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GALERÍA DE TOROS FAMOSOS y TOROS INDULTADOS EN MÉXICO. SIGLOS XVI a 1946. (II).

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Continuando con estos afanes, que tienen como propósito entender en qué forma los autores novohispanos pusieron empeño especial para describir a esa especie animal tan particular como es el toro.

Poca información tenemos del Lic. D. Diego Ambrosio de Orcolaga, Abogado de la Real Audiencia de la misma Corte, quien sacó a luz una espléndida obra el año de 1713, por motivo de la celebración –por espacio de Tres Semanas-, del Natalicio del Serenísimo Señor Infante de las Españas El Sr. D. Felipe Pedro Gabriel… Me refiero a LAS TRES GRACIAS / MANIFIESTAS / En el Crisol de la Lealtad de México, don- / de con universales, celebró su aplauso por / espacio de Tres Semanas, el Fausto, y di- / choso Natalicio del Serenísimo Señor In- / fante de las Españas / El Sr. D. PHELIPE PEDRO GABRIEL, / que prospere la Divina Majestad para Co- / lumna de la Fe, y aumento de su Monarquía / Refiérelo sumariamente por sus Tres Estancias, EL LIC. D. / DIEGO AMBROSIO DE ORCOLAGA, Abogado DE / la Real Audiencia de la misma Corte; / QUIEN DEBIDAMENTE LE DEDICA. Y OFRECE / AL SEÑOR D. DOMINGO / ZABALBURU, / Del Consejo de su Majestad, Caballero / del Orden de Santiago, Gobernador, y / Capitán General, que fue de las Islas Fili- / pinas, y Presidente de la Real Audiencia, / que en ellas reside. / Con Licencia en México: Por los herederos de Juan Joseph Guillena Carrascoso.156 ff. Veamos qué nos dice Orcolaga: 

Si de Astros, y de Estrellas, son fanales…

 

Si de Astros, y de Estrellas, son fanales

del Vulgo de las luces, Presidentes,

no se vieron jamás concursos tales,

venir de las comarcas diferentes

el arte, el gusto y la naturaleza,

ni con más Majestad, ni más grandeza.

Los balcones que al sol fueron lumbreras,

en orden tan valiente descollaron,

que Babilonios fuertes, las esferas

o Babeles confusos los juzgaron:

No sin razón, porque sus primaveras

en fecundos pensiles se atraparon,

y las lenguas, que elogios pretendieron

en tanta multitud, se confundieron.

Mayo, y abril parece que en tal día

barajados en flores se apostaban,

si de ámbares el uno flux decía,

en otro las primeras se miraban:

Cada cual entre si se compería (sic),

cuando por puntos de amalibea luchaban;

que en tales lances, bien supo el verano

por rendirse al real pie, ganar de mano.

La belleza, donaire, y gentileza

de racionales, de cupido arpones

más cuerpo supo a dar su belleza

por robar con más alma, corazones!

Si bandolera aquí naturaleza

a sus leyes fundando en sin razones

dejó a esta gracias, parcas de las vidas

de ella prendadas, del primor prendidas.

 

(La Fiesta de los Toros)

 

En continuado triduo le jugaron

de los que Diana[1] aquel favor menguante

medio círculo enfrente señalaron,

(dilema de la parca terminante!)

cuyo denuedo intrépido juzgaron

ser de otra esfera monstruo dominante,

y es que quizá se desprendió en un vuelo

en tauro transformado, el león del cielo.

De Europa, y de Pasiphe los amados,

de Perilo tormentos encendidos,

de Jafan los ardientes apagados,

y de Jarama linces conocidos,

de toda esta tarde toreados

se vieron acosados, y curtidos,

que en el valor, y el alma de tal día

cobarde se escogió la valentía.

Por que puesto en la lid, el bruto fuerte,

horrible gladiador de arena tanta,

si su fiereza hermosa los divierte,

su despego, y orgullo los espanta;

mas si su vista es teatro de la muerte,

y del asombro su membruda planta,

desvanece esta máquina arrogante

el filo ensangrentado, de un infante.

El jueves, ya que al cesar se le daba

lo que era suyo, a DIOS de todo dueño

de sus mismas finezas se tomaba,

para gratificarle en tanto empeño:

Luz de la zambra del que celebraba

Melchifedec, y Aarón le dio en diseño,

y en el Pan de los Ángeles, de Nieve,

a DIOS le paga con lo que a Dios debe!

Con el que en la vía láctea fue amasado

pan en flor de azucena, siempre bello (…)[2]

 Las astas de los Toros, fingen el semicírculo de Diana (la –del toro de Júpiter, robador de Europa, y de los de aliento de llamas que Jasón apagó con la magia de Medea), cfr. Ovidio, Metan. 2, 846, y 7, 100… –De la demencia de Pasifae, Virgilio, Egl. 6, 45 (y R. Darío, La Gesta del Coso). –Perilo, artífice de Atenas, forjó para Fálaris un toro de metal, que caldeado, arrancaba mugidos a sus víctimas encerradas en él… –Tales mitologías taurinas, las zahiere lindamente D. Leandro de Moratín, en La derrota de los Pedantes; mas olvidó la egregia oda de su padre, D. Nicolás, a Pedro Romero… (Méndez Plancarte).

Nuestro siguiente autor es el que puede considerarse como el primer cronista taurino: Fray José Gil Ramírez, “natural de México, Lector Jubilado del Orden de San Agustín, eruditísimo en las letras humanas… y maestro del célebre joven abogado D. José Villerías y Roelas”, el cual “vivió ciego muchos años y falleció por el de 1720” (Beristain). Su obra capital es Esfera Mexicana (1714), donde hace exquisita y valiente descripción de unas fiestas –como un rapto de una pluma / del águila de Augustino (Orcolaga)-, sin contar otra crónica especial de “Toros y Gallos”, en prosa líricamente gongorina y de grande eficacia plástica: las Sombras del Tauro, que Nicolás Rangel, al catalogar tan deliciosa narración, lo gradúa de el primer revistero taurino del siglo XVIII

El 6 de febrero de 1713, los miembros del Cabildo dijeron:

Que están inmediatas las fiestas del nacimiento del Serenísimo Señor Infante (Felipe Pedro Gabriel, quien nació el 7 de junio de 1712 en Madrid, hijo de Felipe V de España y de María Luisa Gabriela de Saboya), y dispuesta la plaza del Volador para que en ella se lidien los toros.

Anotaba nuestro autor, para empezar:

Tiene el cielo cuarenta y ocho imágenes que ilustran su zafiro una de ellas; que siendo imagen es signo, es el Toro, mentido robador de Europa y luciente honor del cielo; sujeto principal, por ser él la llave dorada de los astros, con la cual abre las puertas del año”.

Y en el día de la gran celebración:

“No bien había hollado la caliente arena el animado bruto, cuando valiente Cuadrilla de rejoneros y ligera tropa de Toreadores de capa, acordonándole el sitio, le había embarazado los pasos; provocábanle con señas y silbidos que atendía furioso; reportándose impaciente, bramaba al estímulo de su enojo, y airado escarbaba la arena; temerosas señas de sus mortales iras. Venció la provocación al reporte, y rompiendo impetuoso, acometió denodado al primero que le esperó atrevido; repitió el cometimiento, librando la vida en algunos lances, por no rendir el hálito, sino por dar el triunfo al más dichoso; murió por último, más que a punta del acero, al precipitado arrojo de su cólera, manchando el suelo con el múrice de su sangre, para escribir con tinta roja, en el trágico papel de la arena, avisos inútiles a los otros. Lidiáronse catorce aquella tarde, con iguales lances y semejantes circunstancias, premios y víctores a los vencedores, como se acostumbra en tales ocasiones. Excedióse en bizarría el Excelentísimo Duque de Linares, que no individuo, porque hablar de esto, después de tantos y tan merecidos aplausos fuera Ligna mitere in Sylvan (echar leños en el bosque).

Portadas de dos de los documentos –tanto de 1713 como de 1724- aquí reseñados.

   En 1722, varios autores se suman al certamen literario “Estatua de la Paz”, esto en Zacatecas, con motivo de la presentación del obelisco que se le erigió al señor Don Luis I (rey de España en 1724). Y entre las notorias exaltaciones, surge aquella que describe parte de las fiestas, como sigue:

Estatua de la Paz.

 (. . . . . . . . . .)

Que muertos los deseos

vieron lograr Pensílicos Hibleos.

o de el templo lo diga

siempre ejemplar de una piadosa viga

la función tan costosa,

con que gracias a Dios dio fervorosa

su devoción activa;

donde, mas que ascua viva

ardía en su pecho amante

la fe, con que constante

al cielo le pedía

por el aumento de la Monarquía:

Precediendo a ella en fuegos, y candiles,

si liberales gastos, no civiles;

porque de su franqueza

cortedad juzga la mayor largueza.

Publíquenlo severas

dentro del Circo las treinta y dos fieras,

que en un día se lidiaron,

a los que las miraron

dando gusto, y espanto,

de su valor con singular quebranto;

ya en los Toros feroces,

que en bramidos, y voces

cobraban la requesta

de su indomable destrozada testa;

ya en cíbolos valientes,[3]

que regionales monstruos eminentes

con erguidas cervices

el color sin matices;

ser cada uno es notorio

irracional lanudo promontorio,

abultado coraje,

de los montes horror, Toro salvaje.

Mas para que me canso

en referirte, lo que bien no alcanzo?

no siendo de mi intento;

sino es, contarte el superior contento,

con que los cisnes sabios,

de otros antiguos émulos, y agravios,

el humor agotaron

de Hipocrene,[4] y hablaron

ebrios de sus cristales

tales elogios en conceptos tales,

como verás curioso,

si el papel leyeres; aunque ansioso

sincopa sea el estilo,

que corte de tu gusto el cuerdo hilo.

Y pues que ya te he dicho,

por uso, por costumbre, o por capricho

el motivo de el hecho,

de ello quedes, o no bien satisfecho;

o me culpes, o no piadoso, o recto;

o te parezca bueno, o imperfecto;

ya cumplí con mi oficio,

(. . . . . . . . . .)[5]

    Para 1749, las fiestas de la proclamación de Fernando VI fueron centro de atención por parte de las autoridades. Su efervescencia continuaba activa. Fue así como la Nueva Vizcaya se suma con una relación más: Hércules Coronado, que a la augusta memoria, a la real proclamación, del prudentísimo, serenísimo, y potentísimo señor D. Fernando VI Rey de las Españas, y legítimo emperador de las Indias, le consagró en magníficas fiestas y gloriosos aparatos, la muy ilustre, y leal ciudad de Durango, cabeza del nuevo Reyno de Vizcaya, quien lo saca a luz… por mano del Sr… México, Colegio Real y más antiguo de San Ildefonso, 1749 / (22). 96 p., que contiene a su vez descripciones taurinas y una pequeña muestra poética.

Anota José Cosío, su autor:

Si preguntamos a los astrónomos, y mitologios, cuál fue la causa de poner el signo de Tauro allá en el cielo, cual la razón de colocarse este bruto feroz entre los Astros, nos responderán desde luego con Higinio, que por haber conducido a las espaldas hasta la sila de Creta sin lesión a Europa (…) Pues si es tal la belleza, y felicidad de Europa, que la venera un animal tan fiero, que un bruto tan horrible como un Toro sabe hacerle espaldas; que mayor obsequio pues de consagrársele en los triunfos invictos de Alcides, que el sacrificio de los Toros en sus aclamaciones, y en sus fiestas. Y ahí puede grabársele esta letra, que como escrita en Salamanca toca, y le viene bien a Europa, sin otra mudanza, que una sola línea:

Galán vizarro Toro…

 Galan vizarro Toro,

divisando de lejos el estrado,

se fulminó bifulco rayo alado,

temiendo en la tardanza su desdoro;

mas de las ideas del fiel decoro

se halló tan sorprendido

del abanico al aire,

que equivocó el favor con el desaire

volante entre aprehensiones de corrido.

No obstante cortesano, y generoso

hace espaldas a Europa victorioso;

con que haciendo paréntesis de bruto,

de discreto merece el atributo.[6]


[1] Diana: diosa virgen de la caza.

[2] José Francisco Coello Ugalde: Relaciones taurinas en la Nueva España, provincias y extramuros. Las más curiosas e inéditas 1519-1835. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1988. 293 p. facs. (Separata del boletín, segunda época, 2)., p. 77-78.

