IMÁGENES TAURINAS EN «CALZONZIN INSPECTOR». (3 de 3)

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 COMENTARIOS A UNAS IMÁGENES TAURINAS INCLUIDAS EN LA PELÍCULA “CALZONZIN INSPECTOR”. (3 de 3).

    En promedio, esos últimos cinco minutos de la película aquí revisada, y que por cierto, terminan en atronadora circunstancia, reúnen valiosos testimonios que vendrían a salvar, en términos históricos el resto de su historia, en el caso concreto de una realización cinematográfica fallida, con particulares sellos de un cine que devino fracaso y tragedia en aquellos irrecuperables años 70 y 80 del siglo pasado. Rescatar en esa forma parte de la manera en que se registraban, y aún se representan, aunque ya no con la sustancia del pasado, significa recuperar en buena medida señales del pasado taurino mexicano.

   Cuando todavía faltan algunos instantes para que concluya la exhibición, paso a recoger otras imágenes cuyo contenido posee idéntica importancia como las anteriores.

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 El picador no resultó ser del todo eficiente durante los momentos en que estuvo en escena, de ahí que se convirtiera en blanco y descarga de un buen número de anilinas. Al margen de esa circunstancia, su figura conserva, como en el pasado la presencia de recios hombres de a caballo, tocados de un varonil bigote, aderezo facial que afirmaba en alguna medida lo que los hispanos lograron con las patillas. Una identificación de la personalidad pudo convertirse en honda imagen que fue materializando auténticos iconos, como fue el caso de Juan Corona, Magdaleno Vera, Arcadio Reyes, José María Mota, los Recillas, y todos aquellos picadores que, en los carteles fueron identificados como los que “vienen de Atenco o de Santín”, lo cual habla de una labor perfectamente reconocida y que les permitía adquirir privilegios de esa dimensión.

   Todos esos personajes, conocían perfectamente las faenas del campo, y extendían sus conocimientos en los ruedos, de ahí que en muchas tardes y, entre otras cosas, fueron capaces de realizar la suerte de varas con conocimiento de causa, defendiendo además las cabalgaduras, al grado de que cuando no se estilaba el peto, como en la actualidad, sabían cuidar los caballos, evitando percances serios que significaba que muchos pencos quedaran fuera de circulación por las tremendas cornadas de que eran blanco.

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 Aquí tienen la representación de una suerte decimonónica a cual más. Se trata de la colocación de un par de banderillas sentado, tal como se aprecia en el fotograma, mientras el peón de brega, atento a la embestida del burel, busca evitar a toda costa que suceda un susto mayor, con objeto de llevarse a toda prisa al becerro, con lo que se redondeaba así el atractivo de ese pasaje.

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 Los desmanes siguen su curso en el tendido. Era costumbre en aquellas épocas lanzarse, como ya se ha venido explicando las anilinas, que teñían con sus colores los ropajes domingueros de muchos asistentes. Y si no bastaba tal travesura, también lo sé de cierto, la broma podía caer en extremos de muy mal gusto, como lanzar víboras, con lo que aquella escena del sombrero que pasaba de un lugar a otro, lanzado por este o por aquel, se convertía en auténtico juego de niños.

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 El presente personaje “herido” luego de una descarga de anilina, parece lanzarse al precipicio, y no para hacer de su “drama” parte de aquella exagerada representación… sino para encontrarse de pronto en el ruedo, montando a pelo a la propia res, en una especie de jaripeo en el que venía a subir de tono la dimensión del espectáculo, recuperando con ello otro más de aquellos valores o elementos de que estuvo formada la tauromaquia decimonónica, extendida por fortuna hasta el siglo XX mexicano.

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 He aquí la escena misma, en la que ya montado, el improvisado o “espontáneo” en turno, se da vuelo al pasearse literalmente por el ruedo, mientras busca que el novillo “repare” y embista a cuanto se le ponga en frente. La muerte y otro elemento de la cuadrilla intentan “sacarle la vuelta”, que es otro término en el que con capote en mano, procuraban lucirse en algún lance o capotazo que resultara del gusto de los asistentes.

