Archivo mensual: noviembre 2018

TOROS, JARIPEO y PELEAS DE GALLOS EN EL TIEMPO.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Palenque de Gallos en Real de Catorce, San Luis Potosí. Col. del autor.

   La convivencia de espectáculos públicos como toros, jaripeo y peleas de gallos se ha dado en forma constante a través del tiempo.

Existen diversas evidencias, algunas de las cuales compartiré en esta ocasión con ustedes, si antes comentamos lo ocurrido apenas ayer, en un acontecimiento poco común, según lo que motivó su poder de convocatoria. Con la marcha que recorrió importantes avenidas de la ciudad de México, se puso de manifiesto el respeto a las tradiciones, en particular las “peleas de gallos” mismas que han sido prohibidas con la aprobación de la Suprema Corte de Justicia de la Nación a iniciativa de los siempre “verdes” oportunistas.

No estuvieron solos. A su vera, los acompañaron integrantes de la comunidad de jaripeos y corridas de toros que se convierten, en automático en el siguiente objetivo de la desmedida condición que prevalece hoy día. Lo anterior es efecto de las iniciativas de partidos políticos que hacen suyas diversas propuestas, las cuales lanzan grupos opositores nutridos por ideologías o intereses que denuncian tortura o maltrato animal de manera sistemática. Para que surta un buen efecto se apoyan en gran medida, a la cobertura y diseminación que hoy facilitan los medios electrónicos de comunicación; pero sobre todo al efecto de las redes sociales.

Otros factores, no podemos negarlo, es la propia vulnerabilidad del espectáculo taurino donde ha faltado fortaleza para recuperar elementos que nos ponen en evidencia. Me refiero en concreto a la materia prima, el toro, actor central que no siempre aparece en forma debida…, o la elevación en el costo de las entradas, por ejemplo. Estos factores, quizá dos de los más importantes en estos momentos, han causado el alejamiento de una afición cautiva que no encuentra razones de certeza y credibilidad, ni tampoco a la aparición de una figura que se convierta en poder de convocatoria que fue, hasta hace un buen tiempo, motivo de lo intenso en el espectáculo.

Bueno es que sepamos también, antes de que ese frente opositor de un paso más, qué pasó con el 93 % de la muerte ocurrida con los animales que se encontraban en el entorno circense. Conviene que nos expliquen lo ocurrido con mil 298 animales censados por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) en los entonces 80 circos que se vieron sometidos a dicha prohibición (esto durante 2016). Esperamos que sirva de algo la presencia de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa).

La estructura y puesta en escena de este espectáculo perdió sus valores esenciales y es en nuestros días otra cosa, a no ser que más de uno de esos circos, sobre todos los itinerantes o marginales, haya desaparecido con motivo del que fue un auténtico desmantelamiento.

No es deseable, por tanto, que tal circunstancia suceda en estos momentos contra el espectáculo taurino, ni contra el jaripeo, ni contra nada que atente no solo lo que ellos –los contrarios-, consideran en este aquí y ahora, cuando han pasado siglos y en buena hora han venido a hacerlo, ignorando que detrás de la composición de cada espectáculo hay miles, miles de personas que obtienen algún beneficio, sustento digno para vivir, entre otros valores como los del propio imaginario colectivo, en donde están metidos hasta la entraña de nuestra razón como pueblo esos elementos identitarios.

Pasando al registro que hoy también da motivo a estas notas, deseo compartir con los lectores el siguiente capítulo histórico.

Nos cuenta Armando de María y Campos en su poco conocido trabajo Las peleas de gallos en México, Diana, 1994, que, al solemnizarse el santuario de Guadalupe en San Luis Potosí, acontecimiento ocurrido el 9 de octubre de 1800, tal pretexto dio motivo para grandes celebraciones religiosas y civiles, siendo una de ellas la presencia del cura Miguel Hidalgo y Costilla quien participó en la bendición respectiva por la mañana. Para la tarde, ya estaba programada una corrida de toros y maroma (o actos acrobáticos efectuados por alguna compañía que entonces las había en buena cantidad). Estas funciones se repitieron gustosamente durante 15 días más. También hubo varias danzas interpretadas por indígenas, peleas de gallos y fuegos artificiales que se alternaban con los festejos taurinos, aprovechando el mismo espacio.

De acuerdo a la imagen que hoy ilustra estas notas, podemos apreciar un palenque de gallos, localizado en la hermosa población de Real de Catorce, también en San Luis Potosí, cuya disposición es ochavada, siguiendo la arquitectura que entonces ostentaban algunas plazas de toros durante el siglo XVIII. Data, según datos recogidos del año 1789. Es de material perecedero, aunque se sabe fue modificado 70 años después, conservando su diseño original.

Por alguna circunstancia especial, y aprovechando ese tipo de espacios, diversos asentistas o empresarios, aprovecharon el mismo para organizar festejos taurinos. Se desconoce cómo se desarrollaron los acontecimientos, pero supongo que aquello quedaba chico. Tal “novedad”, por llamarla de cierta manera, había sido aprovechada también en algunos teatros de la capital novohispana, donde precisamente el 8 de febrero de1779, se representó la comedia jocosa conocida como El Mariscal de Virón, donde entre su primero y segundo entreactos se corrieron dos toros en el patio del teatro del Coliseo, ocasionando tal novedad el delirio entre la asistencia.

El éxito motivó a los responsables presentar las noches venideras otras tantas funciones siguiendo el mismo modelo. Sin embargo, la noticia llegó a oídos del virrey, quien entonces era a la sazón Antonio María de Bucareli y Ursúa, el cual expidió el respectivo decreto prohibiendo tales funciones.

¿Desde cuándo las peleas de gallos forman parte de esa larga expresión cultural, en apego a las diversiones públicas?

Uno de los primeros registros ocurre el 11 de febrero de 1713, en las fiestas que se celebraron en Nueva España, con motivo del nacimiento de su serenísimo príncipe don Felipe Pedro Gabriel, y que cuenta con detalle Fray José Gil Ramírez en una conocida “relación de sucesos”, donde también no faltó la narración de festejos taurinos.

Luego, vinieron los tiempos en que los estimuló S.A.S. Antonio López de Santa Anna, en sus escapadas a San Miguel de las Cuevas, donde era un incansable apostador. Se recuerda también a Juan Silveti jugando a los gallos, o incluso a Vicente Fernández, que también tuvo lo suyo en estos menesteres.

Como se habrá podido comprobar, estas dos expresiones, toros y gallos, junto con los jaripeos, se integraron a la forma de ser y de pensar de dos grandes columnas: los novohispanos primero; los mexicanos después. Uno de los grandes personajes que no podemos perder de vista en este caso peculiar, fue el célebre Luis G. Inclán, autor entre otras obras, de la célebre novela de costumbres Astucia, y quien hasta llegó a publicar en su propia imprenta la “Ley de Gallos. O sea Reglamento para el mejor Orden y definición de las peleas”, allá por 1872.

Sirva todo lo anterior para explicarles a quienes se empeñan en omitir el pasado (“el pasado nos constituye”, sentenciaba Edmundo O´Gorman), con lo que esperamos su congruencia. De nosotros mismos, como taurinos, también queremos abonar hasta donde lo permitan nuestras condiciones, para recuperar glorias perdidas y que este espectáculo brille con luz propia. De otra forma, lo vamos a lamentar. Y término, no para provocar un mal sabor de boca, sino para retomar el aliento cómo, en mal momento y en pleno Congreso, la diputada de Morena, Leticia Varela Martínez, llegó a al extremo de etiquetar las corridas de toros como costumbres o espectáculos tóxicos. ¡Vaya incordio!

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NUEVAS “ALACENAS DE FRIOLERAS”. SON VERDES… Y LOS HAY MORENOS.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Allá por 1815 y 1816, José Joaquín Fernández de Lizardi publicó varios periódicos cuyo título era Alacena de Frioleras, diálogos formados por diversos personajes –como La paya y la mexicana-, y que en opinión de Mariana Ozuna Castañeda las califica como “periódico de ficción”. Una de ellas, publicada el 4 de mayo de 1815 la dedica el célebre autor del Periquillo Sarniento al diálogo Sobre la diversión de los toros. Mariquita y Serafina.

Pues bien, podríamos imaginar que aquellos textos causaron furor por la forma en que estaban elaborados, a partir de diálogos sostenidos entre los interlocutores, mismos que hoy me permite retomar el asunto para ponerlo al día con esta pequeña serie de nuevas “alacenas de frioleras” que espero la disfruten.

Diálogo entre un gallo y un toro.

 Son verdes… y los hay morenos.

El Gallo: Son peor que cualquier animal dañero.

El Toro: ¿los has visto?

Son ridículos.

El Gallo: y como langostas, los antis, aunque no faltan petistas y perredistas despistados. Incluso más de uno que cree que al humanizar a las mascotas considera estar haciendo algo en pro de esos hermanos nuestros, domesticados en el hogar. Los llegan a vestir, a calzar lindos zapatitos…, e incluso a tener que ser paseados en carreolas, como para que no les ocurra ningún contagio o cosa por el estilo.

¡Qué mal informados andan!

Oye tu: ¿no crees que se nos pasa chismear así?

El Toro: No. Para nada, y apenas tenemos con qué hablar de ellos así, que el coraje todavía no se me pasa.

El Gallo: ¿Pues cuál coraje?

El Toro: No crees que estos que andan otra vez levantando polvareda contra ti y contra mi, primero nos expliquen qué pasó con el 93% de los compas que murieron luego de que prohibieron los animales en los circos?

Y no te lo cuento. Te lo comparto en esta nota que encontré el otro día en Milenio del 27 de julio de 2016.

El Gallo: y ahora quieren ir contra nosotros. Si somos parte de una tradición –como el circo-, que tanta diversión dimos, y espero seguir dando a generaciones y generaciones, pero que no se lo creen ni los millenials…

Mira tú, que ya ni el dedo se chupan.

¡Chúpate esta!

Y no es albur. Así lo escribían en la prensa de hace más de un siglo, cuando intentaban engañar a alguien… ¡Chúpate esta!

El Toro: ¿Y cómo es posible que la política se entrometa en esto?

