CURIOSIDADES TAURINAS DE ANTAÑO EXHUMADAS HOGAÑO.
POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
SIGLOS XVI-XVIII.
En 1529, justo el 11 de agosto y en la sesión de Cabildo se establece que
“…de aquí en adelante, todos los años por honra de la fiesta de Señor San Hipólito, en cuyo día se ganó esta ciudad, se corran siete toros, e que de aquellos se maten dos y se den por amor a Dios a los monasterios e hospitales…”
Entre los principales participantes a la justa se encuentran Nuño de Guzmán, Pedro de Alvarado, un tal Delgadillo, y el licenciado Matienzo, ambos amigos de correrías del muy magnífico señor presidente de la Nueva España, como diestrísimos en el manejo de la jineta y todos sus menesteres. La “fiesta” se celebró con la pompa y circunstancias requeridas en la antiquísima Plazuela del Marqués, que ve hoy en día las calles de Guatemala y 1ª del Monte de Piedad, así como Seminario y gran parte del terreno que comprende en nuestros tiempos la Catedral.
Es decir, “La celebración de la primera misa y de la primera corrida de toros en la capital de la Nueva España no fueron sincrónicas pero poco les faltó”, apunta Renato Leduc, porque estando tan cerca las fechas de un evento con respecto al otro, ambos de profunda raigambre española, estos quedaron marcados con letras de fuego en el espíritu y la forma de ser del mexicano, quien se ha identificado con religión y toros. Y ya vemos, el sitio destinado a la catedral, sitio sagrado que contenía las ruinas del recientemente desaparecido imperio azteca, con sus templos que ya son solamente masas informes, ahora verá también la nueva ciudad como se eleva ese otro templo, símbolo del cristianismo, del que los españoles son sus más fervientes admiradores y seguidores. La Catedral, es, y va a ser el centro de un mundo donde van a girar todos aquellos que, también muy cerca de ella, celebran fiestas, como la que desde ese 1529 queda instituida.[1]
Algunos años más tarde, Bernal Díaz del Castillo queda admirado de un gran festejo que, con motivo de las paces de Aguas Muertas en el año 1538, se celebró en la ya establecida Plaza Mayor. “…fueron tales (dichas fiestas y regocijos), que otras como ellas, a lo que a mí me parece, no las he visto hacer en Castilla, así de justas y juegos de cañas, y correr toros, y encontrarse unos caballeros con otros, y otros grandes disfraces que había en todo”.
También el poder de la representación monárquica, estuvo presente en el curso de aquellas fiestas. Tal es el caso del virrey don Luis de Velasco, quien en 1551 es un “lindo hombre de a caballo” a decir de Juan Suárez de Peralta, “muy diestro y afamado en las artes de la brida y de la jineta… corría la sortija, tiraba bohordos y estafermos y quebraba cañas con donaire”. Incluso fue tal su afición que puso todo el empeño que estuvo de su parte para diseñar una silla vaquera con un freno netamente mexicanos. A esa silla y a ese freno se les dio su nombre ilustre: se les decía “de los llamados Luis de Velasco”.
Poco a poco diversos festejos de mayor o menor envergadura fueron representándose en medio del boato y esplendor que cada uno de ellos significaba. Así, en 1562, don Martín Cortés tenía empeño en celebrar el nacimiento de sus hijos con esta clase de festejos. Suárez de Peralta expresaba de tal festejo: “gastóse dinero, que sin cuento, en galas y juegos y fiestas”. El mismo Suárez, admiró que
La ciudad de México le hizo (gran fiesta), de gente de a caballo, en el campo, de libreas de seda rica y telas de oro y plata que le fue costosísima. Más de trescientos de a caballo, en muy ricos caballos y jaeces, hicieron una muy concertada escaramuza de muchas invenciones, que duró muchas horas, y luego aquella caballería, vestidos como estaban, le vinieron acompañando hasta la ciudad, con más de otros dos mil de a caballo, de capas negras; era cosa muy de ver.
…la Plaza Mayor durante 1538. Un día se improvisó como un verdadero bosque, con ramas y árboles corpulentos. Al siguiente la convirtieron en la ciudad de Rodas, con sus torres y palacios, y en aquel escenario soltaron unos toros que armaron gran revuelo entre los espectadores. Un día después hubo torneos y juegos de cañas del que resultó lastimado Juan Cermeño al recibir un bote en la pierna, del que nunca más sanó.
No cesaban las fiestas, que por cierto celebraban las “Paces de Aguas Muertas”, concertadas por el emperador Don Carlos y el Rey de Francia Francisco I y el último día también se corrieron toros. El gran festejo terminó en medio de grandes banquetes ofrecidos por el virrey Antonio de Mendoza y el nuevo Marqués del Valle de Oaxaca don Hernando Cortés.
En Carlos Sánchez-Navarro y Peón: Memorias de un viejo palacio (La Casa del Banco Nacional de México). México, Compañía Litográfica Nacional, S.A., 1950. 316 pp. ils., fots., p. 38.
