LA TREMENDA SOBRIEDAD DE CUATRO FIGURAS AUTÓCTONAS.

MINIATURAS TAURINAS.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

    Con todo y la pérdida irreversible del original. Con todo y que se trata de una muy mala reproducción, plasmada en papel casi “revolución”, es posible recuperar el encanto de este conjunto de “toreros” donde sobresalen poderosamente rasgos indígenas.

Una tremenda sobriedad les acompaña.

Y si ignoramos el dato de cuatro figuras autóctonas –que algunas palmas habrán robado a Ponciano Díaz o a Gerardo Santa Cruz Polanco-, también ignoramos donde sentaron sus reales.

A excepción de uno de ellos, el que se encuentra detrás del “capitán de gladiadores”, esa designación con la que se daban a conocer los jefes de cuadrilla o el matador, los otros ostentan el clásico bigote que caracterizó a la torería nacional durante muchos años, desde que demostrara tal atrevimiento o detalle de peculiaridad el guanajuatense o queretano Lino Zamora y que luego reafirmaría en términos de rebeldía el propio Ponciano, el que por esa razón, Manuel Horta denominó “el torero con bigotes”. Pues bien, ahí están estos tres que, para el caso, junto al que decidió rasurarse, mostrando un vestuario más de opereta que para salirle a los toros. Sin embargo, era el medio y el modo más eficaz para muchos de quienes, sintiéndose atraídos por tan arriesgada profesión, y sin contar con los recursos económicos necesarios –en una época en la que la cotización no formaba parte de las prácticas-, actuaban con cierta frecuencia en las plazas provincianas, puesto que ya cerca de las grandes ciudades, esos otros toreros cuidaban en cierta medida los ropajes y otras circunstancias para agradar a los aficionados que acudían en buen número, por ejemplo, al Huisachal, a Cuautitlán, Puebla, Texcoco o Tlalnepantla (la foto que ahora apreciamos se remonta al año de 1884).

Remedo de trajes y todos sus componentes, no impedían que así como posaban en el gabinete del fotógrafo de moda, hicieran lo mismo saliendo a la plaza en calidad de auténticos “adefesios”. Pero insisto, no es propósito hacer de esta imagen blanco de críticas, sino de entender una a una las razones del mucho esfuerzo que pusieron estos antiguos toreros mexicanos en hacer suya la expresión de un arte y una técnica todavía sometida –aunque de manera simbólica-, a los órdenes establecidos por el viejo diestro español Bernardo Gaviño, avecindado en México desde 1835, pero sobre todo a la ola de fuertes rumores que ya se escuchaban sobre el arribo de una nueva generación que llegó a nuestro país con el propósito muy claro de llevar a cabo la “reconquista vestida de luces”, que debe quedar entendida como ese factor el cual significó reconquistar espiritualmente al toreo, luego de que esta expresión vivió entre la fascinación y el relajamiento, faltándole una dirección, una ruta más definida que creó un importante factor de pasión patriotera –chauvinista si se quiere-, que defendía a ultranza lo hecho por espadas nacionales –quehacer lleno de curiosidades- aunque muy alejado de principios técnicos y estéticos que ya eran de práctica y uso común en España. Por lo tanto, la reconquista vestida de luces no fue violenta sino espiritual. Su doctrina estuvo fundada en la puesta en práctica de conceptos teóricos y prácticos absolutamente renovados, que confrontaban con la expresión mexicana, la cual resultaba distante de la española, a pesar del vínculo existente con Bernardo Gaviño. Y no solo era distante de la española, sino anacrónica, por lo que necesitaba una urgente renovación y puesta al día, de ahí que la aplicación de diversos métodos, tuvieron que desarrollarse en medio de ciertos conflictos o reacomodos generados básicamente entre los últimos quince años del siglo XIX –tiempo del predominio y decadencia de Ponciano Díaz-, y los primeros diez del XX, donde hasta se tuvo en su balance general, el alumbramiento afortunado del primer y gran torero no solo mexicano; también universal que se llamó Rodolfo Gaona.

De esa forma dicha reconquista no solo trajo consigo cambios, sino resultados concretos que beneficiaron al toreo mexicano que maduró, y sigue madurando incluso un siglo después de estos acontecimientos, en medio de periodos esplendorosos y crisis que no siempre le permiten gozar de cabal salud.

Cuadrilla de toreros mexicanos, hacia 1885. Una rareza como documento gráfico.

EL REDONDEL Nº 2,904 del domingo 16 de diciembre de 1984, p. 12.

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