¿No crees que las costumbres deben formar parte de la cultura, ese que llaman… haber… mmm… inmaterial?

¿O es que debemos llegar al método que, desde el Fobaproa allá en los finales del siglo pasado puso en práctica, a modo de consulta, el ya casi presidente de México Andrés Manuel López Obrador, a quien las malas lenguas lo llaman el peje?

Disponible en internet noviembre 23, 2018 en:

http://www.milenio.com/estados/murio-80-de-los-animales-de-circo

El Gallo: yo creo que sí, aunque esas encuestas tendenciosas y mal manejadas son una monserga. No dejan ver nada claro el panorama, y luego se las creen… Se olvidan sobre la existencia de toda una industria a nuestro alrededor, como fuente de ingresos digna entre quienes laboran para su desarrollo.

Además: quienes ahora atentan contra nosotros, piensan que nuestro asunto no solo tiene que ver con los negocios, o el dinero que corre va y viene, en los palenques. No. También argumentan que hay maltrato animal y tortura y que como tradición no vale.

¿Acaso no estuvo una diputada (se llama Leticia Varela Martínez) de “los morenos” en el mismísimo Congreso diciendo que son costumbres o espectáculos tóxicos?

¡Mira nada más, qué ocurrencia!

No me crees, vélo en esta “liga”: http://altoromexico.com/index.php?acc=noticiad&id=32941 para que además te enteres de la sarta de cosas que se dijeron en nuestra contra…

El Toro: Uuuy, qué “motherno…”

¿Y desde cuándo formas parte de esa larga expresión cultural, en apego a las diversiones públicas?

El Gallo: el primer dato del que se tiene registro es del 11 de febrero de 1713, en las fiestas que se celebraron en Nueva España, con motivo del nacimiento de su serenísimo príncipe don Felipe Pedro Gabriel, y que cuenta con detalle Fray José Gil Ramírez en una conocida “relación de sucesos”.

Luego, vinieron los tiempos en que los estimuló S.A.S. Antonio López de Santa Anna, en sus escapadas a San Miguel de las Cuevas, donde era un incansable apostador. Recuerdo también a Juan Silveti jugando a los gallos, incluso a Vicente “Chente” Fernández, que también tuvo lo suyo en estos menesteres.

De la colección del autor.

   Oye y tú, ¿desde cuándo también?

El Toro: lo mío es de varios siglos atrás. No es de ayer a hoy. Y eso es lo que deben entender quienes se oponen a nuestro espectáculo. Hay toros, como ya lo saben muchos, desde el 24 de junio de 1526. Desde entonces, la fiesta encontró forma de adaptarse entre los novohispanos primero; en los mexicanos después.

Ellos, se han encargado de organizarla, regularla, profesionalizarla y demás, a sabiendas de que todavía hace falta mucho si con ello pretenden, como ya pasó con la charrería, el reconocimiento de la UNESCO, que la consideró como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, desde diciembre de 2006.

El Gallo: Oye, me llegó el run-run de que el martes 27 de noviembre va a haber una marcha a favor nuestro.

El Toro: sí mira –y voltea el cartel que trae colgado-, aquí está el anuncio. Velo, por si te interesa.

El Gallo: ¡Cómo no me va a interesar!

El Toro: ¿Vamos?

El Toro y El Gallo: ¡Pues vamos!

Un kiki-rikí estruendoso y un potente mugido sellan por hoy esta alacena…

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UNA FIRMA INVITADA: MAURICIO ROMERO, IMPECABLE e IMPLACABLE.

EDITORIAL

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Conozco a Mauricio Romero desde hace algunos años.

Desde entonces, siempre ha externado un principio del que está absolutamente convencido: la libertad de expresión, esa independencia que nos concede el uso de los medios de comunicación que pueden ir de un uso debido de la escritura o la voz en alianza con unos principios éticos inconfundibles. Poco a poco coincidimos en mucho de lo que él planteaba.

Así, afirmamos nuestra amistad.

Esta imagen, un apunte casi surrealista, hace que Mauricio Romero también se identifique en redes sociales, por ejemplo.

   Como debe saberse en estos casos, Mauricio Romero es periodista de investigación egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México. Autor del Manual de Normas Grafemáticas, Éticas y de Redacción para Medios Taurinos Mexicanos. Con formación y experiencia en radio, pero especializado en crónica y reportaje en medios escritos, su trabajo ha develado el fraude permanente en la Monumental Plaza de Toros México.

Cada vez que sabía algo de él es porque publicaba alguna colaboración suya en CONTRALÍNEA, revista de análisis que, junto a PROCESO se han posicionado como las más críticas en la prensa mexicana en los últimos años. Su ejercicio, el de un futuro periodista o comunicador honesto es o ha sido ventilar tal o cual asunto donde cierta comunidad analizada responde de acuerdo a lo que para él es su centro de atención. Va al fondo de las cosas y resuelto el asunto, sale airoso del entuerto.

No conforme, y como estudiante en la carrera de Ciencias de la Comunicación, esto en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, de la Universidad Nacional Autónoma de México, propuso desarrollar un “Manual de normas grafemáticas, éticas y de redacción para medios taurinos mexicanos”. Lo anterior, quedó materializado en la brillante tesis que defendió al punto de ser aprobado en su examen profesional mismo que presentó en febrero de 2018.

El nuevo Licenciado en Comunicación no ceja en sus propósitos. Así que, en cierta ocasión, nos propusimos estudiar el desarrollo del periodismo taurino en México con objeto de convertir ese empeño en un libro. Cada uno tiene una tarea concreta por desarrollar. En lo que a un servidor concierne, toca indagar los siglos virreinales (con toda esa carga de información concentrada por ejemplo en las “relaciones de sucesos” así como de las primeras evidencias periodísticas recogidas en publicaciones como la Gaceta de México, publicada entre 1722 y 1742). También debo ocuparme de todo lo acontecido durante el siglo XIX y los primeros años del XX. El resto del trabajo y hasta nuestros días, lo abordará Mauricio, lo que no es cosa menor.

A iniciativa suya, realizó recientemente un trabajo que pretende recoger la opinión de algunos de los personajes que participan en transmisiones por diversos medios de comunicación masiva o la prensa escrita, estableciendo para ello una sola pregunta: A partir tanto de su conocimiento taurino como de su trabajo periodístico, pregunto concretamente: ¿considera que la integridad de las corridas que se dan en la plaza “México”, en cuanto a la edad y sus cornamentas, está garantizada?

El resultado que arrojó ese ejercicio, deseo ponerlo a la consideración de los lectores que se acercan a este blog, con objeto de que, en calidad de “autor invitado”, conozcan el balance de ese sondeo.

I

¿Integridad en la Plaza México?; qué responden los periodistas que la cubren.

Mauricio Romero

La palabra integridad no suele ser pronunciada por los periodistas de la Plaza México. En sus crónicas y comentarios rehúyen hablar sobre edad y manipulación de pitones. Por lo anterior, se buscó a un grupo de ellos para preguntarles expresamente lo siguiente:

A partir tanto de su conocimiento taurino como de su trabajo periodístico: ¿considera que la integridad de las corridas que se dan en la Plaza México, en cuanto a la edad de los astados y sus cornamentas, está garantizada?

Los encuestados fueron Guillermo Leal, Jaime Oaxaca, Juan Antonio Hernández, Rafael Cué, Juan Antonio de Labra, Carlos Eduardo Arévalo, Leonardo Páez, Bardo de la Taurina, Alfredo Flórez y Carlos Flores.

Por sus respuestas, pueden ser divididos en dos bloques: los rotundos, que no dudan al afirmar en uno u otro sentido, y los desarrolladores, que entre un berenjenal de oraciones matizan su contestación. Pero a usted le corresponde catalogarlos en el sitio que les corresponde.

Sin más, que expongan ellos mismos:

 Guillermo Leal, Televisa [Utdn, narración de las corridas en vivo; y W Radio] y diarios Reforma y ABC de España:

–¿Considera que la integridad de las corridas que se dan en la Plaza México, en cuanto a la edad de los astados y sus cornamentas, está garantizada?

–Siií. Ahí hay autoridades que se encargan de ello, ¿no?

–Entonces, ¿le asegura al aficionado que compre un boleto que verá toros mayores a cuatro años y con las cornamentas intactas?

–Pues eso es lo que marca el reglamento y eso es lo que dicta los festejos taurinos, o sea lo que rige el festejo taurino en la Plaza de Toros México, ¿no? Yo no puedo asegurarle porque yo no soy quien compro los astados ni mucho menos, ¿no?

 –Le pregunto, más allá de reglamento, a partir de su experiencia, de su vasta experiencia en el mundo taurino y de su trabajo periodístico.

–Sí. Yo… yo en la Plaza México, desde hace muchos años no ha habido ninguna situación anómala en cuanto a la edad de los toros y a la integridad de las astas. Eso, reitero, son las autoridades las que tienen la obligación de velar por esos intereses.

Jaime Oaxaca, opinionytoros.com:

–¿Considera que la integridad de las corridas que se dan en la Plaza México, en cuanto a la edad de los astados y sus cornamentas, está garantizada?

–No, Mauricio. Por supuesto que no. Por supuesto que no. Yo creo que la autoridad en la Plaza de Toros México es la empresa, desde hace mucho, y esto lo manejan a su conveniencia. Por supuesto que no. Estoy con… no la certeza, porque sería muy petulante de mi parte, pero sí con la sospecha de que ni se cumple con la edad ni se cumple con la integridad de los cuernos.

–Entonces, ¿no es posible asegurarle al aficionado que compre un boleto que verá toros mayores a cuatro años y con las cornamentas intactas?

–No. No lo es. Además, me parece que el reglamento habla de que el examen post mórtem se hará a petición del juez de plaza y que lo hará el veterinario. Pero el doctor [Javier] García de la Peña pues es prácticamente un empleado de la empresa y, por otro lado, los jueces [presidentes] tienen prohibido solicitar este examen. Prohibido por la empresa, que es quien realmente tiene la autoridad. Y no existe el laboratorio ya en la Plaza de Toros México. Así es que el examen que se hace es dental y es lo único que hay. Y en cuanto a la integridad, pues yo creo que al puro tacto. Entonces no hay exámenes, y si los hay pues todos dirán que todo está perfectamente todo en regla. Pero, desde mi punto de vista, como aficionado, me parece que no cumplen con eso, Mauricio.

