Archivo mensual: octubre 2011

“UNA FIESTA EN IXTACALCO” EN 1886.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 RESEÑA A LA MOJIGANGA: “UNA FIESTA EN IXTACALCO”, efeméride ocurrida el 14 de noviembre de 1886.

   La corrida ha transcurrido sin demasiadas alteraciones, hasta que aparece en el ruedo de la plaza de toros de Tlalnepantla la mojiganga anunciada al efecto, que por cierto

 causó gran hilaridad entre la numerosa concurrencia. En México son muy conocidos los tipos que figuran en todas las fiestas de los naturales y por lo tanto está demás hacer un detalle completo de “Una Fiesta en Ixtacalco”. Sí diremos que el tipo de la novia fue muy bien caracterizado por el conocido diestro Jesús Blanco, lo mismo que el del Cura que, como lo decía el programa, estuvo a cargo del arriesgado Guadalupe Sánchez, que salió victorioso en su empeño.

     A la debida señal de la Presidencia se dio suelta a un torete josco, bragado, de muchos pies. Fue picado con burros, propinando los consiguientes costalazos. Chuchita Blanco le adornó el morrillo con tres buenos pares de banderillas pequeñas a la media vuelta y en zancos, lo mandó a la eternidad mediante un modesto costalazo. Todo fue muy aplaudido y terminó la función entre las risotadas y gran entusiasmo de los espectadores.

    Hasta aquí con los datos que nos reporta El arte de la Lidia, año III, Nº 6 del 21 de noviembre de 1886.

   Como vemos, la interesante diversión de las mojigangas seguía siendo un complemento importante en las corridas de toros efectuadas en unos momentos en los que la fiesta de toros practicada en México, bajo un sello eminentemente nacionalista, vive ya la seria amenaza de ser desplazada por el nuevo empuje del toreo de a pie, a la usanza española, en versión moderna que se ha depositado desde el 25 de enero de 1885, cuando José Machío tuvo la oportunidad de presentarse en la plaza del Huisachal, estoqueando toros de San Diego de los Padres.

   La “fiesta en Ixtacalco” es una representación tan parecida a aquella otra denominada “Una boda de indios en Tlalnepantla”, donde destaca el sencillo sabor indígena que trasciende una forma de culto por lo mexicano, como los siguientes dos ejemplos:

 DOMINGO 11 DE OCTUBRE DE 1863 (PLAZA DEL PASEO NUEVO, D.F.)

    Cuadrilla Mendoza.

Dada muerte al tercer toro, saldrán DOS CABALLOS RELAJOS CON SUS GINETES ENCOHETADOS, imitando á un apache y a un Charro, y una vez dados fuego, se les echará un SOBERBIO TORO. Concluido que esto sea, al mismo toro se le echarán UNOS VALIENTES PERROS CON SUS GINETES, los que trabarán una SANGRIENTA LUCHA, y de la cual han de salir victoriosos. Otro intermedio lo cubrirán Dos Toros para el Coleadero y terminado que sea presentaré un hermoso LEON TEHUANTEPECANO, el cual en una de las próximas corridas luchará con un bravo y arrogante toro, concluyendo el todo de la función con los dos toros de muerte restantes, y el TORO EMBOLADO de costumbre para los aficionados, el que llevará un tapaojo adornado con MONEDAS DE PLATA, ATADAS CON LISTONES.

   Si en la presente corrida lograre como otras veces, que quedasen complacidos mis favorecedores, es á lo único que aspira Pablo Mendoza.

 DOMINGO 29 DE NOVIEMBRE DE 1863 (PLAZA DEL PASEO NUEVO, D.F.)

    Cuadrilla de Bernardo Gaviño.

INTERMEDIO MUY DIVERTIDO Y NUNCA VISTO EN MÉXICO.

   Un intermedio divertido, nominado: UNA BODA EN TEHUANTEPEC, O SEA UN CASAMIENTO EN HOSCHIMALAPA. El cual, después de lo mucho que divierta, aumentará la risa tanto por sus estrañas figuras cuanto porque para ello he encargado un bravísimo torete de tres años, que nada dejará que desear al respetable público que concurrirá.

   Concluyendo la función con un TORO EMBOLADO para los aficionados.

¡Vaya un torito planchado”. Grabado de Manuel Manilla. Col. del autor.

   Y como era costumbre, generalmente salía a la arena un torete, o un becerro de la misma ganadería contratada por la empresa. Resulta interesante poder conocer uno más de los intensos capítulos en los que la diversión taurina se extendía por territorios lúdicos y maravillosos que así como llegaron, así también desaparecieron, lentamente.

   Dichas representaciones rememoran el pasado indígena, y no dejan escapar la posibilidad de afirmar la presencia de nuestra raíces más profundas en el panorama histórico, sobre todo, durante el régimen porfirista (recuérdese que el General Porfirio Díaz, como Presidente de la República, estuvo al frente de los destinos nacionales primero del 5 de mayo de 1877 al 30 de noviembre de 1880. En una segunda etapa, en la que «el sufragio efectivo, no reelección» ya no tuvo efecto, se encargó de los destinos del país desde el 1º de diciembre de 1884 y hasta el 25 de mayo de 1911, circunstancia que se tradujo en seis reelecciones). Se afirmaron, como decía, no por el hecho de resultar una condición favorable al gobierno, sino porque este cuidaba que ya no aparecieran los “indios” bajo una imagen deteriorada, resultado del atraso económico que iba a contrapelo del avance económico que alcanzaba el gobierno encabezado por el general oaxaqueño, mismo que buscó allegarse -para una mejor imagen- la presencia europeizante y de progreso que mostró en ciertos aspectos reflejados en formas de expresión social.

