ser lo que se llama entrada pública.[3]
Guillermo de Tortosa y Orellana, al escribir a su hermana Doña Silveria las minucias de aquella impresionante fiesta, apenas un poco recuperado, tiene tiempo para decirle:
Hemos tomado unos días de reposo relativo, hermana, y lo aprovecho para escribirte esta carta antes de volver al bullicio y al alegre alboroto de las fiestas que se preparan: corridas de toros, comedias, peleas de gallos, regatas, juegos de sortijas y estafermos, mascaradas, danzas de indios y músicas también de unos indios que vinieron a festejar al Virrey desde su pueblo, llamado Zumpango.
De esta ciudad de México, a 3 de diciembre de 1755 años.[4]

El paladín Sr. Sousa saludando a sus altezas. Imagen del festival Regio celebrado en Valladolid el 28 de septiembre de 1907. En LA FIESTA NACIONAL. SEMANARIO TAURINO ILUSTRADO. Año V. Barcelona 5 de marzo de 1908, Nº 196.
La toma de mando.
El figurado Guillermo de Tortosa y Orellana, que no es otro que don Artemio, se vuelca en nuevas y más precisas anotaciones sobre lo que significó el recorrido por mar y tierra, como uno más de los del séquito del Marqués de las Amarillas.
Nos da a conocer el espíritu festivo de la señora virreina, doña Luis María del Rosario, la grandiosa recepción que se les dio en Veracruz, sin que faltara la ya acostumbrada entrega de las llaves de la ciudad y el Te Deum. Con el paso de los días, y bajo el ritmo del protocolo, se desplazaron tierra adentro, sin faltar en cada sitio, en cada población, por mayor o menor que fuera las rumbosas fiestas, al estilo que cada villa y su comunidad tenían establecidas. En Tlaxcala, por ejemplo
Hizo el Marqués entrada pública a caballo, formándose esta media legua antes de llegar a esa vetusta ciudad. Delante iban los batidores con un paje de Su Excelencia que portaba un estandarte con las armas reales por un lado y por el otro las del marqués de las Amarillas, bordadas de realce; tras él marchaba un numeroso concurso de indios, llenos de adornos polícromos; iban tocando sus tambores, sus chirimías, sus atabales y sacabuches; llevaban en alto sus guiones, sus banderas y las lindas divisas de los pueblos a que pertenecían; continuaban los indios nobles que componen los ayuntamientos de esa jurisdicción, y sobre las lujosas galas de sus vestidas portaban finas mantas de algodón en las que estaban bordados los timbres de sus familias y los de sus villas; en una mano traían altos bastones dorados, de los que colgaba una brillante profusión de plumas, y en la otra, largas cintas de colores que pendían del freno del brioso caballo que montaba el Marqués, viéndose así una entrecruzada policromía que alegraba los ojos. Al Virrey, que iba acompañado de su caballerizo don Félix Corralón y rodeado de sus gentileshombres y pajes, le seguía una extensa comitiva de los principales señores de la ciudad y de sus contornos, la escolta, y luego una enorme y apretada muchedumbre llevando plumas y palos adornados con flores y con pájaros preciosos de plumaje multicolor.
En la calle Real estaba un elevado arco lleno de adornos y con jeroglíficos que aludían, con elogio, a las proezas y buenos servicios del marqués de las Amarillas; debajo de ese arco se le dijo una loa que compuso un fraile músico. Pasamos a la parroquia, en donde se cantó un solemne Te Deum, y en seguida –ya lo necesitábamos- fuimos a las Casas Reales, en las que se nos tenía prevenido lujoso, cómodo alojamiento. En Tlaxcala permanecimos tres días en fiestas de toros, en bailes, mitotes de los indios, juegos de cañas y estafermos de los caballeros principales, de los de más pro y riqueza.[5]
Y en ese tenor, así ocurrió lo mismo en la Puebla de los Ángeles, Cholula, Huejotzingo, Otumba, San Cristóbal Ecatepec hasta que
Al entrar el Marqués en México hubo largas salvas de artillería y un nutrido repique en todos los templos, y mucho júbilo y vítores a su paso. La Real Audiencia lo acompañó al Palacio y e el acto se le dio posesión del gobierno.[6]
Curiosamente, Guillermo de Tortosa y Orellana fecha la segunda de sus tres cartas a 20 días andados del mes de enero y año de 1760, probablemente por la cercanía en que se celebraron las exequias del señor Agustín de Ahumada y Villalón, Marqués de las Amarillas ocurrido a los primeros días de aquel 1760, hecho que queda ampliamente descrito en la última de sus cartas, dirigidas a la ya conocida doña Silveria, bajo el título de Los funerales.