Juan Antonio Hernández, Tv Azteca [México Bravo] y RTVE [Tendido Cero]:

–¿Considera que la integridad de las corridas que se dan en la Plaza México, en cuanto a la edad de los astados y sus cornamentas, está garantizada?

–Yo creo que no. Ha faltado un poquito de rigor en cuanto a las autoridades. Pero finalmente aunque se tengan los estudios de los veterinarios, que nunca dan a conocer públicamente a través de los medios de comunicación los estudios, pues la gente tiene la última palabra y cuando se tienen que quejar los aficionados en contra de una corrida, lo hacen y los toros se rechazan.

–Entonces por estos estudios hechos por los veterinarios, y en su opinión a partir de lo que ha conocido como periodista en su vasta experiencia, ¿le asegura al aficionado que compra un boleto que verá toros mayores a cuatro años y con las cornamentas intactas?

–Sí. O sea, le digo que considero que finalmente esta cuestión es un tanto de apreciación y  el público ha sabido protestar, incluso con mayor rigor temporada tras temporada sobre la presencia de los toros sin necesidad que tenga el estudio del cuerpo de veterinarios oficial de la Plaza México que representa a la autoridad, a la delegación Benito Juárez, los tenga que conocer. Sino cuando el público no le parece y considera que un toro no tiene trapío necesario, se manifiesta hasta provocar que sean devueltos.

Rafael Cué, Televisa [Utdn, narración en vivo de las corridas], Canal Once [Toros Sol y sombra] y El Financiero:

–¿Considera que la integridad de las corridas que se dan en la Plaza México, en cuanto a la edad de los astados y sus cornamentas, está garantizada?

–… [10 segundos de silencio].

–Aló…

–Sí, sí. Estoy pensando cómo contesto para no echarme un rollazo. Déjame pensarlo… Pues está garantizada por parte de la empresa. La autorizad quizá debería de volver a instalar un laboratorio post mórtem. Pero eso depende cien por ciento de las autoridades.

–Le pregunto a partir de su vasta experiencia. De lo que conoce dentro del mundo del toro. Entonces, ¿puede asegurarle al aficionado que compre un boleto que verá toros mayores a cuatro años y con las cornamentas intactas?

–No está en mi postura poderlo garantizar porque muchas veces la edad se… tiene que garantizar con un examen post mórtem. A simple vista, yo no puedo garantizar eso.

–Con los elementos que cuentan, o no, tanto la empresa como las autoridades, ¿qué le puede decir al público?

–No. A ver: no entiendo el objetivo de la pregunta.

–Como le pregunté, Rafael. A partir de lo que usted conoce, ¿existe esta garantía, en cuanto a la edad sobre todo?

–La edad, ya te digo: los únicos que pueden garantizar la edad son los veterinarios, y los ganaderos; existe un registro en la asociación de ganaderos. Todos los toros lidiados en La México están registrados en la Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia. Está registrada su nacencia, allí es donde se garantiza. Las autoridades no aprueban ningún toro que no haya sido previamente registrado. Esa es la mayor garantía.

Juan Antonio de Labra, Televisa [W Radio, narración en vivo de las corridas] y dueño de altoroméxico.com:

–Mmm. No, discúlpeme. Yo prefiero contestarle a un medio profesional. Gracias. [Tal no respuesta espetó un día antes de fungir como anunciador de los carteles de la empresa que regentea la Plaza México.]

Carlos Eduardo Arévalo, El Economista:

–¿Considera que la integridad de las corridas que se dan en la Plaza México, en cuanto a la edad de los astados y sus cornamentas, está garantizada?

–La verdad es que sí… en parte. Esto es porque se dicen muchas cosas en los mentideros taurinos, pero generalmente y de acuerdo al reglamento taurino en el antes Distrito federal, y ahora Ciudad de México, se establece que las cornamentas de los astados deben ir íntegras en su totalidad y que para novilladas deben ser tres años cumplidos y para corridas de toros cuatro años cumplidos en plazas de primera categoría, para los novillos el peso debe ser 350 kilos y para los toros 450 kilos. Con la edad reglamentaria, que es tres años para los novillos y cuatro años para toros. Debe estar garantizada, también de acuerdo a reglamento, con el examen post mórtem que debe hacer el médico veterinario que nombra la delegación [alcaldía]correspondiente, que en el caso de la Plaza México es [la] Benito Juárez, para estos efectos.

–Debe estar garantizada de acuerdo con la ley. Pero le pregunto a partir de su conocimiento y experiencia periodística: ¿puede asegurarle al aficionado que compre un boleto que verá toros mayores a cuatro años y con las cornamentas intactas?

–Pues yo pienso que sí. Yo no he sabido hasta el día de hoy, no he sabido que haya cornamentas manipuladas o que los toros no cumplan la edad.

Leonardo Páez, La Jornada:

–¿Considera que la integridad de las corridas que se dan en la Plaza México, en cuanto a la edad de los astados y sus cornamentas, está garantizada?

–No está garantizada porque no se llevan a cabo exámenes post mórtem por decisión unilateral de la empresa y connivencia ancestral de la delegación, alcaldía ahora, Benito Juárez.

–Entonces, ¿no se le puede asegurar al aficionado que compre un boleto que verá toros mayores a cuatro años y con las cornamentas intactas?

–Nooo. De ninguna manera. ¿Pero sabes por qué, Mauricio? Porque hay un desinterés sereno. Ya ni siquiera hay información de qué es un toro y qué es una burra preñada. No. Hay un desinterés: la cultura taurina ha devenido en un ver-torear-bonito lo que sea, o casi lo que sea. Entonces, los toros salen jóvenes, salen mochos de sus astas… sobre todo [para] los figurines, que pueden imponer condiciones, y la leña, el ganado duro, con edad, con trapío y yo no sé incluso si con sus astas íntegras para muchachos que tienen dos o cuatro corridas en el año.

 Bardo de la Taurina, La Prensa:

–¿Considera que la integridad de las corridas que se dan en la Plaza México, en cuanto a la edad de los astados y sus cornamentas, está garantizada?

–No creo que nadie que no estemos con todos los elementos pudiéramos garantizar o dar una opinión, y menos gente desde el tendido por una situación muy sencilla y a la vez cierra todo: para mí, la única forma de que se puede comprobar edad, es con los registros de nacencia, y la palabra integridad, lo otro, solamente creo que la puede dar el análisis post mórtem, que es el único que puede decir fidedignamente si sí o si no, lo apreciativo, es meramente eso: apreciativo.

–Le pregunto a partir de su experiencia, lo que conoce, lo que ha visto, de lo que se ha enterado en los años que lleva cubriendo las temporadas grandes. Concretamente, ¿puede asegurarle a un aficionado que compre un boleto que verá toros mayores a cuatro años y con las cornamentas intactas?

–Yo creo que, reglamentariamente, no deberíamos dudar hasta que cada quien nos diga “para mí no lo tiene”, y como siempre, tendremos que ir a lo mismo: aportar pruebas, y por otro lado, no creo que toda la gente que estemos en los tendidos, tengamos la capacidad para dar una opinión a distancia. Esa es la otra realidad. La Plaza México, desde tiempos de Manolete que se acuñó aquella frase de “¿y los que están allá arriba a qué vinieron?”, no creo que nadie pueda dar una opinión.

–No le pregunto de los que están arriba. Les estoy preguntando a los periodistas que tienen una vasta experiencia…

–No, no, no creo tampoco que sea cuestión de la experiencia ni de los años. ¿Por qué? Porque absolutamente nadie, nadie puede asegurar algo que o le conste. Y dos metros de diferencia, que es lo que puede haber en un callejón, más donde veas tú el toro, que puede ser de 1 a 22-23 metros, vamos a decir, no creo que nadie pueda meter la mano al fuego para asegurarlo. Ahora, también te puedo dar una opinión como aficionado, porque antes que nada yo creo que cualquier periodista, para cubrir una fuente, debe tener cierta afición, porque si no no vas a acumular experiencia. Yo creo que una cosa es lo que vemos en el toro, lo que vemos en el toro que se está lidiando en el ruedo, y ora cosa es lo que quisiéramos ver. Esa es la realidad. Creo que estamos, en algunos casos, o cuando menos en el mío, sí estamos tocados por eso, que es una cuestión de deseo. En lo particular, soy un hombre al que le gusta más el toro, más con trapío…

–Más que del trapío, le hablo de la edad… si el aficionado puede estar plenamente seguro que el toro que ve es mayor a cuatro años.

–No puede, nadie absolutamente puede estar con esa seguridad, y le voy a contestar con una pregunta que me la hacen a mí constantemente todos los días: cuando me preguntan “¿qué edad tiene usted?”, y yo les puedo decir 60 años, tengo 70 años, tengo 50, y la gente, ¿la mayoría sabes lo que me contesta?: “parece usted de otra edad diferente”. Esa es mi respuesta.

Alfredo Flórez, toriles.com:

–¿Considera que la integridad de las corridas que se dan en la Plaza México, en cuanto a la edad de los astados y sus cornamentas, está garantizada?

–Sí. Debe estar garantizada.

–¿Debe estar o está plenamente garantizada esta integridad?

–Debe de estar. No soy testigo de que sea así, pero debe de estar, según el reglamento.

–Le pregunto a partir de su vasta experiencia dentro del mundo taurino y periodístico. ¿Puede asegurarle al aficionado que compre un boleto que verá toros mayores a cuatro años y con las cornamentas intactas?

–Sí, así es.

Carlos Flores, ABC Radio [Con Sentido Taurino y crónica radial en vivo de las corridas]:

–¿Considera que la integridad de las corridas que se dan en la Plaza México, en cuanto a la edad de los astados y sus cornamentas, está garantizada?

–No todas. ¿Con esto qué quiero decir?: que… algunas corridas se lidian con la edad y la integridad de las astas de los toros. Y esto te lo comento con base en los criterios de crianza y de ética de algunos criadores de toros bravos; otros… pues no me atrevo a decirte si sí o si no, porque no los conozco.