   El Gral. Porfirio Díaz era afecto a las corridas de toros. Incluso se dice que en sus años mozos «echaba capa». Asistió en distintas ocasiones a corridas y eso de que «afianzaría su imagen de reformador que sacaba a México de la barbarie para colocarlo en la comunidad de las naciones occidentales» no es directamente un reflejo brotado de aquellos grupos asistentes a las fiestas toreras. Sí

 del panorama social (del que) fueron desapareciendo los agresivos y ásperos perfiles de mochos y chinacos al ser sustituidos por el comedimiento enchisterado de esos hombres y mujeres que ahora, al modo de una especie zoológica desaparecida, se clasifican como de «tiempos de don Porfirio».

    Es ahí entonces, cuando se da el auténtico acercamiento a la comunidad de las naciones occidentales.

A propósito, dice William Beezley:

 Después de 1888, los bonos de Díaz y especialmente del país se habían elevado considerablemente a los ojos del mundo. Díaz no necesitaba ya preocuparse por la reputación de crueldad que tenía México, de modo que ignoró la petición de la Sociedadpara prevenir la crueldad con los Animales (cuyo presidente honorario era su mujer), y del Club contra las Corridas de Toros. En vez, el gobierno se dedicó a exigir sombreros de fieltro y pantalones a los indios que llegaban a la ciudad, para que en la apariencia por lo menos, tuvieran un aire europeo. Hacia 1890 el éxito de Díaz hizo crecer el sentimiento de orgullo en México, y el nacionalismo en ciernes revivió las que se consideraban tradiciones genuinas. Ese nacionalismo se alimentaba de un sentimiento romántico hacia los aztecas y hacia la cultura colonial. La sociedad capitalina celebró una «guerra florida», farsa que recreaba el ritual azteca, con un desfile de carros alegóricos, desde los que los pasajeros se arrojaban flores. Díaz descubrió el monumento a Cuauhtémoc en una de las glorietas más importantes de la ciudad y permitió que se reanudaran las corridas en la capital.[1] El estilo porfiriano.

   Por su parte, Armando de María y Campos,[2] apunta lo siguiente:

 “Una boda en Ixtacalco” (diferente en título a la que reseñamos aquí, pero con sus notables semejanzas a la hora de su celebración) aquella en que al celebrarse una boda de indios, se bailaba “con los trajes propios el jarabe mexicano”. La escena es de una extraordinaria fuerza típica, y creo que sea una de las primeras que se refiere a nuestro baile tradicional, y el mejor documento para la suntuaria de los primeros pasos del jarabe mexicano como baile de teatro. El, de calzonera abierta y manta sobre los hombros, tocado con sombrero bajo de copa y ala dura; ella, de amplia falda de tela almidonada, rebozo, y peinado bajo a dos bandas; dos músicos, uno tocando el arpa mexicana, el otro un bandolón; tocados ambos con sombreros bajos, duros; observan el baile una india sentada en cuclillas; otra, de rebozo, y un hombre embozado en una frazada mexicana que recuerda la capa española. De fondo, la clásica enramada de todas las jamaicas mexicanas, legado de las fiestas campestres de los aztecas. Las tres escenas ligadas por una ligera orla que simula una guirnalda con tulipanes y abiertas flores de calabaza.[3]

Representación, la más cercana que he encontrado al respecto de cómo entender una «Fiesta en Ixtacalco», a partir de la imagen aparecida en un cartel de 1857. Col. del autor.

   Es esta visión, otro fundamento con el que entendemos el desarrollo de carácter teatral que se le daba a dicha representación, arraigada a los valores mexicanos que durante el siglo XIX encontraron una reivindicación que justificaba en buena medida la presencia indígena. Así, el teatro colaboró en el rescate de la esencia nacional.


[1] William Beezley: «El estilo porfiriano: Deportes y diversiones de fin de siglo», en Historia Mexicana, vol. XXXIII oct-dic. 1983 Nº 2 p. 265-284. (Historia Mexicana, 130)

[2] Armando de María y Campos: El programa en cien años de teatro en México. México, Ediciones Mexicanas, S.A., 1950. 62 p. + 57 ilustraciones. (Enciclopedia mexicana de arte, 3).

[3] Op. Cit., p. 25-6.

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EFEMÉRIDES TAURINAS NOVOHISPANAS.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 1676. Nuevos datos que proporciona Antonio de Robles en su Diario de Sucesos Notables:

 -Se pregona se bata moneda de oro y de que saliesen todos los ministros dela Casadela Monedaa caballo; hubo muchos arcos y atabales (23 de mayo).

-Toros por la entrada del rey en el gobierno (6-21 noviembre).

-Máscara de caballeros (25 de noviembre).

-Fiesta de los gremios por la entrada de S. M. al gobierno (8 de diciembre).

   De ese modo, Antonio de Robles ya registra en su “Diario de Sucesos Notables” las celebradas en diciembre de 1676, fecha muy temprana, pero que ya revela un bien organizado espectáculo, donde participan lo mismo las instituciones religiosas que las del gobierno en una muy bien articulada estructura. Allí estaban los múltiples gremios, destacando el de los plateros.

   Las fiestas extraordinarias o excepcionales respondían de inmediato a la sola llegada de los influjos del mandato monárquico, haciendo de la fiesta un festejo solemne y suntuoso, pues tanto el virrey como el arzobispo comenzaban un despliegue organizativo en mancomunión con todas las autoridades políticas y religiosas. De aquella jerarquía se pasaba a la meramente administrativa, haciendo suyos los compromisos tanto el Cabildo Eclesiástico como el Ayuntamiento, mismos que iniciaban también el ensanchamiento respectivo. Por ello, creo conveniente traer hasta aquí, uno más de los datos que están integrados en mi trabajo: Tratado de la poesía mexicana en los toros. Siglos XVI-XXI, que actualmente ya contiene cerca de 1,700 poemas.

 LOS FESTEJOS QUE LA CIUDAD DE MÉXICO RINDIÓ A CARLOS II CON MOTIVO DE SU ENTRADA EN EL GOBIERNO EN 1676.

    El Pbro. Br. D. Ignacio de Santa Cruz Aldana, fue uno de los varios autores que dejaron testimonio de las fiestas celebradas en 1676, por motivo de la asunción al trono del borbón Carlos II, fundamentalmente en la capital de la Nueva España.De las Reales fiestas en la exaltación de D. Carlos II, tenemos el siguiente ejemplo publicado en

Reales fiestas en la exaltación de D. Carlos II.

