Archivo mensual: junio 2011

LOS MALOS VICIOS, CUNDEN.

REVELANDO IMÁGENES TAURINAS MEXICANAS. REVELADO Nº 20.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 

Col. del autor.

    Los malos vicios, cunden.

   Está visto que lo del toro chico no es de hoy. Esa idea francamente romántica que tenemos muchos aficionados de que “todo tiempo pasado fue mejor”, como puede verse en la foto, nos llena de desilusión.

   Aquella tarde del 25 de octubre de 1908, toreaban en la plaza “México” de la Calzada de la Piedad, Rodolfo Gaona y Rufino San Vicente “Chiquito de Begoña” con 6 de Juanito Carreros.

   Aunque no sé si “chiquito” fue el ejemplar de Rufino San Vicente, que lo deja ver bien claro otra más de las imágenes con las que Félix Miret nos viene deleitando de un tiempo a esta fecha. La panorámica que apreciamos de la antigua plaza “México” donde hasta hace unos años estuvo el cine “México” y hoy es un abigarrado conjunto habitacional, deja ver el lleno que se registró aquella tarde. Es raro ver que en el callejón estaban los que tenían que estar. No más. Rufino San Vicente es captado en el momento en el que se arranca sobre su “enemigo”, torillo berrendo, igualadas las manitas, fija la mirada en el objeto que se le viene encima y que no es sino el “matador de toros” en turno. Atrás, a prudente distancia, uno de los de la cuadrilla se coloca dispuesto a atender cualquier incidencia, no vaya a ser que el imponente ejemplar de Carreros fuera hacer de las suyas.

   Lamentablemente, por aquella época, y en la nuestra también, la empresa y sus veedores no dio pie con bola. Desde luego me dirán que el mucho ganado español que entonces llegaba a nuestro país, con el propósito de lidiarse, llegaba en pésimas condiciones, por lo que era necesario un tiempo razonable para que se repusieran (ya lo vimos en el caso de “Bonito”, integrado al encierro de Arribas Hnos., que llegó en situación lamentable a la plaza de “El Toreo”, para lo cual dejaron pasar buen número de meses para que se pusieran gordos y presentables). Desconozco por tanto el tiempo que le tomó a la empresa darle recepción, ya fuera en la hacienda de los Morales, sitio que por aquel entonces se utilizaba para tales maniobras, o en los corrales del coso capitalino para luego lidiarlos.

   Que también la autoridad haya aceptado un “toro” impresentable para la categoría de la plaza capitalina es otro misterio, pero asunto que al fin y al cabo se materializó con la salida del morito al redondel.

   También es todo un misterio el despliegue que habrán hecho los chicos de la prensa de aquel entonces, cuando imperaba auténtica defensa de los intereses por y para el público, en títulos como Ratas y Mamarrachos, El Imparcial Taurino, Sangre y Arena, El Hule y otros de amplia circulación y cobertura nacional.

   No cabe duda que a veces, nuestra contemplación o mirada hacia el pasado, si no contamos con los suficientes elementos comprobatorios, puede seguir siendo un conjunto ilusorio de creencias desafortunadas, que por eso, un documento como el que ahora se presenta, permite poner en claro la vieja y equivocada razón de muchos que han creído, a porfía del verso necrofílico de Jorge Manrique, recogido en su obra ejemplar, Coplas por la muerte de su padre:

Recuerde el alma dormida,

avive el seso y despierte

contemplando

cómo se pasa la vida,

cómo se viene la muerte

tan callando,

cuán presto se va el placer,

cómo, después de acordado,

da dolor;

cómo, a nuestro parecer,

cualquiera tiempo pasado

fue mejor.

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JULIO M. BONILLA RIVERA, DIRECTOR DE “EL ARTE DE LA LIDIA” (1885-1909).

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Quiero compartir con los “navegantes” que pasan por AHTM, los primeros apuntes de un trabajo de investigación que, desde hace varios años ha sido un verdadero misterio. Se trata de “JULIO M. BONILLA RIVERA y EL ARTE DE LA LIDIA (UN GUARDADO SECRETO DE LA PRENSA TAURINA EN MÉXICO. 1884-1909)”. En él, intentaré abordar la biografía de “Recortes”, uno de los primeros periodistas taurinos que consolidó su trabajo en esos 25 años claves de cambios y afirmación en la tauromaquia de nuestro país. Veamos.

    He buscado afanosamente a Julio Bonilla sin encontrarlo, aunque puedo decir que ciertos aspectos de su vida como literato y periodista tendrán en este trabajo suficiente presencia, como para formarnos una idea de quien fue como escritor, cuales sus ideas y también sus influencias.

   A lo largo de su vida realizó varias e importantes actividades, siendo una de ellas la del escritor. Se trata de dilucidar el papel que desempeñó como periodista taurino, uno de los primeros con ese propósito en México, cuando desde 1885 y hasta 1909 se convierte en director de El Arte de la Lidia, “Revista taurina y de espectáculos”, cuyo primer número sale a la luz el domingo 9 de noviembre de 1884, aunque no fue sino hasta que apareció publicado el Nº 16, del 12 de abril de 1885, en que se convierte en su Director. Este semanario se publicaba los domingos.

Cabecera de El Arte de la Lidia, primer número que salió a la luz en 1884.

    Además, conviene puntualizar que la aparición, desarrollo y ocaso de este semanario se dio en circunstancias muy especiales, debido al hecho de haberse publicado en el curso de un periodo clave en la historia de la tauromaquia mexicana, puesto que inicia en la etapa de agotamiento de esa expresión eminentemente nacionalista y caótica, detentada en lo fundamental por Bernardo Gaviño y Ponciano Díaz. Sigue su marcha mientras arriban a nuestros ruedos un grupo de diestros hispanos que consolidaron, a partir de 1887 la, por mí llamada “reconquista vestida de luces”, proceso en el que el toreo a pie, a la usanza española y en versión moderna hizo su irrupción de manera contundente. Su presencia, en tanto medio de información finaliza abruptamente (debido a un lamentable accidente que sufrió Bonilla en marzo de 1909) con la ya muy bien consolidada expresión técnica y estética que Rodolfo Gaona materializó en el imperio que forjó de 1905 y hasta 1925, año de su retirada.