[3] Al parecer era una costumbre más o menos establecida, el hecho de que se jugaran o se corrieran cíbolos. Así como encontramos ese dato con las correrías de Luis de Velasco en el bosque de Chapultepec en 1551, también aparecen mencionados dichos ejemplares en la cuenta de gastos de la recepción del arzobispo-virrey Juan Antonio Vizarrón y Eguiarreta en 1734. Véase: Salvador García Bolio: “Plaza de Toros que se formó en la del Volador de esta Nobilísima Ciudad: 1734. [Cuenta de gastos para el repartimiento de los cuartones de la plaza de toros, en celebridad del ascenso al virreynato de esta Nueva España del el Exmo. Sor. Don Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta]”. México, Bibliófilos Taurinos de México, 1986. XX + 67 p. Ils., facs.

[4] Hipocrénides: las musas. Dióseles este nombre por el de la fuente Hipocrene, consagrada a ellas.

[5] Op. Cit., p. 104-105.

[6] Coello Ugalde: Relaciones taurinas…, op. cit., p. 181.

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GALERÍA DE TOROS FAMOSOS y TOROS INDULTADOS EN MÉXICO. SIGLOS XVI a 1946. (TRES PARTES).

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

En la “Galería de toros famosos y toros indultados en México. Siglos XVI a 1946” que vengo formando, encuentro entre aquellos viejos documentos virreinales, una notoria exaltación al ganado que entonces salía a las plazas, donde fundamentalmente se realizaban suertes a caballo (como la lanzada, rejoneo y espada, al uso de los tratados de la jineta y la brida; y aquellas donde los plebeyos, dábanse la oportunidad de lucir sus galas con suerte a pie).

No es común encontrar la procedencia de esos toros, salvo contadas excepciones, pero se resuelve el elogioso comentario, en verso o en prosa, que ubicamos, sobre todo, en “Relaciones de sucesos”.

Dichos registros son abundantísimos y si bien no en todos se percibe la misma intención al describir las fiestas, no escapa a la vista de sus autores la perceptible presencia de aquellos toros que dieron realce al festejo o festejos reseñado.

Dada la generalidad del asunto, que ya conocemos casos concretos y más detallados, conviene recoger esas citas elogiosas y entender en esa forma, la interpretación literaria de que nos proveen autores impresionados por el juego, o quizá la casta o la bravura, componentes que dieron motivo a sus elevadas descripciones.

Comienzo con Matías de Bocanegra, quien nació en la Puebla de los Ángeles, y fue uno de los jesuitas de la provincia de México de más vivo ingenio, y de más instrucción en las letras humanas y en las ciencias sagradas, muy estimado de los virreyes y obispos de la Nueva España, según apunta Beristain de Souza. En 1640 escribió nuestro autor lo siguiente:

 Si el toro belicoso

 Si el toro belicoso

ensangrienta sus puntas en el coso

para lograr las eras,

le pone el labrador en sus manseras

(. . . . . . . . . .)

Si le detienen (al caballo), vuela,

reacio pára, si le dan espuela,

y en fin es más difícil gobernallo

que al ave, al pez, al toro y al caballo.

…no hay quien pretenda ser rey de animales;

y regirlos se tiene en más decoro,

que no al caballo, al ave, al pez y al toro. [1]

    La ya conocida María de Estrada Medinilla, viene hasta aquí, y nos obsequia su interpretación, la que observó en las FIESTAS / DE TOROS, / IVEGO DE CAÑAS, / y alcancías, que celebrò la No- / Bilifsima Ciudad de Mexico, à / veinte y fiete de Noviembre / defte Año de 1640 / EN / CELEBRACIÓN DE LA / venida a efte Reyno, el Excelléntifsimo Señor / Don Diego Lopez Pacheco, Marques de / Villena, Duque de Efcalona, Virrey / y Capitan General defta Nueva / Efpaña, &c. / Por Doña Maria de Eftrada / Medinilla /

Oy el Toro fogoso, horror del cielo,

Por feftejar la Indiana Monarchia,

Dexa fu azul dehefa, y baja al fuelo,

Y al robador de Europa defafia:

Todos ayudan con ygual desvelo,

A la solemnidad de tan gran dia,

Marte dá lanças. Y el Amor fabores,

Cañas Siringa, el Iris da colores,

                                                                       Ca

Caballos, y jaezes matizados;

Cordova dió, la Perfia los plumajes,

Telas Milan, Manila diò Brocados,

Las Indias Oro, el Africa los trajes,

Primaveras obftentan los tablados,

Diverfidad de flores fon los pajes,

La plaça conduxera a fu grandeza,

Las de la Inquificion por fu limpieza.

En la forma del dia antecedente,

A fu afsiento llegò el Marques, apenas

Quando un toro enma[n]tado falio ardie[n]te,

Que incendio palpitaua por las venas:

Quexabafe abrafado, y a la gente

No mouia a laftima fus penas,

Siendo el gemido que formaua en vano,

El del toro Falaris tyrano.

Suerte de la lanzada, práctica común durante los primeros años del virreinato. La ilustración, es obra del artista Antonio Navarrete. En Tauromaquia Mexicana.

   Toca el turno a D. Alonso Ramírez de Vargas, quien en 1677 escribe su Romance de los Rejoneadores que es parte de la Sencilla Narración… de las Fiestas Grandes… de haber entrado… D. Carlos II, q. D. G., en el Gobierno, México, Vda. De Calderón, 1677. Dicha obra celebra las Fiestas por la mayoridad de D. Carlos II, 1677. Ramírez de Vargas ofrece una delectación indigenista en esta Sencilla Narración… y refulgen los romances para los rejoneadores –una de las más garbosas relaciones taurinas al gusto de Calderón-… Respetando la ortografía original:

    Diose al primer lunado bruto libertad limitada, y hallándose en la arena, que humeaba ardiente a las sacudidas de su formidable huella, empezaron los señuelos y silbos de los toreadores de a pie, que siempre son éstos el estreno de su furia burlada con la agilidad de hurtarles –al ejecutar la arremetida- el cuerpo; entreteniéndolos con la capa, intacta de las dos aguzadas puntas que esgrimen; librando su inmunidad en la ligereza de los movimientos; dando el golpe en vago,[2] de donde alientan más el coraje; doblando embestidas, que frustradas todas del sosiego con que los llaman y compases con que los huyen, se dan por vencidos de cansados sin necesidad de heridas que los desalienten.

   Siguiéronse a éstos los rejoneadores, hijos robustos de la selva, que ganaron en toda la lid generales aplausos de los cortesanos de buen gusto y de las algarazas[3] vulgares. Y principalmente las dos últimas tardes, que siendo los toros más cerriles, de mayor coraje, valentía y ligereza, dieron lugar a la destreza de los toreadores; de suerte que midiéndose el brío de éstos con la osadía de aquéllos, logrando el intento de que se viese hasta dónde rayaban sus primores, pasaron más allá de admirados porque saliendo un toro (cuyo feros orgullo pudo licionar[4] de agilidad y violencia al más denodado parto de Jarama),[5] al irritarle uno con el amago del rejón, sin respetar la punta ni recatear[6] el choque, se le partió furioso redoblando rugosa la testa. Esperóle el rejoneador sosegado e intrépido, con que a un tiempo aplicándole éste la mojarra[7] en la nuca, y barbeando en la tierra precipitado el otro, se vio dos veces menguante su media luna, eclipsándole todo el viviente coraje.

   Quedó tendido por inmóvil el bruto y aclamado por indemne el vaquero; no siendo éste solo triunfo de su brazo, que al estímulo de la primera suerte saboreado, saliendo luego otro toro –como a sustentar el duelo del compañero vencido-, halló en la primera testarada igual ruina, midiendo el suelo con la tosca pesadumbre y exhalando por la boca de la herida el aliento.

   Ardió más el deseo de la venganza con el irracional instinto en otros dos, no menos valientes, que sucesivamente desocuparon el coso como explorando en el circo [a] los agresores, y encontrándo[se] con otros igualmente animosos y expertos; hallaron súbitamente a dos certeros botes,[8] castigado su encono y postrada su osadía, sirviendo tanto bruto despojo de común aclamación al juego.

   Admirado juzgó el concurso no haber más que hacer, así en la humana industria como en la natural fuerza, y a poco espacio se vio la admiración desengañada de otra mayor que ocasionó el expectáculo siguiente.

   Fulminóse a la horrible palestra un rayo en un bruto cenceño y vivo, disparando fuego de sus retorcidas fatales armas, a cuyo bramoso estruendo, opuesto un alanceador montaraz tan diestro como membrudo, a pie y empuñada una asta con las dos manos, cara a cara, le seseó con un silbo a cuyo atractivo[9] se fue el animal con notable violencia; y el rústico –prendiéndole el lomo con osadía y destreza, firme roca en los pies, sin apelar a fuga o estratagema- se testereó con él, deteniéndole con el fresno[10] por tres veces el movimiento, sin que el toro –más colérico cuanto más detenido- pudiese dar un paso adelante; tan sujeto que, agobiando[11] el cuerpo para desprenderse del hierro, se valió deste efugio para el escape, dejando al victorioso por más fuerte, que no contento aspiraba a más triunfo buscándole la cola para rendirlo, acompañado deotro, que con una capa –imperturbable- lo llamaba y ágil lo entretenía. Afijóse[12] en su greñudo espacio, y dando a fuerza de brazos en el suelo con aquella ferocidad brumosa, se le trabaron ambos de las dos llaves; y concediéndole la ventaja de levantarse, le llevaron como domesticado de aquella racional coyunda a presentar a Su Excelencia, con tanto desenfado que –ocupado el uno en quitarse la melena de los ojos- lo llevó sujeto el otro sin haber menester al compañero por algún rato; siguiéndose a esto, que caballero el uno sobre el toro, sin más silla que el adusto lomo ni más freno que la enmarañada cerviz, rodeó mucha parte de la plaza, aplaudidos entrambos con víctores y premios; siendo éstos muy parecidos a los tesalos, que concurrían en el Circo Máximo, como cuenta Suetonio Praeterea Thesalos equites, qui feros tauros perspatia circi agunt, insiliuntque de fesos et ad terram cornibus detrabunt.

   Ni paró el festivo juego sólo en la orgullosa fiereza de los toros, valor y maestría de los rejonistas (que fueron premiados con los mismos despojos de su brazo), sino que sirvió también de admiración entretenida ver a uno déstos correr una tarde no menos regocijada que las demás en un ligero caballo hijo del viento; y en el mismo arrebatado curso, saltar de la silla al suelo y del suelo a la silla por varias veces, ya a la diestra, ya a la sinistra, sin que le estorbase la velocidad al bruto ni el jinete le impidiese la carrera; ante sí lo paró y sujetó cuando quiso. Este ejercicio de agilidad conseguían felizmente los romanos, licionados en unos ecúleos[13] de madera; haciendo a bajar y subir sin tardanza en las escaramuzas y tumultos de la guerra, como toca Virgilio.

 Corpora saltu

subiiciunt in equos.

    Y especifica Vegecio[14]: Non tantum a tironibus, sed etiam a stipendios is militibus salitio equorum districte semper est, exacta. Quem usum usque ad hanc aetatem, licet iam cum dissimulatione, peruenisse manifestum est. Equi lignei hieme sub tecto, aestate ponebantur in campo super hos iuniores primo inermes, dum cosuetudine proficerent, demun armati cogebantur ascendere. Tantaque cura erat ut non solum a dextris, sed etiam a sinistris et insilire, et dsilire condiscerent, e vaginatos etiam gladios vel contos tenentes. Hoc eim assidua meditationes faciebant scilicet ut in tumultu proelii sine mora ascenderent, quitam studiose excercebantur in pace. No despreciando esta prenda la grandeza de Pompeyo ni la majestad del César.

