Archivo mensual: octubre 2019

DE LA MUERTE DE UN DIOS, LIBRO INDISPENSABLE DESDE LA ANTROPOLOGÍA.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Dos importantes símbolos de integración se aprecian en la presente imagen: la religión y la presencia del ganado bravo. Esto es apenas una parte del complejo en que se funde el todo de la tauromaquia. Vista de San Luis Teolocholco, Tlaxcala, México.

Basta leer las primeras líneas de este interesante volumen, (cuyo autor es Manuel Delgado Ruiz), editado en “Nexos”, allá por 1986, para entender que la visión y revisión hechas por un antropólogo tienen enorme peso de reflexión, sobre todo en los tiempos que corren, cuando el catálogo de argumentos que suelen manejar taurinos y antitaurinos deja un mal sabor de boca, pues ambas partes emplean discursos que van del lugar común a la construcción de escenarios que deforman la sola esencia de una representación milenaria, si nos atenemos a que el considerado primer encuentro y convivencia entre el hombre y el toro sucedieron hace 23 mil años aproximadamente.

De entrada, el autor que en ese entonces pertenecía al Laboratorio de investigaciones sobre el simbolismo, actividad antropológica dedicada en la temática del simbolismo y su interpretación en la Universidad de Barcelona, nos plantea:

   Es difícilmente discutible que la denominada fiesta de los toros sea, con mucho, el más sobresaliente de los ritos de sacrificio cruento que sobreviven en el mundo industrializado. Cuando falta poco para que concluya el milenio (recordando que dicha obra fue escrita hace 33 años cabales), cada año, millones de personas asisten a alguno de los más de seis mil festejos taurinos de tipo convencional y comercializado (corridas), que se celebran en cualquiera de las plazas de toros (locales cerrados, destinados exclusivamente a la verificación en su interior de este tipo de rituales) con que cuentan gran número de pueblos y ciudades de España. Paralela e inseparablemente de lo anterior, son multitud las personas que participan, en grado variable de protagonismo, en las numerosísimas celebraciones no comerciales que, extendidas por casi todo el territorio peninsular, tienen como centro al toro y su sacrificio ritual en una gran variedad de modalidades. Lo mismo ocurre en otros países de Europa y de América. Este fenómeno es real y nos interroga sobre su sentido.

Su primer apunte es un claro adelanto de los tiempos que hoy corren, donde su paisaje está dominado por eso que él veía como “mundo industrializado”, como resultado de una presencia contundente materializada en la tercera “Revolución industrial” que, entre otras cosas puso en marcha procesos tecnológicos de gran alcance como la internet. A ello, deben agregarse las ideologías que predominaron en un mundo que alcanzaba sus primeros niveles de modernidad y globalización, articulándose complejamente entre nuevas condiciones de vida y convivencia, formas que luego vinieron a afirmarse con la cuarta revolución. Esa expresión tecnológica que hoy es no solo realidad virtual, sino un hecho contundente en la vida de muchos ciudadanos en todo el planeta, ha acelerado diversas formas de comportamiento, reflexión y análisis que se encaminan por senderos donde efectos como las redes sociales tienen activa participación en decisiones de alto alcance. A través de esas plataformas circula un complicado sistema en el que se van diseminando efectos de muchas tendencias en las formas de ser y de pensar. Por eso, no es casual que desde aquel 1986, Manuel Delgado Ruiz haya hecho tan detenida reflexión que parece ser el preámbulo de la actual contienda que se despliega en nuestros tiempos. Vuelve a decirnos

   “…debe reconocerse que, hoy, (la tauromaquia) constituye un auténtico enigma con su razón o razones por las cuales –y desde hace siglos- la mayoría de las sociedades y culturas que constituyen España han mantenido un conjunto de ritos centrados en dar muerte a toros y otros animales de características análogas, conjunto cuya manifestación más extendida, compleja y fascinante es la corrida.

   Se mire como se mire, y así deberían reconocerlo las personas cuyos prejuicios de tipo ético moral les suponen una dificultad a la hora de las apreciaciones objetivas, la fiesta de los toros es un espectáculo extraordinariamente extraño –si se atiende a su contenido con verdadera atención, sus resonancias resultan, como mínimo inquietantes- y que, a primera vista, resulta una auténtica insensatez. Pero ha sido la imaginación cultural quien ha generado el fenómeno, quien ha ido recreándolo durante periodos dilatadísimos de su historia social y quien ha depositado en su discurso, casi hermético para quien lo observara con mirada ajena, aspectos esenciales de su intimidad vital, aspectos aún por desvelar.

   Esas mismas afirmaciones tocan hoy ser retomadas y revaloradas por otros tantos antropólogos. En mi tarea como historiador, debo decir que me valgo permanentemente de este tipo de escritos, no siempre presentes porque se trata de textos (a veces marginales) que requieren de lecturas más reposadas, analíticas, que permitan incluso asociarlas o disociarlas de su contexto para entender esos otros significados que suceden al decodificar lo que uno se encuentra entre líneas o en esa doble lectura que por obligación debemos hacer para entender los mensajes que envían aquellos autores tras encontrar la razón o el equívoco de sus discursos.

Por eso cabe preguntarse, como lo hace Delgado Ruiz:

¿Qué justifica las seculares actitudes fílicas o fóbicas que genera y que la hacen insusceptible a la indiferencia? En ese sentido, esta representación continúa arrastrando sus misterios, indiferente a un mundo que ha ido acabando con casi todas las cosas que se le parecían y para el que constituye un montón de gestos inútiles y descabellados, una extravagancia injustificable, una historia loca que no significa nada, refiriéndose evidentemente al conflicto que suscita esa presencia contundente que se llama corrida de toros.

   Y continúa:

Sus manifestaciones, y sus antecedentes desde que de ellos se tiene noticia, han debido enfrentarse casi siempre a la actitud decididamente hostil sostenida en su contra desde las diferentes formas de poder político y económico que la han conocido.

   Y justo en nuestros tiempos ese mecanismo se ha fortalecido de manera gradual, porque existen los medios económicos junto a las poderosas plataformas virtuales que impulsan a los propagandísticos, los cuales, para un mejor efecto, necesitan incluso llegar a la vociferación, y si esta no es capaz de producir lo que pretende, entonces, buena parte de esas comunidades tiene que despotricar, manipular o insultar.

Sin embargo –retomo el hilo de la conversación con Delgado Ruiz-, muy lejos de la naturaleza irracional y arbitraria que se les presume, muchos de los ritos que configuran el universo simbólico popular en la Península Ibérica, y entre ellos destacadamente los de la muerte del toro, constituyen realmente modalidades eficaces de acción social y complejos comunicacionales perfectos en los que queda representada y poderosamente defendida una determinada ideología cultural.

Y así, mientras Jesús Monterín se confronta con Fernando Savater en todo aquello que huele a lugares comunes (leo al unísono “A favor de los toros” que no es otra cosa que una defensa más hacia el toro planteada por este bilbaíno), nuestro autor, vuelve a reflexionar, partiendo de lo que D. Sperber y su obra “El simbolismo en general” de 1978, planteaba al advertir:

“…no se trata de interpretar los fenómenos simbólicos a partir de un contexto, sino, muy al contrario, de interpretar al contexto a partir de los fenómenos simbólicos. Quien trata de interpretar símbolos en sí mismos mira la fuente de luz y dice: no veo nada. pero la fuente de luz está ahí no para que se la mire a ella, sino para que se mire y vea lo que ella ilumina»

   La frase tiene su fondo, fondo y forma, pero requiere el equilibrio para entender cómo pasar de la oscuridad a esa pretendida claridad justo en los tiempos que vivimos, cuando el entramado social, político e ideológico, se aprecian con una intensidad en la que diferentes formas de pensar, junto a un soberbio neoliberalismo y una arrogante globalización están causando efectos nunca antes vistos, y que se consolidan en forma muy especial ahora que discurre con todo y sus efectos, la cuarta versión de la revolución industrial. Afirmo como historiador, que hoy buena parte de estas nuevas sociedades se desentiende del pasado. Y ya lo advertía Edmundo O´Gorman: “El pasado nos constituye”. Por ello, no es fácil entender hacia dónde nos dirigimos sin saber de dónde venimos. Y el corte, la brecha que se está produciendo en la forma de pensar de muchos integrantes de estas nuevas generaciones se vincula a un aquí y ahora rotundo, contundente, pero no a depender de componentes que quizá ya no producen ningún efecto, sobre todo de aquellos que nos han configurado como seres humanos y pensantes.