–Le pregunto…

–Pero… híjole, qué te voy a decir. Es que es una pregunta… es una pregunta que tiene obviamente su fondo. ¿Por qué?: Porque sabemos que… que el tema de las actas de nacencia hoy es un mero albur, ya no se tiene un registro firme, como se debería tener, o como en antaño, que a lo mejor se tenía de una manera más rigurosa. Hoy no tenemos cómo comprobar, cómo comprobar si un toro tiene las astas íntegras o no. Porque, mira, te voy a ser muy honesto y muy sincero: a simple vista, también muchas veces nos vamos con las fintas, ¿sí?, y es muy difícil hacer un juicio airado o sin fundamentos si un toro tiene la edad y si un toro tiene las astas íntegras. Sabemos que esa práctica ocurre no solo en la Plaza México, eh. O sea, ocurre en la mayoría de los escenarios taurinos, y ocurre en la plaza más modesta, ¿sí?, por condiciones de poca garantía en términos de contar con servicios médicos óptimos, etcétera, etcétera, etcétera… Si ocurre en plazas modestas, pues también ocurre en otro tipo de plazas, por supuesto que sí; no estoy diciendo que La México esté exenta a eso o no. Ocurre en todos lados. Y eso es por la imposición de muchos de los toreros; es más: te puedo decir que el noventaitantos por ciento de los toreros, sean figuras o no… no sé si permitan la práctica o no, pero pues ya es algo, algo que lamentablemente se ha vuelto como una cosa natural, una cosa obvia cuando no debería serlo. Eso en cuanto al término estricto de la integridad de las astas de los toros. Ahora, en cuanto a la edad, pts es que hay muchos factores que, que hay que analizar, ¿no? ¿Y por qué te digo esto?: pues porque no tenemos, lamentablemente, una autoridad que te dé un, un… diagnóstico, un resultado post mórtem, ¿no?, o que te garantice de acuerdo con un papel “esta corrida sí tiene la edad para ser lidiada”, ¿no? Pero muchas veces, vaya, hay toros que no necesitan tener el carnet ni la identificación para que se vea que se tiene la edad, ¿no? Muchas veces también hacemos juicios, muy aventurados, ¿sí?, de muchas casas ganaderas donde su tipo es ese. ¿Qué quiero decir con esto?: pues que no tienen… cajas exageradas, ni pueden cargar demasiados kilos ni se les desarrolla demasiado alguna parte del cuerpo, en este caso la cabeza, por ejemplo, ¿no?, o la misma cornamenta. ¿Sí me explico? O sea, no te puedo decir, este… puta: el 89 por ciento, el noventaitantos por ciento de las corridas que se lidian en México no tienen la edad o vienen despuntadas.

–Le pregunto a partir de su propio conocimiento, de su vasta experiencia en el medio, por la que conoce quiénes son tanto las autoridades, cuáles el método de verificación de la edad y las astas, quiénes lo realizan y quiénes son los distintos actores de la Fiesta. Por eso le pregunto: ¿entonces no se puede o sí se puede asegurarle al aficionado que compre un boleto que verá toros mayores a cuatro años y con las cornamentas intactas?

–Mira: es más fácil que una corrida tenga la edad… o casi tenga la edad, ¿no?, porque vamos a ser muy honestos: son muy pocos los ganaderos en México que permiten que la corrida no salga de su casa si no tiene la edad. Son pocos. Entonces muchas corridas a veces se adelantan, ahorrándose medio año dándole de comer. ¿Sí me explico? O sea: son muchos factores que, obviamente, bueno, pues todos convergen en que no debería ser así, ¿no? Déjame sintetizarte de la siguiente manera:

–Dígame.

–No tenemos hoy, ¿sí? Ni el aficionado ni los medios de comunicación ni nadie absolutamente hoy en el medio, la certeza de que una corrida se lidie con la edad y las astas íntegras. ¿Por qué?: Pues porque no sé dónde han quedado los exámenes post mórtem. No sé dónde han quedado… hoy los veterinarios obedecen a las empresas. Es así. Y no tenemos esa información a la mano. Son muchas cosas que habría que rascarle, que habría que comenzar a modificar para que el aficionado tenga esa credibilidad que debe tener. O sea, si el aficionado paga un boleto por ver una corrida de toros, pues tiene que ver una corrida de toros, por supuesto que sí. Hoy no te puedo yo decir que el aficionado va a tener la certeza o la garantía al cien por ciento, al mil por ciento de lo que está pagando, es real. Y, también te comento lo siguiente: los toreros, las figuras y las no figuras hoy… pues no sé si exijan un toro despuntado o no. No es el rollo o el cuento al miedo a no poder estar bien con un toro en puntas o uno que no esté en puntas, por supuesto que no; es meramente una práctica… mala, muy mala, poco ética que hoy lamentablemente se nos ha vuelto costumbre. Y a ellos se les hace costumbre porque ellos son los toreros, ellos son los que cobran, ellos son los que están ahí. No nosotros, finalmente. ¿Sí? Dicho hace poco por el doctor Vázquez Bayod, y me lo comentó fuera de micrófonos, ¿sí?, que hace más daño un toro despuntado que un toro en puntas, una cornada que tenga que operar de un toro despuntado es mucho más complicada que una cornada de un toro en puntas, ¿sí? Entonces es una práctica mala, que se ha vuelto costumbre. Ahora, el tema de las corridas… en México no se lidian corridas de cinco años. Esa es una realidad. En México no se lidian corridas de cuatro años y meses, ¿sí? Sí hay muchos ganaderos, porque también sería muy aventurado echarnos a todos los ganaderos de México por delante, así de fácil, o eliminarlos de un plumazo, que ninguno manda una corrida de toros con edad a la Plaza México, ¿no? Pts hay corridas que, bueno… a simple vista parecen ser toros, y hay muchas características [en las] que también uno se tiene que fijar pues para ver si de entrada el toro parece toro, ¿no?, y hay, hay características físicas que tú te puedes fijar en una plaza de toros, en un callejón, el número de rodetes que tienen los cuernos de los toros, el desarrollo de las criadillas, los testículos, obviamente la morfología; si un toro está bien rematado, si un toro tiene morrillo, si está rematado de los cuartos traseros, que es lo que gusta en México. En fin, son muchas cosas, insisto. Y a veces un toro que parece toro, ¿sí?, pues resultaría que no tiene la edad; y un toro sin trapío pues muchas veces tiene la edad. Entonces, es un tema bien complicado y que está muy revuelto, muy revuelto. Yo no te podría asegurar, ¿sí?, que el cien por ciento de las corridas que se lidian tienen la edad y las astas íntegras. No. Creo que, como en todo, pues hay de todo, hay corridas que sí se lidian, ¿sí?, como deben ser y hay otras que no. Y yo creo que radica en algo, con esto concluyo: La honestidad del ganadero, creo que lleva un porcentaje enorme en todo esto, porque si un ganadero que le vayan a su casa a exigirle una corrida que no tenga la edad o una corrida muy a modo, que va en contra, incluso de los principios de crianza del propio ganadero, pues no debería salir de su casa ganadera. Así de fácil, ¿no?, ¿sí? Ese es el factor número uno, número uno. Si un ganadero honesto dice: “señores: estos toros que quiere este torero no salen, pues porque no están puestos o porque están muy cómodos. Sabes qué: aquí tengo otros cinco. ¿Por qué no te llevas estos?, y acompletamos [sic] con otros tres de acá”. “No”. “Pues entonces no se vende mi corrida. Punto”. Ahí empezaría a cambiar la fiesta de los toros. Pero pues como hay muchos ganaderos que pues solamente, obviamente, buscan hacer el negocio, ¿no?, y obedecen a las pretensiones de muchos actuantes de la Fiesta: veedores, toreros… este, la propia empresa muchas ocasiones… que la empresa… el tema es poner a todos estos de acuerdo, pts los va a contratar; yo creo que a la empresa le da lo mismo pues que se lidie una corrida… que maten lo que ellos quieran. Aquí creo que los toreros son los principales responsables del cuento, y claro, también vienen muchas responsabilidades conjuntas en todo esto, ¿no? Y obviamente la autoridad. Pero sí creo que si un ganadero tiene la ética por delante, y el principio claro que lo que se lidia en su casa son toros, pues esto sería mucho más fácil, ¿no?, y nos evitaríamos que si existen los exámenes o no, han de existir, dónde están las actas de nacencia o no, pues deberían aparecer. Pero si existiera esa ética por delante, de los criadores de toros de lidia, creo que muchas cosas serían más fáciles.

 II

   A lo anterior, y como resultado de su impecable o implacable propósito por aplicar en derecho la comunicación. Y más que tal circunstancia, su anhelo por redireccionar el ejercicio periodístico que se extiende en el medio taurino mexicano, el cual es consecuencia directa de lo que hemos leído, pone a la consideración de ese sector, una “Breve guía contra el publicronismo taurino” que también integro a estas notas.

Breve guía contra el publicronismo taurino.

 Mauricio Romero

La credibilidad es el mayor bien del periodista, aseguran los maestros. Y para su construcción es indispensable la independencia, de la cual carece el grueso del grupo de comunicadores que cubre –en el sentido de tapar más que periodístico– lo que ocurre en la Plaza México.

El publicronismo es lo que impera en la fuente taurina mexicana. Es decir, comunicadores que hacen publicidad bajo el disfraz de periodistas, cronistas o comentaristas.

El engaño se vale de diversos métodos y herramientas que los publicronistas van perfeccionando con el paso de los años: de la zalamería abierta a los chistoretes y la verborrea; de la pedantería al academismo y el oportunismo seudocrítico.

“Lo mismo trabajan para hacer ver que lo blanco es negro como que el sol no alumbra. […] Su misión principal y única se reduce a ensalzar a quien paga, y en verdad desempeñan a la perfección tan poco airoso papel”, ya denunciaba en el ocaso del siglo XIX El Cesante H, cronista catalán.

En México, en la década de 1940, la revista Tiempo abundó en la corrupción del ecosistema taurino local y así resumió el objetivo del gremio cobero: “Si el torero estuvo mal, la culpa la tendrán los toros. O la habrá tenido el viento, si el ganadero también paga. En todo caso, el público ignorante y villamelón, si es que no hubo viento”.

