JOSÉ LUIS CUEVAS. IN MEMORIAM.

DE FIGURAS, FIGURITAS y FIGURONES. 

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Ha muerto, y no escapó esta íntima circunstancia al enredo de la polémica, el pintor José Luis Cuevas. Como vemos, hasta en su desenlace mismo se rodeó de esos ruidos tan inquietos como él mismo. El hecho es que ante la ausencia de un personaje de tal magnitud debemos dejar que la historia inmediata y apasionada se desborde. Esperaremos razonablemente a que la historia hecha y reflexionada a la distancia, permita conocer y reconocer su obra, al margen de todos los efectos levantiscos, contestatarios e iconoclastas que abanderó en cuanta oportunidad tuvo de hacerlo.

Lamento el hecho y desde aquí, me sumo a la larga lista de quienes se unan al duelo. No faltara esa otra cantidad de personas que descarguen su lenguaje, su ira o hasta sus más oscuros sentimientos para decir algo de él, o en contra de él.

   Ya lo decía María Félix: «Si hablan bien o mal de mí, pero que hablen».

Allá por los comienzos de 1966, se desataba una polémica que hizo explosiva Fernando Benítez, al autocalificarse como el “jefe de la mafia”, lo cual incomodó a más de uno de los muchos intelectuales que por entonces realizaban un ejercicio de reflexión, comprometidos con sus tareas. Parecería por tanto que un joven José Luis Cuevas se uniría a la causa. Desconozco si así ocurrió. El hecho es que para mayo de ese mismo año, presentó en dos salas de Galería de Arte de Coleccionistas una selección de su obra, en la que no faltaron motivos para que buena parte de la crítica se le fuera materialmente a la “yugular”, con objeto de pulverizarlo.

Afortunadamente dispongo de una muestra para conocer en forma detallada parte de aquel asunto y que comparto a continuación.

El Sol de México, edición del domingo 15 de mayo de 1966.

Veamos en detalle la obra:

“Bertha y yo toreando a GOYA-TORO” (Obra de 1961).

   En aquella época, su pareja, la señora Bertha Riestra fue convertida en torera, y ostentando un vestido negro, se le ve pasar de muleta a un bravo toro que es montado –con silla y todo-, por José Luis Cuevas que se balancea en los lomos del ejemplar. José Luis, como todo torero que se precie, lleva el traje de luces y luce sonriente mientras enaltece desde ese trabajo a la tauromaquia, expresión que hizo suya en cuanta oportunidad pudo, como aquella, que supongo haya sido la última, cuando acudió como invitado al palco de transmisiones para hacer las narraciones pertinentes la tarde del 7 de noviembre de 1993.

En esa ocasión, además de enriquecer la reseña, que seguramente lo debe haber hecho con la vivacidad de quien teniendo un micrófono en las manos y volcarse así en infinidad de asuntos, se hizo acreedor, no podía ser la excepción a las flechas venenosas de los gritos del tendido.

José Luis Cuevas. SINAFO_31302

Veamos qué paso con la notoria presencia del «Narciso mexicano» en la plaza.

El asunto de que un pintor acuda a los toros no es ningún acontecimiento notable, puesto que los vemos como aficionados comunes que somos todos en el tendido, receptor este de la democracia sin más. Pero el hecho de que José Luis Cuevas fuera invitado para acompañar los comentarios por televisión ese domingo 7 de noviembre mueve a diversidad de anotaciones.

Goya, Picasso, Ruano Llópis. Casimiro Castro, Rugendas, Orozco, Rivera y ahora, Cuevas. Discutido como artista y personaje juntos.

«¡José Luis Cuevas ese toro pinta como usted: de la *&Ç!», fue el grito expresivo se le envió desde las alturas, como puyazo artero luego de comparar su arte con un toro de pésima lidia que le correspondió al rejoneador. Grito vox populi. Sin embargo, el artista, eje de la ruptura con el muralismo y punta de lanza en el arte pictórico de hoy no escapa a la crítica ni a las envidias. Su protagonismo intelectual en medio de posmodernismos y «performances», pero sobre todo, en medio de marcada pobreza intelectual, escala alturas que muy pocos ascienden y logran mantener. Ni hablar. Es como de pronto recordar el capítulo de los «mandones» en el toreo, para depositarlo en figura tan connotada del medio intelectual.

Manolo Martínez, el futuro “mandón”, frente a la obra de un artista universal. Francisco de Goya y Lucientes. Esto sucedía en mayo de 1968, cuando realizó su primer viaje a España. El Heraldo de México, edición del viernes 31 de mayo de 1966.

Por cierto, para eso de los «mandones» nada mejor que andar a la caza del excelente libro de nuestro buen amigo Guillermo H. Cantú y que recomiendo ampliamente. Se trata de: Manolo Martínez, un demonio de pasión. México, Diana, 1990. 437 pp. ils.

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