Obras de consulta:
Antonio Joaquín de Rivadeneyra Barrientos: Viaje de la Marquesa de las Amarillas. Descrito en verso por (…). Reimpreso con notas de Manuel Romero de Terreros y Vinet, Marqués de San Francisco, y publicado en ANALES. 1920.
José Francisco Coello Ugalde: “Artemio de Valle-Arizpe y los toros”. Obra inédita- México, 2008, 602 p.
NOTAS
[1] Ceremonial de la N[obilísima] C[iudad] de México por lo acaecido el año de 1755. Transcripción, prólogo y notas de Andrés Henestrosa. México, Organización Editorial Novaro, S.A., 1976. 124 p. Ils., retrs., p. 55-59.
[2] José Francisco Coello Ugalde: Aportaciones Histórico-Taurinas Nº 75: Guía y registro documental del Archivo Histórico Del Distrito Federal (Documentos históricos sobre fiestas y corridas de toros en la Ciudad de México, Siglos XVI-XX). Revisión, catalogación, interpretación y reproducción. Parte Nº 17:
Acervo: Colección de las ordenanzas de la muy Noble e Insigne y muy Leal e Imperial Ciudad de México. para gobierno de su república, gremios, comercio, tratos, efectos, & así de las que se hallan en el libro becerro como otras sacadas de los libros capitulares y profesos. hízolas el licenciado dn. Francisco del Barrio Lorenzot, abogado de la Real Audiencia y Contador de la Nobil.ma en 3 vols.
Período: 1546-1757
Volumen: 3 vols.: 431ª-433ª.
Instrumento de consulta: Lina Odena Güemes H.: Archivo Histórico del Distrito Federal. Guía general. México, ed. Verdehalago, 2000. 481 p. ils., retrs., grabs., maps., facs., fots. y planos., p. 112.
En estos importantes personajes –los diputados de fiestas-, recaía la enorme responsabilidad de orquestar no una, varias fiestas que no solo tenían relación con el elemento taurino. También se ocupaban de atender otros motivos, en el que el religioso es evidente.
A estos Comisarios o diputados de fiestas, se les destinaban fines específicos de organizar las suntuosas fiestas como las indicadas en las ocho cláusulas de esta Ordenanza.
En la tesis de licenciatura de Benjamín Flores Hernández: «Con la fiesta nacional. Por el siglo de las luces. Un acercamiento a lo que fueron y significaron las corridas de toros en la Nueva España del siglo XVIII», (véase bibliografía), aparecen interesantes notas que nos dan idea de la manera en que se organizaban las temporadas de toros, formando parte de ellas los “diputados de fiestas”.
ORGANIZACIÓN DE TEMPORADAS.
El primer problema que se planteaba una vez que se había decidido realizar una temporada era el de su organización.
Tradicionalmente, en los casos de fiestas reales y de recepción a los nuevos virreyes, correspondía a los ayuntamientos preocuparse de todo lo concerniente a la puesta de las corridas de toros. Lo primero que estos cuerpos hacían al planear una temporada era escoger, de entre sus regidores, a dos personas a las que nombraban comisarios de fiestas y a quienes encargaban de atender a todo lo relacionado con la temporada en cuestión. En toda ocasión en que el virrey pretendió inmiscuirse en el montaje de una serie de esa clase de lidias, el Cabildo capitalino reaccionó enérgicamente, haciendo valer los derechos de exclusividad en tales menesteres que el mismo monarca le había ratificado en varias ocasiones.
(…) Casi siempre, los comisionados, ponían a subasta toda la administración de la temporada a realizar, de manera que quien quedara con ella debía costear absolutamente todos los gastos (…), lo único que se remataba era la construcción del coso en que se iban a soltar los bureles, quedando a los comisionados la tarea de atender a todos los demás aspectos del ciclo de festejos.