 Va de romance de chanza,

que en asunto tan festivo

es burla escribir de veras

(fuera de burla lo digo).

Aquí con nuestro Anastasio

los que al Helicón[1] subimos

a caza de gangas siempre,

valerosos Gongorinos!

Con quien me entiende, me entiendo,

que esta vez Pantaleonizo,

poeta de buen humor,

no colérico, sanguíneo…;

…Y tú, cristal de Hipocrene,

espejo en quien yo me miro,

haz que en mi abono el Pegaso[2]

dé el poético relincho.

al Parnaso, pues, me acojo,

y a la escuela de Apolillo,

o a la amiga con las Nueve

ponerme quiero a pupilo.

Erase, pues, que se era

de Noviembre a veinticinco

una noche y estos versos,

ella helada y ellos fríos,

cuando solamente un tlaco

de Luna (que es cuarto Indio)

el hemisferio alumbrada,

que estaba de luz mendigo.

Tan escura noche era,

que –temiendo dar de hocicos-

aun los Planetas errantes

andaban con gomecillos;

si no es ya que a sueño suelto,

en sus casas recogidos,

en su Apogeo roncaba

cada cuál en su Epiciclo.

La boca de lobo, calle

con esta noche su pico,

y de obscuridad el culto

no diga: este verso es mío.

De aquéllas que ni las manos

se ven (como alguno dijo),

en que no paros somontes

eran los gatos, más tintos.

Claro está que con mil hachas

se ha esta noche esclarecido:

¿No está claro, cuando por

contarlas me despabilo?

Empiezo, pues, mi máscara

(perdóneme el libro quinto)

y mi más amada empiezo,

(que soy poeta muy fino);

en que la gran providencia

del que es más sabio que Ovidio[3]

de más cara en más barata

el metamorfosis hizo.

Aquí de las Aganipe[4]

vuelvo a implorar el auxilio

que me azoga asunto tanto

a ley de engrasado indigno.

El que a la Real imagen

virrey retrata tan vivo,

que es su segunda persona,

así como te lo pinto;

de cuyo feliz gobierno

-segundo Atlante[5] que admiro-

de este nuevo mundo los

dos Polos están asidos;

Fénix[6] raro en cuya pluma

renace la de Augustino,

ribera en quien yo me hallo

del gran Teseo[7] el asilo;

juez tan justo, y tan atento

a este proceso infinito,

que en costas ha condenado

tan solamente al velillo,

que toda viviente salga

con su negro vestidico

ordena, excusando gastos;

bien haya, amén, tal arbitrio.

. . . . . . . . . .

No hay hombre cuerdo a caballo,

dice aquel adagio antiguo;

y todos aquesta noche

son locos de buen juicio.

Los Cristianos caballeros,

ya los borrenes proscritos,

los fustes bridones truecan

por los jinetes Moriscos.

Precisándose van de airosos,

y –poco desvanecidos-

no los aplausos les hacen

el que pierdan los estribos.

Los caballos generosos,

ni andaluces ni castizos,

son del Betis hijos-de-algo:

Porque del aire son hijos.

alazanes y zebrunos,

rucios, rodados, morcillos,

grullos, cabezas de moro,

canelas, bayos, mohínos,

aceiteros, naranjados,

castaños, zainos, tordillos,

sahonados, azulejos,

overos y remolinos.

Nombres son de albeitería

(vea, quien quisiere, los libros,

que Calvo y Reyna no erraron

aunque herrar era su oficio).

Los jinetes, pues, bizarros,

a los caballos ariscos

no son lerdos en picarlos,

que matándolos van vivos.

Pasaron de dos en dos

estos Géminis crecidos,

Cástor y Pólux[8] adultos

(que éste no es juego de niños).

Como atendidos se ven

de su Apolo Ciparisos,

camparon alegres hoy

hechos de oro pinitos.

Tiernos escuchan el eco,

y hoy –que se oyen aplaudidos

de más de una Ninfa[9]– son

enamorados Narcisos.[10]

A fuer de su sangre ilustres

parecen a los jacintos,

y a los Adonis[11] hermosos

a fuer del duro colmillo.

(¡A culto me meto! Fuera

del obscuro Laberinto

me salgo: quédese sólo

el fiero Tauro de Minos.)

Digo, pues, de los Montados

lo bizarro y lo jarifo,

lo donairoso y galán,

por cierto muy buen aliño!

Piernas hacen de jinetes,

a sus botas atenidos,

de ámbar precioso adobadas,

(yo me atengo a las de vino).

Cada cual a su rocín

las espuelas prende altivo

cual si fueran alfileres,

(tan bien tocados los miro).

Cuatro colores les da

hoy el Príncipe propicio

con providencia, por que

no vayan descoloridos:

Del mismo Cielo el azul,

y lo blanco del armiño,

lo anteado, y lo encarnado,

porque les venga nacido.

De las libreras costosas

que en la Máscara han salido,

como mal Sastri-Poeta

no acierto a coger el hilo;

que es antigua vanidad

de nuestro Español capricho,

que quien es su dueño diga

de los pajes el vestido.

No el oro rico de Arabia,

ni la púrpura de Tyro,

ni de Ceilán el rubí,

ni la esmeralda de Quito,

echó menos el deseo;

que lo más preciso y rico

entre los demás crïados

aquesta noche ha servido…[12]

    A la mitad de este romance apareció la alusión de ya los borrenes proscritos; y viene al caso porque, aligeradas las sillas de montar, sin las almohadillas de tal nombre, y dispuestas a la jineta modo o escuela tan acostumbrado en México, en aquella Nueva España del XVII, y que tanto sirvió para efectuar los famosos juegos de cañas y hasta con tal método –a la brida-, se corrieron toros.