Esa es, por tanto, una de las causas que hoy enfrentamos y se produce con el cuestionar de enormes redes sociales cuyos efectos, de no encontrar razones de peso que neutralicen su inconformidad, o al menos la equilibren si sabemos dar argumentos de peso –respetamos, pero no compartimos-, será difícil que logremos mantener o sostener la tauromaquia, hoy día envuelta además, en el manto de dos importantes condiciones: la técnica y la estética. Pero también de una prudente conciencia de quienes nos consideramos taurinos y damos al significado mismo de dicho legado sus más profundas razones y que, desde esa ética bien o mal conceptuada (nunca desde los oscuratismos maniqueos), haga permanecer vivo, como ya se dijo al principio, un encuentro milenario del hombre y el toro, que en los últimos siglos ha alcanzado la eternidad de este ritual de sacrificio.

Obras de consulta:

Manuel Delgado Ruiz, De la muerte de un Dios. La fiesta de los toros en el universo simbólico de la cultura popular. Barcelona, Nexos, 1986. 284 p. (Ediciones Península).

Jesús Mosterín, A favor de los toros. Pamplona, editorial Laetoli, 2010. 115 p. (Colección Libros abiertos, 14).

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 PONCIANO DÍAZ y LA IDOLATRÍA POPULAR.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

He aquí la mejor muestra de aquella idolatría, puesta a nivel de convertirlo en emblema del nacionalismo. Col. del autor.

   Existe una idolatría muy particular en cuanto un torero alcanza la cima de todas sus aspiraciones, y esto puede materializarse en la salida a hombros luego de haber logrado esa hazaña que consiste en haber ejecutado una labor completa que implica ese privilegio de ser llevado en andas, en pleno olor de santidad.

Esa distinción particular la han logrado muchos, muchos toreros que luego, para seguir consagrándose deben imprimir igual o mayor nivel de capacidad, que los lleve a convertirse en figuras del toreo, en auténticos mandones, lo cual significa superarse así mismo cada tarde en que comparecen por diversos ruedos en el planeta de los toros.

Si han de recordarse nombres emblemáticos, ahí están toreros como Rodolfo Gaona, Fermín Espinosa “Armillita”, Silverio Pérez, Lorenzo Garza, Alberto Balderas… y un largo etcétera, convertidos todos ellos en blanco de semejante celebración. Además, la idolatría agrega a tan particular circunstancia el honor de pasar a esa “Rotonda de los hombres ilustres”, a través de la memoria donde el imaginario colectivo convierte cada episodio en capítulos y pasajes que pasan a formar parte de un historial cargado de leyendas y exaltaciones que se conservan intactas pasados muchos años después de haber sucedido tal o cual jornada que rememora lo ocurrido en determinada época que luego calificamos como notable.

En ese sentido hubo, en el último tercio del siglo XIX mexicano, un personaje que reunió tales atributos, mismos que hasta hoy se mantienen vigentes como referencia o paradigma. Me refiero concretamente al caso de Ponciano Díaz Salinas (1856-1899), quien se convirtió, gracias al modo específico en que materializó la más pura expresión del toreo a la mexicana desde el momento mismo en que fue elevado a matador de toros. Esto ocurrió el 13 de abril de 1879, y en Puebla, precisamente cuando el patriarca Bernardo Gaviño otorgaba ese ascenso, tal y como lo afirmó el propio diestro atenqueño, en el dicho que aparece en el cartel para una función de toros llevada a cabo en la plaza de toros de Toluca, la tarde del domingo 1° de junio de 1879 en estos términos:

“Habiendo terminado la temporada en la ciudad de Puebla, en donde fui elevado al difícil rango de primer espada, por la benevolencia de tan ilustrado público, me he propuesto antes de disolver mi cuadrilla dedicar una función, que tenga por objeto, pagar un justo tributo a mis paisanos ofreciéndoles mis humildes trabajos: si estos son acogidos con agrado quedará altamente agradecido S.S. Ponciano Díaz”.

Y desde esa fecha, hasta su última actuación, registrada el 6 de marzo de 1899, el “torero con bigotes” acumuló 722 actuaciones, no solo en nuestro país. También en el extranjero, como fue el caso de haber acudido a Estados Unidos de Norteamérica, Cuba, España y Portugal. Es bueno aclarar que logró la cima (esto entre 1879 y 1890, y luego la decadencia, entre 1890 y 1899).

Lo notable en su caso es que el pueblo logró convertirlo en ídolo, y para corroborar esa condición de privilegio, fue necesario que se agregaran diversos componentes que afirmaban y reafirmaban aquel estado de cosas. Basta mencionar que Ponciano es de los pocos toreros que, a lo largo de su vida torera, pudo acumular casi un centenar de versos, corridos y canciones que lo elevaban permanentemente. Y esto puedo apuntarlo con toda certeza, gracias al hecho de que en uno de mis trabajos destinados a entender la vida y obra de personaje tan relevante (me refiero al que lleva el título de Ponciano Díaz íntimo, que recuerda aquella obra que escribiera José Luis BlasioMaximiliano íntimo. El Emperador Maximiliano y su corte-, destinada a exaltar el paso efímero de quien fuera segundo emperador de México. Me refiero al monarca Maximiliano I de Habsburgo 1864-1867).

También se encuentran en torno a esa virtud popular, algunas anécdotas, como las que incluyo a continuación.

La misma poesía popular se dedica a exaltarlo, al grado mismo de ponerlo por encima de los toreros españoles.

Yo no quiero a Mazzantini

ni tampoco a “Cuatro Dedos”,

al que quiero es a Ponciano

que es el padre de los toreros

¡Maten al toro! ¡Maten al toro!

   El “padre de los toreros”, cómo no lo iba a ser si en él se fijaban todos los ojos con admiración.

Su vida artística o popular se vio matizada de las más diversas formas. Le cantó la lírica popular, lo retrataron con su admirable estilo artístico Manuel Manilla y José Guadalupe Posada en los cientos de grabados que salieron, sobre todo del taller de Antonio Vanegas Arroyo, circulando por las calles de aquel México y de aquella provincia. He aquí otro caso.

En los días de mayor auge del lidiador aborigen, el sabio doctor don Porfirio Parra decía a Luis G. Urbina, el poeta, entonces mozo, que se asomaba al balcón de la poesía con un opusculito de “Versos” que le prologaba Justo Sierra:

-Convéncete, hay en México dos Porfirios extraordinarios: el Presidente y yo. Al presidente le hacen más caso que a mí. Es natural. Pero tengo mi desquite. Y es que también hay dos estupendos DíazPonciano y don Porfirio-: nuestro pueblo aplaude, admira más a Ponciano que a don Porfirio.

Y aquí una curiosa interpretación:

En aquellos felices tiempos, comenta Manuel Leal, con esa socarronería monástica que le conocemos, había tres cosas indiscutibles: La Virgen de Guadalupe, Ponciano Díaz y los curados de Apam…

Página central de El Hijo del Ahuizote. T. III, Ciudad de México, 8 de enero de 1888, N° 105.

   Su figura fue colocada en todos los sitios, aun en bufetes, oficinas de negocios, consultorios de médicos; en fotografías, o en litografías en colores y a una sola tinta, publicados en periódicos mexicanos o españoles como LA MULETA, EL MONOSABIO, LA LIDIA, EL TOREO CÓMICO que ilustró sus páginas -este último- con un retrato del torero mexicano del mismo tamaño que los que había publicado de “Lagartijo”, “Frascuelo”, “El Gallo”, Mazzantini y “Guerrita”.

En la calle se le tributaban verdaderas ovaciones, lo mismo en Plateros que en El Hospicio que en La Acordada; al pie de la estatua de Carlos IV que al pasar junto a la tabaquería llamada “La Lidia”, lugar de reunión de los toreros españoles, que recibían sendas rechiflas.

Realmente, esos eran los grados de ilusión obsesiva adoptada por el pueblo, vertiente de una sociedad limitada a una superficialidad y a un todo que no les es negado, pero que asimilan de muy distinta manera, a como lo hacen esas otras vertientes intelectuales y burguesas; o simplemente ilustradas.

La “sanción de la idolatría”, a más de entenderse como aplauso, como anuencia, como beneplácito; es también castigo, pena o condena. Y es que del sentir popular tan entregado en su primera época, que va de 1876 a 1890 se torna todo en paulatino declive a partir de 1890 y hasta su fin, nueve años después.

GRANDE Y PEQUEÑA CULTURA A SU ALREDEDOR.