   De grande gusto y entretenimiento fueron las cinco tardes que duraron estos juegos plebeyos, ejercitados a uso deste Nuevo Mundo; pero de mayor estimación y aprecio para los cortesanos políticos [fue] otra, de las más plausibles que puede ocupar sin ponderaciones la Fama y embarazar sus trompas, en que a uso de Madrid, mantuvieron solo dos caballeros airosos y diestros en el manejo de el rejón quebradizo y leyes precisas de la jineta[15] en el caso: don Diego Madrazo, que pasó de la Corte a estos reinos en los preludios de su juventud, y don Francisco Goñi de Peralta, hijo deste mexicano país; dos personas tan llenas de prendas cuantas reconoce esta ciudad en las estimaciones que los mira. Y porque Polimnia significa la memoria de la Fama (según Diedma), cuidadosa de que las verdinegras ondas del Lete no escondieran en la profundidad del olvido los aseos robustos con que desempeñaron valientes la lid más trabada que las que admiró Italia (en sus espectáculos venatorios); pidiendo la venia al Délfico Padre,[16] pasó con invisible vuelo desde las amenas frescuras del Premeso hasta los sudores ardientes del circo (…)

La monja jerónima sor Juana Inés de la Cruz también es invitada especial en estas apreciaciones, así que dejo a ustedes la lectura de estos dos poemas escritos por ella en 1685:

Si los riesgos del mar considerara…

Si los riesgos del mar considerara,

ninguno se embarcara; si antes viera

bien su peligro, nadie se atreviera

ni al bravo toro osado provocara.

 

Si del fogoso bruto ponderara

la furia desbocada en la carrera

el jinete prudente, nunca hubiera

quien con discreta mano la enfrentara.

 

Pero si hubiera alguno tan osado

que, no obstante el peligro, al mismo Apolo[17]

quisiere gobernar con atrevida[18]

 

mano el rápido carro en luz bañado,

todo lo hiciera y no tomara sólo

estado que ha de ser toda la vida.[19]

 

Habiendo muerto un toro, el caballo a un caballero toreador[20]

El que Hipogrifo[21] de mejor Rugero[22]

ave de Ganímedes[23] más hermoso,[24]

pegaso de Perseo[25] más airoso,

de más dulce arion[26] delfín ligero

 

fue, ya sin vida yace al golpe fiero[27]

de transformado Jove[28] que celoso

los rayos disimula[29] belicoso,

solo en un semicírculo de acero.

 

Rindió el fogoso postrimero aliento

el veloz bruto a impulso soberano:[30]

pero de su dolor, que tuvo, siento

 

más de activo y menos de inhumano,[31]

pues fue de vergonzoso sentimiento

de ser bruto, rigiéndole tal mano.[32]

Antonio Navarrete recreó e ilustró esta antigua suerte de primitiva estocada, mientras el caballo del noble es incorporado por sus lacayos. En Tauromaquia Mexicana.

Sor Juana –la décima musa-[33] incorpora en su poesía infinidad de elementos de la mitología clásica. Los mejores poetas y prosistas de la época eran escogidos para depositar en sus obras no sólo su estilo personal. También -y entre otras- la influencia que venía desde el Renacimiento y que en la Edad Barroca fue seña de devota religiosidad. Por eso la mitología se convirtió en un elemento que se añadió y enriqueció a las letras.

Caballeros y protagonistas en fiestas de aquella época lo fueron: D. Diego Madrazo, D. Francisco Goñi de Peralta y el mismo conde de Santiago, don Juan de Velasco.

¿Buscaba sor Juana quedarse en la publicidad del siglo?

De revelarlo nos profundizaríamos en vericuetos y laberintos, llegando a alguna respuesta. Por ahora no dejo más que sorprenderme al admirar su construcción creativa. Pero dice mucho que la obra de una mujer estuviese por encima de la vida común, que fuera el centro de atención y de ataques inclusive -por tratarse de alguien con una vida limitada a razones silenciosas y silenciadas (me parece que nacer mujer en aquellos tiempos significaba nacer en medio o dentro de un pecado). La vida doméstica -casarse con dote-, o la religiosa -casarse con Cristo-, eran dos destinos rígidamente trazados; aunque la prostitución fue otra alternativa. (CONTINUARÁ).


[1] Op. Cit., p. 248 y 250.

[2] En vago: en vano: sin el sujeto u objeto a que se dirige la acción, y así se dice golpe en vago.

[3] Algarazas: alborozo. Algaraza: ruido de muchas voces juntas, pero festivo y alegre.

[4] Licionar: aleccionar, enseñar.

[5] Jarama: región de España famosa por la bravura de sus toros.

[6] Recatear: evitar.

[7] Mojarra: muharra: el hierro acerado que se pone en el extremo superior del asta de la bandera.

[8] Botes: golpes fuertes. Botes de lanza o pica: el golpe que se da o tira con la punta de alguna de estas armas.

[9] Atractivo: que lo llama.

[10] Fresno: sinécdoque de lanza.

[11] Agobiando: encorvando. Agobiar: inclinar o encorvar la parte superior del cuerpo hacia la tierra.

[12] Afijóse: se plantó.

[13] Ecúleo: artefacto que semeja a un caballo.

[14] Vegecio: Flavio Vegecio Renato, escritor latino del siglo IV d.C. Autor de un Epitome rei militaris.

[15] Jineta: cierto modo de andar a caballo recogidas las piernas en los estribos.

[16] Délfico Padre: Apolo.

[17] Apolo: con Atena es acaso el más celebrado y representativo de los dioses griegos. Es el tipo de la belleza masculina en su flor. Todos los más altos y útiles menesteres humanos se le atribuyen, o se ponen bajo su tutela: música y medicina; profecía y arte de las armas; ganadería y agricultura.

[18] Sor Juana Inés de la Cruz: OBRAS COMPLETAS. Vol. I. Lírica Personal. Edición, prólogo y notas de Alfonso Méndez Plancarte. México, 5ª reimpr. Fondo de Cultura Económica-Instituto Mexiquense de Cultura, 1997. LXVIII-638 p. Ils., retrs., facs. (Biblioteca americana, serie de Literatura colonial, 18)., p. 521.

Méndez Plancarte anota sobre los versos 9 a 12: “quien repitiese la temeridad de Faetone, que trágicamente osó regir el carro del Sol”… (Cfr. Ovidio, Metam., II, I-366).

[19] José María de Cossío: Los toros en la poesía castellana. Argentina, Espasa-Calpe, 1947. 2 vols. Vol. I., p. 181: Sor Juana Inés de la Cruz. Segundo tomo de las obras…, Barcelona, 1693. Cfr. Sor Juana Inés de la Cruz: OBRAS COMPLETAS. Vol. I., op. cit., p. 521. Vuelve a acotar Alfonso Méndez Plancarte: Estado que ha de ser toda la vida…; en el Convento, o –igual y aún más- en el Matrimonio (pues si éste lo disuelve la viudez, siempre cabe dispensa para los votos). –Esta ponderación, igual la pudo escribir la Dama, o ya la Jerónima. Y en la segunda hipótesis, bien anota Fernández Mc. Grégor: “Aun los verdaderos caracteres místicos tienen períodos de dudas: aquellas acidias que tanto los desconsuelan. No es extraño que la joven Monja haya tenido sus combates y parece que lo prueba aquel soneto”… (“La Santificación de Sor J.”, Méj., 1932, p. 50). –Mas la animosidad del título, más bien será sinónimo de ánimo: la valentía, indispensable para esas grandes resoluciones, que Sor J. mostró dos veces: al ingresar en S. José de las Carmelitas, y luego en S. Jerónimo.

[20] Sor Juana Inés de la Cruz: OBRAS COMPLETAS. Vol. I., ibidem., p. 544.

Gran soneto cortesano y taurino-mitológico, que ignoramos –se pregunta A. Méndez Plancarte- por qué incluyó X. VIll. entre los “Morales” y no entre los “de Homenaje”…, y que luce en “Los toros en la Poesía Castellana” de José Ma. de Cossío, como «ejemplo instructivo”, ya que no “modelo imitable”, donde “todos los tópicos de la más exaltada expresión culterana se dan cita”… (Madrid, 1931, I, p. 162 y t. II, 181).

Respecto al título. En ocasión idéntica, rimó Góng. su décima “Murió Frontalete”…, a D. Pedro de Cárdenas, por un caballo que le mató un toro.

[21] Hipogrifo: Animal fabuloso compuesto de caballo y grifo. De medio cuerpo arriba águila, y de medio abajo león.

[22] De Rugero (“Ruggiero”, el gallardísimo paladín) y su Hipogrifo o caballo volador. Y el mismo nombre (allí igualmente grave, no esdrújulo), en “La Vida es Sueño”, de Calderón:

 

Hipogrifo violento

que corriste parejas con el viento…

[23] Ganímedes: copero y amado de Júpiter.

[24] Sor Juana: OBRAS COMPLETAS. Vol. I., ibid., p. 545.

En Calderón, el mismo corcel es “pájaro sin matiz” (o sea, sin plumas); y en Ruiz de Alarcón (o de quien sea la Parte I de “El Tejedor de Segovia”), el bridón de Vargas es un Hipogrifo que:

Goza en los vientos privilegios de ave..

 

Y Ariosto, VI, oct. 18, compara a su “Ippogrifo” con el águila portadora del rayo… –Así, aquí, este caballo es el águila que arrebató de Troya al gentil Ganímedes Para Ser copero en el Olimpo: sólo que este jinete es “más hermoso”… –Cfr. Góng., Sol. I, v. 7-8; y D. Alonso Ramírez de Vargas, en su Rom. de los Rejoneadores, en las Fiestas por la Mayoridad de Carlos II, Méj. 1677, cuando “el juego de Toros… duró seis días”… (Poets. Novs., III, 91).

[25] Perseo: semidiós, hijo de Zeus y de Dánae.

[26] Arión: figura del poeta griego transformado en delfín.

[27] Ib., p. 545. Verso 1-5. “El que fue Hipogrifo, Águila, Pegaso y Delfín de un caballero superior a Rugero, Ganímedes, Perseo y Arión (ese caballo admirable de un jinete pasmoso) yace sin vida”… y cfr. Góng., décs. “De unas fiestas”…:

 

Juegan cañas, corren toros / cortesanos caballeros,

Por lo gallardo Rugeros / y por lo lindo Medoros…

[28] Ib. Verso 6: de transformado Jove que, celoso…: el Toro, en quien se pensaría que Júpiter se había de nuevo metamorfoseado, como para el rapto de Europa. (Ovidio, Metam. II, vv. 847-51).

[29] Ib. Verso 7: “los rayos disimula”: en las astas del Toro ha trocado Jove sus rayos… Cfr. Ramírez de Vargas, op. cit.

[30] Ib., p. 546. Verso 10: impulso soberano…: cfr. La déc. De Alarcón sobre el asesinato del Conde de Villamediana.

[31] Ib. Verso 12: en los textos (y X. VIll. y Abr.): más de activo…; pero suplimos la clara errata con el afectivo, que piden verso y contexto…: que, más que a la cornada, sucumbió el noble bruto a la vergüenza de serlo bajo riendas tan sabias…

[32] Salvador Novo: Mil y un sonetos mexicanos. Selección y nota preliminar por (…). 3ª ed. México, Editorial Porrúa, S.A., 1971. 253 p. (“Sepan cuantos…”, 18)., p. 76.

[33] Francisco de la Maza: LA MITOLOGÍA CLÁSICA...op. cit., p. 227-228. Las nueve musas eran: Caliope, que preside en el poema heroico; Clío, en la historia; Erato, en la poesía amorosa; Talía, en la comedia; Melpómene en la tragedia; Terpsícore en el baile; Eutropia, en los instrumentos; Polimnia en la oda y Urania en la astrología. A cada una de estas musas se les llegó a pintar entre ciertas obras con el jeroglífico correspondiente al arte que presiden.

Por otro lado, hay una “undécima musa”, título que asimismo se adjudicó Pita Amor.

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LA HISTORIA, CONSEJERA FIEL y SIEMPRE ATENTA… (PRIMERA DE DOS PARTES).

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

“La raza de Atenco da gracias al C. Presidente por la abolición de las Corridas de toros”. La Orquesta, 3ª época. T. I., Nº 58 del sábado 11 de enero de 1868. Colección del autor.

    La historia, mi consejera fiel y siempre atenta a compartirme, como ahora lo hago con ustedes, de todo aquello que le otorga significado y peso al que ha sido ese recorrido, casi cinco veces centenario en nuestro país, da a la tauromaquia un lugar especial, donde se acumulan fechas y hechos notables, componentes de enorme valor que articulan la sólida presencia de un espectáculo el cual, por sí solo da motivos para valorarla y analizarla en su más justa y real dimensión.