   Sin embargo este es, entre muchos uno de los muchos síntomas que sucedieron en el lapso de ese cuarto de siglo de circulación intermitente de El Arte de la Lidia. En torno a esa historia quiero poner a la consideración del lector este y otros asuntos, pudiendo afirmar que un estudio así se imponía, hacía falta, para entender otros enfoques que nos permitan mirar con más claridad, el tipo de procesos, acomodos y adecuaciones que se dieron durante ese segmento clave de tiempo, debido al síntoma de transición para el toreo nacional. Por estas y otras razones, deseo que se sumen a esta aventura que nos llevará por caminos poco explorados.

   En una primera apreciación, puedo adelantar que Julio Bonilla nació en Jalapa, Veracruz el 31 de marzo de 1855. Cursó estudios de Comercio, aunque su verdadera vocación estaba en las letras, hecho que quedó demostrado en un importante número de semanarios y publicaciones de aquel entonces.

   Poeta dilecto, en su obra quedó reflejada la bondad de su carácter, la penetración de su ingenio y la grandeza de sus pensamientos. Lamentablemente hay muy pocas evidencias de ese quehacer literario, lo que por ahora no me permiten tener una visión de su estilo.

   Abrazó también la carrera militar, para lo cual en 1880 ya era Subteniente. En 1885, Capitán y, en 1909, año de su muerte, se desempeñaba en el Departamento de Ingenieros de la Secretaría de Guerra y Marina, cumpliendo el alto puesto de Oficial Primero Jefe de una Sección con el grado de Mayor de nuestro ejército.

   El Diario, D.F., del 9 de marzo de 1909, al hacer reseña de la muerte de Julio Bonilla -ocurrida un día antes-, comentaba que: “En cuanto a los servicios prestados por el señor Bonilla a la Secretaría de Guerra y Marina, debemos decir que sí llegó a ocupar el grado de Mayor y a desempeñar el Despacho de una Sección del Departamento de Ingenieros de la propia oficina, fue debido a su constante trabajo e irreprochable comportamiento, mereciendo la estimación de sus jefes y compañeros”.

   Por ahora, estas son las primeras pinceladas de un trabajo que pretende no sólo cubrir el panorama de esos 25 años, sino también de mostrar en qué medida el radio de influencia ejercido por “Recortes” tuvo, junto con otros periodistas importancia capital en el nuevo amanecer de la tauromaquia mexicana.

   Para terminar, quiero aprovechar este medio para solicitar dos cosas muy importantes:

   Si alguien conoce a los descendientes de don Julio Bonilla, me agradaría entrar en comunicación con ellos. Además, si alguno de los amables lectores de este blog tuviese conocimiento de la existencia de un ejemplar o ejemplares de El Arte de la Lidia, e incluso de la colección completa de esta publicación emblemática, no duden en avisarme. El Arte de la Lidia por sí misma se habrá de convertir en fuente de información de primerísima mano para un servidor y para la afición en su conjunto.

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24 DE JUNIO DE 1526.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   No habiendo tenido oportunidad de escribir algo oportunamente el mero día de San Juan, fecha que los anales del toreo en nuestro país registran como la del primer festejo taurino, ocurrido el 24 de junio de 1526, me permito dedicar las siguientes líneas a tan importante acontecimiento.

   En efecto, y gracias al hecho de que el Capitán General Hernán Cortés deja noticia en su “Quinta-Carta de relación”, enviada al monarca Carlos V desde “Tenuxtitan, el 3 de septiembre de 1526”, sabemos que luego de retornar del viaje fallido a las Hibueras…

 Otro día, que fue de San Juan, como despaché este mensajero (refiriéndose al visitador Luis Ponce de León), llegó otro, estando corriendo ciertos toros y en regocijo de cañas y otras fiestas…”

    Sin embargo, ¿qué fue lo que se lidió al citar el término «ciertos toros», si no había por entonces un concepto claro de la ganadería de toros bravos?

   ¿No serían cíbolos?

   Recordemos que Moctezuma contaba con un gran zoológico en Tenochtitlán y en él, además de poseer todo tipo de especies animales y otras razas exóticas, el mismo Cortés se encargó de describir a un cíbolo o bisonte en los términos de que era un «toro mexicano con pelaje de león y joroba parecida a la de los camellos».

   El bisonte en época de la conquista ascendía a unos cincuenta millones de cabezas repartidas entre el sur de Canadá, buena parte de la extensión de Estados Unidos de Norteamérica y el actual estado de Coahuila.

   Si bien los españoles debían alimentarse -entre otros- con carnes y sus derivados, solo pudieron contar en un principio con la de puerco traída desde las Antillas. Para 1523 fue prohibida bajo pena de muerte la venta de ganado a la Nueva España, de tal forma que el Rey intervino dos años después intercediendo a favor de ese inminente crecimiento comercial, permitiendo que pronto llegaran de la Habana o de Santo Domingo ganados que dieron pie a un crecimiento y a un auge sin precedentes. Precisamente, este fenómeno encuentra una serie de contrastes en el espacio temporal que el demógrafo Woodrow W. Borah calificó como “el siglo de la depresión”, aunque conviene matizar dicha afirmación, cuando Enrique Florescano y Margarita Menegus afirman que

 Las nuevas investigaciones nos llevan a recordar la tesis de Woodrow Borah, quien calificó al siglo XVII como el de la gran depresión, aun cuando ahora advertimos que ese siglo se acorta considerablemente. Por otra parte, también se acepta hoy que tal depresión económica se resintió con mayor fuerza en la metrópoli, mientras que en la Nueva España se consolidó la economía interna. La hacienda rural surgió entonces y se afirmó en diversas partes del territorio. Lo mismo ocurrió con otros sectores de la economía abocados a satisfacer la demanda de insumos para la minería y el abastecimiento de las ciudades y villas. Esto quiere decir que el desarrollo de la economía interna en el siglo XVII sirvió de antesala al crecimiento del XVIII.

