LA PLAZA DE TOROS: DEL ESCENARIO COTIDIANO A «LA GUERRA DE LOS MUNDOS» QUE NOS CUENTA H. G. WELLS.

A TORO PASADO.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 Este es un texto escrito en 1996 y que he rescatado del arcón de los recuerdos…

    Las plazas de toros no son escenarios exclusivos. Los domingos o días de corrida nos acercamos a disfrutar del espectáculo, pero esos otros días sin fiesta parecen abandonadas. Pero no, no es cierto. Resulta que las muchas lecturas que existen en torno a los toros nos revelan que en distintas épocas el escenario taurino se ha empleado como instalación para realizar funciones de ópera, peleas de box, conciertos de grupos musicales, cierres de campañas políticas. También, y en casos muy particulares como patíbulo, albergue o granero.

   Cuando no hay un toro en la arena, las cosas que pueden suceder son de lo más diverso y extraordinario. Ahora recuerdo que hacia el siglo pasado varios famosos aeronautas se elevaron a los cielos partiendo desde plazas como san Pablo o Paseo Nuevo. Robertson, Benito León Acosta o Joaquín de la Cantolla y Rico son célebres por sus ascensiones. En 1869 la del Paseo Nuevo funcionó como instalación para dar cabida al circo de los señores Albisu y Buislay. Evocadoras deben haber sido las imágenes de sinfín de espectáculos de varia invención celebrados en plazas que sirvieron además, como escenario de torneos monumentales, entre fuegos de artificio y combates ficticios. Pero lo ocurrido en Costa Rica no tiene precedentes. Todo un caso.

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Cartel para la tarde del 3 de abril de 1842, en la plaza de toros de San Pablo. Presentación del aeronauta Benito León Acosta.

    Ya que hice un recuento de lo fabuloso que puede ocurrir en las plazas de toros pero sin toros (o no necesariamente sin ellos), voy a permitirme recrear el pasado a partir de los testimonios que tengo al alcance.

   Son extraordinarias estas historias. Como que de repente se suma a este largo pasaje el curioso recuento de invenciones a lo Orson Wells, a lo Ray Bradvury. Es un nuevo capítulo donde los viajeros extranjeros o las crónicas de hechos curiosos dan cabida a otro que es totalmente distinto y novedoso.

   Adolfo Theodore, que se llamó asimismo «físico» pudo haber sido el primer hombre que subiera en globo y viajara por los aires mexicanos, pero sus intentos se convirtieron en una auténtica tomada de pelo, a pesar de la fuerte carga de publicidad que hubo para promover sus arriesgadas maniobras. Este personaje anunciaba en 1833 que llegaba de Cuba para disponerse a ascender por los aires de la capital, pero pretextos de diversa índole no se lo permitieron. La plaza de san Pablo fué escenario al que acudieron miles de curiosos con el fin de presenciar la hazaña anunciada para el 1º de mayo. De la admiración se pasó a la decepción. Varias peticiones para armar el globo, aparatos y compra de ácidos le costaron al Sr. general d. Manuel Barrera -a la sazón, empresario de la plaza-, pero inteligentemente manejado por el aeronauta rubio como habilitador, la suma de 8,376, 6 reales 6 granos que sirvieron para desinflar los deseos de multitudes pues, como nos dice Guillermo Prieto

 La inflazón del globo no llegó a verificarse por más que se hicieron prodigios. Los empresarios dieron orden de que nadie saliese, lo que puso en familia a la concurrencia; pero después asomó su cara el fastidio, se hizo sentir el hambre, y el sitio fue atroz. El contrabando aprovechó la ocasión: valía a una naranja un peso, y un peso un cucurucho de almendras.

   Los pollos insolventes como yo, pasaron increíbles agonías.

   Por fin el globo no subió, la gente se retiró mohína y Adolfo Theodore, después de bien silbado y de arrojar sobre su globo cáscaras y basuras, tuvo que esconderse para no ser víctima de la ira del pueblo contra el volador.

    Con todo y el ridículo, un nuevo intento. La fecha, el 22 de mayo. Y como tal, nuevo fracaso y a la cárcel. Con el tiempo se descubrió que el tal Theodore era un bandido bastante fino que se encargó de timar con elegancia a quienes, por desgracia, se le ponían por delante. El típico farsante y embaucador que prometiendo lo «nunca antes visto o realizado», huye sin dejar huella.