El mundo de la música se acerca también a Ponciano Díaz, y en el año de la reanudación del espectáculo taurino -1887-, se estrena el juguete “¡Ora Ponciano!” escrito por don Juan de Dios Peza y musicalizado por don Luis Arcaraz, donde

se aprovechaba en él la fiebre que había en la capital por las corridas de toros y se glorificaba al ídolo taurino del momento: Ponciano Díaz. La piececilla gustó mucho y se repitió innumerables veces, hasta culminar con la aparición del propio matador en la escena durante dos o tres noches. (Luis Reyes de la Maza: Circo, maroma y teatro (1810-1910). México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1985. láms., ils., p. 274-5.

Por su parte Juan A. Mateos intentó escribir en 1888 la anunciada zarzuela PONCIANO Y MAZZANTINI, con música del maestro José Austri. Sólo que por razones política, no pudo prosperar su anhelo.

Debido a la gran pasión despertada por estos dos espadas. Incluso

(varias) veces hubo que se llegó a las manos por dilucidar cual de los diestros toreaba mejor.

Los actores vistieron trajes de luces pertenecientes a los espadas y el Teatro Arbeu fue insuficiente para dar cabida a tanto número de espectadores llegando aquello al paroxismo total.

A Mazzantini aquella idea de verse representado en un escenario le gustó y aceptó la sugerencia de presentarse como actor en el Teatro Nacional en una función de beneficencia a la que asistió don Porfirio Díaz. El buen éxito alcanzado animó al diestro a presentarse dos veces más en diferentes obras. Y como el público le aplaudió más que a los otros actores, el matador seguramente creyó que era tan buen autor como buen torero.

Al ampliar esta información se sabe que entre el 25 y el 31 de diciembre de 1888 hubo un asunto que fue tema de conversación. Algunos aficionados llegaron al extremo de alquilar el Gran Teatro Nacional para arreglarlo de tal modo que pudieran darse en él algunas corridas de toros en las noches, toreando las cuadrillas de Luis Mazzantini y Ponciano Díaz. Hoy, esa especie provoca estruendosa carcajada, pero entonces se la acogió como verosímil y aun hubo quien hiciera proyectos de reventa de boletos. Ese “notición” fue publicado en el periódico taurómaco EL ARTE DE LA LIDIA.

El género chico ha sido considerado subliteratura, dice Aurelio de los Reyes. Justifica tal exposición con aquello de que

En el (Teatro) Principal habían seguido en auge las tandas de los Hermanos Guerra afortunados empresarios de zarzuela barata: su más rico filón se lo proporcionaban el episodio histórico-lírico CÁDIZ (…). No creo, a la verdad, que perjudique gran cosa la historia del arte, no deteniéndome más en tan exiguas novedades: por igual causa me contento con citar el estreno en el teatrillo Apolo, de Tacubaya, de la zarzuelilla de circunstancias “Casarse por la influenza”, el de un sainete titulado LA CORONACIÓN DE PONCIANO, en (el Teatro) Arbeu, y en otro teatro de más inferior clase el del a propósito “La fiera de San Cosme”.

Recordemos que el día de la inauguración de la plaza BUCARELI (15 de enero de 1888) luego de que hizo su aparición don Joaquín de la Cantolla y Rico

una niña encantadora (Josefa Romero) -toda de blanco vestida- coronó a Ponciano con laureles y mirtos, mientras el diestro que estrenaba ropa morada y oro, aceptaba de rodillas la conmovedora ofrenda…

En MANICOMIO DE CUERDOS, otra zarzuela, con letra de Eduardo Macedo y música del maestro José Austri se incluye un fragmento con dedicatoria a Ponciano Díaz. Veamos:

Discuten varios toreros españoles y la “Afición” sobre los méritos del mexicano Ponciano:

TORERO 1º             ¿Conque pronto vendrá Guerra?

“         2º                  ¿Que si vendrá? ¡Ya lo creo!

“         1º                  Es un barbián de valía

“         2º                  Y un excelente torero.

AFICIÓN                 Pues le auguro muchas palmas;

    sobre todo, muchos pesos.

   ¿Es superior a Hermosilla?

TORERO 2º             Muy superior.

AFICIONADO          No lo creo.

RANCHERO             ¿Más que el “Ecijano”?

TORERO 2º             ¡Digo!

RANCHERO             ¿Y que Mazzantini?

TORERO 1º             ¡Cierto!

RANCHERO           Mire que es mi compatriota

   y nadie rebaja a México

  ni en producción ni en industria

  ni en riqueza ni en gobierno.

TORERO               ¿Y eso que le importa al arte?

AFICIÓN               Señores, calma y sentémonos,

RANCHERO         Pues insisto en que Ponciano

 vale mucho.

TORERO              ¡Vaya un necio!

Repito que no es artista…

RANCHERO       ¿Por qué no tiene meneos?

¿Cree usted que en la trastienda

es donde buscan el mérito?

¡Cómo er arfiler yo saque

encomiende su arma ar cielo!

Como saque el chafarote…

   La influencia musical tuvo gran peso y se sabe que en media república se tocaba una marcha titulada “¡Ahora, Ponciano!”, que recordaba la frase -exclamación- cuidadosa que el público hacía en las plazas, indicando al espada cuando podía entrar a matar. También era común escuchar otra pieza denominada “A los toros”, dedicada al célebre torero mexicano. Y ese “¡Ahora Ponciano!”, “¡Ora, Ponciano!”, como ya vimos era una exclamación y exaltación a la vez que el público lanzaba en la plaza de toros o en las calles, elogiando al torero popular, cumpliéndose así, una vez más, el grito de guerra que daba perfil al prototipo de torero cuya fama propiciaba entusiasmo, pero también incitaba -en ocasiones- a la riña. De ese modo adquirió dimensiones que hoy entendemos gracias a estos ejemplos maravillosos.

Se caería en la reiteración insistir en otros géneros de la cultura que manejaron a Ponciano Díaz como tema central de aquella expresión tan peculiar, traducida en ejemplos como los ya indicados, tanto en el grabado, como en corridos o en la poesía misma. Por lo tanto, no me queda sino concluir con estos apuntes diciendo que la magnitud de su popularidad alcanzó esos interesantes renglones del arte, arte popular, que trascendieron y han quedado como parte de una interpretación que ya es histórica.

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¿TIENE FUTURO EL PASADO TAURINO DESDE NUESTRO PRESENTE?

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Esta imagen es la summa de todo cuanto pretende la colaboración que hoy se publica en este blog. Fotógrafo, Lucien Clergue. La fotografía fue seleccionada por la antigua agencia UPI, en 1967 como una de las mejores en aquel entonces. Col. digital del autor.

Procuro como historiador, recuperar el pasado en todas sus dimensiones y todos sus valores, a la luz del presente. Esa es una de las principales obligaciones de quien pone atención en los hechos pretéritos y les da su toque de realidad siempre con la congruencia como aliada ideal. Pero ¿y el futuro?

Esa prospectiva, siempre necesaria, nos refiere un destino incierto que todos los seres humanos tenemos claro en nuestros destinos, y luego el de los pueblos. Por ejemplo, el reciente impacto que viene ocasionando el cambio climático genera y está generando movimientos sociales que no solo es un conflicto sujeto a una discusión (que ya es global), sino que entre otros, una niña, la célebre sueca Greta Thunberg ha levantado la voz, clamando sobre todo lo que viene o puede venir si no se toman las medidas necesarias para contenerlo e incluso, con todo el esfuerzo que ha de ponerse para tan urgente recuperación, procurar mejores condiciones de bienestar para las generaciones venideras.

En ese sentido, quienes nos sentimos parte de un ámbito que caracteriza a la tauromaquia como legado, con todos sus componentes que se han tejido desde tiempos inmemoriales, y que ha llegado hasta nuestros días, no tenemos claro si dicho patrimonio seguirá formando parte en la cultura de aquellas naciones que la han hecho suya. En este aquí y ahora se vive uno de los momentos más críticos debido a ese ataque frontal que ha impuesto un amplio sector de opositores, según los cuales se convierte toda esta expresión en la suma de lo que consideran como auténtica tortura animal.

Evidentemente que sería largo tratar y detallar esa confrontación de siglos, y que hoy, gracias a las nuevas tecnologías de información y comunicación, la cobertura de opiniones, a favor o en contra, encuentra espacios nunca antes previstos. Y esa es una razón de peso para reforzar nuestra postura que permita justificar si el toreo es susceptible de su conservación o desaparición.

Tal dilema nos mantiene en medio de circunstancias donde se establecen condiciones de pervivencia o muerte.

En ese sentido, nuestra legítima defensa se sustenta en todos aquellos elementos de que ha sido integrada dicha manifestación a lo largo de los siglos, considerando esto desde el momento mismo en que el hombre tuvo su primer encuentro con el toro. De acuerdo a los estudios antropológicos más pertinentes, tal circunstancia ocurrió hace unos 23 mil años.