    El estudio de Borah publicado por primera vez en México en 1975, ha perdido vigencia, entre otras cosas, por la necesidad de dar una mejor visión de aquella “integración”, como lo apuntan Andrés Lira y Luis Muro, de la siguiente manera:

 Hacia 1576 se inició la gran epidemia, que se propagó con fuerza hasta 1579, y quizá hasta 1581. Se dice que produjo una mortandad de más de dos millones de indios. La fuerza de trabajo para minas y empresas de españoles escaseó entonces, y las autoridades se vieron obligadas a tomar medidas para racionar la mano de obra y evitar el abuso brutal de los indígenas sobrevivientes.

   Por otra parte, la población mestiza había aumentado a tal grado que iba imponiendo un trato político y social que no se había previsto. Mestizos, mulatos, negros libres y esclavos huidos, al lado de criollos y españoles sin lugar fijo en la sociedad concebida como una organización de pueblos de indios y ciudades y lugares de españoles, alteraron el orden ideado por las autoridades españolas, en cuyo pensamiento sólo cabía una sociedad compuesta por “dos repúblicas, la de indios y la de españoles”.

    En cuanto a la tesis de cíbolos o bisontes, ésta adquiere una dimensión especial cuando en 1551 el virrey don Luis de Velasco ordenó se dieran festejos taurinos. Nos cuenta Juan Suárez de Peralta que don Luis de Velasco, el segundo virrey dela Nueva España entre otras cosas se aficionó a la caza de volatería. Pero también, don Luis era

 “muy lindo hombre de a caballo”, jugaba a las cañas, con que honraba la ciudad, que yo conocí caballeros andar, cuando sabían que el virrey había de jugar las cañas, echando mil terceros para que los metiesen en el regocijo; y el que entraba, le parecía tener un hábito en los pechos según quedaba honrado (…) Hacían de estas fiestas [concretamente en el bosque de Chapultepec] de ochenta de a caballo, ya digo, de lo mejor de la tierra, diez en cada cuadrilla. Jaeces y bozales de plata no hay en el mundo como allí hay otro día.

    Estos entretenimientos caballerescos de la primera etapa del toreo en México, representan una viva expresión que pronto se aclimató entre los naturales de estas tierras e incluso, ellos mismos fueron dándole un sentido más americano al quehacer taurino que iba permeando en el gusto que no sólo fue privativo de los señores. También los mestizos, pero sobre todo los indígenas lo hicieron suyo como parte de un proceso de actividades campiranas a las que quedaron inscritos.

   El torneo y la fiesta caballeresca primero se los apropiaron conquistadores y después señores de rancio abolengo. Personajes de otra escala social, españoles nacidos en América, mestizos, criollos o indios, estaban limitados a participar en la fiesta taurina novohispana; pero ellos también deseaban intervenir. Esas primeras manifestaciones estuvieron abanderadas por la rebeldía. Dicha experiencia tomará forma durante buena parte del siglo XVI, pero alcanzará su dimensión profesional durante el XVIII.

   El padre Motolinía señala que “ya muchos indios usaran caballos y sugiere al rey que no se les diese licencia para tener animales de silla sino a los principales señores, porque si se hacen los indios a los caballos, muchos se van haciendo jinetes, y querranse igualar por tiempo a los españoles”.

   Lo anterior no fue impedimento para que naturales y criollos saciaran su curiosidad. Así enfrentaron la hostilidad básicamente en las ciudades, pero en el campo aprendieron a esquivar las embestidas del ganado vacuno, obteniendo con tal experiencia, la posibilidad de una preparación que se depuró al cabo de los años. Esto debe haber ocurrido gracias a que comenzó a darse un inusual crecimiento del ganado vacuno en gran parte de nuestro territorio, el cual necesitaba del control no sólo del propietario, sino de sus empleados, entre los cuales había gente de a pie y de a caballo. Muchos de ellos eran indígenas.

   Conviene recordar que uno de los conquistadores, Gregorio de Villalobos «al tiempo que passo de las yslas de santo domingo ttruxo cantidad de bezerras para que oviese ganado y fue el primero que los truxo y passo a la nueva españa», tal y como lo afirma la «Probanza de servicios y méritos de Gregorio de Villalobos», de la que hace un interesante estudio no sólo Charles Wilson Hacket en suHistorical Documents relating to New Mexico, Nueva Vizcaya, and Aprroaches Thereto, to 1773, Volume I, 1923, p. 40, sino muy recientemente el Dr. Vicente Villanueva Rosales en la publicación «Gregorio de Villalobos. Primer introductor de Ganado bovino en Nueva España», y que lleva el número 57 de la colección LECTURAS TAURINAS, publicadas por Bibliófilos Taurinos de México, A.C. apenas en 2011.

Portada de la publicación.

   Si bien, Villalobos no estuvo bajo el mandato de Cortés durante los tiempos de la conquista, y en la ciudad de México-Tenochtitlan, pero sí tomó residencia en la Villa Rica de la Vera Cruz, para proveerles de «armas, e cauallos y bastimentos y otras cosas, como lo hizo, donde touo cargos, rregidor y alcalde, y lo mysmo en la ciudad de los Angeles, y que fue con Vuestra Señoría Ilustrísima (el virrey Antonio de Mendoza) a la última pacificación de Jalisco (la guerra del Mixtón o rebelión de los cazcanes en 1541).

   Con tales datos, se comprueba que Villalobos estuvo en fechas tan tempranas como las que concentran aquel capítulo de la conquista toda, y que por tanto, entre sus actividades y tareas, además de las ya indicadas, es muy probable que siguiese realizando otras, en las que el movimiento del ganado en sus diversas expresiones, estuviese en estas tierras, gracias a sus gestiones.

   En la siguiente entrega, me referiré a la génesis de Atenco, sobre la cual hay algunos equivocados que plantean asuntos bastante fuera de la realidad, sobre todo por el hecho de que relacionan Atenco con el hecho que aquí se ha comenzado a desvelar.

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EL TORO «COQUITO».