En ese sentido, los temas o asuntos que surgen de su rica influencia, son aquellos provenientes de siglos coloniales. O del intenso XIX, en el que aún, hoy día, remueven espíritu e ideas ya renovadas; mismas que hablan sobre el hecho de que ha cambiado la forma, no el fondo.

En ambos espacios temporales –que son de mi particular interés-, el toreo cobró una importancia especial, pues estando detentado buena parte del tiempo por la nobleza, fue el pueblo el que también la hizo suya. Y si las grandes demostraciones ocurrieron en espacios urbanos; el entorno rural fue nutriente donde se afinaron y afirmaron otras tantas suertes, a pie o a caballo, que luego regresaban a la plaza pública enriquecidas.

De aquellos señores con nombre, apellido y linaje bien conocido, se puede pasar también al más absoluto de los anonimatos, donde otros personajes, de quien ahora se sabe nada, se encargaron de divertir, entretener y admirar a diversos sectores de aficionados en gestación. Sabemos que, al profesionalizarse el espectáculo y este quedar regulado por tauromaquias o reglamentos, hubo de entenderse desde una nueva apreciación, más técnica que lírica, con lo cual esos sectores de interesados, comenzaron a entender de mejor manera las particularidades en el manejo del ganado y en general, todo aquello relacionado con el desarrollo mismo de la lidia. Por eso, al cabo de un tiempo relativamente corto, nuestros antepasados, tuvieron oportunidad de aprender y aprehender el toreo gracias al conjunto de lecturas que se consagraban en dar a conocer esos aspectos.

Mucho de aquello también, fue gracias al papel que desempeñó un círculo de personajes que se cultivaron y difundieron o diseminaron aquel conocimiento emprendiendo la labor periodística en diversas publicaciones, por medio de las cuales se dio a conocer no solo su punto de vista, sino que también hubo posicionamiento o tendencias.

Es bueno recordar que ese fenómeno se acentuó en forma por demás significativa, desde que se reanudaron las corridas de toros en la ciudad de México (esto a finales de 1886), tras el largo receso que se impuso al espectáculo a finales de 1867. El caso, si se aprecia desde una perspectiva “a la ligera”, nos lleva hasta el punto de concluir que Benito Juárez no era afecto a dichas representaciones, de ahí que las prohibiera.

Sin embargo, tal episodio me llevó, en lo personal, a elaborar una investigación que resultó ser mi tesis de maestría en Historia de México, cuyo título es: “Cuando el curso de la fiesta de toros en México, fue alterado en 1867 por una prohibición. Sentido del espectáculo entre lo histórico, estético y social durante el siglo XIX”. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras. División de Estudios de Posgrado. Colegio de Historia, 1996. Tesis que, para obtener el grado de Maestro en Historia (de México) presenta (…). 221 p. Ils., fots.

En la misma, llegué a plantear los siguientes aspectos:

Historiar las diversiones públicas no es común. Ni es común tampoco, hacerlo con la fiesta de los toros -sobre todo a un nivel riguroso y serio-, por todo el significado de barbarie y violencia que es condición sine qua non en tal espectáculo.

Por otro lado, muy amplia puede considerarse la bibliografía en este género de diversión, aunque poca la que en verdad ofrece posibilidades de información clara y valedera. Pongo mi «cuarto a espadas» no con intenciones manifiestas de hacer señalamientos ligeros sobre el tema por abordar. Va más allá el propósito. Desde luego, el toreo encierra valores de sentido técnico y estético que se proyectan en el gusto de las masas y es algo que en la literatura ha trascendido. Sin embargo, el espacio temporal donde detengo la vista, encierra tal riqueza de la cual no voy a sustraerme. El siglo XIX mexicano -siglo de reacomodos y asentamientos- y todo lo que él implica, ofrece la gran posibilidad de relacionar acontecimientos político-económico-sociales que inciden de una u otra forma en la tauromaquia, recogiéndose testimonios que dejan muy bien marcado lo dicho anteriormente.

En 1867 luego de la Restauración de la República, se prohíben las corridas de toros. Pretendo para ello justificar con base en análisis y testimonios profundos, el o los motivos que se involucraron en la prohibición. Llama la atención que las corridas básicamente dejaron de darse en el Distrito Federal -lugar donde se expidió el decreto mejor conocido como Ley de Dotación de Fondos Municipales-, por un periodo de 20 años.

¿Qué debió ocurrir entonces, para disponer un espacio tan grande y no consentir más las fiestas taurinas?

Ello, mueve a preparar un estudio que se remonte al siglo XVIII, pues en él encontramos evidencia e influencia muy claras que superaron la alborada del XIX y continuaron manifestándose con sus sintomáticos caracteres (que descansan en bases de relajamiento social; asunto este, de total importancia al análisis).

Para ello se ha diseñado una estructura que permita acercarse con detalle al sentido de mi proposición de tesis, dejando que explique toda la gama de ideas y hechos propios de la fiesta, procurando no dejarse llevar por atracciones vanas; pues causan apasionamiento, lográndose -así lo creo- sólo parcialidad y compromiso.

He aquí el esquema:

-Antecedentes. El espectáculo taurino durante el siglo XIX. (Visión general). Para ello, será necesario acudir a la centuria anterior que da pie a comprender los comportamientos sociales, mismos que se relacionan con la actividad política y de emancipación dada desde 1808. El toreo, por tanto, sufrirá su propia independencia.

-Plazas, toreros, ganaderías, públicos. Ideas en pro y en contra para con el espectáculo; viajeros extranjeros y su visión de repugnancia en unos; de aceptación, sin más, en otros.

-Motivos de rechazo o contrariedad hacia el espectáculo, ofreciendo el análisis a doce propuestas que se sugieren para explicar causa o causas de la prohibición en 1867. Para ello viene en seguida una justificación.

En las circunstancias bajo las cuales se mueve la diversión popular de los toros en México y durante el siglo XIX, vale la pena detenerse particularmente en 1867, profundizar en ese sólo año y tratar de acercarnos a las causas motoras que generaron la más prolongada prohibición que se recuerde, en el curso de 470 años de historial taurómaco en nuestro país (esto, entre 1526 y 1996).

La tauromaquia como divertimento que pasa de España a México en los precisos momentos en que la conquista ha hecho su parte, inicia su etapa histórica justo el 24 de junio de 1526 y adquiere, al paso de los años cada vez mayor importancia y consolidación al grado de estar en el gusto de muchos virreyes y miembros de la iglesia; así como entre las clases populares.

Ocasiones de diversa índole como motivos reales, religiosos o por la llegada de personajes a la Nueva España, eran pretexto para organizar justas o torneos caballerescos; esto en el concepto del toreo a caballo, propio de los estamentos. Luego, bajo el dominio de la casa de Borbón se gestó un cambio radical ingresando con todas sus fuerzas el toreo de a pie. Tal fue causa de un desprecio (y no) de los monarcas franceses contra las «bárbaras» inclinaciones españolas, sustentadas hasta el primer tercio del siglo XVIII por los caballeros hispanos y su réplica en América. Así, el pueblo irrumpió felizmente en su deseado propósito de hacer suyo el espectáculo.

A fuerza de darle forma y estructura fue profesionalizándose cada vez más, por lo que alcanzó en España y México valores hasta entonces bien estables. En los albores del XIX surge en México el convulso panorama invadido por el espíritu de liberación, para emanciparse del esquema monárquico. Tras la guerra independentista lograron nuestros antepasados cristalizar el anhelo y la nación mexicana libre de su tutor colonial inició la marcha hacia el progreso, con sus propios recursos.

Y en el toreo ¿qué sucedía?

El ambiente soberano que se respiraba en aquellos tiempos permitió todo concepto de tolerancias. Fue entonces que el libre albedrío, la magia o el engaño de improvisaciones llenaron un espacio: el de las plazas de toros, donde se desarrollaron los festejos. El toreo basaba su expresión más que en una fugaz demostración de dominio del hombre sobre el toro, en los chispazos geniales, en las sabrosas y lúdicas connotaciones al no contar con un apoyo técnico y estético que sí avanzaba en España, llegando al grado inclusive de que se instituyera una Escuela de Tauromaquia, impulsada por el «Deseado» Fernando VII. Todo ello, a partir de 1830. Pero no avanzaba en México de forma ideal, probablemente por el fuerte motivo del reacomodo social que enfrentó la nueva nación en su conjunto.

Con la presencia de toreros en zancos, de representaciones teatrales combinadas con la bravura del astado en el ruedo; de montes parnasos y cucañas; de toros embolados, globos aerostáticos, fuegos artificiales y liebres que corrían en todas direcciones de la plaza, la fiesta se descubría así, con variaciones del más intenso colorido. Los años pasaban hasta que en 1835 llegó procedente de Cádiz, Bernardo Gaviño y Rueda a quien puede considerársele como la directriz que puso un orden y un sentido más racional, aunque no permanente a la tauromaquia mexicana. Y es que don Bernardo acabó mexicanizándose; acabó siendo una pieza del ser mestizo.

Mientras tanto, el ambiente político que se respiraba era pesado. El enfrentamiento liberal contra el conservador, las guerras internas e invasiones extranjeras fueron mermando las condiciones para que México lograra avances; uno de ellos, aunque tardío, llegó el 15 de julio de 1867 cuando el Presidente Benito Juárez entra a la capital y restaura la República.

Se discuten auténticos planes de avanzada y la fuerza que adquieren los liberales, el ingreso del positivismo como doctrina idónea a los propósitos preestablecidos -con su consigna de orden y progreso-, ponen en acción nuevos programas. Aunque extraña y misteriosamente Juárez, ya casi al concluir ese año de la restauración, prohíbe las corridas de toros.

Extraña su resolución. El, que había asistido en varias ocasiones a festejos en compañía de su esposa -para recaudar fondos para las tropas partícipes en las jornadas de mayo de 1862-, cambió de parecer, sin más.

Cabe hacer ampliación de otras posibles causas además de la ya expuesta, que por muy explícita se reduciría al antitaurinismo del Benemérito.

Los otros motivos de estudio son:

-Influencia de los liberales y de la tendencia positivista;

-caos y anarquía en el espectáculo, oposición del «Orden y progreso»;

-posible presencia de simpatizantes del Imperio de Maximiliano, los cuales pudieron haber girado en torno a la órbita taurina;

-la influencia del federalismo;

-un incidente de Bernardo Gaviño en el gobierno de Juárez en 1863;

-la prensa como dirigente del bloqueo a las aspiraciones del espectáculo taurino en 1867;

-con la reafirmación de la «segunda independencia», ¿sucede la ruptura?;

-temor de Benito Juárez a un levantamiento popular recién tomado el destino del gobierno;

-incidencias probables que arroja el Manifiesto del gobierno Constitucional a la nación el 7 de julio de 1859;

-la masonería: ¿Intervinieron sus ideales en la prohibición?; y

-de que no se expidió el decreto con el fin exclusivo de abolir las corridas, sino para señalar a los Ayuntamientos Municipales cuáles gabelas eran de su pertenencia e incumbencia. Por eso el decreto fue titulado LEY DE DOTACION DE FONDOS MUNICIPALES y en él se alude al derecho que tenían los Ayuntamientos para imponer contribuciones a los giros de pulques y carnes, para cobrar piso a los coches de los particulares y a los públicos y para cobrar por dar permiso para que hagan diversiones públicas (de las cuales, la de toros resultó ser la más afectada).

En la próxima entrega, compartiré las conclusiones que estos aspectos significaron para la investigación.

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EL ESTRIDENTISMO EN LOS TOROS.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Caricatura de Ramón Alva de la Canal que ilustra a Juan Silveti desde el estridentismo. Col. del autor.

    Leo en estos últimos días un libro que recomiendo ampliamente. Se trata de: Manuel Maples Arce: Las semillas del tiempo. Obra poética 1919-1980. Estudio preliminar de Rubén Bonifaz Nuño. Veracruz, Universidad Veracruzana, 2013. 216 p. (Serie Ficción).

En el mencionado volumen, se recogen los cuatro libros que Maples Arce escribió entre 1922 y 1980. Se trata de: Andamios interiores, Vrbe, Poemas Interdictos y Memorial de la sangre, de los que, como apunta Rubén Bonifaz Nuño, en su extraordinario Estudio preliminar: [son] Libros breves, de apenas unos centenares de versos. Y con todo esto, fueron bastantes a remover la literatura mexicana, y a crearle elementos que todavía la sostienen y la alimentan.