Todo aquel que se considere aficionado a los toros debe saber que, para hacer una defensa legítima de un espectáculo cada vez más cuestionado, es preciso conocer que su permanencia se debe a una serie de procesos cuya integración puede sumar varios milenios. Sociedades primitivas vincularon los ciclos agrícolas concibiendo figuras idealizadas a las que comenzaron a rendir culto. En el bagaje complicadísimo de su andar por los siglos, fue necesario incorporar elementos que, llevados al sacrificio, cumplían con propósitos de celebración, veneración y hasta petición, cuyos fines se ligaban a la obtención de buenas cosechas o buscaban erradicar el mal producido por sequías, inundaciones o plagas.

La caza del toro por el hombre primitivo para aprovechar su carne como alimento, su piel como vestido y más tarde, con el surgimiento de las sociedades agrícolas, como instrumento de trabajo, fue probablemente el embrión de la tauromaquia. Para apoderarse del animal, el hombre debió oponer su habilidad e inteligencia a la fuerza bruta del bóvido, dando origen a ciertas prácticas que podrían ser consideradas como una lidia primitiva. Más tarde, estas prácticas se utilizarían como deporte y como ritos religiosos.

En el sincretismo, la amalgama que esas y otras sociedades tuvieron, ya fuera por expansión de sus dominios, por guerras o esa intensa lucha que las creencias también fueron forjando, permitieron que los pueblos fueran cambiando lentamente sus esquemas de vida, asunto este que permitió, entre otras muchas cosas, expresiones de la vida cotidiana. Es así, que en ese largo proceso además de que el hombre ya convivía con animales y los domesticaba, así también surgieron expresiones que, al cabo de los siglos y de sus necesarias adecuaciones, el toreo encontró espacios de desarrollo sin dejar de incluir aquel elemento originario el que, en su nueva manifestación de rito y fiesta siguió su camino.

Que el toreo despierte pasiones es un hecho. Los componentes que reúne han producido, producen y seguirán produciendo diversos niveles de intensidad en las polémicas, las confrontaciones, el debate que unos y otros han mantenido por siglos. Hoy día, con explicaciones como la que ahora mismo se presenta, se da un paso adelante en el sentido de justificar el porqué de los toros, de ahí la importancia de revalorar sus significados, sin mengua de que nos enfrentamos o podemos enfrentarnos a auténticos juicios sumarios que muchas veces se cierran a la razón, siendo para nosotros la única bandera que ondea en el campo de batalla.

Por todo lo anterior, el uso del lenguaje y este construido en ideas, puede convertirse en una maravillosa experiencia o en amarga pesadilla.

En los tiempos que corren, la tauromaquia ha detonado una serie de encuentros y desencuentros obligados, no podía ser de otra manera, por la batalla de las palabras, sus mensajes, circunstancias, pero sobre todo por sus diversas interpretaciones. De igual forma sucede con el racismo, el género, las diferencias o compatibilidades sexuales y muchos otros ámbitos donde no sólo la palabra sino el comportamiento o interpretación que de ellas se haga, mantiene a diversos sectores en pro o en contra bajo una lucha permanente; donde la imposición más que la razón, afirma sus fueros. Y eso que ya quedaron superados muchos oscurantismos.

En algunos casos se tiene la certeza de que tales propósitos apunten a la revelación de paradigmas, convertidos además en el nuevo orden de ideas. Justo es lo que viene ocurriendo en los toros y contra los toros.

Hoy día, frente a los fenómenos de globalización, o como sugieren los sociólogos ante el hecho evidente ante la presencia de una “segunda modernidad”, donde las reses sociales se han cohesionado hasta entender que regímenes como los de Mubarak o Gadafi cayeron en gran medida por su presencia, o como ocurrió también con los “indignados” (en 2016), con lo que viene dándose en fenómeno de muchos cambios, algunos de ellos radicales de suyo que dejan ver el desacuerdo con los esquemas que, a sus ojos, ya se agotaron. La tauromaquia en ese sentido se encuentra en la mira.

Pues bien, ese espectáculo ancestral, que se pierde en la noche de los tiempos es un elemento que no coincide en el engranaje del pensamiento de muchas sociedades de nuestros días, las cuales cuestionan en nombre de la tortura, ritual, sacrificio y otros componentes como la técnica o la estética que le son consubstanciales al espectáculo para culminar con aquellos “procedimientos”, procurando abolirlas al invocar derechos, deberes y defensa por el toro mismo.

La larga explicación de si los toros, además de espectáculo son: un arte, una técnica, un deporte, sacrificio, inmolación e incluso holocausto, nos ponen hoy en el dilema a resolver, justificando su puesta en escena, las razones todas de sus propósitos y cuya representación se acompaña de la polémica materialización de la agonía y muerte de un animal: el bos taurus primigenius o toro de lidia en palabras comunes.

Bajo los efectos de la moral, de “su” moral, ciertos grupos o colectivos que no comparten ideas u opiniones con respecto a los que se convierte en blanco de crítica o cuestionamiento, imponen el extremismo en cualquiera de sus expresiones. Allí está la segregación racial y social. Ahí el odio por homofobia,[1] biofobia,[2] por lesfobia[3] o por transfobia[4]. Ahí el rechazo rotundo por las corridas de toros, abanderado por abolicionistas que al amparo de una sensibilidad ecológica pro-animalista, han impuesto como referencia de sus movimientos la moral hacia los animales. Ellos dicen que las corridas son formas de sadismo colectivo, anticuado y fanático que disfruta con el sufrimiento de seres inocentes.

En este campo de batalla se aprecia otro enfrentamiento: el de la modernidad frente a la raigambre que un conjunto de tradiciones, hábitos, usos y costumbres han venido a sumarse en las formas de ser y de pensar en muchas sociedades. En esa complejidad social, cultural o histórica, los toros como espectáculo se integraron a nuestra cultura. Y hoy, la modernidad declara como inmoral ese espectáculo. Fernando Savater ha escrito en Tauroética: “…las comparaciones derogatorias de que se sirven los antitaurinos (…) es homologar a los toros con los humanos o con seres divinos [con lo que se modifica] la consideración habitual de la animalidad”.[5]

Peter Singer primero, y Leonardo Anselmi después, se han convertido en dos importantes activistas; aquel en la dialéctica de sus palabras; este en su dinámica misionera. Han llegado al punto de decir si los animales son tan humanos como los humanos animales.

Sin embargo no podemos olvidar, volviendo a nuestros argumentos, que el toreo es cúmulo, suma y summa de muchas, muchas manifestaciones que el peso acumulado de siglos ha logrado aglutinar en esa expresión, entre cuyas especificidades se encuentra integrado un ritual unido con eslabones simbólicos que se convierten, en la razón de la mayor controversia.

Singer y Anselmi, veganos convencidos reivindican a los animales bajo el desafiante argumento de que “todos los animales (racionales e irracionales) son iguales”. Quizá con una filosofía ética, más equilibrada, Singer nos plantea:

Si el hecho de poseer un mayor grado de inteligencia no autoriza a un hombre a utilizar a otro para sus propios fines, ¿cómo puede autorizar a los seres humanos a explotar a los que no son humanos?

Para lo anterior, basta con que al paso de las civilizaciones, el hombre ha tenido que dominar, controlar y domesticar. Luego han sido otros sus empeños: cuestionar, pelear o manipular. Y en esa conveniencia con sus pares o con las especies animales o vegetales él, en cuanto individuo o ellos, en cuanto colectividad, organizados, con creencias, con propósitos o ideas más afines a “su” realidad, han terminado por imponerse sobre los demás. Ahí están las guerras, los imperios, las conquistas. Ahí están también sus afanes de expansión, control y dominio en términos de ciertos procesos y medios de producción en los que la agricultura o la ganadería suponen la materialización de ese objetivo.

Si hoy día existe la posibilidad de que entre los taurinos se defienda una dignidad moral ante diversos postulados que plantean los antitaurinos, debemos decir que sí, y además la justificamos con el hecho de que su presencia, suma de una mescolanza cultural muy compleja, en el preciso momento en que se consuma la conquista española, logró que luego de ese difícil encuentro, se asimilaran dos expresiones muy parecidas en sus propósitos expansionistas, de imperios y de guerras. Con el tiempo, se produjo un mestizaje que aceptaba nuevas y a veces convenientes o inconvenientes formas de vivir. No podemos olvidar que las culturas prehispánicas, en su avanzada civilización, dominaron, controlaron y domesticaron. Pero también, cuestionaron, pelearon o manipularon.