   De nuestro autor dijo alguna vez Beristain de Souza que fue literato y virtuoso, natural de México, beneficiado de las Minas de Tezicapan, y en 1667 Capellán de San Lorenzo de México. En cuanto al Romance recogido, el tema es lo de menos, y lo de más el chispeante floreo de ingeniosidades, circunloquios y juguetones paréntesis… Cástor y Pólux…, son los Astros benévolos… dela Monarquía Española.

   En alguna otra parte del trabajo hemos acudido a la marcadísima influencia que Luis de Góngora y Argote provocó creando un influjo determinante en la cultura literaria del México novohispano. Gongorismo era el pan nuestro de cada día para los diferentes autores que se veían influidos por el cromatismo de su poesía. En 1640 –por ejemplo-, la huella de la poesía aparece definitiva, ya no tímida o aislada, sino patente y constante. María Estrada Medinilla, en su Relación de la feliz entrada en México… del Marqués de Villena, hacía por entonces una explícita profesión de fe culterana, eso sin mencionar el corte totalmente gongorino del poema:

…epítetos vulgares

no son para las cosas singulares

    Los diferentes títulos atribuidos a sus partidarios como Príncipe Castellano; Apolo cordobés; Príncipe de los líricos de España, es una muestra clara de que sus versos, de que su escuela también, invaden el ambiente de Lope y Quevedo; de Jacinto Polo, Pantaleón Ribera y Calderón, durante casi todo el siglo XVII.

   En tal influencia no vemos sino lo retórico, mezclado con una serie de funciones como los cultismos sintácticos, hipérbaton, fórmulas estilísticas, simetría bilateral, perífrasis y alusis, metáfora e imagen.


[1] Ángel Ma. Garibay K: Mitología griega. Dioses y héroes. México, 5ª edición, Editorial Porrúa, S.A., 1975. XV-260 p. (“Sepan cuantos…”, 31)., p. 117.

Helicón: montaña de Beocia, la más alta de c. 1890 ms. Se halla entre el golfo de Corinto y el Copais. Tiene en su cumbre un santuario a las Musas, en una de las cañadas superiores.

   Abajo está Ascra, patria de Hesiodo. Está la fuente de Hipocrene, que brotó a una coz de Pegaso, y que es la fuente de inspiración para los poetas.

[2] Pegaso: caballo alado, nacido de la sangre de Medusa. Un estudio profundo al respecto de este solo tema, lo aborda Guillermo Tovar de Teresa en: Pegaso o el mundo barroco novohispano en el siglo XVII. México, Editorial Vuelta-Ediciones Heliópolis, 1993. 99 p. Ils.

[3] Ovidio: poeta romano.

[4] Garibay K.: Mitología griega…, op. cit., p. 30.

Aganipe: hija del río Permeso, ninfa de las aguas. Era la que custodiaba la fuente que de ella tomó nombre en el monte Helicón, y que era el sitio de reunión muy grato a las musas.

[5] Atlante o Atlas: gigante hijo de Júpiter que por haber ayudado a sus compañeros contra su padre fue condenado a soportar al mundo en sus espaldas.

[6] Fénix: la famosa ave que se incendiaba y renacía.

[7] Teseo: príncipe griego que venció al Minotauro.

[8] Cástor y Pólux: Los dióscuros, hijos de Zeus y de Leda.

[9] Ninfas: diosas de las aguas y los bosques.

[10] Narcisos: hijo del río Cefiso, de tan notable belleza, que se enamoró de su imagen.

[11] Adonis: griego amado por Venus, modelo de la belleza juvenil.

[12] Ib., p. 154-156. De la Relación de las Reales Fiestas por  los Felices Años de Carlos II…, del Pbro. Br. D. Ignacio de Santa Cruz Aldana México., Hereds. De Juan Ruiz, 1677.

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SILVERIO PÉREZ: INTERPRETACIÓN PURA DEL SENTIMIENTO MEXICANO.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

 SILVERIO PÉREZ: INTERPRETACIÓN PURA DEL SENTIMIENTO MEXICANO DEL TOREO (A LOS SESENTA AÑOS DE SU ALTERNATIVA).[1]

   La sola mención de Silverio Pérez nos lleva a surcar un gran espacio donde encontramos junto con él, a un conjunto de exponentes que han puesto en lugar especial la interpretación del sentimiento mexicano del toreo, confundida con la de “una escuela mexicana del toreo”. La etiqueta escolar identifica a regiones o a toreros que, al paso de los años o de las generaciones consolidan una expresión que termina particularizando un estilo o una forma que entendemos como originarias de cierta corriente muy bien localizada en el amplio espectro del arte taurino.

   Escuela “rondeña” o “sevillana” en España; “mexicana” entre nosotros, no son más que símbolos que interpretan a la tauromaquia, expresiones de sentimiento que conciben al toreo, fuente única que evoluciona al paso del tiempo, rodeada de una multitud de ejecutantes. Que en nuestro país se haya inventado ese sello que la identifica y la distingue de la española, acaba sólo por regionalizarla como expresión y sentimiento, sin darse cuenta de su dimensión universal que las rebasa, por lo que el toreo es uno aquí, como lo es en España, Francia, Colombia, Perú o Portugal. Cambian las interpretaciones que cada torero quiera darle y eso acaba por hacerlos diferentes, pero hasta ahí. En la tauromaquia en todo caso, interviene un sentido de entraña, de patria, de región y de raíces que  muestran su discrepancia con la contraparte. Esto es, que para nuestra historia no es fácil entender todo aquello que se presentó en el proceso de conquista y de colonia, donde: dominador y dominado terminan asimilándose logrando un producto que podría alejarse de la forma pero no del fondo, cuyo contenido entendemos perfectamente. Es, en apariencia algo que encontramos durante el conflicto entre liberales y conservadores durante el siglo pasado cuando plantean:

    Que la tesis conservadora, postula explícitamente como esencia el modo de ser colonial, pero implícitamente, quiere el modo de ser norteamericano. Es decir quiere mantener la tradición, pero sin rechazar la modernidad, o para decirlo de una vez, solo quiere de esta su prosperidad.