Y es que Bonifaz Nuño entró a detalle en un ensayo donde de poeta a poeta, puso muchos elementos en su auténtica condición de equilibrio, para entender lo que significó en su momento, la irrupción de uno de los movimientos literarios más extremistas que haya registrado el ambiente cultural mexicano en el siglo XX.

El estridentismo, desde su sola designación o etiqueta, y luego la forma en que permeó, lo que produjo no sólo fue un sismo. También un sisma que colapsó el andamiaje perpetuo que venía mostrando aquella sucesión de generaciones, eso sí de grandes escritores que nunca imaginaron encontrarse con una revuelta de aquel pequeño grupo que encabezaban, entre otros el propio Maples Arce, junto con Germán List Arzubide los cuales, al amparo del escándalo lanzaron sus consignas como aquella que decía: “¡Muera el Cura Hidalgo!”, refiriendo con ello ese llamado a la libertad, paralela en su sentido a la de 1810, para despertar a quienes dormían en su comodidad de tradiciones paralíticas.

Eran los días en que los estridentistas, encabezados por Manuel Maples Arce ya habían desplegado su famoso “Manifiesto” aquel que culminaba con la sentencia “¡Que viva el mole de Guajolote”.

Ya las miradas fijas de mil espectadores / esperan hidrofóbicas la fiera astada y brava. / Por fin se abre una puerta; / salta a la arena el toro / y nótase voltaico mover / de seda y oro.

Le presenta una capa a manera de pauta / y la burla sangrienta toma sus tintes trágicos. / Mas luego estridentista se siente el indio grave / y arrodíllase impúdico ante la fiera ingrávida.

En 1923, circuló una muestra evidente de aquel movimiento estético, plástico y literario que irrumpía con alardes contestatarios que dejaron una huella indeleble por aquellos tiempos, y en los toros, no fue la excepción. Veamos:

 OTRA CORRIDA LÍRICA.

 La Avenida Oaxaca, sistemática y grave,

presenta ostentaciones de glaucas armonías,

los coches endémicos se debrayan unánimes

pletóricos de anémicos.

 

Ya el circo está esclerótico,

no caben más anémicos,

sin embargo en las puertas

se agolpan cinemáticos los retardados clínicos

que pugnan cual clemátidas

por divisar de lejos los lances anatómicos.

 

Ya los paraguas cónicos a las damas protegen

del rubicundo Febo.

Ya los tristes periódicos tramitan emociones

y los gritos cromáticos

de los bárbaros celtas,

parecen remembrarse entre las multitudes

que se alzan matemáticas.

 

Los acordes prosódicos de una murga estridente

ululan cual funestos sonidos pentagrámicos.

 

¡Oh, la música glauca!

¡Oh, los tristes periódicos!

¡Todo esto es muy hermoso!

 

El mecanismo eléctrico de un reloj metafísico

marca la hora unánime

y un obeso académico

ordena la apertura de la fiesta volcánica.

 

Un grupo abigarrado de gladiadores químicos

avanza vertical entre la arena cálida.

 

Las caras de estos hombres

parecen melancólicas

y amarillean grisáceas

cual tímidas crisálidas.

 

Ya las miradas fijas de mil espectadores

esperan hidrofóbicas la fiera astada y brava.

por fin se abre una puerta;

salta a la arena el toro

y nótase voltaico mover

de seda y oro.

 

Le presenta una capa a manera de pauta

y la burla sangrienta toma sus tintes trágicos.

Mas luego estridentista se siente el indio grave

y arrodíllase impúdico ante la fiera ingrávida.

 

Luego, estiliza un diptongo de garapullos clásicos

que coloca estruendoso entre aplausos polícromos.

 

La fiera embravecida suena como un relámpago

y clava sus pitones en las carnes fosfóricas

del torero amarillo.

Y se escucha un programa.

 

Un ambiente de drama se oye entre las gradas

y un enjambre de lágrimas

florece entre las damas.

 

Mas pronto un nuevo artista

derrápase sonámbulo y a la fiera derriba

en forma telegráfica.

 

Soy máquina sangrante,

dice el toro traumático

y así exhala un apéndice

de carne arenizada.

 

Una caja de aplausos se prodiga al atleta

que ha matado vengando la sangre intoxicada.

 P. Jr. (Paco)

    Tal, se publicó en El Universal Taurino. T. III., México, D.F., martes 5 de junio de 1923, Nº 86, p. 15.

La presencia del estridentismo amenaza con presentarse otro día de estos con nuevos y más provocadores poemas que, en buena medida llevan metida en sus entrañas, a toros, toreros y demás arcángeles o demonios que anden por ahí.

 

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EL HISTORIADOR DE CARA A LA TAUROMAQUIA.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

“Caballero en plaza” rejoneando un toro a la antigua usanza. LA FIESTA NACIONAL. SEMANARIO TAURINO ILUSTRADO. Año V. Barcelona 5 de marzo de 1908, Nº 196. Col. digital del autor.

   Los historiadores de carrera, hechos bajo la luz de la academia y que hemos dedicado parte de nuestro interés y compromiso para dar cuenta y razón del espectáculo taurino en nuestro país, más bien somos pocos, apenas un puñado, aunque suficiente y competente su presencia, desde luego.

Si bien, tenemos en personajes como Domingo Ibarra, Nicolás Rangel, José de Jesús Núñez y Domínguez o Heriberto Lanfranchi al segmento que marca los antecedentes del ejercicio por historiar la fiesta de toros en México, buena parte de ellos eran excelentes escritores o dilentantes de la historia, a cuyos trabajos acudimos sí, pero es inevitable encontrar algunas lagunas que son resultado de la falta de rigor, de aparato erudito con qué comprobar las fuentes a que acudieron en forma precisa y puntual.

Sin embargo, creo que ese aspecto comenzó a ser superado hace cosa de 43 años, precisamente cuando el ahora Dr. en Historia, Benjamín Flores Hernández, presentaba su tesis de licenciatura titulada “Con la fiesta nacional. Por el siglo de las luces. Un acercamiento a lo que fueron y significaron las corridas de toros en la Nueva España del siglo XVIII” (UNAM, Filosofía y Letras, 1976). Pocos años después, volvió a la palestra con “La vida en México a través de la fiesta de los toros, 1770. Historia de dos temporadas organizadas por el virrey marqués de Croix con el objeto de obtener fondos para obras públicas” (UNAM, Filosofía y Letras, 1982), como tesis de maestría. Y para cerrar ciclo, con el doctorado, su propuesta fue “Con la espada y con la pluma, el caballo y el compás. Bernardo de Vargas Machuca un español baquiano de fines del siglo XVI y principios del XVII” (UNAM, Filosofía y Letras, 1987).

Años más tarde, nos incluimos María del Carmen Vázquez Mantecón, Flora Elena Sánchez Arreola, Jorge F. Hernández, Ramón Macías Mora y quien esto escribe. Y luego, colegas como Adrián Sánchez, Vicente Agustín Esparza Jiménez, Luis Balderas Calderón, Cecilia Díaz Zubieta, Joel Pérez Tenorio, Rubén Andrés Martín (español residente en México desde hace años, que ha dedicado sus más recientes investigaciones al tema que nos convoca).

También, debo agregar el quehacer de Miguel Ángel Vásquez Melendez, Hugo Hernán Ramírez, Rosa María García Juárez, Juana Martínez Villa, Héctor Olivares Aguilar, Sergio López Sánchez y luego el más reciente de ellos, en la excelente tesis de licenciatura de Jessica Quiñones Miranda “Poder y diversión. Los juegos ecuestres en la Plaza Mayor de la Ciudad de México (siglos XVI-XVIII). Instituto “Mora”, 2017.

No puede soslayarse la labor encauzadora de maestros como María Dolores Bravo Arriaga, Judith Farré Vidal, María José Garrido Asperó, Ana Lau, la propia María del Carmen Vázquez Mantecón, Pilar Gonzalbo Aizpuru, Verónica Zárate Toscano, Ricardo Pérez Monfort, Antonio Rubial García, José María Muría…, que son y han sido guías en la visión no solo de la vida cotidiana, sino que nos han abierto los ojos en aspectos de todos aquellos contextos que se vinculan con la celebración; el porqué de su desarrollo, las razones políticas, religiosas o económicas que lo enmarcan.

Desde luego, a ese indagar hechos o procesos históricos, se agrega y despierta la curiosidad para acudir a otros territorios complementarios y auxiliares como la arqueología, la antropología, la sociología, la bibliotecología, la archivonomía, la estética (en cuyo espacio nos encontramos frecuentemente con dos notables apoyos, la hermenéutica y la semiótica). De no ser por todas las lecturas que deben trabajarse, sería difícil entender muchas circunstancias que envuelven el pulso social de un pueblo o una nación, que es también posible entenderlo gracias a la teoría.

La sola conquista como proceso histórico ha sido tan potente, que aún falta mucho por desvelar, por ejemplo.

Y no se diga sobre aquello en el que se pronuncian muchos, con la ligereza del caso, cuando se refieren al origen mismo de la hacienda de Atenco, cuando refieren que esta tuvo un pie de simiente de doce pares de toros y de vacas de procedencia navarra, lo que causa incomodidad, pues no son capaces de atender una serie de elementos que provienen de otras razones, pero terminan por darle la razón –una vez más-, al dicho de Nicolás Rangel (espero que en otra ocasión pueda recuperar el tema y explicarlo de mejor manera).

Y en este aquí y ahora, vemos con profunda preocupación el actual conflicto habido con los opositores en uno de esos temas que requiere también de explicaciones que vienen de la profunda revisión y no de la ligera y cáustica pasión, que lo enceguece todo.

De consumarse otro amargo episodio en el que el territorio de Quintana Roo es hoy blanco de medidas represivas y prohibitivas contra la fiesta de toros en México, será este un punto vulnerable y propicio para tomarse en cuenta. La labor realizada por la asociación civil que opera en aquel sitio turístico, como puede entenderse, fue de suyo contundente.

No bastan los argumentos legales o jurídicos (con los que se ha perdido la batalla), sino que falta el sustento histórico, ese que valora desde su dimensión, las aproximaciones a una realidad y a una verdad que, en tanto relativa –nunca absoluta-, nos permite y permitirá observar el horizonte, a través de la mirada, que ha sido la de los diversos episodios, con todos sus componentes. No se puede aislar una cosa de la otra, sobre todo en forma deliberada y aprovecharse solo de lo que la conveniencia o tendencia dicten al respecto.

Por eso es importante el quehacer del historiador, y su trabajo no es epidérmico, sino que sondea las profundidades. Quiere encontrar la razón de aquello donde se expliquen cómo no puede moverse una cosa sin la otra y luego el porqué de su movimiento.

El ser humano, solo o en sociedad ha sido capaz de articular lo que hoy somos, pero no debe olvidar todo aquello que encaminó el destino por aquellos senderos cuyos registros, en lo particular o en lo general han conseguido constituirnos.

Ya lo decía otro célebre historiador, modelo a seguir, y me refiero a Edmundo O´Gorman, taurino también, cuando afirmaba: “el pasado nos constituye” y en ese sentido, y para las palabras que hoy se escriben, significan, con su peso representativo, casi en forma paralela aquello que sostenía también el célebre compositor austriaco Gustav Malher, autor entre otras de la inigualable Sinfonía N° 2 “de la Resurrección”: Malher afirmaba “la sinfonía es como el universo, porque lo contiene todo”.

Así que, en asuntos tauromáquicos, con su profundo legado, el de siglos, el de milenios, no puede quedar reducido a una simple mirada. Debemos entender su curso, y en eso para el historiador, le va la vida.

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DE LA MUERTE DE UN DIOS, LIBRO INDISPENSABLE DESDE LA ANTROPOLOGÍA.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Dos importantes símbolos de integración se aprecian en la presente imagen: la religión y la presencia del ganado bravo. Esto es apenas una parte del complejo en que se funde el todo de la tauromaquia. Vista de San Luis Teolocholco, Tlaxcala, México.

