LA AFIRMACIÓN DE LO MEXICANO EN EL TOREO A LA ESPAÑOLA.

EFEMÉRIDES TAURINAS NOVOHISPANAS.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

   Lo inconcebible pero terrenable al fin y al cabo fue y sigue siendo el hecho de que las corridas de toros, convertidas en herencia y fruto del contacto habido desde el momento mismo de la conquista española, con toda su carga de sinsabores y demás circunstancias, siga  en el gusto de amplios sectores populares de nuestro país, ahora que estamos en plena revisión y celebración del Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución mexicanas. Ese hecho tuvo durante el periodo virreinal una importante participación que por sí sola es motivo de diversas revisiones, a cual más de importante y apasionante también. Sin embargo, lo que nos interesa en este momento es saber porqué un espectáculo como el taurino, tuvo la virtud durante buena parte del siglo XIX en aceptar o asimilar el ingrediente específico de lo mexicano como carácter esencial de su constitución, para luego, durante el desarrollo de todo el siglo XX y lo que va del XXI, se haya convertido en toda una manifestación, incluso de órdenes universales.

   El proceso de emancipación, evidentemente no fue un hecho casual. Se fue gestando en la medida en que las condiciones que privaban en una Nueva España desgastada, agobiada por diversas medidas económicas que implementó la corona (las Reformas Borbónicas), como remedio para paliar los gastos de diversas guerras, pero sobre todo del deterioro monárquico que estaba fracturando seriamente las estructuras de esa composición detentada por los borbones, a la par que se dejaban ver con fuerza inusitada los principios ilustrados[1] que ejercieron fuerte influencia entre quienes tuvieron una fe ciega por aquella doctrina. El hecho es que una de las víctimas de ese ambiente ideológico fueron los festejos taurinos, calificados de anacrónicos, salvajes, y que nada tenían que ver con el progreso establecido a la luz de las ideas del iluminismo, vertiente estimulada por importantes pensadores franceses, que luego encontró en los españoles y hasta en los novohispanos, el eco pertinente.

   Sin embargo, España seguía debatiéndose entre diversos destinos, dos de ellos ya señalados aquí: sus constantes enfrentamientos bélicos y su deterioro económico. De esa forma se encontró con el arribo del siglo XIX. Y tal circunstancia en buena medida fue causa y efecto para que su principal colonia o virreinato, México, estuviese siendo sometido a fuertes rigores impuestos en la sobreexplotación de sus metales, lo que originaba el envío de fuertes remesas de plata, lo que originó, entre otras cosas, un desequilibrio económico y el malestar social por consecuencia. Hasta aquí, sólo hemos mencionado dos, entre muchos otros factores que fueron la suma de inestabilidad que fue preparando de alguna manera el terreno de lo que unos años más tarde sería el movimiento de independencia.

   Mencionadas las “Reformas Borbónicas”, estas fueron una serie de estrategias cuyos principios estuvieron presentes en el desarrollo de los intereses materiales y el aumento de la riqueza de la monarquía mediante cambios importantes en aspectos fiscales, militares y comerciales, así como el fomento a diversas actividades productivas, según nos lo afirma de nueva cuenta Luis Jáuregui.

   Quienes implantaron aquel principio en forma que parecería demoledora, fueron los virreyes, sobre todo a partir de los que, bajo el reinado de Carlos III, expresaron su convencimiento sobre el nuevo patrón de comportamiento, y hasta llegaron algunos de ellos a aplicar medidas restrictivas en el caso de las corridas de toros, como fue el caso concreto de Carlos Francisco de Croix (25 de agosto de 1766 al 22 de septiembre de 1771); frey Antonio María de Bucareli (23 de septiembre de 1771 al 9 de abril de 1779); Martín de Mayorga (del 23 de agosto de 1779 al 28 de abril de 1783). Luego ocurrió lo mismo con Manuel Antonio Flores (del 17 de agosto de 1787 al 16 de octubre de 1789) y el más representativo de ellos: Félix Berenguer de Marquina (del 30 de abril de 1800 al 4 de enero de 1803), quien fue alter ego, en este caso de Carlos IV.

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Archivo Histórico del Distrito Federal. Diversiones públicas, Vol. 855, exp. 51: Sobre las órdenes que han de observarse para el arreglo de las corridas de toros en la plaza de Xamaica.-Fojas 7. (Enero de 1814. 24 x 16 cm).

    Circunstancias como las mencionadas en los párrafos anteriores, deben haber ocasionado la infiltración de diversos aspectos donde el carácter americano primero; mexicano después, se hicieron evidentes a la luz de una expresión que no quedaba reducida al espacio de las plazas de toros. También se articulaba en los ámbitos rurales. Dicho en otras palabras: La mayoría de aquellas expresiones taurinas surgieron desde el campo y fueron a depositarse en las plazas, en una convivencia entre lo rural y lo urbano que dio a todo ese bagaje un ritmo intenso, que disfrutaron a plenitud por los aficionados y espectadores de ese entonces.

   A la luz de aquel escenario tan particular, surgieron toreros cuyos nombres, hoy casi olvidados, fueron capaces de dejar una estela de popularidad que recuperamos en nombres tales como el Capitán: Felipe Estrada, y su segundo espada: José Antonio Rea.