No descubrimos nada nuevo, pues la corrupción en la fuente taurina es tan añeja como la conversión de la Fiesta en negocio. Entonces, la intención es brindar una breve guía sobre los usos comunes de la manada que colma el burladero de Prensa de La México –tanto de radio, televisión como de medios escritos– para que no lo engañen tan fácil, para recordar que el periodismo no es publicidad descarada ni encubierta.

[Advertencia: si los vicios se parecen a los que se dan en otras partes, y aún continentes, no es coincidencia, ya que el cáncer dentro del mundo taurino ha hecho metástasis.]

-La empresa no puede darle gusto a todos.

Ante cada presentación del elenco del derecho de apartado [abono], los defensores de la empresa tienen un clásico sofisma: “no se le puede dar gusto a todos”. Minimizan los reclamos y ni por error mencionan que sobre las ganaderías de costumbre pende el resentimiento de la afición alimentado durante años por encierros anovillados y descastados.

-Una “buena entrada”.

La Monumental Plaza de Toros México es la más grande del mundo; la de mayor aforo, pues. Y su arquitectura tiene un detalle que suele dejarse de lado: más de la mitad de su capacidad está en los tendidos generales.

La maldición de la galería General es que en las crónicas deja de existir cuando se habla sobre la asistencia del público a la plaza.

En sus cálculos a ojos de buen cubero, los publicronistas celebran que hay 1 cuarto de entrada cuando apenas se difuminan un poco la barrera y algo del primer tendido [“buena asistencia”]; suben a 1 tercio cuando ya se ve gente en el segundo [“muy buena entrada”]; ¡media!, cuando se ven ocupadas las barreras, buena parte del primer tendido y menos de la mitad del segundo [“¡excelente!”]; si se ven cabezas en las últimas filas del segundo tendido, la euforia escala los tres cuartos [“¡entradón!”]; con Enrique Ponce, el Juli o Hermoso de Mendoza se llena[ba] el numerado y aflora[ba]n puntitos en General, entonces, el éxtasis: “¡casi lleno!”.

Para que no le vean la cara, tenga en cuenta que la distribución de las localidades –la última intervención a la plaza no debió de variarla mucho– es la siguiente:

2 mil 279 en barreras, 3 mil 274 en el primer tendido, 12 mil 792 en el segundo, 833 en los palcos, 105 en los balcones, 1 mil 279 en las lumbreras y, ¡atención!, 20 mil 700 en General.

Entonces, si Pablo Hermoso de Mendoza, el Juli o Enrique Ponce cubren la mayoría del tendido numerado, no meten tres cuartos de plaza ni dos tercios: habrán metido menos de la mitad de la capacidad de la plaza.

-Fotos del entradón.

Para completar el punto anterior se tienen las lentes de las cámaras y quienes están detrás de ellas: simbiosis que también sirve para alterar la realidad. Por ejemplo, no es lo mismo tomar una foto o un cuadro televisivo del tendido de Sol que el de Sombra; por supuesto, General también termina despareciendo de las imágenes difundidas.

Para combatir la ilustración proempresarial están las imágenes de los aficionados a través de las redes sociales.

-Los toros no tienen palabra

Ante la debilidad, las lesiones o enfermedades que luego se evidencian en el ruedo, pero sobre todo ante la mansedumbre escogida por empresarios-ganaderos-toreros, los comentaristas tienen un dicho infalible: “los toros no tienen palabra de honor”.

“La única obligación del ganadero es traer bien presentada la corrida”, se atreven a decir, aunque no esté bien presentada. “Pero la bravura y el comportamiento… ya es otra cosa”, se apresuran a disculpar.

-El encaste.

El encaste San Mateo-Llaguno-San Martín es así, “ese es su fenotipo”, ilustran los comentaristas conocedores del toro. Por tanto, siguen, es bajito, de extremidades cortas y cornicortitos. Y si usted espera otra cosa, entonces es un villamelón, no conoce el tipo del toro mexicano; lo que quiere ver son búfalos, México no es Madrid ni Bilbao, regañan. La intención es clara: fecundar en el ideario de la afición –tanto mexicana como extranjera– que el tipo de toro “mexicano” son los “zapatitos” del grupo de ganaderías que cada año aparecen en La México y no los provenientes de los hierros repulsados por las figuras y el grupo encabezado por la familia Bailleres.

-El disfraz de crítico.

Es quizá el examen profesional de los publicronistas. No está al alcance de todos, solo de quienes tienen el colmillo suficiente o el oportunismo recatado. Bien saben cuándo hablar de hechos que dañan a la Fiesta y disfrazarse de periodistas preocupados por su integridad.

Empero, ¿en qué circunstancias vemos a los publicronistas reconvertidos en críticos? Pues cuando el fraude, petardo o bronca son tan evidentes que el quedarse callados sería demasiado burdo hasta para ellos. Recuerde que su objetivo es mantener la apariencia de periodistas imparciales, objetivos, honestos; entonces, si algún aficionado los increpa por medio de alguna red social por su coba cotidiana podrán responder que son inocentes, que cuando hay que hablar y decir que las cosas se hacen mal se dicen y ya, que han criticado los vicios del espectáculo; que se ocupan por la dignificación del toreo como el mayor de los aficionados.

De ahí el refinamiento del ardid.

Pero fíjese que cuando se atreven, no pasan de las palabras trapío, seriedad, presentación, casta… Cuando los publicronistas quieren pasar por críticos y defensores de los intereses de la afición y la Fiesta, subrayan que es una obligación de los ganaderos y las empresas traer encierros de acuerdo con la “importancia de la plaza”, sin embargo, la palabra que no pronunciarán jamás, jamás, es EDAD, mucho menos tocan aquel latinismo que quema: POST MÓRTEM. ¿Cuántas veces escucha o lee esas palabras de los comentaristas presentes en la Plaza México?

-Eufemismos. Son una familia cuyo fin es no llamar las cosas por su nombre, y hay un par de usos harto extendidos en la crónica plublicronista:

a-Diminutivos

“Un pelín trasero”, “un poquito desprendida”, describen los puyazos y las estocadas sin importar que estén a medio lomo o en la paleta de la res. También sirve cuando la invalidez o la mansedumbre son innegables: “bajito de fuerza”, “cortito de casta”.

b-Lenguaje negativo

Dicen lo que no es, lo que falta, en vez de describir. Y eso tiene un fin: minimizar lo evidente. Prefieren decir “falto de transmisión” y no mansedumbre; “no se ajustó” a despegado; “no está sobrado de fuerzas” a débil; “menos cuajado”, “no bien rematado” a mal presentado; “no en buen sitio” a caída, trasera o golletazo.

-Enciclopedismo para marear.

También sirve para distraer la atención de lo que está pasando. Hay quienes son capaces de mencionar fechas, nombres de toros, plazas y hasta colores de vestidos utilizados aquel día en que una paloma se paró abajo del reloj, pero son incompetentes para describir la morfología y las condiciones del burel abecerrado en turno o la actitud del torero. Por supuesto, en las memorias enciclopédicas se borran las veces en las que la afición no aguantó más e increpó con fuerza a tal o cual figura; recuerdan con lujo de detalle todas las tardes de triunfo y apoteosis, pero nada de los días de broncas abiertas ni de los motivos que las originaron. Pero eso sí: cuando el ruedo se convierte en un pantano de mansedumbre y presunción de fraude afloran los datos inútiles, las anécdotas personales, las efemérides inoportunas.

-Comerciales comerciales, comerciales.

Cada vez que escuchen que “habrá una corrida” en tal o cual lugar, pregúntenle al comunicador si fue contratado por la empresa, y copien su pregunta a Hacienda. Y de paso, cuestiónenle los motivos por los cuales no nos avisó de cada festejo que se va a dar en las plazas ajenas al consorcio que lleva La México.

Peor aún: con cinismo incluso fungen como presentadores en los eventos de la empresa o como apoderados de toreros y ganaderos. ¿Qué confianza puede tener en la información difundida en quienes se regodean en conflictos de intereses?

-Apoye asistiendo.

No se deje chantajear. Viven diciendo que es obligación del ver-da-de-ro aficionado “retratarse en la taquilla” –el que los boletos de cortesía que dan las empresas suelan quedarse en las familias y amigos de los comentaristas es otra cosa, aunque parte de los mismo, diría Cantinflas–.  “La Fiesta se vive in situ”, remachan para señalarle la porquería de aficionado que es si no va a ver a Ponce con bernaldos, al Juli con teófilos, a Morante con marrones o a cualquier otra figura con los hierros de costumbre; por supuesto, no importa la edad ni el arreglo de los pitones, mucho menos la casta. Usted no debe pensar en eso, pues su obligación es gastar el equivalente a varios días de trabajo para demostrar la sinceridad de su afición. “Se apoya la yendo a las plazas”, insisten si es que no lo han convencido, y hasta apelan el nacionalismo: “así es como se impulsa el toreo mexicano”, gritan sea cual sea la calidad del espectáculo. ¿Se apoya al cine mexicano yendo a ver las películas de Eugenio Derbez en Cinépolis o Cinemex?, ¿se impulsa el teatro mexicano asistiendo a las funciones de Carmen Salinas en los inmuebles de Televisa?

-¡Salió el toro!

“Un toro en toda la expresión de la palabra”; “¡un corridón de toros!”; “serio, serio”; “un toro-toro”. Expresiones de este tipo brotan cuando se da una tarde con un encierro destacado. El inconsciente los traiciona y hace gritar de felicidad a los publicronistas, que cada semana les toca decir que al ruedo de La México saltan toros. Cuando ello ocurra bien puede preguntarles si lo que se vio tardes anteriores no eran también corridones serios-serios, con toros-toros; ¿por qué tal algarabía?, ¿qué no es lo que vemos todas las tardes?, ¿por qué no se expresan así corrida a corrida?

-Obviedades.