Basta leer las primeras líneas de este interesante volumen, (cuyo autor es Manuel Delgado Ruiz), editado en “Nexos”, allá por 1986, para entender que la visión y revisión hechas por un antropólogo tienen enorme peso de reflexión, sobre todo en los tiempos que corren, cuando el catálogo de argumentos que suelen manejar taurinos y antitaurinos deja un mal sabor de boca, pues ambas partes emplean discursos que van del lugar común a la construcción de escenarios que deforman la sola esencia de una representación milenaria, si nos atenemos a que el considerado primer encuentro y convivencia entre el hombre y el toro sucedieron hace 23 mil años aproximadamente.

De entrada, el autor que en ese entonces pertenecía al Laboratorio de investigaciones sobre el simbolismo, actividad antropológica dedicada en la temática del simbolismo y su interpretación en la Universidad de Barcelona, nos plantea:

   Es difícilmente discutible que la denominada fiesta de los toros sea, con mucho, el más sobresaliente de los ritos de sacrificio cruento que sobreviven en el mundo industrializado. Cuando falta poco para que concluya el milenio (recordando que dicha obra fue escrita hace 33 años cabales), cada año, millones de personas asisten a alguno de los más de seis mil festejos taurinos de tipo convencional y comercializado (corridas), que se celebran en cualquiera de las plazas de toros (locales cerrados, destinados exclusivamente a la verificación en su interior de este tipo de rituales) con que cuentan gran número de pueblos y ciudades de España. Paralela e inseparablemente de lo anterior, son multitud las personas que participan, en grado variable de protagonismo, en las numerosísimas celebraciones no comerciales que, extendidas por casi todo el territorio peninsular, tienen como centro al toro y su sacrificio ritual en una gran variedad de modalidades. Lo mismo ocurre en otros países de Europa y de América. Este fenómeno es real y nos interroga sobre su sentido.

Su primer apunte es un claro adelanto de los tiempos que hoy corren, donde su paisaje está dominado por eso que él veía como “mundo industrializado”, como resultado de una presencia contundente materializada en la tercera “Revolución industrial” que, entre otras cosas puso en marcha procesos tecnológicos de gran alcance como la internet. A ello, deben agregarse las ideologías que predominaron en un mundo que alcanzaba sus primeros niveles de modernidad y globalización, articulándose complejamente entre nuevas condiciones de vida y convivencia, formas que luego vinieron a afirmarse con la cuarta revolución. Esa expresión tecnológica que hoy es no solo realidad virtual, sino un hecho contundente en la vida de muchos ciudadanos en todo el planeta, ha acelerado diversas formas de comportamiento, reflexión y análisis que se encaminan por senderos donde efectos como las redes sociales tienen activa participación en decisiones de alto alcance. A través de esas plataformas circula un complicado sistema en el que se van diseminando efectos de muchas tendencias en las formas de ser y de pensar. Por eso, no es casual que desde aquel 1986, Manuel Delgado Ruiz haya hecho tan detenida reflexión que parece ser el preámbulo de la actual contienda que se despliega en nuestros tiempos. Vuelve a decirnos

   “…debe reconocerse que, hoy, (la tauromaquia) constituye un auténtico enigma con su razón o razones por las cuales –y desde hace siglos- la mayoría de las sociedades y culturas que constituyen España han mantenido un conjunto de ritos centrados en dar muerte a toros y otros animales de características análogas, conjunto cuya manifestación más extendida, compleja y fascinante es la corrida.

   Se mire como se mire, y así deberían reconocerlo las personas cuyos prejuicios de tipo ético moral les suponen una dificultad a la hora de las apreciaciones objetivas, la fiesta de los toros es un espectáculo extraordinariamente extraño –si se atiende a su contenido con verdadera atención, sus resonancias resultan, como mínimo inquietantes- y que, a primera vista, resulta una auténtica insensatez. Pero ha sido la imaginación cultural quien ha generado el fenómeno, quien ha ido recreándolo durante periodos dilatadísimos de su historia social y quien ha depositado en su discurso, casi hermético para quien lo observara con mirada ajena, aspectos esenciales de su intimidad vital, aspectos aún por desvelar.

   Esas mismas afirmaciones tocan hoy ser retomadas y revaloradas por otros tantos antropólogos. En mi tarea como historiador, debo decir que me valgo permanentemente de este tipo de escritos, no siempre presentes porque se trata de textos (a veces marginales) que requieren de lecturas más reposadas, analíticas, que permitan incluso asociarlas o disociarlas de su contexto para entender esos otros significados que suceden al decodificar lo que uno se encuentra entre líneas o en esa doble lectura que por obligación debemos hacer para entender los mensajes que envían aquellos autores tras encontrar la razón o el equívoco de sus discursos.

Por eso cabe preguntarse, como lo hace Delgado Ruiz:

¿Qué justifica las seculares actitudes fílicas o fóbicas que genera y que la hacen insusceptible a la indiferencia? En ese sentido, esta representación continúa arrastrando sus misterios, indiferente a un mundo que ha ido acabando con casi todas las cosas que se le parecían y para el que constituye un montón de gestos inútiles y descabellados, una extravagancia injustificable, una historia loca que no significa nada, refiriéndose evidentemente al conflicto que suscita esa presencia contundente que se llama corrida de toros.

   Y continúa:

Sus manifestaciones, y sus antecedentes desde que de ellos se tiene noticia, han debido enfrentarse casi siempre a la actitud decididamente hostil sostenida en su contra desde las diferentes formas de poder político y económico que la han conocido.

   Y justo en nuestros tiempos ese mecanismo se ha fortalecido de manera gradual, porque existen los medios económicos junto a las poderosas plataformas virtuales que impulsan a los propagandísticos, los cuales, para un mejor efecto, necesitan incluso llegar a la vociferación, y si esta no es capaz de producir lo que pretende, entonces, buena parte de esas comunidades tiene que despotricar, manipular o insultar.

Sin embargo –retomo el hilo de la conversación con Delgado Ruiz-, muy lejos de la naturaleza irracional y arbitraria que se les presume, muchos de los ritos que configuran el universo simbólico popular en la Península Ibérica, y entre ellos destacadamente los de la muerte del toro, constituyen realmente modalidades eficaces de acción social y complejos comunicacionales perfectos en los que queda representada y poderosamente defendida una determinada ideología cultural.

Y así, mientras Jesús Monterín se confronta con Fernando Savater en todo aquello que huele a lugares comunes (leo al unísono “A favor de los toros” que no es otra cosa que una defensa más hacia el toro planteada por este bilbaíno), nuestro autor, vuelve a reflexionar, partiendo de lo que D. Sperber y su obra “El simbolismo en general” de 1978, planteaba al advertir:

“…no se trata de interpretar los fenómenos simbólicos a partir de un contexto, sino, muy al contrario, de interpretar al contexto a partir de los fenómenos simbólicos. Quien trata de interpretar símbolos en sí mismos mira la fuente de luz y dice: no veo nada. pero la fuente de luz está ahí no para que se la mire a ella, sino para que se mire y vea lo que ella ilumina»

   La frase tiene su fondo, fondo y forma, pero requiere el equilibrio para entender cómo pasar de la oscuridad a esa pretendida claridad justo en los tiempos que vivimos, cuando el entramado social, político e ideológico, se aprecian con una intensidad en la que diferentes formas de pensar, junto a un soberbio neoliberalismo y una arrogante globalización están causando efectos nunca antes vistos, y que se consolidan en forma muy especial ahora que discurre con todo y sus efectos, la cuarta versión de la revolución industrial. Afirmo como historiador, que hoy buena parte de estas nuevas sociedades se desentiende del pasado. Y ya lo advertía Edmundo O´Gorman: “El pasado nos constituye”. Por ello, no es fácil entender hacia dónde nos dirigimos sin saber de dónde venimos. Y el corte, la brecha que se está produciendo en la forma de pensar de muchos integrantes de estas nuevas generaciones se vincula a un aquí y ahora rotundo, contundente, pero no a depender de componentes que quizá ya no producen ningún efecto, sobre todo de aquellos que nos han configurado como seres humanos y pensantes.

Esa es, por tanto, una de las causas que hoy enfrentamos y se produce con el cuestionar de enormes redes sociales cuyos efectos, de no encontrar razones de peso que neutralicen su inconformidad, o al menos la equilibren si sabemos dar argumentos de peso –respetamos, pero no compartimos-, será difícil que logremos mantener o sostener la tauromaquia, hoy día envuelta además, en el manto de dos importantes condiciones: la técnica y la estética. Pero también de una prudente conciencia de quienes nos consideramos taurinos y damos al significado mismo de dicho legado sus más profundas razones y que, desde esa ética bien o mal conceptuada (nunca desde los oscuratismos maniqueos), haga permanecer vivo, como ya se dijo al principio, un encuentro milenario del hombre y el toro, que en los últimos siglos ha alcanzado la eternidad de este ritual de sacrificio.

Obras de consulta:

Manuel Delgado Ruiz, De la muerte de un Dios. La fiesta de los toros en el universo simbólico de la cultura popular. Barcelona, Nexos, 1986. 284 p. (Ediciones Península).

Jesús Mosterín, A favor de los toros. Pamplona, editorial Laetoli, 2010. 115 p. (Colección Libros abiertos, 14).

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UN ESPAÑOL EN CUBA QUE ESCRIBE SOBRE MÉXICO: JUAN CORRALES MATEOS.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

Portada del libro que hoy nos ocupa y hermosa ilustración, aparecida en un cartel taurino, del festejo celebrado en la plaza de toros “Paseo Nuevo”, el 3 de enero de 1858. Col. digital del autor.

    He releído con mucha atención El porqué de los toros, arte de torear a pie y a caballo por El Bachiller Tauromaquia, edición facsímil de la de 1853 lograda en 2009. Su autor, Juan Corrales Mateos, de quien se tienen tan pocos datos, nos dice entre líneas, que se trata de un español, que habitó la isla caribeña quizá entre los años intermedios del siglo XIX, y que allí permaneció ya en labores diplomáticas, ya en las del comercio, que incluso hasta hoy, no se tiene mayor información de quien fue autor de otras obras taurinas, y algunas más de literatura.

Como menciona en el “Juicio crítico de las corridas de toros en La Habana y Toreo Mejicano” -sí, Méjico así, con “J”-. Por cierto, me llama la atención el hecho de que el nombre de nuestro país siguiese ostentando esa jota, con lo que la idea de no considerar la equis nos lleva a entender que se trataba de un hábito ortográfico de generaciones y más generaciones. Hoy en día, simple y sencillamente se ha puesto en valor ese nombre mismo que ya aparece en casi todos los textos producidos en España como México, sin más.

Pues bien, nos refiere de entrada una explicación sobre el afecto que en tal sitio se tuvo a la tauromaquia, contando para ello con plazas como la del “Campo Marte”, la del muy cercano poblado de Regla, y luego la que en 1853 fue a inaugurar Bernardo Gaviño, conocida como “Belascoaín”.

Recuerda que el 30 de mayo de 1831, Gaviño se presenta ante el público de la Habana, lugar en el que, durante tres años toreó alternando con el esforzado espada Rebollo, natural de Huelva, con Bartolo Megigosa, de Cádiz, con José Díaz (a) Mosquita y con el mexicano Manuel Bravo, matadores todos que disfrutaban de merecido prestigio en la capital de la gran Antilla. Bernardo Gaviño es un torero cercano a figuras de la talla de Francisco Arjona Cúchares o de Francisco Montes Paquiro, quienes fueron los dos alumnos más adelantados de la Escuela de Tauromaquia en Sevilla, impulsada por el rey Fernando VII y dirigida por el ilustre Pedro Romero, aunque ni Gaviño, Rebollo y Megigosa fueron alumnos de aquella institución, por haber salido desde 1826 o 1827 de España con dirección a América.

Y fue en la plaza de Regla, donde Juan Corrales Mateos, tuvo oportunidad de ver una de las actuaciones de su paisano, que ocurrieron entre diciembre de 1845 y los primeros días de 1846. Gaviño se hizo acompañar de una cuadrilla de toreros mexicanos, compañía formada por:

Y es que el torero portorealeño, realizó varias “temporadas” en ruedos cubanos por aquellos años, razón por la cual se hacía acompañar de buenas cuadrillas.