   En 1835 apareció otro francés, Eugenio Robertson quien salvó del desprestigio al empresario del coso, sr. Barrera y logró ascender el 12 de febrero de aquel año. Me parece que Barrera además del aeronauta en cuestión necesitaba en aquellos momentos presentar novedades de todo tipo. Fue por ello que el 19 de abril siguiente debutaba en la capital el hasta entonces poco conocido diestro español Bernardo Gaviño y Rueda quien, con el tiempo va a convertirse en una de las figuras más importantes del toreo en nuestro país, dada la jerarquía en la que se asentó por 50 años, al monopolizar de alguna forma el toreo como expresión que supo proyectar en diversas partes de la nación.

   Otros personajes, héroes momentáneos fueron Benito León Acosta, Mr. Wilson, Cantolla y Rico. Acosta ascendió desde san Pablo el 3 de abril de 1842, dedicando su hazaña al señor general Presidente Benemérito de la Patria, don Antonio López de Santa Anna. Después lo hizo otras tantas veces en Querétaro, Guanajuato y Pátzcuaro.

   Samuel Wilson, norteamericano hizo lo mismo en 1857, justo el 14 de junio desde la plaza Paseo Nuevo en su globo «Moctezuma». Ese mismo año ascendió desde san Pablo D. Manuel M. de la Barrera y Valenzuela, ascensión que fue seguida de «una corrida de toros bajo la dirección del hábil tauromáquico Pablo Mendoza».

   Y Joaquín de la Cantolla logró su gesta el 26 de julio de 1863 partiendo desde la plaza Paseo Nuevo. Alternó, por lo menos en cartel con Pablo Mendoza. Otra elevación famosa de este personaje interesantísimo ocurrió el 15 de enero de 1888 cuando se inaugura la plaza de toros de «Bucareli», lidiando toros de Estancia Grande y Maravillas el gran torero mexicano Ponciano Díaz Salinas.

   Otro aspecto es el del circo. La plaza Paseo Nuevo sirvió el domingo 13 de junio de 1869 cuando ya no era plaza de toros, sino un simple escenario bajo el rigor de la prohibición impuesta desde 1867 con la Ley de Dotación de Fondos Municipales y hasta fines de 1886, como local para una gran función de circo. Se anunciaba como sigue:

 Circo ecuestre, gimnástico, acrobático y aeronauta de los señores Albisu y Buislay con un programa variado e interesante: Gran sinfonía por la Banda; lucha de los gimnastas hermanos Buislay; parche, bola por Julio y Etiene; los hijos del aire por Montaño y niño Joaquín; los dos cómicos, Julio y Augusto y los juegos varios de Etienne y niño.

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Parte del cartel anunciador, y donde para la ocasión del 26 de julio de 1863, se presentó entre otros el aeronauta Joaquín de la Cantolla y Rico. Col. Julio Téllez.

    El caso de la plaza de toros de Celaya, parece ser único. En distintos momentos sirve como granero (a fines del siglo pasado), como albergue (durante la gran inundación de 1904) o como patíbulo (el 16 de abril de 1915 el coronel Maximiliano Kloss ejecuta a doscientos oficiales villistas en la plaza de toros de Celaya, a causa de las batallas de Celaya y Trinidad). La modernidad se ha encargado de partir en dos al coso celayense para permitir el paso vehicular en nueva calle que atraviesa a la hoy conocida «ruina romana» de esta próspera ciudad del bajío mexicano. Aprovecharía la ocasión para mencionar que otra plaza como la de Atlixco, en Puebla, también fue escenario similar al que se prestó el de la plaza de Celaya. También, durante la Revolución fue arsenal, campamento, y paredón de fusilamiento. Justo en 1919 el General Fortino Ayaquica rindió sus tropas zapatistas quienes recibieron amnistía.

   Durante la prohibición que impuso el entonces presidente de la república, Venustiano Carranza (de 1916 a 1920) la plaza «El Toreo» sirvió como escenario a los más diversos espectáculos, tales como: peleas de box, funciones de ópera, conciertos. Por ejemplo en 1919 el entonces pugilista negro Jack Johnson se presentó en dos funciones de exhibición. En las representaciones operísticas fueron anunciados tenores de la talla de Hipólito Lázaro, Titta Ruffo, y desde luego al gran Enrico Caruso. Entre las voces femeninas aparecen las de Rosa Raisa, Gabriela Besanzoni. Asimismo se presentó el gran violochelista Pablo Casals y la sin par Anna Pavlowa, figura de la danza que cautivó a un público totalmente ajeno al taurino. Desde luego, las funciones de la ópera CARMEN de G. Bizet el domingo 5 de octubre de 1919 fue célebre. En 1994 la plaza de toros «México» sirvió de escenario a una pésima representación de la misma obra del compositor francés.

