500 AÑOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO. (V). LINDO HOMBRE DE A CABALLO…

500 AÑOS DE TAUROMAQUIA EN MÉXICO. TRATADOS Y TAUROMAQUIAS ENTRE MÉXICO Y ESPAÑA. SIGLO XVI.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

LINDO HOMBRE DE A CABALLO. 

   El apunte inicial de la presente obra, nos lleva hasta la segunda mitad del siglo XVI con un personaje ya conocido: el virrey don Luis de Velasco. Artemio de Valle-Arizpe refiere sobre Velasco

Un modelo de los buenos, de perfectos gobernantes… Siempre estuvo inclinado a la suave tolerancia, a la misericordia. No se excedía jamás de lo dispuesto por las leyes, no iba más allá de ellas su rigor. Era afable, era humano, estaba lleno de piedad para todos; pero dentro de los mandatos legales era severo, inexorable, inflexible. Jamás quebrantaba su decisión para hacer cumplir todo lo mandado en favor de los indios, con lo cual se suscitó muchas malas voluntades, no solo de los encomenderos, sino que también de los oidores y oficiales reales, a quienes no permitía tener granjerías ni tener repartimientos.

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   Y ya, en lo relativo a sus habilidades como lindo hombre de a caballo, según el dicho de Juan Suárez de Peralta, encontramos la amplia descripción de nuestro autor, como sigue:

Don Luis de Velasco era un gran caballista, muy diestro y afamado en las artes de la brida y de la jineta. Fuerza y gracia tenía para regir el caballo. Con certera puntería disparaba pedreñales, el arcabuz y la ballesta, y de modo gentil, admirable, corría la sortija, tiraba bohordos y estafermos y quebraba cañas con donaire. ¿Quién como él en acosar y alancear reses bravas? Don Luis pertenecía a la noble e ilustre casa del condestable de Castilla, y por su alta alcurnia era de los caballeros del séquito del emperador Carlos V, quien tenía señalada predilección a los deportes hípicos y a garrochar toros a usanza morisca: los cargaba, con habilidad, de hierros y varas, los desjarretaba y matábalos a lanzadas, pues que la montería y los torneos eran, a la vez que un entretenimiento, un ejercicio indispensable para estar con el cuerpo resistente y avezado a los trances y contingencias de guerras inesperadas.

   Con incomparable maestría y elegancia el Virrey ejecutaba suertes con un labrado garrochón de colores; aguardaba al toro cara a cara y clavábale sobre la frente una banderola o gallardete, o metía lindamente el caballo entre los cuernos de la fiera, que acudía a él con tanta fuerza y derecha como una jara, y de ellos salía diestramente, moviendo apenas las riendas del ágil corcel, que se iba caracoleando, muy gallardo, entre los aplausos, vítores y músicas con que le celebraban la suerte.

   Dadas sus aficiones hípicas, impulsó mucho en la Nueva España el ganado caballar y mejoró razas con cruzas de potros andaluces y con los bellos, finos, elegantes, de Arabia. Él reformó la silla de montar que trajeron a México los españoles conquistadores y que era la de uso corriente en España. Creó no solo la silla vaquera, sino el freno mexicano, con el que tan bien se rigen y dominan las caballerías más indómitas, haciéndolas dóciles a cualquier leve llamado de la rienda que les transmite la voluntad del jinete. A esa silla y a ese freno se les dio su nombre ilustre: se les decía “de los llamados Luis de Velasco”; así se expresa claro en una merced dada en tiempos del virrey don Martín Enríquez de Almanza a dos caciques indios, para que pudiesen, como gracia muy señalada, andar a caballo, pues los indios tenían terminantemente prohibido el cabalgar, cosa que solo se permitía a los naturales de España o a los criollos.