   Que la tesis liberal quiere explícitamente el modo de ser norteamericano, pero implícitamente, postula como esencia el modo de ser colonial. Es decir, quiere adoptar la modernidad, pero sin rechazar la tradición, o para decirlo de una vez, solo quiere de aquélla su prosperidad.

   En suma, la tesis liberal acaba por reconocer a posteriori el a priori de la tesis conservadora, es, a saber: la necesidad de mantener el modo de ser colonial.

   Estas reflexiones al puro estilo del recordado maestro Edmundo O´Gorman, nos enseñan a entender que algo de esto, también ocurrió durante el proceso de conquista y colonia, aunque allí, influyó mucho la pesada losa que comprende la “visión de los vencidos”, estigma del que todavía no nos recuperamos, a la hora de revalorizar el papel que jugaron culturas indígenas de alto valor político, guerrero, económico de antes de la conquista.

El “trágico paradigma” de Silverio: su hermano Carmelo. Col. del autor.

   Todo esto era necesario para entender también a Silverio, aunque no lo crean, diría Ripley, pero es que Silverio, nuevo Rey de Texcoco, se enfrentó a un grupo de españoles con objeto de ganarles más de alguna contienda, solo que ahora, el campo de batalla es el ruedo.

   En 1940 la ciudad de México todavía conservaba un sello provinciano, Alfonso Reyes lo expresa así: “viajero, has llegado a la región más transparente del aire”, aunque ya invadían las calles algunos packards, lincoln´s y cadillacs. La ciudad va adquiriendo un aspecto cosmopolita.

   En aquellas épocas se puso de moda vivir en las Lomas de Chapultepec, jugar canasta uruguaya, ir de vacaciones a Acapulco, apostar en el Hipódromo de las Américas, hacer ejercicio en el Deportivo Chapultepec, beber whisky y cocteles y hasta irse a la cama con…. un cobertor eléctrico.

   En el año de 1946 ocupa la presidencia el Lic. Miguel Alemán Valdés, el primer civil en muchos años, luego de un largo control del poder detentado por los militares durante el movimiento armado que inició, como ya todos sabemos, en 1910.

   Hasta esos momentos la Revolución ya había tocado fondo y comenzaba a quedar en el pasado como una experiencia dolorosa, pero también edificante para el México por el cual se luchó.

   De movimiento armado pasó a un proceso doctrinario en el que la ideología y algunos otros principios se volvieron sus principales armas, las que con el paso de los años perdieron frescura y vigencia.

   Uno de los testimonios de aquel movimiento, que anunciaba su fin en sí mismo, apuntando que ya habían pasado sus mejores días fue el que planteó Daniel Cosío Villegas en su ensayo La crisis en México, crítica por cuyas afirmaciones se ganó serios reproches de los conservadores más recalcitrantes de la “revuelta” que comenzaban a pasar de moda, en medio de un nuevo esquema que funcionó bajo el régimen del conocido “Cachorro de la Revolución”.

   Alemán, intervino y alentó en su momento una nueva revolución de tipo eminentemente industrial y modernizadora por lo que México ingresó al concurso de las naciones en vías de desarrollo.

   En México, el ascenso de la población se reflejaba en grandes ciudades como el Distrito Federal, que vio surgir en sitios inverosímiles un “Viaducto”, un “Periférico”, una gran “Ciudad Universitaria” o la construcción de multifamiliares como el “Miguel Alemán”.

   El progreso y los avances tecnológicos no se detenían. La radio mantenía a un auditorio cautivo que aprendió a soñar las historias, las novelas, las narraciones -como la de una buena corrida de toros-, por ejemplo, que surgían de aquellos robustos aparatos instalados en gran cantidad de hogares mexicanos.

   La C.T.M. adquiría un poder que controló por más de cincuenta años el recientemente desaparecido líder obrero Fidel Velázquez; confederación que en sus inicios vivió grandes momentos al tener muy cerca a otro entusiasta luchador que puso en alto las razones del trabajador en nuestro país. Nos referimos a Vicente Lombardo Toledano, sin embargo los obreros prefirieron a Fidel Velázquez quien se quedó con el control que acumuló en el seno de la C.T.M. durante varios sexenios.

   Pero no todo lo que pasaba en nuestro país se inclinaba a la política. La segunda guerra mundial había terminado, nuevos estilos de vida se impusieron, entre otros, las formas de divertirse,  en los salones de baile el Cha-cha-cha, el mambo y los danzones estremecieron la vida nocturna; el teatro de revista estaba también en sus mejores momentos, a pesar de que la televisión poco a poco iría desplazando estas formas convencionales que imperaron durante un buen tiempo.

   Silverio Pérez representó una fuerza que fue a unirse a aquella majestuosa expresión del nacionalismo cultural como medida de rescate, al recibir su generación todo lo que queda del movimiento armado que deviene movimiento cultural, en inquieta respuesta vulnerada entre el conflicto de quienes pretenden extenderla como signo violento o como signo demagógico. Pero en medio de aquel estado de cosas, Silverio Pérez al incorporarse al esquema de la otra revolución, la que enfrenta junto a un contingente de extraordinarios toreros y una tropa de subalternos eficaces, genera una de las marchas artísticas y generacionales de mayor trascendencia para el toreo de nuestro país. Presenciamos el desarrollo de la “edad de oro del toreo”.

Lo “mexicano” en el toreo de Silverio. Col. del autor.

   Es el México “postrevolucionario”, un México donde el sentimiento por el toreo está encontrando en Silverio a un exponente distinto, dado que su quehacer se aleja de los demás, dándonos a entender que había llegado la hora de conocer a un torero de manufactura netamente nacionalista, en idéntica proporción a la etapa de “reconquista” que se vive durante la vigencia de Ponciano Díaz, de quien anotaremos algunas indicaciones más adelante.

   Silverio, hubo dos, y los dos, geniales por donde quiera vérseles. Uno, en el “cante jondo”, el otro, en el toreo mexicano. Aunque a veces podía pesar más la insolencia y simplemente Silverio Pérez no se acomodaba… y a otra cosa.