Finalmente
Quienes tomaban en arrendamiento el coso se convertían en auténticos empresarios en el moderno sentido de la palabra; se encargaban, entre otras cosas, de contratar toreros, comprar toros, anunciar las suertes extraordinarias y las diversiones intermedias que más llamaran la atención del público e, incluso, hasta de dar a los lidiadores los premios y galas a que se hubieran hecho acreedores por sus buenas actuaciones. (Flores Hernández, op. Cit., p. 56-58).
Dichos personajes, tuvieron un papel determinante a lo que se ve, por lo que formaban parte esencial del diseño y organización de las fiestas, mismas que no terminaban con el último de los eventos planeados. Estas, ya transformadas en fríos números, entraban en un proceso de revisión y contraste propios de la contabilidad. El propio Lic. Francisco del Barrio Lorenzot llegó a apuntar en el Borrador de lo despachado en la Contaduría de la Ciudad por el Lic. (…), Abogado de la Real Audiencia de la N. C. DE MÉXICO. En los años de 1756, 1757, 1758 Y 1759.
Período: 1756-1759. Archivo Histórico de la Ciudad de México (A.H.D.F.)
Volumen: I vol.: 443ª, f. 26v-27:
Cuenta de fiestas de toros del Sr. Amarillas // De orden del Sr. Juez Superintendente conservador de propios y rentas de esta N. C. se me entregó la cuenta que dan los Sres. D. Joseph Ángel de Cuevas y Aguirre y Dn. Miguel Francisco de Lugo y Terreros, de la corrida de toros que hubo en celebridad de la entrada y venida del Exmo. Sr. Dn. Agustín de Ahumada, Marqués de las Amarillas, Virrey de este reino para que la ajuste y liquide; y teniendo presente otras de la misma naturaleza para arreglar el cargo; y comprobar la data en el modo posible a tan confidencia esa corrida, que no se puede medir por las regularidades de otros gastos tomo en obedecimiento del orden la liquidación en la manera siguiente:
Se le hace cargo a los dichos señores comisarios de la cantidad de 18,600 pesos que produjo la venta de cuartones que cercan la plaza (que así se llama la distancia de poco menos de cinco varas en el canto de la plaza) en las dos semanas o repartimiento que hubo, cuyo producto es el mayor respecto de las anteriores listas, a causa de haber sido compuesta de 94 cuartones, crecido número que no se ha visto en otras.
DATA: Se le pasan en data a los expresados señores comisarios la cantidad de 13,789 pesos y 2 tomines y sus granos, que gastaron en los presidas (sic) y regulares, a la suntuosidad de la corrida de toros, cuyas partidas una a una las más justifican con recados de comprobación, cuales son recibos, de los que mostraron dulces, aguas, paga de toreadores, cuidadores, vestidos de ellos, propinas, &.
ALCANCE: De la debida combinación del cargo con la data resulta de alcance en contra de los señores comisionados la cantidad de 4,810 pesos, 5 ½ reales, de la que se les hará cargo en la cuenta del recibimiento del Exmo. Sr. Virrey en el Real Palacio de México.
México y febrero 12 de 1757.
Demostrando con ello, finalmente, que aunque otras “cuentas” podían ser ejemplares en cuanto a su perfecto balance, otras tenían que ajustarse, “cuadrarlas”, para evitar entrar en un conflicto, en el que probablemente era necesaria que intervinieran “auditores”, tal y como hoy conocemos esa etapa dolorosa de rendir cuentas por excesos no previstos. Es evidente el ejemplo del ALCANCE sobre las fiestas recepcionales al virrey Marqués de las Amarillas, donde los señores comisionados, seguramente “diputados de fiestas” tuvieron en contra la cantidad de 4,810 pesos 5 y ½ reales, dinero del que se les hizo cargo en la cuenta del recibimiento del Exmo Sr. Virrey en el Real Palacio de México. Faltaba más.
[3] Valle-Arizpe: Op. Cit., p. 230.
[4] Ibidem., p. 232.
[5] Ibid., p. 234-235.
[6] Ib., p. 237.