Superados los traumas de la conquista, permeó entre otras cosas una cultura que seguramente no olvidó que, para los griegos, la ética no regía la relación con los dioses –en estos casos la regla era la piedad- ni con los animales –que podía ser fieles colaboradores o peligrosos adversarios, pero nunca iguales- sino solo con los humanos.[6]


[1] Aversión obsesiva hacia las personas homosexuales.

[2] Rechazo a los bisexuales, a la homosexualidad o a las personas bisexuales respectivamente.

[3] Fobia a las lesbianas.

[4] Odio a los transexuales.

[5] Fernando Savater: Tauroética. Madrid, Ediciones Turpial, S.A., 2011, 91 p. (Colección Mirador)., p. 18.

[6] Op. Cit., p 31.

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UN ESPAÑOL EN CUBA QUE ESCRIBE SOBRE MÉXICO: JUAN CORRALES MATEOS.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

Portada del libro que hoy nos ocupa y hermosa ilustración, aparecida en un cartel taurino, del festejo celebrado en la plaza de toros “Paseo Nuevo”, el 3 de enero de 1858. Col. digital del autor.

    He releído con mucha atención El porqué de los toros, arte de torear a pie y a caballo por El Bachiller Tauromaquia, edición facsímil de la de 1853 lograda en 2009. Su autor, Juan Corrales Mateos, de quien se tienen tan pocos datos, nos dice entre líneas, que se trata de un español, que habitó la isla caribeña quizá entre los años intermedios del siglo XIX, y que allí permaneció ya en labores diplomáticas, ya en las del comercio, que incluso hasta hoy, no se tiene mayor información de quien fue autor de otras obras taurinas, y algunas más de literatura.

Como menciona en el “Juicio crítico de las corridas de toros en La Habana y Toreo Mejicano” -sí, Méjico así, con “J”-. Por cierto, me llama la atención el hecho de que el nombre de nuestro país siguiese ostentando esa jota, con lo que la idea de no considerar la equis nos lleva a entender que se trataba de un hábito ortográfico de generaciones y más generaciones. Hoy en día, simple y sencillamente se ha puesto en valor ese nombre mismo que ya aparece en casi todos los textos producidos en España como México, sin más.

Pues bien, nos refiere de entrada una explicación sobre el afecto que en tal sitio se tuvo a la tauromaquia, contando para ello con plazas como la del “Campo Marte”, la del muy cercano poblado de Regla, y luego la que en 1853 fue a inaugurar Bernardo Gaviño, conocida como “Belascoaín”.

Recuerda que el 30 de mayo de 1831, Gaviño se presenta ante el público de la Habana, lugar en el que, durante tres años toreó alternando con el esforzado espada Rebollo, natural de Huelva, con Bartolo Megigosa, de Cádiz, con José Díaz (a) Mosquita y con el mexicano Manuel Bravo, matadores todos que disfrutaban de merecido prestigio en la capital de la gran Antilla. Bernardo Gaviño es un torero cercano a figuras de la talla de Francisco Arjona Cúchares o de Francisco Montes Paquiro, quienes fueron los dos alumnos más adelantados de la Escuela de Tauromaquia en Sevilla, impulsada por el rey Fernando VII y dirigida por el ilustre Pedro Romero, aunque ni Gaviño, Rebollo y Megigosa fueron alumnos de aquella institución, por haber salido desde 1826 o 1827 de España con dirección a América.

Y fue en la plaza de Regla, donde Juan Corrales Mateos, tuvo oportunidad de ver una de las actuaciones de su paisano, que ocurrieron entre diciembre de 1845 y los primeros días de 1846. Gaviño se hizo acompañar de una cuadrilla de toreros mexicanos, compañía formada por:

Y es que el torero portorealeño, realizó varias “temporadas” en ruedos cubanos por aquellos años, razón por la cual se hacía acompañar de buenas cuadrillas.

Lo que aprecia El Bachiller Tauromaquia sobre aquellas jornadas, es harto interesante, en la medida en que valora lo que para entonces, era el toreo “al uso mexicano” practicado por entonces. Y lo dice como sigue:

Cualquiera que sin haber tenido ocasión de examinar eso que llaman toreo mexicano, creerá sin duda, que es un arte nuevo, especial de aquella nación y por consiguiente extraño a los toreros españoles. Tal creencia puede mover dos sentimientos distintos entre sí, aunque partiendo de un mismo punto. El primero puede fundarse en una vanidad nacional, digna de mejor suerte y de más sólidos cimientos, y el segundo evitar un injusto escarnio entre los rigoristas del arte tauromáquico, considerando como ridícula y extraña una cosa que nada tiene ni de lo uno ni de lo otro, y que por el contrario, nos pertenece exclusivamente; es, pues, uno de los muchos legados que dejaron nuestros padres a nuestros hermanos de México en punto a costumbres; en una palabra, no reconocemos semejante toreo mexicano, no encontraremos en el sistema de lucha puesto en práctica por aquellos lidiadores nada que no sea español, ninguna suerte que no sea familiar a nuestros toreros o ningún lance que no sea digno de los hombres de valor y fuerza, tales y de tan recomendables circunstancias, como hemos admirado en diferentes épocas en los toreadores mexicanos.

   El toreo que se practica en México –continúa con su apreciación Corrales Mateos-, es nuestra primitiva tauromaquia; las suertes que ejecutan sus naturales en la lidia, y que parecen libres están sujetas a reglas; lo que ellos mismos llaman con cierta modestia o humildad mojigangas, no son otra cosa que suertes de amenidad muy usadas antiguamente entre nosotros, y no olvidadas todavía particularmente en las plazas de toros subalternas, en las novilladas y corridas de becerros erales. Mas es innegable que el arte de torear ha avanzado mucho entre nosotros, las suertes se han refinado por medio del buen gusto y del progreso del arte, el espectáculo se ha regularizado descartando de la lidia aquellas suertes en que no brilla tanto el arte como el valor, dándole por tanto un aspecto severo y de rigurosa fórmula, y que a medida que los tiempos van transcurriendo, van también apareciendo nuevas y vistosas suertes con sus autores los genios del arte. No ha sucedido lo mismo en México en donde la tauromaquia no ha dado un paso hacia adelante desde sus primeros tiempos y por lo tanto ha permanecido estacionada y sujeta al incuestionable denuedo que caracteriza a los toreros mexicanos. Vamos pues a dar una idea de lo que se llama toreo mexicano, y las razones que nos asiste para aseverar que dicho toreo, no es otra cosa que la misma tauromaquia española, si bien en muchos grados de atraso respectivamente, a la que practican nuestros lidiadores contemporáneos.

   Hasta aquí con estas primeras afirmaciones que merecen ser analizadas. Desde luego, lo que sugiere nuestro autor, es precisamente el estado de cosas que guardaba hasta entonces la puesta en escena del toreo que se practicaba en el México decimonónico, sujeto por aquellos años, a los inevitables vaivenes postindependentistas, que motivaban una deseable búsqueda de estabilidad social o política la que no se conseguía debidamente, y con ello permitir la felicidad de sus pobladores. Por tanto, lo que sucedía en los ruedos, era espejo de lo ocurrido plaza afuera. Es decir, que el toreo quedó sometido a una especie de caos donde cada tarde parecía convertirse en un intenso desbordamiento de hechos donde se desarrollaba la lidia convencional, aunque nunca faltaban elementos que hoy entendemos como “parataurinos”; por ejemplo: mojigangas, jaripeo y coleadero, fuegos de artificio, enfrentamiento de toros con otros animales, toros embolados, cucaña o palo ensebado y demás invenciones que Gaviño no solo detento, sino que él mismo las hizo suyas, tal y como puede apreciarse en una bien documentada relación de carteles a que he acudido para confirmar lo dicho hasta aquí.

Y vuelve a la palestra Corrales Mateos:

   Distínguense los mexicanos en el circo efectuando variadas suertes que ya no están en uso entre nuestros toreros, por las razones expresadas. En una misma corrida de toros se les ve picar a pie, derribar a la falseta, a la mano y de violín, derribar las reses desde el caballo o con la mano, enlazarles desde el caballo, también, como asimismo a pie, etc.

   Explica a continuación todas esas suertes, a la manera de la “Tauromaquia” de José Delgado “Pepe Hillo”, la cual aparece al comienzo de esta obra, con lo que concede atribuciones de esa estatura para considerarlas en el mismo rango de aquel tratado técnico, que fue elaborado 50 años atrás en España.

