24 DE JUNIO DE 1526. 24 DE JUNIO DE 2016, 490 AÑOS DEL PRIMER FESTEJO TAURINO EN MÉXICO.

EFEMÉRIDES TAURINAS NOVOHISPANAS. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE. 

   Hoy, 24 de junio se celebra el mero día de San Juan, fecha que los anales del toreo en nuestro país registran como la del primer festejo taurino, ocurrido el 24 de junio de 1526, por lo que me permito dedicar las siguientes líneas a tan importante acontecimiento.

   En efecto, y gracias al hecho de que el Capitán General Hernán Cortés deja noticia en su “Quinta-Carta-relación”, enviada al monarca Carlos V desde “Tenuxtitan, el 3 de septiembre de 1526”, sabemos que:

Otro día, que fue de San Juan, como despaché este mensajero (refiriéndose al visitador Luis Ponce de León), llegó otro, estanco corriendo ciertos toros y en regocijo de cañas y otras fiestas…”

CORTÉS LA MALINCHE y TOROS_A. NAVARRETE

Antonio Navarrete supo recrear perfectamente esos momentos. He aquí sus impresiones.

Antonio y Manuel Navarrete: Trazos de vida y muerte. Por (…). Textos: Manuel Navarrete T., Prólogo del Dr. Juan Ramón de la Fuente y un “Paseíllo” de Rafael Loret de Mola. México, Prisma Editorial, S.A. de C.V., 2005. 330 p. ils., retrs., p. 16.

   Sin embargo, ¿qué fue lo que se lidió al citar el término «ciertos toros», si no había por entonces un concepto claro de la ganadería de toros bravos?

   ¿Fueron cíbolos o quizá algún pequeño “encierro” de aquellos ganados que fueron consecuencia de la introducción que, por allá de 1521 realizó Gregorio de Villalobos y que ya se habían adaptado y desarrollado en sitios cercanos a la que entonces era la ciudad de México-Tenochtitlan?

   Recordemos que Moctezuma contaba con un gran zoológico en Tenochtitlán y en él, además de poseer todo tipo de especies animales y otras razas exóticas, el mismo Cortés se encargó de describir a un cíbolo o bisonte en los términos de que era un «toro mexicano con pelaje de león y joroba parecida a la de los camellos».

   El bisonte en época de la conquista ascendía a unos cincuenta millones de cabezas repartidas entre el sur de Canadá, buena parte de la extensión de Estados Unidos de Norteamérica y el actual estado de Coahuila.

   Si bien los españoles debían alimentarse -entre otros- con carnes y sus derivados, solo pudieron en un principio contar con la de puerco traída desde las Antillas. Para 1523 fue prohibida bajo pena de muerte la venta de ganado a la Nueva España, de tal forma que el Rey intervino dos años después intercediendo a favor de ese inminente crecimiento comercial, permitiendo que pronto llegaran de la Habana o de Santo Domingo ganados que dieron pie a un crecimiento y a un auge sin precedentes. Precisamente, este fenómeno encuentra una serie de contrastes en el espacio temporal que el demógrafo Woodrow W. Borah calificó como “el siglo de la depresión”, aunque conviene matizar dicha afirmación, cuando Enrique Florescano y Margarita Menegus afirman que

Las nuevas investigaciones nos llevan a recordar la tesis de Woodrow Borah, quien calificó al siglo XVII como el de la gran depresión, aun cuando ahora advertimos que ese siglo se acorta considerablemente. Por otra parte, también se acepta hoy que tal depresión económica se resintió con mayor fuerza en la metrópoli, mientras que en la Nueva España se consolidó la economía interna. La hacienda rural surgió entonces y se afirmó en diversas partes del territorio. Lo mismo ocurrió con otros sectores de la economía abocados a satisfacer la demanda de insumos para la minería y el abastecimiento de las ciudades y villas. Esto quiere decir que el desarrollo de la economía interna en el siglo XVII sirvió de antesala al crecimiento del XVIII.

   El estudio de Borah publicado por primera vez en México en 1975, ha perdido vigencia, entre otras cosas, por la necesidad de dar una mejor visión de aquella “integración”, como lo apuntan Andrés Lira y Luis Muro, de la siguiente manera:

Hacia 1576 se inició la gran epidemia, que se propagó con fuerza hasta 1579, y quizá hasta 1581. Se dice que produjo una mortandad de más de dos millones de indios. La fuerza de trabajo para minas y empresas de españoles escaseó entonces, y las autoridades se vieron obligadas a tomar medidas para racionar la mano de obra y evitar el abuso brutal de los indígenas sobrevivientes.