Lo que aprecia El Bachiller Tauromaquia sobre aquellas jornadas, es harto interesante, en la medida en que valora lo que para entonces, era el toreo “al uso mexicano” practicado por entonces. Y lo dice como sigue:

Cualquiera que sin haber tenido ocasión de examinar eso que llaman toreo mexicano, creerá sin duda, que es un arte nuevo, especial de aquella nación y por consiguiente extraño a los toreros españoles. Tal creencia puede mover dos sentimientos distintos entre sí, aunque partiendo de un mismo punto. El primero puede fundarse en una vanidad nacional, digna de mejor suerte y de más sólidos cimientos, y el segundo evitar un injusto escarnio entre los rigoristas del arte tauromáquico, considerando como ridícula y extraña una cosa que nada tiene ni de lo uno ni de lo otro, y que por el contrario, nos pertenece exclusivamente; es, pues, uno de los muchos legados que dejaron nuestros padres a nuestros hermanos de México en punto a costumbres; en una palabra, no reconocemos semejante toreo mexicano, no encontraremos en el sistema de lucha puesto en práctica por aquellos lidiadores nada que no sea español, ninguna suerte que no sea familiar a nuestros toreros o ningún lance que no sea digno de los hombres de valor y fuerza, tales y de tan recomendables circunstancias, como hemos admirado en diferentes épocas en los toreadores mexicanos.

   El toreo que se practica en México –continúa con su apreciación Corrales Mateos-, es nuestra primitiva tauromaquia; las suertes que ejecutan sus naturales en la lidia, y que parecen libres están sujetas a reglas; lo que ellos mismos llaman con cierta modestia o humildad mojigangas, no son otra cosa que suertes de amenidad muy usadas antiguamente entre nosotros, y no olvidadas todavía particularmente en las plazas de toros subalternas, en las novilladas y corridas de becerros erales. Mas es innegable que el arte de torear ha avanzado mucho entre nosotros, las suertes se han refinado por medio del buen gusto y del progreso del arte, el espectáculo se ha regularizado descartando de la lidia aquellas suertes en que no brilla tanto el arte como el valor, dándole por tanto un aspecto severo y de rigurosa fórmula, y que a medida que los tiempos van transcurriendo, van también apareciendo nuevas y vistosas suertes con sus autores los genios del arte. No ha sucedido lo mismo en México en donde la tauromaquia no ha dado un paso hacia adelante desde sus primeros tiempos y por lo tanto ha permanecido estacionada y sujeta al incuestionable denuedo que caracteriza a los toreros mexicanos. Vamos pues a dar una idea de lo que se llama toreo mexicano, y las razones que nos asiste para aseverar que dicho toreo, no es otra cosa que la misma tauromaquia española, si bien en muchos grados de atraso respectivamente, a la que practican nuestros lidiadores contemporáneos.

   Hasta aquí con estas primeras afirmaciones que merecen ser analizadas. Desde luego, lo que sugiere nuestro autor, es precisamente el estado de cosas que guardaba hasta entonces la puesta en escena del toreo que se practicaba en el México decimonónico, sujeto por aquellos años, a los inevitables vaivenes postindependentistas, que motivaban una deseable búsqueda de estabilidad social o política la que no se conseguía debidamente, y con ello permitir la felicidad de sus pobladores. Por tanto, lo que sucedía en los ruedos, era espejo de lo ocurrido plaza afuera. Es decir, que el toreo quedó sometido a una especie de caos donde cada tarde parecía convertirse en un intenso desbordamiento de hechos donde se desarrollaba la lidia convencional, aunque nunca faltaban elementos que hoy entendemos como “parataurinos”; por ejemplo: mojigangas, jaripeo y coleadero, fuegos de artificio, enfrentamiento de toros con otros animales, toros embolados, cucaña o palo ensebado y demás invenciones que Gaviño no solo detento, sino que él mismo las hizo suyas, tal y como puede apreciarse en una bien documentada relación de carteles a que he acudido para confirmar lo dicho hasta aquí.

Y vuelve a la palestra Corrales Mateos:

   Distínguense los mexicanos en el circo efectuando variadas suertes que ya no están en uso entre nuestros toreros, por las razones expresadas. En una misma corrida de toros se les ve picar a pie, derribar a la falseta, a la mano y de violín, derribar las reses desde el caballo o con la mano, enlazarles desde el caballo, también, como asimismo a pie, etc.

   Explica a continuación todas esas suertes, a la manera de la “Tauromaquia” de José Delgado “Pepe Hillo”, la cual aparece al comienzo de esta obra, con lo que concede atribuciones de esa estatura para considerarlas en el mismo rango de aquel tratado técnico, que fue elaborado 50 años atrás en España.

Ya explicadas cada una de aquellas representaciones, reitera su dicho como sigue:

   Otras de las cosas a que se ha dado el nombre de toreo o lidia mexicana es el poquísimo arte que se nota en casi todos los picadores que hemos visto de aquella nación. Este es otro error en que estamos. Antiguamente picaban nuestros toreadores con esa misma libertad, con más puya aún que la que usan los mexicanos, y hasta con lanzas, cuya parte de la tauromaquia es la que menos ha adelantado en la vecina República, supliendo a esa falta de arte el denuedo, la pujanza y la destreza que caracterizan a los picadores mexicanos.

   Mas siguiendo el hilo de nuestra imparcialidad, no podemos menos de manifestar que el arte de banderillear se encuentra en México a una altura inconcebible. Es sabido que nuestras banderillas tienen como dos tercias de largo, lo que unido a lo que da de si la extensión de los brazos, resulta un espacio de más de vara y media desde el pecho del banderillero hasta la cabeza de la fiera. No así en México, a cuyos toreadores hemos visto plantar banderillas en el mismo cerviguillo del toro, de cuatro pulgadas de largo. (…) Como llevamos dicho, los picadores mexicanos son valientes y esforzados, pero se sujetan al arte, así como los banderilleros son vivos, trabajan con limpieza y se tiran sobre el testuz del bruto a fin de colocarle las banderillas. La suerte de matar entre los toreros que nos ocupa, corre casi parejas con la de picar; su sistema es ninguno, su propósito el matar cuanto antes al toro sin aprensiones de ninguna naturaleza.

   Así que ya encaminados al punto final de estas apreciaciones, podemos entender hasta ahora que el juicio crítico del “Bachiller Tauromaquia” se ajusta a la sola idea en que predomina un objeto, un propósito por encaminar de mejor forma los procedimientos técnicos y estéticos, al margen de entender que aquello ya descrito, es una razón predominante en los ruedos nacionales, lo cual será muy difícil de modificar, porque Gaviño siguió marcando control en esa forma peculiar de la tauromaquia, misma que heredó entre algunos de sus más avanzados alumnos, siendo Ponciano Díaz uno de ellos y quien se prodigó en la misma medida que su tutor. Sin embargo, el punto culminante de todo aquello habría de enfrentarse a una etapa que he considerado, de un tiempo a esta parte, como de la “reconquista vestida de luces”, episodio que alcanzó sus mayores cotas en 1887 y del que en otra ocasión me ocuparé en detalle.

   Por tanto reconocemos –reflexiona Corrales Mateos– la capacidad más justa que en el arte de torear se conoce en el reino de México, según nos lo acredita por otro lado la opinión de hombres de idoneidad en la materia, y conocedores del precitado país.

   Hemos querido dar a conocer lo que llama el vulgo toreo mexicano, con la ligereza que nos ha sido posible y con la imparcialidad que siempre ha guiado a nuestra pluma. Alternativamente hemos empleado con los toreros mexicanos la amarga censura, la crítica festiva y el aplauso; según lo han exigido las circunstancias y nuestra conciencia. Nuestros lectores son testigos de esta verdad, por lo cual nos creemos relevados de protestas estériles e intempestivas.

   Hasta aquí con este interesante juicio de valor de quien siendo español, aprecia en Cuba el toreo mexicano al mediar el siglo XIX. Pone énfasis en la evolución –o conflicto de evolución- por la que pasaba aquella tauromaquia nuestra, la que se lucía con la intensidad de tantos y tantos festejos fantásticos, llenos de fascinación. Diferentes unos de otros, pero que en el fondo, conservaban y respetaban principios rigurosamente técnicos y estéticos que se mantuvieron como andamiaje perfecto para dar continuidad al espectáculo, no solo hace dos siglos, sino también –ya evolucionado y puesto al día-, en el pasado y ahora, en este XXI, donde pervive, para admiración de unos y reclamo de otros.

Obra de consulta:

Juan Corrales Mateos (seud). “Bachiller Tauromaquia”, El porqué de los toros y arte de torear de a pie y a caballo por el (…) Habana, imprenta de Barcina, 1853, 178 p. Ed. Facsímil elaborada por Editorial MAXTOR, Valladolid (España), 1990.

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EN MARCHA LAS XXXI JORNADAS NACIONALES DE CIRUGÍA TAURINA.

POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

Una vez más, y sin abandonar su espíritu solidario, los médicos taurinos del país, se reúnen en Zacatecas, espacio donde se llevarán a cabo las XXXI Jornadas Nacionales de Cirugía Taurina, esto del 25 al 28 de septiembre, en espera de que dichas actividades arrojen resultados y evaluaciones importantes. Siempre es relevante compartir las nuevas técnicas y procedimientos que le dan un mejor panorama para atender los casos donde toreros de a pie o a caballo se exponen a los diversos riesgos que, en ocasiones culminan en heridas y otras lesiones. El propósito es salvar sus vidas, curarlos, rehabilitarlos y ponerlos de nuevo en circulación. De todas esas experiencias, y con el tiempo, se tiene como resultado la acumulación y estudio de todos aquellos casos, que ahora se comparten.

Para ello, se requiere un conocimiento especial, que no solo es la medicina o la cirugía en sus expresiones más avanzadas, sino un “ojo clínico” agregado, ese que deben aplicar los médicos, enfermer@s, paramédicos y demás personal, si para ello agregan su conocimiento o afición a los toros mismos, a la cinemática del trauma, factor destacado a la hora de evaluar el proceso bajo el cual ocurrió un percance. De todo eso y más se ocuparán los ponentes, observando aquí algunos de los temas que han de resultar harto interesantes. Entre otros, se encuentran los que siguen:

-Riesgos en el callejón, Biomecánica de las heridas por cuerno de toro en los diferentes tercios de la lidia, Carmelo Pérez, un torero mal logrado, Trauma facial por asta de toro. Reporte de un caso, Los orígenes míticos y ritualísticos de la tauromaquia desde la antigua Grecia (una visión histórica, cultural y filosófica), hasta el tema de Arbitraje médico en México y tantos, tantos más que ya están registrados en el programa general, mismo que se muestra a continuación:

A todos los participantes, a la organización, les deseo toda clase de éxitos.

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UN TOQUE DE POESÍA TAURINA MEXICANA.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE

Portada del Diario del Viaje, escrito por Antonio Joaquín de Rivadeneyra y Barrientos en 1757. De la colección digital del autor.

    La de hoy, será una lectura luminosa, intensa, síntomas que provienen del placer por encontrarnos con una variada muestra de poemas, resultado también de una complicada selección, misma que se ha venido dando en el “Tratado de la poesía mexicana en los toros. siglos XVI – XXI” obra que, desde 1985 y hasta hoy he venido trabajando intensa, pero también pacientemente. Su contenido rebasa con facilidad las dos mil muestras, donde encontramos lo mismo poetas mayores que menores, aunque también poetastros y diletantes. De igual forma, también se incluyen corridos, pasquines, anónimos y cuanta evidencia sea posible acomodar en un compendio que busca reunir el mayor número de piezas.

Derivado de su magnitud, la obra se divide en cuatro tomos fundamentales y varios anexos que siguen en “construcción”. Además, derivado de un auténtico trabajo selectivo, se encuentra la considerada “Antología de la antología”, libro que terminará reuniendo lo mejor de lo mejor, criterio este fundado en una rigurosa lectura que permita decidir un lugar de honor en ese deseable volumen. Se trata de cien autores y otros tantos versos anónimos o de origen e inspiración popular.

Pues bien, para deleite de los lectores, vienen a continuación algunos ejemplos tomados de la propia “Antología”.

Aunque autor español llegaron a este, noticias de los misterios y excelsitudes del nuevo mundo, traduciéndolas hacia 1585, a su leal saber y entender como sigue:

 ROMANCE

XX

Escuchadme un rato atentos,

cudiciosos noveleros,

pagadme de estas verdades

los portes en el silencio.