Ya explicadas cada una de aquellas representaciones, reitera su dicho como sigue:

   Otras de las cosas a que se ha dado el nombre de toreo o lidia mexicana es el poquísimo arte que se nota en casi todos los picadores que hemos visto de aquella nación. Este es otro error en que estamos. Antiguamente picaban nuestros toreadores con esa misma libertad, con más puya aún que la que usan los mexicanos, y hasta con lanzas, cuya parte de la tauromaquia es la que menos ha adelantado en la vecina República, supliendo a esa falta de arte el denuedo, la pujanza y la destreza que caracterizan a los picadores mexicanos.

   Mas siguiendo el hilo de nuestra imparcialidad, no podemos menos de manifestar que el arte de banderillear se encuentra en México a una altura inconcebible. Es sabido que nuestras banderillas tienen como dos tercias de largo, lo que unido a lo que da de si la extensión de los brazos, resulta un espacio de más de vara y media desde el pecho del banderillero hasta la cabeza de la fiera. No así en México, a cuyos toreadores hemos visto plantar banderillas en el mismo cerviguillo del toro, de cuatro pulgadas de largo. (…) Como llevamos dicho, los picadores mexicanos son valientes y esforzados, pero se sujetan al arte, así como los banderilleros son vivos, trabajan con limpieza y se tiran sobre el testuz del bruto a fin de colocarle las banderillas. La suerte de matar entre los toreros que nos ocupa, corre casi parejas con la de picar; su sistema es ninguno, su propósito el matar cuanto antes al toro sin aprensiones de ninguna naturaleza.

   Así que ya encaminados al punto final de estas apreciaciones, podemos entender hasta ahora que el juicio crítico del “Bachiller Tauromaquia” se ajusta a la sola idea en que predomina un objeto, un propósito por encaminar de mejor forma los procedimientos técnicos y estéticos, al margen de entender que aquello ya descrito, es una razón predominante en los ruedos nacionales, lo cual será muy difícil de modificar, porque Gaviño siguió marcando control en esa forma peculiar de la tauromaquia, misma que heredó entre algunos de sus más avanzados alumnos, siendo Ponciano Díaz uno de ellos y quien se prodigó en la misma medida que su tutor. Sin embargo, el punto culminante de todo aquello habría de enfrentarse a una etapa que he considerado, de un tiempo a esta parte, como de la “reconquista vestida de luces”, episodio que alcanzó sus mayores cotas en 1887 y del que en otra ocasión me ocuparé en detalle.

   Por tanto reconocemos –reflexiona Corrales Mateos– la capacidad más justa que en el arte de torear se conoce en el reino de México, según nos lo acredita por otro lado la opinión de hombres de idoneidad en la materia, y conocedores del precitado país.

   Hemos querido dar a conocer lo que llama el vulgo toreo mexicano, con la ligereza que nos ha sido posible y con la imparcialidad que siempre ha guiado a nuestra pluma. Alternativamente hemos empleado con los toreros mexicanos la amarga censura, la crítica festiva y el aplauso; según lo han exigido las circunstancias y nuestra conciencia. Nuestros lectores son testigos de esta verdad, por lo cual nos creemos relevados de protestas estériles e intempestivas.

   Hasta aquí con este interesante juicio de valor de quien siendo español, aprecia en Cuba el toreo mexicano al mediar el siglo XIX. Pone énfasis en la evolución –o conflicto de evolución- por la que pasaba aquella tauromaquia nuestra, la que se lucía con la intensidad de tantos y tantos festejos fantásticos, llenos de fascinación. Diferentes unos de otros, pero que en el fondo, conservaban y respetaban principios rigurosamente técnicos y estéticos que se mantuvieron como andamiaje perfecto para dar continuidad al espectáculo, no solo hace dos siglos, sino también –ya evolucionado y puesto al día-, en el pasado y ahora, en este XXI, donde pervive, para admiración de unos y reclamo de otros.

Obra de consulta:

Juan Corrales Mateos (seud). “Bachiller Tauromaquia”, El porqué de los toros y arte de torear de a pie y a caballo por el (…) Habana, imprenta de Barcina, 1853, 178 p. Ed. Facsímil elaborada por Editorial MAXTOR, Valladolid (España), 1990.

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ALGO MÁS SOBRE LAS RECEPCIONES y FIESTAS EN EL VIRREINATO.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

II

Las fiestas nunca mejor representadas como en los biombos novohispanos. Este corresponde a una obra anónima. Óleo sobre lienzo, Biombo del Palacio de los Virreyes, siglo XVII. Museo de América de Madrid.

Advertidos ya sobre la “Entrada pública del Señor Virrey”, el 9 de febrero de 1756, aquí tienen ustedes parte de la reseña de los acontecimientos en tal jornada.

En esta ocasión, será el Ceremonial de la N. C. de México por lo acaecido el año de 1755[1] el documento que nos proporcione la pauta para entender, con mayor detalle las ocurrencias de aquella recepción.

[1756]

Entrada pública del Señor Virrey. 1756, 9 de febrero.

Este día fue la entrada pública del Excelentísimo Señor Virrey Marqués de las Amarillas, estaba ya a todo punto las prevenciones todas, que fueron el arco que la Ciudad pone en la Calle de Santo Domingo, que es de dos caras, de elevación de veinte y siete varas, que cierto divierte la vista semejante coloso, el Regidor Comisario del arco tiene prevenido el palio en el mismo arco, la loa que se le ha de echar al Señor Virrey en este paraje, el tablado en la esquina de la Plazuela de Santa Catarina Mártir, que será poco más de ocho varas de largo, y seis de ancho, bien entapizado, con dosel, una silla, y cojín, para que allí espere el Señor Virrey a la comitiva, estaba también prevenido el ornato de toda la carrera, que es de Santa Catarina a la Catedral, que habrá poco menos de mil varas, entapizadas las paredes con cortinas, tapices, y adornadas de exquisitas alhajas, y primorosas pinturas, que cierto daba tal golpe a la vista que alegraba al más melancólico, para cuya prevención pública mandó el Corregidor de que todos adornen sus pertenencias, y juntamente prohíbe no anden forlones, ni caballos en la tarde de la función, y aunque todas las bocacalles están cerradas con tablados, era muy del caso se pusiera valla, para que saliera más ordenada la función, y se evitaran muchas de las desgracias que suceden, estaba prevenida la marcha de las Compañías que son ocho Compañías de Pardos (casta de la Nueva España, cruza entre español y negra), con quinientos hombres poco más, o menos, que hacen alto en la Plazuela de Santa Catarina; siete Compañías de Gremios, con otra tanta cantidad de gente que se ordenaron en la Plazuela de Santo Domingo, la Compañía de Granaderos, compuesta de Plateros, y Sastres, los primeros de uniforme encarnado, y los segundos de azul, con doscientos hombres la Compañía de Caballería de Granaderos, y Curtidores con cien hombres, que con la Caballería de Palacio, estaban en la Calle de Santa Catarina: Estaba últimamente prevenido por la iglesia en la puerta de la entrada, que es frente del Empedradillo, un arco de veinte y dos varas de una cara también muy vistoso un cadalso alfombrado donde había de adorar la Cruz el Señor Virrey antes de entrar en la Iglesia; todo así prevenido, a las tres y media de la tarde salió la Ciudad de las Casas de Cabildo a caballo, por delante los Timbaleros, y Clarineros, que son veinte y cuatro, vestidos con sus ropas franceses, con mangas perdidas de paño fino de color carmesí, guarnecido de galón falso de oro, gorra de lo propio, con escudo de la Ciudad por delante, las bestias con sus gualdrapas de lo propio, luego los Ministros de Vara, después los Maceros, y luego los Capitulares, Alcaldes, y Corregidor, y se fueron a Palacio por junto a la Acequia por delante de Palacio, y entraron dentro de él, que estaba esperando la Real Audiencia, luego desde Palacio se ordenó la comitiva así Timbaleros, Ministros, el Tribunal del Consulado, Protomedicato, Universidad con mazas, y los Doctores con insignias, Ciudad, Real Audiencia, y Tribunales de Cuenta, y Caja; salió de Palacio cogiendo por el Cementerio, Empedradillo, Calle de Santo Domingo, hasta la esquina de la Calle de las Moras, que torcieron a coger la Calle del Relox, y luego torcieron a la Calle de Santa Catarina, a pasar por delante del tablado del Señor Virrey, y llegando la Real Audiencia montó el Señor Virrey a caballo, el cual sólo da la Ciudad enjaezado, y la manta del caballo de respecto, manga para el capote, quitasol, cuatro pajes, Guión que lleva un paje por delante del Señor Virrey, y tras del Señor Virrey vienen sus pajes, y secretario de gobierno, y su familia; así se anda hasta la puerta del Arco, en cuyo lugar se apea la Ciudad, y habiendo entrado toda la comitiva, hasta la Real Audiencia, se cierra la puerta del Arco, se le echa la loa, y luego hace el pleito homenaje en manos del Corregidor, y Decano, por ante el Escribano de Cabildo, quien le dice: Vue Excelencia hace pleito omenage de mantener esta Ciudad, y Reyno en paz, y quietud, a la sugeción del S. D. Fernando Sesto, Rey de las Españas, y entregarlo cada quando se lo pida, y de guardar los privilegios, y fueros de esta Ciudad; y respondiendo: sí lo hago, sí lo juro, se le entregan las llaves por el Decano, quien las ofrece en una fuente, se abren las puertas para que entre, y los Regidores cogen las varas de palio, y el Señor Virrey hace seña de que lo retiren, y luego el Corregidor, y Decano, cogen la banda del freno del caballo, y lo van conduciendo, yendo todos los Regidores a pie por delante, con sombreros puestos, como que la Ciudad tiene privilegio de Grande de España; así conducido llega al Cementerio de la Catedral (y como la Señora Virreyna está en el balcón de la Casa del Estado, le hace sus correspondientes cortesías), luego se apea, y los bonacillos le quitan las espuelas, y conducido del Clero llega a la puerta de la Iglesia, donde estaba el Arzobispo de capa, con Ministros revestidos, cruz, y ciriales, allí hincado adoró la Santa Cruz, y la besó, llevándosela el Prelado; luego la condujeron al altar mayor, cantando el Coro el Te Deum laudamus, y dicha la oración, y preces, se bajó al asiento regular, y le echaron la loa; acabada la función, se fue a Palacio en el modo regular que otras veces. Volvamos a la Función de la Calle, ésta estaba toda tan llena de gente haciendo oladas, y vi que los que llevaban criaturas las daban a los que estaban en las puertas calles por evitar que se los ahogaran. Después del Señor Virrey fueron sus estufas, luego la Compañía de Granaderos de Palacio, luego la Caballería de Palacio, después la Caballería de Panaderos, con sus estandartes, inmediatamente las Compañías de Granaderos de Plateros, y Sastres, después las Compañías de Gremios, y cerraban las de los Pardos, era tal el concurso que ni a fuerza de palos se daba lugar a la marcha de las Compañías, por lo que era muy preciso ponerse valla de cinco varas de ancho guarnecida de soldados para que no entraran en ella, con lo que se conseguiría alguna más orden, y quizá se evitarían algunas desgracias.