   Por otra parte, la población mestiza había aumentado a tal grado que iba imponiendo un trato político y social que no se había previsto. Mestizos, mulatos, negros libres y esclavos huidos, al lado de criollos y españoles sin lugar fijo en la sociedad concebida como una organización de pueblos de indios y ciudades y lugares de españoles, alteraron el orden ideado por las autoridades españolas, en cuyo pensamiento sólo cabía una sociedad compuesta por “dos repúblicas, la de indios y la de españoles”.

   En cuanto a la tesis de cíbolos o bisontes, ésta adquiere una dimensión especial cuando en 1551 el virrey don Luis de Velasco ordenó se dieran festejos taurinos. Nos cuenta Juan Suárez de Peralta que don Luis de Velasco, el segundo virrey de la Nueva España entre otras cosas se aficionó a la caza de volatería. Pero también, don Luis era

“muy lindo hombre de a caballo”, jugaba a las cañas, con que honraba la ciudad, que yo conocí caballeros andar, cuando sabían que el virrey había de jugar las cañas, echando mil terceros para que los metiesen en el regocijo; y el que entraba, le parecía tener un hábito en los pechos según quedaba honrado (…) Hacían de estas fiestas [concretamente en el bosque de Chapultepec] de ochenta de a caballo, ya digo, de lo mejor de la tierra, diez en cada cuadrilla. Jaeces y bozales de plata no hay en el mundo como allí hay otro día.

   Estos entretenimientos caballerescos de la primera etapa del toreo en México, representan una viva expresión que pronto se aclimató entre los naturales de estas tierras e incluso, ellos mismos fueron dándole un sentido más americano al quehacer taurino que iba permeando en el gusto que no sólo fue privativo de los señores. También los mestizos, pero sobre todo los indígenas lo hicieron suyo como parte de un proceso de actividades campiranas a las que quedaron inscritos.

   El torneo y la fiesta caballeresca primero se los apropiaron conquistadores y después señores de rancio abolengo. Personajes de otra escala social, españoles nacidos en América, mestizos, criollos o indios, estaban limitados a participar en la fiesta taurina novohispana; pero ellos también deseaban intervenir. Esas primeras manifestaciones estuvieron abanderadas por la rebeldía. Dicha experiencia tomará forma durante buena parte del siglo XVI, pero alcanzará su dimensión profesional durante el XVIII.

   El padre Motolinía señala que “ya muchos indios usaran caballos y sugiere al rey que no se les diese licencia para tener animales de silla sino a los principales señores, porque si se hacen los indios a los caballos, muchos se van haciendo jinetes, y querranse igualar por tiempo a los españoles”.

   Lo anterior no fue impedimento para que naturales y criollos saciaran su curiosidad. Así enfrentaron la hostilidad básicamente en las ciudades, pero en el campo aprendieron a esquivar por parte del ganado vacuno embestidas de todo tipo, obteniendo con tal experiencia, la posibilidad de una preparación que se depuró al cabo de los años. Esto debe haber ocurrido gracias a que comenzó a darse un inusual crecimiento del ganado vacuno en gran parte de nuestro territorio, el cual necesitaba del control no sólo del propietario, sino de sus empleados, entre los cuales había gente de a pie y de a caballo. Muchos de ellos eran indígenas.

   Es por todo lo anterior que recordamos este día los  490 años en que sucede la celebración del primer registro taurino, ocurrido en la entonces semidestruida ciudad de México-Tenochtitlan que comparte la iniciativa de levantar otra nueva, la que será años más tarde, corazón del virreinato.

   Tengo la impresión de que aquel festejo donde, a decir de Hernán Cortés «se corrieron ciertos toros», pudo haberse desarrollado en algún espacio del que luego fue el terreno donde se levantó el imponente convento de San Francisco, puesto que el propio sitio de la ciudad de Tenochtitlan no tendría en ese momento condiciones favorables, contando para ello que estaba asentada en condiciones absolutamente lacustres. El convento, poco más allá de la zona delimitada, ya estaba -por decirlo así-, en tierra firme, lo que debe haber permitido que se llevara a cabo tan singular puesta en escena.

   Así que con estas breves suposiciones, tenemos ya condimentado el primer registro de un espectáculo taurino, mismo que hoy permite la conmemoración de los 490 años de asentamiento, desarrollo y esplendor de la tauromaquia en nuestro país… y que sea por muchos años más.

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