De nuevo el Paseo del Pendón, como celebración recordatoria y confirmación de la Conquista, junto a la fiesta religiosa y sus procesiones, compartieron ese espíritu con las fiestas que rememoraban la entrada de un nuevo virrey, los autos de fe, las cabalgatas y mojigangas, todo, en medio de un despliegue y ostentación de la riqueza. El juego de la sortija, la escaramuza, los juegos de cañas y el correr toros se efectuaban en canonizaciones como la de San Jacinto, en 1597. Y para simbolizar todo aquella gama de las diversiones y torneos caballerescos, la iglesia prestaba sus territorios, tales como plazuelas para conmemorar el acto. El estigma de lo que significaba ese toreo primitivo, queda plasmado, como ya se ha dicho, en la “fuente taurina” asentada en la plazuela del convento de San Francisco de Acámbaro, Guanajuato.
Además, la fiesta era un conjunto de otras tantas, realizadas en varios días y tal modelo quedó instituido para continuarlo durante los siglos posteriores, lo cual, lentamente tuvo transformaciones a verdaderas ferias para celebrar al santo o patrón del pueblo, o simplemente para divertirse, porque nunca ha faltado pretexto para celebrarlas.
Así que con aquel primitivo hacer y entender el toreo, la fiesta poco a poco ha logrado sus mejores momentos. Para ello, era importante la presencia de un toro.
El ganado destinado en las ocasiones de regocijo no contaba con una selección previa. En todo caso podría insinuarse que en los momentos de ser enviados a la plaza se tomaban en cuenta aspectos tales como: presencia, algo de bravuconería que naturalmente tienen las reses en el campo.
Por todo lo anterior, no podremos ignorar la situación que prevaleció en la hacienda, sobre todo, en un momento en el que el ganado comenzaba a desarrollarse de manera desmesurada, pero que también se utilizaba para provisión y entretenimiento lo más o lo mejor que tenían.[2]
Es decir, en la cita que recoge García Icazbalceta se hace una reflexión acerca del exceso con el que el ganado se desarrollaba en la hacienda de Atenco, concretamente, pero que también este mismo asunto da idea de la asombrosa multiplicación que el ganado vacuno promovió entre los habitantes del lugar, pero sobre todo el cabildo de la Iglesia mayor desa ciudad, pidió que no se sacase el ganado de la Iglesia, puesto que perdía lo más sustancial de sus diezmos, y a los oidores y a la ciudad que se les quitaba de su provisión y entretenimiento lo más o lo mejor que tenían ya que el dicho ganado propiciaba entre los habitantes formas de “entretenimiento lo más o lo mejor que tenían”. Es pues, en Atenco, donde se da una forma primitiva de fomento a la diversión taurina, en la que seguramente hubo evidencias de ese otro toreo no registrado en las fuentes pero que con el pequeño dato proporcionado por Torquemada es suficiente para considerarlo como tal.
La necesidad que tiene el indio por equipararse a las capacidades del español, en los ejercicios ecuestres y campiranos produce reacciones que seguramente van a manifestarse de manera velada o soterrada, a espaldas de quien lo conquistó y ahora le niega una posibilidad por realizar labores comunes en la plaza. El campo, evidentemente fue más bondadoso en ese sentido y concede al indio encontrarse con un ambiente al que imprimirá su propio carácter, su propio sentir. Su “ser” en consecuencia. Bajo esas condiciones es muy probable que el indio haya efectuado los primeros intentos por acercarse al toreo de a caballo, y por ende, al de a pie, con el que gana terreno sobre el español. Y aunque la mayor manifestación de libertad en cuanto a ejecución del mismo se va a dar durante el siglo XVIII, va permeando con ese “ser” su propio espíritu a través de dos siglos muy importantes, tiempo que no desperdició en enriquecer la expresión torera.
Fiestas jesuitas en Puebla. Ilustraciones de Fernando Ramírez Osorio.
Fuente: “Fiestas jesuitas en Puebla. 1623”. Anónimo. Gobierno del Estado de Puebla. Secretaría de Cultura, Puebla, 1989. 46 pp. Ils. (Lecturas Históricas de Puebla, 20).
Hasta aquí un recorrido general sobre lo que fue el toreo del siglo XVI, mezcla del de a caballo y de a pie, y lo que es, a los ojos de esta doble génesis de siglo y de milenio respectivamente, a casi 500 años de distancia, el principio del que ya es un largo trayecto de la tauromaquia mexicana. Ambas representaciones se efectuaron, en gran medida, en un importante escenario conocido como la plaza de toros de “El Volador”; luego de que también se utilizara la plaza mayor o algún otro sitio a propósito, mientras la capital de la Nueva España, al cabo de los años iba presentando una imagen distinta, pero también grandiosa.
CONTINUARÁ.
[1] López Cantos, op. cit., p. 164.