   Silverio ha confesado no solo miedo, también pavor y en contraste con su hermano Armando, es decir Carmelo; Carmelo, es decir Armando, predominó un carácter en cierta medida medroso, pero un carácter capaz de contar con el valor suficiente para ver pasar los toros a milímetros de su cuerpo y así, alcanzar la cima en faenas que se recuerdan en medio de la nostalgia.

   Estas notas las escribo luego de enterarme de la muerte del último estridentista Germán List Arzubide, ocurrida el 18 de octubre de 1998, quien aspiraba ser hombre de tres siglos. Había nacido el 31 de mayo de 1898 y su deseo mayor era extenderse hasta el ya inminente siglo XXI. El estridentista anhelaba mantener los principios del grupo al que representó hasta el día de su muerte, el cual sostuvo el postulado de elogiar la manera en que el hombre domina a la máquina, por lo que la tesis estridentista fue manejar un lenguaje que se alejara de todo aquello que fuera pasado sin tecnología y solo estuviera casado con la modernidad.

   Ahora recuerdo, con este pasaje necesario, la polémica que mantuvieron Carlos Cuesta Baquero y Flavio Zavala Millet acerca de la faena que bordó Silverio al toro TANGUITO de Pastejé, la tarde del 31 de enero de 1943, en el TOREO de la Condesa. Dicha obra sirvió para enfrentar dos posiciones: la del pasado, desde la trinchera de “Roque Solares Tacubac” (anagrama de Cuesta Baquero) y la del presente por “Paco Puyazo” (alias de Zavala Millet). Cada quien manifestó una actitud que justificaba ambos espacios temporales, uno, el del ayer que presenció el Dr. Cuesta con todo su carácter bélico y guerrero.

   El autor potosino, era un apasionado de las tauromaquias de Lagartijo y Frascuelo, que impusieron en nuestros ruedos Luis Mazzantini y todo el grupo de la “reconquista” de 1887 en adelante, contra las últimas manifestaciones del toreo nacionalista que abanderadas por Ponciano Díaz estaban siendo llevadas al extremo de la patriotería decadente. Por su parte, el joven Zavala manejaba en su discurso una serie de apreciaciones que iban de la mano con la modernidad alcanzada en el toreo, suma de expresiones que ya habían superado la prehistoria, siendo el arte un fin y un propósito puestos en marcha desde los tiempos de Pepe illo y su Tauromaquia (1796), lo mismo que la de Francisco Montes Paquiro (1836), hasta las primeras grandes demostraciones estéticas logradas por Rafael Molina y Cayetano Sanz. Más tarde, Antonio Fuentes, Rafael Gómez “El Gallo”, Rodolfo Gaona. Como continuador legítimo de aquellas expresiones, encontramos a Silverio Pérez, quien todavía imprimió un fuerte sello de lo mexicano, enriqueciendo a la tauromaquia con valores que han identificado a los toreros de este país, y al darle con su sentimiento grado de TAUROMAQUIA mayor, esta se eleva, se sublima y, en el mejor de los casos, se enriquece con la renovación (cuán contradictorio resulta “renovar” un espectáculo en sí mismo anacrónico, matizado de tintes salvajes), con la llegada de nuevas generaciones que la hacen suya, por lo que cada uno de los grandes toreros le da un sello propio, pero convocan, al fin y al cabo a la tauromaquia, que es una, transformada al paso de los siglos, para hacerla dinámica, puesto que ya no puede permanecer estática. Y en todo esto, el papel protagónico de Silverio Pérez, con su peculiar y personal expresión de la tauromaquia, nos dice que una vez más esta grande expresión de arte y de técnica, se abrió para acumular el sello propio de un gran torero, exponente quintaesenciado que por ningún motivo representa a una escuela mexicana del toreo, fabulosa invención que lo único que consigue es confundir unos cuantos árboles con el gran bosque.

   A 60 años de su alternativa, y con un afán honesto de legitimar el quehacer del torero texcocano, dedico este ensayo a comprender el tránsito del “compadre”, durante sus años hegemónicos, que dieron, junto a su interpretación, el valor que hoy, orgullosamente sigue representando.

¡Felicidades, maestro!


[1] Texto escrito en noviembre de 1998.

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ILUSTRADOR TAURINO. LA PRESENCIA INFANTIL EN LAS CORRIDAS DE TOROS. Cont…

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

    D. Amadeo Riva Castañeda:

    Otro caso emblemático de portento, prodigio y demás virtudes debemos verlo en Fermín Espinosa Saucedo “Armillita”, quien comenzó su gran carrera desde la infancia. Varios autores han dedicado libros y estudios para entender la trayectoria del que fue llamado, sin ambages, el “Joselito mexicano”.

 Pablo Pérez y Fuentes: ARMILLITA. Colección homenaje a los Ases de la Fiesta, editada por la Hermandad Taurina. José Luis Carazo “Arenero”. México, Magazine de Servicios Gráficos, 1992. 34 p. Ils., retrs., fots.

Mariano Alberto Rodríguez: Armillita El Maestro, recuerdos y vivencias. México, Unión Gráfica, S.A., México, 1984. 286 p. Ils., fots.

Francisco Rubiales (Seud. Paco Malgesto): Armillita. El maestro de maestros. Veinticinco años de gloria. México,La Afición, 521 p. Ils., fots.

   Entre lo más reciente, y que es un trabajo muy serio y completo también, además de ser una lectura eminentemente interpretativa, se debe a la iniciativa de mi amigo José Carlos Arévalo quien acaba de ver publicada la última de sus aportaciones: El secreto de Armillita. Estadísticas de Humberto Ruiz Quiroz, ilustraciones de Carlos Ruano Llópis. Impreso en España. México, Fundación Marrón. Salud y cultura, 2011. 361 p. Ils., fots., retrs.