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    En la entrega anterior, se hizo toda una revisión al célebre caso del toro “Bonito”, allá por 1908. Hoy lo haré refiriéndome al toro “Coquito”.

   Con el paso de los años, y ya en plena época en que el cine es sonoro, encontramos en el México de los años 30 la prosperidad de diversas empresas que dedicaron su empeño en consolidar un discurso distante de la pesadilla revolucionaria, exaltando el nacionalismo y apostando por un futuro provisorio, pero incierto. La primera de esas grandes producciones fue “¡Allá en el rancho grande!” de 1936, y cuya fórmula fue la de un melodrama ranchero de amplia aceptación, cuyos efectos con gran poder de convocatoria, generaron entre los productores la necesidad de buscar historias y argumentos para su pronta realización.

   Fue así que en ese mismo año, también se estrenó la película “¡Ora Ponciano!”

 Aquí su ficha técnica:

 ¡ORA PONCIANO!

Producción: Producciones Soria, México; 1936-1937.

Dirección: Gabriel Soria.

Guión: Pepe Ortiz y Elvira de la Mora.

Fotografía en Blanco y Negro: Alex Phillips.

Música: Lorenzo Barcelata.

Edición: Fernando A. Rivero.

Con: Jesús Solórzano (Ponciano), Consuelo Frank (Rosario), Leopoldo Ortín (Juanón), Carlos López “Chaflán” (Lolo), Carlos Villarías (don Luis).

    Dicho largometraje pretendía rememorar la figura del torero Ponciano Díaz, lo cual se convirtió en un propósito fallido, puesto que el argumento no se acercó a la realidad, sino a un mero recordatorio de la celebridad de aquel diestro decimonónico, pero sin tratarlo con el debido rigor del caso. En esos momentos, una de las figuras más destacadas en el toreo era Jesús Solórzano quien representó al atenqueño. Es de agradecer que en el filme se incluya buena parte de la faena que el moreliano realizó al toro “Redactor” de La Laguna (ocurrida el 7 de febrero de 1937), así como las vistas extraordinarias de un escenario como el de la hacienda de Atenco, donde vio la luz primera el protagonista histórico de la cinta. Como el cine pretendía exaltar la presencia de ciertos hechos a la luz del nacionalismo, Lorenzo Barcelata, compositor de moda, compuso varias melodías y canciones para ser interpretadas o cantadas a lo largo del trabajo dirigido por Gabriel Soria, con un guión de ¿Pepe Ortiz? que a estas alturas no se tiene idea exacta si correspondió a las ideas de otro torero, contemporáneo de Solórzano y que figuraba en los carteles con el nombre de Pepe Ortiz o era otro José Ortiz.

   Sin embargo, y pese al esfuerzo de Soria y compañía por empeñarse en recuperar algunas de las vivencias de Ponciano Díaz, fue Lorenzo Barcelata quien se dio a la tarea de escribir una canción que no sólo hizo célebre el propio Barcelata, sino también el “Trío Calaveras” y más tarde, Miguel Aceves Mejía. Se trata del Toro Coquito:

 Toro Coquito.

 Toma, coquito, toma
Toma, coquito, toma….
Azúcar te voy a dar.
Y tienes que ser valiente,
que un gran torero te va a torear
Toda la gente te va a aplaudir
Y con bravura vas a morir.

Huya, huya, huya!

Toma, toro, vuelve para el redil.
Que ya vienes los vaqueros
Y van a arriarte para el toril.
Toda la gente te va a aplaudir
Y con bravura vas a morir.

Huya, huya, huya!

Toma, coquito….

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EFEMÉRIDES TAURINAS DECIMONÓNICAS.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

 Esta efeméride sucedió el 7 de julio de 1839.

    El hecho al que hoy me refiero, fue dado a conocer en

   En ese número, José Sánchez de Neira se refirió al contacto que tuvo con los escritores taurinos mexicanos Julio Bonilla, “Nemo” y “Don Gertrudis”, que “hacen propaganda” en publicaciones como El Arte de la Lidia, El Zurriago Taurino y El Estandarte. Estos tres personajes, junto a Eduardo del Frago, Eduardo Noriega y otros, comenzaron la interesante aventura de escribir de toros en momentos claves para el desarrollo de un nuevo capítulo que se gestó a partir de 1882 primero, con la presencia de José Machío y de Francisco Jiménez “Rebujina” que, como españoles, alternaron en sitios que permitía el “decano” Bernardo Gaviño. Luego en 1887, arribó un grupo sólido de toreros encabezados por Luis Mazzantini y Diego Prieto “Cuatro-dedos”. En 1884 comenzó a publicarse El Arte de la Lidia, primero bajo la égida de “Plutón” y poco tiempo después bajo la dirección de Julio Bonilla Recortes.

   En una investigación que estoy redactando, y que lleva el título “Julio Bonilla y El Arte de la Lidia. (Un guardado secreto de la prensa taurina en México. 1884-1909), me refiero en detalle a estos pasajes, de los que compartiré algunos adelantos en este blog. Pero el hecho es que en La Lidia. Revista taurina, Sánchez de Neira, importante tratadista de aquella época, refiere que recibió curioso obsequio por parte de dichos señores, consistente en un cartel en seda el cual encierra una serie de datos que marcan ciertos antecedentes alusivos a la suerte del quiebro que Antonio Carmona El Gordito ejecutó con mucha fama en sus mejores años. Pero esos hechos ocurrieron en la plaza de San Luis Potosí allá por 1839. Nada mejor que incluir su contenido.