La fiesta de los toros consiguió en América una aceptación general. En ella participaron todas las clases sociales. Y aunque nació como una diversión de nobles y caballeros, con el andar del tiempo se transformó en un espectáculo propio del común. En un principio su intervención era de simples auxiliares. Pronto se imbricó en ella, llegando a cambiar su propio esquema. Se pasó de la lidia a caballo a la de a pie, convirtiéndose también en una profesión. De un juego, donde la nobleza detentaba el protagonismo, lo transformaron en una diversión cuyos héroes surgían de la plebe.
[2] Joaquín García Icazbalceta, respetable bibliófilo congregó una de las bibliotecas más importantes hacia fines del siglo XIX, y en la cual se encontraban documentos valiosísimos. En su trabajo OBRAS, Tomo 1, opúsculos varios 1. México, Imp. de V. Agüeros, Editor, 1896. 460 p., nos presenta en el pasaje «El ganado vacuno en México» datos como el que sigue:
La asombrosa multiplicación del ganado vacuno en América sería increíble, si no estuviera perfectamente comprobada con el testimonio de muchos autores y documentos irrecusables. Desde los primeros tiempos siguientes a la conquista, los indios poco acostumbrados a la vista y vecindad del ganado, padecían a causa de él, mucho daño en sus personas y sementeras, lo cual dio lugar a repetidas disposiciones de la corte, que vacilaba entre la conveniencia de que los ganados se aumentasen, y el deseo, que en ella era constante, de procurar el bien de los indios. Entre esas disposiciones es notable la relativa a la gran cerca que se labró en el valle de Toluca para encerrar el ganado de los españoles. Consta en la cédula real de 3 de Junio de 1555, que por su interés histórico y por hallarse únicamente un libro rarísimo (la Monarquía Indiana, Libro I, cap. 4), me resuelvo a copiar, a pesar de su mucha extensión. Dice así:
El Rey-Nuestro Presidente é oidores de la Audiencia Real de la Nueva España. A Nos se ha hecho relación que D. Luis de Velasco, nuestro visorrey de esa tierra, salió a visitar el valle de Matalcingo, que está doce leguas desa ciudad de México, cerca de un lugar que se llama Toluca, que es en la cabecera del valle, é que tiene el dicho valle quince leguas de largo, é tres y cuatro y cinco de ancho en partes, y por medio una ribera, y que hay en él mas de sesenta estancias de ganados, en que dizque hay mas de ciento cincuenta mil cabezas de vacas é yeguas, y que los indios le pidieron que hiciese sacar el dicho ganado del valle, porque recibían grandes daños en sus tierras y sementeras, y haciendas, y que no las osaban labrar, ni salir de sus casas, porque los toros los corrían y mataban, y que los españoles dueños de las estancias, y el cabildo de la Iglesia mayor desa ciudad, por otra, le pidieron que no se sacase el ganado de la Iglesia, que perdía lo más sustancial de sus diezmos, y a los oidores y a la ciudad que se les quitaba de su provisión y entretenimiento lo más o lo mejor que tenían. E que visto lo que los unos y los otros decían, y mirada y tanteada toda la dicha tierra, y comunicado con ciertos religiosos y con los dichos indios principales naturales del dicho valle y todas sus comarcas, irató que se hiciese una cerca que dividiese las tierras de los indios de las de esas estancias, cada una conforme a la cantidad de ganado que tuviese; que la cerca se tasase por buenos hombres, y que la dicha cerca se hizo, la cual tiene más de diez leguas, medidas por cordel, y que los indios tienen por bien que del precio della se compre censo para tenerla reparada siempre, por estar seguros de los daños de los ganados, y que se trasó la cerca en diez y siete mil y tantos pesos de oro común, y que al tiempo del pedir la paga a los dueños de las estancias, apelaron para esa Audiencia de mandarles el dicho visorrey pagar, y que han hecho el negocio pleito, con fin de dilatarlo todo lo más que pudieren, por que los indios no sean pagados, ni la cerca no se conserve, que es lo que pretenden, y que convenía mandásemos que los que tienen ganado en el valle pagasen la cerca ó sacasen los ganados, por que con ello se contentarían los indios, aunque lo más conveniente para el sustento y conservación de la una república y de la otra era que la cerca se pague, porque el ganado se conservase sin daño de los naturales. E visto todo lo susodicho y entendido que es conveniente que la dicha cerca se conserve, envío a mandar al dicho visorrey, que en lo del pagar la dicha cerca los españoles, ejecute luego lo que en ello tiene ordenado. Por ende, yo vos mando que vosotros ayudéis é favorezcáis a la ejecución dello, sin que pongáis estorbo alguno: é si los dichos españoles ó alguno de ellos se agraviare, mandamos que se ejecute el dicho repartimiento sin embargo dello, é vosotros veréis los agravios, y haréis sobre ello, llamadas é oídas las partes a quien tocare, brevemente justicia, y avisarnos heis de lo que en ello se hiciere. Fecha en la Villa de Valladolid, a tres del mes de Junio de mil é quinientos é cincuenta é cinco años.-La Princesa.-Por mandado de su Majestad, su Alteza en su nombre, Francisco de Ledesma.