   Fermín, que es ascendido a matador de toros el 23 de octubre de 1927, llevando a Antonio Posada de padrino y a José Ortiz de testigo, llega a obtener este punto jerárquico justo cuando ha cumplido 16 años de su edad. Así que todavía, y para los preceptos de la sociedad, no es mayor de edad. En ese sentido, debo recordar que, según el reglamento publicado en 1895, este prohibía que tomasen parte en las corridas de toros –entre otras- las mujeres. El articulo 53 estipulaba «queda prohibido el llamado toro embolado, tampoco se permitirá tomen parte en la lidia personas del sexo femenino, ni jóvenes menores de 18 años”. Esto en razón de que, años atrás, un empresario había disfrazado a unas prostitutas y las había presentado como toreras.

Fermín Espinosa Saucedo, «Armillita». Sistema Nacional de Fototecas. INAH. SINAFO, Cat. 14617.

   Fermín había nacido en Saltillo, Coahuila el 3 de mayo de 1911, y ya como becerrista ocurre su presentación en sociedad, la tarde del 3 de agosto de 1924, para vestir de luces el mismo año, sólo que el 25 de diciembre siguiente. Como se podrá apreciar, los pasos entre su condición de becerrista y de matador de toros, se consolidaron en cosa de tres años, tiempo suficiente para que la afición se diera cuenta de la notable evolución de un niño, un adolescente que dejaba ver la meteórica asimilación de los preceptos y los secretos del toreo, encontrando en su padre y sus hermanos la mejor de las escuelas. En casa el ambiente taurino se respiraba en todos los rincones, así que Fermín pudo encontrar la oportunidad de afirmar su proyecto de vida, una decisión de la que no tengo certeza de que haya estado plenamente convencido cuando la niñez es apenas ese momento de formación, pero no de decisiones concretas. Si ocurrió lo contrario, entonces debemos ver un escenario en el que Fermín tuvo conciencia clara del destino que se marcaba, sino que determinó el resto de sus días como torero, hasta llegar a la cumbre no sólo en nuestro país. También en el extranjero, dejando una estela de tardes memorables que lo llevan a ser considerado como uno de los mejores toreros que ha tenido México en el siglo XX.

Fermín Espinosa, vistiendo de corto, teniendo a su lado a dos pilares fundamentales: sus hermanos Juan y Zenaido, que le acompañaron desde ese momento y hasta la tarde de su despedida. Col. del autor.

    Volviendo al Fermín Espinosa en su etapa infantil, como becerrista y luego como novillero, esos pasos pudo comprobarlos, sobre todo la afición capitalina, quien le vio varias tardes, dejando demostración de sus facultades en unos momentos en que, por ejemplo “el imperio de Gaona”, o las célebres jornadas donde marcaban huella Manuel Jiménez “Chicuelo” o Ignacio Sánchez Mejías, dejaban clara muestra de que meterse en ese campo de batalla era, o un despropósito o una acción suicida. Fermín, mientras tanto, se alistaba para esas y otras difíciles condiciones. Se presentaba en la placita de toros de Chapultepec o en “El Toreo” y en ambos escenarios la admiración era el denominador común. Afición y prensa comenzaron a tratarlo como un maestro en cierne. Su caso fue la clara muestra de una diáfana formación que, como flecha lanzada desde el tenso arco, se desplazaría hacia un objetivo concreto: ser el mejor de los toreros.

   Gaona se despide el 12 de abril de 1925. Ocho días después, Fermín actúa en la plaza de toros CHAPULTEPEC, obteniendo -como becerrista- un triunfo mayor, al cortar las orejas y el rabo de un ejemplar de la ganadería de “El Lobo”. Uno se va el otro se queda. Sin embargo, la afición no asimila el acontecimiento y cree que al irse el “indio grande” ya nada será igual, todo habrá cambiado. Ese panorama, aparentemente pesimista, se diluyó en pocos años, justo cuando “Armillita chico” está convertido en figura del toreo.

   Con los años, Fermín Espinosa “Armillita”, y según los datos arrojados por Humberto Ruiz Quiroz, alcanzó un total de 838 corridas toreadas, siendo 422 de ellas en México, 338 en España y 78 en otros países, desde 1927 y hasta el 5 de septiembre de 1954, en Nogales, Sonora donde ocurre la última de sus actuaciones, luego de despedirse el 3 de abril de 1949 en la plaza de toros “México”. Aquella tarde parecía la última. Sin embargo, asuntos personales que no vienen al caso mencionar, obligaron al “Maestro de Saltillo” a retomar y recuperar algo de lo que se había perdido en unas circunstancias adversas. Con facultades más que sobradas aún pudo vestir el traje durante 15 tardes más.

   Retirado de los ruedos, fueron incontables los festivales en que participó este torero cumbre, desplegando todos sus conocimientos. Muere el 6 de septiembre de 1978 en la ciudad de México.

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GLOSARIO Y DICCIONARIO TAURINOS. XIII

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Práctica imprescindible tanto en el campo como en la ciudad fue la del repertorio de las suertes a caballo. Sin ellas, era difícil entender el devenir de la tauromaquia mexicana decimonónica, a la que se puso énfasis especial por parte, no sólo de protagonistas, que los hubo y muchos. Sino de autores como Luis G. Inclán, quien las exaltó en obras como Astucia, El Capadero en la Hacienda de Ayala, Reglas con que un colegial puede colear y lazar y luego, como editor en la que viene siendo motivo de exploración: Suertes de Tauromaquia.

   Inclán puede ser visto no sólo como espectador, sino como un actor permanente. Además de sus dotes como impresor, fue también empresario y no conforme con dichas actividades, dejó que la pluma corriera en detalladas descripciones que se pueden leer gozosamente en estas cuatro obras que ya he mencionado. Para continuar y terminar también con el tratamiento que de las Suertes… hace en la obra editada en 1862, daré paso a las descripciones faltantes.