   Muchos de los festejos que ocurrieron a lo largo del XIX mexicano tuvieron la finalidad de estar dedicados a personajes públicos, políticos en su mayoría, con lo que se afirmaba su presencia. Tal es el caso del General de Brigada D. Isidro Reyes, encumbrado por alguna circunstancia de las muchas que sucedieron en ese siglo. Es el mismo Reyes quien, a través del discurso mostrado en el cartel, agradece a la Compañía de gladiadores, definición antigua de la actual cuadrilla, la cual y conforme a ciertos “usos y costumbres”, se permitían el atrevimiento de anunciar las incidencias y los detalles de cuanto iba a suceder en el ruedo, cosa por demás insólita, pues entre otras cosas, no nos imaginamos que habría sucedido con Casimiro Cueto quien “hará el salto mortal vendados los ojos”, ni de lo que ocurriría con Ildefonso García quien jineteando un toro, “y cuando éste se halle reparando en su mayor fuerza, se le pasará al pescuezo…”

   Acto seguido, Antonio Escamilla, “con los pies engrillados en el centro de la Plaza, pondrá dos banderillas”.

   También llama la atención, aunque no están incluidos todos los detalles aparecidos en ese “cartel de seda”, que en esa ocasión, actuó entre los “gladiadores” una mujer, quien se desempeñó como “picadora de toros”. Tal era Teresa Alonso. Su nombre, viene a enriquecer una importante nómina de toreras que, si me permiten mencionar, forma parte de uno de mis trabajos que ahora tengo listos para publicar:

   Si la Compañía lograre con esta función el objeto que se propone, será una de sus mayores satisfacciones.

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EL SIGLO XIX COMO FENÓMENO DE ABUNDANCIA TAURINA EN MÉXICO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

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    Un espectáculo taurino durante el siglo XIX, y como consecuencia de acontecimientos que provienen del XVIII, concentraba valores del siguiente jaez:

-Lidia de toros «a muerte», como estructura básica, convencional o tradicional que pervivió a pesar del rompimiento con el esquema netamente español, luego de la independencia.

-Montes parnasos,[1] cucañas, coleadero, jaripeos, mojigangas, toros embolados, globos aerostáticos, fuegos artificiales, representaciones teatrales,[2] hombres montados en zancos, mujeres toreras. Agregado de animales como: liebres, cerdos, perros, burros y hasta la pelea de toros con osos y tigres. Benjamín Flores Hernández nos ofrece un rico panorama al respecto:

 -Lidia de toros en el Coliseo de México, desde 1762

-lidias en el matadero;

-toros que se jugaron en el palenque de gallos;

-correr astados en algunos teatros;

-junto a las comedias de santos, peleas de gallos y corridas de novillos;

-ningún elenco se consideraba completo mientras no contara con un «loco»;

-otros personajes de la brega -estos sí, a los que parece, exclusivos dela Nueva Españao cuando menos de América- eran los lazadores;

-cuadrillas de mujeres toreras;

-picar montado en un burro;

-picar a un toro montado en otro toro;

-toros embolados;

-banderillas sui géneris. Por ejemplo, hacia 1815 y con motivo de la restauración del Deseado Fernando VII al trono español anunciaba el cartel que «…al quinto toro se pondrán dos mesas de merienda al medio de la plaza, para que sentados a ellas los toreros, banderilleen a un toro embolado»;

-locos y maromeros;

-asaetamiento de las reses, acoso y muerte por parte de una jauría de perros de presa;

-dominguejos (figuras de tamaño natural que puestas ex profeso en la plaza eran embestidas por el toro. Las dichas figuras recuperaban su posición original gracias al plomo o algún otro material pesado fijo en la base y que permitía el continuo balanceo);

-en los intermedios de las lidias de los toros se ofrecían regatas o, cuando menos, paseos de embarcaciones;

-diversión, no muy frecuente aunque sí muy regocijante, era la de soltar al ruedo varios cerdos que debían ser lazados por ciegos;

-la continua relación de lidia de toros en plazas de gallos;

-galgos perseguidores que podrían dar caza a algunas veloces liebres que previamente se habían soltado por el ruedo;

-persecuciones de venados acosados por perros sabuesos;

-globos aerostáticos;

-luces de artificio;

-monte carnaval, monte parnaso o pirámide;

-la cucaña, largo palo ensebado en cuyo extremo se ponía un importante premio que se llevaba quien pudiese llegar a él.

CONTINUARÁ

 
PUBLICIDAD DE ÉPOCA. MÉXICO, 1900.
 

[1] Benjamín Flores Hernández: «Con la fiesta nacional. Por el siglo de las luces. Un acercamiento a lo que fueron y significaron las corridas de toros enla Nueva España del siglo XVIII», México, 1976 (tesis de licenciatura, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México). 339 p., p. 101. El llamado monte carnaval, monte parnaso o pirámide, consistente en un armatoste de vigas, a veces ensebadas, en el cual se ponían buen número de objetos de todas clases que habrían de llevarse en premio las personas del público que lograban apoderarse de ellas una vez que la autoridad que presidía el festejo diera la orden de iniciar el asalto.

[2] Armando de María y Campos. Los toros en México en el siglo XIX, 1810-1863. Reportazgo retrospectivo de exploración y aventura. México, Acción moderna mercantil, S.A., 1938. 112 p. ils. Dicho libro está plagado de referencias y podemos ver ejemplos como los siguientes:

Los hombres gordos de Europa;

-Los polvos de la madre Celestina;

-La Tarasca;

-El laberinto mexicano;

-El macetón variado;

-Los juegos de Sansón;

-Las Carreras de Grecia (sic);

-Sargento Marcos Bomba, todas ellas mojigangas.

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EL SIGLO XIX COMO FENÓMENO DE ABUNDANCIA TAURINA EN MÉXICO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 1 de 4[1]

    Al tiempo en que se activó la independencia de nuestro país, el toreo se comportó de igual forma y se hizo nacional perdiendo cierto rumbo que solo recuperaba al llamado de las raíces que lo forjaron. Esas raíces eran las españolas, desde luego.

   Caben aquí un par de reflexiones antes de ingresar a la magia proyectada desde la plaza de toros.

   Un análisis clásico ya, para entender el profundo dilema por el que navegó México como nación en el siglo XIX, es México. El trauma de su historia de Edmundo O’ Gorman. Es genial su planteamiento sobre la confrontación ideológica entre la tesis conservadora y la liberal. Resumiendo: Los conservadores quieren mantener la tradición, pero sin rechazar la modernidad. Los liberales quieren adoptar la modernidad, pero sin rechazar la tradición.