También se saben vestir de justicieros. Cuando algún torero marginado por el sistema taurino, al que por supuesto ellos tampoco nunca tomaron en cuenta –sin importar los años en la brega, su distinción de las figuran en cuanto a las ganaderías lidiadas y formas de hacer el toreo–, por fin logra un triunfo importante en la plaza mayor, los comentaristas se suben al carro y ensalzan al antes ignorado o aún vilipendiado. “Toreros como él son los que hacen falta”, exclaman; “merece estar en las plazas y ferias importantes”, sentencian los justos. Sin embargo, si los empresarios los vuelven a tapar, ellos olvidan igual de fácil.

-Un torero grande desata polémica.

Las figuras siempre pueden contar con sus escuderos, quienes achacarán los enojos del tendido a la propia “aureola” de los grandes. “Una figura del toreo despierta pasiones”, dicen. “Siempre hay partidarios y reventadores”, rematan, soslayando que los reclamos fueran derivados por el ganado lidiado y no por su tauromaquia necesariamente. La fórmula bronca=importancia=figura también es aplicada. Entonces, los petardos acaban convertidos en expresión de grandeza.

-Solo quienes están en los medios `tradicionales´ son dignos de palabra.

Aborrecen las redes sociales, los blogs, las páginas que no son auspiciadas por ganaderos, empresarios y demás miembros del círculo taurino conocido. Como fenómeno social, la multiplicación de voces turba a quienes creen en el pontificado de los “líderes de opinión”, tan acostumbrados a hablar sin recibir respuesta. Eso se acabó y aún no lo digieren.

El grado de dificultad para tapar los fraudes en las plazas se vuelve insalvable ante la circulación de fotos y videos incontestables. El público, la afición y la minoría crítica ahora se puede dirigir directamente a los publicronistas; los exhiben y estos solo han atinado a dos cosas: callar flagrantemente o responder que las redes dan voz a una turba ignorante, y, por tanto, que uno solo debe fiarse de los conocedores consagrados en los medios “tradicionales”.

No caiga en esa trampa. Primero pregúntese –y pregúnteles– por qué están los que están, ¿por qué se oye, ve y lee a los mismos desde hace años, décadas? Ellos dicen que por su “calidad”, “respetabilidad”, “profesionalismo”, “experiencia” y demás virtudes. Si por tanto tiempo nos hemos mantenido, por algo será, espetan.

Sin embargo, no es que los titulares de los programas de radio y televisión o los escribanos de los periódicos longevos estén vigentes debido a su conocimiento o aportación periodística. Están precisamente por lo contrario: por saber sobrevivir sabiendo qué callar y qué disfrazar, cuándo inclinarse… por ser la antítesis del periodismo.

   No cabe duda que lo anterior levantará ámpula. Sin embargo, no debemos olvidar que la narración de hechos debe ir acompañada, en lo posible, de la personal opinión o reflexión crítica de quien la emite, con objeto de que el lector o el auditorio a quien se pretende ilustrar, tenga como resultado el hecho de que ambas partes –transmisor y receptor-, han visto una misma realidad.

A muchos aficionados nos consta que un festejo taurino se convierte en tantos festejos taurinos como sea posible. De ahí que nos resulte difícil coincidir con voces o plumas que hacen pública su opinión al respecto. Conviene, en estos tiempos en los que el espectáculo de los toros se ha convertido en blanco de cuestionamientos, no solo desde dentro. También desde fuera, que se haga un alto en el camino para intentar poner las cosas en su debida dimensión, en su justo equilibrio y con ello evitar un inútil contagio que pone a la comunidad de quienes acuden a un festejo en medio de la peor de las incertidumbres.

Para terminar, diría que la labor honesta de Mauricio Romero es la de un periodista hecho, demoledor como pocos, pero cierto de que sus afanes son comulgar con la verdad, y a ella va con seguro paso.

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EN BÚSQUEDA DE MÁS CONOCIMIENTO SOBRE LA TAUROMAQUIA.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: José Francisco Coello Ugalde.

En la imagen, entre otros, Gregorio García, que sostiene la padihuela con que entrenaba en Monterrey allá por 1934. Col. del autor.

Partiendo de todo el conocimiento acumulado que la tauromaquia posee hasta hoy día, es necesario acercarnos a otros horizontes permitiendo con ello nuevas luces, posibilitando así entenderla de mejor manera. Esto es, se requiere de esa indispensable actualización la cual no es concedida por mentes lúcidas, cuyo enfoque es la reflexión.

En ese sentido, Santiago Rial Ungaro en su libro Guy Debord y el backstage de la sociedad del espectáculo, ed. Campo de ideas, España, 2009 menciona:

Y sin duda nuestro tiempo… prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser. Lo que es sagrado para él no es sino la ilusión, así, lo que es profano es la verdad. Mejor dicho: lo sagrado se engrandece ante sus ojos a medida que disminuye la verdad y crece la ilusión, al punto que la mayor ilusión es también para él lo más sagrado.

Esta cita, recogida a su vez en una reciente tesis doctoral, la de Alejandro Gracida Rodríguez, quien abordó el tema “El periodismo cinematográfico y los modelos de consumo y ciudadanía: el caso de la Revista Fílmica Cine Mundial, 1955-1973”, viene en buen momento pues entendemos que Rial Ungaro parece decirnos que en realidad sucede una especie de trasvase o escamoteo, donde las realidades se han alterado de acuerdo a nuevos comportamientos en la cultura de masas.

Bastaría un ejemplo contundente: la sociedad actual que, en una buena mayoría, lleva en mano el teléfono celular o móvil es, en principio uno de los puntos en los que esta herramienta que cohesiona, unifica, acerca e incluso puede ser fuente de otros comportamientos, usos –permitidos o no-; pero el hecho es que esa realidad constituye un cambio radical de comportamientos a los que todos los usuarios, aunque no necesariamente, nos vemos sujetos en utilizar.

Claro, esto representa un triunfo más de los hábitos de consumo impuestos por la modernidad y a lo que se ve, no podemos sustraernos, salvo que existan diversas razones para negarse a sus “bondades” o “beneficios”.

El teléfono dispone de medios para lectura, también para comunicación escrita. Y los hábitos para leer evidentemente no son los mismos que cuando se dispone del libro (a menos que se diga y asegure lo contrario). También permite el uso de mensajes que en determinado número de caracteres debe estar cifrado, incluso abreviado con lo que el bagaje, ese amplio bagaje del que disponen las lenguas, se ve mermado en comunicaciones que hoy entienden de mejor manera las juventudes.

Acudo al ejemplo anterior pues es una forma en que la modernidad, o postmodernidad, ese neoliberalismo apabullante que han ejercido fuertes cambios de comportamiento y que parece favorecer a una nueva expresión de jóvenes concentrados en el término millenials, de pronto se han posicionado en la escena de la vida con todas sus expresiones, lo cual es de agradecer pues han llegado en medio de un alarde de la natural y juvenil soberbia a “comerse este mundo”.

Lo anterior, nos recuerda esa grata interpretación, la que Mercedes Sosa hace de aquella canción emblemática escrita por Violeta Parra: “Que vivan los estudiantes”:

Que vivan los estudiantes
Jardín de nuestra alegría
Son aves que no se asustan
De animal ni policía
Y no le asustan las balas
Ni el ladrar de la jauría
Caramba y zamba la cosa
¡Qué viva la astronomía!

 

Me gustan los estudiantes
Que rugen como los vientos
Cuando les meten al oído
Sotanas y regimientos
Pajarillos libertarios

Igual que los elementos
Caramba y zamba la cosa
Qué viva lo experimento

 

Me gustan los estudiantes
Porque levantan el pecho
Cuando les dicen harina
Sabiéndose que es afrecho
Y no hacen el sordomudo
Cuando se presente el hecho
Caramba y zamba la cosa
¡El código del derecho!

 

Me gustan los estudiantes
Porque son la levadura
Del pan que saldrá del horno
Con toda su sabrosura
Para la boca del pobre
Que come con amargura
Caramba y zamba la cosa
¡Viva la literatura!

 

Me gustan los estudiantes
Que marchan sobre las ruinas
Con las banderas en alto
Pa? toda la estudiantina
Son químicos y doctores
Cirujanos y dentistas
Caramba y zamba la cosa
¡Vivan los especialistas!

 

Me gustan los estudiantes
Que con muy clara elocuencia
A la bolsa negra sacra
Le bajó las indulgencias
Porque, hasta cuándo nos dura
Señores, la penitencia
Caramba y zamba la cosa
Qué viva toda la ciencia!

Caramba y zamba la cosa
¡Qué viva toda la ciencia!

Sin embargo, hemos ido notando su poco interés a aspectos que, como la tauromaquia significaría por parte suya, una posibilidad para garantizarle permanencia a este espectáculo. Su visión más bien de frente, hacia el futuro, no les alcanza por ahora entender que también hubo un pasado, y que el pasado nos constituye, como lo afirmó cual contundente sentencia, el célebre historiador Edmundo O´Gorman.

Por lo tanto, partimos del hecho en el que también influidos por esas corrientes antitaurinas prefieren descorrer un velo de indiferencia y no otra cosa. Lo anterior es precisamente ese punto crítico, el que mueve las presentes notas, el cual se cimenta en la afirmación por medio de la cual se exponga en qué medida la fiesta taurina posee una grandeza especial, cuyas dimensiones son el resultado de un largo andar, incluso de milenios hasta llegar a ser lo que es hoy día: una representación que reúne la summa de todo ese compendio donde han participado ese cruce de culturas, la incorporación de expresiones que lindan con lo ritual, normativa, perfección en las técnicas y una acabada estética que son componentes de la puesta en escena que suele celebrarse como una ceremonia muy especial cuando es anunciada una tarde de toros, sin más.

Los últimos acontecimientos donde la afición ya no acude a las plazas hasta llenarlas, la elevación de costos en renovación de los derechos de apartado y entradas, un descuido sistemático en lo que representa la organización por parte de las empresas (no todas, no generalizo), cuando se desentienden de aspectos vitales, elementales para el buen desarrollo del espectáculo y parecen privilegiar no al espectáculo sino al comercio hasta llevar a instalar cantinas dentro del coso. Su absoluta indiferencia por la CULTURA, así con mayúsculas hace que todo esto se venga a la deriva.