 

Del Nuevo Mundo os diré

las cosas que me escribieron

en las zabras, que allegaron

cuatro amigos chichumecos.

 (………)

 Que hay en aquellas dehesas

un toro… Mas luego vuelvo,

y quédese mi palabra

empeñada en el silencio.

 …firma Luis de Góngora y Argote.

    Leamos parte de la Métrica Panegírica Descripción de las fiestas por las bodas de D. Carlos II (1691) que consta de 82 octavas por un corto Ingenio Andaluz, hijo del Hispalense Retis… es decir Felipe de Santoyo García Galán y Contreras.

 Métrica Panegírica

Descripción de las fiestas

por las bodas de D. Carlos II

 Vestidura bordada, Adonis fuerte,

el invicto Virrey lució con arte,

donde escarchados arroyuelos vierte

de su Excelencia el mar, y en que reparte

benignidad, temores, vida y muerte,

guerrero Adonis y gallardo Marte;

florido Mar, con tantas maravillas,

que salpican diamantes sus orillas.

(. . . . . . . . . .)

Del virregio Palacio las Deidades

que a la Palas Virreina acompañaban,

-adornado Pensil de amenidades-

las diamantinas flechas disparaban;

y como vi en escuadra sus beldades,

en lid mis pensamientos recelaban

si eran del firmamento las estellas

que bajaban a dar justas querellas…

 

Octavas sobre el Paseo de los toros.

 

El Conde de Santiago, en un Morcillo,

(olimpo irracional…, negro Babel),

…de fina plata su matiz relieva

sobre Celeste tela, con que aviva

uno y otro color, con fuego y hielo;

todo ardor, todo Nieve, todo Cielo…

    Y el capitán de la Guardia partió la plaza, vestido acaso como nuestros charros, por tan ceñido como se pondera con eficacia ya cómica:

De oro y ámbar bordaba su ropaje

el primor, el ingenio y el aliño,

haciendo luminoso maridaje

por extremos el fuego y el Armiño;

tan ajustado a la medida el traje,

que no podré decir, aunque lo ciño

todo cuanto es posible a la pintura,

si nació con aquella vestidura.

 E ilustrando el coso con su ecuestre y taurómaca bizarría, aunque joven es el mismo Francisco Goñi de Peralta, loado también como Rejoneador, en aquellos versos que Alonso Ramírez de Vargas escribió en 1677.

 Don Francisco de Goñe le seguía,

jinete diestro, toreador famoso,

sobre un bello Pegaso, tan airoso…,

que en diestras muertes, tan feroz despojo

el circo se volvió, de blanco, rojo….

   Para 1749, las fiestas de la proclamación de Fernando VI no terminaron, sino que, por el contrario, su efervescencia continuaba activa. Fue así como la Nueva Vizcaya se suma con una descripción de fiestas denominada Hércules Coronado, que a la augusta memoria, a la real proclamación, del prudentísimo…. Señor D. Fernando VIescribió José Cossío, en cuyo contenido están presentes algunas alusiones taurinas y una pequeña muestra poética. Y ya lo advertía el propio Cosío:

Si preguntamos a los astrónomos, y mitólogos, cuál fue la causa de poner el signo de Tauro allá en el cielo, cual la razón de colocarse este bruto feroz entre los Astros, nos responderán desde luego con Higinio, que por haber conducido a las espaldas hasta la sila de Creta sin lesión a Europa (…) Pues si es tal la belleza, y felicidad de Europa, que la venera un animal tan fiero, que un bruto tan horrible como un Toro sabe hacerle espaldas; que mayor obsequio pues de consagrársele en los triunfos invictos de Alcides, que el sacrificio de los Toros en sus aclamaciones, y en sus fiestas. Y ahí puede grabársele esta letra, que como escrita en Salamanca toca, y le viene bien a Europa, sin otra mudanza, que una sola línea:

Galán vizarro Toro…

 Galan vizarro Toro,

divisando de lejos el estrado,

se fulminó bifulco rayo alado,

temiendo en la tardanza su desdoro;

mas de las ideas del fiel decoro

se halló tan sorprendido

del abanico al aire,

que equivocó el favor con el desaire

volante entre aprehensiones de corrido.

No obstante cortesano, y generoso

hace espaldas a Europa victorioso;

con que haciendo paréntesis de bruto,

de discreto merece el atributo.

    Para 1757, la ciudad ofreció al virrey Marqués de las Amarillas varias corridas de toros. En el Diario del Viaje, escrito por Antonio Joaquín de Rivadeneyra y Barrientos se recrean así los festejos:

Viaje de la Marquesa de las Amarillas.

 El día diez de noviembre descansamos

hasta el día veinte y quatro, y comenzamos

otros nuevos festejos, semejantes

a los ya dichos antes,

empezando a lidiarse toros fieros

en que muy diestros son los caballeros.

Dos semanas duraron

con lo que por entonces terminaron

por dar tiempo a la pública alegría

que la entrada solemne prevenía.

    Regresaré al tema en otra ocasión. Muchas gracias.


Fuente de consulta:

José Francisco Coello Ugalde, Tratado de la poesía mexicana en los toros. siglos XVI – XXI. México, 1985-2019. Obra inédita en proceso.

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“PEPETE”: “El hombre que trafica con la muerte”. Semblanza de un novillero del pasado.

RECOMENDACIONES y LITERATURA.

 POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.

 

    Hace unos días, tuvo un grato reencuentro con el entrañable amigo Sergio Olivera Díaz, quien me sorprendió con la noticia de que apenas nada, había salido de la imprenta un libro dedicado a su padre, el que en su momento fue el célebre novillero José Olivera “Pepete”. Quedamos de vernos.

El día indicado, Sergio Olivera estaba ahí, puntual como siempre. Comenzamos la plática con taza de café de por medio. Sergio Olivera, es un personaje formado profesionalmente como licenciado, maestro y doctor en Ciencias Sociales y Administrativas en México y en el Extranjero. ¡Casi nada! Luego, trabajó en la industria, y después en la banca.

Pues bien, al cabo de esos momentos que fueron en realidad muy cortos para tanto que platicar, salieron a flote infinidad de anécdotas y recuerdos en los que José Olivera se convirtió en nuestro tema central de conversación. Lo primero que me dijo es que con el libro culminaba un personal reconocimiento al padre, del que poco sabía su faceta como torero, en virtud de que ese asunto quedó como un secreto, resultado de un pacto de amor en el momento en que al enlazarse con quien sería su esposa, la Sra. Concepción Díaz Salinas, esta le pidió que para llegar al altar o dejaba de torear o no habría boda. Pudo más el amor, el afecto que la otra pasión y el José Olivera “Pepete” novillero, junto a los ternos de luces, carteles y demás circunstancias, pasaron al arcón de los recuerdos al que además se le buscó el rincón más escondido posible, con lo que el olvido se encargó de lo demás.

Pero lo que quería en el fondo Sergio Olivera era desentrañar aquel misterio, desvelar el secreto por el que por tantos años de su vida, pasó sin enterarse, hasta que al llegar a Guadalajara, Jalisco para emprender estudios de medicina –que luego abandonó-, fue enterándose de la importancia que “Pepete” tuvo como novillero entre finales de los años veinte y hasta 1935, en que dejó de torear.

Así que con aquel “descubrimiento”, tuvo a bien conocerlo poco a poco, a fuerza de ir recolectando los datos con la serenidad de los años. Como no fue suficiente, “entró al quite” un historiador en cierne, mi colega Héctor Olivares Aguilar, quien además realizó magnífica tarea de archivo, convirtiéndose ese trabajo en el primero que realizaba con la formación profesional recién adquirida en su totalidad.

Así que con la clara idea de recuperar de las sombras del olvido a su propio padre, el sin fin de datos fueron dando cabal idea sobre aquel hombre que nació en Teziutlán, Puebla en 1905, y quien casi veinte años después, pondría en marcha un empeño que lo convertiría en uno de los novilleros quien poseía un valor a toda prueba. Hay crónica que llega a ponerlo por encima del propio “Carmelo” Pérez en eso de la temeridad. Y miren ustedes que por aquella época, también surgieron otros valientes a carta cabal, como Esteban García, Alberto Balderas o José González “Carnicerito”, que eran la mar de bizarros.

Poco más de 70 festejos, son el registro de aquel paso firme, el que se impuso “Pepete”, por diversas plazas del país, España y Francia, naciones a donde también emprendió viaje, confiando en que sería contratado y se convencieran de que quien toreaba y se jugaba la vida en el ruedo era ni más ni menos que José Olivera “Pepete”.

Llegaban los triunfos, y la aureola de aquel muchacho de pequeña talla aunque con un corazón inmenso, permitieron forjar ese estilo que llegó a sintetizar Rafael Solana en un pequeño párrafo. Decía “Verduguillo”:

No se puede negar que “Pepete” es un diestro valiente, pertenece el muchacho de Tuxpan [recordemos que nació en Teziutlán] a ese tipo de toreros que emociona a base de valor y exposición. No se pida a José Olivera una faena clásica ni artística; no se le exija con elegancia, con reposo, con finura, con belleza. Él no concibe el toreo desde el punto de vista plástico sino desde su aspecto trágico. “Pepete” es la tragedia. Resucita los viejos procedimientos de arrimarse al toro sin engañifas, ni trucos ni tranquillos; él no entiende de dejar pasar la cabeza para luego estirarse; él no sabe de pegarse al cuello ni de posturitas fuera de “cacho”. Así eran antaño los toreros; hombres por encima de todo, valientes antes que artistas, machos antes que “pintureros” (Nota publicada en “El Taurino”, en su edición del 24 de agosto de 1930).

   Por eso, quizá por eso Sergio Olivera Díaz, supo encontrar el subtítulo perfecto al libro que ahora ya circula. Ese subtítulo denomina o califica a “Pepete” como “El hombre que trafica con la muerte”, término que sobrevino de aquella actuación suya, la que tuvo en “El Progreso”, de Guadalajara, Jalisco el 6 de enero de 1928. Esa ocasión simplemente estuvo fenomenal, y como esa crónica, otras refieren el hecho en el que los asistentes se levantaban de sus asientos entre asustados o temerosos de presenciar la forma en que José se pasaba los toros. Hubo quien ya no soportando aquello, abandonaba la plaza.

El valor de “Pepete” iba más allá del que desplegaba el mismísimo “Carmelo” Pérez. ¡Y miren que se dijo cada cosa al compararlos que mejor conviene que lean el libro!

“Pepete” y “Carmelo”. “Carmelo” o “Pepete”, dos valerosos a carta cabal, sin ambages ni eufemismos de ninguna especie.

En sus andares, José Olivera fue a torear a la feria de Jerez, Zacatecas. Y como era de esperarse, resultó triunfador. Por la noche, y al viejo estilo de las plazas provincianas, comenzó el ritual de la caminata de hombres y mujeres en el jardín municipal. En la segunda vuelta ya tenía en la mirada a la que fue reina de aquel festejo.

Ese fue en realidad el comienzo de un noviazgo que culminó felizmente en la ansiada boda. Pero “Conchita” quería estar segura de no pasar angustias como esposa de un torero. Por eso, fue necesario imponerse para decirle “que le daba el sí sólo si él se retiraba de los toros, junto con la promesa de jamás platicar a sus hijos de aquella gran afición y vocación taurina, evitando que alguno de nosotros –así recuerda Sergio Olivera también a su hermano- quisiera seguir su ejemplo. Como muestra de su amor, mi padre guardó silencio y apoyó la decisión de mi madre de darnos educación y una profesión, cosa que lograron con creces”.

Con estas firmes pinceladas y otras tantas anécdotas de que está colmada la reciente publicación, no queda sino recomendarla ampliamente. Celebro que haya ocurrido esa grata aparición en momentos en que estamos en una aridez imperdonable por la falta de novilladas (salvo las que se dan en “Arroyo”). Ya serían tiempos en que el ambiente de aspirantes estuviese en su mejor hervor, barajando nombres y apostando por quienes podrían convertirse en posibles “figuras”.

Con afecto, mi saludo a Sergio Olivera. Su libro nos reconforta.

Sergio Olivera Díaz: José Olivera Pepete. “El hombre que trafica con la muerte”.  Biografía taurina. México, Ficticia Editorial, 2019. 103 p. fots, retrs., facs.

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