   Es decir, en ambos la tradición es común denominador, y para los dos, el sentido de la modernidad juega un papel muy interesante que no nos toca desarrollar. Solo que en el toreo la modernidad llegó tarde, fue quedándose atrás y la tradición mostró nuevos ropajes.

   Si bien la estructura no perdió su esencia hispana, el vestido para la escena se colmó de mexicanidad y fue así como encontramos una fiesta sustentada en innovaciones e invenciones que permiten verla como fuente interminable de creación cuya singularidad fue la de que aquellos espectáculos eran distintos unos de otros, dada su creatividad, desde luego. Ello parece indicar la relación que se vino dando entre los quehaceres campiranos y los vigentes en las plazas de toros. Sociedad y también correspondencia de intensidad permanente, con su vivir implícito en la independencia, fórmula que se dispuso para el logro de una autenticidad taurómaca nacional.

   Un aspecto de profunda raíz en México y que es el de la iglesia, guarda semejanzas con la tradición torera también. Los principios católicos quedaron sembrados recién terminada la conquista. Poco a poco el indígena acepta una nueva religión y, en consecuencia, un nuevo dios. Con el tiempo aumentó la dimensión e importancia ya no solo de los principios o postulados, sino de quienes detentan y controlan el poder de la iglesia. De esa forma, el movimiento de emancipación para alcanzar el grado de nación fue encabezado por libertadores que enarbolaron la imagen de la virgen de Guadalupe. Por lo tanto, el arraigo de una cultura religiosa como la vigente en México desde 1521 y hasta hoy, ha trascendido distintas etapas sin riesgo de perder hegemonía. Antes al contrario, se mantiene vigorosa.

   De ese modo el toreo guarda condiciones semejantes, aceptándolo nuestros antepasados, haciéndolo suyo y luego, enriqueciéndolo en abundancia. Así fue como se integró a la forma de ser de los mexicanos y ha llegado hasta nosotros contando a lo largo de sus más de cuatro siglos y medio con apenas algunas interrupciones de orden legal, administrativo o incluso, por capricho de algunos gobernantes declaradamente antitaurinos.

   Fue así como Hidalgo en la ganadería, o Allende en la torería ponen punto de partida a unas condiciones que luego los hermanos Luis, Sóstenes y José María Ávila se encargan de mantener en circunstancias parecidas a las que representaron Pedro, Antonio y José Romero en la Españade fines del XVIII y comienzos del XIX. Y es que los hermanos Ávila (Luis, Sóstenes y José María) por más de cincuenta años aparecen como los representantes taurinos de México, dado que se convierten en las figuras más importantes que dan brillo al espectáculo en nuestro país. Fue así como desde 1808 y hasta 1857 ocupan la atención de la afición estos interesantes y a la vez misteriosos personajes, cuya principal actividad se concentró en la capital mexicana. Pocos datos existen al respecto de los tres, que son cuatro, con Joaquín, mencionado por Carlos María de Bustamante en su Diario Histórico de México. Desafortunadamente este último cometió homicidio que lo llevó a la cárcel y más tarde al patíbulo. De ese modo, sus perfiles ya no se pierden en las noches oscuras de la tauromaquia que aún quedan por descubrir.

 CONTINUARÁ.

PUBLICIDAD EN 1893.
 

[1] El siglo XIX como fenómeno de abundancia taurina en México. Conferencia dictada el 6 de mayo de 1999 en el Centro Cultural “José Martí”, dentro del ciclo en memoria y homenaje a Daniel Medina de la Serna.

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EL TORO «BONITO».

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    La expectación que provocaron los toros españoles de Arribas Hermanos que habrían de lidiarse el 16 de febrero de 1908, alcanzó dimensiones fuera de lo común. Su arribo a los corrales supuso la oportunidad de que los aficionados pudieran admirar la arrogante presencia de tales “cromos”. Entre los personajes que cuidaban aquellos toros, se encontraba el torilero Miguel Bello, quien al acercarse al toro, el cual originalmente fue bautizado como “Guindaleto”, de tanto hablarle, “mira Bonito, mira…” se le fue quedando ese nombre.

   De hecho, y como nos lo refiere Heriberto Lanfranchi en su imprescindible obra La fiesta brava en México y en España. 1519-1969, T. I., p. 263:

    “Bonito”, que en realidad se llamaba “Guindaleto”, pero al que su mayoral, Miguel Bello, siempre le decía “El Bonito”, y así se le quedó, había llegado a México con sus hermanos para la temporada anterior, es decir la de 1906-1907, estando en tan mal estado al ser desencajonados después de la travesía, que fueron conservados para la temporada siguiente. Poco a poco, Miguel Bello, que también era el conserje de la plaza y picador de toros los días de corridas, logró que “Bonito” se dejara acariciar en los corrales y acabó por darle de comer en la mano, como si se tratara de un manso corderito, lo que llamó poderosamente la atención del público en general, el cual empezó a interesarse por el animal”.

Foto. Casasola.

Imagen incluida en el libro de Heriberto Lanfranchi.

    Pues bien, llegó el día de la corrida.

   Volvemos al “Lanfranchi”, que es como el “Cossío” mexicano:

 Domingo 16 de febrero de 1908. Miguel Báez “Litri”, Antonio Guerrero “Guerrerito” y Vicente Segura.

   Al ser lidiado, “Bonito” sólo fue castigado con 4 puyazos y le clavaron un par de banderillas, y en esos momentos saltó al ruedo Miguel Bello, lo llamó por su nombre, se acercó a él lentamente y acabó por abrazarlo y acariciarlo, mientras todo el público pedía a gritos el indulto, que fue concedido.

   El toro regresó a los corrales, siempre acompañado por su mayoral, y a partir del día siguiente fue puesto en exhibición.

Foto. A.V. Casasola. Col. del autor.

    Entre otros personajes que fueron atraídos por aquella curiosidad, se presentó ni más ni menos que la tiple María Conesa, quien en ese entonces estaba encumbrada en el mundo de los espectáculos. Y la Conesa se hizo retratar hasta en tres ocasiones, como para dar muestra primero, de que controlaba sus nervios, y luego para afirmarse más en el cenit de su fama.