D. Agustín de Ahumada y Villalón, Marqués de las Amarillas, «alter ego» del entonces Rey de España Fernando VI.

Otra entrada pública del Señor Virrey.

En 31 (¿de enero?) fue la entrada del Excelentísimo Señor Virrey, fueron sólo los que tenían uniforme, y fueron los Señores Corregidor, Alguacil Mayor, Aguirre Gorráez, Malo, Mendez, Lasaga, Castañeda, Terán, Zúñiga, Mendieta, y Leca, y sin uniforme de Ciudad los dos Alcaldes, y Luyando, fue la entrada como las demás que se han asentado, y hubo en ésta de nuevo lo siguiente: No fueron los Ministros de Vara, y Tenientes de Alguacil Mayor; vino el Señor Oidor Decano a la izquierda del Señor Virrey desde Santa Catarina a el Arco, que debía venir solo; asistió los Señores Decano, y Toro, fuera del Arco, debiendo haber pasado de él: Fue dicho Señor Decano aunque distante al lado del Señor Virrey desde el Arco a la Catedral, se debe asentar en ceremonial fijo.

   El asunto no para ahí. Un intenso catálogo de apuntes sobre lo que significó aquella entrada pública, nos lo refiere la pluma prodigiosa de Artemio de Valle-Arizpe en diversos pasajes, como el adorno de las calles, aderezadas con colgaduras, los soberbios y deslumbrantes arcos triunfales, la multitud de figuras alegóricas, ya en barro, ya en yeso policromado, donde salían relucir redondillas, sonetos, octavas escritos por los autores del momento, seleccionados rigurosamente por los “diputados de fiestas”.[2] Por aquí y por allá damas y también caballeros mutuamente se obsequiaban dulces y pasteles. Y no podían faltar los gremios –entre otros, los plateros-. Pero

A las tres de la tarde salieron de Palacio, en forma de paseo, los señores oidores, los tribunales, la nobleza, esta fastuosa nobleza de México, y se dirigieron a Santa Catarina, compitiendo entre sí en lo rico de los trajes, en la gallardía de los caballos, en lo vistoso de los jaeces y arneses, en el número de criados que los acompañaban y en el costo de las magníficas libreas. Ya en la plazuela, entregaron las cabalgaduras a sus respectivos pajes, y para esperar al Virrey fueron a ocupar los asientos de uno de los tablados. Llegó su Excelencia en coche descubierto y se organizó la procesión, que era lo que venía ser lo que se llama entrada pública.[3]

   Guillermo de Tortosa y Orellana, al escribir a su hermana Doña Silveria las minucias de aquella impresionante fiesta, apenas un poco recuperado, tiene tiempo para decirle:

Hemos tomado unos días de reposo relativo, hermana, y lo aprovecho para escribirte esta carta antes de volver al bullicio y al alegre alboroto de las fiestas que se preparan: corridas de toros, comedias, peleas de gallos, regatas, juegos de sortijas y estafermos, mascaradas, danzas de indios y músicas también de unos indios que vinieron a festejar al Virrey desde su pueblo, llamado Zumpango.

   De esta ciudad de México, a 3 de diciembre de 1755 años.[4]

El paladín Sr. Sousa saludando a sus altezas. Imagen del festival Regio celebrado en Valladolid el 28 de septiembre de 1907. En LA FIESTA NACIONAL. SEMANARIO TAURINO ILUSTRADO. Año V. Barcelona 5 de marzo de 1908, Nº 196.

La toma de mando.

El figurado Guillermo de Tortosa y Orellana, que no es otro que don Artemio, se vuelca en nuevas y más precisas anotaciones sobre lo que significó el recorrido por mar y tierra, como uno más de los del séquito del Marqués de las Amarillas.

Nos da a conocer el espíritu festivo de la señora virreina, doña Luis María del Rosario, la grandiosa recepción que se les dio en Veracruz, sin que faltara la ya acostumbrada entrega de las llaves de la ciudad y el Te Deum. Con el paso de los días, y bajo el ritmo del protocolo, se desplazaron tierra adentro, sin faltar en cada sitio, en cada población, por mayor o menor que fuera las rumbosas fiestas, al estilo que cada villa y su comunidad tenían establecidas. En Tlaxcala, por ejemplo

Hizo el Marqués entrada pública a caballo, formándose esta media legua antes de llegar a esa vetusta ciudad. Delante iban los batidores con un paje de Su Excelencia que portaba un estandarte con las armas reales por un lado y por el otro las del marqués de las Amarillas, bordadas de realce; tras él marchaba un numeroso concurso de indios, llenos de adornos polícromos; iban tocando sus tambores, sus chirimías, sus atabales y sacabuches; llevaban en alto sus guiones, sus banderas y las lindas divisas de los pueblos a que pertenecían; continuaban los indios nobles que componen los ayuntamientos de esa jurisdicción, y sobre las lujosas galas de sus vestidas portaban finas mantas de algodón en las que estaban bordados los timbres de sus familias y los de sus villas; en una mano traían altos bastones dorados, de los que colgaba una brillante profusión de plumas, y en la otra, largas cintas de colores que pendían del freno del brioso caballo que montaba el Marqués, viéndose así una entrecruzada policromía que alegraba los ojos. Al Virrey, que iba acompañado de su caballerizo don Félix Corralón y rodeado de sus gentileshombres y pajes, le seguía una extensa comitiva de los principales señores de la ciudad y de sus contornos, la escolta, y luego una enorme y apretada muchedumbre llevando plumas y palos adornados con flores y con pájaros preciosos de plumaje multicolor.