   No sólo tenía don Luis de Velasco delicado gusto por las funciones tauromáquicas y por la equitación, sino también por la cinegética, ya de montería, ya de cetería; era su recreo y solaz (…) El era muy lindo hombre de a caballo (…)

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   Como se trató en la parte correspondiente al libro Historia de la ciudad de México según los relatos de sus cronistas, y con afán de no repetir el pasaje, es conveniente retomar la lectura luego de que en Virreyes y virreinas… se ha apuntado lo relativo sobre la forma en como Luis de Velasco jugaba a las cañas, sus virtudes sobre los muchos regocijos en que participó junto a otros sobresalientes caballeros. También se encuentra el apunte sobre el ganado de los “chichimecas escogidos, bravísimos…, más de alguno con veinte años y no ha visto hombre” y las jornadas que se desarrollaron en el bosque de Chapultepec.

   Quienes estaban cerca de don Luis de Velasco

Vivían todos contentos con él, que no se trataba de otra cosa que de regocijos y fiestas, y las que lo eran de guardar salía él en su caballo a la jineta, a la carrera, y allí la corrían los caballeros; y era de manera que el caballo que la corría delante de él aquellos días, solo y la pasaba, claro, era de gran precio; y así, todos no trataban de otra cosa, sino de criar sus caballos y regalallos para el domingo en que el virrey les viese correr y tener sus aderezos muy limpios. El los vía pasar su carrera, y eran tantos que con ir temprano faltaba tiempo; y era la prisa de ir a la carrera que llegaban cinco o seis al puesto, uno tras de otro; y pretales de cascabeles todos los llevaban de sus casas, los mozos por la prisa; en verdad que creo de ordinario los que la corrían paseada eran más de cincuenta. Tanta era la gente que iba que no dejaban correr los caballos, ni aun pasar, si no era atropellándola, ni bastaban alguaciles que iban con el virrey a apartalla. De allí se iba el virrey a su casa, llenas las calles de hombres de a caballo, y él, en las que parecía, llamaba a su caballerizo y corría con él un par de parejas, y esto hacía por no engendrar envidia en los caballeros si era su compañero uno y otro no, y usaba de este término por no agraviar a nadie. Con esto los tenía a todos muy contentos y no pensaban en más que en sus caballos y halcones y en cómo dar gusto al virrey y ellos en honrar su ciudad con estas fiestas y regocijos.

   Todos sus exquisitos conocimientos en toros y caballos los lució con gallardía y destreza en las fiestas que mandó celebrar –mayo de 1555- con motivo del fausto suceso de la derrota de Francisco Hernández Girón, que en Lima se había rebelado contra la majestad cesárea del emperador. Mandó don Luis que hubiese grandes corridas de toros y juegos de cañas. Él tomó el mando de una cuadrilla, a la que regaló los preciosos trajes del torneo, y, además, dio de su peculio las boyantes reses para la lidia. También el Ayuntamiento sacó cuadrilla; en estos juegos y regocijos “se aderezaron cuarenta y cinco libreas de mantas de la tierra, pintadas con los colores acostumbrados y con la cenefa de debajo de los colores de la ciudad, que eran el verde y el colorado. Se mandó traer competente número de varas para el juego de cañas y se aderezaron mil con púas para los toros”, que se escogieron en las dehesas los más bravos y gallardos.

   El virrey Velasco y los de su galana cuadrilla de caballeros nobles salieron a la plaza, toda claridad y colores, y compitieron lucidamente en lujo, destreza y preseas con los de la cuadrilla del Ayuntamiento. Todos demostraron su exquisita donosura, haciendo primero vistosos giros en sus bridones, con lo que se entusiasmaba el gentío, y luego rompieron lanzas en los encuentros, en que contendían con mucha gentileza, y después con las suertes que ejecutaron burlando las embestidas de los toros, con cuya furia desenfrenada se encontraban. Todos salieron de la plaza muy bizarros, con mil parabienes.