María Conesa acaricia al “Bonito” junto al bebedero.

Col. del autor.

    Y termina nuestra consulta al “Lanfranchi” con lo que apuntó como consecuencia en el destino de ese toro famoso:

    Como el toro pertenecía por contrato a la empresa de “El Toreo, ésta acabó por regalárselo a Miguel Bello, el cual le curó sus heridas y lo cuidó hasta que él sufrió una cornada mortal al estar desencajonando unos novillos, el 16 de julio de 1909, y sus herederos lo vendieron entonces a don Víctor Rodríguez para semental de su ganadería de “La Trasquila”, en el estado de Tlaxcala. Años después, durante la Revolución, la hacienda fue invadida por unas tropas zapatistas, las cuales sacrificaron al famoso “Bonito” como si se tratara de otro animal destinado al matadero, sin importarles todo el revuelo que con su nobleza había provocado en la ciudad de México durante algún tiempo.

Cómo recordó la prensa el percance fatal de Miguel Bello en 1909.

Imagen incluida en el libro de Heriberto Lanfranchi.

    Edmundo Zepeda “El Brujo” torero romántico, de la legua, que en sus años ya maduros se incorporó a un espectáculo denominado “Cuatro siglos del toreo en Méjico”, y que recreaba las suertes en desuso que se practicaron en la segunda mitad del siglo XIX, mismas suertes que un siglo después fueron conocidas en dicho espectáculo, el cual hubo oportunidad de que los aficionados capitalinos y otros del país, pudieran apreciarlo allá por los años 50 del siglo pasado. Zepeda, tiempo más tarde, se dedicó a escribir en tono de corridos, varios de sus recuerdos de juventud. Entre ellos, encontré el que nos permite imaginarlo bajo el ritmo cansino de aquellas melodías las cuales, rememoran este pasaje que hoy ya forma parte del anecdotario taurino mexicano.

 EL TORO “BONITO”.

 “Bonito, el toro bonito”

era de Arriba Hermanos

y entre toda la camada

era el toro más bonito.

 

Miguel Bello lo cuidó

cuando pastaba en la dehesa

por su bondad y nobleza

gran cariño le tomó.

 

Llegó el domingo fatal

en el que iba a ser lidiado

y el caporal Miguel Bello

estaba muy consternado.

 

Salió “Bonito” a la plaza

con gran estilo embistió

y su bravura y su casta

a todos los asombró.

 

Y tocaron a matar

el toro estaba en los medios

y “Litri”, aquel Miguel Báez

se disponía ya a brindar.

 

Un hombre al ruedo saltó

y quitándose el sombrero

pa´ despedirse del toro

pidió permiso primero.

 

El toro al que le escurría

la sangre hasta las pezuñas

estaba arrogante y fiero

y Miguel Bello en el tercio

envióle su adiós postrero.

 

“Bonito, toma Bonito”

se hizo un silencio angustioso

el toro quieto esperaba

y Miguel pasito a paso

al torazo se acercaba.

 

Hubo un momento de duda

Miguel Bello se detuvo

el toro lo recordó

y caminando despacio

al caporal se acercó.

 

“Bonito, toma Bonito”

seguía el toro caminando

y cuando a Miguel llegó

este al toro se abrazó.

 

“Adios mi toro Bonito”

Bello estaba sollozando

sus lágrimas se mezclaban

en el morrillo sangrando.

 

El público puesto en pie

con un nudo en la garganta

entre lágrimas y gritos

el indulto así pidió.

 

El juez sacó su pañuelo

y presto lo concedió;

luego al guardarlo discreto

una lágrima enjugó.

 

Por la puerta de toriles

siguiendo dócil a Bello

el bravo toro “Bonito”

por ahí desapareció.

 

En los corrales quedó,

la gente lo iba a admirar

y la actriz María Conesa

solía irlo a acariciar.

 

A la dehesa lo volvieron,

como semental quedó;

a los pocos meses de esto

desencajonando a un toro

Bello estaba descuidado

y el marrajo lo mató.

 

Luego a “Bonito” vendieron

y en Tlaxcala ahí quedó.

Dicen que de tarde en tarde

quedábase quieto el toro.

 

Y al horizonte olfateaba

parece como que oía

“Bonito, toma Bonito”

y que Bello lo llamaba.

 

Edmundo Zepeda.[1]


[1] El Ruedo en México. Revista gráfica de los toros. Año I, Primera Quincena, Noviembre 1964, Nº 5, Especial.

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¿ENCANTO O ASOMBRO DE UNA ANTIGUA POSTAL TAURINA? 10ª PIEZA.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    La imagen fue capturada por Felix Miret.

Col. del autor.

   Me parece que por lo demás posee unas virtudes propias del discurso estético que permite entender la calidad que ya, para esos primeros años del siglo XX tiene la fotografía. Esa claridad, esa definición fueron capaces de atrapar la realidad… que impera en blanco y negro.

   Como puede apreciarse, la “vista” fue obtenida el 28 de febrero de 1909, en la plaza de toros “El Toreo” de la colonia Condesa, en la ciudad de México. Aquella tarde, el cartel estuvo formado por Vicente Segura, “Morenito de Algeciras” y Francisco Martín Vázquez, quienes se las entendieron con 6 y uno de regalo de la legendaria ganadería de Miura. El de la fotografía fue el primero de la tarde, de nombre Perdigón (homónimo del burel que mató al “Espartero” en Madrid). Marcado a fuego con el número 13. Le correspondió a Diego Rodas “Morenito de Algeciras”.

   Antonio López “Farfán” que era el picador en turno, lo ha recibido con un puyazo en todo lo alto, mientras las infanterías se mantienen pendientes del tumbo inminente. El sol alumbra con tal intensidad que permite ver con lujo de detalles la forma en que el miureño se arrancó como un tren sobre la cabalgadura, leitmotiv que ocupa el centro no sólo de la imagen, sino el de todas las miradas.