Algún día, el antropólogo francés François Zumbiehl me llegó a compartir la idea de que la tauromaquia va a morir, como todo ente orgánico que nace, se desarrolla y muere. Lo que yo agregaría es el hecho de que no forcemos esa muerte, ni con tanques de oxígeno, eutanasia, ni con paliativos. Mucho menos con esos intentos desmedidos por creer que su permanencia está garantizada para la eternidad.

Sin embargo, somos conscientes de que esto no marcha del todo bien. No es casual que viejos aficionados se vayan con la desilusión a cuestas, ni de que las plazas sean escenarios desolados. O de que lleguen nuevas generaciones. Incluso de que el espectáculo sea considerado para personas mayores. Tampoco de que no haya surgido en estos últimos 20 o 25 años una figura, un “mandón” y que en muchas de nuestras conversaciones como taurinos, siempre aparezcan las figuras de Gaona, “Armillita”, Silverio, Garza o “El Soldado”, como si los hubiésemos visto torear recientemente. Tal es la fuerza del imaginario colectivo que conserva viva esa memoria… pero no la más reciente.

¿Qué no cuenta el éxito de Ventura, por ejemplo?

Desde luego que sí, pero si a eso hay que decir –en descargo de lo mismo-, que apenas ocho días después, se pudo apreciar una plaza con más claros en el tendido que de aficionados, y un ganado que no mereció la nota fuerte de la prensa. Y es que algo está pasando en la cabaña brava mexicana –no en toda, reitero-, pues la media es la de “toros” que no transmiten esa condición de peligro por ninguna parte, y luego la actitud de muchos matadores o novilleros que parecen no decirnos nada ante una repetición de faenas ad nauseam, cortadas con la misma tijera y que terminan por no emocionar o cautivar.

Pues todo lo anterior, aunque no lo crean, son factores que están llevándonos a pensar seriamente en que la decadencia del espectáculo es un hecho. Ya lo apuntaba hace dos días nuestro colega Horacio Reiba en su profunda reflexión.[1] Los tiempos y sus circunstancias nos están obligando a redoblar esfuerzos, uno de los cuales es ese sustento, el legítimo y claro sustento de las ideas en la que todos los aficionados deberíamos comulgar sin duda alguna, pero sin caer en lugares comunes. Esos donde no habiendo más, se suele acudir al sobadísimo recurso de la “fiesta de oro, seda, sol…moscas” porque no hay más argumento.

Un espectáculo tan bello, tan efímero, tan valiente, tan torero como es el taurino no merece estos escamoteos, como nos lo dijo y advirtió desde un principio Santiago Rial Ungaro pues entonces, si lo aceptamos como hoy sucede, estamos condenados a seguir siendo receptores de una verdad a medias.

La tesis que ha servido para nutrir la presente colaboración, es un valioso documento que el colega y nuevo doctor en Historia Moderna y Contemporánea Alejandro Gracida Rodríguez, que defendió en el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora apenas el mes pasado, contiene elementos que permiten entender la forma en cómo, entre otras cosas, el estado manejó diversas condiciones para encauzar diversos estratos sociales por donde mejor convenía. Y la forma más apropiada de hacerlo fue a través de ese largo ciclo de reportajes cinematográficos que por otro lado, ostentan una valiosa información sobre el desarrollo en este país, por lo menos entre 1955 y hasta 1973.


[1] Horacio Reiba: Tauromaquia: A caballo entre dos épocas. Disponible en internet noviembre 20, 2018 en:

http://altoromexico.com/index.php?acc=noticiad&id=33183

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DIEGO y PONCIANO: DOS GRANDES EJECUCIONES PARA UNA GRAN SUERTE.

CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO, EXHUMADAS HOGAÑO y OTRAS NOTAS DE NUESTROS DÍAS.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Composición y motaje del autor de esta colaboración. A la izquierda: disponible en internet noviembre 13, 2018 en: https://www.yucatan.com.mx/deportes/imperfeccion-perfecta y a la derecha: imagen proveniente de la colección digital del autor.

Ahora que Diego Ventura conmocionó a la afición capitalina, este domingo 11 de noviembre, entre otras razones, fue porque realizó una suerte poco común, muy oportuna y afortunada si las condiciones así lo permiten… y lo permitió –no podía ser de otra forma-, ese inimitable desempeño de “Fantasma”, toro de curiosa y hermosa pinta, albahío, que pertenece a la poco conocida ganadería que lleva el nombre de su responsable: Enrique Fraga. Pero además un toro que demostró a lo largo de toda la lidia, que no fue poca cosa, un galope continuo, una casta, una bravura que pocas veces se observa en el rejoneo, lo cual, es otro motivo más en medio de aquella irrupción de la que es ahora esa nueva puesta en escena que han logrado un conjunto sólido de señores de a caballo. Y me refiero, en orden de antigüedad y escala de importancia a: Joao Moura, Pablo Hermoso de Mendoza, Andy Cartagena y este señor de la Puebla del Río que se llama Diego Ventura, quien ha venido a nuestro país para imponer (condiciones en eso de elegir el ganado) e imponerse.

Pues bien, llegó el momento aquel en el cual Ventura quitó de la cabeza y cuello de “Dólar” la cabezada, anticipo a la ejecución de una suerte que levantó ámpula en los tendidos. Aquella figura evocadora del centauro, fue de las tablas hacia los medios y en el momento apropiado, dejó un par a dos manos. El solo control del caballo fueron esas piernas asidas al cuerpo del equino, el cual, como todo buen caballo adiestrado para este tipo de suertes, permitió que salieran airosos del encuentro. Aquello detonó en fortísima ovación dedicada al caballero en plaza por parte de un público no solo entusiasta. Sino aquel que no salía de su asombro ante aquella perfecta ejecución.

Lo demás se sabe ya pues el efecto de todo lo realizado generó un impacto mediático sin precedentes.

De acuerdo a ciertos testimonios que provienen del pasado, se podría asegurar que dicha suerte no es hechura ni creación del caballero hispano. En todo caso, y como forma de demostrar lo que acabo de apuntar, me remito a una hermosa cromolitografía, obra del artista que se firmaba como P. P. García, colaborador permanente en la revista de toros conocida como La Muleta, misma que circuló entre 1887 y 1889 en nuestro país. Tal publicación tuvo como su único director a otro gran personaje: Eduardo Noriega “Trespicos”.

El testimonio que he de mencionar, apareció en el número 4, de su año I, con fecha 25 de septiembre de 1887, en páginas centrales.

En tal imagen se observa ni más ni menos que a Ponciano Díaz, colocando un par de banderillas a dos manos, a pelo (es decir sin la silla de montar); sin la cabezada que habría podido llevar el caballo y además con el curioso detalle de que las riendas aparecen anudadas a las crines.

¡Toda una hazaña!, si se toma en cuenta lo que significan una serie de movimientos a la hora del encuentro y donde las piernas, deben haberse convertido en auténticas tenazas para salir librado de aquella riesgosa demostración.

En descargo de Ponciano, habría que apuntar el hecho de una colocación un tanto cuanto defectuosa, pues las banderillas quedaron desiguales y delanteras. Lo que sí es un hecho es que el de Atenco realizó la suerte innumerables ocasiones, pues era un torero consumado a caballo, que, con frecuencia y en cuanta plaza actuara, también se lucía realizando el toreo de a pie.

Esa fue una virtud que elevó a cotas inimaginables la popularidad del diestro, quien causó auténtico furor entre sus seguidores, que fueron legión. Y justo ese año de 1887 así como el siguiente, Díaz era ya ídolo de las multitudes, al grado de que, por sus iniciales, era fácil confundirlo con las de Porfirio Díaz, entonces presidente de la república.

Existe una curiosa anécdota que retrata ese detalle con fidelidad.

En los días de mayor auge del lidiador aborigen, el sabio doctor don Porfirio Parra decía a Luis G. Urbina, el poeta, entonces mozo, que se asomaba al balcón de la poesía con un opusculito de “Versos” que le prologaba Justo Sierra:

-Convéncete, hay en México dos Porfirios extraordinarios: el Presidente y yo. Al presidente le hacen más caso que a mí. Es natural. Pero tengo mi desquite. Y es que también hay dos estupendos DíazPonciano y don Porfirio-: nuestro pueblo aplaude, admira más a Ponciano que a don Porfirio.[1]

Y aquí una curiosa interpretación:

En aquellos felices tiempos, comenta Manuel Leal, con esa socarronería monástica que le conocemos, había tres cosas indiscutibles: La Virgen de Guadalupe, Ponciano Díaz y los curados de Apam…[2]

   Su figura fue colocada en todos los sitios, aun en bufetes, oficinas de negocios, consultorios de médicos; en fotografías, o en litografías en colores y a una sola tinta, publicados en periódicos mexicanos o españoles como LA MULETA, EL MONOSABIO, LA LIDIA, EL TOREO CÓMICO que ilustró sus páginas -este último- con un retrato del torero mexicano del mismo tamaño que los que había publicado de “Lagartijo”, “Frascuelo”, “El Gallo”, Mazzantini y “Guerrita”.[3]

En la calle se le tributaban verdaderas ovaciones, lo mismo en Plateros que en El Hospicio que en La Acordada; al pie de la estatua de Carlos IV que al pasar junto a la tabaquería llamada “La Lidia”, lugar de reunión de los toreros españoles, que recibían sendas rechiflas.

Realmente, esos eran los grados de ilusión obsesiva adoptada por el pueblo, vertiente de una sociedad limitada a una superficialidad y a un todo que no les es negado, pero que asimilan de muy distinta manera, a como lo hacen esas otras vertientes intelectuales y burguesas; o simplemente ilustradas.

La “sanción de la idolatría”, a más de entenderse como aplauso, como anuencia, como beneplácito; es también castigo, pena o condena. Y es que, del sentir popular tan entregado en su primera época, que va de 1876 a 1889 se torna todo en paulatino declive a partir de 1890 y hasta su fin, nueve años después.

Fruto de la idolatría, que, como ya vemos, es basta en ejemplos, como el modismo aplicado cuando se saludaban los amigos en la calle, alguno de ellos expresaba:

¡Ni que fuera usted Ponciano!…

A la epidemia de gripe de 1888, se le llamó “el abrazo de Ponciano”.