   En la calle Real estaba un elevado arco lleno de adornos y con jeroglíficos que aludían, con elogio, a las proezas y buenos servicios del marqués de las Amarillas; debajo de ese arco se le dijo una loa que compuso un fraile músico. Pasamos a la parroquia, en donde se cantó un solemne Te Deum, y en seguida –ya lo necesitábamos- fuimos a las Casas Reales, en las que se nos tenía prevenido lujoso, cómodo alojamiento. En Tlaxcala permanecimos tres días en fiestas de toros, en bailes, mitotes de los indios, juegos de cañas y estafermos de los caballeros principales, de los de más pro y riqueza.[5]

   Y en ese tenor, así ocurrió lo mismo en la Puebla de los Ángeles, Cholula, Huejotzingo, Otumba, San Cristóbal Ecatepec hasta que

Al entrar el Marqués en México hubo largas salvas de artillería y un nutrido repique en todos los templos, y mucho júbilo y vítores a su paso. La Real Audiencia lo acompañó al Palacio y e el acto se le dio posesión del gobierno.[6]

Curiosamente, Guillermo de Tortosa y Orellana fecha la segunda de sus tres cartas a 20 días andados del mes de enero y año de 1760, probablemente por la cercanía en que se celebraron las exequias del señor Agustín de Ahumada y Villalón, Marqués de las Amarillas ocurrido a los primeros días de aquel 1760, hecho que queda ampliamente descrito en la última de sus cartas, dirigidas a la ya conocida doña Silveria, bajo el título de Los funerales.

Obras de consulta:

Antonio Joaquín de Rivadeneyra Barrientos: Viaje de la Marquesa de las Amarillas. Descrito en verso por (…). Reimpreso con notas de Manuel Romero de Terreros y Vinet, Marqués de San Francisco, y publicado en ANALES. 1920.

José Francisco Coello Ugalde: “Artemio de Valle-Arizpe y los toros”. Obra inédita- México, 2008, 602 p.


NOTAS

[1] Ceremonial de la N[obilísima] C[iudad] de México por lo acaecido el año de 1755. Transcripción, prólogo y notas de Andrés Henestrosa. México, Organización Editorial Novaro, S.A., 1976. 124 p. Ils., retrs., p. 55-59.

[2] José Francisco Coello Ugalde: Aportaciones Histórico-Taurinas Nº 75: Guía y registro documental del Archivo Histórico Del Distrito Federal (Documentos históricos sobre fiestas y corridas de toros en la Ciudad de México, Siglos XVI-XX). Revisión, catalogación, interpretación y reproducción. Parte Nº 17:

Acervo: Colección de las ordenanzas de la muy Noble e Insigne y muy Leal e Imperial Ciudad de México. para gobierno de su república, gremios, comercio, tratos, efectos, & así de las que se hallan en el libro becerro como otras sacadas de los libros capitulares y profesos. hízolas el licenciado dn. Francisco del Barrio Lorenzot, abogado de la Real Audiencia y Contador de la Nobil.ma en 3 vols.

Período: 1546-1757

Volumen: 3 vols.: 431ª-433ª.

Instrumento de consulta: Lina Odena Güemes H.: Archivo Histórico del Distrito Federal. Guía general. México, ed. Verdehalago, 2000. 481 p. ils., retrs., grabs., maps., facs., fots. y planos., p. 112.

En estos importantes personajes –los diputados de fiestas-, recaía la enorme responsabilidad de orquestar no una, varias fiestas que no solo tenían relación con el elemento taurino. También se ocupaban de atender otros motivos, en el que el religioso es evidente.

A estos Comisarios o diputados de fiestas, se les destinaban fines específicos de organizar las suntuosas fiestas como las indicadas en las ocho cláusulas de esta Ordenanza.

En la tesis de licenciatura de Benjamín Flores Hernández: «Con la fiesta nacional. Por el siglo de las luces. Un acercamiento a lo que fueron y significaron las corridas de toros en la Nueva España del siglo XVIII», (véase bibliografía), aparecen interesantes notas que nos dan idea de la manera en que se organizaban las temporadas de toros, formando parte de ellas los “diputados de fiestas”.

ORGANIZACIÓN DE TEMPORADAS.

El primer problema que se planteaba una vez que se había decidido realizar una temporada era el de su organización.

Tradicionalmente, en los casos de fiestas reales y de recepción a los nuevos virreyes, correspondía a los ayuntamientos preocuparse de todo lo concerniente a la puesta de las corridas de toros. Lo primero que estos cuerpos hacían al planear una temporada era escoger, de entre sus regidores, a dos personas a las que nombraban comisarios de fiestas y a quienes encargaban de atender a todo lo relacionado con la temporada en cuestión. En toda ocasión en que el virrey pretendió inmiscuirse en el montaje de una serie de esa clase de lidias, el Cabildo capitalino reaccionó enérgicamente, haciendo valer los derechos de exclusividad en tales menesteres que el mismo monarca le había ratificado en varias ocasiones.

(…) Casi siempre, los comisionados, ponían a subasta toda la administración de la temporada a realizar, de manera que quien quedara con ella debía costear absolutamente todos los gastos (…), lo único que se remataba era la construcción del coso en que se iban a soltar los bureles, quedando a los comisionados la tarea de atender a todos los demás aspectos del ciclo de festejos.

Finalmente

Quienes tomaban en arrendamiento el coso se convertían en auténticos empresarios en el moderno sentido de la palabra; se encargaban, entre otras cosas, de contratar toreros, comprar toros, anunciar las suertes extraordinarias y las diversiones intermedias que más llamaran la atención del público e, incluso, hasta de dar a los lidiadores los premios y galas a que se hubieran hecho acreedores por sus buenas actuaciones. (Flores Hernández, op. Cit., p. 56-58).

Dichos personajes, tuvieron un papel determinante a lo que se ve, por lo que formaban parte esencial del diseño y organización de las fiestas, mismas que no terminaban con el último de los eventos planeados. Estas, ya transformadas en fríos números, entraban en un proceso de revisión y contraste propios de la contabilidad. El propio Lic. Francisco del Barrio Lorenzot llegó a apuntar en el Borrador de lo despachado en la Contaduría de la Ciudad por el Lic. (…), Abogado de la Real Audiencia de la N. C. DE MÉXICO. En los años de 1756, 1757, 1758 Y 1759.

Período: 1756-1759. Archivo Histórico de la Ciudad de México (A.H.D.F.)

Volumen: I vol.: 443ª, f. 26v-27:

Cuenta de fiestas de toros del Sr. Amarillas // De orden del Sr. Juez Superintendente conservador de propios y rentas de esta N. C. se me entregó la cuenta que dan los Sres. D. Joseph Ángel de Cuevas y Aguirre y Dn. Miguel Francisco de Lugo y Terreros, de la corrida de toros que hubo en celebridad de la entrada y venida del Exmo. Sr. Dn. Agustín de Ahumada, Marqués de las Amarillas, Virrey de este reino para que la ajuste y liquide; y teniendo presente otras de la misma naturaleza para arreglar el cargo; y comprobar la data en el modo posible a tan confidencia esa corrida, que no se puede medir por las regularidades de otros gastos tomo en obedecimiento del orden la liquidación en la manera siguiente:

Se le hace cargo a los dichos señores comisarios de la cantidad de 18,600 pesos que produjo la venta de cuartones que cercan la plaza (que así se llama la distancia de poco menos de cinco varas en el canto de la plaza) en las dos semanas o repartimiento que hubo, cuyo producto es el mayor respecto de las anteriores listas, a causa de haber sido compuesta de 94 cuartones, crecido número que no se ha visto en otras.

DATA: Se le pasan en data a los expresados señores comisarios la cantidad de 13,789 pesos y 2 tomines y sus granos, que gastaron en los presidas (sic) y regulares, a la suntuosidad de la corrida de toros, cuyas partidas una a una las más justifican con recados de comprobación, cuales son recibos, de los que mostraron dulces, aguas, paga de toreadores, cuidadores, vestidos de ellos, propinas, &.

ALCANCE: De la debida combinación del cargo con la data resulta de alcance en contra de los señores comisionados la cantidad de 4,810 pesos, 5 ½ reales, de la que se les hará cargo en la cuenta del recibimiento del Exmo. Sr. Virrey en el Real Palacio de México.

México y febrero 12 de 1757.

Demostrando con ello, finalmente, que aunque otras “cuentas” podían ser ejemplares en cuanto a su perfecto balance, otras tenían que ajustarse, “cuadrarlas”, para evitar entrar en un conflicto, en el que probablemente era necesaria que intervinieran “auditores”, tal y como hoy conocemos esa etapa dolorosa de rendir cuentas por excesos no previstos. Es evidente el ejemplo del ALCANCE sobre las fiestas recepcionales al virrey Marqués de las Amarillas, donde los señores comisionados, seguramente “diputados de fiestas” tuvieron en contra la cantidad de 4,810 pesos 5 y ½ reales, dinero del que se les hizo cargo en la cuenta del recibimiento del Exmo Sr. Virrey en el Real Palacio de México. Faltaba más.

[3] Valle-Arizpe: Op. Cit., p. 230.

[4] Ibidem., p. 232.

[5] Ibid., p. 234-235.

[6] Ib., p. 237.

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