   El conjunto todo de expresiones que hasta aquí han sido motivo de análisis, deja ver y entender el impresionante despliegue de suertes, representaciones y demás formas de encontrar una forma más para darle a la tauromaquia el sentido que alcanzó hace dos siglos cabales, extendiendo sus influencias en tanto forma de creación y recreación hasta que concluyó el XIX. Vino a extenderse en el XX, pero esos resabios sólo podían encontrarse en el ámbito rural. A mediados del mismo siglo, la cuadrilla de Edmundo Zepeda “El Brujo” las recuperó para ponerlas en circulación nuevamente en espacios como la plaza de toros “México”. Así que es bueno saber la forma en que testimonios de tal naturaleza, todavía gravitaban en espectáculos como los “Cuatro siglos del toreo en México”.

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 Con el presente personaje que materialmente resultó “correteado” por el becerro, se vive otra estampa de las muchas de que estaba compuesta esa puesta en escena de infinidad de elementos parataurinos. Lo particular del caso, es que se trata de uno de esos integrantes de la campaña política, con lo que su figura, en esas condiciones, quedó totalmente ridiculizada, pues el asunto no terminó ahí. La res lo persiguió con marcado ahínco, hasta el punto de derribarlo, ocasionando con ello que la escena se consumara en medio de tremenda y pública risotada por parte de la asistencia, lo que simbolizó que el político de marras pasara por un momento incómodo, como los muchos a que quedan expuestos en la realidad, integrantes de dicha “fauna”.

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 Con el desenlace en puerta, los fuegos de artificio vinieron a ser el remate de aquel espectáculo. El uso de la pólvora se sumó a muchos espectáculos, más en la forma de representaciones que los artesanos dedicados a tal manera de expresión efímera que la aplicada en el toro, al cual le colocaron sendo collar con cohetones, los cuales uno a uno fueron estallando, mientras la cuadrilla en pleno intenta acercarse lo más posible con objeto de alcanzar la culminación en un punto de éxtasis ininteligible, que habría que entender como la transición entre el caos y el orden, entre la extinción del mal, purificada con el fuego para llegar al bien en estado de gracia y de pureza juntos. En algunos casos, las disposiciones oficiales establecían ordenamientos como el que sigue: «…cuando halla alguna farsa y aficionados entren a torear; las banderillas de cohetes (de aquí el nombre de toros encohetados), se usarán solamente en el caso de ser el toro muy penco…» (Reglamento Taurino de Puebla, 28 de diciembre de 1849).

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 Así que la pólvora, elemento con una fuerte carga de interpretaciones, es como la que se emplea, en el fin de una fiesta de barrio, cuando es quemado el “castillo” y luego emerge, sin que nadie lo espere, la presencia del “torito”, que es esa especie de venganza venida del infierno, embistiendo furiosamente a cuanto se le atraviese. Y si no lo hacen en esa forma, “el torito” va en búsqueda de los mortales, intentando embestirles para “cornearlos” sin remedio. A cada momento, truena y retruena un cohete mas, y otro y otro de los muchos que lleva en la sesera aquella figurilla que es cargada por un hombre, simbiosis que nos acerca al minotauro mismo. Sin embargo, el “minotauro” en el momento en que se extingue el último cohete de pólvora, deja de embestir, es rodeado por la multitud y, bajo una transición inesperada, pierde todos sus ingredientes de fortaleza, con lo que desaparece todo riesgo, recuperándose el orden y tornando aquel espacio a la normalidad.

   Pues bien, creo haber llegado también a la culminación de estas interpretaciones, que no son suficientes para entender lo que significa el arraigo de una serie de diversiones que quedaron integradas a cuadros específicos que, durante muchos años se conocieron, y creo que aún se conocen con el nombre de “mojigangas”. Hoy día, todavía por ahí, en esos pueblos de Dios, se conservan, se recuperan y se ponen en escena, con muchos cambios, adaptados a la realidad de nuestros tiempos, y con otros propósitos, que de pronto intentan desvirtuar su original esencia. Gracias al hecho de que se conserva y se le intenta perpetuar, hace que una representación como la “mojiganga” misma, se siga admirando y celebrando en forma festiva, sobre todo en el espacio rural, ligado también en muchas ocasiones a todo un motivo religioso que convoca a la corrida de toros, misma que irá acompañada de jaripeo, manganeo, coleadero… y mojiganga.

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