   “Farfán” ha perdido el castoreño, y no sé si ocurrió por el hecho de que se lo lanzó a “Perdigón” en afán provocativo o fue en el momento del encuentro, el caso es que esta escena heroica por donde quiera vérsele, nos da una idea de los procedimientos primitivos que se tenían hace poco más de un siglo para realizar la suerte de varas. El caballo no lleva el peto protector, defensa que comenzó a utilizarse en España en 1928 y dos años más tarde, justo el 12 de octubre de 1930 en México. Las viejas crónicas del siglo antepasado y primeras del XX refieren con frecuencia que una corrida no había sido buena si en el balance no se registraban un buen número de bajas en la caballería. Afortunadamente eso ha cambiado y ahora, aunque salen con un peto que rebasa las dimensiones o los estándares más apropiados, el hecho es que se ha reducido notoriamente el número de puyazos, con la consiguiente pérdida del tercio de quites, ese momento en el que los matadores de toros o de novillos tenían por obligación la de intervenir para salvaguardar la vida del “hulano”. Hoy día el uso incorrecto del término “quite” no nos permite entender que su objetivo original era otro, “quitar”, alejar al toro del peligro que su misma presencia podría provocar hiriendo de más a un picador o a un caballo.

   El “minimalismo” de nuestros tiempos en término de lances ha quedado reducido a “verónicas”, “chicuelinas” y algunos más, salvo que anden por ahí ciertos toreros con un catálogo amplio en florituras con el capote.

   Termino apuntando la presencia de un público que, por los usos y costumbres de la época, puede verse que buena parte de la asistencia iba a los toros de traje, corbata y sombrero. En su mayoría son hombres, y la presencia femenina, aunque no era tan notoria, tampoco dejaban de acudir, y si lo hacían era haciendo honor a la galantería, con vestidos hasta “el huesito”, sombreros de amplios vuelos, guantes, sombrilla y una belleza de arrebato.

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EL “MÍTIN”, SUERTE EN DESUSO PARA LOS TOREROS.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Hoy que el volcán Puyehué sigue lanzando desde la Patagonia esa impresionante cantidad de cenizas, tras su despertar violento, y que mucho daño ha causado en la población de esas regiones a las que Mario Benedetti les otorgó la favorable virtud de que “el sur también existe”, el tema viene muy a modo no sólo por lo de la lluvia de cenizas, sino por la lluvia de… cojines que van a ver ustedes a continuación, a partir de unas fotografías que he elegido para ilustrar la presente sección.

   Y va la primera.

Una auténtica “lluvia de cojines”

    La plaza es la del “Progreso”, en Guadalajara. Año de 1944. La tormenta de cojines se encuentra en su peor momento. Claro, ya no son las épocas en que los cosos taurinos, de madera en su mayoría, nada más ocurriera un incidente de las proporciones al que ocurrió en la perla de occidente, suficiente motivo para destruirlas, quemarlas o despedazarlas, hasta que no quedara tabla sobre tabla. Los públicos de finales del siglo XIX en verdad que eran otra cosa. La reacción era de furia, de un descontento que rayaba en lo irracional.

   Cincuenta años después, y en una tarde tan aciaga con esta, la afición tapatía despotricaba contra el diestro Luis Procuna, quien había sido causante del desaguisado, al punto de que la policía tuvo que intervenir antes de que aquello tomara proporciones más peligrosas.

   Aquí tienen ustedes al “culpable”, “yéndose del mundo”, colocando intento de estocadas a paso de banderillas, entre pinchazo y pinchazo, soportando la bronca en el centro del ruedo, ya fuese armado o desarmado que la cosa en esos mismos instantes era lo mismo. Los aficionados todos se encuentran de pie mientras los demonios andan desatados igual en sol que en sombra. No fue el único “Mítin” de un Procuna que en buena parte de su trayectoria se caracterizó por iluminarla con ocurrencias como las que se aprecian aquí. No sé si terminó en la cárcel, o con una fuerte multa, el caso es que debe haber salido de Guadalajara por aquellos días, con cajas destempladas.

   Así eran ciertos toreros, como Joaquín Rodríguez “Cagancho”, Luis Castro “El Soldado”, Lorenzo Garza. Así era también de sorpresivo, o ¿descarado? el Procuna que también fue conocido como el “Berrendito de San Juan”. Si deliberada o intencionalmente provocaban una bronca, eso era propio de la decisión en que ocurría la puesta en escena. Yo creo que ningún torero piensa en eso. Puede ser que se provoque por circunstancias que se van dando sobre la marcha. Ninguna tarde de toros puede preverse ya que cada uno de los sucesos se definen o se deciden en función de las distintas ocurrencias que suceden conforme el toro se encuentra en el ruedo. El torero sí, tiene como propósito dar una buena tarde, triunfar, quedar bien con sus seguidores, convertirse en el ídolo de esa jornada, pero si ante ellos se presenta un momento crucial, en el que se toman decisiones no previstas, están sujetos a soportar extremos como el de una rechifla, una bronca, una cojiniza, la multa… la cárcel. O lo que es peor: salir de la plaza en medio de un silencio sepulcral, ignorados por el “monstruo de las mil cabezas”.

   Procuna tuvo esa –la llamaré “virtud”- y le salía muy bien. Ya está dentro, pues ahora hay que consumar la escena. No queda de otra, y si además se puede desarrollar con toques de un hechizo alucinante, de un vértigo cuyo único lindero es el caos, ese momento alcanza entonces dimensiones inauditas, reprobables, sí. Pero permisibles en la medida en que el torero-actor ya fue capaz de provocar la ruptura del orden, el cual debe conducirse en medio del absoluto dominio de un papel que logrará que se apacigüen los ánimos o que estos se pierdan entre gritos, insultos y la violencia, sin más.

   Como hemos podido apreciar, Luis Procuna fue único en esos precisos momentos, se inmoló así mismo, ya no le quedaba de otra, pero armó el “mítin” que el tiempo se ha encargado de desaparecer y un servidor de traerlo hasta aquí, para resurgirlo, recordarlo, recrearlo.

   Suerte en desuso para los toreros.

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