MINIATURAS TAURINAS. PONCIANO DÍAZ ANTE LOS GRINGOS.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Ponciano Díaz no fue ajeno a los norteamericanos. El 7 de diciembre de 1884 fue a actuar hasta la ciudad de Nueva Orleáns, lidiando toros de Durango y Chihuahua (que no sabemos si también los estoqueó, en virtud de que es un país que no ha hecho suya esta tradición). Pero no solo eso. También en aquella jornada, tuvo oportunidad de mostrar, junto a su cuadrilla, lo mejor del repertorio de piales y manganas. Más tarde, en sus actuaciones en Villa de Allende, Chihuahua, por diciembre de 1886, de seguro algunos norteamericanos atestiguaron sus actuaciones. En seguida, y como parte de esta reseña, lo hizo en Paso del Norte, en 1887. Finalmente, tuvo oportunidad de actuar en Laredo, Texas, E.U.A. en agosto de 1894, por lo menos dos tardes.

   Llama la atención, la manera en que el corresponsal de El Arte de la Lidia hace su reseña, destacando las precauciones que tomó el de Atenco para no ser sorprendido de manera por demás descarada, justo al momento de liquidar a sus enemigos. Pero es mejor que lo cuente la reseña y no yo, que por otro lado lo haría bastante mal.

Dice El Arte de la Lidia, Año III, Nº 11, del 9 de enero de 1887:

 Ponciano Díaz. Por cartas que hemos recibido de Paso del Norte y de Villa Lerdo, sabemos algo del trabajo del valiente diestro que encabeza estas líneas.

Las corridas que ha toreado en Paso del Norte han estado regulares y los toros a que ha dado muerte han sido buenos mayor parte. Como a todas las corridas asistió público de los Estados Unidos, Ponciano se vio apurado a la hora de matar, pues fue necesario que llevara el estoque casi envuelto en la muleta, para a la hora suprema, dar la estocada y que la muerte de los toros fuera instantánea, y así, llegaran a creer nuestros primos que en la muleta llevaba el matador alguna sustancia para narcotizar a la fiera. En cuestión de toros, ignoran todo y además, desconocen por completo el espectáculo, sólo les agradan las pantomimas.

    Desde luego, “alguna sustancia para narcotizar a la fiera” era lo que llevaban sus estoques. Nos parece ciertamente ingenua la apreciación en la que Ponciano, solo trataba de atenuar o disimular la “suerte suprema”.

   Por otro lado, parece harto interesante la forma en que concluye el corresponsal sus anotaciones, indicando que los norteamericanos, por lo menos, los del sur de esta nación que podían presenciar corridas de toros como las de aquel entonces, “desconocen por completo el espectáculo, sólo les agradan las pantomimas”. Y si “pantomimas” son o fueron muy frecuentes por esos rumbos, sería interesante poder descubrir quién las promovía, pues no fue sino hasta casi finalizar el siglo XIX, que por sitios tan alejados, actuaban las cuadrillas de Timoteo Rodríguez y de María Aguirre “La Charrita mexicana”. Diez años antes a estos acontecimientos, no contamos con información para revelar a los que fomentaban ese tipo de espectáculo, no para reprochárselos, sino para entender la forma en que los daban a conocer, entendiendo que así podían dar gusto a las aficiones fronterizas de ambos países. 

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