   O banderilleros como: José María Ríos, José María Montesillos, Guadalupe Granados y Vicente Soria. (Supernumerarios: José Manuel Girón, José Pichardo y Basilio Quijón). Entre los picadores estaban: Javier Tenorio, Francisco Álvarez, Ramón Gandazo y José María Castillo. No podemos olvidar a los hermanos Ávila (José María, Sóstenes y Luis) quienes sostienen el andamiaje del toreo mexicano, un toreo que vive con ellos relativas transformaciones que fueron a darse entre los años de 1808 y 1857, largo período en el que son dueños de la situación.

   La figura torera nacional alcanza en aquellas épocas un significado auténtico de deslinde con los valores hispanos, al grado de quedar manifiesto un espíritu de autenticidad misma que se da en México, asumiendo significados que tienen que ver con esa nueva razón de ser, sin soslayar los principios técnicos dispersos en el ambiente. No sabemos con toda precisión el tipo de aspectos que pudieron desarrollarse en la plaza; esto es de las maneras o formas en que pusieron en práctica el ejercicio, en por lo menos la fase previa a la presencia del torero gaditano Bernardo Gaviño y Rueda. Debemos recordar de pasada, el todavía fresco carácter antihispano que prevalece en el ambiente. Pero después de él -a mediados del siglo XIX- va a darse una intensa actividad no solo en la plaza, también en los registros de plumas nacionales y extranjeras mismas que revisaremos más adelante. Y puede quedar constancia de ciertas formas, entendidas como la extensión de todo aquel contexto al que nos referíamos en la primera parte, cuando se hizo recuento de quehaceres taurinos y parataurinos muy en boga hacia fines del siglo XVIII. Si bien, como en España se mostraron intentos por ajustar la lidia de los toros a aspectos técnicos y reglamentarios más acordes con la realidad, en México este fenómeno va a ocurrir y seña de ello es la aplicación de un reglamento en 1822,[2] y luego en 1851 cuando sólo se pretende formalizar de nuevo la fiesta, pues el reglamento se queda en borrador.[3] Todo ello ocurre bajo una despreocupación que es lo que va a darle al espectáculo un sello de identificación muy especial, pues la fiesta[4] cae en un estado de anarquía, de desorden, pero como tales, muy legítimos, puesto que anarquía y desorden que pueden conducir al caos, no encaminaron a la diversión pública por esos senderos. De pronto el espectáculo empezó a saturarse de modalidades poco comunes que, al cabo del tiempo se aceptaron en perfecta combinación con el bagaje español. No resultó todo esto un antagonismo. Muy al contrario, se constituyó ese mestizaje que se consolidó aun más con la llegada de Bernardo Gaviño en 1835, conjugándose así una cadena cuyo último eslabón es Ponciano Díaz.

   Parece todo lo anterior una permanente confusión. Y sí, efectivamente se dio tal fenómeno, como resultado de sacudirse toda influencia hispánica, al grado de llevar a cabo representaciones del más curioso tono tales como cuadros teatrales que llevaron títulos de esta corte: «La Tarasca», «Los hombres gordos de Europa», «Los polvos de la Madre Celestina», «Doña Inés y el convidado de piedra», entre muchos otros. A esta circunstancia se agregan los hombres fenómenos, globos aerostáticos y hasta el imprescindible coleo,[5] todo ello salpicado de payasos, enanos, saltimbanquis, mujeres toreras sin faltar desde luego la «lid de los toros de muerte». Esto es la base y el fundamento del toreo español, que finalmente no desapareció del panorama.

   Con toda la mezcla anterior -que tan solo es una parte del gran conjunto de la «fiesta»-, imaginemos la forma en que ocurrieron aquellos festejos, y la forma en que cayeron en ese desorden y esa anarquía auténticamente válidos, pues de alguna manera allí estaban logradas las pretensiones de nuestros antepasados.


[1] Luis Jáuregui: “Las Reformas Borbónicas”. En: Nueva Historia Mínima de México Ilustrada Secretaría de Educación del Gobierno del Distrito Federal, El Colegio de México, 2008. Colegio de México, 551 p. Ils., fots., maps. p. 197 y 199. Las características principales del movimiento ilustrado son la confianza en la razón humana, el descrédito de las tradiciones, la oposición a la ignorancia, la defensa del conocimiento científico y tecnológico como medio para transformar el mundo y la búsqueda, mediante la razón y no tanto la religión, de una solución a los problemas sociales. En pocas palabras, la Ilustración siguió un ideal reformista. Su aplicación fue un proceso de modernización adoptado en el siglo XVIII por prácticamente todos los monarcas europeos, de ahí la forma de gobierno conocida como “despotismo ilustrado”.

[2] El jefe superior interino de la provincia de México Luis Quintanar expidió el 6 de abril de 1822 un AVISO AL PUBLICO que pasa por ser uno de los primeros reglamentos (aunque desde 1768 y luego en 1770 ya se dispusieron medidas para el buen orden de la lidia).

[3] Archivo Histórico de la Ciudad de México. Ramo: Diversiones Públicas, Toros Leg. 856 exp. 102. Proyecto de reglamento para estas diversiones. 1851, Reglamento de toros, 5 f.

[4] Josef Pieper. Una teoría de la fiesta, p. 17. Celebrar una fiesta significa, por supuesto, hacer algo liberado de toda relación imaginable con un fin ajeno y de todo «por» y «para».

[5] Heriberto Lanfranchi. La fiesta brava en México y en España. 1519-1969, T. I., p. 128.

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