Don Quintín Gutiérrez socio de Ponciano Díaz y abarrotero importante, distribuye una manzanilla importada de España con la “viñeta Ponciano Díaz”.

En las posadas, fiesta tradicional que acompaña al festejo mayor de la navidad, al rezar la letanía contestaban irreverentemente en coro: “¡Ahora, Ponciano!” sustituyendo con la taurómaca exclamación al religioso: “Ora pro nobis”

   José María González Pavón (a la sazón dueño de la antigua Tepeyahualco. N. del A.) y el Gral. Miguel Negrete le obsequian al diestro mexicano los caballos “El Avión” y “El General” y fue el propio Ponciano quien se encargó de entrenarlos.

La misma poesía popular se dedica a exaltarlo, al grado mismo de ponerlo por encima de los toreros españoles.

Yo no quiero a Mazzantini

ni tampoco a “Cuatro Dedos”,

al que quiero es a Ponciano

que es el padre de los toreros

¡Maten al toro! ¡Maten al toro!

   El “padre de los toreros”, cómo no lo iba a ser si en él se fijaban todos los ojos con admiración.

Su vida artística o popular se vio matizada de las más diversas formas. Le cantó la lírica popular, lo retrataron con su admirable estilo artístico Manilla y Posada en los cientos de grabados que salieron, sobre todo del taller de Vanegas Arroyo, circulando por las calles de aquel México y de aquella provincia.

En fin, grato motivo de lo ocurrido apenas nada, para evocar con una semejanza que podría rayar en exactitud lo cual nos es dado gracias al hecho de haber podido encontrar dos imágenes –con apenas una diferencia de 131 años-, a una suerte donde se exaltó a Ponciano y ocurriría sin duda alguna con el mismísimo Ventura:

Era un charro, lo hubierois conocido!…

Era un charro, lo hubierois conocido!…

Costábale mil pesos el vestido

al deslumbrante modo mexicano,

dos mil quinientos pesos la montura

y como mil tostones de factura

los galones de plata del jarano…


[1] Armando de María y Campos: Ponciano el torero con bigotes. México, ediciones Xóchitl, 1943 (Vidas mexicanas, 7). fots., facs., p. 162-3.

[2] Manuel Horta: Ponciano Díaz silueta de un torero de ayer. México, Imp. Aldina. ils., p. 153.

[3] María y Campos: op. cit., p. 176-7.

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ATENCO Y DON MANUEL.

DE FIGURAS, FIGURITAS y FIGURONES.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Manuel Barbabosa Saldaña. A la derecha, fierro quemador y divisa de la hacienda de Atenco. Col. del autor.

   El nombre que da título a la presente colaboración es el que lleva un libro inédito, escrito por el Arq. Luis Barbabosa Olascoaga en 1988, hijo a su vez de don Manuel Barbabosa Saldaña, quien hace 60 años dejó este mundo.

El señor Don Manuel nació en la “Casa de los Pavos”, Carmen Nº 13, Toluca el 16 de octubre de 1879, mismo año en el que su padre, Rafael Barbabosa Arzate adquiere la célebre hacienda de Atenco.

La obra mecanuscrita y que por sí misma merece su transcripción y posterior publicación, es un bello homenaje que recrea diversas vivencias protagonizadas por quien fuera responsable de la famosa ganadería mexiquense, una de las más importantes en el valle de Toluca y cuya administración cubrió el periodo primero como “Sucesores de D. Rafael Barbabosa” de 1887 a 1945 y posteriormente de 1945 a 1958.

Es bueno recordar que la historia de este espacio comenzó desde 1526, cuando Hernán Cortés estableció ganados mayores y menores con objeto de fortalecer la crianza, reproducción y el crecimiento de aquellas especies, garantizando así continuidad en el sentido de vida cotidiana, tal cual la mantuvieron en España, antes de aquella aventura colonizadora. Mucho de esto funcionó también gracias al mismo propósito que puso en práctica Cristóbal Colón, a partir de su segundo viaje, siendo “La Española” (hoy Haití y Santo Domingo) el primer espacio americano aprovechado en dichas tareas que incluía no solo esta domesticación en particular, sino también la del cultivo y otros menesteres.

En 1528, y por conflictos que encaró el extremeño, este cede en encomienda aquellas tierras a su primo hermano el Lic. Juan Gutiérrez Altamirano, hecho ocurrido el 19 de noviembre de aquel año. Así que haciendo cuentas, Atenco llegará muy pronto a sus 490 años de existencia, y aunque ya es un espacio reducido a la expresión de un ex – ejido –con menos de 100 hectáreas-, aún es posible observar la presencia de cabezas de ganado, sobresaliendo de entre las mismas, ejemplares con todas las características del fenotipo predominante en la casta navarra.

Por cierto, conviene aclarar que la encomienda es una institución de origen castellano que pronto adquirió en las Indias caracteres peculiares que la hicieron diferenciarse plenamente de su precedente peninsular.

Por la encomienda, un grupo de familias de indios mayor o menor según los casos, con sus propios caciques quedaba sometido a la autoridad de un español encomendero. Se obligaba éste jurídicamente a proteger a los indios que así le habían sido encomendados y a cuidar de su instrucción religiosa con los auxilios del cura doctrinero. Adquiría el derecho de beneficiarse con los servicios personales de los indios para las distintas necesidades del trabajo y de exigir de los mismos el pago de diversas prestaciones económicas.

Vino después un largo periodo en el que la descendencia de Gutiérrez Altamirano detentó el control entre otras muchas propiedades de esta célebre unidad de producción agrícola y ganadera. Esto fue a partir de 1616, momento en que se consolida el linaje que como Condado Santiago Calimaya ostentó aquella familia, integrante de la élite más poderosa del virreinato. Tal circunstancia se extendió hasta 1879 cuando de la opulencia se pasó a la decadencia, de ahí que el Sr. Ignacio Cervantes Ayestarán pusiera en venta la propiedad de Atenco, misma que por diversas circunstancias se encontraba mermada por entonces. Rafael y Jesús María Barbabosa Arzate fueron los nuevos propietarios, cuando ya estos dos señores tenían como de su propiedad tanto Santín como San Diego de los Padres, otras dos haciendas que cobrarían importancia en el ámbito del espectáculo de los toros, entre mediados del siglo XIX y hasta las primeras cinco décadas del XX.

Atenco, que significa en nahuatl “cerca del río”, ha representado en lo personal un foco de atención que se convirtió en tema de investigación desde hace poco más de 30 años, tiempo en el que he acumulado una valiosa información, misma que servirá para integrar el que será un ambicioso trabajo y donde “Atenco y don Manuel” tiene lugar muy especial. Baste mencionar dos detalles al respecto. Uno tiene que ver con la tesis doctoral (tesis con deliberación pendiente de aprobación) que terminada en 2006 lleva el título: “Atenco: La ganadería de toros bravos más importante del siglo XIX. Esplendor y permanencia”, presentada ante la División de Estudios de Posgrado y el Colegio de Historia pertenecientes a la Facultad de Filosofía y Letras de la U.N.A.M. El otro asunto es que entre sus anexos se encuentra concentrada la información sobre los registros de todos los encierros de toros bravos lidiados entre 1815 y 1915. El resultado fue sorprendente. Para ello traigo hasta aquí las notas finales de aquella labor:

Al concluir este extenso trabajo, la sensación que queda al respecto, es la de considerar a la hacienda de Atenco como una de las unidades de producción, agrícolas y ganaderas más importantes en el curso del siglo XIX (junto con la deliberada extensión que el presente trabajo le da hasta 1915) en este país. Tal cantidad de encierros que corresponde al número de 1172 deja claro el nivel de importancia, pero sobre todo de capacidad en cuanto al hecho de que, al margen de los tiempos que corrieron, y de las diversas circunstancias que se desarrollaron a lo largo de esa centuria, sea porque se hayan presentado tiempos favorables o desfavorables; ese espacio fue capaz de enfrentar condiciones previstas o imprevistas también.

No puedo dejar de mencionar que entre lo mucho escrito en este valioso trabajo, se encuentra una sencilla semblanza de la familia Barbabosa, forjadora de la entrañable hacienda atenqueña, donde destacan otros tantos personajes, los que integraron una comunidad trabajadora, y las anécdotas sabrosísimas que aparecen constantemente, o los pasajes que constituyeron el día a día al interior de aquella casa ganadera. No falta la explicación del apartado y arreo, el enchiqueramiento, la tienta, el herradero y finalmente la preparación de una corrida para su envío a las plazas así como el desembarque. Inevitable fue no escribir sobre Ponciano Díaz y sobre las fiestas y mojigangas con que celebraban a los patronos del lugar. Me refiero, tanto el día del Sagrado Corazón de Jesús así como el que dedicaban a la Purísima Concepción.

Por tanto, y aquí concluyo, es bueno destacar lo significativo del asunto. No estamos ante una casualidad. En todo caso, Atenco se convirtió en una realidad y con el recuento logrado de manera puntual y a detalle, queda más que comprobada su hegemonía y trascendencia que hoy, a poco más de cien años vista, se reconoce en su auténtica dimensión.

Recuperando el hilo de la conversación, y del que don Manuel Barbabosa Saldaña es su fundamento, solo me queda evocarlo como un personaje que como todo ser humano tuvo claroscuros en su vida, que por otro lado dedicó y entregó a la crianza de toros bravos, dejando en todo lo alto y por muchas ocasiones los colores de la divisa azul y blanco.

Espero que con un motivo como este, represente otra razón más para entender que la fiesta de los toros se metió en la entraña de nuestro pueblo. Que ocurrió un proceso bélico, efectivamente. Y ya concluido, ambas sociedades, la europea y la americana se amalgamaron en ese valioso mestizaje del que seguimos permeados. Ello ha de servir como elemento justificador para que los contrarios sepan que el pasado nos constituye y que gracias a ese complejo principio, el espectáculo de los toros representa un profundo arraigo asociado a diversos mecanismos festivos, pero sobre todo a una compleja infraestructura de la que se valen muchas personas para el diario sustento; así como al hecho de que respetando el principio de organización en una ganadería, se magnifica la justificación con la que muchos criadores dedican día a día todo su empeño en la crianza de una especie excepcional: el toro bravo.

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