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Detalle del cartel para la tarde del 26 de julio de 1863.

    Desde luego las plazas han servido como lugar ideal para cierres de campañas políticas o congregación multitudinaria de eventos organizados por esos mismos partidos. Conciertos musicales de diversa índole también se han efectuado en muchas plazas, así como peleas de box en las que se disputan cetros de diversas categorías.

   Así también, el día 26 de octubre -pero de 1996- ocurrió un caso -a mi parecer sin precedentes-. La jerarquía católica convocó a un acto religioso con que celebraron los 50 años de sacerdocio de Karol Wojtila, quien desde hace años ocupa el rango más elevado: el de Su Santidad, el Papa Juan Pablo II.

   Todo ello sucedió en la plaza de toros «México» con la asistencia de unos 30 mil feligreses. Actos de esta magnitud no los registra la historia, de ahí su importancia.

   Sin embargo, he de recordar que el 3 de febrero de 1946, su Ilustrísima, el doctor don Luis María Martínez, Arzobispo de México ofició una misa en el ruedo de la plaza que se inauguró dos días después. Y dice Carlos León:

 …vino con su hisopo y su agua bendita a espantar a los malos espíritus, para que este negocio no se lo llevara el diablo. Y después del recorrido por todo el ruedo, salpicando de agua santificada la barrera y pronunciando los exorcismos de ritual que ahuyentaran a los malos mengues, se volvió hacia los presentes y dijo: «Conste que yo dí la primera vuelta al ruedo».

    Luego, han venido otro tipo de ceremonias que en ciertos domingos -horas previas al inicio de la corrida- se celebran dichos rituales en el ruedo y otros tantos en la capilla del propio coso.

   Otra manifestación ha ocurrido recientemente. El lunes 19 de agosto de 1996 se oficia una misa de cuerpo presente para elevar plegarias por la muerte del gran diestro Manolo Martínez que ha fallecido unos días antes. Allí se reunió una multitud que se volcó para demostrar su dolor, pero también su idolatría por el torero recién desaparecido.

   Por si mismo el ruedo de cualquier plaza de toros puede servir para efectuar acontecimientos de semejante importancia, dado que el recinto se acerca a las proporciones del carácter que tiene la plaza para la corrida en sí. La corrida encierra un contexto de cultos diversos: el más remoto: el culto heliolátrico al sol, pero también el culto a la sangre unido por esas raíces de idolatría que se encontraron desde la conquista misma donde el indígena proyecta su intensidad hecha sacrificio, en ese otro sacrificio también con abundantes testimonios proyectados en el enfrentamiento belicoso y guerrero, con tendencia a lo estético que protagonizan en la arena el caballero en plaza y el toro, que resulta atravesado y herido de muerte, con la consiguiente presencia de la sangre aspecto este que da pie a la comunión de dos culturas hondamente arraigadas en su tradición secular de distinto origen.

   Quiero terminar con dos citas que por si solas dan el carácter de cuanto encierra un pasaje de la corrida de toros para con el carácter religioso. Una es de  Juan A. Ortega y Medina refiriéndose a Brantz Mayer, viajero norteamericano en nuestro país a mediados del siglo pasado:

 (quien) estuvo a punto de apresar algo del significado trágico del espectáculo cuando lo vió como un contraste entre la vida y la muerte; un «sermón» y una «lección» que para él cobró cierta inteligibilidad cuando oyó al par que los aplausos del público las campanas de una iglesia próxima que llamaba a los fieles al cercano retiro de la religión, de paz y de catarsis espiritual.

    Y si hermosa resulta la cita, fascinante lo es aquella apreciación con la que Edmundo O’Gorman se encarga de envolver este panorama:

 Junto a las catedrales y sus misas, las plazas de toros y sus corridas. ¡Y luego nos sorprendemos que a España de este lado nos cueste tanto trabajo entrar por la senda del progreso y del liberalismo, del comfort y de la seguridad! Muestra así España al entregarse de toda popularidad y sin reservas al culto de dos religiones de signo inverso, la de Dios y la de los matadores, el secreto más íntimo de su existencia, como quijotesco intento de realizar la síntesis de los dos abismos de la posibilidad humana: «el ser para la vida» y el «ser para la muerte», y todo en el mismo domingo.

    Nuestro vistazo por distintas épocas y con algunos ejemplos de actividades extrataurinas o parataurinas da como resultado el apunte que aquí llega a su fin.

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