 Fig. 25. CAPEAR A CABALLO. SUERTES A CABALLO. Este se practica a toro parado, llamándolo a la media vuelta a distancia corta, para lo cual se asegura una punta de la capa con la pierna derecha y la otra con la mano, para que extendiendo el brazo quede desplegada y como cubriendo la parte trasera del caballo, el cual se atraviesa muy poco para proporcionarle libre salida, y al instante que el toro humilla, se dispara el caballo, gobernándolo en dirección a la cola del toro para ocupar su terreno y quedar preparado a repetir, se puede rematar la suerte, o tendiendo la capa sobre la anca al sacar la vuelta, o alzarla siguiendo el movimiento del hachazo, procurando desde luego sacarle más medias vueltas de capa para no dejar al toro reconocer el bulto del caballo. Esta manera de sacar de capa, es lucidísima cuando se practica con un toro boyante y en un caballo de brío y buen gobierno.

PASAR EL TORO. Es lo mismo que el modo de correr al toro de los toreros, pues pasa el toreador frente al toro, le tira el engaño, y lo hace que mude de sitio.

   También puede capearse, citándolo a que de la media vuelta, alzando el engaño al mismo tiempo que el toreador toma por viaje el terreno de afuera.

PICAR. Esta suerte consiste en esperar al toro con la vara o garrocha, y picándole el morrillo o palomilla, librarse de su arranque, haciéndole tomar distinto viaje, y lo ejecutan los toreadores de la manera siguiente:

A TORO CORRIENDO O LEVANTADO. Cuando se coloca el toreador en el terreno de adentro, esperando a que en el viaje que trae el toro por el redondel le parta en su carrera.

A TORO RECIBIDO O TORO PARADO. Cuando se le acerca el toreador retándolo de frente, y al emprender su arranque lo espera a pie firme.

A CABALLO LEVANTADO. Cuando se mete el toreador hasta el terreno del toro, levantando su caballo para prenderlo al humillar.

A LA MEDIA VUELTA. Cuando se arrima el toreador por detrás del toro, y al estar en jurisdicción lo reta, prendiéndole su vara al instante de voltear.

A PICA HUYE. Cuando al tiempo de que el toro va a rematar, saca el toreador su caballo, saliéndose de la suerte.

SOBRE EL BRAZO O POR EL LADO CONTRARIO. Cuando para librarse en una seguida en que el toro viene a ofender por el lado contrario, atraviesa el toreador su vara sobre el brazo de la rienda para picarlo y hacerlo cambiar de viaje.

   En la forma de tomar la vara hay diferencia, pues cada toreador tiene su modo particular de acomodarse, pero los modos más comunes son:

Fig. 26. A PICA POR ALTO. Alza el toreador la vara y no la baja sino hasta el momento de prenderla.

Fig. 27. A PICA DESCANSADA. Cuando la toma sostenida solo con la mano y antebrazo, con el codo a la altura del hombro, y al prenderla la afianza con violencia, dándole una media vuelta apretándola co la arca del brazo volteando la mano con las uñas arriba.

Fig. 28. A PUENTE DE FRENO. Cuando se tiene ya la pica asegurada en la arca y solo se alza un poco, para que prendiéndola al humillar, quede cuando más, cosa de media vara de pica distante del puente del freno u hocico del caballo.

Fig. 29. PONER BANDERILLAS. Algunos sujetos saben parear, y esto se ejecuta a la media vuelta y caso de estar, el toro aplomado, al sesgo, corriendo, o al trascuerno, como lo ejecutan los toreros, y ya sea para parear o solo poner una, este es el modo común de ejecutarlo; algunos también prenden una banderilla al alcance, es decir, cuando el toro va embrocado en el mismo viaje que lleva el caballo, el jinete se echa para atrás y se la pone al toro cuando llega al alcance de su brazo.

Fig. 30. MATAR. Como desde el caballo puede el toreador dominar con la espada, se le arrima al toro hasta entrarle en su terreno para estoquearlo, o lo cita a la media vuelta estando un poco abierto para recibirlo; llamándole al bicho la atención con el estribo a que humille.

   La calificación de estocadas es la misma que la de los toreros, aunque muy pocas dan los toreadores por lo bajo, cuando se ha interesado el pulmón, causan hemorragias, aunque hayan sido dada de alto a bajo.

   Hasta aquí Luis G. Inclán.

   Además de haber podido entender algunas de las descripciones propias de las suertes del toreo, practicadas hace siglo y medio, es posible apreciar los significados que tuvo este espectáculo en unos momentos en los que la tauromaquia en México, se encontraba bien afirmada. Su territorio era un fértil campo de experimentaciones que no cesaba en aportar esta o aquella suerte; ese o aquel prodigio de los aderezos que tanto los de a pie como los de a caballo agregaban al amplio catálogo de esta diversión pública. El acercamiento habido aquí, nos permite apreciar detalles poco conocidos en el desarrollo de la fiesta, para lo cual estuvo presente un “lenguaje” que se dio no solo en la plaza. De ahí iba al campo, y entonces ese hilo conductor encontraba diálogo en esos dos ámbitos: urbano y rural, lo que da por resultado una serie de expresiones que hoy entenderíamos relajadas, pero que en su momento tenían razón de ser. El componente taurino estuvo nutrido o integrado de formas que lo mismo aceptaban el campo o la ciudad, con su particular dimensión a la que pertenecían, pues en el campo ocurría en forma natural, espontánea, sin el embozo de la puesta en escena profesional de lo citadino, que requería desde otros ropajes o se sujetaba a usos y costumbres del propio significado profesional que caracterizaba o pretendía caracterizar a una corrida de toros.

   Una cosa eran hábitos y arraigos que daban razón de ser a la tauromaquia de esa época y otra, el hecho permisivo de tolerar, enriquecer o matizar el toreo de a pie con todos aquellos añadidos con los que se puede formar un catálogo bastante abultado. El que un festejo fuese distinto a otro, a pesar del poco tiempo de diferencia entre ambos, da idea de que la empresa y los toreros buscaban garantizar posicionamiento, pero sobre todo pingües beneficios económicos. De seguro una mercadotecnia en cierne, y conforme a los dictados de la época así lo hace suponer. 

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