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   Este abundante texto descriptivo sobre tan peculiar personaje, nos permite acercarnos no sólo a la identificación más aproximada sobre el que fue el segundo virrey de la Nueva España. También se encuentran esas otras condiciones entre las que se desenvolvió el protagonista en medio de ciertos quehaceres extrovertidos que pasan a formar parte de la manera en cómo se movió en escena y además, la forma en cómo lo hizo y quedan huellas que perviven cuando se justifica la permanencia de determinadas actividades, en este caso tanto en el entorno rural como en el urbano. En algunos casos sobresale la enorme posibilidad de conocer las amplias descripciones de vestimenta o el desempeño que no nada más queda en Luis de Velasco. También vamos a encontrarla –demasiado documentada- tanto con Valle-Arizpe como con las fuentes de otros tantos autores que consulta el propio Artemio…, perdón por este trato más entrañable.

   Así que el provecho resultante de esta nueva lectura, nos produce la posibilidad del encuentro con aspectos sobre la rutina de prácticas caballerescas que trascendieron en la persona de Velasco.

   La narración del saltillense es harto completa, enriquecida por los apuntes de Juan Suárez de Peralta que por ello no precisan una detenida revisión más que en aquellos escenarios en los que una primer élite novohispana ya estaba compartiendo quehaceres caballerescos con altos personajes de la política, cuyo papel no estaba reducido al solo desempeño de tareas de alta responsabilidad. También les era permitido –lícito para mejor entenderlo-, el hecho de participar directamente en divertimentos como el que ocurrió en el bosque Chapultepec, allá por 1551, y luego los de cuatro años más tarde, cuando el mismo virrey celebró la derrota de Francisco Hernández de Girón, protagonizando con su dirección a la cabeza de una cuadrilla, el torneo y los juegos de cañas, donde además hubo toros. Como iba haciéndose costumbre, el Ayuntamiento también participó enviando sus cuadrillas, para las cuales hubo “aderezo de cuarenta y cinco libreas de mantas de la tierra, pintadas con los colores acostumbrados y con la cenefa de debajo de los colores de la ciudad…” Por supuesto, fueron escogidos un buen número de toros, “los más bravos y gallardos” que por entonces podía haber.

   Esos acontecimientos deben haber tenido una dimensión de suyo especial, debido a la detenida elaboración en la que se involucraban autoridades y particulares, con tal de conseguir notorio efecto y resultado, lo que generó una línea ascendente respecto a las cada vez más elaboradas y por tanto, complicadas fiestas que fueron organizándose durante el virreinato.

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   No existiendo evidencia gráfica sobre sus desempeños donde sobresalía ejecutando “suertes con un labrado garrochón de colores”, aguardando al toro para clavarle luego sobre “la frente una banderola o gallardete”; es posible verlo o imaginarlo metiendo lindamente el caballo entre los cuernos de la fiera, que acudía a él con tanta fuerza y derecha como una jara, y de ellos salía diestramente, caracoleando muy gallardo, entre los aplausos, vítores y músicas con que le celebraban la suerte, como apunta el propio A de V-A.

   Una de las más importantes contribuciones que Luis de Velasco hizo no sólo al torneo caballeresco en cuanto tal. No sólo a la consolidación de la jineta como modo de expresión técnica representada desde el caballo, fue la silla vaquera y el freno mexicano, instrumento del que se valieron ciertos indios para poder andar a caballo, porque entonces se les tenía prohibido cabalgar, en abierta muestra de rechazo al control establecido, tanto por los conquistadores como por parte de aquella nueva población ya asentada que temía algún levantamiento, alguna rebelión de los naturales que perfectamente enterados –entre otras cosas-, del fácil manejo y control de las riendas y del caballo, hubiesen podido despertar sospechas.

   Y aún sin terminar de decir alguna cosa más al respecto de la silla vaquera, que, como apunta A de V-A

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Las imágenes aquí incluidas recrean escenas ocurridas en la Plaza Mayor de Madrid durante la celebración de las brillantes Fiestas Medievales organizadas por el Círculo de Bellas Artes. MUNDO HISPÁNICO Nº 269. Agosto 1970.

N. del A.: En esta y la siguiente entrega me he permitido omitir la mayoría de las notas a pie de página pues su contenido representaba similar número de palabras que el texto aquí ofrecido.

CONTINUARÁ.

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